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Perfiles latinoamericanos

versão impressa ISSN 0188-7653

Perf. latinoam. vol.21 no.41 México Jun. 2013

 

Ensayo

 

Dilemas en las ciencias sociales*

 

Dilemmas of contemporary social sciences

 

Roger Bartra**

 

** Investigador emérito de la Universidad Nacional Autónoma de México.

 

Recibido el 10 de septiembre de 2012
Aceptado el 10 de octubre de 2012

 

Resumen

A partir de su amplia, larga y exitosa carrera académica, el autor presenta una serie de reflexiones sobre las ciencias sociales dirigidas principalmente a quienes se inician en su estudio. En particular, aborda los dilemas a que se enfrentan quienes transitan por temas o puntos de vista que los colocan al margen, en la periferia o en las fronteras lejanas. Para ello presenta a un personaje imaginario, un/una estudiante de ciencias sociales buscando un espacio para satisfacer su curiosidad y aliviar el sentimiento de que se encuentra descolocado/a en un mundo académico que no acaba de entender ni de aceptar.

Palabras clave: ciencias sociales, dilemas, mundo académico, estudiantes.

 

Abstract

Based on his ample, long and successful professional experience, the author presents a series of reflections on the social sciences aimed at those who begin their studies. It deals, in particular, with the dilemmas faced by students at the periphery, in the margins, or at the frontiers of the social sciences. For that purpose, he creates an imagined student in search of a space to satisfy his/her curiosity and to soothe the feelings of uneasiness that arise from an academic world difficult to understand and accept.

Key words: social sciences, dilemmas, academia, students.

 

Quienes deciden sumergirse en las ciencias sociales como investigadores y profesores, ineludiblemente se enfrentan a múltiples dilemas. Quiero aprovechar mi experiencia personal, la de mis colegas y la de muchos de mis alumnos, para presentar unas reflexiones que, según creo, pueden ser útiles a quienes se están iniciando en el estudio de las ciencias sociales. Quiero abordar especialmente los dilemas a que se enfrentan quienes transitan por temas o puntos de vista que los colocan al margen, en la periferia o en las fronteras lejanas, sea porque el objeto de su interés los ha llevado a terrenos escabrosos, o porque tengan fuertes inclinaciones hacia la innovación, la aventura o el riesgo. Para ello presentaré a un personaje imaginario, una estudiante de ciencias sociales que anda un poco perdida, buscando un espacio para satisfacer su curiosidad y aliviar el sentimiento de que se encuentra descolocada en un mundo académico que no acaba de entender ni de aceptar. Este personaje nos servirá de guía para unas reflexiones.

Para comenzar, nuestra guía-estudiante se enfrenta a un problema de ubicación. ¿Cuáles son las ciencias sociales y en qué nicho conviene alojarse? Es un problema que puede ser molesto, pues las diferentes disciplinas no están separadas por fronteras claras y precisas. A pesar de ello, la tradición y el poder de los feudos hace que las instituciones académicas, con mucha frecuencia, establezcan fronteras con rigidez burocrática e impongan usos y costumbres propios de la parcela que administran. Éste es un problema muy grave en los espacios académicos anglosajones, pero comienza a serlo también en América Latina. En general no hay demasiadas dudas sobre la pertenencia de la sociología y la politología al ámbito de las ciencias sociales. Pero hay dudas de si la historia o la antropología son ciencias sociales. Y el estatuto de la economía tampoco queda claro.

En la práctica de la investigación, sin embargo, con mucha frecuencia la separación de las disciplinas es un grave obstáculo para la innovación. Si nuestra guía, por el tema que estudia, se decide a vivir, por decirlo así, en el filo de la navaja, se enfrentará a toda clase de obstáculos. Ubicarse en las fronteras que separan a las diversas ciencias sociales, puede ser algo incómodo, aun cuando sea evidente que es necesario hacer uso de diferentes tradiciones científicas. Pero si alguien mezcla, digamos, la sociología con la historia, o con la psicología o la antropología, puede ser visto con suspicacias, la cuales se hace más fuertes si la mezcla incluye la biología o la psiquiatría. Los experimentos, las mezclas y el hibridismo no suelen obtener fácilmente apoyo ni espacio académico. Posiblemente, el ejemplo más inquietante ha sido la biosociología, pues además ha implicado una interpretación de la sociedad que ha irritado a muchos.

