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Perfiles latinoamericanos

versión impresa ISSN 0188-7653

Perf. latinoam. vol.13 no.28 México jul./dic. 2006

 

Artículos

 

Biografías de exclusión: desventajas y juventud en Argentina

 

Gonzalo A. Saraví*

 

* Profesor-Investigador del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), México.

 

Recibido en junio de 2005.
Aceptado en enero de 2006.

 

Resumen

Este artículo analiza la creciente vulnerabilidad de las experiencias biográficas. El objetivo consiste en explorar y contribuir a un mejor conocimiento de los procesos de acumulación de desventajas que pueden conducir a la exclusión social en América Latina. En este sentido, el artículo pone énfasis en y pretende construir una perspectiva de análisis que permita dar cuenta del carácter multidimensional y procesual de la vulnerabilidad y la exclusión social. La discusión se focaliza sobre el proceso de transición a la adultez en jóvenes de sectores populares de Argentina, presentándolo como un período del curso de vida particularmente vulnerable y crítico en el período de integración social. La emergencia y acumulación de nuevas y viejas desventajas constituye un eje central. Se utilizan técnicas cuantitativas a partir de la Encuesta Permanente de Hogares, y el análisis cualitativo de 60 entrevistas realizadas con jóvenes de sectores populares del Gran Buenos Aires.

Palabras clave: exclusión social, juventud, biografías y curso de vida, acumulación de desventajas, Argentina.

 

Abstract

This article analyzes the increasing vulnerability of the biographical experiences. The purpose is to explore and improve our knowledge about the processes of cumulative disadvantages in Latin America leading toward social exclusion. In this sense, the author attempts to provide an analytical perspective in order to approach the multidimensional and dynamic character of vulnerability and social exclusion. The discussion focuses on the transition to adulthood in young people from popular sectors in Argentina, given that this is a key period of the life course in the process of social integration. The cumulative process of old and new disadvantages during this transition is a central topic of this article. The arguments are founded on quantitative analysis (based on the Households Continuous Survey) and qualitative analysis of 60 in depth interviews conducted with young people of Greater Buenos Aires.

Key words: social exclusion, youth, biographies and life course, cumulative disadvantages, Argentina.

 

1. Introducción

América Latina inició el nuevo milenio con una densa sombra que oscurece sus expectativas de estabilidad democrática y desarrollo económico: la desigualdad social. Si bien no se trata de un rasgo reciente en la región, hoy confluyen una serie de aspectos que le otorgan un carácter cualitativamente distinto a la desigualdad que experimentan las sociedades latinoamericanas. La desigualdad contemporánea pone en riesgo la integración social.

El objetivo principal de este artículo consiste en contribuir al entendimiento de nuevas desigualdades y desventajas que se expresan en experiencias biográficas cuyas posibilidades de alcanzar una integración plena parecen desvanecerse progresivamente. El análisis de la juventud, entendida como proceso simultáneo de transición a la adultez e integración social, constituye un espejo privilegiado para examinar la sociedad que se construye. Al mismo tiempo, la sociedad argentina que en los últimos 15 años experimentó de manera radical la consolidación y crisis de un modelo de desarrollo basado en la liberalización económica y social, sirve como contexto que resalta los riesgos y desafíos de una nueva cuestión social.

La discusión se basa en el análisis de algunas dimensiones del proceso de transición a la adultez en jóvenes de sectores populares o "vulnerables", en áreas urbanas de Argentina. Por otro lado, la atención se concentra en la nueva dimensión que adquiere la desigualdad social en el escenario actual, principalmente como resultado de la emergencia de procesos de acumulación de viejas y nuevas desventajas. En este sentido, el artículo privilegia el análisis de nuevas desventajas en contextos de profundas desventajas estructurales. En un primer apartado se construye un marco de referencia teórico y metodológico a partir del análisis del concepto de exclusión social y su aplicabilidad en el contexto latinoamericano, así como su complementariedad con una perspectiva centrada en el curso de vida y la emergencia de desigualdades dinámicas. Posteriormente, y sobre esta base, se exploran procesos acumulativos de desventajas asociados con desigualdades privadas (que se vinculan con la transición familiar), desigualdades locales (vinculadas con el espacio urbano), y desigualdades institucionales (vinculadas con la participación).1 Los argumentos y hallazgos sobre los que se estructura el artículo se sustentan en los análisis cuantitativo y cualitativo; en el primer caso se utiliza como base de datos la Encuesta Permanente de Hogares para el Gran Buenos Aires, y en el segundo 30 entrevistas en profundidad semiestructuradas realizadas con jóvenes del Municipio de Florencio Varela, uno de los más pobres del Gran Buenos Aires.

 

2. Transición a la adultez e integración social: biografías y exclusión

En el transcurso de los últimos años el concepto de exclusión social ha ganado fuerza en el estudio de la nueva pobreza. Si bien las especificidades nacionales, e incluso locales, no han desaparecido (aunque sí se han reconfigurado), es cierto que los procesos de globalización han implicado la expansión y homogeneización de un modelo particular de reforma y reestructuración socioeconómica que ha alcanzado los rincones más remotos del globo. El concepto de exclusión social surgió en buena medida para dar cuenta de los efectos que tuvieron estas transformaciones, particularmente en los sistemas de bienestar y los mercados de trabajo, sobre la estructura social (Bhalla y Lapeyre, 1999). Como si se tratara de un cambio epocal similar al que cobijó la emergencia de la sociología, en todos estos estudios se percibe un retorno a una de las preocupaciones fundantes de esta disciplina: la posible fractura del lazo social y la emergencia de crecientes espacios de exclusión.

En términos generales, la exclusión social se refiere al debilitamiento y la pérdida de los lazos que mantienen y definen en una sociedad la condición de pertenencia; en otras palabras, la exclusión hace referencia a la desafiliación social y pérdida de membresía. Las divergencias y contrastes emergen cuando se trata de definir cuáles son los factores determinantes de esta ruptura. En el debate contemporáneo (y mayoritariamente europeo) pueden reconocerse al menos tres respuestas distintas: la pobreza y la desigualdad, desarrollada por una perspectiva anglosajona que reconoce como antecedente directo los debates sobre pobreza entre Amartya Sen y Townsend; el desempleo y la precarización laboral, que en los estudios franceses aparecen como la expresión más evidente de la crisis de la sociedad salarial; y las limitaciones y/o no cumplimiento de los derechos de ciudadanía, respuesta asumida particularmente en los estudios y documentos promovidos por la Unión Europea.2

En el caso de América Latina los estudios pioneros sobre exclusión social no lograron mostrar una clara diferenciación con los enfoques tradicionales sobre pobreza y precarización laboral (Rodgers, et al., 1995). En la mayor parte de los países latinoamericanos, los hogares con importantes deficiencias en sus condiciones de vida material solieron representar el grueso de la población; es decir, la pobreza y la desigualdad, no pueden equipararse a la exclusión. En segundo lugar, gran parte de la población ha tenido tradicionalmente un nexo débil con el mercado de trabajo formal (Oliveira y Roberts, 1996); los empleos estables y protegidos han sido en general la excepción más que la regla. Finalmente, la ciudadanización ha sido un proceso lento y fragmentado (Santos, 1979; Gortari y Ziccardi, 1996; Bayón, et al., 1998); los derechos sociales en particular han sido con frecuencia un privilegio, y nunca alcanzaron una extensión comparable a la condición europea. Esta situación da pie para preguntarse si efectivamente la noción de exclusión social representa algo nuevo para América Latina (Yépez del Castillo, 1994; Faría, 1995).

A diferencia de lo que sucede en el debate europeo, colocarnos en este nivel de discusión carece de sentido en el contexto latinoamericano. La integración social, en estas sociedades, puede describirse como un proceso multiafiliatorio (Kaztman, et al., 1999), donde ningún lazo social tiene la fuerza que, en otros contextos, adquieren la relación salarial, los derechos sociales o incluso la participación en el mercado, pero donde existen otros muchos lazos sociales más débiles que brindan un sentido de pertenencia. La integración social, en América Latina, está teñida de claroscuros; dominada, en algunos países más que en otros, por integraciones parciales.

En el debate europeo, la ruptura del lazo social tiene un desencadenante original. Pero el aspecto que se debe retener es que este factor abrirá un proceso de acumulación de desventajas que finalmente conduciría a una situación de separación, de escisión y de desafiliación. Nuestra mirada debe dirigirse hacia la identificación y análisis de estos círculos de desventajas acumulativas (Paugam, 1995). Dado el carácter multiafiliatorio y parcial que caracterizó a la integración social en el contexto latinoamericano, encontrar un factor único y originario de este proceso puede resultar una tarea infructuosa, e incluso fútil. Frente a la falta de derechos sociales, los pobres contaban con la comunidad, la familia e incluso las relaciones clientelares; frente a un mercado de trabajo poco dinámico, el cuentapropismo y el sector informal eran un espacio de refugio; frente a la pobreza, las estrategias de sobrevivencia, las redes de reciprocidad, o las organizaciones vecinales constituían un respaldo; y así los ejemplos podrían multiplicarse. La particularidad de la exclusión social en América Latina, que al mismo tiempo se constituye en la principal dificultad analítica, consiste en que se da sobre un trasfondo de profunda pobreza y desigualdad, de extendida precariedad laboral, de limitada ciudadanización.

