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Perfiles latinoamericanos

Print version ISSN 0188-7653

Perf. latinoam. vol.16 n.32 México Jul./Dec. 2008

 

Reseña

 

Gino Germani en su circunstancia* , **

 

Gino Germany in this Times

 

Gonzalo Várela Petito***

 

*** Doctor en Sociología por la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París. Profesor Titular. Departamento de Política y Cultura, Universidad Autónoma Metropolitana, Xochimilco, Calzada del Hueso 1100 Col. Villa Quietud, Coyoacán México. D.F., C.P. 04960 Tel. 5483 7000, E–mail: vapg7469@correo.xoc.uam.mx.

 

En el marco de una corriente académica de revisión del pasado de las ideas sociales y políticas argentinas, aparecen dos libros dedicados a un autor de consulta ahora no tan frecuente, víctima del paso del tiempo, del cambio de la moda o de la pereza intelectual. Alejandro Blanco, profesor de la Universidad Nacional de Quilmes, es el editor del primero de dichos textos y autor del segundo.

Gino Germani: la renovación intelectual de la sociología, compuesto por un estudio preliminar y una selección de artículos del sociólogo ítalo–argentino, de 1945 a 1979 es, según el caso, una útil introducción o una compañía para el estudio de obras mayores, tales como Política y sociedad en una época de transición, Sociología de la Modernización, o Autoritarismo, fascismo y populismo nacional. Dado su alcance temporal, este libro presenta un panorama vasto aunque sucinto de la obra de Germani. Es de desear que su bien cuidada edición por una institución universitaria no quede limitada a la distribución dentro de fronteras. El estudio preliminar resume y complementa hipótesis que también se encuentran en Razón y Modernidad. Gino Germani y la sociología en la Argentina.

Este otro libro es el resultado de una investigación de Blanco acotada al largo y fructífero período de Germani en Argentina. Con una orientación de sociología y de historia de la cultura, no es una biografía (trabajo ya realizado por Ana Germani, Gino Germani. Del antifascismo a la sociología, Buenos Aires, 2004) ni exactamente un estudio sistemático de ideas, sino —como lo anuncia el subtítulo— una ubicación de la obra de Germani en la evolución de la sociología argentina, con referencias secundarias a las sociologías latinoamericana e internacional. Busca aclarar dos puntos: cuál era el estado de la disciplina en el momento de Germani y cuál fue su verdadero aporte, derivado de su formación e inquietudes. Un tercer punto, inspirado en la metodología de Pierre Bourdieu, radica en la observación de cómo Germani se insertó en las luchas dentro del "campo" profesional, en la división entre "sociología de cátedra" y "sociología científica".

En los dos primeros puntos, los principales del libro, se aclaran confusiones. La sociología argentina obviamente no nació con Gino Germani y ni siquiera le debe, para bien o para mal, todo lo que se le atribuye. Fruto de las ilusiones modernizadoras (o de la inclinación a lo real–maravilloso) algunos países latinoamericanos fueron adelantados a nivel mundial en la institucionalización de la sociología desde fines del siglo XIX, pero la misma sufriría sucesivas mutaciones. A la fuerte impronta positivista basada sobre todo en Comte y Spencer seguiría la lectura de autores alemanes —Freyer, Simmel, Tonnies, Sombart, Weber— en gran medida gracias al influjo de la Revista de Occidente de Ortega y Gasset y de emigrados republicanos españoles como Francisco Ayala y José Medina Echavarría, cuyas recomendaciones bibliográficas fueron atendidas por editoriales como Losada en Argentina y, sobre todo, el Fondo de Cultura Económica, con su matriz en México y sus filiales en distintos países del continente.