Ante este problema se ha querido abrir espacios académicos para los que se suelen llamar estudios pluridisciplinarios, multidisciplinarios, interdisciplinarios o transdisciplinarios. Por lo regular, estos espacios han fracasado, a menos que se logre vincularlos a temas de investigación bien definidos. Lo que se necesita es más bien convertir las disciplinas en espacios más porosos y tolerantes. Hay que recordar que en la delimitación de las disciplinas, importa mucho más la tradición que la conceptualización; la acumulación histórica de experiencias, prácticas y métodos, define mejor un espacio académico que cualquier receta teórica cuya validez durará un tiempo limitado.

La estudiante que nos guía se encuentra incómoda en el marco rígido de las disciplinas, pero además no le acaban de gustar las modas teóricas ni las tendencias hegemónicas. Y aquí tropieza con más problemas, pues se encuentra con que en los centros de enseñanza se hallan enquistados grupos que adoran alguna moda, ideología o corriente. Como nuestra estudiante es un poco excéntrica, tendrá dificultades para convertirse en fan de las corrientes o los gurús de moda. Desde luego, reconoce que en las corrientes de moda hay muy buenos investigadores y buenas ideas, aunque no es lo que predomina. Un problema al que se enfrenta es que se separa a los estudiantes de los clásicos, o bien los llevan a rendir culto a uno solo de ellos, excluyendo a los demás. Las tendencias hegemónicas con frecuencia han provocado estragos. Podemos recordar el darwinismo social, el funcionalismo, el marxismo, el estructuralismo, el weberismo, el empirismo cuantitativo, el conductismo, la etnometodología, la microsociología o el constructivismo, y desde luego las corrientes influidas por la hermenéutica, el existencialismo, la teoría crítica o la teoría de los sistemas.

Nuestra estudiante se pierde en la feria de las modas y se encuentra siempre tentada de acogerse a alguna de ellas, pues además de seguridad teórica, pueden proporcionarle estabilidad académica. Si los estudiantes se sumergen en un abanico amplio de clásicos, corren el riesgo de ser vistos como excéntricos perdidos en ideas antiguas y marchitas, y no como modernos que usan con facilidad los lenguajes vistosos y ostentosos de los científicos sociales que reciben incienso en las universidades prestigiosas del primer mundo. Nuestra estudiante se pregunta: ¿Cómo se distingue, entre los autores actuales, a quienes dentro de un siglo serán considerados clásicos? A veces nos cae en las manos un libro que alguna vez fue inmensamente alabado y que hoy nadie lee ni entiende. No hay que ponerse pesimistas, pues a veces sucede lo contrario: se rescata a un autor de las tinieblas del olvido al comprobarse que sus ideas tienen hoy acaso más sentido que cuando fueron escritas.

A la estudiante que vamos siguiendo, y a quien ya tildan de descolocada y excéntrica, comienza a inquietarle otro asunto: ¿cómo escoger los temas de su interés y que serán el objeto de sus disertaciones, trabajos y estudios? Su entorno académico suele exaltar algunos objetos de estudio como "importantes" y otros como "banales". La jerarquía de intereses cambia en cada época y en cada país, de manera que lo que en un tiempo era considerado como fundamental y pertinente, hoy no interesa casi a nadie.

A veces es difícil entender por qué les interesó el suicidio, la astrología, los pasajes comerciales o el amor pasional, a Émile Durkheim, a Theodor Adorno, a Walter Benjamin y a Niklas Luhmann. ¿Fueron temas importantes en su momento, o su estudio significó un riesgo para sus autores?

Los llamados "grandes problemas nacionales" suelen estar colocados en la cúspide de la pirámide jerárquica de intereses. Toda investigación ligada a estos grandes problemas suele obtener apoyo y financiamiento, y sus resultados son exaltados por su utilidad y pertinencia. Es inquietante que, con el paso del tiempo, sobrevivan pocos de estos estudios. Pero mientras se sabe qué sobrevive y qué fenece, es riesgoso alejarse demasiado de los temas considerados importantes. En los países poco o mal desarrollados, suele considerarse un desperdicio de energía dedicarse a temas que no sean nacionales. Desde luego, el científico social es una criatura de su época y de su lugar de trabajo, e ineludiblemente las ideas predominantes lo van a influir con fuerza. Siempre habrá un vaivén o un estira y afloja entre las convenciones hegemónicas y las intuiciones o aspiraciones personales de los profesores e investigadores.

