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Perfiles latinoamericanos

Print version ISSN 0188-7653

Perf. latinoam. vol.13 n.27 México Jan./Jun. 2006

 

Ensayos

 

Narrativa histórica y análisis social en René Zavaleta*

 

Martín Puchet Anyul **

 

* Discurso en memoria de René Zavaleta Mercado, Director fundador de la FLACSO -México a 30 años de su fundación, 1975-2005.

** Doctor en Economía, UNAM . Miembro del SNI y de la Academia Mexicana de Ciencias.

 

Este es un breve ensayo sobre Zavaleta. Pero no sólo se refiere a su personalidad, a algunos hechos de su vida y a unos pocos aspectos puntuales de su obra. Trata también de su amistad con dos intelectuales rioplatenses. La elección de ambos temas se 227 basa en un simple y arbitrario recuerdo. No obstante, poner en el centro el sentido de la amistad que tenía Zavaleta y, en particular, el diálogo fecundo con dos creadores mayores de América latina, es remarcar un rasgo de grandeza y generosidad que trasciende este mundo.

Intercalé en el texto principal algunas viñetas que dan el contexto de las relaciones que refiero, de los hechos descritos y de las oraciones enunciadas.

Era el verano de 1984. Supongo que sería un sábado de julio. Martínez Moreno y Carmen, su mujer, Sergio Bagú y Clari, su mujer, Silvia Dutrénit y yo esperábamos en la entrada del Instituto de Neurología, en el sur de la ciudad de México, para visitar a Alma Reyles que acompañaba a su marido René Zavaleta en un estado inconsciente desde hacía días. Muchas veces con Silvia, mi mujer, hemos evocado ese momento: la conversación torrencial de Martínez Moreno, la discreción y la mesura de Bagú, los lazos que se anudaban en cada instante, las historias que allí convergían, el cruce de vidas disímiles en un continente todavía plagado de dictaduras y de autoritarismos, atravesado aún por el horror de la persecución política.

Viñeta 1. René Zavaleta llegó a Montevideo a mediados de los años cincuenta. Allí estudió derecho y trabajó como periodista en el diario La Mañana donde conoció a Carlos Martínez Moreno, abogado penalista, defensor de oficio y editorialista de ese periódico. Durante esos años el gobierno boliviano, en manos del Movimiento Nacionalista Revolucionario, fuerza dirigente de la revolución de 1952, fue oscilando a medida que se enfrentaba a problemas económicos y políticos y que debía responder a la presión del gobierno norteamericano. A ese partido se adhirió Zavaleta y de ese gobierno fue Agregado Cultural de su Embajada en Montevideo entre 1958 y 1960. Años después llegaría a ser su Ministro de Minas. En Uruguay, el partido Colorado, cuya mayoría era la corriente batllista, es derrotado en las elecciones de 1958, después de 97 años en el poder, por su tradicional opositor, el partido Nacional, aliado a un movimiento social de propietarios rurales que fue liderado por los grandes terratenientes e integrado por muchos sectores sociales del campo uruguayo. En 1959 triunfa la revolución cubana. Martínez Moreno cubre los acontecimientos relacionados con el juicio y condena de los esbirros de Batista. Allí escribe su primera novela, intitulada, no casualmente, El Paredón . Ambos colaboran en el semanario Marcha, dirigido por el periodista, economista y político Carlos Quijano. Martínez Moreno es crítico teatral y Zavaleta editorialista político.

El escritor uruguayo narra ya —entre la trama del Uruguay en crisis— ambigüedades, matices y oquedades que emergen en las conductas de los seres humanos cuando se sale tumultuosamente del remanso democrático. El nacionalista boliviano y joven político escribe para mostrar y para entender, para disputar con sus enemigos y para interpelar a la sociedad en movimiento. Se interroga cómo la revolución del 52 ha trocado el estado de los "barones del estaño" por el movimiento popular hecho gobierno; y cuándo y hasta dónde la nación ha desplazado los intereses de la anti-nación. Allí está sentado ante el escritor que hizo del final del estado batllista, liberal, benefactor, conservador de la Arcadia feliz de las clases medias uruguayas, el telón de fondo de una novela sobre los juicios primigenios de la Cuba revolucionaria. Desde el Montevideo azorado por el triunfo de la oposición rural anti-batllista, el Agregado Cultural de la Embajada boliviana ve cómo en su tierra el acto mismo de constitución de la conciencia nacional, por medio del movimiento de los campesinos, de los mineros, de las estrechas clases medias bolivianas, comienza a escindirse en proyectos diferenciados por su disímil perspectiva económica. Desde la Cuba revolucionaria en que se fusila aceleradamente a los enemigos, el escritor uruguayo, amigo del agregado boliviano, percibe la caída lenta, inmisericorde, intangible del Uruguay, de ese país hecho, palmo a palmo, durante sesenta años, por la conciliación partidaria y la generosa renta diferencial de la ganadería.

