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Perfiles latinoamericanos

versión impresa ISSN 0188-7653

Perf. latinoam. vol.12 no.26 México jul./dic. 2005

 

Artículos

 

El retorno del general. El bussismo, la otra cara de la democracia argentina

 

Julio Aibar*

 

*Profesor-investigador de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Sede México.

 

Recibido en septiembre de 2004.
Aceptado en enero de 2005.

 

Resumen

En política, frecuentemente personas o partidos supuestamente anacrónicos, vuelven a cobrar vigor y se reinstalan en escena. Ese es el caso de Bussi, uno de los represores más sangrientos de la dictadura argentina. Su incursión en la arena política democrática fue entendida por la mayoría de los analistas como un intento de restauración autoritaria, interpretación basada en el supuesto de que el Bussi político era una réplica exacta al de la dictadura. En este trabajo se cuestiona ese supuesto, se estudian las estrategias interpelatorias desplegadas en uno y otro momento (dictadura y democracia); y se analiza la restauración democrática ya que en ella se introdujo una novedad política importante: el régimen pasó a ser la pauta central de demarcación política, como nunca antes lo fue en Argentina. Concluimos que sostener que el Bussi militar y el político son lo mismo carece de sustentos; el bussismo puede ser considerado democrático y su inserción en la democracia fue posible porque ésta se prestaba a redefiniciones.

Palabras clave: autoritarismo, orden, Bussi, democracia, política, interpelación.

 

Abstract

Frequently in politics, individuals or parties supposedly anachronistic, recover their vigor and become relevant again. This is the case of Bussi, one of the bloodiest repressors of the argentinian dictatorship. His intervention in the democratic political arena was understood by the majority of the analysts as an attempt of authoritarian restoration, such interpretation based on the assumption that the political Bussi was an exact copy of the dictatorship participant. This work questions that assumption, through an analysis of the interpellation strategies employed by Bussi during the dictatorship and in the democratic period. The conclusion of the paper is that the argument that the military Bussi and the democratic Bussi are the same is clearly wrong. Bussism can be considered democratic because the democratic regime was open to re-definitions.

Key words: authoritarianism, order, Bussi, interpellation, democracy, policy.

 

Te prometemos que en la alegría y la risa del festival
nadie osará dar una interpretación siniestra
a tu repentina vuelta a la forma humana.

APULEYO

 

Una vez vi cómo un detenido desnudo era enterrado vivo, dejándole solamente la cabeza fuera del pozo, apisonando la tierra después de mojarla para compactarla; esto duraba 48 horas. Ocasionaba calambres muy dolorosos y afecciones a la piel. En dos oportunidades presencié fusilamientos..., el que efectuaba el primer disparo era el General Bussi".1 Ese mismo General, gobernador de Tucumán nombrado por la dictadura militar (1976), 18 años después (1994), asumía por segunda vez ese cargo, elegido por el voto de los ciudadanos.

La incursión de Bussi en la arena política democrática fue estudiada por distintos autores, quienes mayoritariamente la conciben como un intento autoritario de retorno al régimen anterior. En este trabajo se discute esa caracterización y se cuestiona el supuesto central del cual se deriva: que el Bussi político es exactamente el mismo que el de la dictadura. La premisa consiste en no dar por supuesto que uno y otro fueron iguales por el sólo hecho de que se trató de una misma persona. Esto lleva a adoptar una perspectiva comparada para la que es imprescindible reconstruir las estrategias interpelatorias desplegadas por Bussi, para detectar las continuidades y las diferencias entre uno y otro momentos; pero obliga, además, a estudiar una instancia intermedia que constituyó un punto de inflexión, una bisagra en la política argentina: la instalación de la democracia y la consideración del régimen político con una centralidad como nunca antes la había tenido.

En el trabajo se reseñan las lecturas que se hicieron del bussismo2, después se analiza el periodo que comprende la instauración de la dictadura militar (1976), el retorno a la democracia (1982), y el surgimiento del bussismo como fuerza política (1987-1995), para enseguida revisar de manera crítica las lecturas mencionadas. Finalmente, se presentan las conclusiones.

Para el análisis de las estrategias interpelatorias se tomarán como referencia los conceptos de "hegemonía", "dislocación", "discurso" (entendido como acciones socialmente significativas), y "posiciones de sujeto" desarrollados por Laclau y Mouffe, así como la tesis schmittiana acerca de la política como distinción amigo-enemigo.

Pero antes de adentrarnos en el tema, se presenta una síntesis de Bussi, quien llegó a Tucumán en diciembre de 1975 para reemplazar al General Vila en el mando del Operativo Independencia (iniciado en febrero y ordenado por el decreto 256/75 del gobierno de Isabel de Perón), cuyo objetivo era "el exterminio del accionar subversivo" en la provincia. A pesar de que, en palabras de Vila, "la guerrilla ha(bía) sido aniquilada"3 (La Gaceta 03/12/1975). A Tucumán le esperaba la etapa más cruenta de su historia. Durante la gestión de Bussi, sobre todo a partir del golpe (26/3/1976), la represión se incrementó brutalmente. A "Tucumán le cupo el siniestro privilegio de haber inaugurado la 'institución' Centro Clandestino de Detención" (CONADEP, 1984: 213).4 Al momento en que Bussi dejó el cargo (1977), los desaparecidos eran 503 y los "guerrilleros muertos en combate", 242. Si a estos se le agregan los detenidos, las víctimas directas de la dictadura en Tucumán fueron más de 4000. Sin contar los trabajadores despedidos, 5 de cada 1000 tucumanos sufrieron directamente la represión. Pero esa represión fue acompañada por una gestión que, en términos de obra pública, contrastaría con los gobiernos democráticos que le sucedieron, aunque cabe señalar que la "capacidad realizativa" del General, tuvo su lado oscuro: todo se hizo ignorando la Ley de Licitaciones Públicas y las normas básicas para administración de recursos estatales.

 

¿Rebrote autoritario o expresión border-line de la democracia?

Entre las interpretaciones del bussismo se pueden identificar dos posturas: una preponderante, para la cual fue un fenómeno autoritario; y otra que lo considera una expresión democrática. Una reseña de esos estudios, nos permitirá dilucidar cómo caracterizan al fenómeno que nos ocupa, las razones de esas caracterizaciones, y las causas que supuestamente lo explican.

La primera investigación sistemática del bussismo la realizó el periodista López Echagüe, quien, en 1991, publicó El enigma del general, un libro dedicado a la temática. La tesis central de la obra —y supuesto común de las lecturas para las que el bussismo es autoritario—, es que "El Bussi de nuestros días es, abierta y manifiestamente, el Bussi de 1976, intérprete sin esbozo del estilo, el ideario y los objetivos que habían sido cara y cruz de la dictadura militar", para el autor, Bussi fue "el exponente más lúcido de una causa sin solución de continuidad" (López Echagüe, 1991: 12). La razón suficiente para caracterizarlo así era que "El militar fundamentó su campaña en el pasado. Hizo hincapié en dos recuerdos: la guerrilla aniquilada y su acción de gobierno" (López Echagüe, 1991: 95). Coincidentemente, Marcos (2002), señala que "se puede considerar que aun cuando el acceso —de Bussi— al poder... sea a través de elecciones democráticas, no por ello deja de ser autoritario, tanto por el pasado del que proviene como por la cultura y los valores políticos que encarna", agregando que la población civil era ubicada en "el lugar de la ignorancia y la inoperancia" (Marcos, 2002: 13). Por ello considera "que Fuerza Republicana (FR) hace uso de las reglas que la democracia provee para instaurar una opción política autoritaria representada por su líder. , por su modo de operar y por su mensaje" (Marcos, 2002: 54) y, fundamentalmente, por la "continuidad de la lógica amigo-enemigo" (Marcos, 2002: 51). Para Hevia (1989), "la tendencia natural del bussismo se dirige hacia la consolidación de formas verticalistas y autoritarias del ejercicio de la política. Está en la tradición y preferencias de su líder, en su reivindicación del pasado", por lo que "la expansión de esta fuerza política está en contradicción con la estabilidad de las formas democráticas". El bussismo, "marca el advenimiento de un movimiento político que..., surge y convive con el sistema, para modificarlo o si se hace necesario, para suplantarlo" (Hevia, 1989: 33). Según Crenzel (2001), el bussismo es una "prolongación de la tradición autoritaria" que "anudó la reivindicación del pasado dictatorial... a la crítica a la dirigencia política local y al estado de cosas existente" (Crenzel, 2001: 281).

