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Alteridades

versión On-line ISSN 2448-850Xversión impresa ISSN 0188-7017

Alteridades vol.29 no.58 Ciudad de México jul./dic. 2019  Epub 12-Feb-2021

https://doi.org/10.24275/uam/izt/dcsh/alteridades/2019v29n58/miquel 

Reseñas

Ir al cine Antropología de los públicos, la ciudad y las pantallas

Ángel Miquel* 

*Universidad Autónoma del Estado de Morelos, Facultad de Artes. Avenida Universidad 1001, Chamilpa, 62209, Cuernavaca, Morelos <angelmiquelrendon@gmail.com>.

Rosas Mantecón, Ana. Ir al cine. Antropología de los públicos, la ciudad y las pantallas. Gedisa, Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, México: 2017. 356p. Texto de la presentación realizada en la librería “Rosario Castellanos” del Fondo de Cultura Económica el 4 de septiembre de 2017,


“Es indudable que México es un país de cinéfilos” (p. 273), escribe Ana Rosas Mantecón hacia el final de este libro. Y páginas después aclara que “la reorganización de los circuitos y los consumos audiovisuales ha transformado radicalmente la noción de cinéfilo, extendiendo la comprensión de la experiencia cinematográfica a la multiplicidad de ventanas y modalidades a través de las cuales se practica” (p. 281). Para llegar a estas conclusiones parciales, que cuando aparecen resultan completamente evidentes para el lector, la autora ha debido transitar por cientos de datos entresacados de fuentes de todo tipo, entrelazándolos con una clara argumentación y un vigoroso arte narrativo.

En lugar de llamarse capítulos, las secciones largas de Ir al cine. Antropología de los públicos, la ciudad y las pantallas se denominan “tomas”. Pero esa asimilación metafórica del mundo del cine al orden libresco no es el único elemento que nos permite descubrir que la obra está construida inspirada en aquél, ya que cada uno de los desarrollos argumentales incorporados a las cinco “tomas” está editado, por así decirlo, con grandes planos generales que registran lo ocurrido en un nivel amplio, como las tendencias mundiales de asistencia a las salas, y también con close-ups que refieren a un nivel particular, por ejemplo el testimonio de un capitalino que muestra cómo su vida cotidiana se inscribe en aquel desarrollo global. Y así como el arte de un realizador de películas depende de la inteligibilidad, la pertinencia y el buen sentido estético con los que alterna los planos de que dispone, Ana Rosas Mantecón manifiesta su considerable oficio narrativo al insertar en sus argumentaciones una buena cantidad de “planos medios” que tratan, para seguir con esta línea, sobre la distribución y exhibición de películas en el país y en la capital, la disponibilidad de cines en ciertas zonas y la oferta de producciones nacionales y extranjeras, logrando con eso que los dos niveles de los extremos se encuentren adecuadamente explicados e interconectados.

En esa virtuosa mezcla de niveles hay, también, una virtuosa mezcla de fuentes, pues la investigación incorpora desde datos duros de los anuarios y estadísticas oficiales, hasta testimonios vivos obtenidos en entrevistas y encuestas, pasando por una enorme cantidad de documentos, impresos o en formato digital, de teoría, historia, arquitectura, sociología y antropología. Se expresa de nuevo el oficio narrativo de la autora en que las fuentes que maneja y relaciona no son confusas ni redundantes. Al contrario, en cada “toma” se revela un entramado denso, iluminador y por largos tramos apasionante. Especialmente interesantes resultan las gráficas y los cuadros elaborados para mostrar las tendencias de los procesos que se abordan, en periodos que fluctúan entre diez y 40 años. Según la autora reconoce, “su confiabilidad no es absoluta” (p. 29), sobre todo porque las fuentes estadísticas en las que se basan tienen inconsistencias de origen y no se realizaron con los mismos criterios; sin embargo, esas gráficas y cuadros son por completo adecuados para los propósitos del libro al resumir visualmente los procesos que describen, pero además al brindar estaciones de reposo, que permiten asimilar la información ofrecida con anterioridad, así como descubrir nuevos datos o conexiones. De hecho, creo que constituyen una de las mayores invitaciones a la participación activa de los lectores.

Empero, existe otro tipo de invitación en Ir al cine. Es natural que, al abarcar más de 100 años de procesos que incorporan, entre otros asuntos, a públicos, cines, políticas culturales e intervenciones urbanas, haya descripciones y análisis susceptibles de una atención más detallada. Por supuesto, en algunos campos esa atención específica se vio cristalizada antes de realizar el mapa general que presenta esta obra: por ejemplo, en el libro que escribieron hace unos 20 años Francisco Alfaro y Alejandro Ochoa respecto a los cines de la Ciudad de México, o bien, en los excelentes análisis sobre políticas oficiales relativas a la cinematografía local efectuados por Víctor Ugalde en distintos momentos; desde luego, estos y otros antecedentes puntuales fueron aprovechados, y citados, en la investigación. No obstante, en el extenso lapso que el libro aborda hay procesos y acontecimientos sobre los que se invita, implícita o explícitamente, a profundizar. Entre otros, me pareció que quedaban delineadas las rutas para pensar en hacer trabajos concentrados en la experiencia de los públicos en periodos de transición cortos, como el del cine mudo al sonoro, o el del cine en blanco y negro al cine en color; o, en otro terreno, en las cadenas de distribución de películas extranjeras en México o de filmes mexicanos en el extranjero.