También existía de alguna manera la investigación social, aunque esta aparecía como "sociografía", circunscrita por un empirismo elemental no muy reconocido en el medio sociológico. De hecho, dice Blanco, la sociología era más que nada una materia, alojada en un conjunto de cátedras parte del currículo de distintas carreras (Derecho, Arquitectura, Servicio Social, Educación Normal) en que campaban los abogados, la falta de especialización y la visión histórica, intuitiva y especulativa. Sin embargo en Argentina —aún bajo el primer peronismo (1946–1955) que había empujado a muchos universitarios disidentes como Germani a la renuncia o la destitución— la sociología había seguido ganando espacios institucionales que favorecerían su desarrollo ulterior. Era una "sociología de cátedra", a menudo inspirada por el catolicismo y el nacionalismo conservadores; la contribución de Germani consistiría en pugnar porque emergiera una sociología científica con fundamento en la investigación empírica, indispensablemente integrada y guiada por la teoría moderna. Para ello hay que tener en cuenta el ambiente cultural de la segunda posguerra, en que la sociología estadounidense con figuras señeras del estructural–fiincionalismo como Talcott Parsons y Robert Merton (y en investigación empírica, el austríaco Paul Lazarsfeld) sustituyó —y podríamos añadir subordinó y reinterpretó— a la tradición europea. Fue Parsons quien estableció desde los años treinta lo que sería el canon de las lecturas clásicas, con Durkheim y Weber en el centro, dos autores que antes no habían tenido el mismo peso ni siquiera en Europa. (En Argentina Gabriel Tarde y el no muy recordado Hans Freyer habían sido tan o más leídos.) Asimismo los norteamericanos, con su afición a la técnica, habían establecido una ciencia sociológica independizada de la historiografía y organizada por una interrelación de teoría, metodología y técnicas de investigación, con especialización profesional cristalizada en una constelación de departamentos con académicos de tiempo completo, programas de licenciatura y posgrado, fundaciones patrocinadoras y mercado de trabajo ad–hoc.

Este canon sociológico se extendería con desigual fortuna a América Latina a partir de la década de 1950, impulsado por fundaciones privadas pero más por organismos internacionales como la onu (inventora del ahora descontinuado término "subdesarrollo") y la UNESCO, que veían la necesidad de superar el rezago de las ciencias sociales en el subcontinente, para convertirlas en auxiliares de las políticas de desarrollo. Se mezclaban por otra parte los intereses de la guerra fría, pues entre tanto los estadounidenses habían acuñado su teoría de la modernización, no sólo con intención descriptiva sino también como propuesta práctica de cambio gradual, alternativa a la ideología revolucionaria propagandeada por el comunismo.

Mas América Latina igualmente traía su impulso. Ya en 1949 el economista Raúl Prebisch había escrito el manifiesto desarrollista plasmado institucionalmente en la CEPAL, con un trasfondo ideológico que venía de más atrás, como ha ilustrado León Enrique Bieber ("En torno al origen histórico e ideológico del ideario Nacionalista Populista Latinoamericano", Berlín, 1982). Y el pionero Medina Echavarría —maestro de varias generaciones en CEPAL, Flacso e ILPES— en un trabajo de 1940 que había llamado la atención de Germani y en otras obras posteriores, señalaría también la necesidad de una sociología científica que se hiciera eco de la influencia estadounidense.

Germani con su muy personal trayectoria es otro hito —quizás el más elaborado— de esta secuencia. Su experiencia antifascista en su natal Italia es un hecho sobre el que nunca se insistirá demasiado, pues no sólo le hizo sentir en carne propia los rigores del autoritarismo sino, más aún, le obligó a presenciar el nacimiento del totalitarismo moderno, un cambio histórico fuera de toda previsión que no le permitiría incurrir en evolucionismos fáciles ni en ingenuos optimismos.

Blanco hunde el escalpelo en varias etiquetas adosadas a Germani: empirista, cientificista, funcionalista, psicologista. No era empirista en el sentido vulgar, dada la importancia que prestaba a la teoría en su mayor abstracción, a la que hizo contribuciones originales. En lo teórico es sin embargo cierto que Germani —que en Italia había tenido influencia positivista— se dejó atraer por el empirismo lógico con su afirmación de la unidad esencial de las ciencias (sean naturales o sociales), pero esto se dio en el contexto de un programa muy diversificado de lecturas e influencias, como veremos. Lo más significativo es que consideraba vehementemente que no se podía hacer ciencia social sin investigación empírica, postulado elemental compartido por diversas corrientes de pensamiento, aún no empiristas.