En síntesis, para esos autores el bussismo era autoritario porque reivindicó el pasado de la dictadura; Bussi era militar y encarnaba una cultura y valores autoritarios (orden, autoridad y respeto); descreía de los mecanismos de negociación y deliberación; su accionar se guiaba por la lógica amigo-enemigo; la población civil era considerada ignorante e inoperante; y esa era la "tendencia natural", tradición y preferencias de su líder.

También en las causas, que para esos autores explican el nacimiento y la consolidación del bussismo, encontramos coincidencias. Estas son: la crisis de los estilos de representación tradicionales; la crisis económica y social; una histórica relegación de las provincias por parte de Buenos Aires, que habría convertido a Tucumán en una versión de Macondo, en la que se reproducen las formas precapitalistas y feudales; y la existencia de una matriz cultural "propia de la cultura del azúcar", con rasgos autoritarios y paternalistas dominantes5.

Novaro (1994), en cambio, considera que "FR reconoce la Constitución Nacional y los derechos en ella protegidos y por lo tanto no cabría considerarlo un partido anti-sistema". Sostiene además que para "caracterizarlo parece más conveniente atender a la forma de sus interpelaciones, que lo colocan, en el límite del sistema democrático" (Novaro, 1994 :131). Si el reconocimiento de la Constitución permite ubicar al bussismo al interior del campo democrático, sus posiciones ambiguas acerca de los tres rasgos centrales de la democracia, a saber, la competencia de partidos, el pluralismo y el equilibrio de poderes, lo llevarían hacia los límites de ese sistema (Novaro, 1994: 130). En cuanto a las causas que explicarían al bussismo, el autor destaca la crisis de representación de los partidos tradicionales de las provincias "periféricas", que sustentaban sus vínculos en el clientelismo y el caudillismo (Novaro, 1994: 93). En ellas se habría recreado un modelo de representación que no incorporó cambios importantes en la transición y que combinó una fuerte tradición populista, con la ausencia de alternativas al bipartidismo. Esos factores habrían llevado a que el sistema resultara ineficaz para responder a las demandas sociales, debilitando las identidades partidarias, lo que habría conducido a que las provincias periféricas se enfrentaran a una alternativa de hierro: o se transformaban por la intervención de un actor externo, o una parte del sistema reaccionaba para incorporar modificaciones y encontraba un nuevo equilibrio (Novaro, 1994: 94).

 

Tres estrategias interpelatorias: el orden natural, la democracia y la democracia con orden

Estudiaremos en este apartado las estrategias de interpelación desplegadas por Bussi en la dictadura, por el alfonsinismo y por el bussismo, considerando las siguientes dimensiones: el contexto en (y del) que surgieron los discursos, el lugar de enunciación que configuraron, los elementos que organizaban y articulaban, la caracterización que hacían de la situación, las ofertas políticas, el modo en que se proponía dirimir las diferencias, las características atribuidas a los amigos (nosotros), enemigos (otros) y terceros (ustedes), y cómo se significaba el pasado.

 

El orden natural: el discurso de Bussi durante la última dictadura militar

El con-texto en el que surge la dictadura estuvo pautado por la violencia política. En la Argentina de la década de 1970, se abrió un periodo de enfrentamiento armado entre la ultraderecha peronista (la Triple A: Alianza Argentina Anticomunista) y la organización Montoneros la que, después de la muerte de Perón (01/06/1974), pasó a la clandestinidad y retomó la lucha armada iniciada a finales de los sesenta. Poco antes, el Ejército Revolucionario del Pueblo, un grupo surgido en Tucumán, anunciaba que emprendía el camino de la acción revolucionaria armada. Pero esto no era otra cosa que una expresión radicalizada de la lógica política imperante en una convulsionada Argentina. Proyectos políticos opuestos se enfrentaban en una lucha a muerte, sin que ninguno de ellos tuviera una clara supremacía sobre el otro. La ausencia de un discurso inclusivo que configurara un amplio espectro de interpelación, acentuaba las dificultades para constituir una hegemonía que demarcara el campo político y encauzara el conflicto; factores que llevaban a una situación que pretendía ser superada por la violencia. La respuesta del gobierno de Isabel (además de apoyar solapadamente a la Triple A), fue la de incrementar la violencia autorizando la intervención del ejército en asuntos internos, decisión que contó con el apoyo de figuras de la oposición y que tuvo el objetivo de "aniquilar a la subversión apátrida". Pero los militares no se conformaron con ello, vieron en las autoridades civiles un obstáculo para sus planes que excedían la eliminación de la guerrilla y, abierta o encubiertamente alentados por algunos civiles y políticos, aprovecharon la circunstancia para desalojar del gobierno a la desgastada administración de Isabel.

Aunque actualmente la extensión e intensidad de la violencia de ese momento es objeto de discusión6, ésta logró instalarse en el centro del escenario político y se convirtió en uno de los problemas que demandaban una pronta solución. De ese clima provienen buena parte de los insumos discursivos y las demandas de orden, los pretextos que le permitirían a la dictadura legitimar el brutal terrorismo de Estado que impuso.7 Esos son los antecedentes que dan cuenta de que el discurso de la dictadura no fue una creación ex nihilo y que permiten indagar las condiciones históricas y discursivas específicas en (y de) las que emergió. Considerar estos antecedentes no implica justificar ni comulgar con la "teoría de los dos demonios"8 sostenida por la CONADEP y el Alfonsinismo, sino dar cuenta de que su eficacia y capacidad interpelatoria pueden ser explicadas en parte, en tanto el discurso militar hizo suya la demanda de orden sentida por una parte de la población, demanda que resignificada se constituyó en el objetivo central de sus acciones y se transformó en el eje articulador, la pauta con la que codificó todo su discurso.9

Con el golpe de Estado, el ejército se apoderó del poder estatal y, ubicándose como único enunciador legítimo, pretendió adueñarse del poder de la palabra. Igualó los términos Ejército y Patria, e hizo de estos el lugar de la verdad única y esencial, reduciendo las posiciones de los sujetos a la dupla antinómica y excluyente patria-anti-patria, encarnando una la pura positividad y la otra la negatividad. Este era el punto de partida desde el que la dictadura se disponía a reestablecer el orden natural perdido que, en tanto natural, podía prescindir de una operación de sutura; no necesitaba de la política para la construcción de un orden provisorio. La patria —encarnada por el ejército—, representaba lo natural y lo sagrado, el orden primordial definido por oposición al caos, representado por la "subversión" y la política. Estas últimas debían ser eliminadas en tanto se les imputaba ser causantes de divisiones artificiales. A partir de esas premisas, la dictadura se autodefinía como lo honesto, lo racional, lo sano, lo eterno y, por oposición, se identificaba a la política —propiciadora de la subversión—, con el delito, lo oscuro, lo irracional, lo enfermo, lo eliminable. Apelando al discurso médico-biológico y ubicados en el lugar del sanador, la dictadura diagnosticaba que la "república esta(ba) enferma" e identificaba a sus enemigos con el cuerpo extraño, el agente patógeno que infectaba a la población, siendo esta última el enfermo que debía ser sometido a tratamiento. De ahí se desprendía su programa de acción: "el saneamiento físico y moral", que comenzaba con la eliminación del agente patógeno y que debía ser aplicado independientemente de la voluntad del enfermo. Como el médico, se sentían autorizados y hasta obligados a intervenir en nombre de la humanidad y el bien común. La población, incapacitada para distinguir entre el bien y el mal, debía someterse pasivamente al tratamiento, pero una vez que la "conciencia mórbida" apareció se le reclamó colaboración. De la conciencia de enfermedad y de la relación que se estableciera con el sanador, dependía el estatuto del paciente, el que primero era considerado población (agregado identificable por el lugar de residencia, ignorante de su enfermedad), luego comunidad (conciencia del mal) y finalmente pueblo (cuando colaboraba con el ejército en la erradicación de la infección). Esto se trasladaba a los agrupamientos que la dictadura distinguía: la población, no era parte del nosotros ni de los otros, la comunidad, en cambio, demostraba cohesión y pertenencia alejándose del agente disolutorio, y finalmente el pueblo, el todo unificado que adhería fervientemente al ejército, con quien constituía el nosotros, reduciendo la ecuación a dos términos, el nosotros y los otros. En su elaboración del pasado, la dictadura distinguía dos periodos: uno sagrado, el de los orígenes y los padres fundadores, poblado de gestas militares y el otro, el dominado por vicios. El objetivo era volver al pasado originario-original y no dejar huellas de esa otra historia espuria.

