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Perfiles latinoamericanos

versión impresa ISSN 0188-7653

Perf. latinoam. vol.12 no.25 México ene./jun. 2004

 

Artículos

 

El crecimiento del empleo y las estrategias laborales de sobrevivencia en México. Apuntes para un debate

 

Araceli Damián*

 

* Profesora-Investigadora del Centro de Estudios Demográficos y de Desarrollo Urbano, El Colegio de México.

 

Recibido en marzo de 2003.
Aceptado en mayo de 2003.

 

Resumen

El artículo analiza la relación entre los cambios económicos y la participación laboral. Pone en tela de juicio la tesis sobre el aumento de la oferta laboral de los miembros del hogar ante la caída del ingreso. Para ello examina críticamente las metodologías y la información de diversos trabajos sobre la evolución del empleo a nivel micro y macro. Con base en información sobre empleo en México (1979-1991), en la ciudad de México (1979-1999) y en 16 ciudades grandes (1988-1999), muestra que, a pesar de que las estrategias laborales se pudieron haber establecido a nivel micro, esto no modificó la tendencia a la contracción del empleo (o bien de su ritmo de crecimiento) durante las crisis económicas.

Palabras clave: estrategias de sobrevivencia, tasa de participación laboral, tasa de participación equivalente, empleo, participación laboral de jóvenes y mujeres, crisis económica, ciudades.

 

Abstract

This article analyzes the relation between economic changes and labor participation rate. It questions the thesis regarding the incorporation into the labor supply of more household members in response to a fall in income. To do so it examines critically the methodologies and information of several texts dealing with the evolution of employment at the micro and macro levels. On the basis of information on employment in Mexico (1979-1991), in Mexico City (1979-1999) and in 16 other cities or large towns (1988-1999), it shows that, even if such labor strategies may have been put into effect at the micro level, this does not offset a general tendency towards contraction of employment (or at least to a declining rate of growth) during economic crises.

Key words: survival strategies, rate of labor participation, equivalent participation rate, employment, labor participation of women and young people, economic crises, cities.

 

Durante la década de los ochenta se experimentó una de las más severas crisis económicas por las que ha atravesado la economía mexicana. El gobierno mexicano (como muchos otros gobiernos de países en desarrollo) llevó al cabo una serie de políticas económicas encaminadas a controlar los desequilibrios macroeconómicos (por ejemplo, el control del tipo de cambio, la reducción de subsidios y reajuste de precios de bienes y servicios públicos, una reforma fiscal, el control de la inflación vía contracción salarial, entre otras, véase Damián, 2002: capítulo II). Al conjunto de estas políticas se le denominó "ajuste estructural" y estaban basadas en las recomendaciones de los organismos de ayuda internacionales (Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional). Estas políticas no lograron (ni lo han logrado aún) restablecer a corto plazo el crecimiento económico y la pobreza aumentó en los países afectados por la crisis de la deuda. En México la pobreza por ingreso pasó del 48.5% en 1981 al 64% en 1989,1 así mismo, el Producto Interno Bruto (PIB) per cápita se contrajo en más del 9% entre 1982 y 1989 (Ibid., cuadro II.3 y II.5: 51 y 56). No obstante, a pesar de la contracción del PIB la tasa de participación en la fuerza de trabajo aumentó de 45.5% en 1979 a 52.5% en 1991.2

En la segunda mitad de los ochenta y principios de los noventa, surgen una serie de trabajos que intentan explicar el aumento en la participación laboral en diversos países en desarrollo (entre ellos México), a pesar de la contracción en el PIB. Cornia (1987: 90) señala que "para la mayoría de los hogares de bajos ingresos (ya sea que participen en el sector informal o no), el ajuste trae consigo una variedad de adaptaciones —conocidas como estrategias de sobrevivencia— en la creación y uso de recursos (participación de la fuerza de trabajo, migración, consumo, etc.). A estas estrategias se les atribuye comúnmente el potencial de reducir pérdidas en el bienestar durante periodos de contracción." Dentro de lo que este autor llama "estrategias para la generación de recursos", encontramos la del "incremento en la oferta de mano de obra a la economía" (Ibid.: 94). A partir de una serie de reportes de investigación de países en desarrollo sobre la crisis de los sesenta y ochenta, Cornia concluye que "la crisis económica ha aumentado la participación de miembros de la fuerza de trabajo 'no primaria' (mujeres, adolescentes y ancianos) en la producción mercantil" (Ibid.: 95).

Sin embargo, dada la caída del PIB durante los ochenta, y por consiguiente la reducción de la demanda global de mano de obra, el aumento en las tasas de participación nos estaría dando indicios de que el empleo en estos países está (o estuvo) determinado por la oferta de trabajo, sin importar las condiciones de la demanda. Surgen, por tanto, una serie de preguntas en torno a dicho aumento.

1) ¿Es posible que el empleo aumente en periodos de crisis?

2) ¿Cuáles grupos sociales reaccionan ante la caída del ingreso?

3) ¿Qué miembros del hogar son los que se incorporaron al mercado de trabajo?

En la corriente de pensamiento denominada aquí de las Estrategias Laborales de Sobrevivencia (ELS) incluí a investigadores que explican, parcial o totalmente, el aumento en el número de miembros por hogar que participaron en el mercado de trabajo (o de las tasas de participación en la fuerza de trabajo) como respuesta a la caída del ingreso sufrida durante los años ochenta en México (por ejemplo, González de la Rocha, 1988, 1991 y González de la Rocha et al., 1990; Benería, 1992; Tuirán, 1992; García, 1994; García y Oliveira, 1994; Cortés y Rubalcava, 1991, Cortés, 1997).3 Sin menoscabo del esfuerzo que esto pudo haber significado para algunos hogares, el supuesto de que éstos tienen la capacidad para reaccionar con un mayor uso de su fuerza de trabajo llevó a pensar que esta estrategia previene, o por lo menos aminora, el deterioro de las condiciones de vida de los hogares en épocas de crisis y ajuste. Sin embargo, como vimos, la pobreza en México aumentó rápidamente a pesar del crecimiento en las tasas de participación. A continuación examino algunos de los trabajos de investigación que estudiaron este fenómeno en México durante los ochenta.

 

El carácter contra-cíclico de las estrategias laborales de sobrevivencia

A las ELS se les atribuye un carácter contra-cíclico; de acuerdo con Escobar (1996: 549) "para ciertos investigadores (González de la Rocha, Escobar, Tuirán, Cortés) el trabajo adicional es contra-cíclico: la población económicamente activa (PEA) tiende a aumentar bajo condiciones de crisis y reestructuración."

González de la Rocha (1988, 1991) realizó uno de los primeros trabajos microsociales en México sobre las estrategias de sobrevivencia, con una muestra no representativa de hogares en la ciudad de Guadalajara.4 Según esta autora, los resultados obtenidos muestran "una respuesta racional-colectiva ante la crisis económica... [por medio de]... la intensificación del trabajo asalariado... a través de un mayor número de miembros en el mercado de trabajo" (González de la Rocha et al., 1990: 358). Sin embargo, a pesar de que se encuentra un aumento en el número de trabajadores por hogar entre 1982 y 1985 (de 2.13 a 2.69), hay indicios de que parte de este aumento se debe a cambios en el tamaño y estructura por edades de los hogares estudiados. En el mismo texto se afirma que los grupos domésticos crecieron "sobre todo gracias a la incorporación de miembros en edad de trabajar y a la retención de sus miembros hábiles. Los hogares han crecido también por vías 'naturales' (gracias al desarrollo del ciclo doméstico), pero, a partir de 1982, la incorporación de miembros capaces de generar ingresos ha sido clave para proteger el consumo" (González de la Rocha et al., 1990: 358).

