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Perfiles latinoamericanos

versión impresa ISSN 0188-7653

Perf. latinoam. vol.21 no.41 México jun. 2013

 

Artículos

 

Geografía política del exilio chileno: los diferentes rostros de la solidaridad*

 

Political geography of the Chilean exile: the different faces of solidarity

 

Claudia Rojas Mira** y Alessandro Santoni***

 

** Candidata a doctora en Estudios Americanos, con especialidad en Historia de la Universidad de Santiago de Chile (USACH).

*** Profesor de la Universidad de Santiago de Chile (USACH).

 

Recibido el 6 de abril de 2011
Aceptado el 10 de octubre de 2012

 

Resumen

El contacto con otras realidades ha sido considerado un factor importante en la formación de la clase dirigente de la actual Concertación; sin embargo, no se ha reflexionado lo suficiente en torno a la otra cara del fenómeno: el significado de la causa de la "solidaridad con el pueblo chileno" para el mundo político de los países de acogida, lo que varía en diferentes áreas y contextos. En este texto abordamos los diferentes escenarios geográficos, políticos y culturales en que el exilio chileno se instaló y actuó como un relevante actor político a lo largo de casi veinte años.

Palabras clave: exilio, Chile, izquierda Chilena, solidaridad, socialismo, comunismo.

 

Abstract

Contact with other realities different from the Chilean one, has been considered an important factor in the creation of the leading class of the Concertación parties. Nevertheless, there has not been enough reflection on the other face of the phenomenon: the meaning of "solidarity with the Chilean people" in the political world of shelter countries, which varies across geopolitical areas and contexts. In this paper we reflect upon the different cultural, political, and geographical settings in which Chilean exile operated as prominent political actor for about twenty years.

Key words: exile, Chile, Chilean Left, solidarity, socialism, communism.

 

Introducción

El exilio, y en particular el exilio político —un destino que ha afectado a millones de personas en todos los continentes, marcando profundamente, a lo largo de toda su duración, la historia del siglo pasado—, fue un fenómeno íntimamente representativo de una época de grandes cambios y traumas en la historia de la humanidad; un fenómeno que echaba sus raíces en los cataclismos que marcaron ese periodo y fueron el producto de los numerosos conflictos y tensiones generados por grandes enfrentamientos ideológicos, religiosos y étnicos. En este sentido, los exilios han sido una verdadera metáfora del siglo XX.

El ámbito latinoamericano conoció de cerca este trauma, y no sólo porque fue, en diferentes ocasiones, el lugar a que se acogieron aquellos que huían de las numerosas guerras y dictaduras que durante esa época sacudieron al viejo continente —éste fue el caso de los republicanos españoles refugiados en México después de la guerra civil (1936-1939)—; también porque el exilio ha constituido, en diferentes momentos, una práctica adoptada por gobiernos —más o menos autoritarios— de la región, que deseaban deshacerse en esa forma de sus enemigos políticos; aunque muchas veces el exilio fue asimismo la "elección voluntaria" de estos últimos, debido a la imperiosa necesidad de ponerse a salvo de las maquinarias de la represión estatal (Sznajder y Roniger, 2009). En este contexto, destacan los avatares de los opositores a las dictaduras militares que, a partir de los años sesenta, se hicieron con el poder en muchos países latinoamericanos. En particular, ha gozado de gran visibilidad, asumiendo un carácter paradigmático, el caso de los chilenos que conocieron el camino del exilio, a raíz del golpe militar que el 11 de septiembre de 1973 derrocó al presidente Salvador Allende (1970-1973) e instauró la dictadura encabezada por el general Augusto Pinochet (1973-1990).

A partir de esa fecha, cientos de miles de personas —las cifras siguen siendo inciertas— salieron del país por razones políticas, la gran mayoría militantes y simpatizantes de la Unidad Popular (UP) y del Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR). Según datos de Amnistía Internacional, para junio de 1974, 150 000 chilenos estaban en el exilio.1 Se calcula, además, que en los años siguientes un número aún más alto de chilenos dejaron el país en busca de trabajo, debido a las difíciles condiciones de vida que trajo consigo la política económica instrumentada por el régimen de Pinochet.2 Así pues, nos proponemos desarrollar aquí algunas reflexiones en torno a los diferentes escenarios geográficos, políticos y culturales en que estos representantes de la izquierda chilena se instalaron y actuaron en calidad de actores políticos relevantes a lo largo de casi veinte años. El contacto con otras realidades ha sido considerado un factor importante en la formación de la clase dirigente de la actual Concertación; sin embargo, no se ha reflexionado lo suficiente en torno a la otra cara del fenómeno: el significado de la causa de la "solidaridad con el pueblo chileno" para el mundo político de los países de acogida, lo que varía en diferentes áreas y contextos.

En este trabajo buscamos esbozar algunos aspectos que puedan servir para incentivar la dimensión comparativa y el diálogo entre las diferentes contribuciones que hasta ahora se han focalizado en un solo país de refugio. En este sentido, hemos tratado de individualizar algunos casos que parecen tener particular interés, y de adelantar algunas hipótesis al respecto, dejando pendiente la tarea de investigar, verificar y reformular con más profundidad cada una de ellas. Hemos elegido un conjunto de regiones y países que han tenido una especial relevancia por el contingente de emigrantes políticos que se constituyeron en exilio político activo, por su papel en la acción internacional de solidaridad y denuncia, y por el impacto que los acontecimientos chilenos, a partir de la elección de Salvador Allende en 1970, tuvieron en sus respectivas realidades.