Al Montevideo del 64, donde se preguntaba si El Paredón de Martínez Moreno era castrista o anti-castrista y se leía cada viernes, como si fuera un rito, Marcha de Quijano, al mismo tiempo que comenzaban a actuar la guerrilla de los tupamaros y se constituía la Central Única de Trabajadores, llegó exiliado el Ministro de Minas del recién derrocado gobierno del MNR . Tal vez allí Bolivia, tan lejos del cansino ritmo histórico uruguayo, anunció, en palabras de quien retornaba a la tierra de su mujer y de su primer hijo, que en este continente las formaciones sociales más abigarradas se adelantan, por su fragilidad política, a aquellas que, siendo más integradas, amortiguan mejor sus contradicciones, rupturas y reverberaciones. Pero adelantarse en la política continental es sólo anunciar lo que vendrá.

No agrego nada si digo que las novelas de Martínez Moreno anudan en el estilo directo, crudo, violento de los relatos policiales —que conocía en las fuentes directas de los expedientes penales—, las recargadas evocaciones y regresos de sus personajes que miran y rememoran desde cada momento su pasado, y rodean cada episodio de las largas digresiones que ilustran el entorno cultural donde se debaten los protagonistas. Tal vez en esa forma de narrar compleja y diversa, plena de navegaciones y circunloquios, que no perdía el hilo a pesar de las ramificaciones del relato, radicaba el aprecio de Zavaleta por la prosa de su amigo.

Pero pienso, también, al releer a ambos, al escritor uruguayo y al ensayista político 229 e historiador boliviano, que hay una identificación más importante. Zavaleta cuando cuenta la historia de Bolivia hace que la sucesión de los hechos esté siempre cruzada por los retornos a los puntos de partida, a los momentos constitutivos, a las crisis como actos de revelación social. A la vez, en esa trama, de seguimientos y regresos, siempre están insertos las voluntades, los deseos, las rutinas, las defecciones, las grandezas y las debilidades de los hombres e, intercalados con el torrente de su narración, aparecen definiciones, precisiones, observaciones que refinan y desarrollan el arsenal analítico.

Se dirá, y estoy de acuerdo, que una cosa es la ficción y otra la historia y el análisis político. Pero hay pocos científicos sociales en los últimos veinte años que admitan siquiera una comparación de su prosa con la narrativa de un novelista mayor. Zavaleta es aún más singular: en la compulsa con toda narrativa aparecen sus indudables méritos para contar y para decir pero, además, sobresale la impresionante capacidad que tenía para entretejer los modos del análisis social y político en un flujo histórico lleno de inflexiones, recodos y tránsitos que expresaban, correspondientemente, el devenir del mundo.

Sólo un ejemplo, de la prosa de Zavaleta póstumamente editada, sobre el período oligárquico boliviano:

"Tiempo del desprecio, este período fue fisonomizado por Cuadros Quiroga como el de "cuarenta años de vida perdularia". La era en su conjunto, si no fuera por la guerra de Willka que abre la fase estatal en su despliegue, la Guerra del Chaco, que indica su designio y la insurrección de abril que la cancela, tendría sólo una atmósfera grotesca, como si se tratase de una borrasca de truhanes y esperpentos, en medio de una casa que se quema. La sustancia de esta época está dada por la oligarquía en forma cristalina, es decir, por la reagrupación señorial en torno del excedente minero y sus grandes empresas. Aquí puede verse en la práctica —sin interrupción alguna ni caudillista (a la manera decimonónica) ni popular— a la oligarquía en su forma histórica, en el despliegue completo de sus creencias, liturgias y fundamentos. El pueblo como tal se había eclipsado con el triunfo de Melgarejo y con el desastre de Zárate. Se puede decir que es el período de la "rosca" en su actualidad o evidencia, invalorable sin duda para la biografía de una clase pero inexorable en la demostración de la inviabilidad capitalista de Bolivia" ("El estupor de los siglos", Lo nacional-popular en Bolivia, Siglo XXI Editores, p. 200).