Existen dos problemas metodológicos básicos en torno a las afirmaciones antes señaladas. El primero es la falta de control sobre la variable del ciclo familiar. El cambio en este ciclo implica modificaciones en la composición por edades en los hogares y, por tanto, puede darse un aumento en el número de personas en edad de trabajar que efectivamente se incorporen al mercado laboral, sin que esto responda a una estrategia tomada como resultado de una situación de crisis. No es posible concluir de manera directa que en los hogares se incrementa la participación económica en periodos de crisis sin controlar la variable del ciclo de vida. Una posibilidad para encontrar indicios sobre esta situación sería calcular las tasas netas de participación por hogar, es decir, el número de trabajadores en el hogar dividido por el número de miembros en edad de trabajar. Desafortunadamente, no se reportan datos de la estructura por edades en la muestra del estudio que pudieran servir para calcular dichas tasas.

El otro problema es la falta de medición del efecto que tiene la incorporación de "nuevos" miembros en edad de trabajar, capaces de generar ingresos, en el aumento del número de trabajadores por hogar. La autora no proporciona información para saber qué tanto en la intensificación del uso de la fuerza de trabajo en el hogar se debe a la situación de crisis y cuánto a la incorporación de estos miembros. Por otra parte, la incorporación de "nuevos" miembros que trabajen puede dejar inalterado el uso de la fuerza de trabajo en el plano social. Esto se debe a que en los hogares de procedencia de los "nuevos" miembros pudo observarse una reducción en el número de trabajadores, situación que hubiese sido deseable controlar metodológicamente.

En otro trabajo, González de la Rocha presenta algunos datos para el periodo 1985-1987 que contradicen la idea del carácter contra-cíclico de las ELS. Esta autora reporta una pequeña disminución en el número de trabajadores por hogar (de 2.69 a 2.59) entre 1985 y 1987 (véase González de la Rocha, 1991: 117). En el texto se ofrece como explicación de esta disminución el hecho de que, para 1987, la tasa de reducción de los salarios se había desacelerado. Si bien es cierto que la disminución de los salarios y el consumo privado per cápita entre 1985 y 1987 fueron más leves que los observados entre 1982-1983, en 1985 inicia un nuevo periodo de crisis que finaliza recién en 1988. Los indicadores salariales y de consumo privado vuelven a caer bruscamente y llegan casi a su nivel más bajo en 1987, en comparación con 1981.5 Además, el PIB per cápita sufrió una fuerte caída (entre 1985 y 1986 se contrajo 5.7% y no fue sino hasta 1989 cuando vuelve a tener un crecimiento positivo),6 y el aumento en la tasa de inflación llegó a casi 160% en 1987, la más alta observada en los ochenta. Siguiendo la hipótesis del cambio antíciclico en la participación laboral, propuesta por los exponentes de las ELS, la disminución en el número de trabajadores se explicaría más por una mejoría en las condiciones de vida de los hogares entrevistados, que por una disminución en el ritmo de su deterioro. De la misma forma, para poder evaluar los cambios observados en este periodo, nos encontramos con dificultades metodológicas similares a las expuestas con anterioridad. Por ejemplo, no se explicita si hubo una transformación en la composición de los hogares (ya sea por alteraciones en el ciclo familiar o la des(in)corporación de nuevos miembros) ni el efecto que ésta pudo tener en la disminución del número de trabajadores. Todo esto sin considerar los problemas que conlleva el hacer estudios panel.7

Chant (1993) realizó otro de los estudios microsociales que hablan de las estrategias laborales de sobrevivencia durante la crisis de los ochenta. En Querétaro8 encontró que el incremento en el número de miembros del hogar que participaban en el mercado de trabajo era muy reducido (de 2.1 a 2.3, entre 1982—3 y 1986; véase Chant, 1993). A pesar de este aumento tan pequeño, Chant no rechaza la idea de las estrategias laborales de sobrevivencia, sino más bien plantea la existencia de un punto en el nivel de ingresos en el cual los hogares no "necesitan" enviar más miembros al mercado de trabajo (véase Chant, 1993). Este trabajo tampoco registra el efecto que el cambio en el ciclo de vida, o bien el envejecimiento de los hogares, puede tener en los niveles de participación.

Así mismo, lejos de lo esperado, a pesar de la crisis, Chant encuentra que los ingresos de las mujeres y los miembros jóvenes del hogar aumentaron. De acuerdo con la autora, es probable que esto "proporcione una explicación parcial del aumento relativamente pequeño en el número de perceptores de ingreso en el hogar." (Chant, 1993: 324-326). No obstante, podemos decir que el aumento en los ingresos de estos miembros nos podría dar indicios de que la demanda de trabajo de estos grupos poblacionales aumentó en Querétaro y que, por tanto, su participación en el mercado de trabajo tiende a ser pro-cíclica.

Otro estudio microsocial en la línea de las ELS es el realizado por Tuirán (1992) para la ciudad de México.9 El autor afirma que "en un contexto de salarios decrecientes y bajos, la mayor participación de los miembros del hogar en actividades remuneradas constituyó una de las estrategias más comúnmente empleadas para proteger el ingreso familiar o contener su caída... [de esta forma se advierte]... una tendencia creciente en el número promedio de perceptores de ingreso por hogar en todos los estratos" (Ibid.: 183). Sin embargo nos volvemos a encontrar con el problema metodológico de la falta de información sobre el efecto del cambio en la estructura de los hogares debido a la edad para saber en qué medida reaccionaron o no a la crisis. Con el fin de controlar parte del efecto de envejecimiento de los hogares, calculé las tasas de participación en la fuerza de trabajo por hogar (TPFTH), con base en la información proporcionada por el autor. El resultado obtenido arroja conclusiones distintas de las planteadas por Tuirán. El cuadro 1 muestra que en tres de los cinco grupos de hogares analizados por Tuirán (marcados con *) los cambios en la participación laboral no tuvieron carácter contra-cíclico, sino más bien pro-cíclico. Así, tenemos que los grupos de ingreso medio (formal e informal) sufrieron un contracción tanto en el ingreso per cápita como en la TPFTH. Por el contrario, el grupo de familias clasificadas como del sector informal bajo, experimentó un aumento tanto en sus ingresos como en sus TPFTH. Sólo los otros dos grupos tendrían un comportamiento anti-cíclico, es decir que su participación laboral aumenta cuando su ingreso cae.10

Como podemos observar hasta aquí, los estudios microsociales sobre las estrategias laborales de sobrevivencia presentan serias dificultades metodológicas para evaluar en qué medida se dieron. Algunos estudios demostraron que son muy reducidas, o se presentan en sentido opuesto al esperado.

 

Una evaluación de las estrategias de sobrevivencia basada en la información disponible sobre el empleo a nivel macro

Dada la escasa información sobre el empleo generada en los ochenta, también existen algunas dificultades metodológicas para evaluar los cambios en los niveles de participación a nivel macro. De este modo, si comparamos las encuestas del empleo de alcance nacional calificadas como las más confiables para evaluar los cambios en la fuerza de trabajo en los ochenta, es decir la de 1979 y 1991 (véase García, 1994),11 encontramos que, en efecto, las tasas de participación laboral se elevaron considerablemente a pesar de la crisis (véase cuadro 2). La tasa global de participación aumenta del 45.5% en 1979 al 52.5% en 1991, y su crecimiento se explica sobre todo por la participación femenina, que pasa de 21.5% a 30.4%, mientras que la masculina apenas crece del 71.3% al 76.6% entre 1979 y 1991 (véase cuadro 2). El crecimiento de la participación femenina es realmente muy elevado, ya que en el periodo aumenta un 41.4%, mientras que la masculina lo hace en un 7.4%. El rápido crecimiento de la participación femenina ha sido atribuido en buena medida a la caída de los ingresos en los hogares. De acuerdo con García (1994: 68).

en un contexto de fuerte contracción del empleo asalariado industrial en el país durante los ochenta... el aumento de la participación femenina estuvo vinculado principalmente a la expansión de las actividades no asalariadas dentro del sector terciario. Dicho aumento ha sido explicado, en parte, por la mayor necesidad económica de las familias que provocó el control salarial resultado de las políticas de estabilización económica. La reducción de los salarios y de las prestaciones sociales ha llevado a la incorporación de integrantes adicionales de los hogares a la actividad económica, en especial de mujeres y jóvenes, para apoyar la manutención cotidiana de las familias. Bajo estas circunstancias, muchas mujeres salieron en búsqueda de trabajo extradoméstico, además de seguir cumpliendo con sus responsabilidades familiares (Selva, Cortés, González de la Rocha, García y Oliveira).