 

El exilio desde la historia política

La diáspora chilena ha ocupado un lugar destacado en el marco de la reflexión general sobre el exilio y, al mismo tiempo, ha sido objeto de una numerosa producción testimonial. Abundan las memorias y ensayos escritos por sus protagonistas, entre ellos los máximos dirigentes de los partidos de la ex up; relatos ricos en múltiples detalles sobre las actividades, las relaciones políticas y otras dimensiones del exilio militante. También se han escrito novelas y existe un cine de la migración y del exilio, lo que constituye un valioso material a disposición de los estudiosos del fenómeno. Otros trabajos, al recopilar la fructífera actividad artística y cultural que acompañó al exilio, han centrado su atención en uno de sus rasgos más visibles y sobresalientes: la originalidad de su dimensión gráfica y visual, representada en afiches, murales, carátulas de discos y libros, muestras fotográficas y serigrafías. También ha ido creciendo, paulatinamente, el número de estudios analíticos que abordan esta problemática desde otras disciplinas, como la sociología y la psicología, que centran su atención en las vivencias de dicha experiencia.

Sin embargo, entre los estudios desde la historia y las ciencias sociales, prevalecen los que se han centrado en aspectos culturales y/o jurídicos del fenómeno, y son escasas las investigaciones que abordan su dimensión política en su más amplio sentido. Además, en cuanto a los trabajos centrados en la dimensión política, muchos han dirigido su atención hacia el caso particular de un solo país de refugio. Estos han abordado problemáticas de indudable relevancia, como la política del Estado y de los partidos y sindicatos locales hacia el exilio chileno; el papel de los comités de solidaridad; las relaciones que los chilenos construyeron, con anterioridad a 1973 y durante el exilio, con personalidades de la política, la educación y la cultura del país anfitrión; y el contacto con los militantes locales y con diferentes maneras de hacer política. También estos aportes han dado a conocer detalles acerca de las actividades y los equilibrios de poder en las organizaciones de exiliados, y acerca de los conflictos que allí se generaron.

Sin embargo, el desarrollo de estudios comparativos puede y debe ampliar nuestra mirada, permitiéndole salir de la fragmentación y de cierta rigidez a que conduce circunscribirse a un solo país de refugio, y que limitan la comprensión global del tema. A menudo estos estudios corren el riesgo de perder de vista contextos más amplios. La complejidad y extensión del fenómeno del exilio chileno requieren un giro más amplio que se materialice en el conjunto de lineamentos que habrán de seguir los historiadores, los científicos políticos y otros estudiosos del tema. El desafío es incentivar el intercambio de conocimientos y escribir, a partir de los diferentes casos locales, la historia de la red de solidaridad internacional, reconstruyendo y analizando sus dinámicas organizativas y políticas, y las diferentes fases y perspectivas de su agenda. Esto nos puede ayudar a comprender las relaciones entre lo local y lo internacional, junto a los equilibrios y las tensiones entre diferentes centros directivos (interior vs. exterior, países occidentales vs. orientales), sin olvidar la importancia del papel desempeñado por las grandes redes políticas (Internacional Socialista, Movimiento Comunista Internacional, Unión Mundial Demócrata Cristiana) y sindicales, por las iglesias y los organismos internacionales (Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados —ACNUR—, Cruz Roja, organismos no gubernamentales —ONG—) en el financiamiento para las organizaciones de la oposición al régimen militar.

Igualmente, se impone la necesidad de promover la dimensión comparativa del fenómeno, formulando preguntas y paradigmas interpretativos comunes que ayuden a una mejor definición de las mismas especificidades que caracterizan los diferentes contextos locales en que operaron los exiliados. En particular, el impacto de la causa chilena en los distintos países de acogida, su (RE)significado en la cultura y en la situación política de éstos, son temas que merecen el interés de los estudiosos; así como la influencia que el clima político y cultural del nuevo entorno ha tenido en los exiliados chilenos.3

Con este propósito, hay que destacar los modos como el fenómeno se ubica en el cuadro político internacional y en sus diferentes coyunturas. El exilio atraviesa veinte años de historia del siglo XX; ve la sucesión de hechos y etapas que modifican los grandes paradigmas del escenario mundial y vive estos procesos desde sus centros neurálgicos. La primera etapa del fenómeno, en que la causa de Chile estaba en el cenit de su visibilidad, estuvo caracterizada por la distensión entre las superpotencias, y por el desencadenamiento de significativos procesos de desalineación y fragmentación en el seno de los bloques contrapuestos. En este contexto, las lógicas políticas que animaban al movimiento solidario se distanciaron a menudo de los parámetros de la confrontación bipolar, caracterizándose por la participación de actores ideológicos normalmente separados por la guerra fría. Así, los exiliados chilenos pudieron contar con la ayuda activa de los gobiernos de los países comunistas, de muchos países capitalistas y de otros no alineados, así como de partidos socialdemócratas, laboristas, comunistas, democratacristianos y hasta nacionalistas.