 

La democracia que cura, alimenta y educa: el alfonsinismo

El alfonsinismo nació en un contexto radicalmente distinto. Los primeros escritos de Alfonsín datan de principios de los ochenta, cuando la dictadura controlaba férreamente el poder. A pesar de ello y de la actitud complaciente de las elites políticas, Alfonsín (1980) cuestionaba la legitimidad de la dictadura y hacía del cambio de régimen el eje de su programa político, instando a que la lucha por la democracia —definida entonces por él como sistema de normas y reglas—, se convirtiera en el paraguas que cobijara a las fuerzas políticas populares. La democracia, entendida como procedimiento, debía ser el principio organizador de la política; el tópico que permitiera definir los agrupamientos entendidos por Alfonsín en términos de Mayorías (el nosotros) y Minorías (los otros). La forma de la lucha política tenía que ser coherente con el objetivo; la violencia —opuesta a los procedimientos democráticos— debía ser descartada y los enemigos, neutralizados, pero no eliminados. Al año siguiente (1981), el contexto cambió, el fracaso económico puso en dudas las intenciones del régimen en perpetuarse, y Viola —sucesor de Videla— se mostró más aperturista. Convocó al diálogo con los partidos, los que por iniciativa de la Unión Cívica Radical (UCR) conformaron la Multipartidaria. Alfonsín, quien no era parte de las negociaciones, publicó por ese entonces el documento "Algunas reflexiones sobre cuestiones que el neofascismo plantea a los partidos políticos" (1981). Ahí se expone con mayor énfasis la necesidad del cambio de régimen, pero a la democracia ya no sólo se la define procedimentalmente, pues las normas y reglas no resultaban suficientes para demarcar el campo de amigos y enemigos, ya que los últimos podían aceptarlas con el propósito de traicionar sus principios. La democracia era redefinida por medio de la agregación de atributos, sintetizados en la solidaridad, los valores, la ética y la organización política. Con esta reformulación, Alfonsín profundizaba su crítica al régimen y la extendía a los sectores más condescendientes de la Multipartidaria los que, junto a los militares, podían tramar una apertura controlada. Esas diferencias fueron más evidentes cuando la Multipartidaria tomó con cautela la disposición de Galtieri —sucesor de Viola—, de interrumpir el diálogo político, pero se agudizaron ante el apoyo acrítico que la casi totalidad de los políticos dio al gobierno durante la guerra de Malvinas. Mientras los demás dirigentes dejaban de lado las demandas de democratización, Alfonsín reclamaba con más fuerza el cambio de régimen y criticaba a quienes con el pretexto de la guerra legitimaban a la dictadura.

La derrota en Malvinas cambió nuevamente el contexto y sumió a la dictadura en una crisis terminal. El gobierno quedó en soledad y la totalidad de los partidos y organizaciones pasaron a conformar un extenso y amorfo campo antirrégimen al cual la Multipartidaria pretendía representar, para evitar desbordes y negociar con el gobierno la transición. Sin embargo, como para la población el gobierno no era un interlocutor legítimo, los intentos de mediación de la Multipartidaria, fueron interpretados como un apuntalamiento al régimen.

A mediados de 1982, en medio de una explosión de demandas, se convocó a elecciones para noviembre del año siguiente. Cuando el cambio de régimen era inevitable, Alfonsín arremetió contra la dirección de la UCR planteando que no había que negociar con los militares, que la transición debía ser diseñada por las fuerzas populares, para evitar que el moribundo régimen condicionara a la democracia. El peronismo, por su lado, se encontraba profundamente dividido, aplicado a saldar antiguas cuentas entre las corrientes de izquierda y derecha, no lograba articular un discurso coherente. Una expresión de la disputa del Partido Justicialista (PJ), tuvo lugar en un acto, en el que la izquierda de ese partido acusó a un sector del sindicalismo de tramar un pacto con los militares para que dejaran en sus manos la normalización sindical, a cambio de que, si ganaba el peronismo, no se investigaran las violaciones a los derechos humanos. Al principio casi toda la dirigencia no peronista hizo suya esa denuncia, no obstante Alfonsín fue el único que persistió en ella y pudo capitalizar su rédito político en la medida en que la reformuló como la síntesis del dilema político del momento: se avanzaba hacia una democracia plena o ésta se truncaba en una democracia restringida, limitada. La denuncia del pacto le permitió a Alfonsín diferenciarse nuevamente de los demás dirigentes y establecer otras pautas de distinción entre quienes estaban a favor de una democracia plena y quienes trataban de restringirla, aun antes de nacer.10 La bandera de la democracia era levantada por Alfonsín más alta que nunca, en esa ocasión para definir la calidad del régimen que estaba por llegar. Tal fue la energía con la que la denuncia del pacto militar-sindical se instaló en el escenario político que todo el debate giraba en torno a ella. Convertido en "el paladín de la democracia", Alfonsín ganó la elección interna de la UCR, en tanto el PJ definió sus candidatos por medio del acuerdo de sus corrientes internas. Establecidas las candidaturas, el PJ se limitaba a invocar la memoria de Perón; el alfonsinismo, en cambio, proponía una ruptura radical con el pasado y un futuro de goce pleno de las libertades y derechos que excedían ampliamente los beneficios de la democracia procedimental. Vaciada de su contenido específico, la democracia fue la superficie de inscripción de las demandas sociales de educación, salud y bienestar, entre otras. La ampliación de la definición de la democracia, incorporando más y más atributos, fue uno de los factores que le permitieron al alfonsinismo extender sus fronteras interpelatorias y ganar las elecciones presidenciales de noviembre de 1983.

El nuevo gobierno, aprovechando la legitimidad emanada del voto y el entusiasmo que generaba el retorno a la democracia, la redefinió en términos éticos y se dispuso a encarar dos temas que involucraban a militares y sindicalistas —identificados como la expresión más acabada del corporativismo, enemigo principal de la democracia según el alfonsinismo— y cuya resolución se consideraba decisiva para el futuro del régimen: la cuestión de la violación a los derechos humanos y la democratización sindical. El inicio del juicio a las Juntas de Comandantes y la falta de definición de lo que pasaría con los mandos medios y bajos del ejército, por un lado, y la iniciativa de ley de reforma sindical, por otro, llevó a que las relaciones del gobierno con los militares y los sindicalistas se deteriorara más aún. La reacción sindical no se hizo esperar, montada en el malestar que generaba la situación económica, movilizó a los sindicatos contra el gobierno. Los juicios a los comandantes llevaron tras las rejas a los principales responsables del terrorismo de Estado, sin embargo, la situación de la oficialidad menor no se resolvía, generando inquietud en las filas de los uniformados. Paralelamente, la presión ejercida por los sindicatos obligó al gobierno a implementar un ensayo económico ecléctico denominado Plan Austral (abril de 1985). El plan fue codificado en términos de democracia en tanto se suponía que pondría freno a uno de los mecanismos más perversos de exclusión social: la hiperinflación. Los efectos de shock fortalecieron temporalmente al gobierno, quien aprovechó el momento para lanzar un plan integral de profundización y consolidación de la democracia. En diciembre de 1985, Alfonsín anunciaba el que sería el proyecto más ambicioso de su gobierno: redefinir la democracia sobre las bases de una ética de la solidaridad social y transformar la cultura del pueblo. El proyecto incluía al gremialismo que, ante el fracaso de la democratización sindical, había dejado de ser identificado como enemigo. A un año y medio de lanzado el Plan Austral, sus efectos se diluyeron y la inflación contenida crecía poco a poco. El año siguiente, los militares no enjuiciados por la justicia militar fueron conminados a comparecer ante la justicia civil, hechos que producen las sublevaciones militares de Semana Santa (marzo de 1987). El gobierno rechazó los planteamientos militares y, acompañado por la movilización de gran parte de la población y los partidos, declaraba que aplastaría a los sediciosos. Sin embargo, pocos días después capituló aprobando, junto con el peronismo y algunos partidos provinciales, una ley por la que se exculpaba a quienes habían violado los derechos humanos, invocando la figura de la obediencia debida. Aunque el gobierno trató de presentar lo dispuesto como totalmente compatible con la democracia, la medida llevó a que una parte de quienes fervientemente se habían adherido a su propuesta lo enfrentaran. Los dos años siguientes fueron más turbulentos: la inflación se desbocó y, a los paros de la Confederación General del Trabajo, se le agregaron saqueos a supermercados en las principales ciudades. Esto redundó en una derrota de la UCR en las elecciones presidenciales, lo que obligó a que Alfonsín entregara el gobierno a Menem seis meses antes del cumplimiento de su mandato.

