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Perfiles latinoamericanos

Print version ISSN 0188-7653

Perf. latinoam. vol.20 n.40 México Jul./Dec. 2012

 

Artículos

 

Identidad cultural y ciudadanía en los sectores pobres de Santiago de Chile*

 

Cultural Identity and Citizenship in Poverty–Stricken Areas in Santiago, Chile

 

Cristian Cabalin**

 

** Maestro en Antropología y Desarrollo por la Universidad de Chile. Profesor asistente del Instituto de la Comunicación e Imagen de la Universidad de Chile.

 

Recibido el 18 de julio de 2011
Aceptado el 28 de febrero de 2012

 

Resumen

La población La Victoria localizada al sur de Santiago, es en uno de los hitos fundantes del movimiento de los pobladores en Chile y en América Latina. Este artículo examina, desde una perspectiva cualitativa, el proceso de construcción de su identidad y el ejercicio de la ciudadanía. Los resultados sugieren que la identidad de los habitantes de la población La Victoria está mediada por su historia y por el espacio (territorio) que ocupan en la ciudad.

Palabras clave: pobreza urbana, identidad, ciudadanía, democracia, antropología urbana, La Victoria.

 

Abstract

Based on a qualitative study in La Victoria, a shantytown in Santiago de Chile with a long history of urban mobilization that goes back to the 50's, this paper examines how cultural identities shape political representation and contribute to social exclusion. The results suggest that the origins of the shantytown left an important imprint on its residents delineating their cultural identity in ways that limit their political and social integration.

Keywords: urban poor, identity, citizenship, democracy, urban anthropology, La Victoria.

 

 

Introducción

Los habitantes de los sectores pobres fueron determinantes en la recuperación de la democracia en 1990 (De la Maza, 2005), pero han estado marginados del proceso político y del crecimiento económico de Chile. Los casos más representativos de esta situación se pueden observar en las poblaciones denominadas "emblemáticas" de Santiago, aquellas que tienen sus orígenes en tomas de terrenos. En ellas, se desarrolló la resistencia a la dictadura de Augusto Pinochet y se generaron grandes movimientos populares. Sus habitantes han visto cómo, en más de dos décadas, sus aspiraciones han sido relegadas, por lo que viven en un esquema de desconfianza hacia el Estado y el sistema político.

Justamente, en este artículo se presentan los principales hallazgos de una investigación que describe cómo viven hoy los pobladores su relación con el Estado, el mercado y la sociedad. El estudio "La identidad y la ciudadanía en los sectores pobres de Santiago. El caso de la población La Victoria" se propuso como objetivo general analizar las nociones de identidad, comunidad y ciudadanía de los habitantes de la población La Victoria, al sur de Santiago.

La Victoria fue una de primeras toma de terrenos de América Latina y desde su origen tuvo una clara caracterización política. Es la población de las reivindicaciones sociales de la segunda mitad del siglo xx, del apoyo al gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende (1970-1973), de la lucha contra la dictadura de Pinochet (1973-1990) y la que ha experimentado los cambios introducidos por los gobiernos democráticos desde 1990 de manera, probablemente, más brutal. Es, en suma, un espacio determinante para entender los procesos sociales, económicos, políticos y culturales que impactan en los sectores pobres de Chile.

 

La Victoria de los pobres

La población La Victoria fue fundada en la madrugada del 30 de octubre de 1957. Unas 500 familias se instalaron en la ex Chacra La Feria (Garcés et al., 2004). La toma de terrenos se produjo luego de reiteradas demandas de los pobladores del "Zanjón de la Aguada" —una zona marginal a un costado de un riachuelo maloliente—, que ya no toleraban las condiciones inhumanas que debían afrontar: carencia de servicios básicos, hacinamiento, precariedad, infecciones e insalubridad. Esta toma se convirtió en uno de los hitos fundantes del movimiento de los pobladores en Chile y en América Latina (Garcés, 2002), pues marcó una nueva forma de organización y consolidó la presencia de los pobres de la ciudad en la lucha por sus derechos (Grupo de trabajo de La Victoria, 2007). Los pobladores ya no eran agentes pasivos, sino actores sociales identificables.

El avance de los pobladores en la historia de Chile los fue situando territorialmente en los sectores marginales de la ciudad (Salazar y Pinto, 1999), fuera de la visión del Estado, como agentes desestabilizadores, altamente 6 politizados, imbuidos en las ideologías de izquierda, con alta identificación de clase. Fueron vistos como un riesgo para el Estado y la institucionalidad. Por eso, la represión de la dictadura de Pinochet fue brutal en poblaciones como La Victoria, donde los allanamientos, la persecución y la muerte de los líderes barriales fue la tónica.

Con el retorno de la democracia, se implementaron una serie de políticas públicas con el fin de intervenir el tejido social destruido por la dictadura (Espinoza, 2004). La mayoría de estas políticas para aumentar la participación ciudadana se ha caracterizado por el despliegue de fondos concursables que benefician proyectos acotados. Sin embargo, en La Victoria la intervención más conocida ha sido la policial desde marzo de 2002, que tiene como objetivo contrarrestar el creciente poder del narcotráfico dentro de la población. Los mayores problemas delincuenciales afectan a los propios vecinos, quienes son testigos de los decomisos de cocaína, pasta base, marihuana y armas. De todos modos, es importante aclarar que los altos niveles de delincuencia y narcotráfico en la población La Victoria se circunscriben a sectores específicos y no representan de ningún modo una conducta generalizada en la mayoría de sus habitantes.