En los años siguientes, el contexto político del exilio será atravesado por acontecimientos históricos de gran envergadura, como las crisis de la economía mundial y el comienzo de la llamada segunda guerra fría; la crisis, la tentativa de reforma y la caída final del socialismo real; el declive del Estado del bienestar en Europa y la imposición de la globalización y del modelo neoliberal. Además, en estos mismos años se manifiesta una transformación sustantiva de la política, con el surgimiento de nuevos actores y temas de agenda. En este mismo lapso, en los años ochenta, América Latina llega a la fase de transición a regímenes democráticos (fase que marca el fin de los exilios políticos, entre ellos el chileno), no sin pasar antes por dramáticos acontecimientos, como la revolución sandinista en Nicaragua, la crisis en El Salvador y la guerra de las Malvinas. El exilio chileno vivió todos estos cambios desde el interior de las sociedades convulsionadas por estos acontecimientos. De cara a esta panorámica, hemos decidido organizar este artículo basándonos en la segmentación propuesta por Jorge Arrate (2007), por lo demás representativa de los flujos del exilio chileno y de las recepciones de que fue objeto en distintos contextos:

No había uno sino tantos exilios como personas, pero si alguien quisiera comparar experiencias podrían distinguirse tres grandes segmentos según el país de acogida: América Latina, Europa Occidental y Europa del Este, sin considerar otras realidades particulares como Estados Unidos, Canadá y Australia. Con el tiempo surgirían de esa matriz exiliados de muy distinto tipo (Arrate, 2007: 49-50).

 

El exilio en América Latina y el paradigma antiimperialista

Para los chilenos que huían de la represión, la posibilidad de exiliarse en otros países del ámbito latinoamericano fue restringida. Muchos países de la región se encontraban o se iban a encontrar bajo dictaduras militares análogas a la pinochetista, las cuales se asociaron en la implementación de una política de represión llamada Operación Cóndor. En los países que podían acoger a los exiliados, esta realidad tuvo un peso mayor en re-significar la misma acción de solidaridad, debido a la percepción inmediata de una lucha común contra la violenta oleada represiva desencadenada por las dictaduras militares (Dutrénit, 2000: 36-104).

En este contexto regional, la solidaridad se relacionaba íntimamente con un significado que le era específico. Estamos hablando de lo que se ha percibido tradicionalmente no sólo como una causa común a los pueblos de América Latina, sino, de hecho, como un rasgo acusado y persistente de la "identidad latinoamericana" durante el siglo XX: la causa del antiimperialismo y de la lucha contra al dominio ejercido por el incómodo y poderoso vecino norteamericano sobre los asuntos internos de estos países. El gobierno de la up fue percibido como patriótico y nacional —en su tentativa de alcanzar una "segunda independencia", cortando los lazos con el capital estadounidense— incluso por gobiernos, sectores y hombres políticos tan ideológicamente lejanos como el régimen del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en México y el peronismo argentino.

Por otra parte, las tendencias ideológicas que aludían al valor de la vía chilena al socialismo como experimento guía de un "segundo modelo" de socialismo, pluralista y democrático, fueron menos visibles, ya que se circunscribieron a grupos intelectuales o a algunos sectores políticos, tales como la efímera coalición de la izquierda venezolana, constituida por la alianza del Frente Nacionalista Popular (FNP) (Gaspar, 1972: 25-27). Contrariamente, la mayoría de las izquierdas latinoamericanas, al igual que muchos de los protagonistas de la vía chilena (por ejemplo el mir y el mismo PS guiado por Carlos Altamirano), valoraban más el carácter rupturista que esta vía había propiciado. Para ellos, el experimento chileno se inscribía en el mismo camino que había abierto la revolución cubana, y que había generado diferentes fenómenos guerrilleros en toda América Latina. Por último, la apertura de las transiciones a la democracia en los años ochenta, replanteó las prioridades de la solidaridad con la oposición chilena, inscribiéndola en el marco de las exigencias de democratización y respeto a los derechos humanos que primaban incluso en los países vecinos.

En este artículo abordamos brevemente tres casos paradigmáticos —México, Argentina y Venezuela— que dan cuenta de las diferentes recepciones que el exilio chileno tuvo en el continente. Un caso de gran relieve es el de México, donde el paradigma antiimperialista y latinoamericanista se manifestó con particular fuerza. A este respecto, cumplieron un papel central el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y el presidente Luis Echeverría Álvarez, que canalizaron y re-significaron la causa de la solidaridad con Chile según sus intereses políticos.

La apertura al exilio representaba la continuidad de una política de asilo ya tradicional, de la que se habían beneficiado diferentes oleadas migratorias, entre éstas la de los republicanos españoles que llegaron a México después de la guerra civil de 1936-1939, la mayor parte durante la presidencia de Lázaro Cárdenas. Según este modelo, tal apertura representaba la autoafirmación del principio de soberanía nacional y servía al proceso de relegitimación de la identidad revolucionaria del Estado mexicano, debilitada por años de incumplimiento a las promesas de la Revolución de 1910.

Lo peculiar del exilio chileno en México fue el compromiso directo del gobierno de Echeverría, el cual promovió y fundó, en 1974, una institución ad hoc, la Casa de Chile, única en su tipo, debido al patrocinio permanente del mandatario y de su esposa, María Esther Zuno. Ésta fue una experiencia que se prolongó hasta 1993, más allá del régimen militar chileno, y que se constituyó en uno de los mayores referentes internacionales de la causa de los exiliados chilenos. Allí surgió una entidad específica, la Secretaría de Solidaridad para América Latina, que coordinó a los distintos comités de solidaridad en varios países de la región. Gracias a la situación privilegiada que facilitó el régimen mexicano, se instalaron en la Casa de Chile personalidades políticas de envergadura, como Hortensia Bussi —la viuda de Allende—, Anselmo Sule, Hugo Miranda, Pedro Vuskovic y Luis Maira, entre otros (Rojas Mira, 2006: 107-126).