A veces este problema se expresa en la oposición entre ciencia pura y ciencia aplicada. Aquí también hay un problema de modas. Por ejemplo, el posmodernismo ha influido enormemente en la expansión de estudios teóricos con poco o ningún asidero en la realidad social. Estos estudios con frecuencia toman ideas y métodos de las ciencias exactas, físicas o naturales, en ocasiones como metáforas pero muchas veces como extrapolaciones mecánicas que suelen ser estériles. Pocas veces el uso de la teoría cuántica, o de la teoría de sistemas, tiene un buen resultado, aunque es bien recibido en muchos medios por estar de moda. Claro que siempre hay el riesgo de hacer el ridículo, como sucedió en 1996, cuando en la revista Social Text, un físico travieso y bromista, Alan Sokal, coló un artículo lleno de citas absurdas sobre física y matemáticas hechas por célebres intelectuales muy influyentes en las ciencias sociales. Agregó afirmaciones que cualquier estudiante de física reconocería como errores. El texto pasó por un estricto proceso de arbitraje, nadie se dio cuenta de que era un engaño y fue publicado. Poco después su autor, Sokal, explicó públicamente que lo había hecho con la intención de probar que en las ciencias sociales de orientación constructivista y posmoderna, cualquier afirmación desatinada con aire científico podía ser aceptada, y que era algo que comúnmente habían hecho intelectuales como Jacques Lacan, Bruno Latour o Julia Kristeva. El escándalo fue mayúsculo.

En ocasiones los enfoques de moda son aplicados en la realización de estudios muy especializados. Nuestra estudiante está buscando un tema para su tesis y se fija en algunos de los asuntos escogidos por sus compañeros; uno de éstos recibió mención honorífica por una tesis titulada Un análisis biosemiótico y sistémico del discurso de Pablo Martínez Trasalcova al recibir el premio nacional de ciencias sociales en 1984. Otro amigo obtuvo su doctorado con un trabajo titulado Los algoritmos lacanianos y el teorema de Gödel como modelo para explicar las elecciones de rector en la Universidad Tecnológica de Cancún. La especialización es una virtud y también una amenaza. Los profesores que no ejercen una hiperespecialización en sus métodos y en sus objetos de estudio, muchas veces son despreciados como diletantes que cultivan campos de conocimiento sin ser especialistas profesionales, sólo para deleitarse, como indica la palabra italiana original. Nuestra estudiante, que tiene fuertes inclinaciones diletantes, se inquieta ante la perspectiva de hacer un trabajo de investigación que le ocasione sufrimiento y congoja, como si fuese responsable de un pecado original cometido por los fundadores de la ciencia social. Hay a su alrededor demasiados científicos desdichados que no gozan su trabajo cotidiano y viven bajo el miedo a las revistas especializadas con arbitraje estricto y anónimo, a las que ven como potenciales verdugos de sus aspiraciones académicas.

Por supuesto, esto es una exageración; en las esferas académicas hay también muchas personas que se deleitan con su trabajo, y que en lugar de ver la superespecialización como una amenaza, la consideran incluso una liberación. De hecho, logran a su manera ser diletantes, pues son como miniaturistas capaces de gozar los micromundos poco visibles que los ocupan.

Otra dimensión de los problemas que sufre nuestra estudiante, es que con frecuencia se topa con textos que le recuerdan a la criatura del doctor Frankenstein, en la famosa novela de Mary Shelley. El doctor Frankenstein era un gran científico y por ello fue capaz de crear un ser humano vivo a partir de materia muerta. Pero el gran logro científico se topó con un problema estético: el resultado de la tecnología científica resultó tan feo que ocasionó consecuencias morales catastróficas. La moraleja de ese mito decimonónico era clara: la ciencia, desprovista de capacidades estéticas, creaba monstruos.