Igualmente fútil resultaría concentrar nuestros esfuerzos en la identificación de situaciones puras y extremas de exclusión social, lo cual además, como señala Atkinson (2000), puede desviar la atención de las consecuencias más extendidas del nuevo orden social, las cuales consisten en colocar a amplios sectores en condiciones de precariedad, riesgo e incertidumbre. Tal como lo expresa Murard (2002), si bien "exclusión" es una palabra que denota un pequeño número de personas, su contenido es fuente de preocupación para una gran parte de la sociedad; esta idea también aparece en Castel (1999) cuando señala que es en las extensas zonas grises de vulnerabilidad donde deben concentrarse los esfuerzos de investigación. Si la exclusión social permanece en el horizonte como una amenaza potencial, lo que los hogares y sus miembros experimentan cotidianamente son condiciones de vulnerabilidad más o menos profundas.

La centralidad de procesos de acumulación de desventajas y la primacía de situaciones de vulnerabilidad que revela el estudio de la exclusión, establece una conexión directa con una perspectiva de análisis centrada en el curso de vida. Si el elemento esencial que descubre la exclusión es la vulnerabilidad a quedar atrapado en círculos de desventajas, resulta necesaria una estrategia metodológica que permita focalizar la reflexión sobre procesos, y que al mismo tiempo permita evaluar factores y situaciones de riesgo antes que éstos se concreten en experiencias biográficas.

El carácter multidimensional y procesual de la exclusión exige una perspectiva que permita trascender la instantaneidad característica de los estudios tradicionales sobre pobreza, y lleve a deshilvanar la madeja de desventajas que se entretejen y retroalimentan en las trayectorias biográficas. En este sentido, tal como señala Esping Andersen (2002), una perspectiva orientada al curso de vida abre la posibilidad de vincular eventos y procesos, en la medida que las condiciones de bienestar, en un momento dado, suelen asociarse con otras previas e influir en las futuras; además, es a través del análisis de las experiencias biográficas que pueden diferenciarse desventajas transitorias de otras cuyas consecuencias pueden acompañar a los individuos por largos períodos de su historia biográfica. Finalmente, Esping Andersen destaca otro aporte particularmente pertinente para el tema que nos ocupa; este autor sostiene que "si acrecentamos nuestro conocimiento sobre los jóvenes de hoy, estaremos en buenas condiciones de hacer previsiones informadas sobre los padres, trabajadores y ciudadanos del mañana" (2002:7).

En cierta medida la emergencia de la perspectiva analítica del curso de vida, y su rápida adopción en diversas disciplinas sociales, se gestó a partir del reconocimiento de la heterogeneidad y variación que caracterizan las experiencias biográficas a nivel individual y de distintos sectores de la población. Para dar cuenta de esta heterogeneidad, los estudios pioneros de la socio-demografía norteamericana sobre el curso de vida, enfatizaron dos aspectos: la incrustación de las trayectorias de vida en contextos socio-históricos específicos que condicionan su desarrollo, y la presencia de estructuras sociales que establecen oportunidades y constreñimientos en cuyo marco se construyen las experiencias biográficas (Elder, 1975). En este sentido, se asentaban los pilares fundamentales para abordar la identificación y análisis de diversos patrones biográficos a nivel individual y poblacional; particularmente, aunque no de manera exclusiva, aquellos asociados con la gestación y desarrollo de procesos acumulativos de ventajas o desventajas, y con procesos de estratificación social a lo largo del curso de vida (O'Rand, 2001). Las observaciones de Esping-Andersen citadas arriba, retoman conceptos que aparecieron en el proceso mismo de construcción de esta perspectiva, en especial entre aquellos interesados en las transiciones. La siguiente cita de Elder es por demás elocuente de esta confluencia de ideas; Elder señala que "las transiciones tempranas pueden tener consecuencias en el desarrollo al afectar transiciones subsecuentes, aun muchos años y décadas después. Ellas producen esto a través de consecuencias en el comportamiento que ponen en movimiento ventajas o desventajas acumulativas con implicaciones sobre otros aspectos de la vida" (2000: 1615). Esta cita no sólo evidencia la centralidad que adquiere el análisis de la acumulación de desventajas en la perspectiva del curso de vida, punto que interesa destacar ahora, sino que al mismo tiempo advierte sobre las posibles consecuencias de transiciones tempranas en el desencadenamiento del proceso de desigualdad y estratificación intra-cohorte, aspecto del que nos ocuparemos en el próximo apartado.

Pero no se trata sólo de una complementariedad teórico-metodológica, sino que ella también deriva de las especificidades de la realidad contemporánea que plantea nuevas exigencias analíticas. El curso de vida, y en particular la experiencia biográfica en la sociedad contemporánea, constituye el espejo en el que se cristalizan las situaciones de vulnerabilidad y riesgo en las que transcurre la vida de los individuos. Si el análisis pretende concentrarse en la gestación y desarrollo de procesos de acumulación de desventajas, la atención debe dirigirse a las experiencias biográficas, y sobre todo a los períodos transicionales del curso de vida.

En primer lugar las transiciones presentan un cierto e inherente grado de vulnerabilidad en la medida que implican incertidumbre, imprevisibilidad y riesgo. El carácter determinante (en ocasiones irreversible) que pueden tener las transiciones sobre el devenir futuro de diversas trayectorias de vida, multiplica la vulnerabilidad y centralidad de estos períodos en el desencadenamiento de procesos que pueden conducir a la exclusión. En segundo lugar, la sociedad contemporánea hace de la experiencia biográfica un proceso en especial incierto y vulnerable. Dos factores confluyen para potenciar esta sensibilidad del curso de vida.

Por un lado, el proceso de individualización que se constituye en uno de los rasgos esenciales y definitorios de la nueva modernidad consiste precisamente en un resquebrajamiento de las "biografías normales", es decir en un debilitamiento de los patrones biográficos tradicionales, socialmente sancionados y pautados (Giddens, 2001; Beck y Beck, 2003). El proceso de individualización, sin embargo, no es en sí mismo un proceso reciente ni exclusivo de la modernidad tardía, reflexiva o líquida, cualquiera que sea la acepción que se prefiera para hacer referencia a nuestra contemporaneidad cultural. La individualización ha acompañado a la sociedad en persistente y creciente complejización y diferenciación, o como señala Elías, es al mismo tiempo "un proceso de civilización". Pero esta continuidad no ha sido siempre lineal, sino que ha estado marcada por saltos cualitativos. Podemos entonces reconocer aspectos comunes al proceso histórico (civilizatorio) de la individualización, pero también sus especificidades socio-temporales. La diferenciación, la desincrustación del individuo con respecto a diversas y sucesivas agrupaciones y categorías sociales, y el carácter social de este proceso que exige siempre una redefinición de la relación individuo-sociedad, son algunos de los aspectos que corresponden a la primera de las categorías citadas. En este sentido, la progresiva individualización ha exigido siempre al individuo un mayor (creciente) grado de determinación, de elección por sí mismo, y sobre sí mismo. Sin embargo, la necesidad de tomar decisiones no sólo por sí mismo, sino sobre sí mismo, es una de las especificidades cualitativas de la individualización en la nueva modernidad. Sólo quiero detenerme sobre dos aspectos vinculados a este último tema que resultan pertinentes para nuestros fines.

El primero tiene que ver con la exigencia de reflexividad; si la primera modernidad consistió en seguir normas, la segunda se basa en la búsqueda de normas (Barman, 2004). La estabilidad familiar, una carrera laboral de largo plazo, la seguridad social, o los roles tradicionales de género, por citar sólo algunos ejemplos, se han visto seriamente debilitados como supuestos y pilares sobre los cuales se podía construir la propia biografía. Esta individualización institucionalizada, somete a los individuos a nuevas exigencias reflexivas que se traducen en la necesidad de una revisión permanente de la propia experiencia biográfica. Precisamente, lo que nos interesa retener es la implicación teórica de este argumento respecto a que en la sociedad contemporánea, tal como señalan Rustin y Chamberlyne (2002), las transiciones demandan un espacio mucho mayor para reflexionar sobre sus potenciales consecuencias. Resulta evidente que esta exigencia de la modernidad reflexiva supone un nuevo factor de riesgo y vulnerabilidad para el proceso de construcción biográfica: "la 'biografía hágalo usted mismo' es siempre una 'biografía de riesgo', por no decir incluso una 'biografía de la cuerda floja', una situación de peligro permanente (en parte abierta y en parte oculta)" (Beck y Beck, 2003:40).

El segundo aspecto que se debe destacar del proceso de individualización contemporáneo es la separación —enfatizada también por Elías— entre un mundo interior al yo y un mundo exterior, pero un mundo exterior no natural sino social. Este aislamiento, distanciamiento social del mundo interior del individuo con respecto al mundo exterior social, aspecto no tematizado por Beck, no sólo puede abrir la puerta hacia formas específicas de satisfacción y realización personal individualizadas, sino también hacia formas específicas de insatisfacción y vacío, "hacia posibilidades específicas de alegría, dicha, bienestar, y placer, y hacia posibilidades de dolor, desdicha, descontento y malestar" (Elías, 1990:153). Este distanciamiento constituye otra especificidad cualitativa del proceso de individualización en la modernidad tardía o, como señala el propio Elías, representa un rasgo privativo de las sociedades muy industrializadas. No se trata, sin embargo, de un simple fenómeno de aislamiento social, sino de la construcción de un individuo que se desconoce en el propio mundo social al que pertenece.