Ellos continúan con su vida diaria y enfrentan una de las peores características de la sociedad chilena: la desigualdad. Esta situación genera malestar y frustración entre los grupos sociales más vulnerables. Variados estudios dan cuenta de la sensación de desesperanza de los pobres de la ciudad frente a la desigualdad política y económica (Rodríguez y Winchester, 2004). La desigualdad debilita la cohesión social y entorpece los procesos democratizadores, pues excluye a una importante parte de la sociedad.

 

Referencias teóricas y metodología

En este artículo se abordan tres importantes temas en el contexto latinoamericano (Touraine, 1989): la identidad cultural (de los habitantes de La Victoria), la representación política de los pobladores (su ciudadanía) y la segregación social de los pobladores (inclusión/exclusión)Para situar estos conceptos es preciso destacar que la identidad, la comunidad y el ejercicio de la ciudadanía son expresiones de relaciones de poder y negociación. Es decir, los sujetos compiten en espacios de subjetividad, pero éstos tienen expresiones materiales evidentes en su vida cotidiana y en su clase social (Márquez, 2001).

La identidad puede ser analizada desde dos escuelas: esencialista y antiesencialista. De acuerdo con Hall (1996), se trata también de una distinción histórica y estratégica. La primera asume que la identidad es algo intrínseco o auténtico de los sujetos y los colectivos (Grossberg, 1996). Sin embargo, en este artículo se asume la visión antiesencialista, que comprende las identidades en un constante proceso, siempre en relación con su diferencia (Grossberg, 1996). Entonces, la identidad es un proceso de reconocimiento y negación permanente, cuya definición pasa por una experiencia que construye el propio individuo diferenciándose de un otro.

Es aquí donde la comunidad juega un papel clave en los procesos de identificación, porque es en ella donde se establecen las relaciones de diferencia y reconocimiento; donde se ponen en juego la subjetividad colectiva y la particular. Aunque todas las comunidades sean "imaginadas" (Anderson, 1993), tienen una posición concreta en los vínculos que se establecen y el poder que los sostiene. Más allá del mundo que "deseamos habitar" (Bauman, 2005), la comunidad es el lugar donde se forja la identidad, que es la expresión de las condiciones materiales, territoriales y simbólicas a las cuales los sujetos tienen acceso mediante su experiencia. Esta materialidad de la identidad también influye en la formación de la comunidad, que termina siendo compartida (al ser reconocida como propia) o rechazada (al ser reconocida como de los otros). Tal como dice Grossberg (1996), la pertenencia define el tipo de personas en relación con su experiencia y con su comunidad.

La comunidad también es importante en el ejercicio de la ciudadanía, pues esta última se construye en la interrelación con los otros. "El concepto de ciudadanía está íntimamente ligado, por un lado, a la idea de derechos individuales y, por otro, a la noción de vínculo con una comunidad particular" (Kymlicka y Norman, 1997: 5). Esta noción se acerca a la idea más tradicional de ciudadanía como la posesión de derechos (civiles, políticos y sociales), pero que luego se amplía a una dimensión más simbólica, vinculada al sentido de pertenencia y al respeto a la identidad propia de los grupos sociales. No obstante, se asume que una condición elemental de la ciudadanía se funda en el respeto de los Derechos Humanos y de las garantías fundamentales de las personas (Esteban Enguita, 2007). La ciudadanía es también la expresión de una identidad y de un sentido de pertenencia.

Estos planteamientos, desde una perspectiva epistemológica, encuentran sentido en la obra La construcción social de la realidad, de Berger y Luckmann (1998), quienes establecen que la realidad se forma en sociedad a través de tres fenómenos: la exteriorización, la objetivación y la interiorización. Con estas etapas es posible configurar los universos simbólicos, que se constituyen en soportes de la construcción de identidad de los sujetos.

Por lo anterior, se optó por técnicas cualitativas para indagar en las percepciones de los habitantes de La Victoria sobre el proceso de construcción de su identidad y el ejercicio de la ciudadanía. Se realizaron 13 entrevistas 6 semiestructuradas a diferentes habitantes de la población. Posteriormente, se desarrollaron dos grupos de discusión, uno entre pobladores y otro entre pobladoras. Con estas dos técnicas se intentó "capturar" primero las percepciones de los pobladores y, luego del análisis de las entrevistas, se procedió a indagar en el discurso social presente entre los habitantes de La Victoria, para rescatar el orden social que se relaciona con la subjetividad individual.

La investigación fue descriptiva y el universo en el cual se enmarcó la estrategia metodológica correspondió a la totalidad de las personas mayores de 15 años (12 366, según el Censo 2002) que viven en la población La Victoria de la comuna de Pedro Aguirre Cerda, de las cuales 52% son mujeres y 48% son hombres. Las entrevistas se distribuyeron también respetando estas diferencias porcentuales. La selección de la muestra tuvo un carácter intencionado. Las cualidades consideradas fueron:

1. Las diferencias identitarias de género y edad podrían incidir en las percepciones de los sujetos entrevistados. En ese sentido, los grupos etarios fueron los siguientes:

De 15 a 30 años: Habitantes que nacieron en el contexto de la transición a la democracia o a fines de la dictadura y que, por lo tanto, no experimentaron — o sólo cuando eran muy pequeños — la resistencia de la población en los años setenta y ochenta.

De 31 a 55 años: habitantes que crecieron en la población en el contexto de la toma de terrenos y que experimentaron las precariedades de un comienzo, resistieron a la dictadura y han madurado en democracia.