Otra de las singularidades fue el trato preferencial que el régimen mexicano estableció con los militantes del Partido Radical (PR), que ocuparon los roles directivos en la Casa de Chile. El PRI y el PR tenían grandes coincidencias políticas y culturales: ambos eran laicos, anticlericales y no marxistas; además, compartían una misma sensibilidad política basada en las relaciones interpersonales de amistad y compadrazgo; relaciones que eran asimismo, de alguna manera, indicativas del bajo perfil que la dimensión ideológica —la relativa al carácter revolucionario del gobierno de Allende— asumía en este escenario, por la conveniencia del mismo gobierno mexicano: desde Los Pinos, convenía ver el gobierno de Allende bajo el prisma del antiimperialismo y del nacionalismo populista, y no del socialismo.

Otro caso de extremo interés lo representa Argentina. Este país, por razones de cercanía geográfica, fue en un comienzo destino obligado de muchos chilenos que huían de la represión desatada por los golpistas. Allí los acontecimientos del país vecino habían impactado profundamente:

Argentina está conmovida por el golpe y la noche misma del 11 de septiembre desfilan juntos en un hecho singular y en una multitudinaria manifestación, peronistas de diversas tendencias, radicales, socialistas, comunistas y movimientos de izquierda extraparlamentaria. Los dirigentes chilenos, con la colaboración de organizaciones y personalidades argentinas, arman bases de apoyo "al interior" que permiten en el futuro la supervivencia partidaria. Otros exiliados la consolidarán más tarde y, entonces, por Bariloche, Mendoza y Buenos Aires pasarán en los años siguientes militantes legales y clandestinos, dirigentes y "correos" de la resistencia (Arrate y Rojas, 2003: 259).

Elementos de una lectura nacional-populista se pueden encontrar, en cierta medida, en el caso del peronismo argentino. Es significativo el hecho de que Héctor Cámpora había celebrado su elección presidencial, en mayo de 1973, frente a una multitud en la Plaza de Mayo, junto a Salvador Allende y al presidente cubano Osvaldo Dorticos. El mismo Juan Domingo Perón había manifestado públicamente, ya desde su exilio en España, su favor hacia el proceso chileno y, una vez en Argentina, había condenado el golpe de Estado en Chile (Paredes, 2007: 328). En la Argentina de aquel periodo, sin embargo, la lectura de los acontecimientos chilenos estaba condicionada por la complejidad de la situación política local. Por una parte, habría que considerar las diferencias entre el peronismo "de derecha" (que había abrazado —como fue el caso del mismo Perón— la causa de Chile de forma bastante instrumental, pasando por encima de elementos ideológicos y poniendo el énfasis en el ethos nacionalista y antiimperialista del gobierno Allende) y el peronismo de izquierda, que se podía identificar algo más cómodamente, a nivel ideológico, con los revolucionarios chilenos. Por otra parte, el golpe chileno amenazaba, a unos y a otros, con hacerse una realidad en la misma Argentina.

La situación de los chilenos exiliados se hizo insostenible, debido a la represión sistemática que se desató contra la izquierda. Dicha represión empezó a manos de la Triple A de José López Rega, y prosiguió con el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 y la instauración del que fue el más represivo de todos los regímenes militares del cono sur. Estos acontecimientos hicieron que Argentina se volviera inviable como lugar de refugio. Durante este periodo, la situación de los chilenos que se habían quedado en Argentina, fue extremadamente crítica. La Operación Cóndor fomentó la colaboración entre los aparatos represivos de ambos países, en cuyo marco el asesinato del general Carlos Prats, en Buenos Aires, el 30 de septiembre de 1974, puede ser considerado uno de los primeros hitos (Paredes, 2004: 122-137).

Finalmente, hay que considerar los efectos de la transición democrática, luego de la derrota sufrida por el régimen militar argentino en la guerra de las Malvinas. Este proceso abrió un importante espacio a la actividad política del exilio chileno, ya que le permitió usar al país vecino como base logística de sus operaciones: no sólo como sede de reencuentro y reorganización de los partidos, congresos, reuniones importantes, sino como lugar estratégico para el intercambio entre chilenos de adentro y de afuera. A Mendoza se trasladarán las "escuelas de verano" previamente organizadas en Rotterdam por el Instituto para el Nuevo Chile. El gobierno radical de Raúl Alfonsín, más allá del tratado de amistad y colaboración firmado con el régimen de Pinochet en 1984, promovió la causa de la democratización en el país vecino, como una manera de fortalecer y legitimar el mismo proceso democrático por él guiado.

Un país central en la geografía del exilio es, también, Venezuela, donde la llegada de chilenos fue masiva. En este país, el omnipresente tema antiimperialista4 se combinó desde un comienzo, en la acción solidaria, con un especial énfasis en la necesidad de democratización. De hecho, lo que parece caracterizar a este país respecto de otros de la región, es que bajo muchos aspectos sus rasgos políticos lo acercaban a Europa, por la afiliación ideológica de los dos principales partidos venezolanos: el Comité de Organización Política Electoral Independiente (COPEI), de tendencia democratacristiana, y Acción Democrática (AD), que tenía vinculaciones con la Internacional Socialista. Con el apoyo de este último partido contaba el Comité de Solidaridad dirigido por Aniceto Rodríguez, ex secretario general del Partido Socialista. De esta manera, Venezuela parece distinguirse por canalizar la influencia de estas vertientes "europeas" en el proceso de reformulación estratégica de la oposición al régimen militar, en iniciativas como la de colonia Tovar, que, en julio de 1975, reunió a democratacristianos y a socialistas con el patrocinio de la fundación Friedrich Ebert y de la socialdemocracia alemana (Arrate y Rojas, 2003: 232).