No obstante, aquí tampoco podemos saber en qué grado el aumento de la participación (y sobre todo la femenina) se explica por la contracción en el ingreso de los hogares. Esto se debe a que, por ejemplo, este aumento tiene un carácter secular que trasciende eventos tales como las crisis económicas. Por otro lado, a la par de la crisis, se dieron otros fenómenos que contribuyen a la incorporación de la mujer a la actividad económica (por ejemplo, aumentos en los niveles educacionales, cambios en la estructura de la demanda, transformaciones en las relaciones de género, mayor urbanización, etcétera).

Durante los ochenta, aparte, el aumento en la participación laboral se dio en paralelo al crecimiento en el número de empleos parciales (con jornadas laborales menores a 40 horas a la semana). Por lo tanto, se observó una reducción en el número promedio de horas trabajadas por persona. Así tenemos que, mientras en 1979 los que laboraban menos de 40 horas representaban el 20.4% del total de los ocupados, para 1991 este porcentaje aumentó al 31.5%. Para los varones el cambio fue de 15.6% a 27.7%, y para las mujeres de 35.4% a 45.3%.12 El resultado demuestra que el empleo total (medido sobre la base del número de horas trabajadas) no creció al mismo ritmo que el número de personas trabajando.

Para medir el efecto del aumento del empleo parcial en el crecimiento del número de personas que trabajaban, calculé las tasas de participación estandarizadas o tasas de participación equivalente.13 Al estandarizar las tasas de participación encontramos que entre 1979 y 1991 la participación masculina en realidad no crece sino que más bien cae del 61.8% al 60.8%; por otro lado, la femenina aumenta en menor grado que la tasa de participación sin estandarizar, de 16.1% a 20.7%, lo que representa aún un 28.6% de crecimiento en el periodo. Como resultado tenemos que la tasa global de participación aumentó de 38.5% a 41.2%, es decir, menos de tres puntos porcentuales, crecimiento mucho menor que el de las tasas sin estandarizar, que crecieron siete puntos porcentuales en el periodo (véase cuadro 2).14

Otro de los problemas metodológicos al que nos enfrentamos es la imposibilidad de observar cómo fluctuó la participación laboral de acuerdo con los periodos de crisis y de crecimiento económico en los ochenta. El periodo 1979-1991 engloba distintas facetas del crecimiento económico del país, y por tanto es difícil saber en qué años creció la participación laboral total (sobre todo la femenina) y si esto correspondió a los años de crisis o de auge económico. Entre 1979 y 1982 la economía estaba todavía en el boom petrolero; posteriormente aconteció la crisis de la deuda, a partir de la cual se tuvieron periódicos altibajos en el PIB hasta casi finales de la década de los ochenta, cuando la economía tuvo una etapa de crecimiento que duró hasta 1994.

En la gráfica 1 tenemos una serie completa de tasas de participación para la ciudad de México durante los años ochenta (desafortunadamente esta información no está disponible por género). Esta serie nos muestra las grandes fluctuaciones que presentan las tasas de participación en momentos de contracción económica. Nótese especialmente la reducción de la tasa de participación entre 1982 y 1983, que coincide con la fuerte caída de la economía en esos años. Posteriormente, la economía se recupera entre 1984 y 1985, volviendo a caer a partir de este año y hasta 1987, periodo en el que sufre una fuerte contracción. A partir de 1988 las tasas de participación muestran de nuevo una tendencia al alza, que una vez más coincide con el inicio de la recuperación económica de finales de los ochenta y principios de los noventa. No obstante, si trazamos una línea entre 1979 y 1991 (línea punteada), como si sólo tuviéramos esos datos (como es el caso a escala nacional) podríamos llegar a suponer que las tasas de participación en la ciudad de México crecieron de manera constante, lo que no fue así. Los datos sobre la ciudad de México durante los ochenta nos dan ejemplo de lo que pudo haber sucedido con los niveles de participación a escala nacional, es decir, las tasas de participación pudieron haber sufrido fuertes fluctuaciones que no pueden ser detectadas por la escasez de información.

De la misma forma, y con base en la información disponible para la ciudad de México, encontramos que a pesar de que las tasas de participación sin corregir son más altas en 1987 que en 1979 (51.6% y 50.5%, respectivamente, véase cuadro 3), al estandarizar las tasas por el número de horas trabajadas, éstas muestran la tendencia contraria. Es decir, las tasas de participación estandarizadas global, masculina y femenina se contraen y no es sino hasta 1989 cuando rebasan los niveles alcanzados en 1979.

La crisis financiera de 1994 nos proporciona otro ejemplo de cómo se comporta el empleo en periodos de crisis (véase cuadro 3). En primer lugar, observamos que las tasas de participación sin estandarizar dejan de crecer y se mantienen en 54.4% durante el periodo 1994-1996. Por otra parte, la tasa equivalente de participación cae de 44.3% a 43.0% y no es sino hasta 1997 cuando rebasa el nivel de 1994. De esta forma, podemos afirmar que los datos sobre empleo durante este periodo en la ciudad de México nos dan cuenta de que, ante una crisis económica, existen pocas posibilidades de aumentar el esfuerzo laboral (o al menos mantenerlo).

Para reforzar las observaciones antes apuntadas, calculé las tasas de participación y las estandarizadas por hogar de las 16 ciudades, con la información disponible sobre el empleo para el periodo 1988-1999.15 En la gráfica 2 podemos observar las tasas de participación equivalentes en tres periodos distintos de crecimiento económico. De 1988 a 1994, la economía se encontraba en un periodo de recuperación (el PIB per cápita, que en 1988 representaba el 89.6% del de 1982, llegó al 94.7% en 1994; véase Damián, 2002, cuadro II.3 y II.5: 51 y 56) y la TPHE creció de 47.4% a 51.2%. En cambio entre 1994 y 1996, como resultado de la crisis financiera en México, el PIB per cápita cae al -2.5% anual,16 y la tasa global de participación se contrae al 50.9%. Por el contrario, una vez recuperada la economía (con un crecimiento per cápita anual del PIB de 3.8%), la tasa de participación en los hogares llegó en 1999 a 53.6%. Por lo tanto, podemos afirmar que en los noventa el esfuerzo laboral se comportó de manera pro-cíclica en el caso de las 16 ciudades estudiadas. Es importante señalar que las tasas de participación aún sin estandarizar se comportan de la misma forma que las tasas equivalentes. Así, tenemos que la tasa global de participación aumenta entre 1988 y 1994 del 49.03% al 52.21%, se contrae al 51.25% en 1996, y vuelve a aumentar al 53.86% en 1999 (cálculos propios con base en los microdatos de las ENEU, INEGI).

 

Los sectores sociales que reaccionaron con ELS

En general, se afirma que fueron los pobres los que llevaron al cabo estrategias laborales de sobrevivencia. Sin embargo, en la mayoría de los estudios hay poca claridad en lo que se refiere a la definición del grupo social por estudiar. Al analizar los estudios sobre la evolución de la pobreza y las respuesta de los "pobres" durante la crisis de los ochenta, Escobar (1996: 540-541) señala, en el caso de los estudios microsociales, que existen algunos "sobre los hogares de bajos ingresos que en ocasiones se podrían ubicar por encima de una 'línea de pobreza'" (González de la Rocha, Tuirán).