2. Participación social: se asume que la participación social determina mayores posibilidades de vida comunitaria, impactando el ejercicio de la ciudadanía. En este sentido, se consideró la participación social como experiencias de liderazgo o adscripción a organizacionales sociales (juntas de vecinos, partidos políticos, clubes de fútbol, centros de madres, pastorales, iglesias, talleres artísticos, entre otras).

Al considerar estas cualidades, se intentó destacar los cambios en las valoraciones y percepciones de acuerdo con la experiencia de las personas respecto a los contextos históricos en que han vivido. Como la investigación indagó en las percepciones sobre la distinción democracia/dictadura, en las entrevistas tienen mayor presencia los entrevistados de entre 21 y 55 años, porque es ahí donde se puede observar con detalle las diferencias asociadas a los diversos momentos históricos y políticos de Chile. Se incluyó también a representantes del subgrupo de 15 y 20 años, como una manera de buscar indicios del modo en que la democracia —como vivencia— ha impactado sus percepciones y la dictadura —en cuanto historia transmitida— es vista en relación con la propia vida en La Victoria. Además, la gran mayoría nació en la población; por lo tanto, han experimentado todos los cambios de ésta a lo largo de su historia.

Una vez que los sujetos fueron identificados se realizaron las entrevistas, donde "se establece una relación peculiar de conocimiento que es dialógica, espontánea, concentrada y de intensidad variable" (Gaínza, 2006: 219-220). Las entrevistas fueron vaciadas en matrices, que permitieron analizar las percepciones de los habitantes de la población La Victoria de acuerdo a ciertos ejes temáticos relacionados con la historia compartida, la comunidad y la relación con el Estado.

Luego del análisis de las entrevistas, se realizaron dos grupos de discusión con el fin de profundizar los principales temas que emergieron en ellas, para indagar así en el discurso social presente entre los pobladores de La Victoria. Los grupos fueron conformados por 10 habitantes de la población, que comparten la característica de haber participado o conocer la resistencia a la dictadura de Augusto Pinochet. Este episodio resultó ser uno de los más destacados en el análisis de las entrevistas y fue señalado como una de las máximas expresiones de comunión dentro de la población.

Debido a lo anterior, para los grupos de discusión se restringió el rango etario (entre 20 y 40 años), con el fin de dar cuenta con mayor precisión de la distinción entre dictadura y democracia, y cómo ésta impacta en el discurso social en La Victoria. El grupo de discusión fue utilizado como herramienta de investigación, ya que "es una técnica esencialmente apta para el estudio de lo que hay de comunitario en la sociedad" (Canales, 2006: 277). En suma, en la estrategia metodológica se asumió que las experiencias de los sujetos entregan descripciones que permiten configurar un universo simbólico, donde ponen en juego su identidad y su vida comunitaria.

 

Principales resultados

Sin pretensiones de homogeneizar al habitante de La Victoria, del análisis de las entrevistas y grupos de discusión se desprende la alta valoración por la historia de la población y cómo sus rasgos comunes son constructores de sentido e identidad. Los pobladores de La Victoria han compartido un territorio y una historia común por más de 50 años. Como lo llama Augé 6 (1992), este espacio constituye un universo de reconocimiento.

El origen de La Victoria marcó un hito en la historia de las reivindicaciones populares en América Latina, pues demostró el poder de movilización de los pobres de la ciudad en un contexto de alta exclusión social. Este acontecimiento es el que está presente en cada uno de los entrevistados del estudio, ya sean jóvenes o viejos; hombres o mujeres, que observan en el nacimiento de la población sus características fundamentales: la participación política y su cariz combativo-resistencial. 6

Este mito fundante es el que utilizan los habitantes de La Victoria para interpretar el proceso de autoconstrucción de su población. Con esto refuerzan los lazos asociativos aún presentes, pues fueron capaces de sortear juntos las dificultades de un comienzo traumático. La toma de terrenos representó una muestra de organización y compromiso público.

Así, la relación de los pobres de la ciudad con el Estado fue contestataria y de rebelión. No existía una sociedad civil organizada que mediara entre las demandas populares y el Estado. Sin embargo, no se debe obviar la fuerte presencia del Partido Comunista en La Victoria. Muchos de los dirigentes históricos eran militantes del PC y aún son recordados como los "compañeros". La política, por lo tanto, funcionó como agente organizador e introdujo a los sectores pobres en las dinámicas de la lucha de clases de aquellos años. La pobreza, vista hasta entonces como una predeterminación de la vida, se transformó en un drama que movilizó a los pobladores a escapar de ese destino, impulsándolos hacia la intervención del espacio público.

El 30 de octubre de 1957 es todavía el momento de la expresión popular reivindicada. Sin embargo, para los pobladores actuales este recuerdo se ha transformado a la vez en una carga que deben sortear, pues para ellos el hecho de provenir de una población de las características de La Victoria representa un estigma. Es decir, la toma de terrenos significa un espacio de reconocimiento y diferenciación de los pobladores, pues en torno a ella se genera la historia compartida, se observan a sí mismos como sujetos protagonistas de sus biografías, pero a la vez es una "marca" social. La sensación de exclusión de los habitantes de La Victoria, de las distintas edades y géneros, se percibe asociada al lugar que ocupan en la ciudad.