Sin embargo, antes que un estimulante disparador de proyectos posibles, Ir al cine constituye un enorme repositorio de información. De acuerdo con su subtítulo, el libro se orienta principalmente a proporcionar una “antropología de los públicos, la ciudad y las pantallas”. Pero al hacer la descripción de cómo cambió la experiencia “de ir al cine en la Ciudad de México en relación con las metamorfosis urbanas y del mundo audiovisual” (p. 23) en un periodo marcado desde los últimos años del siglo XIX hasta el tercer lustro del siglo XXI, se van diseminando subtramas que ofrecen resultados en ámbitos muy diversos. Uno, de particular importancia, se da en el político, y da cuenta de la pertinencia y aun la necesidad de la intervención del Estado y de otros agentes sociales para defender, desde una perspectiva distinta de la lógica mercantil, los bienes y servicios culturales en nuestro país. Por supuesto existen obras precedentes hechas en el mismo sentido por Néstor García Canclini y otros investigadores, pero Ir al cine demuestra de manera definitiva que las aproximaciones a los campos de la distribución y el consumo cinematográficos realizadas desde esta perspectiva teórico-metodológica pueden ofrecer una gran variedad y una vasta riqueza de resultados. Por eso este libro de Ana Rosas Mantecón será por mucho tiempo, sin duda, de consulta obligada en las carreras donde se imparten materias de antropología cultural, comunicación, sociología y, naturalmente, estudios sobre cine. En este sentido resulta muy conveniente que uno de sus coeditores sea una editorial prestigiosa, lo cual garantiza su accesibilidad en los países de Hispanoamérica.

Además de ser un ejemplo de investigación multidisciplinaria y de aportar una cantidad inmensa de información, Ir al cine invita a recrear experiencias personales apelando a la condición que los lectores tienen en cuanto público. En particular, la lectura me remitió a vivencias como asistente a cines de primera, segunda o tercera categorías en la Ciudad de México; como espectador en salas de arte y cineclubes; como usuario, al principio descontento y después resignado, de las salas en centros comerciales; como entusiasta asistente a muestras y festivales; como alquilador o comprador de películas en videoclubes, tiendas y plataformas de internet; y también como vergonzante frecuentador eventual de espacios tolerados para la práctica de la piratería.

Por otro lado, Ir al cine me hizo revivir y repensar momentos asociados con los aparatos que se fueron adquiriendo -casi siempre con gran emoción- en el seno de mis cambiantes núcleos familiares a lo largo de más de 50 años: televisores en blanco y negro y en color, videocaseteras en formatos Beta y VHS, reproductores de DVD y Bluray y, de forma paralela, sucesivas generaciones de computadoras y dispositivos móviles gracias a las cuales ha sido posible el consumo cada vez más amplio de imágenes en movimiento. Esta inmersión personal en la historia contada me llevó pronto a elaborar mis propios reconocimientos. Por ejemplo, fue interesante observar cómo la distinta asimilación de procedimientos técnicos aparentemente al alcance de todos (empezando por el uso de controles y terminando por la navegación en la red) ocasionó en mi familia diferencias de comportamiento parecidas a las que se dan entre individuos alfabetizados y no alfabetizados, y que implicaron desde el establecimiento implícito de relaciones de mando y subordinación, hasta la reformulación de tareas concretas asignadas a cada miembro del grupo.

Otro reconocimiento ocurrió en la esfera de la acumulación de objetos, que por primera vez en mi historia familiar dio lugar a individuos que juntaron películas (a veces incluso filmadas por ellos de forma amateur), de la misma manera que otros habían reunido o reunían libros, fotografías, sellos postales u otras cosas. Esta práctica, inexistente en nuestra sociedad antes de la invención del videocasete -fuera de casos especiales como los de algunos productores cinematográficos y los archivos de cine-, está, según creo, en trance de desaparición. Dado que es cada vez más frecuente que las películas se encuentren disponibles en plataformas digitales, no me parecería extraño que quienes tuvimos la marca generacional de reunir imágenes en movimiento grabadas en casetes o discos nos convirtiéramos más pronto que tarde en ejemplares de museo, como nuestras mismas colecciones.

En fin, considero que, tanto por lo que enseña como por lo que sugiere e inspira, Ir al cine es una de las obras más trascendentes aparecidas en el seno de la cultura fílmica mexicana en los últimos años. No puedo terminar más que felicitando calurosamente a su autora e invitando al disfrute de su lectura.

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