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Alteridades

versão On-line ISSN 2448-850Xversão impressa ISSN 0188-7017

Alteridades vol.27 no.53 Ciudad de México Jan./Jun. 2017

 

Lecturas

La integración excluyente. Experiencias, discursos y representaciones de la pobreza urbana en México

Angela Giglia* 

*Departamento de Antropología, Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa. Av. San Rafael Atlixco núm. 186, col. Vicentina, del. Iztapalapa, 09340, Ciudad de México <giglia.angela@gmail.com>.

Bayón, Maria Cristina. La integración excluyente. Experiencias, discursos y representaciones de la pobreza urbana en México. Instituto de Investigaciones Sociales-Universidad Nacional Autónoma de México, Bonilla Artigas Editores, 2015. 178p.


El libro de Cristina Bayón es relativamente breve, muy cuidado en su edicion y su portada, escrito de manera muy precisa y sobria, mas no por eso menos profunda. En escasas 200 paginas consigue un objetivo difícil: tratar de forma mesurada y penetrante un tema que ha sido abordado profusamente, a veces de modo superficial: la pobreza urbana, sobre la cual existe una literatura abundante, donde los trabajos producidos desde América Latina tienen un lugar destacado. Baste pensar en las muchas obras de Oscar Lewis sobre Los hijos de Sánchez, Las cinco familias, La cultura de la pobreza. O en Como sobreviven los marginados, de Larissa Lomnitz, que ha sido sin duda uno de los libros de antropología más citados.

La literatura sobre pobreza, exclusión y marginalidad en América Latina es muy vasta, pero la autora no se deja impresionar frente a la abundancia de referencias y a los pliegues del debate. Prefiere construir su propia mirada sustentada en un enfoque sólido y original; no se detiene demasiado sobre el debate latinoamericano, salvo para mencionar lo que está en relación con sus hallazgos. Con la misma seguridad dialoga con los autores contemporáneos europeos y con los grandes clásicos: encontramos a Bourdieu o a Bauman, a Massey y Harvey, pero también a Simmel, Adam Smith, Malthus, aquellos que han sentado las bases con las cuales todavía hoy en día se define y se estudia la pobreza urbana.

La integración excluyente se coloca ante estos auto res tan celebres y consigue ofrecer una contribución muy pertinente acerca de la pobreza urbana. En efecto, es un texto ejemplar para mostrar como acotar un tema de investigación enorme y lograr un aporte original sobre el mismo, sin perderse en el mar de la literatura y sin agobiarse frente a los antecedentes imprescindibles que hay que tener en cuenta cuando se emprende una investigación en torno a una cuestión que ya ha sido ampliamente trabajada.

¿Cuál es la estrategia? La única posible: precisar y delimitar el análisis sobre algunos ámbitos y aspectos de la problemática y abocarse a descubrir las relaciones entre ellos. En primer lugar, la autora no estudia la pobreza en general o en el País, sino que recorta un ámbito territorial que elige con gran precisión: uno de los municipios del oriente de la Ciudad de México entre los que presentan los mas altos Índices de marginación. Ubica este municipio, Chimalhuacán, dentro de la más vasta situación del área metropolitana y luego se acerca a sus habitantes mediante entrevistas a profundidad muy bien logradas y algunos recorridos etnográficos de los cuales nos regala unas fotos que también son muy pertinentes. En segundo lugar, delimita los ejes de análisis y se concentra en particular en tres aspectos, que resultan ser entre los más acertados y los más útiles para dar cuenta de la pobreza urbana. Estos ejes analíticos son las trayectorias biográficas de los habitantes, las imágenes relativas al lugar donde habitan y las construcciones culturales en torno a la pobreza, es decir, las ideas dominantes acerca de quiénes son los pobres y por qué se cree que lo son, relacionadas con la manera como los pobres se ven a sí mismos.