¿Sería entonces "cientificista"? El vocablo se presta a ambigüedad y al igual que "positivista" sirve a la distinción entre justos y pecadores en algunos ámbitos intelectuales. La respuesta es que lo sería por su creencia en la unidad básica del conocimiento verificable y por su confianza en la ciencia y en el saber positivo derivado de la interrelación entre teoría, método y técnica. También creía, como Max Weber, en una ciencia objetiva y neutral pero, siguiendo al mismo Weber, su abordaje de la diferencia entre ciencias humanas y ciencias naturales no sería tan distinto de la respuesta —sin duda más sofisticada— que al mismo problema da Jürgen Habermas, difícilmente catalogable como cientificista.

Funcionalista era, sin dejar de hacer correcciones y propuestas teóricas propias (Aldo E. Solari, Rolando Franco y Joel Jutkowitz, Teoría, acción social y desarrollo en América Latina, México, 1976). En particular, el uso del concepto de clase social en sus análisis del populismo y la modernización, lo alejan del funcionalismo estadounidense y lo asimilan a la tradición europea. Otro tanto puede decirse de su tímido pero claro empleo del concepto de dependencia, en lo que parece un guiño a la teoría radical que en una de sus vertientes germinó al amparo de la CEPAL y de la benevolencia intelectual de Prebisch. En un artículo anterior ("Política, modernización y desarrollo: una revisión de la recepción de Talcott Parsons en la obra de Gino Germani", Estudios Sociológicos, núm. 63, México, 2003) Blanco llega a la conclusión de que Germani arribó tardíamente al funcionalismo. Ya indicamos que su funcionalismo, aunque indu dable, tuvo rasgos de heterodoxia y podría agregarse que con el tiempo fue to mando distancia del mismo, al punto de recomendar la publicación en español de "La crisis de la sociología occidental" de Alvin Gouldner. En nuestra opinión, el compromiso de Germani con el funcionalismo se dio por la simple razón de que, en el momento en que se interesaba por la sociología —"apartado, solitario y autodidacta", según su hija— esta escuela era la representante más acabada de la sociología científica y aún no se habían acumulado las críticas ideológicas o científicas que luego vendrían a granel. Paralelamente siguió haciendo otras lecturas y ajustando su visión. En todo caso, el conocimiento de la historia y su suerte personal no permitieron a Germani incurrir en el conformismo que a menudo se ha achacado a este paradigma.

Lo de sicologista es, si cabe, más interesante. Hay varias cuestiones. Germani vivió largos años en un país latinoamericano en que la presencia del sicoanálisis ha sido apabullante. Tampoco hay que olvidar que dentro del funcionalismo el mismo Parsons, en determinado momento, echó mano de la lectura de Freud para explicar la socialización primaria. (Parsons tampoco se quedaba estancado: pasó de Pareto a la delimitación de un coro más amplio de autores clásicos de la sociología y de la economía; luego derivó a Freud, la cibernética y la teoría de sistemas.) Pero lo más importante, afirma Blanco, es que la sicología sólo le sirve a Germani para la concepción de acción social que es clave en su teoría. Como sociólogo, Germani no acepta los supuestos biologistas del freudismo ortodoxo y su aproximación a la sicología se da con apoyo en Erich Fromm, quien combina sicoanálisis y sociología (y, por tanto, contingencia histórica y no constante biológica) y asimismo por la teoría de la personalidad básica, que estudiaba la relación entre carácter y estructura social. Otro autor que seguía a Fromm, David Riesman con su "Multitud solitaria", también será importante para Germani. El tema de fondo es la formación social del carácter y, retroactivamente, la conducta del individuo en sociedad que utilizará Germani para la vivisección del populismo, el autoritarismo y la modernización. Si de acuerdo al individualismo metodológico de Max Weber la singularidad de la ciencia social respecto de las naturales radica en que la causalidad debe concebirse no sólo atendiendo a factores externos sino también a la intención de los individuos —es decir, no sólo al efecto objetivo de la acción, sino además a la forma en que el actor la explica— la conclusión para Germani es que la sicología es importante, pero sólo como apoyo de la sociología.