 

El exilio en los países capitalistas de Occidente: la cuna de la renovación socialista

Tras el fracaso de la tentativa de implementar un cambio que estaba destinado a llevar a Chile hacia el socialismo, parte de la izquierda chilena se encontró en la paradójica situación de gozar de acogida y solidaridad en los que eran algunos de los países más desarrollados del mundo capitalista. Esta estadía desempeñó un papel fundamental en su reformulación político-ideológica.

Particularmente paradójica, si bien minoritaria, fue la experiencia de los exiliados en Estados Unidos (Power, 2009: 46-66; Calandra, 2006), considerado el gran enemigo ideológico y el impulsor del golpe de Estado. Aquí unos cuantos dirigentes, como los ex cancilleres Orlando Letelier y Gabriel Valdés, desarrollaron lobbying por medio de los contactos que establecieron o ya tenían en el mundo político demócrata, y se beneficiaron, a partir de 1977, de la nueva actitud adoptada por la administración de Jimmy Carter hacia los regímenes de Sudamérica, actitud caracterizada por su énfasis en el tema de los derechos humanos. Este tema —central en el discurso solidario en los países occidentales— tuvo un efecto de gran envergadura en el mundo político del exilio, llevando a valorar una dimensión antes subestimada y considerada propia de la democracia burguesa.

En países como Canadá (Del Pozo, 2006), Australia (Mártin, s.f.) y, sobre todo, en Europa occidental, la solidaridad con los exiliados gozó, de manera contundente, del compromiso activo de los partidos políticos y de los sindicatos de izquierda. Para estas organizaciones, el caso de los exiliados chilenos asumía un valor de extremo relieve político, producto de la popularidad de que había gozado la idea de una vía democrática y pacífica al socialismo, que el gobierno de Salvador Allende encarnó a los ojos de muchos. En estos países, el caso de Chile, a diferencia de otras diásporas latinoamericanas, aparecía cercano y reconocible dentro de los parámetros de la política local. Cada sector político del exilio chileno podía gozar de la solidaridad de fuerzas de la misma matriz ideológica, con las que a menudo existían relaciones previas a 1973. Además, el exilio coincidió con un proceso de crisis y reformulación identitaria de la izquierda europeo-occidental, en sus versiones socialdemócrata y "eurocomunista"; dicho proceso tuvo una incidencia considerable en el impulso de la izquierda chilena a la renovación, abriéndola a los debates internacionales sobre el futuro del socialismo.

Se pueden identificar en el mapa de Europa occidental, con relación al impacto del tema chileno en el contexto político local, dos áreas geográficas y político-ideológicas. Por una parte, tenemos el caso de los países del norte europeo, tales como Suecia, Holanda, la República Federal Alemana, el Reino Unido y Finlandia, en los que era central el papel de los partidos socialistas, socialdemócratas y laboristas, partidos que en muchos casos se encontraban en posiciones de gobierno y que se identificaron en diferente medida con el experimento de la Unidad Popular (Wilkinson, 1992: 57-74; Camacho, 2011; Montupil, 1993). Entre ellos fue paradigmático, por la continuidad y la fuerza de su compromiso con Chile, el caso de la Sveriges Socialdemokratiska Arbetareparti (SAP), la socialdemocracia sueca, y de su líder histórico, el entonces primer ministro Olof Palme (Camacho, 2011: 26-60).

La identificación entre estos partidos y la Unidad Popular correspondió a una lectura "socialdemócrata" del gobierno de Allende; sin embargo, guardó relación, al mismo tiempo, con la permanencia de la "meta final" (es decir, con la creación de una sociedad socialista) en el horizonte ideológico de algunos de estos partidos, a pesar de su consolidada práctica reformista (Sassoon, 1996). Lo cierto es que en los años siguientes, la Internacional Socialista (IS) y sus partidos miembros desempeñaron un papel importante en la reorientación ideológica del socialismo chileno, influyendo en la conformación de un componente renovado, a través del subsidio a iniciativas políticas y sindicales, cursos de formación y creación de espacios de reflexión, tales como el Instituto para el Nuevo Chile, en Rotterdam, presidido por Jorge Arrate y financiado por el socialismo holandés (Ulianova, 2009: 20-24). Este esfuerzo, liderado por la socialdemocracia alemana, se orientó a favorecer un socialismo moderado, alternativo al marxismo-leninismo y acorde con una línea de democratización pactada que abriera paso a una democracia de rasgos occidentales, con base en la experiencia consolidada de las transiciones española y portuguesa.