El sumo cuidado que ha puesto la autora en este libro se evidencia asimismo en la forma en que presenta las voces de los entrevistados. Se nota que ha habido una edición muy acertada de las entrevistas, lo cual hace que podamos revisarlas sin la fatiga que genera estar leyendo la transcripción literal del lenguaje hablado con sus muletillas, vacilaciones y repeticiones. Nos devuelve el testimonio vivencial en toda su dureza, pero adaptado para la recepción mediante la lectura. Este es el mejor modo de darle las gracias a los sujetos entrevistados: hacer accesible su testimonio, en especial considerando que para muchos de ellos no debe haber sido fácil abrirse sobre temas que son muy tristes, por ejemplo, su fracaso escolar o la busqueda resignada de un empleo que de antemano se sabe que apenas servira para sobrevivir. La mejor forma de agradecerles es haciendo que podamos entender-los y as! acercarnos al drama que permea sus vidas.

¿Cuáles son los hallazgos de su investigacion? ¿En que situación se encuentran los pobres urbanos del oriente de la metrópoli de México? Destaca ante todo que se trata de una situación que ha empeorado drásticamente en los últimos 10 o 12 años, época en la cual yo misma pude realizar entrevistas con los habitantes de esa zona. Ahora su situación aparece mucho más desesperanzada y definitiva. Los relatos biográficos están marcados por la resignación a los salarios de hambre (México carga con el escándalo de uno de los salarios mínimos más bajos en el mundo) y a la precariedad. Ya casi no existe en los relatos un horizonte tangible de mejoras a futuro. Las representaciones del entorno están determinadas por la creciente inseguridad y violencia que caracterizan su espacio barrial, donde inclusive los policías se cuentan entre los agresores.

Su visión acerca de si mismos y de lo que significa ser pobre está llena de ambivalencias y de una obstinada búsqueda de matices, de la necesidad de distinguirse de quienes están peor, los que viven alla en el cerro o alla abajo, donde los niños caminan descalzos o las casas son de cartón. En efecto, no es difícil hallar a alguien que este todavía peor. Como recita un dicho del sur de Italia, “lo peor no tiene límites". Además, tal evocación de alguien que está peor es un rasgo casi universal cuando se hace investigación sobre lugares estigmatizados, donde domina una visión de la pobreza que no sabe cómo escapar de la violencia simbólica. No encuentra los argumentos para contradecir a aquellos que sostienen (según la idea dominante) que los pobres son pobres porque no se esforzaron lo suficiente, porque son flojos o porque son unos degenerados. No saben cómo sustraerse al sentido de culpa basado en la creencia de que la pobreza es resultado del mal comportamiento de los propios pobres.

Entre los muchos aspectos en que se podría profundizar en este libro, quisiera resaltar el tema del estigma territorial, es decir, de cómo se han generado espacios de la infamia, lugares automáticamente asociados con todos los males y todas las carencias, los cuales en automático hacen caer una condena moral sobre sus habitantes. En la obra de Bayón este lugar es el municipio de Chimalhuacán, preponderantemente construido por medio de lo que llamamos urbanismo progresivo y el autoconstrucción de las viviendas, o sea, un tipo de espacio predominante en la Ciudad de México. Esta urbe creció de manera desmedida el siglo pasado, casi siempre de forma des-ordenada, sin planeación y mediante procesos de asentamiento y fraccionamiento irregular de la tierra, lo que tiene repercusiones importantes en muchos aspectos de nuestra vida urbana, por ejemplo, en el modo en que concebimos y practicamos la distinción entre el espacio privado y el espacio público. Ahora bien, hace un par de décadas estos espacios periféricos propios del urbanismo informal y progresivo no estaban tan estigmatizados como algunos de ellos lo están ahora. Todo el mundo tenía memoria y conocimiento de esta forma de producir el espacio urbano y se confiaba en su casi segura mejora con el transcurso de los anos. Pudo haber existido el estigma del “polvo en los zapatos”, pero como una condición transitoria. En cambio, ahora, la falta de perspectivas de mejoramiento aunada a la exacerbación de la criminalidad y de la violencia, y las distancias exageradas que los alejan del resto de la ciudad, convierten algunos de estos lugares en espacios mucho más desdichados, objeto de un descredito que antes era menos común y además tenía sus contrapesos.