Todo el proceso iniciado con las primeras propuestas de Alfonsín de hacer de la democracia el eje central de la política, hasta la configuración hegemónica en momentos en que se desplomaba el autoritarismo, a pesar de mostrar serios signos de deterioro en los últimos años del gobierno radical, no fue totalmente desarticulado. Aunque fue sustancialmente redefinida por el menemismo, muchos de sus principios y valores permanecieron en el sentido común.

 

La democracia con orden. El discurso del bussismo en democracia

A tres meses de aprobada la ley de obediencia debida, surge el bussismo en Tucumán (agosto de 1987). En un escenario dominado por la campaña electoral de renovación de gobernador, se presentaban dos novedades: el peronismo concurría al comicio dividido —el PJ y el Frente de Acción Provinciana (FAP)— y, por primera vez, la UCR podía llegar a la gobernación por la vía del voto. La vigencia de una ley que establecía la elección de gobernador por Colegio Electoral (CE), más la estrategia acuerdista de la UCR, hacía que los partidos mayoritarios cuidaran que los adversarios no se sintieran agredidos por sus mensajes. El discurso más confrontacionista era el del FAP, que atacaba al gobierno nacional y a la administración provincial del PJ. Su propuesta era volver al peronismo ortodoxo, el "peronismo de Perón". Las diferencias entre los partidos mayoritarios pasaban más por el perfil de sus candidatos y por su interpretación de la crisis (de la que el PJ responsabilizaba al gobierno nacional y la UCR al provincial), que por las propuestas para resolverla. Tres semanas antes de las elecciones, apareció Bussi como candidato de Bandera Blanca (BB), un partido conservador marginal. Su sola presencia reconfiguró el escenario político: mientras la izquierda retomaba la denuncia por las violaciones a los derechos humanos en la dictadura y a los partidos que aprobaron la ley de obediencia debida; a la derecha liberal se le presentaba el dilema de mantener sus candidaturas o retirarlas a favor de Bussi. Los que parecían no advertir la importancia de la presencia del General eran los partidos mayoritarios. Confiados en que éste no sacaría demasiados votos, no lo consideraban un adversario digno de atención. Sin embargo, el asesinato de un militante que participaba en una movilización que pretendía impedir la realización de un acto de BB en Tafí Viejo, los obligó a participar en una manifestación en repudio a esos hechos. Aun así y con el pretexto de no polarizar a la población entre Bussi y el resto de los candidatos, impusieron que la marcha se realizara bajo la consigna general "por la paz", lo que fue interpretado por los concurrentes como una muestra de debilidad y claudicación ante el militar. Los hechos de Tafí Viejo llevaron a que Bussi suspendiera sus actos públicos y desarrollara la campaña en la prensa. El eje de esa campaña era la crítica a las elites políticas, a las que acusaba de defender intereses sectoriales y de sumir a la provincia en una "crisis sin parangón". Ante ellos se presentaba como militar que, por no ser político, podía representar a todos los tucumanos y procurar el bien común. Proponía además reestablecer el orden, el respeto y la seguridad acatando los derechos civiles y la democracia. Reivindicaba al Proceso y a su pasado presentándolos como la instancia que había hecho posible posible la democracia. Incluso así, buscaba recordar la obra pública y olvidar la "guerra" sucia. Ante las acusaciones por las violaciones a los derechos humanos, decía ser un civil que reclamaba que se le respetara el derecho a competir en elecciones.

A pesar del escaso tiempo de campaña, en las elecciones del 6 de septiembre que ganó la UCR, BB reunió 100 mil votos. Entusiasmado por ese desempeño, Bussi anunció que fundaría un nuevo partido y que se dedicaría profesionalmente a la política. Después de las elecciones se abrieron las negociaciones en el C.E. en las que los otros partidos parecían esforzarse para constatar las caracterizaciones que Bussi había hecho de ellos. Tras obscuros acuerdos e innumerables idas y vueltas de los electores de los demás partidos, tres meses después se llegó a la definición del gobernador: el justicialista José Domato era elegido por su partido y por el FAP. Mientras la UCR demostraba impotencia y frustración, Bussi le solicitaba al nuevo gobernador que renunciara antes de asumir, ya que su elección era producto de un contubernio rechazado por la población. Fortalecido ante la opinión pública, el 9 de julio de 1988, fecha en que se conmemora la declaración de la independencia argentina, lanza Fuerza Republicana (FR) "su" partido político. En ese lanzamiento convocó a los independientes, a los radicales de Irigoyen, Ilia y Balbín y a los peronistas que querían defender las conquistas sociales, a sumarse a su proyecto. Al año siguiente (1989) bajo el lema "La fuerza moral de los tucumanos", participa en la contienda política en la que se elegían convencionales provinciales. FR consiguió el 51% de los votos, relegando a la UCR al tercer puesto (6,6 %). Con mayoría propia, los convencionales bussistas introdujeron las siguientes reformas a la Constitución: se estableció la elección directa de gobernador —prohibiendo su reelección—, se creó la figura de vicegobernador y se adoptó el sistema unicameral. Aunque se proclamaba la libertad de cultos, se mantuvo la enseñanza del catolicismo en las escuelas públicas y la obligatoriedad de que el gobernador profesara esa fe.

El triunfalismo que se apoderó de FR contrastaba con la desesperación del PJ. Sumidos en el debate interno y cuestionados por el pésimo gobierno provincial, algunos dirigentes peronistas buscaron un salvador fuera del partido. Las elecciones de 1991 se aproximaban y si no se orquestaba rápidamente una estrategia, la supremacía que FR alcanzaría en el legislativo, sería sólo el preludio de su desembarco en la gobernación. Surgió entonces el nombre de Ramón "Palito" Ortega, un tucumano que salió de la pobreza cantándole a la fe y al amor. Inmediatamente una comitiva viajó a Miami —lugar de residencia del tan optimista como desafinado cantautor— para convencerlo de que volviera a su tierra y disputara el gobierno de la provincia. Los enviados regresaron con un sí condicionado de Ortega. La idea entusiasmó tanto a Menem, que cambió su decisión de dejar que el gobierno y el PJ tucumanos murieran por inanición: el 8 de septiembre de 1991, ordenó las intervenciones a la provincia y al PJ local y ambos se pusieron a disposición de Ortega. Esto inquietó a Bussi, quien se empeñaba en denunciar el carácter electoralista de los actos de gobierno de la intervención y la ineptitud política del cantor. Pero estas inquietudes se convirtieron en enojo cuando vio que Ortega crecía en las apreciaciones de un electorado que era interpelado con algunas de "sus" estrategias discursivas: Ortega se presentaba como un crítico de las elites políticas (especialmente del PJ) y redoblaba las apuestas redentoras. Pero a diferencia de Bussi no se definía como extrapolítico, sino como peronista extrapartidario y no se postulaba como único redentor, sino que convocó a todas las fuerzas políticas y sociales a conformar un amplio frente de salvación. La convocatoria terminó cuajando en el Frente de la Esperanza (FE). Una vez que la estrategia menem-orteguista tomó forma, el gobierno de la intervención modificó la ley electoral, implementando el sistema de lemas y convocó a elecciones de gobernador para noviembre de 1991. Esa modificación le permitió al FE resolver las candidaturas sin arriesgar su integridad, ya que podía contener en su interior una infinidad de corrientes (de izquierda y derecha), postulando un único candidato en la categoría gobernador.

Ante la avasallante campaña del FE, Bussi cambió de estrategia, su mensaje perdió parte del carácter redentor y se centró en el orden, la racionalidad y la experiencia. Esto era una muestra de que las pautas políticas las imponían los otros y de que la gobernación se le escurría de las manos. Las elecciones confirmaron esa tendencia: el FE consiguió el 51% de los votos, FR el 44,59%, y la UCR el 4,21%. Se abría entonces la primera crisis del bussismo.