La Victoria entró a la democracia convertida en un bastión de resistencia y lucha, pero también ha visto cómo en estos años sus estructuras organizacionales se han debilitado. Esta percepción de los habitantes de La Victoria implica, a su vez, un alto grado de idealización de un pasado traumático y vulnerable. Enfrentaron la toma de terrenos con mucha valentía, pero con escasos recursos materiales. Debieron lidiar con la desnutrición y la falta de servicios básicos. Las primeras casas eran esqueletos de madera por donde se colaban el frío y el agua en el invierno. Es decir, ese pasado, que hoy es añorado como un momento mágico, era realmente parte de un sacrificio que debían superar con esfuerzo y unión. Estos conceptos están presentes en el discurso de los pobladores, cuando indican lo que representa para ellos la autoconstrucción de la población. Todo esto se expresa como la memoria transmitida en La Victoria, que ha ido configurando un pasado casi idéntico en las familias. Los más jóvenes lo rescatan como los valores de sus abuelos, los más viejos lo representan como el sacrificio de sus padres.

Se asume, por tanto, el pasado como una experiencia asociada al drama social, al cual se sobrepusieron de manera heroica. La resolución de este drama estaba en ellos y no en el Estado opresor y aristocrático de aquellos años. Y esa entereza es la que se preserva como una característica de La Victoria. Por lo tanto, la toma de terrenos no representó sólo un asalto a la institucionalidad y el reclamo por acceder a una vivienda digna; también significó apoderarse de la ciudad, convertirse en sujetos de derechos y superar el drama ante la inmovilidad del Estado y la inexistencia de políticas públicas que los consideraran.

Esta experiencia de movilización y solidaridad se ha transformado en el principal agente de cohesión entre los habitantes de La Victoria, pues permite la construcción de un imaginario colectivo. Sin embargo, ahora las subjetividades están más dispersas y existe la creciente sensación de la ruptura de los vínculos comunitarios. Hoy los pobladores, tanto jóvenes como viejos, perciben que su identidad está en constante tensión con los tiempos de la toma y de la resistencia. Los cambios en las relaciones sociales que actualmente se sostienen dentro de la población aparecen como débiles frente a las de los años ochenta. Por lo tanto, se genera una sensación de menosprecio por las relaciones que se establecen en el presente.

En el proceso de construcción de identidad de los habitantes de La Victoria, se constata la presencia de tres relaciones contextuales: la auto-percepción de sujetos con características propias, pero con una historia en común; la diferenciación también como un espacio de reconocimiento, y la integración en un territorio determinado, asociado a un espacio común. Siguiendo a Grossberg (1996), la identidad se puede considerar como un acto político, ya que también es un asunto de "poder social" respecto a la posición que las personas ocupan en la sociedad.

 

La clase social

Lo anterior permite entender por qué los entrevistados recurren a su adscripción de clase para describir sus características identitarias. Para ellos, vivir en una población, asociada a la marginalidad y la pobreza, ya les entrega una dimensión del lugar que ocupan en la ciudad. De esta manera, se asume que la pobreza es una condición que marca sus experiencias y percepciones sobre la sociedad y ellos mismos. La pobreza no está sólo asociada a los recursos materiales que poseen, sino a la manera en la que se sitúan en los marcos de la interacción social. Es decir, para ellos ser habitante de una población como La Victoria los relaciona automáticamente con 6 la pobreza. Se establece, nuevamente, una identificación con el territorio y con la historia compartida, pues pese a reconocer que hoy las condiciones materiales son mejores que las del pasado, los pobladores perciben que estos avances no han impactado su vida de manera decisiva.

Así, los habitantes de La Victoria sostienen una relación de tensión con el mercado, que les entrega características identificadoras (soy pobre), pero que a la vez genera en ellos una percepción crítica de los mecanismos de integración que establece. Tanto para hombres como para mujeres, de los distintos grupos etarios, la pobreza es vista como una condición propiciada por la posibilidad limitada de acceder a los bienes que se transan en el mercado, pero además como una dimensión simbólica en su relación con el resto de la sociedad. Se autodefinen como pobres, sin hacer mención a sus ingresos, a su nivel educacional ni a su trabajo, sólo por vivir en La Victoria y por sentirse en desventaja frente a otros grupos sociales. Es decir, los valores asociados al estatus no repercuten en la construcción de identidad de los pobres de la ciudad, pero sí definen sus comportamientos y percepciones en relación con el mercado. Por lo tanto, transitan en la distinción ciudadano/consumidor, que en este caso se puede observar como poblador/pobre.

El mercado se establece como una institución mediadora, que permite que los pobladores tracen un horizonte en sus trayectorias, determinando la vinculación que establecen con la sociedad, en especial con los valores socialmente aceptados en esa dinámica. Es aquí donde brota un tema con el cual los pobladores de todas las generaciones coinciden: la importancia de la educación como un elemento de movilidad social. Es en la educación donde observan las mayores posibilidades de desarrollo y de romper con la discriminación que dicen sufrir por provenir de una población. Esto aparece con mayor fuerza en las percepciones de las mujeres.

Estas ansias de superación en torno a la educación realzan una distinción entre las metas individuales y las metas colectivas dentro de la población, pero la educación no es sólo un trampolín, sino también un valor en la sociedad, por lo tanto, con ella se rompe el estigma que impide la aceptación social (Goffman, 1993). En esa búsqueda, los valores socialmente aceptados son los que impactan más decididamente en la integración, por eso los pobladores de La Victoria refuerzan dos atributos estructurales: el trabajo y la educación, y dos atributos personales: la honestidad y la solidaridad.