Al respecto quisiera notar algunos de los hallazgos de Bayón que me parecen muy pertinentes. La autora nos hace notar como “el estigma se construye fusionando y confundiendo las condiciones de la vivienda y el lugar, con la gente que vive en ellos. Sus habitantes no solo son visualizados como gente viviendo en condiciones precarias, sino como portadores de defectos personales y carencias morales” (p. 147). El estigma se sirve de lo que denominamos determinismo espacial, esto es, el falso supuesto de que existe una asociación automática entre la forma o la apariencia de un espacio urbano y las características de quienes lo habitan y sus relaciones sociales. El libro de Bayón muestra claramente que no es así. Veamos por ejemplo el testimonio de esta habitante, la cual relata cómo ha ido cambiando el barrio a lo largo de la construcción progresiva de la colonia:

Antes estaba peligroso por decirlo así entre comillas porque estaba oscuro, nada más había tres casas, siempre estaba oscuro entonces era como así de que no salir tarde y todo. Pero ahora está más peligroso porque hay más gente. Porque, aunque ya está alumbrado y ya hay lamparas, alumbrado público y todo el rollo, esta peligroso porque si sales de mañana o de tarde o de noche, te asaltan [p. 109, cursivas mías].

Lo que manifiesta este testimonio es justamente lo contrario de la tesis del determinismo espacial. Nos muestra que el espacio material ha mejorado pero el espacio social está peor, la violencia y la inseguridad han aumentado en vez de disminuir. Entonces, para aminorar o eliminar esa violencia o esa inseguridad no basta con mejorar el espacio Jtsico. Sin embargo, es justamente esto lo que pretendía lograr un reciente plan nacional de “rescate de los espacios públicos”. Las políticas del desarrollo caen en el determinismo espacial cuando pretenden que con poner unos instrumentos para hacer deporte en el camellón principal de una colonia popular es suficiente para mejorar las condiciones de vida de quienes la habitan. En otras palabras, las intervenciones para mejorar los espacios marginados no pueden exigirle al espacio lo que este por sí solo no puede hacer, en cambio, deben más bien ser integrales, atacar simultáneamente los aspectos económicos, sociales, espaciales y culturales.

La otra cuestión que me gustaría subrayar a propósito de la estigmatización territorial se refiere a las desigualdades crecientes dentro de la propia Ciudad de México, que aumentan la distancia no solo espacial sino también simbólica entre estos espacios relegados y otros espacios urbanos los cuales, al contrario, están viviendo una suerte de momento de auge. Me refiero a la parte de ciudad en donde los precios de la vivienda han subido descomunalmente, y algunas infraestructuras han llegado a ser casi equiparables a las de otras grandes metrópolis del mundo. Es la “CDMX”, promovida por las políticas de la imagen urbana como una ciudad global, frecuentada por muchos turistas y digna de ser mencionada en revistas internacionales como uno de los lugares mas visitados en el mundo.

Es obvio que, frente a esta ciudad del auge inmobiliario y turístico, los espacios donde viven los pobres destacan todavía más por su aislamiento y privaciones. Las periferias de autoconstrucción y los conjuntos urbanos que están a dos o tres horas de distancia de los “lugares bonitos” se quedan cada vez más rezagadas, se convierten en lugares todavía mas deleznables y marginados. No cabe la menor duda de que tenemos un quehacer muy grande en cuanto a repensar como se están redefiniendo los equilibrios y las relaciones entre los distintos territorios de la metrópoli, algunos decididamente proyectados en los flujos globales y otros cada vez más abandonados. Con toda certeza, en esta tarea el libro de Cristina Bayón representa una contribución de primer orden.

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