La estrategia del nuevo gobierno fue aislar a Bussi. Convocó a una mesa de diálogo excluyendo al General porque éste no reconocía la legitimidad del gobierno de Ortega. Se invitó inclusive a legisladores del bussismo, los que en su mayoría respondieron afirmativamente. FR, ese bloque monolítico, mostraba sus primeras fisuras. Sumado a ello, meses después, en las primeras elecciones internas partidarias, integrantes de la oposición a Bussi denunciaron fraude. La moralidad de FR comenzaba a parecerse a la de los otros partidos. Sin embargo, esas debilidades pudieron disimularse cuando en el frente gobernante se profundizaron las diferencias. La adhesión acrítica de Ortega a las desregulaciones implementadas por el gobierno nacional, que impactaron negativamente en la actividad azucarera, lo alejaron de su vicegobernador. Bussi aprovechó la coyuntura, reordenó el partido y retomó la iniciativa reubicándose ante la opinión pública. Bajo la consigna "una voz de Tucumán en la Constituyente" y con la propuesta de dar rango constitucional a una ley de defensa del azúcar, encaró las elecciones de Convencionales Nacionales de mayo de 1994. Los resultados ubicaron a FR 6 puntos por arriba del FE.

Los cuestionamientos a Ortega se incrementaron y el PJ —a sólo un año de la elección de gobernador— no lograba cohesionarse. Impedido para renovar su mandato, la capacidad de convocatoria del gobernador se esfumaba y el panorama parecía aclararse nuevamente para Bussi. El PJ llevó de candidata a gobernadora a Olijela Rivas, del "ala histórica" del partido y Bussi, quien había retomado el estilo de su primer campaña, se impuso en las elecciones con el 47% de los votos. El General era por segunda vez gobernador de Tucumán, sólo que en esta ocasión llegaba al cargo por medio de mecanismos democráticos.

El gobierno de Bussi no fue muy diferente a los que antes criticaba. Aunque en lo sustancial se respetaron las libertades civiles y políticas y se mantuvo la independencia de los poderes, la imagen del Bussi incorruptible, terminó deteriorada. Al final de su mandato, se descubrió que el General tenía cuentas en Suiza no asentadas en su declaración jurada, por lo que la legislatura lo suspendió por dos meses en el cargo de gobernador. Meses después, su hijo Ricardo perdió las elecciones de gobernador (1999) y la cámara baja de la Nación le rechazó, por "inhabilidad moral", el pliego de diputado nacional. En julio de 2003 Bussi ganó la intendencia de Tucumán por 17 votos, pero días después fue detenido a pedido del juez español Baltasar Garzón, para responder por los cargos de crímenes de lesa humanidad y terrorismo.

A continuación se presentan ordenadas, y sistematizadas, las dimensiones puestas en juego en el análisis de los distintos discursos, con el objeto de facilitar su comparación.

 

Una lectura crítica de las interpretaciones del bussismo

Revisemos primero los estudios que consideran al bussismo como autoritario. Se mencionó que uno de sus supuestos transversales es que el Bussi político era el mismo que el de la dictadura. Dado que lo que interesa aquí no son las características personales de Bussi, sino sus posicionamientos políticos, la comparación de sus discursos, demuestra que ese supuesto carece de sustentos. Esto quiere decir que no hay un discurso de Bussi, sino al menos dos, claramente identificables, a pesar de que entre ellos se puedan detectar algunas continuidades.

El contexto, por ejemplo, en (y del) que uno y otro discursos surgieron eran diferentes. Uno de los déficit que presentan los análisis reseñados es no considerar esta dimensión. Si se pretende estudiar las similitudes y diferencias entre formaciones discursivas, no alcanza con comparar su lógica interna, se tiene que tener en cuenta además, la mayor cantidad de componentes de los textos previos en los que esas formaciones se inscriben y cuya consideración informa acerca de las condiciones que pudieron incidir en la producción de los discursos en cuestión y de cómo éstos fueron socialmente significados. En caso contrario, se estaría ignorando que todo discurso se define por no ser creaciones ex nihilo; inscribirse en textualidades más amplias (Laclau, 2002); y ser siempre dialógicos (Bajtin, 1982).11 Señalamos algunas diferencias contextuales: el primer Bussi surgió de un clima de época dominado por la violencia. En su discurso se retoma tanto la lógica, como una serie de elementos que estaban puestos en juego por las partes en disputa: la definición del oponente en términos de enemigo absoluto y la creencia de que su eliminación era la forma de dirimir el conflicto. Ese era el pre-texto de la dictadura más brutal que vivió la Argentina, heredera de una época en la que las formas y los medios estaban absolutamente subordinados a los objetivos "finales". El segundo discurso de Bussi, en cambio, surge en momentos en que se resaltaban los valores democráticos y se censuraban propuestas de dirimir las diferencias por medio de la violencia. Esos eran los textos previos en los que se inscribían uno y otro discursos, dándoles sentidos diferentes, más allá de su contenido específico. Los discursos son un diálogo con su contexto, por más monológico que parezca, todo discurso es una interpretación de otro discurso e imagina o anticipa las respuestas que producirá por parte de sus oponentes y adherentes. No considerar el contexto, es suponer que los discursos se producen en soledad y que su significación depende exclusivamente de su productor.

Pero hay otras diferencias a destacar, por ejemplo, el papel que el orden jugaba en uno y otro momento. La dictadura entendía que el orden era natural y sagrado, jugaba el papel estructural de ordenador de su discurso, su restitución constituía el objetivo excluyente al que se subordinaban los medios e inclusive justificaba la eliminación del otro. También el bussismo hizo del orden un elemento central, sin embargo se lo considera una condición de la democracia, en una formulación que podría ser expresada como "democracia con orden", en la que el con no indica una sumatoria simple de un atributo más, sino un condicional, del tipo "no hay democracia sin orden". Esta relación democracia-orden, frecuentemente soslayada, establece diferencias con respecto al discurso de la dictadura (en tanto no se supone la subordinación de medios ni justifica la eliminación del otro) y con el alfonsinismo (en el que orden se subsumía a la democracia).

Reconsiderando los contextos se puede inferir por qué dos discursos —el alfonsinista y el bussista— que entendían de una manera diversa al orden, tuvieron capacidad interpelatoria. Cuando el alfonsinismo cobró fuerza, las demandas más sentidas eran la libertad y la vigencia de los derechos humanos, civiles y políticos. Se aspiraba a salir del orden asfixiante impuesto por la dictadura. Cuando surge el bussismo, en cambio, en el país se vivía una sensación de desorden.12 No es casual entonces que un discurso que propuso restituir el orden y el principio de autoridad tuviera acogida en la población. Esto fue interpretado en casi todos los estudios como un indicador inequívoco de que se estaba ante un discurso autoritario (y ante una demanda de autoritarismo), olvidando que la democracia implica la constitución de un orden y la instauración de principios de autoridad. No se desconoce que la propuesta de orden emanada de quien asesinó a miles de personas en su nombre podía generar temor, sin embargo, ello no autoriza a que se deriven las conclusiones a las que se arribaron. Tampoco porque la dictadura haya hecho del orden su leitmotiv, este debe ser considerado un valor autoritario.13 Mucho menos debe pensarse que, porque el bussismo primaba la lógica de amigo-enemigo, tenga que caracterizárselo como autoritario, ya que la política se define a partir de esa distinción. Hasta los regímenes más pluralistas y abiertos reconocen enemigos. Esta es una condición de posibilidad de la constitución de toda identidad, sea democrática o autoritaria. Lo que sí puede informar acerca de las características autoritarias o democráticas de una formación política no es la distinción amigo-enemigo, sino la forma en que se define al segundo y lo que se pretende hacer con él. Vale la pena comparar los discursos de Bussi en este punto. En los primeros momentos de la dictadura, el enemigo era la "subversión apátrida", después la política. Despojados de identidad y entidad, eran la encarnación del mal, los agentes patógenos omnipresentes que infectaban a la sociedad, lo que había que eliminar. En el discurso de Bussi político, en cambio, los enemigos eran los organismos de derechos humanos que, a diferencia de los de la dictadura, no representaban una amenaza ni se planteaba su eliminación. En segundo lugar, se identificaba como enemigos a los partidos; tampoco a ellos proponía eliminarlos, sino desalojarlos del poder por medio del voto.