González de la Rocha (1991), por ejemplo, al referirse al grupo social al que pertenecen los hogares de su muestra, habla indistintamente de grupos domésticos de la clase trabajadora o pobres urbanos, sin que éstos sean necesariamente sinónimos. Por otro lado, Benería (1992), en su estudio sobre la ciudad de México, incluye grupos de clase media y media baja, dentro de los cinco grupos de hogares que analiza: pobreza extrema, subsistencia, pobres, clase media baja y clase media (Ibid., cuadro 4.1: 89).17

En el estudio de Tuirán (1992) para la ciudad de México, se habla de cinco estratos de hogares clasificados de acuerdo con su nivel de ingreso y las características de empleo del jefe del hogar (si éste es formal o informal).18 A pesar de que se habla de estratos medios, el rango de ingreso promedio del grupo con mayores ingresos (formal-medio) se ubica ligeramente por arriba de la línea de pobreza calculada por medio de la Canasta Normativa de Satisfactores de Subsistencia (CNSS), la cual es utilizada para identificar la pobreza extrema por COPLAMAR (1983) y Boltvinik (1998: 81-104). De esta forma tenemos que el punto medio del rango de ingresos de este estrato se ubicaba en 3 veces el salario mínimo (VSM) en febrero de 1988, mientras que la línea de pobreza extrema se ubicaba en 2.96 VSM. Por lo tanto se pueden considerar casi todos los hogares de este estudio como pobres, y como vimos con anterioridad, existen diferencias en su reacción en términos laborales ante los cambios en el nivel de ingreso.

En un estudio realizado por García y Oliveira (1994) sobre los factores que inciden en el cambio de las tasas de participación femenina, que se elaboró con base en las encuestas de fecundidad,19 se definieron los grupos sociales de acuerdo con su status socioeconómico. El status social de las mujeres se definió de acuerdo con las características del empleo del jefe del hogar, en la consideración de que dichas características determinan la condición económica (pobres vs. no pobres) (Ibid.: 76). En este trabajo se definen dos principales grupos sociales: el de las mujeres de aquellos hogares cuyo jefe es un trabajador agrícola y el de las mujeres de aquellos cuyo jefe es un trabajador no agrícola. Se da implícitamente por hecho que los hogares agrícolas son en su mayoría pobres. En el caso de los urbanos se define explícitamente su status; así los hogares cuyo jefe trabaja en actividades no agrícolas se dividen en dos subgrupos: el de trabajadores no manuales (o "clases medias") y el de los manuales (o "grupos populares urbanos"), que pueden ser a su vez asalariados o no asalariados (Ibid.: 77). Se considera que es en los sectores manuales (o grupos populares) donde encontramos hogares que llevan al cabo estrategias laborales de sobrevivencia. Las autoras señalan que el sector de trabajadores manuales no asalariados es el más heterogéneo de todos, ya que "reúne a grupos altamente empobrecidos que crean su propio empleo como estrategia de sobrevivencia y otros más privilegiados que cuentan con cierto margen de maniobra frente a la crisis" (Ibid.: 78, cursivas añadidas). Cabe resaltar que estas grandes divisiones no necesariamente corresponden a niveles de ingreso o condición económica. Por ejemplo, podría suceder que en el caso de lo que se denomina "clase media", en donde se agrupan hogares con jefe de familia no manual, encontremos a profesores de primaria u oficinistas que por lo general tienen ingresos que los colocan por debajo de una línea de pobreza; en este mismo grupo podemos tener funcionarios de alto rango cuyos ingresos están muy por encima de dicho nivel. El efecto que ejercen las crisis en la respuesta laboral de los distintos grupos que constituyen la "clase media" posiblemente difiera aun cuando los hogares hayan sido clasificados en el mismo status socioeconómico.

Un ejemplo de distintas respuestas dentro de grupos con el mismo status socioeconómico, lo encontramos cuando las autoras analizan el número y la edad de los hijos como factores que influyen en la participación de las mujeres en el mercado laboral. En el sector "popular" (hogares con jefe en ocupación manual) el cambio en la participación de las mujeres difiere si provienen de hogares cuyo jefe es un trabajador asalariado o no. Por un lado, la participación de las mujeres en los sectores manuales asalariados aumenta debido a, según las autoras, "la fuerte reducción de los salarios y la mayor necesidad de que la población femenina complemente los ingresos familiares" (Ibid.: 92). En contraposición, respecto al caso de las mujeres con hijos en los sectores manuales no asalariados, las autoras expresan sorpresa por la reducción de su participación y declaran que tal comportamiento "no concuerda con las hipótesis avanzadas con anterioridad" (Ibid.: 91). Éste podría ser un indicio de la imposibilidad que tienen algunos sectores sociales de aumentar su esfuerzo laboral a pesar de una reducción generalizada del ingreso.

Por último, tenemos los estudios de Cortés (1997) y de Cortés y Rubalcava (1991), cuyo objetivo principal es analizar los factores que inciden en los cambios en la distribución del ingreso en México.20 Los autores hacen una clara referencia a lo que he llamado aquí las ELS. En estos estudios se usa el concepto de perceptores por hogar como sinónimo de fuerza de trabajo.21 Sin embargo esto es incorrecto, ya que el término de perceptores incluye no sólo a quienes trabajan, sino también a todos los que perciben un ingreso (que puede provenir de pensiones, becas, transferencias, etc.), indistintamente de la condición de su actividad.

De acuerdo con Cortés y Rubalcava (1991), entre 1977 y 1984, el uso de las estrategias laborales de sobrevivencia se observó en los deciles I a VIII; en cambio Cortés (1997) encuentra que estas estrategias se dieron en los deciles IV a VIII. Es decir, los hallazgos de Cortés nos indican que no fueron los más pobres los que aumentaron el número de perceptores por hogar. De acuerdo con este autor, las estrategias laborales de sobrevivencia (es decir, el uso de fuerza de trabajo adicional) se observaron en los sectores populares urbanos (deciles IV al VII) y en los hogares de clase media (deciles VIII y IX) (Ibid.: 71). La diferencia entre los estudios puede deberse a que, mientras que Cortés (1997) utiliza la base de datos de las ENIGH y agrupa a los hogares en deciles de acuerdo con el ingreso per cápita, en el trabajo que realizó con Rubalcava (1991) la información utilizada corresponde a la publicada, cuyos deciles se construyeron con base en el ingreso por hogar.22 Podemos decir entonces que los datos presentados por Cortés cuestionan la idea de que los sectores más empobrecidos de la población hayan reaccionado con esta estrategia.

Con el fin de identificar los sectores sociales que respondieron con una mayor participación laboral ante las crisis, dividí los hogares de las 16 ciudades de la ENEU en cuartiles de ingreso equivalente por adulto. Si bien esta no es una clasificación en términos de pobres y no pobres, nos aproxima a una caracterización de sus respuestas laborales en relación con su nivel de ingreso (por trabajo).23

En primer término tenemos que a mayor ingreso equivalente por adulto, mayor es la tasa de participación (véase gráfica 2). Esto quiere decir que si llevamos al extremo los supuestos de las ELS, esta relación debería ser inversa: a mayor ingreso, menor participación laboral; lo que no sucede en la realidad. La mayor participación laboral en los sectores de mayor ingreso puede deberse a diversos factores, entre los que destaca el número más bajo de menores de 12 años en el hogar.24 Pero no es éste el único elemento explicativo de su alta participación, ya que aun cuando se controle el número de hijos menores de 12 años en el hogar, la participación femenina sigue siendo mayor en los cuartiles de ingreso más alto.25

A pesar de que en los dos cuartiles de ingreso más bajo la participación laboral aumenta a lo largo del periodo de análisis (1988-1999), el crecimiento de este indicador se frenó a raíz de la crisis financiera (1994-1996, véase gráfica 3). Debe señalarse que mientras el ritmo de crecimiento de la participación laboral de la población en el segundo cuartil es claramente pro-cíclica, ya que este último se recupera entre 1996-1999, en el primero se dio una desaceleración constante a lo largo de todo el periodo. Se puede plantear como hipótesis que este comportamiento puede deberse a cambios en la estructura de la demanda de las ciudades estudiadas, debido a que disminuye la intensidad de la demanda de diversas actividades de mano de obra poco calificada; no obstante esto es algo que queda pendiente de analizar.