El problema de muchos textos escritos por científicos sociales, es que usan una prosa oscura y críptica, debida al uso de un vocabulario especializado o tomado de las ciencias naturales. Los lenguajes complicados y confusos a menudo tienen por objetivo ocultar la vacuidad de los trabajos. A ello se agrega muchas veces una redacción fea y descuidada que empeora las cosas.

En las ciencias sociales del siglo XX se desarrolló una actitud despectiva contra aquellos científicos sociales que tratan de eludir el síndrome de Frankenstein y se acercan a la literatura. La expresión literaria de los resultados del trabajo de investigación, se considera a veces como anticientífica, fantasiosa y poco seria. Hace cincuenta años, Gino Germani, en el prólogo a la edición en español de La imaginación sociológica, de C. Wright Mills (un libro de 1969 que sigue siendo interesante), decía que en América Latina "el ensayismo, el culto de la palabra, la falta de rigor son los rasgos comunes en la producción sociológica". Acaso tenía algo de razón, pero la eliminación del "ensayismo" tuvo consecuencias desastrosas: las ciencias sociales fueron presas de las graves deformaciones que criticaba Wright Mills: la vaciedad o banalidad de las grandes teorías, el empirismo abstracto con su manía cuantificadora, y el ethos burocrático con su culto a las metodologías de rango medio o de corto alcance.

El sociólogo, el politólogo y el antropólogo se enfrentan a un dilema: ¿es un científico o un moralista? ¿Puede ser las dos cosas? Usamos aquí la palabra moralista para representar el concepto decimonónico francés, que se refiere a los estudiosos y también a los críticos de la naturaleza, la condición y las costumbres humanas. A nuestra inquieta estudiante le parece que es posible practicar el ensayismo sin por ello abandonar el terreno de la ciencia. Cree que es posible utilizar un lenguaje sencillo y evadir una jerga que con frecuencia es incomprensible para los mismos especialistas. Aspira a hacer ciencia y al mismo tiempo literatura. Piensa que es posible y deseable hacer una crítica moral, una anatomía de las costumbres, que tenga sentido fuera del espacio académico.

El científico social, como moralista, inevitablemente se topa con la política. La crítica de las costumbres colinda con la crítica política, y aquí es evidente la necesidad de aceptar una dimensión ética que sustente y legitime dicha crítica. La estricta separación entre conocimiento empírico y juicio de valor, que preconizó Max Weber, es de muy difícil implementación. Aunque es deseable que el científico revele su posición personal y aclare, como reclamó Weber, "cuándo deja de hablar el investigador y comienza el hombre que expresa sus deseos, cuándo los argumentos se dirigen al entendimiento y cuándo al sentimiento".1 Esta diferenciación puede ser bienvenida, piensa nuestra estudiante, pero sin duda es muy difícil evitar la mezcla de los deseos con el entendimiento. La frontera entre ambos es porosa y permite que se mezclen los valores con los conocimientos empíricos.

Es evidente que estas tensiones están inscritas en la vieja oposición entre las ciencias y las humanidades. Las ciencias sociales han tratado de colocarse en una incómoda posición intermedia. Pero se han topado con varios problemas. Uno de ellos es la confrontación con la capacidad de definir el estado de un objeto de estudio y de pronosticar el curso de un proceso de cambio, algo característico de las ciencias naturales. Al parecer, muchos científicos sociales han renunciado al ejercicio de esta capacidad, por considerarla imposible; en cambio, el acercamiento al polo científico ha consistido principalmente en el uso de técnicas cuantitativas, tipologías, pruebas, mediciones y encuestas; o bien en una inmersión profunda en un espacio teórico e incluso metateórico, donde la dimensión supuestamente científica se asimila a una especie de matemática abstracta de la sociedad o a una física de los sistemas sociales.