 

El Estado

En esta construcción del relato de los valores de los habitantes de La Victoria, el Estado juega un papel central, porque la lucha, la solidaridad, la educación y el trabajo son respuestas que tienen frente a un sistema social que los había dejado de lado, pero que gracias a sus constantes movilizaciones los ha tomado en cuenta nuevamente, y ha ido cumpliendo sus demandas más básicas. El Estado es percibido entonces como el garante de ciertos derechos que a los pobladores de La Victoria también les corresponden. Tanto para los hombres como para las mujeres, ya sean jóvenes o viejos, el Estado tiene una expresión material en los bienes públicos.

Los pobladores asocian la presencia del Estado en la población con el mejoramiento de la infraestructura y con la atención de sus necesidades materiales más elementales. El consultorio, la escuela o la pavimentación de las calles es la forma en la que el Estado se hace presente. Es decir, la inversión en infraestructura es el símbolo de la administración del Estado, pero existe una segunda cara de esta presencia: el control del narcotráfico y de la delincuencia, a través de políticas de intervención.

Por consiguiente, los pobladores de La Victoria asumen al Estado en su concepción más clásica, es decir, como la institución que vela por el control social y por la satisfacción de las necesidades básicas. Para ellos, el Estado es la institución que les permite visibilidad social y reconocimiento al preocuparse por ellos. Por eso, su presencia es tan relevante, sobre todo en el control del narcotráfico. No obstante, perciben que las intervenciones policiales no han sido efectivas, y se requiere de un trabajo más complejo con la comunidad; no sólo la represión de los grupos criminales. Las intervenciones policiales, para los pobladores, son necesarias debido al alto grado de violencia, pero del mismo modo éstas se perciben como indiscriminadas, sin identificar a los verdaderos responsables de los actos delictivos.

Siguiendo en la línea de lo anterior, los pobladores de La Victoria, al cuestionar la presencia del Estado en el tema delincuencial, ponen en juego su autopercepción como sujetos capaces también de encontrar respuestas por sí mismos a los problemas que enfrentan, pues observan que el narcotráfico es un padecimiento que son incapaces de resolver por ellos mismos. 6 No se relaciona con los problemas que superaron en la etapa de la autoconstrucción de la población, sino que es uno de los grandes conflictos que hoy enfrentan y que debe ser resuelto por el Estado, de quien demandan seguridad. Ésta aparece a su vez como una contradicción en el discurso de los pobladores, pues rechazan las intervenciones externas en otros aspectos porque, a su juicio, para resolver los problemas que los aquejan se debe conocer su realidad y compartir sus experiencias. Desprecian el papel del observador externo, porque muchas veces ese interventor es el Estado, 6 que solamente aplica medidas paliativas y no resolutivas.

Este rechazo se puede explicar por el abandono histórico que han sufrido los sectores más pobres de la ciudad, lo que genera desconfianza hacia lo externo y agudiza la sensación de seguridad hacia lo propio, lo conocido y lo común. Ésta es la principal diferencia entre los diversos grupos de edad, pues para los más viejos replegarse hacia adentro es un valor de los pobladores, en cambio, para los más jóvenes es uno de sus problemas. Es decir, para los más jóvenes la relación con la sociedad se da más allá de las fronteras de su población. Son los que desean tener una mayor integración a lo nacional, a la ciudad, más allá de lo meramente local.

De igual modo, brota con mucha fuerza el sentido del nosotros dentro de la población. Es decir, los entrevistados advierten que los pobladores de La Victoria tienen características comunes que les permiten configurar un imaginario colectivo en relación con su identidad. Estas características serían la historia política de la población, la resistencia a la dictadura, las condiciones de pobreza y el espíritu de superación y trabajo comunitario.

Por consiguiente, en el proceso de construcción de identidad de los habitantes de La Victoria el impacto de la comunidad es fundamental, y la asumen como el espacio de integración de las diversas subjetividades en pos de objetivos materiales compartidos, que se asocian a su noción de ciudadanía. Para ellos, es en la comunidad donde la ciudadanía es ejercida. Con esto los pobladores de La Victoria asumen las categorías tradicionales asociadas a la comunidad: agrupación organizada, intereses comunes, pertenencia, espacio territorial y altos grados de interacción (Ander-Egg, 1998).

 

Política y narcotráfico

La comunidad representa entonces el lugar de encuentro del nosotros dentro de la población, y es donde se pone de manifiesto la concepción de ciudadanía que practican los pobladores, aquella más tradicional y ligada a la posesión de derechos sociales. No obstante, también este nosotros opera o como un reagrupamiento de los pobladores para contrarrestar la discriminación que dicen sufrir. Ese nosotros les permite reconocerse como iguales. S Además, así se organizan para protestar, para demandar un consultorio, e para evitar la construcción de una autopista o para interpelar al Estado. Sin embargo, no tienen una definición de la ciudadanía. En suma, es una ciudadanía territorial, restringida a la población y al gobierno local. La municipalidad de la comuna de Pedro Aguirre Cerda representa la visibilización del sistema político en La Victoria. Es ahí donde los pobladores dialogan con las estructuras del poder y donde exigen ser escuchados. Es un espacio que también les pertenece, porque en las elecciones municipales del año 2008 lograron poner en la alcaldía a Claudina Núñez, una histórica dirigente de La Victoria, que llegó en 1957 con cuatro años a la toma de terrenos. Es decir, la alcaldesa expresa el triunfo de la lucha política de La Victoria, pero por lo mismo exigen más de ella.