Por otro lado, las tasas de participación laboral de los dos cuartiles de ingreso más alto tienen una tendencia claramente pro-cíclica (véase gráfica 2). De esta manera observamos que la tasa es más alta en 1994 que en 1988, toda vez que la economía transitaba por un periodo de recuperación; mientras que en 1996 cae a raíz de la crisis financiera de este mismo año. Posteriormente la tasa de participación se recupera al compás del crecimiento económico, y alcanza niveles más altos en 1999.

Así mismo, la tasa de cambio de crecimiento global de la participación laboral se mueve en la misma dirección que los cambios económicos (véase gráfica 3). En el periodo 1988-1994, cuando el ingreso equivalente promedio por adulto de los hogares crecía en casi un 5% anual, las tasas de participación por hogar tenían niveles de crecimiento más altos que en el periodo 1994-1996, cuando el ingreso equivalente por adulto caía en un 4.5% anual. Por otra parte, en el periodo 1996-1999 la tasa de crecimiento de la participación laboral de los hogares se recupera, en concordancia con el crecimiento del ingreso equivalente por adulto. Una vez más tenemos evidencia de que las tasas de participación laboral de los hogares tiende a ser pro-cíclica.

 

¿Fueron las mujeres y los jóvenes quienes reaccionaron con las ELS?

En general, los estudios de las ELS afirman que fueron predominantemente mujeres, jóvenes, niños y ancianos quienes llevaron al cabo dichas estrategias de sobrevivencia, y que esta reacción tiene un carácter contra-cíclico. Por ejemplo, Cortés y Rubalcava (1991: 84) señalan que "los hogares más modestos neutralizaron parcialmente la medida de ajuste a través de una mayor venta de fuerza de trabajo. Algunos de los que ya percibían salario intensificaron sus jornadas y, además, enviaron al mercado laboral a las mujeres (Oliveira y García), a los jóvenes y hasta a los niños dependiendo del tamaño de la familia, de su composición por sexos, de la etapa del ciclo doméstico, del tipo de familia, de las oportunidades que les brinda el entorno" (Nolasco, Ibid.: 84). Cortés (1997: 68) señala, por su parte, que "la intensificación del esfuerzo productivo de los hogares es una consecuencia directa del deterioro en las condiciones económicas de los sectores más desfavorecidos del país, quienes para defender sus precarios niveles de vida no tienen otra opción que recurrir al trabajo femenino, al de los viejos y al de los miembros en edad escolar."

Benería (1992: 92) identifica también a los adolescentes y a las mujeres como los grupos de población más afectados por este tipo de respuesta. Selby (1990: 175)26 afirma que en Oaxaca: "durante el periodo de la crisis económica, las mujeres fueron incorporadas a la fuerza de trabajo en números sin precedente, y su trabajo se ha concentrado arrolladoramente en trabajos no registrados, en el sector informal." También García y Oliveira (1994) encuentran una mayor presencia de mujeres mayores de 25 años en el mercado de trabajo en 1987 comparado con 1982; las autoras atribuyen este cambio, entre otros factores, al hecho de que "con la contracción del salario real, un número más elevado de mujeres mayores empezaron a trabajar en actividades extradomésticas, como por cuenta propia, para obtener recursos adicionales" (Ibid.: 86). Sin embargo, como fue mencionado (nota al pie de página 20), uno de los puntos débiles de este trabajo es que la participación laboral de las mujeres captada por las encuestas utilizadas no es comparable entre los distintos años analizados, debido al cambio en las preguntas sobre la actividad principal y su periodo de referencia. No obstante, a lo largo del texto las autoras hacen referencia a que una de las principales razones que explican el aumento de la participación de mujeres en los sectores manuales (o grupos populares urbanos) es la necesidad económica que enfrentan los grupos sociales más empobrecidos durante la crisis. Por ejemplo, cuando analizan la influencia de la escolaridad en la participación femenina, encuentran que en 1987 "la escolaridad entre los sectores no agrícolas más necesitados pierde importancia como factor explicativo de la condición de actividad. La propensión a trabajar de las mujeres de los sectores populares se asocia con la necesidad de obtención de ingresos monetarios para compensar los bajos salarios de los demás miembros de la familia" (Ibid.: 88).

Jusidman (1988: 246), al analizar los cambios en las tasas de participación en la ciudad de México en los años ochenta, sostiene que "el aumento en un indicador tradicionalmente estable como es la tasa neta de participación, refleja el mayor ingreso de fuerza de trabajo 'secundaria' (niños, mujeres y ancianos) a la actividad económica, con el fin de completar los ingresos del grupo familiar." La idea del carácter contra-cíclico de esta 'fuerza de trabajo secundaria' la encontramos cuando esta autora afirma que "en los años de auge y ante el aumento del ingreso medio por trabajador ocupado, se observa una disminución de la tasa neta de participación en el Área Metropolitana" (Ibid.: 249). Chant (1994: 223) también hace clara referencia al carácter contra-cíclico que se les atribuye a las estrategias de sobrevivencia, cuando afirma que "la evidencia sobre León y Querétaro sugiere que el trabajo de las mujeres adultas probablemente sea movilizado como un mecanismo de ajuste a corto plazo cuando las necesidades del hogar lo dictan."

Existe poca evidencia a nivel macro para afirmar que hubo un aumento en la tasa de participación de adolescentes en el mercado de trabajo durante los años de crisis de los ochenta. Por ejemplo, en el caso de la ciudad de México, la tasa de participación sin estandarizar del grupo poblacional de 12 a 19 años cayó de 24.9% a 22.4% entre 1979 y 1987 (Damián, 2002, cuadro 4A.11: 244). Esta reducción se debió fundamentalmente a la disminución de la participación de mujeres de estas edades en la fuerza de trabajo, participación que cayó de 20.4% a 15.7%; mientras que la de los hombres sólo se redujo de 29.6% a 29.2% (Ibid.).

Para años posteriores (1988, 1994, 1996, 1999), calculé la tasa de participación equivalente para los grupos de edad de 12 a 14 años y 15 a 19 años, de las 16 ciudades de la ENEU (véase gráfica 4).27 Las tasas de participación estandarizadas para el grupo de edad de 15 a 19 años tienden a ser pro-cíclicas: aumentan entre 1988 y 1994, y se reducen en 1996, para después volver a aumentar en 1999. Cabe mencionar que la tasa de participación equivalente para el grupo de 12 a 14 años de edad no cambió entre 1994 y 1996 y, al parecer, tiene una tendencia secular a la disminución (véase gráfica 4). Podemos suponer que esta situación es el resultado de una mayor permanencia de los menores en el sistema educativo.

En lo que se refiere a las mujeres como principales actoras de las estrategias de sobrevivencia, podemos decir que hay fuertes indicios de que el aumento en su participación se debe tanto a factores seculares, como a cambios en la demanda de mano de obra durante los ochenta (véase Damián, 2002). Un indicio de estos cambios lo encontramos en el trabajo de Chant (1993), quien señala que en el caso de Querétaro se había dado un mejoramiento de los ingresos de las mujeres adultas entrevistadas entre 1982 y 1986, ya sea porque encontraron trabajos con salarios más altos o porque sus negocios se habían consolidado y obtenían ganancias razonablemente buenas (Ibid.: 326).