Por otra parte, en el caso de países como Italia, Francia y —tras la muerte de Franco en 1975— España, el impacto del experimento chileno y de su fracaso, tuvo que ver con razones que incluso iban más allá de la simpatía con la idea de construir el socialismo en la democracia.5 Existía una serie de nexos y analogías que unía a estos países entre sí y con la situación política chilena; vínculos y semejanzas que hacían que se considerara relevante el "ejemplo chileno" para asuntos de política interior en cada uno de ellos (Veiga, Da Cal y Duarte, 2001: 411-412). Entre los nexos y las analogías que acercaban a estos países a Chile, podemos destacar: la presencia de partidos comunistas fuertes e influyentes, la cual implicaba la posibilidad de que se crearan alianzas comunistas-socialistas afines a las chilenas, como efectivamente se daba en el caso francés, donde la Unión de la Gauche, alianza que unía a los socialistas de Mitterrand y a los comunistas de Marchais, con base en un programa de amplias nacionalizaciones, había identificado en la up un modelo a seguir; la presencia de un centro católico con el cual establecer un diálogo como el que buscaban los comunistas en Italia (el llamado "compromesso storico"); la presencia de un riesgo autoritario en este último país y en España, debido a los problemas abiertos por la transición. Un caso notable es el de Italia, en donde, con el activo respaldo de los principales partidos y sindicatos italianos, funcionó Chile Democrático, la oficina internacional coordinadora en el exterior de la izquierda chilena, y donde se publicó la influyente revista Chile-América. En este país, el secretario general del Partido Comunista Italiano (PCI), Enrico Berlinguer, tomó el ejemplo chileno para demostrar la necesidad de un "compromiso histórico" entre comunistas y la dc italiana, con el fin de evitar que las instituciones democráticas y la avanzada de su partido fueran aplastadas por intentos autoritarios: una propuesta que suscitó grandes repercusiones en la izquierda chilena exiliada, alentando en sus filas posiciones favorables a un acuerdo con la Democracia Cristiana (Santoni, 2008; Mulas, 2005). Por otra parte, a mediados de los años setenta, los partidos comunistas italiano, francés y español formularán el proyecto de un comunismo en democracia y con pluralismo, al que se denominó "eurocomunismo": una idea que encontró una referencia simbólica en el experimento allendista de 1970-73 y que, a su vez, constituyó otro importante referente para la reformulación ideológica del socialismo chileno, alentando en él un distanciamiento crítico respecto de los modelos del socialismo real (Walker, 1990: 181-184).

 

El exilio en los países comunistas: encuentros y desencuentros con el paraíso de la utopía

En los países del llamado socialismo real, fueron los regímenes de partido único los que organizaron la solidaridad a nivel oficial, a través de las estructuras burocráticas del Estado, del partido y de los sindicatos. Por lo que concierne a los exiliados que se beneficiaron con la hospitalidad de estos países, eran en su mayoría miembros de los partidos comunista y socialista. En particular en la URSS se situó el grupo dirigente del Partido Comunista Chileno, encabezado por sus máximos representantes: Volodia Teitelboim, Orlando Millas y, luego de su liberación, el mismo Luis Corvalán (Álvarez, 2007: 243-315; Gradskova, 2011). Desde Moscú irradió la frecuencia en onda corta de "Escucha Chile", principal voz de la resistencia exterior. Este programa, que inició sus actividades en septiembre de 1973, fue un ejemplo destacable de persistencia en el compromiso solidario con la causa chilena; perduró hasta el plebiscito que, en 1988, abrió el camino a la transición democrática. En la República Democrática Alemana se estableció, en cambio, el centro exterior del PS, con Clodomiro Almeyda, Carlos Altamirano, Ricardo Núñez, Adonis Sepúlveda, Jorge Arrate, Rolando Calderón, Hernán Del Canto, María Elena Carrera y Guaraní Pereda (Maurin, 2005: 345-374, Ulianova, 2009: 1-30).

Lo más destacable en este caso es que la experiencia del exilio acompaña los avatares del proceso de declive, crisis y desintegración final del socialismo real, viviendo desde adentro el colapso de la utopía por la cual muchos habían luchado. Este proceso incidió en las formas de la solidaridad. Se puede inferir que, en un principio, ésta había asumido en tales países cierta función legitimadora y revitalizadora del ethos revolucionario, hacia el cual las capas dirigentes reconducían las bases del orden establecido y de su poder. Bajo muchos aspectos la causa chilena ha servido para dar nueva sangre y nuevos aires a una realidad que para esa fecha estaba desgastada, combinando dos elementos fuertes del romanticismo revolucionario: el antiimperialismo y el antifascismo.

Por lo que concierne a los primeros años de la movilización, parece haber prevalecido en el discurso público una suerte de vuelta al paradigma del antifascismo, a la retórica de los frentes populares, de la Guerra Civil española de 1936-1939 y de la resistencia. Este fenómeno interesó también a los partidos de izquierda de Europa occidental —comunistas y socialistas—, posibilitando con frecuencia la organización de conferencias y actos políticos internacionales que convocaban a participantes de ambos lados de la cortina de hierro. A este respecto, lo que marcó un hito y estableció un punto de referencia para las actividades de solidaridad en los años siguientes, fue la Conferencia Internacional de Solidaridad con Chile, que tuvo lugar en diciembre de 1973, en Helsinki, con la participación conjunta de representantes de ambos bloques. El fenómeno echaba sus raíces en la actitud de rechazo a regímenes autoritarios de derecha, herencia del trauma vivido con la Segunda Guerra Mundial. Esta tendencia pareció prevalecer, por lo menos en los primeros años, sobre cualquier otro tipo de consideración o interés relacionados con las lógicas de la guerra fría.

Naturalmente, los partidos comunistas del Este, al contrario de los eurocomunistas y de la socialdemocracia, no tenían ningún interés en un "segundo modelo" de socialismo, al que juzgaban inviable, por cuanto representaba de manera implícita una amenaza al statu quo de sus respectivos regímenes. De hecho, las diferencias con los PC occidentales o eurocomunistas acerca de la posibilidad de otros tipos de socialismo, incidirán incluso en el debate chileno sobre las razones de la derrota y las estrategias de la oposición (Ulianova, 2000: 115). Al empeorar las relaciones Este-Oeste en el último tercio de la década de los setenta, paralelamente se produjo el quiebre de la ex up y, en este contexto, los países socialistas serán los referentes de las fuerzas ortodoxas (PC, PS-Almeyda) contra las renovadas, influidas por la socialdemocracia.6 A la apertura del proceso de transición a la democracia —en el que tuvo un papel fundamental el componente renovado— corresponde la crisis misma de la realidad de dichos países socialistas, que dejó huérfanas a las fuerzas chilenas más cercanas a nivel ideológico, las que habían animado una estrategia opositora basada en la combinación de todas las formas de lucha, incluso la armada.