La elección como alcaldesa de una pobladora de La Victoria significó una pequeña reconciliación con el sistema político, del cual los pobladores desconfían. Pese a ser una población con tradición política, ligada a la izquierda, hoy existe desprecio por los partidos políticos. Esta percepción negativa de la política cruza todas las generaciones y es uno de los temas donde más coincide el discurso de los entrevistados para este estudio.

Esta situación demuestra que el proceso de democratización de Chile ha venido acompañado de una alta despolitización de la población. Si antes el Partido Comunista tenía una fuerte presencia en La Victoria, hoy su rol es mínimo. Incluso la Iglesia Católica, que antes articuló las acciones públicas de los pobladores, se ha replegado, perdiendo espacio frente a la Iglesia Evangélica, que es menos política. Las instituciones que mediaban entre los pobladores y el sistema político se han debilitado a tal punto que hoy los pobladores de La Victoria, pese a toda su historia, no creen en la política como un mecanismo de resolución de los conflictos dentro de la sociedad.

Frente al creciente descrédito de la política, las actividades culturales aparecen como un lugar de participación social. Si antes los encuentros comunitarios estaban mediados por las asambleas, hoy los talleres artísticos, las películas y obras de teatro al aire libre se imponen en la dinámica de la participación social. Aunque los pobladores se sigan reconociendo como gente luchadora de izquierda, no observan a la política como un espacio de integración. Para ellos, la participación está asociada a las actividades culturales, que les permiten salir a la calle, adueñarse de los espacios y promover instancias de interacción social. Perciben que sólo unos pocos se apropiaron de las actividades políticas y que la participación ciudadana no es una realidad en el Chile de hoy. Se profesionalizó la política y los pobladores quedaron fuera de ella. Por consiguiente, la democracia no es 6 hoy ese espacio de expresión por el cual lucharon.

La democracia no ha representado para ellos una modificación sustancial de sus vidas, más allá de lo material. La democracia, por lo tanto, no es cuestionada como expresión del sistema político, sino como un mecanismo incapaz de resolver problemas asociados al sistema social en general, como la desigualdad o el narcotráfico. Los pobladores reconocen la importancia y el valor de la democracia frente a la dictadura y su secuela destructiva. Sin embargo, la democracia creó a su vez un ambiente de sobre expectativas que no han sido satisfechas hasta el momento.

En ese espacio de insatisfacción, el narcotráfico ha encontrado un lugar para brotar con fuerza en La Victoria. Si el tejido social no ha podido ser recuperado durante la democracia, el tráfico de drogas y armas agudiza aún más la sensación de desprotección y abandono que perciben los pobladores. El narcotráfico se ha instalado casi como una institución mediadora, en lugar del Estado (su presencia represiva) o la Iglesia Católica, que se ha replegado y que no tiene la importancia que tuvo en la población durante los años ochenta.

El narcotráfico rompe estructuras e impone nuevas dinámicas en la población. Ha debilitado las organizaciones, cooptado dirigentes y promovido el enclaustramiento de los habitantes de La Victoria en sus casas. Los narcos constituyen ese otro dentro de la población que no representa los valores ni las características de los pobladores.

El narcotráfico permite lograr estatus y una mejor situación económica rápidamente. Ello facilita el consumo, la adquisición de bienes y la integración al mercado. No importa que excluya socialmente ni que represente un estigma. Los otros pobladores son los que apoyan a los narcotraficantes, no los consumidores o drogadictos, sino quienes se benefician de la venta de pasta base y cocaína. El narcotráfico exacerba a su vez la competencia y la desconfianza entre los mismos pobladores, quienes perciben que el deterioro de su calidad de vida y de la participación social se debe justamente a la irrupción de la violencia y delincuencia.

Con la fuerte presencia del narcotráfico no es posible la conformación de una comunidad participativa, pues altera todas las lógicas de integración conocidas por los habitantes de La Victoria. Los narcotraficantes desconocí cen esa historia que a la mayoría de los pobladores les permite reconocerse = como iguales. Además, se altera el territorio y la distribución de los espacios en la población, estableciendo zonas de tránsito y acceso restringido.

El narcotráfico debilita los principales espacios de encuentro entre los habitantes de La Victoria: la historia y el territorio. Por lo tanto, tiene consecuencias materiales (segregación, enclaustramiento) y simbólicas (pertenencia, identidad). Se construye, así, una nueva distinción, entre el poblador/honrado y el poblador/narcotraficante. El poblador/honrado es parte de la población, conforma la comunidad y tiene la posibilidad de identificarse como victoriano; en cambio, el poblador/narcotraficante es quien desestabiliza los mecanismos de reconocimiento de la población, pone en riesgo la unidad y, paradójicamente, se ha beneficiado de los procesos modernizadores y de la democracia.

 

Reflexiones finales

El proceso de construcción de la identidad y el ejercicio de la ciudadanía de los habitantes de La Victoria entrega luces para entender cómo la inclusión es una demanda de la democracia. Los pobladores que participaron en este estudio configuran su identidad asumiendo el lugar que conquistaron en la ciudad, y ese imaginario heroico se traspasa de generación en generación. Por lo tanto, se establece que la memoria y la historia son elementos constitutivos de la identidad de los sujetos.