La originalidad de Germani debe contextualizarse recurriendo a su biografía. Luego de la peripecia italiana llegó a Argentina sin haber completado su educación, cosa que hizo en este país estudiando filosofía y —por su cuenta— sociología. La necesidad económica y el peronismo lo constriñeron a realizar trabajos no académicos en que tuvo que apelar a habilidades contables y gerenciales que le serían luego provechosas para la investigación científica y la organización universitaria. También le tocó un extraordinario período de expansión cultural y editorial en Argentina, entre los años treinta y cincuenta. Precisamente su trabajo extrauniversitario fue en gran parte editorial, en empresas como Abril y principalmente Paidós, en que dirigiría colecciones científicas y filosóficas de un catálogo ejemplarmente rico y versátil, con títulos en su mayoría no clasificables en los anaqueles de la sociología. Aquí está para Blanco el verdadero Germani, un outsider, hombre de ideas que se nutre de la cultura contemporánea sin prejuicios ni barreras disciplinarias, evitando el eclecticismo mediante la construcción paulatina de una coherente perspectiva propia. Veamos el elenco: "antropología, psicoanálisis, teoría política y psicología social"; y más concretamente: "la gran tradición europea de la ciencia social [y] la tradición norteamericana [...] Pero también [...] la gestalttheorie, la sociología norteamericana de la Escuela de Chicago, el psicoanálisis reformista, la Escuela Crítica de Frankfurt, el neopositivismo, la antropología cultural, el estructural–funcionalismo y la radical sociology".

Dos nombres destacan: el ya citado Erich Fromm y el sociólogo alemán Karl Mannheim. Fromm había pasado por la Escuela de Frankfurt antes de emigrar a América, lo que ilumina la relación de Germani —que también se sentía atraído según Blanco, por las tesis de Herbert Marcuse— con el marxismo. Su posición respecto a éste es similar a la de otros funcionalistas: no de desconocimiento absoluto pero sí de prescindencia, por no considerarlo una teoría sugerente y también probablemente por constituir la doctrina oficial de un tipo de régimen que los funcionalistas como liberales rechazaban. Hay, no obstante, una excepción con la Escuela de Frankfurt. En primer lugar, como se sabe, varios prominentes miembros de la misma emigraron a Estados Unidos a raíz del nazismo y de la Segunda Guerra Mundial y allí Theodor Adorno (que al llegar había trabajado con Lazarsfeld) dirigió el estudio clásico de la "Personalidad autoritaria", una combinación de filosofía e investigación empírica que colmaba las expectativas de Germani y de muchos otros (pese a que su consistencia científica ha sido puesta en duda). En segundo lugar, si bien "La personalidad autoritaria" concentraba el fuego en la derecha, en términos generales, la crítica de Frankfurt al autoritarismo y la racionalidad instrumental era extensible al modelo soviético. Asimismo desechaba el economismo del marxismo clásico sustituyéndolo por una síntesis de Marx y Freud con elementos de sicología profunda. Nos animamos a sugerir que el supuesto pesimista de Adorno, Marcuse y demás acerca de una excesiva integración del individuo alienado a la sociedad capitalista tenía puntos de contacto con la no menos exagerada (pero optimista) visión de Parsons sobre la socialización primaria y la integración social, también basada parcialmente en Freud. En efecto, "La personalidad autoritaria" (1950) y "El sistema social" (1951) se publicaron en fechas muy cercanas y en primer lugar la obra de Adorno.

El otro nombre clave es el del sociólogo posweberiano Karl Mannheim, con su no ción de "democratización fundamental" y el papel concedido a la planeación. La de mocratización fundamental era la integración de las masas a los espacios sociales de donde habían estado excluidas. Un concepto en cierta medida prepolítico y antropológico, pues suponía una democratización previa o paralela a la ampliación de la política propiamente dicha, con el surgimiento de un individuo consciente de su ciudadanía y capaz de ejercer un conjunto complejo de derechos, como habría de explicitar en su obra el británico T. H. Marshall. Aludía a un proceso histórico que había hecho eclosión en las primeras décadas del siglo y que Germani, al igual que Mannheim, veía como positivo al tiempo que inevitable. Pero el fascismo y el estalinismo estaban mostrando los caminos torcidos por los que podía trascurrir la sociedad de masas, si el progreso técnico se combinaba con la inmadurez moral y el oportunismo de las nuevas elites. Para paliar el riesgo, Mannheim proponía ir más allá del liberalismo clásico fundando una sociedad democrática racionalmente guiada por la planeación, con base en una selección cuidadosa de valores.