En síntesis, la individualización constituye un proceso histórico y social de largo plazo, entrelazado al proceso de complejización y diferenciación social. Pero, al mismo tiempo, y como ha ocurrido en momentos anteriores, la individualización asume en la modernidad tardía especificidades que la hacen cualitativamente distinta. Aquí, sólo hemos rescatado dos de estos aspectos: la creciente exigencia de reflexividad en la construcción biográfica, y la profundización de antinomias internas a la sociedad que se expresan en un conflicto entre el mundo interior del individuo y el exterior de la sociedad. Creemos que estos dos aspectos, según como sean manejados por los propios individuos y sus respectivas sociedades, constituyen dimensiones clave que acrecientan la vulnerabilidad y el riesgo de exclusión en la sociedad contemporánea tal como lo expresa Ulrich Beck:

La idea actual de exclusión sólo puede entenderse debidamente sobre el telón de fondo de la individualización o, para ser más exactos, de la atomización. Crea circunstancias institucionales en las que los individuos se ven lejos de sus seguridades tradicionales, mientras que, al mismo tiempo, pierden acceso a los derechos básicos y a los recursos de la modernidad (2003: 346).

Por otro lado, la mayor sensibilidad al riesgo del curso de vida se debe a la emergencia, o en su defecto expansión, de desigualdades de un nuevo tipo que Fitoussi y Rosanvallon (1997) han definido como desigualdades dinámicas. Ellas pueden considerarse como el contexto que acompaña a la individualización, y en particular como aspecto central de su proceso de institucionalización, aunque en la concepción de Beck y Beck no se les vincule directamente al problema de la desigualdad social. Las desigualdades dinámicas, en contraste con las estructurales o permanentes, se caracterizan por su transitoriedad y eventualidad, y en la sociedad contemporánea tienden a extenderse y fijarse en las trayectorias biográficas, éste resulta ser su carácter novedoso más que el factor de desigualdad en sí mismo. Es en este sentido que Fitoussi y Rosanvallon (1997) señalan que estas nuevas desigualdades sólo pueden rastrearse en las trayectorias efectivas de los individuos, por lo cual para muchos constituyen desigualdades de la trayectoria. Si bien tiende a primar un sesgo economicista el identificar las nuevas desigualdades, éstas pueden extenderse a otros ámbitos; así, por ejemplo, las distintas formas en que jóvenes de sectores populares lleguen y respondan a una maternidad adolescente no planificada tenderán a constituirse en desigualdades que permearán diferencialmente sus respectivas trayectorias familiares, educativas y laborales, entre otras. Se trata entonces de desigualdades fundamentalmente intracategoriales, que se superponen (a) y fragmentan las desigualdades estructurales. La especificidad de América Latina reside exactamente en que sobre desigualdades estructurales que no sólo no pierden fuerza sino que se profundizan, emergen desigualdades de trayectorias que incrementan la vulnerabilidad de la construcción biográfica, que fragmentan a las categorías de clase o status con múltiples patrones biográficos, y que plantean el riesgo de la exclusión.

Es en este contexto que cobra relevancia centrar el análisis sobre la juventud. No sólo se trata de una etapa del curso de vida sujeta a las mismas incertidumbres y riesgos que el resto de la población, sino que constituye una transición en que se potencia la vulnerabilidad y el riesgo de quedar atrapado en círculos perversos de desventajas acumulativas. Sucede que el proceso de transición a la adultez comparte un extenso recorrido con el de la integración social. Tal como señala Murard:

Las estrategias sociales de los jóvenes requieren una interpretación específica porque para ellos el riesgo de la exclusión social significa no el riesgo de la desafiliación (exclusión), sino de no ser afiliado (incluido). Al analizar por ejemplo las trayectorias de los jóvenes de la calle, puede verse que estar en la calle, sin una familia, es el resultado de una falla en el proceso de inclusión. En otras palabras, esto es el proceso de hacerse adulto por medio de un trabajo estable y la formación de una nueva familia (2002: 51).

La vulnerabilidad inherente al período de transición a la adultez, sin embargo, se potencia o reduce según las estructuras de oportunidades y los activos que puedan aprovechar y movilizar los jóvenes. Dicho de forma distinta, existe un nivel esencial de vulnerabilidad que se asocia a la juventud como concepto abstracto y general, pero ésta adquiere dimensiones particulares y diversas cuando consideramos la juventud como experiencia biográfica.

 

3. Desigualdades privadas: sobre la transición familiar

Así como en términos del proceso de industrialización y urbanización Argentina se ha caracterizado, en el contexto latinoamericano, por un desarrollo temprano (Roberts, 1996), esta misma categorización resulta válida en el plano demográfico. En efecto, Argentina se caracteriza por haber experimentado una temprana y rápida transición demográfica, que se ha expresado en una permanente reducción de la fecundidad y la mortalidad. Esta transición, no obstante, no puede considerarse con independencia de la estructura social, y en particular de los vaivenes del proceso de urbanización y desarrollo económico (Torrado, 2003). En este sentido, si bien en términos generales la primera transición demográfica se encuentra muy avanzada, perduran diferencias importantes entre distintos sectores sociales, persistiendo en ciertas regiones y estratos sociales patrones pretransicionales (López, 2002). Simultáneamente comienzan a observarse algunos indicadores que se asemejan a lo que se ha definido como una segunda transición demográfica (Lesthaeghe, 1998) y que resume algunas tendencias observadas en sociedades avanzadas.3

La coexistencia de comportamientos propios de una primera transición demográfica inconclusa, y una segunda transición en expansión, evidencia en el plano demográfico lo que ya señalábamos en el apartado anterior como tendencia general: la presencia de atributos propios de un claro proceso de individuación, conviviendo con la persistencia de atributos propios de países aún en vías de desarrollo. Estas tendencias contrastantes tienden a corporizarse en distintos sectores sociales, dando lugar a procesos demográficos polarizados (Tuirán, 2002). Nuestro análisis pretende destacar dos aspectos que emergen como nuevos atributos del desarrollo contemporáneo latinoamericano. Por un lado, una profundización de la desigualdad, lo que le asigna un carácter cualitativamente nuevo; por otro, la emergencia de una creciente heterogeneidad intracategorial, lo cual debe pensarse en asociación tanto con un proceso de individuación que atraviesa transversalmente a la estructura social, como con una creciente desprotección y mercantilización del bienestar que hace depender los posibles patrones biográficos cada vez más de los propios recursos.

En el Gráfico 1 se presenta el porcentaje de jóvenes (mujeres) unidas por edad, en los años 1990 y 2000. En efecto, aún en este breve lapso se puede confirmar lo que otros estudios ya habían planteado respecto a una paulatina postergación de la unión conyugal (Torrado, 2000). Tomemos como referencia los 22 años, la proporción de mujeres unidas a esta edad descendió de 48,5% a 27,0%. Sin embargo, más interesante resulta notar la presencia de una edad de quiebre, a partir de la cual las respectivas líneas comienzan a separarse y distanciarse. Hasta los 21 años las líneas que grafican los dos años analizados tienden a superponerse, pero a partir de allí comienzan a separarse y la distancia entre ellas se ensancha progresivamente. Esto significa que los efectos de la postergación de la primera unión resultan evidentes y notorios a edades más altas; pero, más importante todavía, que durante la juventud temprana o adolescencia no se han producido cambios significativos. En efecto, a pesar del proceso de postergación observado, el porcentaje de jóvenes que tienen su primera unión antes de los 20 años ha permanecido prácticamente inalterado en el transcurso de los diez años analizados.4

Algo similar ocurre con el nacimiento del primer hijo. A pesar de una tendencia general hacia la postergación de la maternidad, ésta no ha sido homogénea y no se advierten cambios sustanciales entre las adolescentes. No sólo la contribución de las adolescentes a la fecundidad total se ha incrementado (fenómeno común en varios países de la región), sino que la maternidad entre las jóvenes menores de 20 años ha tendido a incrementarse. En Argentina no disponemos de encuestas sobre fecundidad, y son escasas las que brindan datos sobre demografía y salud, pero diversos estudios y fuentes de información señalan dicha tendencia. López (2002:102), por ejemplo, a partir de una encuesta con mujeres de sectores populares del Gran Buenos Aires, señala con respecto a la primera relación sexual, la primera unión y el primer nacimiento que "la distribución por generaciones pone de manifiesto un rejuvenecimiento de los tres indicadores".

La Tabla 1 no sólo muestra el robustecimiento de la tendencia anterior, sino que sugiere nuevamente un patrón de cambio polarizado. Si tenemos en cuenta que se trata de un período de tan sólo cinco años, las diferencias distinguidas resultan dramáticas. En primer lugar, la proporción de nacidos vivos de madres en su plena edad reproductiva (20 a 34 años) descendió de manera significativa, mientras que entre las madres de mayor edad (más de 34 años) se incrementó levemente. Estas dos observaciones resultan consistentes con una postergación de la maternidad y/o una disminución de la fecundidad. En segundo lugar, el incremento de nacimientos de madres adolescentes es particularmente relevante, más aún considerando la tendencia en los otros grupos de edad. Mientras que el 14,4% de los niños y niñas nacidos en 1991 tenía madres adolescentes, apenas un lustro después este porcentaje crecía a 15,4%.