Sin embargo, no todos han renunciado a la posibilidad de comprender el estado de la sociedad que estudian (o de un fragmento de ella), con miras a entender sus mecanismos, su dinámica, su estructura y las tendencias que alberga. De ahí a intentar tener una idea del futuro próximo de ese estado social, sólo hay un paso: ciertamente un paso peligroso, pues las posibilidades de error son altas. En este punto, la estudiante que nos ha servido como guía nos formula varias preguntas: "¿De qué sirvió el ejército de científicos sociales que durante muchos años, en Estados Unidos y en Europa, se dedicó a escudriñar y estudiar a los países socialistas, si no fueron capaces de prever la transición que se inició en 1989? ¿Por qué los muchos estudiosos del mundo árabe y del Cercano Oriente fueron incapaces de pronosticar las transiciones a la democracia que están viviendo? ¿Acaso alguien previó que casi todos los países de América Latina transitarían a la democracia en el último cuarto del siglo pasado?"

Son preguntas incómodas a las que es difícil contestar. Sin duda, parte del problema radica en una renuncia a definir, explicar y prever procesos sociales. Por ello con mucha frecuencia los científicos sociales han sido sustituidos en esa tarea por filósofos, novelistas o incluso periodistas. Se han lanzado a enfrentar este reto algunos temerarios (por espíritu innovador unos, otros por sus inclinaciones dogmáticas), con resultados a veces notables, pero también, con frecuencia, se ha llegado a fracasos estruendosos. Los estudios que vieron un proceso de desaparición de la clase obrera (o de una gran disminución de su peso social) fueron interesantes. Por otro lado, fueron erradas las predicciones de quienes anunciaban el inminente colapso final del capitalismo.

En América Latina nos toca contestar muchas preguntas. Algunas de ellas, nos sugiere nuestra querida guía, son las siguientes: ¿Seguimos viviendo en el Tercer Mundo? ¿Estamos viviendo un fin de época? Es evidente que el mundo en que vivimos está cambiando rápidamente, y es posible que ya estemos sumergidos en una nueva época que no sabemos todavía identificar ni nombrar. Es importante que las ciencias sociales intenten definir esta nueva situación.

El surgimiento de nuevas formas de populismo en América Latina, es una respuesta a las grandes tensiones que provoca la intensificación de los procesos globalizadores, y es igualmente una reacción a la profunda crisis en que se ha sumergido el socialismo desde 1989. Algunos analistas perciben que el viejo mundo se viene abajo, y creen encontrar en los movimientos impulsados por grupos étnicos, minorías raciales o sexuales y ecologistas, las señales de nuevas alternativas que podrían generar identidades y subjetividades que sustituyan los cánones destrozados del indigenismo y el mestizaje, del campesinismo y el obrerismo. Se habla de un activismo intelectual subalterno que podría tejer una estructura sentimental —para usar el concepto de Raymond Williams— capaz de sostener un crecimiento de ideas, mitos, emociones y afectos basado en la recuperación de antiguas tradiciones encarnadas profundamente en las sociedades latinoamericanas, en las subjetividades que emanan del sufrimiento del pueblo y en el carisma de los líderes populistas. Las nuevas subjetividades supuestamente debilitarían la racionalidad moderna, que busca rupturas vanguardistas, y se negarían a superar las tradiciones: más bien, en un impulso auténticamente conservador, intentarían establecer nuevos vínculos con ellas, bajo el supuesto de que los grupos subalternos son depositarios de tradiciones reciclables en un proceso de emancipación. Hay quienes ven en todo esto una insurgencia política y epistémica de movimientos indígenas que luchan contra la cultura occidental. A mí me parecen más bien los síntomas de que una época ha terminado y que estamos ante una nueva situación que todavía no hemos podido definir.

La estudiante que nos plantea sus dilemas, nos interrumpe aquí para decirnos que hemos vivido desde hace muchas décadas sumergidos en una conciencia nacionalista desdichada que ha alimentado nuestras obsesiones sobre un Tercer Mundo dependiente, atrasado, subdesarrollado, subalterno y poscolonial. La gente de su generación no cree ya mucho en esos mitos.