La historia compartida les proporciona seguridad y es un espacio de encuentro de las distintas subjetividades. No existe nostalgia, sino la constatación de un momento donde fueron protagonistas de su destino. Apelan a la categoría histórica de sujeto popular combativo (Salazar y Pinto, 1999) para referirse a la toma de terrenos, pero la expresan de una manera natural principalmente asociada a la autoconstrucción de la población y al modo en el que lograron imponer sus lógicas de acción frente a un Estado que no los consideraba. En este aspecto, fueron sus precarias condiciones y el maltrato constante del que fueron objeto los que detonaron su movilización y organización.

La identidad fundada en sus experiencias históricas les permite hoy sostener ciertas características comunes, asociadas principalmente al legado de resistencia de los primeros años: la solidaridad y la lucha son los valores que más destacan de los habitantes de La Victoria. Sin embargo, al tener una imagen tan elevada de ese pasado, hoy existe una sensación de desamparo (Bauman, 2005). Es decir, la precariedad de la toma los unió, la | resistencia a la dictadura los caracterizó, pero la democracia y el neoliberalismo los ha dejado en la incertidumbre.

Pese a que materialmente reconocen una condición más favorable y a que los márgenes de la ciudad se han ampliado y las poblaciones callampas de los cincuenta y setenta no son la periferia —territorialmente hablando — de Santiago, los pobladores siguen percibiendo que su integración a la sociedad es un proceso inconcluso. Es decir, la inversión en infraestructura y la integración territorial no aseguran la inclusión social. Por más que hoy las calles estén pavimentadas, existan servicios cercanos o autopistas de alta velocidad, esto no impacta en una mayor inclusión en la ciudad. Entonces, los pobladores buscan mecanismos de integración alternativos, y uno de ellos podría ser el mercado a través del consumo.

Sin embargo, los pobladores se sienten más vulnerables a las lógicas que impone el mercado: endeudarse, sufrir para pagar y volver a endeudarse. 6 Se perciben como pobres, aunque estén por sobre la barrera de los ingresos que marca la pobreza, porque para ellos es más fuerte la historia, y su historia es la de los pobres de la ciudad. La autopercepción de la pobreza no es un indicador que se utilice para medirla, pues éste es un componente más subjetivo, más propio de las dinámicas que establecen los sujetos con sus propias experiencias.

Así, con el mercado los pobladores sostienen una relación crítica. No les gusta el sistema, pero asumen sus reglas. Como sufren de inestabilidad económica, buscan una fuente de seguridad que les permita la movilidad social, y ahí la educación aparece como el horizonte prometido. Para los más jóvenes, la educación representa la posibilidad de no repetir la historia de miseria de sus padres; para esos padres la educación es la manera de entregarles a sus hijos las oportunidades que ellos nunca tuvieron. Esta aspiración no tiene tintes arribistas, sino más bien es un punto de esperanza que les permite encontrar sentido a sus experiencias.

En la educación perciben un mecanismo de integración social y de reconocimiento, que el mercado les ha negado y que el Estado ha sido incapaz de proporcionarles. Es ahí donde existe la principal demanda al Estado en su rol como ciudadanos. Para los pobladores de La Victoria, la ciudadanía consiste en la posesión de derechos que deben ser garantizados por el Estado, principalmente la salud y la educación, expresados en el consultorio y en la escuela. El Estado aparece como una entelequia fuera de sus márgenes, lejos de su alcance. Que está presente/ausente en virtud de ciertas cuestiones observables (escuela, pavimento) y no por compartir un horizonte de sentido. No hay vínculo simbólico ni identitario con el Estado.

La presencia del Estado se materializa en el aseguramiento de los derechos más básicos. Ésta es también una respuesta posible a la sensación de vulnerabilidad que dicen sentir los pobladores. Exigen del Estado, además, resolver la grave desigualdad social que experimentan en su vida, y que sitúa a Chile como una de las sociedades más desiguales de América — Latina (Fazio, 2005).

Los habitantes de La Victoria desconfían del Estado vigilante, que realiza las intervenciones policiales, pero exigen un Estado protector y presente en todos los ámbitos sociales. El Estado es la única institución del sistema político del cual esperan ciertas respuestas, pues no consideran a los partidos políticos ni a sus representantes como una posible solución a sus problemas ni como espacios ni vías de representación. Pese a que todos los pobladores entrevistados para este estudio experimentan o experimentaron una alta participación social (comunitaria, política, cultural, deportiva), ninguno, sin diferencias de edad o género, considera que la política sea una actividad que mejore la vida de las personas. Este aspecto es de suma relevancia, sobre todo considerando que La Victoria es una de las poblaciones más emblemáticas de Santiago justamente por su cariz político.

 

Al margen de la democracia

Los representantes de la política chilena durante los últimos 22 años han sido incapaces de entregarle valor a la actividad política, lo que ha producido una democracia con escasa participación ciudadana (De la Maza, 2005) y que ha redundado en un descrédito generalizado, sobre todo entre los sectores más pobres. Por lo tanto, los habitantes de La Victoria se sienten vulnerables frente al mercado y abandonados por el Estado y la política. Conviven, así, diariamente con la distinción inclusión/exclusión.

Para suplir esa condición de inseguridad es que se refugian en su territorio más cercano y construyen su identidad y ciudadanía basados en un nosotros, que intenta rescatar los principales atributos que ellos mismos se asignan. Así, manifiestan que la solidaridad, la honestidad, ser personas de trabajo y esforzadas son los valores más comunes. Es decir, apelan a lo socialmente aceptado para romper con los estigmas que dicen sufrir. Con esto refuerzan características comunes, pero a la vez cierran sus marcos de referencias, pues al volcarse hacia adentro pierden ciertos esquemas de interpretación. Este chovinismo victoriano es criticado por las generaciones de pobladores más jóvenes, pero para los más viejos es una característica que provoca orgullo.