Este comportamiento, sin embargo, presenta una clara polarización. Mientras el grueso de los jóvenes tienden a posponer cada vez más ambos eventos, son los jóvenes provenientes de los sectores con menos ventajas en términos socio-económicos quienes no han presentado cambio alguno, o incluso han experimentado un rejuvenecimiento en el calendario de la primera unión y el nacimiento del primer hijo. Este cruce de tendencias se traduce en que son los jóvenes más desfavorecidos quienes constituyen ahora la absoluta mayoría de quienes viven estos eventos precozmente y en que aún hoy una significativa proporción de ellos continúa experimentando tempranamente estos eventos.

La primera de estas consideraciones resulta por demás evidente con unos pocos datos. Cerca del 85 % de las mujeres y el 100 % de los hombres de 15 a 19 años de edad unidos conyugalmente tienen menos de doce años de educación (EPH 2000, Gran Buenos Aires); con relación a la maternidad sucede algo similar: el 85% de las jóvenes de 20 a 24 años que tuvieron un hijo en la adolescencia tiene menos de diez años de educación (CEPAL, 1997). Hoy, las transiciones familiares tempranas son un rasgo casi exclusivo de los jóvenes más desfavorecidos.

Evaluemos ahora la segunda parte de la ecuación. Como puede verse en los gráficos 2.A y 2.B la maternidad temprana continúa siendo un rasgo si no mayoritario, sí muy común entre los jóvenes con mayores desventajas socio-económicas. Recordemos que entre las jóvenes de 20 a 24 años de edad sólo el 15% fueron madres durante su adolescencia. Ahora, si clasificamos a las mismas según su nivel de escolaridad y el ingreso de sus hogares, las disparidades se vuelven notorias. Esta misma tasa sube al 48 % entre las jóvenes con cinco o menos años de escolaridad, y hasta el 30 % entre las jóvenes pertenecientes a hogares del primer cuartil de ingresos. Entre las jóvenes con más años de educación y pertenecientes a los hogares con mejores ingresos, la maternidad adolescente es excepcional.

El asumir roles familiares tempranamente puede limitar las oportunidades de los jóvenes al competir con otras opciones como la permanencia en el sistema escolar, la inserción laboral, la experimentación de independencia y autonomía, o la acumulación de otros activos. Pero también es posible argumentar que la transición familiar temprana es parte del patrón tradicional de transición a la adultez entre sectores desfavorecidos, quienes, más allá de los papeles familiares asumidos precozmente verían de todas maneras limitadas sus oportunidades por desventajas estructurales previas (CELADE, 2000), o que transiciones en la adolescencia simplemente precipitarían dificultades que se enfrentarían poco después (Stern, 2002). Si bien estos argumentos pueden convencer, su problema reside en que hacen abstracción del contexto en el que estos eventos tienen lugar. Es decir, si bien la transición temprana constituye un patrón tradicional en estos sectores, la estructura de oportunidades en la que ocurre ya no es la misma; más específicamente, sugiero que la nueva configuración de la estructura de oportunidades plantea un escenario más hostil para estos jóvenes.

Los jóvenes entrevistados, de manera coincidente con los resultados de algunas encuestas (López, 2002), se inclinan a ubicar la edad ideal para unirse y/o tener hijos holgadamente por encima de los 21 años. Antes de esta edad, la unión conyugal y la maternidad o la paternidad, se consideran, en los sectores populares, como tempranas, adelantadas y no convenientes. Esta percepción encierra en sí misma connotaciones importantes que deben estimarse. Primero porque, tal como señalan Salles y Tuirán (1996), esta percepción traduce cambios en las mentalidades respecto del matrimonio, la elección del cónyuge, y otros aspectos ligados a la trayectoria familiar.5 Segundo, porque no se trata de percepciones que reproducen discursos preexistentes, sino que encuentran sustento en sus propias experiencias y proyectos de vida:

De novio es una cosa y después cuando te juntás es otra, de novio no te levantó la mano y juntado sí, de novio saliste a bailar los dos juntos y ya juntados no, porque es como que la mujer es más esclava en el matrimonio. Porque si yo me peleo con mi marido, bueno él se enoja y él me dice "bueno, me voy a la casa de unos amigos", y no sé, porque tal vez se va a bailar, pero si yo hago lo mismo es como que no podés. ¿Por qué no podés? No podés porque es como que el hombre tiene más libertad que la mujer cuando estás juntado. ¿ Vos pensás en eso cuando se te cruza la idea de juntarte? Sí, sí, me pongo a pensar. Porque mi hermana la que tiene el bebé... estuvieron ocho meses de novios, hasta que quedó embarazada, estaba todo bien, pero ahora ya juntados se llevan re-mal, no se llevan tan bien. No, no me gustaría tener la misma experiencia que ellos (Marta, 19 años).

Sabés que no, porque yo tengo una idea en la cabeza; primero quiero tener lo mío, tener un buen trabajo, algo que uno pueda decir "bueno, esto es un buen trabajo", no de tres meses y andá. Tener un buen trabajo... ¿7e gustaría formar una familia? Sí, pensé, que "que lindo sería", qué sé yo, que me gustaría, pero de ahí en más, no. ¿Considerás que sos chico para eso? Sí, considero que soy chico; y quiero vivir la vida, estoy en la joda todavía, no quiero que pase. O sea, no me gusta crecer en sí, me gusta ser pendejo (Roberto, 17 años).

Lo que observamos en estas opiniones es lo que Salles y Tuirán llaman cambios en las mentalidades, y que pueden considerarse también como manifestaciones de un proceso de individuación. Lo que se lee en las palabras de Marta y Roberto es una pretensión por tener un mayor control del propio curso de vida, e incluso un claro ejercicio de reflexividad sobre la propia vida. Marta no quiere ser esclava, Roberto reconoce que aún está en la joda. Sin embargo, a pesar de estas percepciones, las transiciones tempranas entre los sectores menos favorecidos, no sólo continúan ocurriendo sino que tienden a incrementarse.

Diversos estudios sugieren que las transiciones familiares tempranas se asocian con factores compulsivos que favorecen la ocurrencia de estos eventos (Stern, 2002). Es decir, las transiciones familiares tempranas no pueden pensarse como continuidad de un patrón tradicional sino como resultante de un conjunto de factores de riesgo que ponen de manifiesto un claro conflicto (antes ausente) entre una mayor pretensión de control y reflexividad sobre el curso de vida y desventajas que impiden lograrlo; entre individuación y desigualdad. Estas mismas tensiones se observan en relación con las consecuencias de las transiciones familiares tempranas. Si tres décadas atrás una transición temprana no añadía nuevas desventajas ello se debía, en parte, a las estrategias empleadas por los hogares y sus miembros; hoy no podemos seguir pensando lo mismo porque dichas estrategias no son igualmente viables en el nuevo escenario. Transformaciones en la estructura de oportunidades, el agotamiento de los recursos de los pobres (González de la Rocha, 2001), y cambios inherentes a un proceso de secularización contribuyen al debilitamiento de las estrategias tradicionales de sobrevivencia.

 

4. Desigualdades locales: sobre el espacio urbano

El espacio urbano, como espacio de cristalización y reproducción de las tensiones de la estructura social, es experimentado diferencialmente y, a la vez, es generador de diferencias en las experiencias de vida de quienes lo habitan. El espacio urbano como síntesis y promotor de la desigualdad social no es una novedad para las ciencias sociales. Sin embargo, los procesos de segregación espacial nos hablan de un nuevo tipo de desigualdad y de nuevas desventajas para los sectores menos favorecidos. La segregación espacial de la población urbana pobre no simplemente afecta el cómo se vive la ciudad, sino la médula misma del sistema social, el sistema de relaciones sociales que se entretejen por y sobre el espacio urbano. Tal como lo afirmara uno de los precursores de los estudios urbanos, el espacio urbano puede representarse como un conjunto de pequeños mundos que se tocan pero no se interceptan (Park, 1967 [1925]), aunque en el escenario actual no sólo por la conformación de identidades y subculturas diferenciadas, tal como lo señalaba Park, sino principalmente por la emergencia de espacios de sociabilidad y condiciones materiales de existencia profundamente contrastantes.

Diversos estudios han comenzado a explorar y analizar estos procesos de fragmentación del espacio urbano y segregación espacial de los pobres en las grandes ciudades de América Latina (Kaztman, 2001; Sabatini, et al., 2001; Prevot Shapira, 2001; Rodríguez, 2001). Si bien la concentración urbana de los sectores más desfavorecidos ha sido un rasgo tradicional de la urbanización latinoamericana, los estudios actuales coinciden en señalar que la segregación urbana de los pobres es cualitativa y cuantitativamente diferente. No se trata tan sólo de un problema de ecología urbana, sino fundamentalmente de aislamiento social. Buenos Aires6 no es ajena a estos procesos. Las transformaciones macro-estructurales que se desarrollaron en Argentina a partir de la última década del siglo pasado, tuvieron su reflejo en una profunda modificación del espacio urbano. Dos fenómenos destacan por su relevancia: por un lado, la suburbanización de sectores de altos ingresos, por otro, la consolidación y homogenización de áreas de pobreza (Torres, 2001; Prevot Shapira, 2002). Así, mientras los sectores privilegiados tendían a replegarse y concentrarse en áreas específicas de la ciudad de Buenos Aires y en urbanizaciones cerradas, en las áreas más desfavorecidas del conurbano, la pobreza se extendía y profundizaba: los pobres no sólo viven entre pobres, sino que son ahora más pobres.