Tampoco se comparte la apreciación sobre el lugar que la población civil ocupaba para el bussismo, ya que nuevamente se extrapola lo sucedido en la dictadura. Efectivamente, para el Bussi militar de los primeros tiempos la población civil se definía geográficamente y ocupaba el lugar de la ignorancia, la inoperancia y la enfermedad. Estaba incapacitada para distinguir entre los que intentaban salvarla y quienes la disgregaban. En un segundo momento, la población civil era considerada comunidad, sus lazos de cohesión la capacitaban para repeler "cuerpos extraños". Finalmente, esa comunidad era reconocida como pueblo que aceptaba la tutela del ejército. En todo momento este último era la referencia para definir a la población. El Bussi político, en cambio, la define desde el inicio como pueblo que conoce las cualidades e intenciones de un líder que en su vuelta no necesitaba de mayores presentaciones.14

Sí es acertado señalar que el bussismo reivindicó a la dictadura. Sin embargo ésta no fue una simple reivindicación; se trató de una reformulación del pasado, un intento de reconstruir la historia oficial elaborada por el alfonsinismo. No impugnó totalmente a esa historia que postulaba la "teoría de los dos demonios", sólo desdemonizó a una de las partes, al Proceso.15 Pero además el bussismo reivindicó a la dictadura no por la dictadura misma, sino como antecedente necesario de la democracia. A diferencia de cómo la definió el alfonsinismo, en el discurso de Bussi democracia y dictadura no se oponen, son parte de un proceso armónico, de una continuidad sin rupturas. "Existe una perfecta coherencia entre mi actuación anterior y mi intervención en la arena política a través del camino democrático. Yo luché para hacer posible la restauración democrática" (El Cronista Comercial, 21/9/1987), decía el General. Apelando a una memoria selectiva, proponía recordar y reeditar una parte del pasado (la obra pública y el orden), y olvidar otra (la no vigencia de las instituciones democráticas y la violación a los derechos humanos).

En pocas palabras, el error sistemático de los estudios que consideran al bussismo autoritario, se deriva del supuesto de que "El Bussi de nuestros días es, abierta y manifiestamente el Bussi de 1976". Ello les impide detectar las diferencias y los lleva a reducir las posiciones adoptadas por Bussi a una sola, a la que asumió en la dictadura. Para los autores, ese es el único y "verdadero" Bussi, marcado por su "tendencia natural" y "tradición". Reconocer las diferencias no significa que no haya continuidades, ni que Bussi se haya arrepentido de su pasado; por el contrario, éste fue reivindicado-reinventado y usado como capital político. Tampoco implica que se haya "convertido" en un demócrata, ni que dejara de ser un asesino repudiable.

Con la lectura de Novaro se puede compartir que el bussismo es un fenómeno difícil de encuadrar en las tipologías políticas clásicas. No obstante, y a pesar de coincidir con la apreciación de que Bussi reconoce la constitución y los derechos en ella protegidos (Novaro, 1994: 128), ésta es un indicador, más no una razón suficiente para ubicarlo de manera automática en el sistema democrático. La historia argentina está poblada de manifestaciones de este tipo por parte de personajes que terminaron encabezando o incitando golpes de estado. Por eso, para caracterizarlo se deben considerar otras dimensiones, expuestas al final de este trabajo. Crenzel cuestiona a Novaro en tanto éste "restringe al reconocimiento de la Constitución... las condiciones para asignarle un carácter democrático" (Crenzel, 2001: 145), agregando que las limitaciones de esa mirada se manifiestan cuando se revela la genealogía histórica de algunos dirigentes de FR vinculados a la ultraderecha. Si bien los señalamientos de Crenzel son atendibles, las razones que expone no son suficientes para negar la caracterización de Novaro. Si el pasado de algunos dirigentes fuera tan definitorio, casi todos los partidos argentinos tendrían que ser considerados autoritarios, ya que muchos de sus dirigentes estuvieron involucrados en algún golpe de estado. Quizá el déficit que comparten ambos análisis es que, a pesar de que llegan a conclusiones opuestas, no tienen en cuenta que en Argentina algo había cambiado: la democracia, nunca antes considerada un tema, era en esa oportunidad un referente central e ineludible de la política. Esto quiere decir que ella delimitaba el campo en el que se posibilitaban y restringían los discursos (y acciones) políticas.

Otra debilidad del trabajo de Novaro, es que en él sólo se considera al Bussi político; de su pasado sólo hay menciones generales. No se tiene en cuenta que ese pasado jugó un papel importante en la configuración del bussismo. En su afán por demostrar que el bussismo era parte de un fenómeno más amplio, ha terminado equiparándolo con otras expresiones políticas nuevas, como el orteguismo. Pasar por alto los antecedentes de Bussi, imposibilita detectar las particularidades del fenómeno que se generó alrededor de su figura y de las reacciones que produjo. Si la simple presencia de Bussi en la arena política producía sorpresas, esperanzas y rechazos, era porque se trataba de un personaje con un destacado peso histórico. Su pasado jugaba un papel decisivo en la configuración y en las posibilidades de interpelación de su discurso. En pocas palabras, así como los demás estudios reducen y fijan a Bussi en la posición de militar, Novaro lo hace en la de político, cuando en realidad éste jugaba en ambas posiciones.

Finalmente, en las causas que supuestamente explican el éxito político de Bussi, se encuentran algunas inconsistencias, especialmente en aquellas que se basan en la existencia de una matriz autoritaria. Marcos sostiene que esa matriz, propia de la "cultura del azúcar", habría configurado patrones de conducta típicas del precapitalismo y el feudalismo, en las que el sometimiento y las demandas de autoridad de tipo paterno serían su rasgo característico. Esto explicaría en parte porque la población optó en democracia por una propuesta autoritaria. Ahora bien, esta explicación presenta dos problemas: el supuesto de que en Tucumán existe este tipo de cultura es discutible; y que en caso de ser así no se contribuye al entendimiento del bussismo, ya que éste recibió más votos en los sectores urbanos medios y altos que entre los trabajadores del azúcar.16 Sorprende encontrar estudios en los que se repite el prejuicio de que en Tucumán domina una cultura de tipo feudal;17 pero sorprende aún más la afirmación de que esa cultura configuró sujetos sociales pasivos y "sumisos" ante el poder. Un repaso por la historia de las luchas sociales en la Argentina, desmiente categóricamente esa apreciación y demuestra que Tucumán fue y es una de las provincias más convulsionadas y con mayor movilización social18. Teniendo en cuenta estos señalamientos nos preguntamos si no es más pertinente explicar la opción por Bussi por las dificultades para construir un orden más o menos estable y duradero, que por las características supuestamente pasivas de los tucumanos.

El elemento que puede aportar para una explicación del bussismo es la crisis de la representación política. Sin embargo, también en este punto tenemos diferencias con los autores que la señalan. Para Novaro, el bussismo interpeló a sujetos que cuestionaban las formas de representación clientelares y caudillistas, sustento de los vínculos políticos de los partidos tradicionales. Según el autor, la crisis económica y la escasez de recursos estatales llevó a que las relaciones entre los viejos partidos —conducidos por dirigentes octogenarios— y sus adherentes se deterioraran. Los partidos tradicionales de las provincias periféricas sufrían las consecuencias de no haber renovado sus dirigencias o sus estilos en la época de la transición, afirma. "Con el restablecimiento de la democracia, ciertos ámbitos de la vida política nacional se renovaron, mientras que otros retomaron simplemente sus funciones tradicionales. Entre estos últimos se encuentran los sistemas políticos de las provincias periféricas" (Novaro,1994: 93). Sin embargo, hay que recordar que el bussismo interpeló —sobre todo en las primeras elecciones— a la base de la UCR, partido que en Tucumán no tenía las características que Novaro le atribuye a la dirigencia tradicional. La renovación de sus dirigentes durante la transición fue total, el triunfo de Renovación y Cambio, llevó a la conducción partidaria a un grupo de jóvenes que eran parte de la dirigencia de la corriente liderada por Alfonsín. Pero además el radicalismo (que nunca gobernó la provincia), jamás pudo tender redes clientelares con sus adherentes. Las características que menciona Novaro eran más propias del peronismo, que basaba sus relaciones en el clientelismo y que mantenía a una parte de sus viejos caudillos al frente del partido. Si bien esto generó una crisis de las identidades, no es tan claro que los peronistas fueran interpelados por discursos más "modernizantes", con el consiguiente abandono de las viejas costumbres (Novaro, 1994: 102). Por el contrario, el FAP, "la alternativa" peronista, proponía revivir esas "viejas costumbres", volver al "peronismo de Perón". La crisis llevó a que los peronistas se refugiaran en antiguas formas, en sus identidades más esencializadas. El error en que nuevamente cae Novaro es el de tratar de encajar al bussismo en un proceso regional con el que tiene puntos de encuentro, pero también otros que los diferencian. Sin embargo la crisis del clientelismo y el caudillismo sí contó, sólo que de un modo diferente a como lo plantea Novaro. Cuando Bussi hace su incursión en política, amplios sectores de la población percibían la necesidad de modificar radicalmente la lógica que guiaba al gobierno provincial. Una posibilidad de hacerlo era la UCR, pero ésta —además de sufrir el desgaste por el gobierno nacional—, se encontraba compenetrada con un estilo de representación que hacía del pacto su principal herramienta, prefería "la concertación entre los sectores en pugna" y las "soluciones de compromiso" (Novaro, 1994: 59), antes que enfrentarse decididamente a esa forma política y de gobierno. Ese estilo basado en el consenso fue interpretado como debilidad y falta de decisión; después, cuando el radicalismo no pudo llevar a su candidato a la gobernación, como impotencia y frustración. Eso explica por qué la UCR perdió votos en 1987, el vaciamiento que sufrió después del Colegio Electoral y por qué sus adherentes, que antes vivaban a la democracia alfonsinista, terminaron engrosando las filas del bussismo.