Al adherirse a esta posición, Germani dejaba en claro cual era su concepción de racionalidad, distanciándose de Weber, que en La ciencia como vocación había negado la posibilidad de que la ciencia alumbrara los valores, lo que (por más que ésta no fuera su intención) abría la puerta a un relativismo y un decisionismo, cuya encarnación degradada era el "Führerprinzip" totalitario. Medina Echavarría también compartía una postura similar a la de Germani. Sin ignorar los serios obstáculos cognoscitivos que dificultan la fiindamentación racional de los valores, este último pensaba que para funcionar equilibradamente la sociedad debía tener un núcleo normativo básico, lo que coincide con la idea funcionalista del consenso de valores.

La alternativa de Germani de volver a la universidad, madurar sus ideas y poner en práctica su propuesta de sociología científica se dio con la "Revolución Libertadora", que derrocó a Perón en 1955 buscando restaurar, en forma frustránea, el liberalismo político y económico. Junto con el retorno o ingreso al cargo de muchos académicos antes excluidos, se vive bajo el rectorado de Risieri Frondizi en la Universidad de Buenos Aires una renovación académica donde la creación de nuevas carreras, la diversificación de las opciones vocacionales de los estudiantes, la modernización de los programas y el impulso a la investigación permiten a Germani fundar el departamento y la carrera de sociología siguiendo patrones internacionales de especialización y profesionalización. Él mismo estaba cobrando fama fuera de fronteras, asistiendo a congresos y dictando cursos en el extranjero, relacionándose con personalidades famosas de la disciplina, lo que le habilitaría posteriormente a dar el salto a la Universidad de Harvard.

En diez años, sin embargo, mucho de esto habría de fracasar. La Revolución Libertadora y sus secuelas, muy lejos de albergar la posibilidad de una sociedad racional como la que soñaba Germani, al excluir a la principal fuerza popular, el peronismo, mostraba un grave rechazo a la democratización fundamental, tornando imposible la democracia política y atizando los conflictos que desembocarían más tarde en un genocidio. Y en el campo de la sociología, aparte del habitual cuestionamiento intelectual producto del cambio de generaciones, la transformación de la universidad en una institución de masas y en un escenario de expresión existencial de estudiantes y profesores de cara a la crisis del país, tampoco permitiría continuar con el riguroso plan de investigación y formación de profesionales que ideara Germani. Acusado de conservador y proimperialista por la izquierda, pero también de subversivo por grupos de derecha (que ya lo habían sindicado falsamente como comunista para expulsarlo de la academia en la época de Perón) viajó a Estados Unidos —país donde se sentiría incómodo— no sin dificultad, pues los encargados de su visa también querían saber por qué se le tachaba de izquierdista. Años después de su partida, en la víspera del sanguinario golpe de estado de 1976, en la Universidad de Buenos Aires la añeja oposición entre sociología de cátedra y sociología científica había sido sustituida por la división entre "cátedras nacionales" (controladas por el peronismo de izquierda) y "cátedras marxistas".

Hay dos asuntos no tratados por Alejandro Blanco pues rebasan los límites de los libros reseñados. El primero es el de la evolución del pensamiento de Germani en relación con el proceso histórico argentino, comparado con el de otros países latinoamericanos y europeos, para lo que hay que consultar su última obra importante, Autoritarismo, fascismo y populismo nacional (apenas traducida al español en 2005, treinta años después de su edición original). Allí Germani corrige su errada clasificación del peronismo como "fascismo de clase baja" y concluye que el intríngulis político argentino había radicado en que quienes luchaban nominalmente por la democracia se habían aliado a una fuerza esencialmente antidemocrática, la oligarquía, mientras la democratización fundamental quedaba en manos de una tendencia corporativista y autoritaria.