Florencio Varela es uno de los diez partidos que integran el C.B.4. Sus indicadores en el transcurso de las últimas décadas lo colocan entre las áreas más deprimidas y pobres del conurbano. Se encuentra ubicado en el segundo cordón del conurbano, 24 km al sur de la Ciudad de Buenos Aires. De acuerdo con los últimos datos censales de 2001, tiene una población cercana a los 350 000 habitantes y es el partido del conurbano que ha experimentado el más rápido crecimiento demográico en las últimas tres décadas. En el transcurso del último período intercensal (1991-2001) no se han experimentado mejoras en el porcentaje de población con Necesidades Básicas Insatisfechas, que se mantuvo en cerca de una tercera parte de la población total, lo cual en términos absolutos significó un incremento de 27 000 nuevas personas con NBI.

El Gráfico 3 presenta algunos otros indicadores socio-económicos de Florencio Varela que permiten formarnos una imagen de las condiciones de vida prevalecientes. Se trata de un partido con una población relativamente joven: poco más de un tercio (34,1%) son niños. Pero, sin duda, los rasgos más sobresalientes son los que hacen referencia al empleo y la educación; según datos del último censo, más del 40 % de la población económicamente activa estaba desocupada, y más del 80 % de los mayores de 15 años tienen menos de 12 años de educación. En síntesis, Varela constituye una localidad mayoritariamente habitada por jóvenes y familias en sus primeras etapas, es decir en un período de particular vulnerabilidad en términos de reproducción de la pobreza y una deficiente integración social; los pocos indicadores socio-económicos repasados no permiten el optimismo respecto a la capacidad de estos hogares para resistir tales riesgos: los índices de pobreza se encuentran entre los más altos del país, una mayoría de la población no alcanza los niveles de educación hoy mínimos para intentar una plena integración, y la falta de trabajo es una rasgo muy común entre sus habitantes.

La pregunta a la que pretendía arribar es cómo se experimenta la transición a la adultez en un contexto como éste, signado por múltiples desventajas. El espacio urbano se constituye en otro factor de desigualdad que condiciona las experiencias biográficas. Nuevamente, como en el caso de las transiciones familiares tempranas podrá argumentarse que esto no es nuevo, incluso que los pobres siempre concentraron desventajas y vivieron entre pobres. El análisis cualitativo, sin embargo, muestra que esta desigualdad adquiere nuevas dimensiones en un contexto de fragmentación social del espacio urbano, y que las diferentes condiciones en las que se enfrentan estas desventajas generan diferencias intracategoriales no menos significativas.

Si en el apartado anterior el análisis se focalizó en la transición familiar, aquí me concentraré sobre las desventajas asociadas con la transición de la escuela al trabajo, es decir, en el tránsito del sistema educativo al mercado de trabajo.

Tradicionalmente, Florencio Varela se ha caracterizado por el escaso desarrollo de un mercado de trabajo local, el cual es prácticamente inexistente. La actividad industrial es sumamente limitada, y el comercio, en parte debido a la pobreza que caracteriza a sus habitantes, es principalmente informal y/o constituido por pequeños negocios.

En Varela, las oportunidades de empleo o bien deben ser autogeneradas o bien deben encontrarse más allá de los límites de la propia localidad. Esto, con mayor o menor intensidad, ha sido tradicionalmente así, pero en el nuevo escenario los jóvenes deben enfrentar además un creciente agotamiento de los recursos de sus hogares. Para encontrar un trabajo en general, pero más aún si se trata de buscar lejos de donde uno vive, se necesita capital físico y social, es decir dinero y contactos. Los índices de pobreza y desocupación que prevalecen evidencian que ambos recursos hoy son escasos en Varela. Tal como lo señalan Tania y Angie, para los jóvenes de Varela comprar un periódico, tomar un tren o autobús, o comer fuera de la casa constituyen erogaciones importantes y no siempre disponibles.

Me anoté y me salió uno pero era para trabajar en el shoping, pero me quedaba muy lejos y la plata no, no me alcanzaba. No, ya sacando cuentas gastaba más en pasaje y por ahí si tenía que comer algo, qué es lo que me iba a quedar, entonces no (Tania, 25 años).

¿Cómo hacés para buscar en Buenos Aires? Y me dan mis hermanos para el tren, porque voy en tren que sale más barato. Me voy con mis hermanos, a veces me acompaña mi padrastro. A veces nos vamos en bicicleta hasta allá, y yo después me voy caminando. Y por amigos? No, no tengo amigos. ¿Y que hacés todo el día? Estoy todo el día con mi bebé, con mi mamá (Angie, 20 años).

Cuando los recursos económicos tienden a ser escasos el capital social se torna más importante aún; los contactos para encontrar un trabajo no sólo pueden facilitar el proceso de empate entre demanda y oferta de trabajo (Granovetter, 1974), sino al mismo tiempo evitan erogaciones significativas para los pobres. El caso de Angie es un claro ejemplo de acumulación de desventajas: con pocos años de vivir en Varela, con un pequeño hijo y sin pareja, y con su padrastro desempleado, su vida cotidiana se ha visto atrapada en un profundo aislamiento social.

Si la experiencia de Angie refleja una situación extrema de aislamiento, la de muchos otros jóvenes da cuenta de un aislamiento comunitario que no es menos significativo. En Florencio Varela las redes sociales para conseguir empleo se han visto fuertemente debilitadas por los altísimos niveles de desempleo. Tal como lo apuntaba Granovetter (1973), los lazos más fuertes y estrechos suelen ser los más débiles para la búsqueda de empleo y para abrir oportunidades de movilidad social, en la medida que tienden a ser redundantes; tal es el caso de Gladys quien reconoce la imposibilidad de contar con su familia pues "todos se encuentran en la misma situación". Pero la conformación de amplios espacios urbanos homogéneamente pobres extiende esta redundancia incluso a los lazos más débiles y menos estrechos de amigos, vecinos, compañeros y otros conocidos, tal como puede leerse en la experiencia de Tania.

No, ni familia ni amigos, tratamos de rebuscarnos entre nosotros, ¿viste? y así tiramos, o sea, con las changuitas que él hace... ¿Pero...si le tenés que pedir ayuda a alguien, a quién le pedís? No sé... porque estamos todos en la misma situación, mi papá anda sin trabajo, mi suegro, mis cuñados están todos sin trabajo, así que no tengo a quien recurrir... para pedirle plata no tengo a nadie (Gladys, 28 años).

¿Y por amigos o por contactos nunca has intentado buscar? Si no, no, ni hablar, a todos los que veía les digo "estoy buscando trabajo". Pero lo que pasa es que por ahí mi relación era con gente que también, viste, la viven pechugueando, no, no podía; por ahí algunos me decían mirá yo me anoté, andá y anotate, pero... ¿Digamos con vecinos o qué? Claro, con gente que por ahí..., ninguno era como que me podía ayudar o dar una fuente de trabajo, no (Tania, 25 años).

Como contrapartida al debilitamiento del capital social de la comunidad, el cual no sólo se ve afectado por la erosión de la fortaleza de las redes sociales sino también por procesos de fragmentación y aislamiento social que se dan al interior de la propia comunidad (Saraví, 2004b), se produce así un encapsulamiento de los hogares. No se trata simplemente de una privatización de las preocupaciones del hogar (González de la Rocha, et al., 1990), sino de un paulatino acortamiento de la solidaridad social (en su acepción Durkheimiana). Los hogares resultan cada vez más dependientes de sí mismos, o para decirlo de manera más cruda, la soledad de la individuación ha alcanzado a los sectores más pobres; soledad a la que el contexto latinoamericano le otorga una dosis mayor de dureza por lo inacabado de su sistema de bienestar social. Esta dependencia de sí mismos puede verse en sus dos caras. Por un lado, los hogares tienden a reservar sus escasos activos para sus propios miembros o el círculo más cercano; el trabajo de campo dejó claro que difícilmente un joven con su padre desocupado puede encontrar empleo a través de los contactos provistos por un vecino, pues lo más probable es que este último los reserve para sus propios hijos. Por otro lado, los jóvenes sólo pueden contar, para bien o para mal, con los muchos o pocos activos de sus propios hogares. Volvamos por un momento a la historia de vida de Angie; encontrar un trabajo viviendo en Varela no es sencillo, además demanda recursos que allí son escasos, y además si se es madre soltera, compatibilizar las demandas familiares y laborales no es fácil de resolver.