Por consiguiente, la ciudadanía que dicen ejercer se focaliza en los problemas locales y se reduce a las demandas hacia la municipalidad. Es, justamente, al gobierno local a quien más le exigen preocupación por sus problemas, sobre todo ahora que una pobladora —una de las suyas, una igual— fue electa alcaldesa en 2008. Simbólicamente, para los pobladores de La Victoria este hecho representó un triunfo político después más de 18 años de la recuperación de la democracia.

Entonces, los pobladores de La Victoria definen sus vínculos políticos en relación con los grandes temas (salud, educación) en una demanda permanente al Estado, y en relación con los temas cotidianos (ayuda, calles) en una interpelación al gobierno local. Como desconfían de la política, se organizan sólo por coyunturas (reclamos y protestas), y no consolidan estructuras más permanentes de participación. Sin embargo, frente a la apatía hacia la política, la cultura o las manifestaciones culturales aparecen como un dispositivo de integración y organización. Así, los carnavales del 6 30 de octubre por el aniversario de la población representan espacios de encuentro de los pobladores y posibilidades de autoobservarse como una comunidad, con intereses comunes y en un territorio compartido (Ander-Egg, 1998). Esta noción de comunidad les permite configurar un nosotros y un otros dentro de la propia población. Y esos otros son los narcotraficantes y los pobladores cooptados por ellos, que incluyen desde los llamados soldados hasta los dirigentes.

El narcotráfico rompe con los vínculos comunitarios y debilita la cohesión social de la población. Además, introduce robos, asesinatos y tráfico de armas, con la consiguiente intervención policial. Así se configura un marco de descontrol y violencia que captura la atención de los medios de comunicación, quienes construyen un imaginario sobre La Victoria solamente asociado a la delincuencia. Esto genera malestar en los pobladores no vinculados al narcotráfico, quienes observan cómo unos pocos ponen en tensión su identidad.

El narcotráfico permite, por lo tanto, estigmatizar aún más a La Victoria, además de introducir esquemas de interpretación de la realidad que difieren de los tradicionalmente conocidos en la población. Es una posibilidad de salir de la pobreza, ganar dinero y reconocimiento. Es lo que permite obtener estatus e integrarse al consumo. Es decir, es un mecanismo de integración al mercado, basado en la desintegración de lo social y en el no reconocimiento de la legalidad.

Es, por lo tanto, un conflicto del sistema y no de La Victoria, que el Estado —y no ellos (los pobladores)— debe resolver. Sin embargo, critican la forma en que lo ha realizado, aumentando la represión y la vigilancia, pero no trabajando directamente con los pobladores que son víctimas del narcotráfico. Las drogas, la violencia y los narcos quitan espacios a un Estado tímido, incapaz de responder a las demandas más básicas de los pobladores, que conviven diariamente con la sensación de desamparo e incertidumbre.

La identidad en los habitantes de los sectores populares de Santiago y, en especial, en La Victoria, es un proceso donde el arraigo territorial, la historia común, las experiencias y las trayectorias de vida resultan determinantes, siempre en relación a un esquema de diferenciación con un otro, generalmente distinto al pobre/trabajador, como se autoidentifican. Esta noción de su identidad impacta, por cierto, en el ejercicio de su ciudadanía, a la que ven siempre en relación con su lugar en la sociedad, con la satisfacción de sus necesidades y con su protesta frente al Estado.

Como las identidades están en constante movimiento, establecer una definición precisa de identidad poblacional no se ajustaría a una visión antiesencialista de este proceso. Por ello, más bien es posible describir cómo los habitantes de La Victoria sostienen hoy las características comunes que dicen poseer. Estos contextos relacionales entre su identidad individual y colectiva están mediados por la memoria trasmitida, por los imaginarios que de ellos se han construido (desde los medios de comunicación, la élite y la academia) y por la manera en que despliegan sus vínculos con la sociedad, es decir, en la que se enfrentan con lo externo.

En definitiva, se puede sostener que la identidad de los habitantes de la población La Victoria está mediada por su historia y por el espacio (territorio) que ocupan en la ciudad, siempre en relación con la comunidad con la cual comparten intereses comunes y constelaciones valóricas. Los pobladores de La Victoria son herederos de una tradición de lucha que reconocen como un valor compartido, pero se asumen como un grupo en desventaja frente al mercado y al esquema de desigualdad presente en Chile. No son nostálgicos, pero sí desconfiados del presente. Son personas que pretenden ser reconocidas como sujetos de derecho y como protagonistas de su historia y de la historia de su país. Reclaman por una mejor distribución del poder en la sociedad y por tener el poder de constituirse como sujetos activos del proceso de democratización de Chile, del cual se consideran excluidos.

 

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Nota

* Este trabajo es el resultado de una investigación realizada con el apoyo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) a través de su Programa Regional de Becas y en el marco específico del Concurso de Proyectos de Investigación "Estado, democracia y clases sociales en América Latina y el Caribe", del Programa de Becas CLACSO-ASDI. Colaboraron en distintas fases de este estudio la académica de la Universidad de Chile, Claudia Lagos, y los estudiantes Javiera Vallejo, Allyson Riffo y Lucas Cifuentes.

 

Información sobre el autor:

Cristian Cabalin

Universidad de Chile Ignacio Carrera Pinto 1045 Nunoa Santiago de Chile Tel. 978 7944 <ccabalin@uchile.cl>

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