 

Conclusiones

El bussismo surge cuando en la democracia —tal como la entendía el alfonsinismo—, se comienza a evidenciar el carácter convencional de algunas relaciones que la definían. Seguía siendo el goce de las libertades, pero no garantizaba ni hacía efectivos automáticamente los derechos a comer, curarse y educarse, entre otros. Esto llevó a que las fronteras políticas y demarcaciones establecidas se debilitaran y se hicieran permeables a nuevas propuestas de articulación, con los mismos términos pero alterando su orden, o introduciendo elementos no considerados o excluidos. La democracia seguía siendo el elemento articulador, hegemónico, pero podía ser redefinida por sujetos anteriormente ubicados en posiciones de enunciación desventajosas. Por eso, la primera conclusión es que la lucha política no se reduce a establecer los puntos nodales que totalizarán el campo, como entiende Zizek (1992: 126), sino que ésta se juega también en torno a cuales elementos se excluirán o incluirán en esa totalidad y quienes serán los sujetos competentes para esas operaciones.

La posibilidades para redefinir a la democracia no sólo surgieron porque ésta no cumplió con muchas de sus promesas, sino también por sus logros. Diversas demandas planteadas con carácter primordial a finales de la dictadura (las libertades civiles y políticas), bien o mal fueron satisfechas, consumiendo parte de su capacidad movilizadora y cedieron su lugar a otras que antes no parecían tan importantes. Considerar esos factores —fracasos y éxitos—, es fundamental porque: 1) permite dar cuenta de las razones que posibilitan una mayor apertura de una hegemonía —para cuestionarla, redefinirla o suplantarla—; 2) informa sobre las características de las nuevas formulaciones que competirán para reorganizar el campo, en tanto éstas suelen ser una crítica, postulándose como una nueva posibilidad para satisfacer las demandas no satisfechas o no consideradas, pero incorporando como "información básica" las conquistas alcanzadas19; y 3) esto indica que todo proyecto político está "condenado" a agotarse, y que la política es un proceso inacabado que no puede eludir su trágico destino de reinventarse una y otra vez.

Esa apertura, en el ámbito local —donde la decepción pesaba más que el agotamiento—, era mayor. A los escasos logros se agregaba que los partidos mayoritarios no representaban una alternativa creíble que pudiera reencauzar el descontento y renovar las expectativas. Con las representaciones políticas seriamente deterioradas, las identidades partidarias se relajaron y estaban disponibles para otras interpelaciones. Dos alternativas al bipartidismo surgieron en ese contexto: el FAP que proponía un retorno al peronismo ortodoxo, una reconstitución de los antiguos lazos; y el bussismo, que proponía un cambio y la creación de nuevas identidades. Ambas propuestas tuvieron acogida entre los votantes, lo que indica que la disolución de los lazos sociales y las crisis políticas presentan oportunidades, pero no siempre conducen a una renovación y que el proceso político no necesariamente implica evolución.

El bussismo trató de configurar nuevas identidades, pero eso no significó que en todos los casos haya apelado a símbolos o nociones que no se habían empleado en la política argentina. Lo nuevo radicaba en que tomó esos elementos y los articuló de un modo diferente. Con esa rearticulación, puso en cuestión la forma en que el alfonsinismo había construido el pasado y la democracia. Si el pasado era definido como opuesto a la democracia, en el discurso de Bussi era una condición de posibilidad del presente. Si entre autoritarismo y democracia había ruptura, ahora había continuidad, por lo que, si anteriormente toda persona vinculada a la dictadura era automáticamente descalificada por no ser un actor político democrático, en esta nueva formulación aparecía como competente. Esta articulación entre democracia y dictadura encuentra antecedentes históricos en otros golpes de Estado que se hicieron en nombre de la restauración de las condiciones para la vigencia de la democracia, sin embargo, después de la cruenta experiencia de la dictadura argentina instalada por Videla, muy pocos se atrevían a sostener públicamente que la misma podía ser entendida como un antecedente y mucho menos una condición para la instauración de la democracia. En ese estricto sentido, la fórmula propuesta por Bussi no constituía una novedad histórica, mas sí una novedad política en ese momento.

Pero la democracia no sólo era redefinida de acuerdo al proceso histórico, también lo era en cuanto a los elementos que articulaba y, con ello, de las demandas que debía atender. En la transición, el orden, por ejemplo, no desapareció del discurso de Alfonsín, pero ocupaba un lugar secundario, subsumido en la democracia. En la propuesta de Bussi, en cambio, el orden era una condición de la democracia, una tarea primordial que hacía de superficie de inscripción de otras demandas que tenían que ver con la seguridad pública, la limpieza y la administración racional de los recursos. En otras palabras, el discurso de Bussi no era una réplica del discurso de la dictadura, pero tampoco era una versión más del discurso alfonsinista. Se trataba de una conjugación-alteración de ambos discursos, un texto en el que se puede reconocer una intertextualidad que era encarnada por Bussi en un juego en el que alternativamente podía ubicarse como militar (ajeno la política), o como un ciudadano (cuando reclamaba su derecho a hacer política o cuando se recordaba su pasado).

Esas estrategias se complementaban con otras. Para facilitar la transmutación de identidades políticas, tendió puentes entre las existentes y las que venía a proponer. Reivindicando (y reinventando) figuras y mitos movilizadores distintivos de otros partidos, se apropió de parte de su historia; cuestionando a la dirigencia que había desnaturalizado y traicionado sus orígenes, se apropió de sus seguidores.

Intentemos ahora dilucidar si el bussismo fue un fenómeno autoritario o democrático. Se señaló que declarar la adscripción a la Constitución no era una razón suficiente como para considerarlo democrático, que se debía tener en cuenta otros parámetros. Asumiendo que cualquiera que se proponga es un tipo ideal cuestionable, apelamos a las que Dahl (1992) considera condiciones de la poliarquía. Si se evalúa el segundo gobierno de Bussi (1995-1999), hay que reconocer que se respetó la libertad de prensa; se garantizó el derecho a protestar y manifestarse; las asociaciones políticas, sociales y de derechos humanos siguieron funcionando normalmente; el poder judicial no fue intervenido ni se limitaron sus facultades; la cámara de legisladores se mantuvo en funciones, e incluso suspendió a Bussi en el cargo de gobernador; y, finalmente, las renovaciones de legisladores se realizaron por medio de elecciones limpias, con competencia real entre partidos y resultados inciertos a los que se respetó20.