Ciertamente, podemos contestarle, han surgido decenas de teorías para explicar esta condición trágica. Muchas de tales teorías llegaron a la conclusión de que solamente era posible escapar de la subordinación colonial o poscolonial mediante un cambio revolucionario que condujese a la liberación nacional. La experiencia política y cultural del necesario proceso revolucionario, se fue decantando y ramificando debido a los grandes cambios que se han producido en todo el mundo; cambios encarnados en las figuras de Mahatma Gandhi y Mao Tse-tung, de Jomo Kenyata y Patrice Lumumba, de Gamal Abdel Nasser y Ahmed Ben Bela, de Ho Chi Minh y Fidel Castro. Otras figuras, como Pol Pot, Idi Amin Dada, Kim Il Sung y Muammar al-Qaddafi, mostraron facetas mucho menos atractivas. Desde luego, todo este inmenso proceso de liberación y revolución es muy complejo y contradictorio; es un conjunto donde la lucha por la igualdad coexiste con la represión más cruel; los valores más sofisticados y avanzados, con las ideas más perversas, conservadoras y rudimentarias. Pero a pesar de su gran heterogeneidad, este inmenso espacio político ha dejado en las tradiciones culturales de hoy una pesada y densa carga emocional que influye intensamente en las actitudes e inclinaciones de la cultura política latinoamericana. Podemos observar su influencia en la novela, en la música, en la poesía, en la teología, en el cine, en las ciencias sociales y en los hábitos políticos. Unos cuantos nombres permiten señalar la constelación cultural a que me refiero: de García Márquez a Mario Benedetti, de Atahualpa Yupanqui a Mercedes Sosa, de Camilo Torres a Ernesto Cardenal, de Glauber Rocha a Tomás Gutiérrez Alea, de Getulio Vargas a Lázaro Cárdenas.

Estos nombres, a la estudiante que nos lleva de la mano, le parecen de una época lejana; apenas sabe quiénes son algunos. No quiere discutir ni regatear los méritos de estas personas, que seguramente son considerables, pero no forman parte de su mundo. Ciertamente, parece que este enjambre cultural, lleno de matices y paradojas, ha comenzado lentamente a disolverse. Las transiciones a la democracia en América Latina y la desaparición del bloque socialista, iniciaron un proceso de cambio imparable que erosionó sin remedio los mitos nacionalistas tercermundistas. La caída del muro de Berlín y la expansión de la democracia, marcaron el inicio de una nueva época en la que esos mitos han perdido eficacia y se han reducido a focos emocionales con andamiajes ideológicos anticuados, precarios o inexistentes. Se mantienen gracias al soporte de algunos gobiernos que intentan mantener vivo el fuego mítico revolucionario en Cuba, Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Venezuela. Aquí la estudiante, que es muy joven y tiene frescas en la memoria las lecturas de libros de aventuras, nos señala que esos mitos parecen conservarse también en algunas islas flotantes académicas que sobrevuelan los territorios latinoamericanos, como lo hicieron los liliputienses que encontró el capitán Gulliver en su viaje imaginario a Balnibarbi. Pues sí, hay que reconocerlo, y se sostienen también, evidentemente, en las diversas corrientes políticas que impulsan a los movimientos y grupos populistas.

La situación misma de los países que son una base política de los mitos de la subalternidad poscolonial, ha contribuido a erosionarlos. La pobreza económica y política en que viven los cubanos, la corrupción que atenaza a los nicaragüenses, la crisis que paraliza a Venezuela, las tensiones que desfiguran a Bolivia, y el panorama nebuloso de Ecuador, son hechos que no infunden esperanzas en una alternativa populista. Por el contrario, los demonios del atraso parecen haber sido convocados en estos países. Por otro lado, se puede decir que están muy lejos de ser un paraíso las regiones que se mantienen en la esfera capitalista y en las que no se buscan salidas anticapitalistas. Esto es cierto y evidente. Estas regiones, ya sean gobernadas por partidos socialdemócratas o por partidos de derecha, continúan practicando diversas formas de gestión del capitalismo, con todos los defectos y problemas que ello implica. Pero en ellas se está formando un tipo de sociedad en la que domina cada vez más claramente una clase media en expansión, cercana a las élites empresariales. En países como Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, México y Uruguay, está surgiendo una sociedad cuyo perfil comienza a parecerse al de las sociedades desarrolladas. Es posible que no tardemos mucho en ver que algunos países latinoamericanos vivan en condiciones similares a las de los países menos desarrollados de Europa occidental, como Grecia o Portugal.