Viñeta 2. En 1966 se instaura la dictadura de Onganía en la Argentina. Cientos de profesores son expulsados de las universidades. Los primeros años tratan de sobrevivir dando clases en institutos y organizaciones privadas. Pero muchos deben abandonar el país porque sus condiciones de vida se deterioran aceleradamente y, muchas veces, su libertad corre peligro. Sergio Bagú, es uno de ellos, historiador económico pionero y sociólogo renombrado por su importante obra de investigador, se va a Chile donde trabajará como profesor universitario durante el gobierno de Allende (1970-1973). F LACSO lo verá escribir parte de sus investigaciones empíricas. A Santiago también llegará Zavaleta después del golpe de Bánzer en 1971 y trabajará, entre otras cosas, como asesor de la presidencia de Chile.

Bagú escribe en Santiago un libro de teoría social de los que por rigor, concisión y brillantez para detectar lo importante, hay muy pocos en América Latina: Marx-Engels: diez conceptos fundamentales. En esos años de la euforia y la esperanza coinciden con Zavaleta. Sorprende, en esos momentos de afirmación indeclinable y sumisa de la política, la impresionante voluntad de Bagú de poner en claro, y sólo eso, las categorías centrales de Marx y Engels. Es notable en el texto y se reitera en el prólogo de la edición mexicana, escrito después de la derrota del gobierno de la Unidad Popular, el sentido de un marxismo con resonancia analítica. Así, en las horas del triunfo y en los días del nuevo exilio no hay más intención pedagógica que esclarecer, mediante la lectura atenta y la compulsa de diferentes fuentes, el origen y el decurso de los conceptos. No hay en la prosa de Bagú un sólo gesto de proselitismo, sino una exposición que resulta proverbial por su sola parquedad expositiva, por su intención analítica, por su rigor formal.

Después de Chile, y ya en el exilio mexicano, Zavaleta reconstruye, reconfigura y reorganiza otra vez sus dispositivos analíticos. Recurre a Marx como nunca antes y escribe algunos artículos teóricos en Historia y sociedad, en Ensayos y en Dialéctica. Todas estas revistas siguieron el ciclo del auge y la caída del marxismo en la política de la izquierda mexicana y en las universidades. Cuando hoy regresamos al encuentro de esos textos de difícil acceso impresionan la fuerza persuasiva, la prosa que intenta acotar, marcar distancias, poner en clave analítica o útil para el análisis de las realidades latinoamericanas, los términos y los contextos que caracterizaron, principalmente, la teoría crítica de Marx. No hubo allí el deseo ni la tentación de hacer exégesis ni de mostrar razonamientos correctos según el dicho de Marx ni de declarar enunciados leales a las fuentes que siempre, finalmente, resultan falaces. Tampoco fueron escritos esos artículos, como otros anteriores y de esa misma época, para intervenir en los cambiantes acontecimientos bolivianos.

No digo nada nuevo cuando remarco que ha habido pocos científicos sociales y profesores en el continente americano de la estatura de Sergio Bagú. Su contribución absolutamente original a la historiografía y a la teoría social merece todavía una revisión completa y una enseñanza generosa. Es probable que el sentido matizado del tiempo y las virtudes de la precisión fueran los rasgos que Zavaleta apreciaba en Bagú. Lo que sorprende hasta hoy es algo más allá de esa identificación.