Si además se consideran los rasgos salientes del "estilo" bussista, se puede precisar esta caracterización. Se ha interpretado que la actitud crítica de Bussi hacia los demás partidos era una clara muestra de deprecio por el pluralismo, hecho que constituía un factor más para ubicarlo en el autoritarismo. El problema es que si se considera este elemento aisladamente, las movilizaciones que, en los últimos años, derrocaron a cuatro presidentes en Argentina, tendrían que ser calificadas de antidemocráticas, pues una de sus inspiraciones fue el rechazo a los partidos. Sin embargo, si se lo considera inserto en un concierto más amplio, su valor diferencial se hace evidente. En el caso de Bussi, el ataque a los partidos mayoritarios debe ser entendido como una impugnación al sistema de partidos existente, con el objetivo de insertarse en él y, eventualmente, hacer de la suya la fuerza dominante. Esto queda claro en su ambigua concepción del rol de los partidos: por un lado entiende que estos dividen a la sociedad pero, por otro, fundó una fuerza política para disputar el gobierno. De ahí su pretensión de representar plenamente a toda la sociedad y de circunscribir la voluntad popular al momento de la elección, dándole una escasa importancia a la deliberación. Por eso, se puede precisar que para el bussismo, la democracia no se basaba en el consenso, el pluralismo y la deliberación, sino en la eficacia.

Finalmente, podemos extraer algunas lecciones del proceso que constituyó al bussismo, y que pueden aportar elementos para pensar situaciones similares en Latinoamérica. Una de ellas es que, si las corrientes democratizantes y progresistas aspiran a alcanzar el poder, tendrán que abordar temas sobre los que pocas veces pudieron articular propuestas: el del orden y la seguridad. Este desafío las obligaría a superar prejuicios históricos (que orden y seguridad es una preocupación de la derecha y los fascistas) y las llevaría a replantear teóricamente la relación entre cambio y orden. De no ser así, difícilmente se podrá romper con la lógica siniestra que relaciona orden con represión ("mano dura") y gobernabilidad con democracia restringida. Otra lección que se puede extraer es que —parafraseando a Aricó (1999)—, en la vida política no hay "perros muertos". Esta lección se relaciona a otra: que toda "nueva era", por más refundacional que se postule, surgirá de formas anteriores, en las que sobrevivirán nociones y figuras que, tarde o temprano, pueden reciclarse y, finalmente, que la democracia, siempre estará abierta a reformulaciones, muchas de las cuales se inspirarán en ideas opuestas a las "originales".

Esas lecciones se expresan con claridad en el proceso político argentino actual, que funda su legitimidad en ideas que hace pocos años parecían obsoletas: el estatalismo, los derechos humanos y la supremacía de la política ante la economía. Lo que hace muy poco parecía imposible, olvidado, hoy no sólo es factible, sino una de las vías para recomponer la sociedad.

 

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Periódicos

El Cronista Comercial, 21/9/1987, Buenos Aires.         [ Links ]

La Gaceta, 03/12/1975, Tucumán.         [ Links ]

 

Notas

1 Pasaje del testimonio presentado ante la Comisión Nacional Sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) por el gendarme Omar Eduardo Torres, Legajo núm. 6667 (Nunca Más, 1984: 216-217).

2 De ahora en adelante denominaremos bussismo al fenómeno político liderado por Bussi en el contexto democrático abierto después de la caída de la dictadura (1983).

3 Estas palabras fueron confirmadas por los informes del Servicio de Inteligencia del Estado (SIDE) que señalaban que a inicios de 1976, "las bandas subversivas estaban aniquiladas" (López Echagüe, 1991: 200).

4 Este Centro Clandestino de Detención fue conocido como "La Escuelita". Después se establecieron en la provincia otros trece CCD, los que "fueron pasando de pequeñas casas o sótanos bien disimulados a grandes instalaciones" (CONADEP, 1984: 214).

5 Marcos (2002), señala que "Tucumán, cuenta con una tradición de prácticas autoritarias asociadas a la cultura del azúcar, en el cual el dueño del ingenio tiene no solo una relación de patrón con respecto a los obreros sino también una relación paternal, que se refleja en las relaciones personales y políticas de la región" (2000: 11).

6 Numerosos estudios prueban que la capacidad operativa de los insurgentes no ameritaba la intervención del ejército ni mucho menos justificó el golpe militar de 1976. Para ampliar ver López Echagüe (1991).

7 Estos insumos eran las formas en las que se reivindicaba la eliminación del otro, o en las que se lo identificaba con el mal (el término "apátrida", empleado por la dictadura, estaba presente en el decreto de Isabel Perón que autoriza la intervención de las Fuerzas Armadas en asuntos internos). En cuanto a las demandas de orden, Alfonsín reconocía que ésta era una de las reivindicaciones más sentidas en el momento del golpe.

8 Nombre que se le dio a la postura, por la que ponía en un plano de igualdad a la guerrilla con el Ejército.

9 En su proyecto integral, la seguridad pública, la economía de mercado, la política cultural y educativa, la alineación internacional con los EE.UU., eran presentadas como partes de la restitución del orden.

10 Barros (2000) realiza un detallado análisis del impacto que produjo la denuncia del pacto sindical-militar.

11 Para Bajtin (1982) por más monológico que sea un enunciado no deja de ser una respuesta a lo que ya se dijo sobre el tema, aunque la respuesta no recibiese una expresión bien definida. Todo enunciado está poblado de "matices dialógicos", ya que el pensamiento se origina y forma en un proceso de interacción y lucha con otros pensamientos.

12 Unos meses antes tuvieron lugar las sublevaciones militares y la CGT impulsaba los paros generales, situación que presentaba signos más agudos en Tucumán, producto de la reducción de la coparticipación, de la crisis azucarera, de los paros de los estatales, de la bancarrota del banco provincial y de los acuartelamientos de la policía.

13 Tardíamente los partidos mayoritarios incluyeron al orden entre sus propuestas. Fue consigna de la UCR en la campaña de 1989; y el FE argumentaba que era la única garantía de orden en la provincia (La Gaceta, 3/3/1991).

14 Ello no significa que la relación Bussi-pueblo haya sido planteada simétricamente. En un sentido había cercanía y comunión, relación en la que las elites políticas eran el tercero excluido. Pero en otro había distancias. Uno ocupaba el lugar del salvador-redentor, los otros eran ubicados muy por debajo, como sus beneficiados.

15 Así como Bussi tomó parte de la historia alfonsinista para proponer la propia, el alfonsinismo tomó la parte de la versión histórica del Proceso que demonizó a la guerrilla.

16 Los datos electorales indican que los votos a Bussi provinieron preponderantemente de electores asociados anteriormente a la UCR y se concentraban en sectores de mayores ingresos de la capital. Adrogué (1993) demuestra que FR tenía votantes en todos los sectores sociales, especialmente en las capas urbanas medias y altas.

17 Los autores mencionados, con excepción de Crenzel, comparten esta apreciación que se deriva del trabajo Tierra y conciencia campesina en Tucumán de Delich (1970). Crenzel ("El Tucumanazo", 1997), discute la tesis de Delich y demuestra que Tucumán fue una las provincias con desarrollo capitalista más extendido y temprano en Argentina.

18 Mencionamos algunos ejemplos: las luchas salariales de los trabajadores azucareros a principios del siglo pasado; por el derecho a vacaciones en los treinta; en los cuarenta, la Federación de Obreros y Trabajadores de la Industria Azucarera (FOTIA) fue el primer sindicato que realizó una medida de fuerza contra Perón. En los años sesenta las luchas estudiantiles y el "tucumanazo". Años antes se fundaban en Taco Ralo las Fuerzas Armadas Peronistas. Después, surgió en la Univesidad Nacional de Tucumán el Ejercito Revolucionario del Pueblo (ERP). Recientemente (1983-1989), Tucumán registró el mayor número de paros y movilizaciones políticas y sociales de toda la Argentina (Luciani, 1993: 93).

19 No se insinúa que la política sea un proceso de acumulación y evolución constante. Lo que se sugiere es que, si no se niegan las conquistas, es probable que la interpelación de un discurso sea mayor. Eso explica en parte los fracasos de los que proponían eliminar las conquistas del primer gobierno de Perón y el éxito del alfonsinismo que incorporó las conquistas y los mitos movilizadores argentinos, a los que articuló con la democracia. Aun los gobiernos que en los hechos los negaron, invocaron los derechos conquistados antes de llegar al poder.

20 En rigor, las condiciones de la poliarquía son la existencia de: 1) autoridades electas, por medio de 2) elecciones libres y limpias, mediante el 3) sufragio universal, con 4) derecho a competir, libertad de expresión, de 5) acceso información alternativa, y libertad de asociación (Dahl, 1956).

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