Una vez me llamaron de Telecom para salir a vender en la calle. ¿ Y qué pasó? Me llamaron y yo tenía que ir a trabajar, pero como se enfermó mi mamá y mi bebé, yo los tuve internados a los dos, y no pude ir. Como mi hermana era menor, a la única que dejaban entrar ahí donde estaba mi mamá era a mí, y después mis hermanos no podían entrar porque tenían que ser mujeres para cuidarla, entonces estaba yo. Y después se recuperó mi mamá y se enfermó mi bebé. Le agarró....¿Cómo se dice? ¿En el verano, con el calor? ¿Diarrea? Sí, diarrea y vómitos, pero se deshidrató, entonces me lo dejaron ahí internado; bajó como 5 kilos creo, mi bebé. ¿Y ahí perdiste el trabajo? Sí, porque cuando se enfermó mi mamá llamé y les avisé y me dijeron que no había problema, pero la segunda vez ya no me creyeron (Angie, 20 años).

Tal como lo expresara Angie, en más de una oportunidad la suerte ha jugado en su contra a lo largo de su experiencia biográfica. Entre los sectores más desfavorecidos, esta recurrencia frecuente a la mala suerte, el destino, o situaciones accidentales como responsables de males, no sólo puede leerse como un indicador de un bajo nivel de individuación o escaso control sobre el propio curso de vida. Es posible también, una interpretación que en cierta medida va en la dirección contraria; tal como lo señalan Fitoussi y Rosanvallon (1997), las trayectorias vitales no sólo son afectadas por las condiciones iniciales de las que se parte, sino también "de la relación de los individuos con la coyuntura, relación que en sí misma es reinterpretada en las categorías de la buena o la mala suerte". Es decir, la referencia a fuerzas incontrolables y aleatorias, indirectamente pone de manifiesto la mayor presencia que adquieren en el actual escenario las desigualdades dinámicas como determinantes de patrones biográficos específicos.

La segregación urbana tiene un efecto multiplicador y potenciador de otras desventajas. La segregación urbana hace referencia a la acumulación y concentración de desventajas en un espacio determinado (Rodríguez, 2001); pero además y de manera menos directa, hace referencia también a una mayor desprotección social de los sectores que ocupan ese espacio. Desprotección asociada con la ausencia del Estado, el debilitamiento de los lazos comunitarios, y el agotamiento de los activos de los hogares y sus miembros. Al explorar la modalidad doméstica de producción Sahlins (1983) planteó la posibilidad que ante períodos de crisis recurrentes y escasez prolongada, los hogares se inclinaron a restringir sus relaciones a distancias sociales cada vez más cortas, amenazando finalmente con la fragmentación y dispersión de la comunidad. Me parece pertinente retomar este ejercicio de imaginación sociológica, para reflexionar sobre los efectos de la segregación urbana. El aislamiento social de los hogares se traduce en una creciente dependencia de sí mismos; el hogar se constituye en el principal resguardo de los más desfavorecidos, lo que implica que las oportunidades de sus miembros dependan crecientemente de las condiciones predominantes al interior del mismo. Si tenemos en cuenta que la familia enfrenta profundas transformaciones, veremos que este último resguardo también comienza a debilitarse, situando a los individuos en un creciente desamparo.

 

5. Desigualdades institucionales: sobre la participación

Las distintas etapas en las biografías de los individuos responden en gran medida a un proceso de institucionalización del curso de vida. En la sociedad contemporánea una infraestructura institucional específica contribuye a reconocer la juventud: principalmente el sistema educativo, pero también el mercado de trabajo y la familia (Hogan y Aston, 1986). Así, en los esquemas de reconocimiento social (y en los estudios sobre juventud) podemos encontrarnos con jóvenes estudiantes, jóvenes trabajadores o jóvenes amas de casa. Sin embargo, en América Latina, al igual que en otros países, un tema de creciente preocupación es el de los jóvenes que no pueden categorizarse en ninguna de estas instituciones. Tan es así, que no contamos con un concepto para referirnos a ellos; el único atributo común que los ubica en una misma categoría es precisamente el permanecer al margen de las instituciones más importantes de socialización e integración durante esta etapa del curso de vida. Esta condición de exclusión institucional coloca a estos jóvenes en una situación de indefinición cercana a la inexistencia social en la medida que la sociedad no logra asignarles un reconocimiento y/o status social particular: no son estudiantes, no son trabajadores, no son desocupados, no son amas de casa. Esta circunstancia extrema de desafiliación provoca que este grupo no sólo sea una manifestación evidente de la crisis por la que atraviesan los canales tradicionales de integración social, sino al mismo tiempo una caja negra sobre la que poco sabemos.

Los estudios sobre este sector de la población joven en el contexto latinoamericano son escasos. En una exploración inicial de la CEPAL (1997), se señala la vulnerabilidad y riesgos que los afectan, no sólo por la disminución de sus oportunidades futuras de bienestar, sino también por una creciente asociación con actividades ilícitas. En este mismo trabajo, la CEPAL estima que alrededor del 5 % de los jóvenes de la región de 15 a 19 años de edad se encuentran en esta condición. En Argentina, las cifras son similares, sin embargo, en el transcurso de la última década se observa una tendencia decreciente.

Entre 1990 y el año 2000 la proporción de jóvenes con exclusión institucional7 en el Gran Buenos Aires disminuyó de 4,9 % a 2,9 %. Se trata de más de 63 000 jóvenes de 15 a 24 años de edad que, aun en tiempos de creciente pobreza y desempleo, no son estudiantes, no están empleados ni buscando trabajo, no son amas de casa, ni tienen discapacidad alguna que les pudiera impedir realizar una de estas actividades. Pero así como la proporción de jóvenes excluidos disminuyó, al mismo tiempo este grupo presenta hoy mayores desventajas que el resto de la población juvenil. Es decir, ahora son menos, pero con una mayor acumulación de desventajas. La Tabla 2 resume algunas de estas desventajas.

El 60 % de ellos vive en hogares pobres, mientras que sólo el 32% de los demás se encuentran en esta misma situación. Los niveles de pobreza entre estos jóvenes ya eran altos al inicio de la década pasada, y no se experimentaron grandes cambios; sin embargo, en otras dimensiones las desigualdades propendieron a ensancharse. Mientras en términos generales los niveles de educación y la asistencia escolar crecieron, los jóvenes con exclusión institucional sin educación secundaria completa aumentaron de 67,1% en 1990 a 74,1% en el 2000. Es decir, al iniciar el milenio tres de cada cuatro jóvenes con una integración social débil presentaban al mismo tiempo serias deficiencias educativas.

En lo que respecta a las características del hogar se observan tendencias similares. El porcentaje de jóvenes excluidos con padres de muy bajo nivel educativo se incrementó de 30 % a 40 %, mientras que en el resto se observó un movimiento inverso (de 23,8% a 20,6%). El deterioro del mercado de trabajo en la década de 1990 afectó con particular intensidad a los jefes de hogar y se extendió sobre diferentes sectores sociales (Bayón y Saraví, 2002); con todo, estas condiciones de precariedad laboral presentan niveles particularmente altos entre los jóvenes en situaciones de exclusión. En 1990 el 77 % de los jóvenes con exclusión institucional residía en hogares encabezado por un jefe con empleo estable y protegido; al término de la década este porcentaje había descendido a 51 %, en tanto que en el mismo lapso se duplicó la proporción de quienes vivían en hogares con jefes desempleados (de 7,8 % a 18 %). En el resto de la población juvenil también se incrementaron los niveles de jefes de hogar con empleos precarios o desempleados, pero a un ritmo sensiblemente inferior.

Finalmente, otra observación destacable se refiere a la estructura del hogar. Al inicio de la década tres de cada cuatro jóvenes excluidos (75,4%) residían en hogares nucleares, proporción que resultaba incluso levemente superior a la del resto de la población joven. Este porcentaje descendió bruscamente al final de nuestro período de análisis (49,6%). Paralelamente a esta disminución se advierte una inclinación al aumento de jóvenes excluidos residiendo en hogares de un sólo padre (tendencia que en el resto de los jóvenes se mueve en dirección contraria). Es decir, se percibe una creciente concentración de los jóvenes excluidos en hogares con una estructura más débil.

La crisis que afectó al país en el cambio de siglo, fungió como un catalizador de este heterogéneo universo, haciéndolo claramente más homogéneo y definido. Pero además, cómo hemos mostrado en otro trabajo (Saraví, 2004a), los jóvenes con exclusión institucional hoy tienden a permanecer en dicha situación por tiempos mucho más extensos que una década atrás. Si en el pasado este universo era más fluido y dinámico, ahora se observa un mayor endurecimiento; quienes concentran más acumulación de desventajas, tienen simultáneamente mayores dificultades para reintegrarse al sistema educativo y/o al mercado de trabajo. La confluencia de pobreza, bajos niveles educativos, precaria integración al mercado de trabajo de los jefes del hogar, y estructuras familiares incompletas pueden haber complicado, en un escenario mucho más hostil, las posibilidades de integración de los jóvenes que ya se encontraban en una situación vulnerable.

Sin embargo, aún con este perfil más definido, la frialdad de los datos no nos permite iluminar los procesos que explican estas dificultades. Ninguna de las desventajas que caracteriza a este grupo conduce necesariamente a una situación de exclusión institucional, y aunque su combinación potencia esta posibilidad, tampoco en este caso puede plantearse una relación de tipo causal. La pregunta pendiente es: ¿cuáles son los procesos por los cuales estos riesgos potenciales se constituyen en experiencias de exclusión institucional?