Así mismo, es importante señalar que, paralela a las crisis, se dio una fuerte reestructuración económica en el país que transformó la demanda de mano de obra: crecieron esferas económicas que favorecen la integración de las mujeres al mercado laboral. En el caso de la ciudad de México, por ejemplo, se encontró que durante los ochenta y principios de los noventa el empleo asalariado femenino aumentó mucho más rápido que el masculino, dentro de lo se puede denominar el sector formal de la economía. Esto se debió en gran medida al crecimiento de grupos con fuerte presencia femenina, como el de comercio y servicios. Además, de acuerdo con la información de la ENEU, en la ciudad el ingreso por hora para las mujeres se incrementó más rápido que el de los hombres entre 1989 y 1994 (véase Damián, 2002: cap. 5). Por otra parte, como ya lo mencioné, a pesar de que en la ciudad de México la tasa de participación femenina sin estandarizar aumenta de 32.5% a 34% entre 1979 y 1987, la equivalente cae de 24.0% a 22.5%, y no es sino hasta 1989 cuando logra superar los niveles de 1979. La tasa de participación equivalente masculina se comportó con estas mismas tendencias (véase cuadro 3).

En lo que se refiere a las 16 ciudades de la ENEU, a pesar de que la tasa de participación femenina tiende a aumentar en todo el periodo 1988-1999, observamos que entre 1994 y 1996 presenta una clara desaceleración de su crecimiento, quedando prácticamente en el mismo nivel (25.87% en 1994, comparado con 26.05% en 1996; véase gráfica 5). La tasa de crecimiento anual de la participación laboral de las mujeres en las 16 ciudades casi no crece entre 1994 y 1996 (a solo 0.1% anual) y, por el contrario, aumenta considerablemente en los periodos de crecimiento económico (al 2.5% y 1.3% entre 1988-1994 y 1996-1999 respectivamente; véase gráfica 6). Así mismo, la tasa de participación sin estandarizar presenta una tendencia muy similar quedando casi en el mismo nivel entre 1994 y 1996 (al pasar de 34.26% a 34.63%).

La tasa de participación masculina, por su parte, tiene un comportamiento claramente pro-cíclico en el periodo 1988-1999, con crecimiento entre 1988-1994 y 1996-1999, mientras que entre 1994-1996 ésta se contrae (véase gráfica 5). Es importante resaltar que, si bien en la gráfica tenemos los valores de las tasas de participación equivalente, las de participación no estandarizadas tienen el mismo comportamiento. Es decir, entre 1988 y 1994, la tasa aumenta de 68.95% a 71.90%, cae a 69.5% en 1996 y vuelve a recuperarse a 72.68% en 1999.

Sobre la base de estos resultados podemos concluir que, en periodos de crisis, la participación masculina tiende a caer considerablemente (recuérdese que esto mismo sucede de 1988 a 1994 con las tasas de participación sin estandarizar), mientras que la femenina desacelera su crecimiento en forma importante. Esto da como resultado que la tasa global de participación en periodos de crisis se contraiga y, por tanto, podemos afirmar que los hogares tienen escasas, si no es que nulas, posibilidades de aumentar su esfuerzo laboral en periodos de depresión económica.

 

Los límites de las estrategias laborales de sobrevivencia

Algunos de los exponentes de las estrategias laborales de sobrevivencia hacen observaciones importantes que parecerían contradecir la existencia de dichas estrategias, o bien mostrar sus limitaciones. Por ejemplo, Chant (1994)28 descubre que en Puerto Vallarta, a pesar de que la ciudad se encontraba en 1992 sumida en una seria crisis económica, el número de trabajadores por hogar no aumentó con respecto a 1986. De acuerdo con la autora, pese a que algunas mujeres ampliaron su participación en el mercado de trabajo (o alargaron sus jornadas), esto fue contrarrestado por la pérdida de empleo de algunos jefes de familia y por la imposibilidad de incorporar más miembros del hogar al mercado de trabajo, sobre todo varones jóvenes, debido a la reducción en la demanda de trabajadores en la construcción, turismo y pequeño comercio. De esta forma, Chant afirma que en el caso de Puerto Vallarta "no importa cuántas personas busquen proteger sus ingresos, la creciente escasez de oportunidades viables de trabajo dificulta hacerlo" (Chant, 1994: 220).

Por el contrario, en las ciudades de Querétaro y León, Chant encuentra que a pesar de que las condiciones económicas en estas dos ciudades habían mejorado entre 1986 y 1992, los hogares habían "mantenido y en muchos aspectos intensificado, la mayoría de sus estrategias de sobrevivencia observadas en periodos de crisis, tales como estrategias múltiples de generación de ingresos, aumento en el tamaño de los hogares y reducción de las tasas de dependencia" (Chant, 1994: 221). Podemos suponer que el mejoramiento de las condiciones económicas permitió el aumento del número de trabajadores por hogar en Querétaro y León y, por tanto, que esta variable tendría un comportamiento pro-cíclico y no contra-cíclico. En este caso el término de estrategia de sobrevivencia no parecería estar correctamente aplicado.

De acuerdo con las diferencias observadas en Puerto Vallarta, Querétaro y León, Chant afirma que el cambio en la estructura por edades en conjunción con las necesidades económicas de los hogares, no necesariamente determinan la existencia de múltiples patrones de empleo (o estrategias laborales de sobrevivencia). Estos patrones deben verse en el contexto de circunstancias económicas más amplias; en el caso de León y Querétaro hubo, ante el mejoramiento económico, mayores posibilidades de que nuevos miembros del hogar se incorporaran a la actividad económica (Chant, 1994: 221-222).

Por su parte Benería (1992), en su estudio sobre la ciudad de México, resalta la poca efectividad de las estrategias laborales de sobrevivencia cuando señala que "una clara conclusión derivada de la información presentada es que, a pesar del esfuerzo por incrementar la participación de diversos miembros de la familia en actividades remuneradas, queda una buena proporción de fuerza de trabajo sin explotar que estaba subempleada o trabajando al margen, incluyendo a hombres y mujeres de todas las edades que no podían encontrar un trabajo de tiempo completo y otros que se encontraban buscando mejores oportunidades de empleo y de condiciones laborales." (Ibid.: 93).

Selby et al. (1990: 169) señalan una paradoja sumamente importante que se presentó en la ciudad de Oaxaca en 1987, y que apunta en el mismo sentido de nuestra discusión: "El empleo se contrajo... las observaciones y las entrevistas demuestran que la actividad del sector informal disminuyó en gran medida con respecto a los niveles de 1982, a pesar de que un número mayor de personas, en especial de mujeres, trabajan en estas actividades." Coincido con estos autores en que si bien el número de trabajadores se elevó durante el periodo de crisis, esto no significó un incremento del esfuerzo laboral total desplegado por los hogares, ni tampoco contrarrestó el grave deterioro de las condiciones de vida de éstos, como ya lo demuestran los datos del aumento en la pobreza mencionados al inicio de este artículo.