Hay que considerar, en fin, los casos en que la realidad de los países socialistas produce rupturas y crisis ideológicas en militantes de la ex up. Éstos habían llegado a su destino con la convicción de que éste era el mundo de la utopía realizada, donde reinaba la verdadera justicia social y una versión más auténtica de la democracia. El encuentro con el autoritarismo allí imperante, con la situación de censura y limitación de las libertades individuales, provocó, en no pocos casos, una crisis de conciencia y, a menudo, un replanteamiento de sus creencias (Ampuero, 1999). Aún hay que conocer más de la dramática experiencia de los que se fueron exiliados a la Rumania de Nicolae Ceausescu, para luego buscar la manera de escapar de su tierra de asilo. Por otra parte, los que tuvieron la oportunidad de conocer otras realidades, en países occidentales del viejo continente, donde gozaron de los niveles de vida del Estado de bienestar, se encontraron frente a la desilusión generada por lo que era un desequilibrio evidente de condiciones materiales (Orellana, 2002: 101-165).

Un caso singular es el de Cuba, que merece un estudio específico. Por una parte, vale lo que ya hemos destacado, a nivel general, a propósito de la lectura latinoamericana de la solidaridad; es decir: la profunda raigambre del sentimiento antiimperialista. El ethos revolucionario del "Movimiento 26 de Julio" estaba íntimamente relacionado, en su origen nacional populista, con la visión de una cruzada antiyanqui. Por cierto, este elemento asume aún más fuerza con la integración de la isla al mundo del socialismo real, y con todo lo que eso conlleva. Podríamos decir que este exilio representa un unicum tanto con respecto a los otros países latinoamericanos como a los propios países socialistas, por la especificidad histórica de Cuba, por su papel de estrella polar del movimiento revolucionario continental a partir de los años sesenta, y por los vínculos que ya existían con el Partido Socialista y el Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR) chilenos, más que con los comunistas. Cuba —siempre crítica e incrédula frente a la viabilidad del proceso implementado por Allende— constituye el máximo referente de la tesis radical de la vía armada al socialismo. Bajo algunos aspectos, el fracaso del experimento chileno puede haber servido para relegitimar dicha vía. A ésta hacían referencia algunos de los chilenos que eligieron este país para su residencia, como la misma Beatriz Allende o Max Marambio, en su mayoría miembros del ala radical del socialismo, y del mir. En el caso de los comunistas, hay que considerar el peso que su estadía en la isla de la revolución tuvo en su siguiente giro hacia la lucha armada, pasando por la experiencia de las brigadas que lucharon en la revolución sandinista (Carrera, 2010).

 

Conclusiones

El tamaño de la movilización y de la solidaridad organizada con Chile, superó ampliamente el de otras grandes campañas de apoyo, como la efectuada contra la guerra de Vietnam, o como la que se llevó a cabo a favor de la Cuba revolucionaria. Nunca se había visto un despliegue de fuerzas análogo, extendido a tantos países de todos los continentes, a países tan numerosos como diferentes por su cultura y organización política, comprometiendo a una amplia gama de gobiernos, partidos, sindicatos, iglesias y diferentes organizaciones internacionales. Una pluralidad de experiencias que ha permitido a una parte de Chile la posibilidad y la obligación de conocer, y comprender, realidades políticas tan complejas y diversas como las de México, Mozambique, Suecia y Rumania. Así, esta parte de Chile se abrió al mundo, y el mundo se abrió para ella.

Durante los años setenta, los exiliados protagonizaron la oposición a la Junta Militar, atrayendo poderosamente la atención internacional hacia el acontecer de su país, denunciando la represión de la dictadura y la violación de los derechos humanos. En los ochenta, cuando el proceso político se desplazó al interior, se pudo contar con el importante respaldo organizativo y financiero de organizaciones laicas y religiosas, sindicatos, partidos y fundaciones extranjeras. La vuelta a Chile de muchos dirigentes, generó una serie de interrelaciones con el mundo político exterior que incidió en la nueva realidad política nacional. Esto ha permitido, a través de una suerte de reformulación político-ideológica de líderes y cuadros de la ex up, la formación de una nueva élite, caracterizada por el aprendizaje del exilio y por su inserción en las grandes corrientes políticas mundiales, dotada de una nueva cultura política y de una mirada diferente hacia los grandes problemas del mundo contemporáneo, y hacia las agendas políticas internacionales.

En este trabajo hemos rescatado la relevancia de la solidaridad con Chile en diferentes contextos regionales. Se podría decir que cada uno de esos contextos tuvo una visión propia de esta causa, visión construida a partir de su realidad y en función de las orientaciones ideológicas y de los valores que primaban en cada uno de ellos. La articulación de discursos sobre Chile en los países de acogida tuvo un papel fundamental, no sólo porque le otorgó sentido a la acción solidaria, llevándola a un nivel de compromiso inédito, desconocido en los casos de otras causas célebres, sino porque a su vez influyó directamente en la lectura que los mismos chilenos hacían de su lucha.