Las experiencias, y en particular las percepciones y sentimientos, de los jóvenes que atraviesan por períodos de exclusión institucional corporizan la era del vacío en su expresión latinoamericana. Las narrativas de estos jóvenes ponen de manifiesto recurrentemente una sensación (y una experiencia) de agobio ante una realidad que resulta fuera de control. No se trata, sin embargo, de la apreciación de que uno mismo carece de control sobre el propio curso de vida, sino incluso de la ausencia de un control de segundo nivel, ajeno a uno mismo; la sensación predominante entre estos jóvenes es que no hay un plan de ruta (propio o ajeno) para la propia experiencia biográfica. Se trata de un desconocimiento de sí mismo en la propia sociedad, lo cual constituye para nosotros un ejemplo paradigmático y extremo, de la muralla que, siguiendo a Elías, puede elevarse entre el mundo interior del individuo y el mundo exterior social, y el concomitante vacío y frustración que de allí puede derivarse. Los jóvenes se perciben en un cruce de contradicciones, un tiempo cronológico que avanza y una experiencia biográfica que permanece congelada. Los conflictos se generan, al menos en este caso, porque la paralización del devenir biográfico se produce en una estación vista como problemática, saturada de desventajas y no deseada.

O sea, cuando me preguntan para qué estaba en la esquina, para qué paraba en la esquina y para qué me drogaba tanto, yo digo 'y bueno, para salir de la realidad', porque es la verdad. Es una excusa, en ese momento era una excusa. Es más, para mí mismo era una excusa el parar en la esquina, era 'bueno, me voy a la esquina y estoy con los pibes, me tomo un par de vinos, me fumo un par de fasos' y estás re-colgado. Y bueno, te puede pegar el mambo de estar deprimido y te pones peor, o te pega el mambo de no saber ni que hacer. Pero la mayoría están con ganas de rescatarse y están esperando... Porque sabés, los pibes no son malos, viven en una burbuja. Se levantan, se fuman un faso, y se la pasan todo el día escabiando, llega la noche y siguen escabiando hasta que no dan más y se van a dormir. Pero no son 'mocos', así mal, 'bardos' (Lautaro, 18 años).

¿Te aburrías de estar sin hacer nada? Sí, eso es lógico. ¿Y cómo te sentís? Te sentís mal, no podés contar con nada, no podés planear nada, eso desde el vamos, no podés planear nada, nada. ¿Qué hacías en todo el día? No, no, leía, sí me encerraba, sí miraba tele e iba alternando, leía, miraba tele, escuchaba música, y así. ¿Ahora ya no? Sí, sigo hasta el día de hoy, pero ahora ya tengo más actividad, antes me encerraba, medio depresivo era lo mío. Por lo mismo que te digo, que no tenía laburo, no podía nada, no podía diagramar nada. Tampoco es una depresión ya es una forma de depresión, no es la literal que te tirás y te tirás al abandono, no, me quedo así pensando en los problemas... ¿En qué problemas? Ehhh, el futuro, como voy a...como me voy a mantener, que sé yo el día de mañana quiero tener yo mi propia casa y cómo lo voy a conseguir, eso me preocupa (Federico, 21 años).

Es decir, en las narrativas de los jóvenes se puede detectar, más allá de la disparidad de los lugares dónde están y las actividades qué hacen, un rasgo que parece esencial en este grupo: un intento por escapar o huir de una situación de agobio ante una acumulación de problemas y desventajas. Hay tres aspectos que contribuyen a entender por qué el agobio, por qué la evasión, por qué de esta forma. Se trata de desventajas menos tangibles y cuantificables, que tampoco son exclusivas de estos jóvenes, pero que confluyen para acrecentar su vulnerabilidad. Ellas son el aislamiento social, la desvalorización y culpabilización de uno mismo, y el descreimiento en el mercado de trabajo y el sistema educativo.

No me refiero a un aislamiento comunitario, como el que exploramos en el punto anterior, sino a un aislamiento social experimentado individualmente. Aunque de diferente tipo, se refiere a un fenómeno de igual naturaleza, caracterizado en este caso por el quiebre, la ausencia o la imposibilidad de recurrir a una red de soporte constituida por relaciones sociales primarias. Ya sea como fuente de capital social, capital económico o capital emocional, esta estructura de soporte y contención social está vedada para estos jóvenes, por lo cual se encuentran (e incluso se conciben) abandonados a sí mismos. Esta "falta" es muy clara sobre todo al momento cuando los jóvenes pretenden una "vuelta", una salida de esta situación de agobio, una re-integración. Ella no se da a través de un (re)ingreso al mercado de trabajo o al sistema educativo, instituciones que pierden centralidad en las expectativas de los jóvenes; se da principalmente a través de organizaciones sociales como pueden ser una radio comunitaria, una Iglesia Evangélica, un centro cultural o una huerta comunitaria. Como en el caso de Lautaro, se busca reconstituir, mediante estas organizaciones, relaciones sociales primarias que actúen como red de soporte y contención.

O sea yo siempre tuve ganas de cambiar. O sea, en realidad yo nunca quise hacer todo lo que hice, entendés. No sé por qué lo hacía. Necesitaba algo..., algún argumento convincente para ponerme las pilas, pero no tenía ninguno, o sea ninguno que yo quisiera ver tampoco [...] Mis amigos, mis conocidos, o sea la gente que yo podía hablar no era ninguno sano, entonces me quedé aislado de todo, y yo no puedo ir a decirle a mi abuela o a mi hermanito que era lo único que tenía, a mi hermana no podía ir porque me traía la Biblia y me volvía más loco (risas). Entonces empecé a ir [al centro cultural]. Era horrible, no estaba ni pintado, el fondo era una mugre, estaba horrible el lugar y yo estaba desde la mañana hasta la tarde, limpiando, pintando, cortando el pasto, pintábamos todos. Llegó Sandra, estaba Omar, estaba Vero, estaban todos, todos poniéndole las ganas a esto para que esto quede lindo y fueron así meses y meses y yo ya llegó un momento que era mi segunda adicción (Lautaro, 18 años).

Un segundo atributo, mucho menos explícito y detectado por los propios jóvenes, pero recurrentemente transparentado en sus narrativas, es un sentimiento de culpabilización. Los factores que los llevaron a esta situación pueden ser diversos, pero en todos ellos se pone en duda la propia capacidad para salir de la situación, imposibilidad que no es atribuida a factores estructurales sino a fuerzas no claramente identificables pero con un mismo efecto paralizante. No puede expresarse mejor esta sensación que retomando las palabras de Lautaro al señalar, en referencia a los "pibes de la esquina", que "la mayoría de ellos quieren dejar todo eso, y están esperando..."; una espera incierta, que se hace permanente. Esta culpabilización se asocia estrechamente con una desvalorización de las propias capacidades, lo cual se traduce en que si en un primer momento los factores desencadenantes de su situación aparecían como inciertos, ahora se asume una autorresponsabilidad. La desvalorización reside en que los jóvenes consideran que no pueden cambiar la situación, lo cual es atribuido a una responsabilidad individual. La autoasignación de responsabilidades individuales a fenómenos sociales, deviene tanto en una autoculpabilización como en una aceptación de la propia situación.

¿A veces no te sentís aburrida de estar sin hacer nada? Sí, sí, por ahí sí. Cuando no estoy haciendo nada y estoy mirando tele es como que me siento muy..., ¿cómo te puedo decir? Muy inútil, muy..., qué sé yo, me pregunto '¿No tengo otra cosa para hacer?', '¿Podré hacer otra cosa en realidad?' Entonces es como que me siento tonta [...] A veces yo digo, 'loco, la pucha siempre me pasa todo esto a mí'. Y bueno, viste cuando uno se pone a evaluar, yo digo 'y bueno, no para todos es una buena posición económica o un trabajo, qué sé yo' (Tania, 25 años).

El último de los aspectos se refiere a un fuerte descreimiento que enfatiza en el sistema educativo y, en algunos casos, también en el mercado de trabajo. El seguimiento de estos jóvenes a través de un análisis de panel (Saraví, 2004a) nos permitió observar un cambio significativo en la composición de los jóvenes con exclusión institucional: mientras al inicio de la década de 1990 cerca de la mitad se habían retirado de un empleo para iniciar un período de inactividad (tal vez luego de haber logrado acumular ciertos ingresos), en los albores del nuevo milenio, sólo uno de cada cinco había tenido un empleo inmediatamente antes, pero dos de cada tres habían sido estudiantes o desempleados (condiciones que no implican ingresos).

En el caso de los provenientes de una situación de desempleo, se trata de un típico caso de desempleados desalentados, pero que adquiere particular relevancia por tratarse de trabajadores que se encuentran en los inicios de su trayectoria laboral. El trabajo de campo, sin embargo, nos permite sugerir que el desaliento en el caso de estos jóvenes no proviene de las dificultades para hallar un empleo, sino de las escasas expectativas depositadas en el trabajo. Una situación similar se observa en relación con el sistema educativo. Detrás de la permanencia de un estudiante en la escuela puede hallarse una gran heterogeneidad de motivaciones y diversidad de factores (Kessler, 2003); lo que encontramos entre los jóvenes con exclusión institucional es la ausencia de cualquiera de estos posibles lazos: no está la expectativa de ingresar al próximo nivel universitario; no hay un compromiso con los padres o éstos carecen de influencia en la decisión de los jóvenes; no se percibe un logro potencial en la medida que aparece como un objetivo muy distante e incierto; y en muchos casos creen que la escuela tampoco tiene interés en retenerlos.