En un análisis más reciente, González de la Rocha (1999) revisa los planteamientos elaborados durante los ochenta sobre las estrategias laborales de sobrevivencia. Si bien nos dice que "la crisis de los ochenta produjo estrategias de 'intensificación' de los mecanismos tradicionales de sobrevivencia, de tal forma que los grupos domésticos respondieron enviando a más individuos de entre sus miembros (sobre todo las mujeres adultas y casadas) al mercado laboral ..." (Ibid.: 6); la autora reconoce que en aquel tiempo no lograron visualizar los límites de esta estrategia dado su "optimismo acerca de la efectividad de la organización familiar y las redes sociales para amortiguar la escasez y la creciente pobreza. A lo más, se planteaba que la sobrevivencia dependía de esta combinación de elementos, en donde el salario se complementaba con el ingreso de las otras fuentes" (Idem). De acuerdo con González de la Rocha, la crítica no radica en cuestionar la legitimidad de los hallazgos sobre las estrategias de sobrevivencia, sino en que después de dos décadas de crisis no se puede seguir repitiendo el mismo argumento. Se reconoce entonces la importancia que tiene el crecimiento económico y el aumento en el empleo para la superación de la pobreza:

La idea de que los pobres "se las arreglan" a través de la instrumentación de mecanismos sociales para sobrevivir, pase lo que pase, encuentra obstáculos para su aplicación en contextos y momentos históricos de exclusión laboral... El énfasis en la multiplicidad de fuentes de ingreso impidió visualizar al salario como el recurso que posibilita el acceso al resto de las fuentes de ingresos (incluido el ingreso proveniente del intercambio social), como el motor de la sobrevivencia y la reproducción de los trabajadores y sus grupos domésticos en una sociedad como la del México urbano (Ibid.: 7-8).

No obstante, mientras que la autora considera que los casos en los que no se logró la intensificación de las estrategias de sobrevivencia eran sólo excepciones durante los ochenta y se convirtieron en casos más frecuentes en los noventa, el análisis que presentamos aquí nos lleva a afirmar que desde los ochenta la contracción del empleo no permitió que los hogares aumentaran el tiempo de trabajo dedicado a labores extradomésticas con el fin de contrarrestar la caída de los salarios.

 

Reflexiones finales

Con lo expuesto hasta aquí podemos decir que, a pesar de que diversos estudios sostienen la tesis de que los hogares incrementaron su oferta de trabajo en periodos de crisis, existen ciertas contradicciones, imprecisiones y problemas metodológicos al interior de los mismos que ponen en duda dicha tesis. En primer término, encontramos que no se controlan algunas variables (como el aumento de personas en edad de trabajar, la modificación en la estructura de edades de los hogares, etc.) que contribuyen a los cambios en los niveles de participación; que éstos no responden a una "estrategia" de sobrevivencia. Por otro lado, encontramos trabajos que muestran que la incorporación de nuevos miembros al mercado de trabajo se contrarrestó con la pérdida de empleo de otros que se encontraban trabajando con anterioridad (en muchos casos del jefe del hogar, que en general trabaja más horas a la semana que el resto de los miembros).

Aunque se afirmó que fueron los pobres quienes llevaron al cabo las estrategias de sobrevivencia, no existe una clara definición del grupo social al que se hace referencia en los distintos trabajos analizados. Además, en algunos trabajos, como el de Cortés, se muestra que las estrategias laborales no fueron desarrolladas por los hogares más pobres (sino por los de ingreso medio y medio alto).

De acuerdo con los datos presentados en este artículo, se encontró que existe una tendencia de los sectores de más bajos ingresos a aumentar su participación, con independencia de si se trata de un periodo de crisis o de crecimiento económico; sin embargo, su ritmo de crecimiento tiende a disminuir en periodos de crisis.

Se refiere que esta estrategia fue llevada al cabo sobre todo por mujeres y jóvenes, pero los datos sobre la ciudad de México (1979-1994) y las 16 ciudades de la ENEU (1988-1999) muestran, por un lado, que si bien las tasas de participación femenina tienen una tendencia ascendente, en periodos de crisis su crecimiento se estanca prácticamente y en los periodos de crecimiento económico tiene una fuerte dinámica al alza. Por su parte, las tasas de participación masculinas se comportaron de manera claramente pro-cíclica, presentando tasas negativas de crecimiento en el periodo 1994-1996. Dado que los hombres conforman la mayor parte de la fuerza de trabajo, la tasa global de crecimiento de la participación laboral también tuvo un claro crecimiento negativo en el periodo de las crisis económicas (tanto la de la deuda, en 1982, como la financiera en 1994).

En lo que respecta a la participación de los niños y adolescentes en el mercado de trabajo, se encontró que en el caso del grupo de edad de entre 12 y 14 años, ésta tiene una tendencia a la baja, en tanto la de los jóvenes de entre 15 y 16 años de edad tiene un comportamiento pro-cíclico.

Por último, cabe mencionar que ciertos trabajos sobre las ELS muestran indicios de sus límites. Algunos de ellos reportan una disminución en la participación de la fuerza de trabajo en periodos de crisis; otros, la imposibilidad de aumentar la fuerza de trabajo a pesar de la caída en los ingresos, o bien, una contracción del empleo, aun cuando se trate del llamado sector informal. Sobre la base de estas observaciones y de acuerdo con los datos presentados a lo largo de este artículo podemos afirmar, en primer término, que en los momentos más agudos de las crisis económicas es difícil que dichas estrategias se presenten; ejemplo de ello es la caída de la tasa de participación sin estandarizar en la ciudad de México entre 1982 y 1984 (véase gráfica 1), y la de las 16 ciudades de la ENEU en el periodo 1994-1996.29 Si bien el total de personas que trabajan aumentó, no así el esfuerzo laboral total en la sociedad, con lo que las posibilidades reales de generar ingreso se han visto fuertemente reducidas en los periodos de crisis. Estas estrategias laborales se pueden presentar en el nivel micro; no obstante su existencia no modifica el comportamiento de la masa global laboral, la cual tiende a reducirse en periodos de crisis, impactando negativamente en el nivel de vida de los hogares.

 

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Notas

1 Los cálculos son de pobreza por ingreso, y la línea de pobreza (IP) es igual al costo de la Canasta Normativa de Satisfactores Esenciales elaborada por Coplamar (1983). La pobreza calculada por la CEPAL y el Banco Mundial también aumentan en este periodo, de 36.5% a 47.8% y de 25.0% a 36%, respectivamente (véase Damián y Boltvinik, 2003, gráfica 1: 523).

2 Cálculos propios con base en SPP (1980) e INEGI y STPS (1993). No se tienen observaciones de empleo a nivel nacional de principios y finales de los ochenta, por tanto utilizo la información disponible más cercana para referirme al periodo de los ochenta.

3 Es importante mencionar que no todos estos autores tienen como objetivo analizar sólo los cambios en los niveles de participación de la fuerza de trabajo, algunos de ellos (como González de la Rocha, Benería o Tuirán) se refieren a una serie de estrategias de sobrevivencia (por ejemplo, cambios en lo laboral, en el tamaño y composición de los hogares, o en el consumo de alimentos y los patrones de gasto en general). Así mismo, tenemos otros casos como el de Cortés, cuyo interés principal es estudiar los factores que afectaron los cambios en la distribución del ingreso, y otros como los de García, que nos dan una visión de los cambios observados en la oferta laboral.

4 El estudio se basó en una muestra no representativa de 100 hogares de trabajadores manuales industriales entrevistados en 1981-1982, y posteriormente en 1985 y 1987. De la muestra original se logró entrevistar al 75% en 1985, mientras que en 1987 sólo se logró encontrar al 45% de los hogares originales. Otros "nuevos" hogares fueron incluidos en 1985 y 1987 para recomponer la muestra de 100 hogares (González de la Rocha, 1991:115-127).

5 En 1985 los salarios representaban el 76.1% de su valor (comparado con el de 1981) y el consumo privado el 90.9%. Para 1987 estos dos indicadores habían caído a 69.6% y 84.9%, respectivamente (véase Damián, 2002, cuadro II: 11).

6 Damián (2002, cuadro II.3: 51).

7 No podemos comparar la situación de los hogares hoy con la que tenían hace dos o más años. Los hogares cambian de composición, estructura de edades, nivel de ingreso, etc. Todos estos factores tendrían que haber sido controlados para medir el efecto de la crisis —si es que la hubo— en la participación laboral. Por otro lado, como lo mencioné anteriormente (pie de página 5), el estudio en 1987 conservó menos de la mitad de los hogares entrevistados, con lo cual la idea de panel se pierde.