Zavaleta narró la historia política contemporánea de su país, sobre todo en los capítulos de Bolivia hoy y en Lo nacional-popular en Bolivia. Esa historia es abundante en connotaciones culturales, deviene mostrando la fuerza y la capacidad de los hombres para actuar según el sentido que éstos le dan o le quitan a los hechos, y releva, o pone al descubierto, una interpretación donde la autonomía de la política hace posible reivindicar la responsabilidad individual en la hechura y la realización del tiempo histórico. Pero en su escritura, y en la materia temporal sobre la que trabaja, la marca de los conceptos y las categorías resalta por la claridad y el uso que hace de ellos al margen de cualquier recuperación partidaria o ideológicamente sesgada.

Con el mismo texto de Zavaleta citado antes ilustro esa manera de introducir los conceptos en la interpretación de los hechos del estado oligárquico que condujeron a la supresión de lo indígena:

"La forma de la política es un acontecimiento que produce consecuencias. Si se lo dice en otro tono, uno cree que las cosas pueden expresarse de varias maneras pero, en realidad, tienen una sola expresión necesaria y en ese sentido existe el problema de las formas necesarias de la política. En tal orden de cosas, el poder icónico y la abolición de lo real pertenecen a los caracteres de la actualidad formal de este sistema estatal. Era como un acto psicológico de una sociedad que remplaza todo programa de homogeneidad efectiva por una homogeneidad ilusoria, por la vía reductiva, que se basaba en la anatematización de los indios. Realizaba lo que se llama un acto de supresión: puesto que la historia se había manifestado como una totalidad adversa, la historia no existía; se remplazó por el optimismo irracionalista" ( Ibid .: 235-236).

Viñeta 3. He señalado la fuerza narrativa tan abigarrada y prolífica de los textos históricos de Zavaleta y, al mismo, tiempo he marcado la capacidad analítica y el rigor conceptual de sus trabajos teóricos. En un mundo donde las capacidades de comprensión histórica y de explicación social han sido dislocadas al extremo de que la hermenéutica discurre por un lado y los análisis sociales por otro, la potencialidad cognitiva del trabajo intelectual de Zavaleta debiera reconsiderarse nuevamente. En Bolivia, que siempre se adelanta, algunos académicos e investigadores ya han comenzado. Las obras de Tapia y Antezana así lo muestran.

Hubo muchas solidaridades raigales que surgieron del horror del siglo veinte: la del campo de concentración, la de la cárcel política, la de la resistencia, la de las clandestinidades, la de las luchas sociales y políticas de muy diversa índole. Es obvio que aquella tarde de hace más de veinte años, en que como otros tantos días Martínez Moreno, Bagú y sus mujeres, fueron al hospital para encontrar a Alma junto al lecho de Zavaleta, allí se entrelazaban los hilos de la solidaridad de los exiliados de más de un cuarto de siglo empezando por Bagú, siguiendo por Zavaleta y culminando con Martínez Moreno. Las horas de zozobra, de impotencia, de incertidumbre, de dolor y de miedo que ellos vivieron, en muy distintas circunstancias y lugares del continente, los unieron. Hoy los sitúan entre los intelectuales que defendieron valores esenciales de la libertad, la justicia y el progreso de sus sociedades.

Pero los orígenes deciden y las formas de volverse un intelectual son diversas. Martínez Moreno vino desde el derecho y la crítica teatral al periodismo de fondo, la narrativa, la enseñanza universitaria y la política activa. Bagú, profesor e investigador desde su juventud, nunca abandonó su camino de académico comprometido con la verdad y la justicia. Zavaleta llegó desde el periodismo metido en la acción política y de la militancia partidaria hasta la actividad académica.

Los exiliados son, a pesar de ellos mismos, sobrevivientes de las circunstancias traumáticas que los vieron nacer. Pero probablemente sólo aquellos que comenzaron como hombres de acción, como militantes políticos tienen, en la sobrevivencia misma, no sólo las fuentes de su energía sino también la necesidad de vencer. Partir en la vida de los seres humanos es un poco decidir a donde se llegará. Si abrimos hoy los periódicos y las páginas web de Bolivia, los bolivianos extrañan a su sociólogo mayor pero más todavía añoran no tener un político que tenga asidero en el conocimiento histórico de su patria y que sepa las formas multifacéticas en que el mundo la atraviesa. René tal vez fue la cúspide del conocimiento de Bolivia en el orbe. Y, conocerse, diría él, es para las sociedades ya casi vencer. Bolivia vencerá.

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