Cuando terminé 7mo [último grado de primaria] tenía 13 años, y a los 15 dije estoy muy al pedo así que... ¿Y de los 13 a los 15 qué hacías? Y nada, nada. ¿Tu vieja no te dijo nada de que estudiaras? No, no, porque mi vieja se ocupaba de sus cosas. Siempre se ocupó de sus cosas y..., ahora ya de grande se ocupa de mí, pero cuando era chico no. Entonces agarré y dije "bueno, me tengo que anotar en algún colegio". ¿Y los amigos del barrio, estudiaban? No, no, no. ¿Qué raro, vos tomaste esa decisión? Y sí, porque yo no ..., ya sentía que no tenía edad como para estar sentado así, con los pibes jugando a la pelota, hablando, y yo veía que se me pasaba el tiempo y cada vez más y más, y más. ¿Pensaste en qué ibas a ser cuando fueses grande si seguías así? No, no. Yo pensaba en ahora, nada más. Yo pensaba en cómo perder mi tiempo pero provechosamente. ¿La escuela era eso? Claro; perder el tiempo provechosamente (Diego, 21 años).

Algunas desventajas que presentan estos jóvenes han sido más exploradas, por ejemplo la pobreza, los bajos niveles educativos, la precariedad laboral de sus hogares o la debilidad de la estructura familiar. El análisis previo, además, nos invita a estudiar cómo ellas se retroalimentan con otras desventajas menos familiares. El aislamiento social, la desvalorización y culpabilización y el descreimiento en instituciones clave de movilidad social nos permiten comenzar a trascender los estereotipos y las manifestaciones más visibles de la exclusión institucional, para adentrarnos en una interpretación más profunda de las situaciones de agobio y desafiliación que se esconden detrás.

 

6. Conclusión

Desde el inicio del artículo nos propusimos examinar los riesgos del proceso de transición a la adultez en un contexto de profunda desigualdad social. Sin embargo, la discusión y el análisis desarrollados hasta aquí no se ocuparon de las formas tradicionales de desigualdad sobre las cuales estamos acostumbrados a pensar. En efecto, el foco de atención no se concentró sobre desventajas estructurales asociadas con desigualdades en la distribución del ingreso y en la estructura de clases.

El énfasis sobre las desigualdades dinámicas no pretende, sin embargo, desconocer la fuerte presencia de las desigualdades estructurales. Estas últimas constituyen el trasfondo de nuestro análisis; precisamente jóvenes de los sectores más desfavorecidos de la sociedad han sido el eje de nuestro análisis. Los hallazgos de este artículo, no obstante, muestran que estos jóvenes viven hoy lo que podríamos llamar, en beneicio de la brevedad, una pobreza estructural de nuevo tipo cuyo principal atributo es un alto riesgo de exclusión.

Los jóvenes, y en especial los de sectores más desfavorecidos, son los protagonistas de este creciente riesgo de exclusión. El análisis realizado permite sugerir que, más allá de sus múltiples manifestaciones, la raíz de esta vulnerabilidad debe buscarse en un desajuste entre procesos de cambio estructurales y seculares, por un lado, y las respuestas de la sociedad para responder al nuevo escenario producto de estas transformaciones, por otro. Los jóvenes son actores principales en los que se cristaliza este desajuste, en la medida que inician trayectorias y transiciones (hacia la adultez y la integración) en un nuevo contexto de incertidumbre y desamparo social; no hay aún una memoria social para responder a los nuevos desafíos.

Del análisis se desprenden dos tensiones en las que se expresa este desajuste. La primera es el conflicto entre individualización y desigualdad. El proceso de individualización avanza en la sociedad argentina, manifestándose en una creciente desincrustación del curso de vida con respecto a normas y patrones tradicionales. Las experiencias biográficas adquieren mayor diversidad, y en los jóvenes se evidencia un intento por alcanzar un mayor control y reflexividad sobre el propio curso de vida. Sin embargo, aunque en la discusión europea suele olvidarse, la individualización es sumamente dependiente de activos y oportunidades. La diversidad no sólo depende de la individualización en sí misma, sino de los múltiples contextos en que puede tomar lugar. La individualización en un contexto de profunda desigualdad como el latinoamericano, tiende a exacerbar el efecto de desigualdades dinámicas, las situaciones y sentimientos de frustración y vacío, y, junto con ello, el potencial entrampamiento en círculos de desventajas.

La segunda dimensión se asocia directamente con la anterior y se refiere a la tensión entre desigualdades dinámicas y estructura de oportunidades. Como lo señalan Fitoussi y Rosanvallon (1997), lo nuevo no son las desigualdades dinámicas, sino su persistencia y adherencia a las experiencias biográficas. Nuestro análisis arroja que esta persistencia puede explicarse, en gran parte, por profundas transformaciones en la estructura de oportunidades que impiden enfrentar este tipo de desventajas como solía hacerse en el pasado. La comunidad, el mercado de trabajo y el Estado han sido protagonistas de cambios sustanciales que colocan a los hogares y sus miembros en un escenario diametralmente distinto; el aislamiento, el desempleo y la inestabilidad, y el creciente abandono de un Estado benefactor, sintetizan estas transformaciones.

Las tensiones entre individualización y desigualdad por un lado, y entre desigualdades dinámicas y estructura de oportunidades por otro, se cristalizan en nuevos procesos de acumulación de desventajas que plantean una nueva cuestión social. No se trata simplemente del resultado (más o menos inevitable) de tendencias seculares de largo plazo, pero tampoco es exclusivamente un problema de coyuntura; el argumento que he tratado de sostener en este artículo es, precisamente, que las tensiones señaladas que se encuentran en la base de los procesos de construcción de biografías de exclusión, reflejan el desencuentro entre ciertas tendencias seculares y un contexto socio-histórico particular. Los jóvenes emergen como los principales protagonistas de estas tensiones en virtud del proceso de transición a la adultez e integración que los define. La vulnerabilidad de estos jóvenes constituye para la sociedad la amenaza de estar construyendo biografías de exclusión, y el desafío de hacer frente a una nueva cuestión social.

 

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Notas

1 Si bien las desigualdades institucionales hacen referencia a la participación o no de los jóvenes en el mercado de trabajo, este artículo no aborda específicamente las desigualdades que se generan al interior de éste, particularmente en términos de las condiciones en las cuales se da esta participación. La decisión de no incluir esta dimensión se debe a que ello hubiese requerido de un artículo en sí mismo, además de constituir un tema sobre el cual existe una mayor cantidad de estudios publicados. No obstante, cabe señalar que un estudio previo sobre este tema mostró resultados consistentes con los argumentos planteados en este artículo, específicamente la barrera que supone el contar con menos de 12 años de educación para tener posibilidades de obtener un empleo no precario (en términos de ingresos y protección social), barrera que además en el transcurso de las últimas dos décadas se ha tornado más impermeable (Saraví, 2002).

2 Cada una de estas tres respuestas no es casual sino que se asocia con concepciones contrastantes respecto al factor clave de pertenencia o solidaridad: el mercado, el trabajo, o la ciudadanía.

3 Entre estas tendencias cabe mencionar: postergación de la primera unión y del nacimiento del primer hijo/a; nuevas estructuras de hogar; incremento de las uniones consensuales; inestabilidad de las uniones conyugales; y, en términos generales, una creciente individuación del comportamiento demográfico.

4 El mismo ejercicio se realizó con jóvenes hombres, y la tendencia resultó similar aunque menos notoria y con una edad de quiebre mayor (a los 25 años, aproximadamente).

5 No se trata de una afirmación, sino de una hipótesis respecto a un posible cambio en las mentalidades; insinuación, por otro lado, que no es antojadiza o espontánea sino que se apoya en resultados de algunas encuestas como la de López (2002), con lo cual se alcanza cierta validez en términos de representatividad; en las entrevistas realizadas con jóvenes (si bien para este artículo se utilizaron sólo 30, en total realicé 60 entrevistas en dos localidades diferentes), que brindan cierto sustento al desentrañar el sentido y la lógica de las percepciones; y en diversos planteamientos teóricos que proponen la intervención de diversos factores y agentes en la rápida propagación y homogeneización de nuevas aspiraciones y valores.

6 Me refiero al Gran Buenos Aires, integrado por la Ciudad de Buenos Aires (capital del país) y 24 partidos de la Provincia de Buenos Aires. Estos partidos conforman el conurbano, el cual puede subdividirse de acuerdo con dos criterios. Una primera clasificación se basa en la ubicación geográfica de los partidos respecto a la capital del país; se distingue así entre la primera corona —partidos que limitan con la capital— y los que se encuentran más allá de este primer anillo (segunda corona). El segundo criterio se basa en indicadores socioeconómicos que permiten agrupar a dichos partidos en cuatro categorías (C.B.1, C.B.2, C.B.3 y C.B.4) que reflejan un paulatino empeoramiento de las condiciones de vida.

7 Operativamente he definido a los jóvenes con exclusión institucional como el conjunto de jóvenes que no estudian, no trabajan ni buscan trabajo ni tienen ninguna discapacidad que les impida hacerlo, ni son amas de casa.

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