Lo segundo es la confrontación de Germani con Gramsci, apenas sugerida por Blanco en su mencionado estudio preliminar. En efecto, quien haya leído a ambos autores se sentirá en algunos momentos tentado a hacer la comparación pues, pese a la profunda distancia teórica, algunos elementos de sensibilidad intelectual y el uso de la categoría de "nacional–popular" los acerca. Aunque Germani era más joven que Gramsci y su experiencia y sufrimiento en Italia fueron por comparación muy limitados, no podemos obviar que las vidas de ambos coincidieron en un mismo período histórico y que quizás tuvieron algunas influencias culturales en común. Gramsci no aparece en el índice onomástico del libro de Ana Germani sobre su padre, pero éste, de curiosidad intelectual infatigable, tal vez conoció la obra póstuma del comunista sardo, ya sea en versión original o en las traducciones argentinas que comenzaron en 1950 con la publicación de las "Cartas de la prisión", merecedoras en Italia del elogio de Benedetto Croce.

Blanco explica cómo Germani al final de su vida había llegado a una reflexión preocupada, coincidente con la Escuela de Frankfurt (y en última instancia de inspiración weberiana) acerca de la dificultad de mantener la adhesión a un núcleo básico de valores racionales en una sociedad en exceso secularizada y dominada por la razón instrumental. No sabemos si se planteó la hipótesis de que una sociedad compleja por definición funciona sin consenso de valores —como afirmaría Niklas Luhmann— pero en todo caso no veía que la historia corriera, de acuerdo al sentido común funcionalista (pero también al marxista) por carriles científicamente predecibles, pues la modernización podía seguir trayectos variados y contradictorios. Algo similar habría de observar Gramsci en su último período, al dar por cerradas las expectativas abiertas en 1917 y reflexionar sobre las nuevas formas de socialidad que habían surgido en respuesta a la crisis del capitalismo, tales como el fascismo, el americanismo y (más velado en sus escritos) el estalinismo, estudiadas mediante las categorías de hegemonía, revolución pasiva y guerra de posiciones. Gramsci habría coincidido con Germani en que el encuadre de la clase obrera en estructuras políticas de diverso tipo no se daba sólo por "zanahoria", sino fundamentalmente por experiencia de acción colectiva unida a la capacidad de persuasión y coacción de los grupos dirigentes y en que, por consecuencia, la demanda de las masas de mejora de sus condiciones de vida no garantizaría una solución unilateralmente progresiva. Lo que Gramsci en la cárcel no podía saber era que en la periferia del sistema mundial, a resultas de la crisis de 1929, se había fraguado por lo menos una cuarta respuesta: el populismo latinoamericano; que otro italiano que también había sufrido represalias del fascismo iría a examinar de manera original en Argentina.

Independientemente de la aridez y el abstraccionismo que se han reprochado al funcionalismo —y que aparecen en la obra de Germani— y más allá de aspectos discutibles o anacrónicos, su lectura sigue siendo provechosa como ejemplo metodológico de construcción de una teoría y, en particular, por sus análisis del populismo, que en buena parte se mantienen en pie de igualdad si no de superioridad (tal vez de paternidad) con los de otros autores. En cuanto al proyecto de sociología científica, con las debidas correcciones, también sigue vigente, máxime cuando no han desaparecido de la ciencia social latinoamericana las carencias que Germani y otros académicos de su tiempo buscaron solucionar: el dictado de cátedra acompañado de una "desvinculación entre la enseñanza universitaria y la investigación científica y una falta de preparación de los profesores en los modernos métodos y técnicas de la investigación social".

 

* Gino Germani: la renovación intelectual de la sociología, selección de textos y estudio preliminar de Alejandro Blanco, Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 2006, 369 pp.

** Alejandro Blanco, Razón y modernidad. Gino Germani y la sociología en la Argen tina, Avellaneda, Siglo XXI Editores Argentina, 2006, 280 pp.

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