8 De una muestra de 244 hogares encuestados en 1982-3 se seleccionó una submuestra (no se especifica el método) de 22 hogares que fueron entrevistados a profundidad en 1986.

9 El trabajo de Tuirán (1991) analiza la información de una encuesta de panel realizada por el Instituto Nacional del Consumidor (INCO) a una muestra no representativa de hogares de bajos ingresos de la ciudad de México, entre junio de 1985 y febrero de 1988. La muestra inició con 258 hogares y terminó con 172, con lo cual la idea de panel se pierde y se presentan problemas de comparación al no conocerse las características de los hogares que ya no fueron entrevistados.

10 Nótese además que el grupo de ingreso bajo medio tiene un nivel de ingreso en febrero de 1988 menor en sólo 1%.

11 Estas son la Encuesta Continua Sobre Ocupación (ECSO) 1979 y la Encuesta Nacional de Empleo (ene) 1991. También existe una encuesta nacional de empleo realizada en 1987, sin embargo, la información sobre la actividad agrícola está incompleta y no se puede calcular el empleo para todo el país. Para un análisis sobre los problemas en la comparación de las encuestas de empleo, véase Damián (2002: cap. IV).

12 Cálculos propios con base en SPP (1980, cuadro para cada región 8), e INEGI y STPS (1993, cuadro 17: 96).

13 Las tasas de participación estandarizadas fueron calculadas de la siguiente forma: TPE = (W /W*) / N =>12 W: número total de horas semanales trabajadas por los ocupados (reportadas en las encuestas de empleo) W* = 48: norma constitucional de jornada laboral máxima semanal Nj =>12: personas de 12 años de edad y más (límite de edad para ser considerado parte de la PEA).

14 Cálculos propios con base en spp (1980, cuadro 8), e INEGI y stps (1993, cuadro 17: 96). Para una explicación del cálculo de las jornadas de participación equivalente véase Damián (nota del cuadro I.V.A.7: 241).

15 La información fue calculada con base en los microdatos de la Encuesta Nacional de Empleo Urbano (ENEU). Las 16 ciudades con información para este periodo son: México, Guadalajara, Monterrey, Puebla, León, Torreón, San Luis Potosí; Mérida, Chihuahua, Tampico, Orizaba, Veracruz, Ciudad Juárez, Tijuana, Matamoros y Nuevo Laredo. A pesar de que se cuenta con información para estas ciudades desde 1987 se eligió 1988 ya que fue el año a partir del cual la economía mexicana inicia un periodo de recuperación.

16 Cálculos propios con base en la información estadística de la página electrónica del INEGI.

17 Benería (1992: 90) basa su estudio sobre las estrategias de sobrevivencia en una encuesta no representativa de 55 hogares de mujeres que trabajaban en actividades de subcontratación industrial en la ciudad de México. Los hogares fueron entrevistados en 1981-1982 y posteriormente en 1988. La mitad de los hogares entrevistados en 1988 pertenecían a la muestra original, mientras que la otra mitad corresponde a hogares "nuevos" que fueron entrevistados a través de la técnica de bola de nieve. Benería clasifica a los hogares por niveles de ingreso sin especificar claramente los criterio utilizados para la estratificación. Menciona una Canasta Obrera Indispensable, COI (mínimum living basket of goodsS) y una Canasta Obrera Básica, COB (basic basket of goods); sin embargo no especifica con base en qué criterios se determinaron dichas canastas.

18 Los hogares se dividen en dos estratos de ingresos bajos (formal e informal bajos), uno (formal) de ingresos medio-bajos y dos de ingresos medios (formal e informal).

19 Las encuestas utilizadas por estas autoras fueron la Encuesta Mexicana de Fecundidad (EMF), Encuesta Nacional Demográfica (END) y la Encuesta Nacional de Fecundidad y Salud (ENFES), levantadas en 1976—1977, 1982 y 1987, respectivamente. Estas encuestas presentan ciertas dificultades en sus comparaciones. El criterio para la selección de mujeres con respecto a edad, presencia de hijos y estado civil (casadas o unidas), cambió entre la EMF y las otras dos encuestas. Además, la distribución de la población de acuerdo con tamaño de localidad no se modifica entre 1976-77 y 1982, lo que contradice la tendencia a la creciente urbanización del país. Uno de los problemas de comparabilidad más serios de estas encuestas lo encontramos en la formulación de la pregunta relacionada con la condición de actividad de las mujeres entrevistadas. Mientras que en la pregunta sobre trabajo femenino en 1976 no se hace explícito el periodo de referencia, en 1982 se pregunta a las mujeres sobre su trabajo principal en el último año, y en la de 1987 se les pregunta si trabajan actualmente (véase García y Oliveira, 1994, Apéndice I). Es de esperarse que los cambios y ambigüedad de las preguntas afecten el nivel de participación de las mujeres.

20 Estos estudios están basados en las Encuestas Nacionales de Ingreso y Gasto de los Hogares.

21 Por ejemplo, en el trabajo de Cortés (1997), en la sección III.1.2 que se intitula "El crecimiento del número de perceptores", se dice que "las enigh de 1977, 1984, 1989, 1992 y 1994, entregan información suficiente como para formarse una idea del efecto que tuvo el aumento en el uso de la fuerza de trabajo, sobre los ingresos de los hogares" (Ibid.: 62, cursivas añadidas).

22 Esta forma de organizar los deciles presenta serias deficiencias dado que hogares con un gran número de miembros ocupados en actividades remuneradas pueden clasificarse en deciles de ingreso mayor al que les correspondería al hacerlo a través del ingreso per cápita.

23 Cabe aclarar que en las encuestas de empleo no se captan todas las fuentes de ingreso, que corresponderían a transferencias, ingresos por rentas, etcétera.

24 Por ejemplo, en 1999 el número de hijos disminuye de 1.27 en el cuartil I (el de más bajos ingresos) a 1.25 en el II, a 0.92 en el 3 y a 0.66 en el 4 (cálculos propios con base en las ENEU).

25 La correlación entre la presencia de mujeres que trabajan en el hogar y la presencia y número de menores de 12 años, aunque significativa estadísticamente, es muy baja (de -0.033).

26 Selby et al. (1990), tienen un interesante estudio sobre las características socioeconómicas de los hogares y sus viviendas en diez ciudades del país entre 1977-1978. Dada la severidad de la crisis de 1982, estos investigadores decidieron realizar una encuesta de seguimiento a hogares en la ciudad de Oaxaca que fueron entrevistados en 1987. Se condujeron 50 entrevistas en profundidad, que abarcaron temas relacionados con la organización del hogar durante tiempos de crisis (Selby et al.: 169). En el estudio no se especifica el porcentaje de hogares que corresponde a la muestra original o si ésta fue una muestra distinta de la anterior. Por tanto, no podemos evaluar los problemas relativos a la comparación de los datos presentados.

27 Mientras que en 1979 el dato proporcionado por la ECSO es sólo para la población de 12 a 19 años, a partir de 1988, gracias a la disponibilidad de la base de datos, este grupo puede ser desagregado.

28 Estos datos corresponden a una investigación realizada por la autora entre 1986 y 1992 en tres ciudades: León, Querétaro y Puerto Vallarta. En este caso la muestra estuvo compuesta por 25 hogares: 4 en León, 10 en Querétaro y 11 en Puerto Vallarta (Chant, 1994: 217).

29 La tasa de participación total sin estandarizar se contrajo de 52.24% a 51.25%, mientras que la estandarizada pasa de 44.47% a 43.83% (cálculos propios con base en la ENEU).

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