El Tercer Mundo, como cultura política, se está extinguiendo y ya no queda de él más que un conjunto de ruinas ideológicas. Desde luego, la miseria sigue acosando a la gente que vive en estas porciones del mundo, y la corrupción o la violencia tardarán mucho en desaparecer. Pero ya no pueden ser englobadas en un solo paquete político. La desaparición casi total del Segundo Mundo —el socialismo— ya auguraba, hace dos decenios, que la configuración política del globo cambiaría profundamente. Ese Segundo Mundo se ha esfumado, pero no han desaparecido los mecanismos autoritarios, represivos y corrompidos que los caracterizaron. En el postsocialismo ruso, o en el socialismo de mercado chino, podemos reconocer todavía las lacras del antiguo régimen. Lo mismo ha ocurrido en el Tercer Mundo, aunque el proceso ha sido mucho más lento. Sin embargo, ya han aparecido las primeras señales espectaculares de que se ha producido un cambio enormemente significativo. Las rebeliones en los países musulmanes del norte de África y del Cercano Oriente, son signos de que esas regiones ya no viven tan sometidas a la lógica tercermundista y nacionalista. De hecho, las rebeliones combaten frontalmente las dictaduras que emanaron del proceso de descolonización. Contra lo previsto por las grandes potencias que prohijaron los más atrasados y autoritarios sistemas políticos, ha madurado una sociedad moderna que, lejos ya de la sumisión al fanatismo religioso, busca con fuerza una alternativa democrática. Esta nueva sociedad busca más una salida como la de Turquía que una opción como la de Irán. Es muy sintomático el comienzo del proceso. No se inició con la detonación de una bomba oculta en la ropa de un suicida fanático, pero el detonante sí fue un suicidio, el de un joven vendedor de frutas en Túnez que, después de ser humillado, se prendió fuego para protestar. Y su protesta ocasionó la caída de las dictaduras en su país y en el vecino Egipto, e impulsó movimientos de rebelión en Libia y en otros países árabes. En cierto sentido, la ola de cambio en el mundo árabe es similar a la oleada de transiciones democráticas en la América Latina de los años ochenta del siglo pasado. La democracia en América Latina llegó por la derecha. En la plaza Tahrir de El Cairo, nadie quemó banderas de Estados Unidos o de las potencias europeas. Los jóvenes que protestaban se comunicaron gracias a redes sociales cibernéticas, mediante sus teléfonos celulares o por internet. Una gran parte de la clase media y de los sectores populares, se movilizó en una lucha por la modernización y para defender su dignidad ante gobiernos represivos y antidemocráticos. Los cambios en el mundo árabe se han iniciado gracias a las convulsiones de una sociedad que quiere ser moderna, y no por las sacudidas de movimientos populistas globalifóbicos o de fundamentalistas fanáticos, aunque estos últimos están tratando de aprovecharse de la confusión.

Aquí terminaré mis reflexiones, antes de que la estudiante que he usado como guía se impaciente. Algunos de los que hayan leído la trilogía de novelas policiacas Milennium, de Stieg Larsson, pensarán que he puesto como modelo de alumna a una especie de Lisbeth Salander de la sociología. Desde luego, no pretendo que los estudiantes de ciencias sociales sean todos como Lisbeth, rijosos, rebeldes y ligeramente autistas, aunque sí ingeniosos y creativos. Si la mayoría de los estudiantes siguiesen este modelo, la academia estaría en serias dificultades, obviamente. Lo que he pretendido, además de aprovechar el camino para expresar algunas ideas personales, es señalar que instituciones académicas como la Flacso se han convertido en espacios abiertos donde la tolerancia y la flexibilidad estimulan la pluralidad intelectual, en beneficio de todos. ¡Bienvenidos!

 

Nota

* Conferencia inaugural del ciclo escolar 2012–2013 de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, sede académica de México.

1 La "objetividad" del conocimiento en la ciencia social y en la política social, 2009, Madrid, Alianza Editorial, pp. 84ss.

 

Información sobre el autor:

Roger Bartra

Universidad Nacional Autónoma de México Zona administrativa exterior, edificio D, 4° piso Ciudad Universitaria, México, D.F., C.P. 04510 Tel: + 55 56 22 66 05

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