En los países del primer mundo, primó el énfasis en la defensa de los derechos humanos y de los valores democráticos. En Europa occidental, a esto se sumó la simpatía para una experiencia de socialismo articulada a partir de la competencia electoral, sin uso de la violencia. Se consideró inconcebible la represión de un gobierno democráticamente elegido, justamente por sus rasgos ideológicos de izquierda, y no a pesar de éstos. Bajo muchos aspectos, lo exiliados chilenos terminaron identificándose con lo que en este contexto se proyectaba sobre ellos. Por su parte, en los países del socialismo real, la solidaridad respondió a la exigencia de revitalizar el ethos revolucionario e internacionalista de regímenes autoritarios que ya estaban en franca decadencia. Por eso, se trató de reeditar los discursos de la resistencia antifascista de la Segunda Guerra Mundial, aplicándolos al caso de Chile. Este tipo de discurso animó el imaginario sobre Chile de gran parte de la izquierda mundial, a ambos lados de la cortina de hierro. Sin embargo, en otros contextos terminará desplazado por nuevos discursos sobre democracia y derechos humanos. Su legado principal se puede ubicar en los sectores de la oposición que rechazaron la transición pactada para dirigirse hacia una estrategia de enfrentamiento militar con la dictadura. En América Latina coexistieron distintas valoraciones respecto del gobierno de Allende, del golpe de Estado y de la dictadura. Entre ellas, un papel relevante lo tuvo la tradición antiimperialista, independientemente de su origen ideológico, pues no era exclusiva de la izquierda revolucionaria. Sin embargo, en última instancia, prevaleció la conciencia del mal común de las dictaduras militares y de los gobiernos autoritarios, conciencia que unía a los países de la región y los impulsaba hacia el tránsito por el camino común de democratización que tomó cuerpo en los ochenta.

El exilio hizo que la izquierda chilena viviera en forma directa los grandes cambios que interesaron al mundo en las últimas décadas del siglo XX, cerrando idealmente una época de la historia mundial (el "siglo corto" de Hobsbawm). Entre estos cambios destacaron las crisis identitarias e ideológicas que interesaron al universo de la izquierda mundial entre 1973 y 1989, periodo que coincide con el inicio y el término de la dictadura en Chile;7 la instalación de una nueva sensibilidad hacia el tema de los derechos humanos, una dimensión antes subestimada y hasta menospreciada; la consolidación del paradigma democrático-liberal en el mundo occidental, por encima de las otras opciones ideológicas que se habían enfrentado con él durante ese siglo.

 

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Notas

* Este artículo es el producto de un intercambio entre los autores en el marco de las respectivas investigaciones sobre el exilio chileno en México (Rojas Mira, Doctorado en Estudios Americanos de IDEA–USACH) y en Italia (Santoni, Fondecyt Iniciación núm. 11110038).

1 Archivo Digital Casa de Chile en México, Caja 1, Carpeta 3.

2 Las estadísticas, originadas por distintos organismos, son muchas y heterogéneas. Véase a este respecto fasic (1982). Programa Médico Psiquiátrico. Recopilación documentos de trabajo sobre exilio y retorno. 1978-1982, Santiago, Ediciones Signos de los Tiempos, serie Migraciones: 64. También las consideraciones que se encuentran en Del Pozo (2006: 195-200) y Rebolledo (2006: 29-32).

3 Destacan dos trabajos colectivos que adoptan un tipo de enfoque parecido y que están dedicados a los casos de los exilios argentino y uruguayo, de Pablo Yankelevich (2004) y Silvia Dutrénit Bielous (2006), respectivamente.

4 Entrevista a Sandra Palestro, hija del dirigente del Partido Socialista Mario Palestro, Santiago, noviembre de 2009.

5 Para el caso italiano, véase Nocera y Rolle (2010). Para el caso español, véase Gallardo (www.solidaridadconchile.com). Para el caso de Francia, se hallan muchos estudios orientados a un enfoque sociológico, antropológico o psicológico del exilio; sin embargo, existe un vacío respecto de la dimensión política. Acordémonos de que en este país funcionaba el Comité de Solidarité avec le Chili, integrado por todas las fuerzas políticas y sindicales de la izquierda. Sin embargo, entre las memorias de ex exiliados, es de extrema utilidad el libro de Carlos Orellana (2002), quien en su calidad de secretario de redacción de la revista Araucaria de Chile, pasó su exilio entre Francia y España.

6 Con relación a la influencia del entorno político de estos países en la política de Rebelión Popular de Masas adoptada por el PC chileno, hay diferentes tesis. Véase Álvarez (2007).

7 Otro aspecto, que no hemos tocado en el presente artículo, se refiere a la emergencia de nuevos temas de agenda, como medio ambiente, género, minorías étnicas, sexuales, y derechos de los niños. El exilio ha marcado una etapa fundamental en la formación de una conciencia civil, en materia de defensa de una vasta gama de derechos civiles y sexuales, y en la afirmación de un marco general de acción para su salvaguardia y promoción, que sirvió como patrón para la acción, en los años siguientes, de nuevos movimientos sociales. Por ejemplo, en el exilio, muchas mujeres que vivieron modos de vida alternativos para ellas y conocieron las luchas de los movimientos feministas en Europa y América del Norte, cumplieron un papel clave lo mismo en el desarrollo del fuerte movimiento de mujeres contra la dictadura que del feminismo criollo.

 

Información sobre los autores:

Claudia Rojas

Universidad de Santiago de Chile Calle Lo Guala N° 2700, Paradero 34 de Granizo, Comuna de Olmue, Provincia de Marga–Marga, V Región, Chile; Tel: +56 33 44 30 34; claudiafedora@gmail.com

Alessandro Santoni

Universidad de Santiago de Chile Román Díaz N°89, Providencia Santiago, Chile Tel: +56 2 718 13 63 alessandro.santoni@usach.cl

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