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Alteridades

versión On-line ISSN 2448-850Xversión impresa ISSN 0188-7017

Alteridades vol.26 no.52 Ciudad de México jul./dic. 2016

 

Movilidad y experiencia urbana

El caminar urbano y la sociabilidad. Trazos desde la Ciudad de México1

Urban walks and sociability. Outlines from Mexico City

Miguel Ángel Aguilar Díaz* 

*Departamento de Sociología de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa. Av. San Rafael Atlixco núm. 186, col. Vicentina, del. Iztapalapa, 09340, Ciudad de México <mad@xanum.uam.mx>.


Resumen:

A partir de una experiencia de investigación cualitativa, exploratoria y etnográfica en la Ciudad de México, se abordará la práctica del caminar urbano desde la sociabilidad. Ésta atañe a cómo dicha práctica permite configurar vínculos interpersonales que van de las relaciones anónimas a los lazos afectivos, en un contexto espacial en movimiento, generando tendencias persistentes en el caminar como forma de relación social.

Palabras clave: etnografía urbana; cuerpo y ciudad; afecto y ciudad; movilidad urbana; interacciones en espacios públicos

Abstract:

This paper is an approach to the practice of urban walks from a sociability point of view, and an experience of qualitative, exploratory and ethnographic investigation in Mexico City. it concerns how this practice allows establishing interpersonal bonds from anonymous to emotional relations, in a moving spatial context, gener ating persistent trends in walking as a way of social relation.

Key words: urban ethnography; body and city; affection and city; urban mobility; interactions in urban spaces

Introducción

En los últimos años, el tema del espacio público ha estado presente con intensidad en la reflexión sociocultural y antropológica sobre las ciudades contemporáneas. Las investigaciones sobre el tema han develado las múltiples contradicciones y conflictos que se suscitan en la convivencia en las ciudades, lo mismo que la complejidad en los procesos de gestión de los espacios urbanos. La categoría de espacio público ha derivado en indagaciones a partir de categorías cercanas, aunque con otro énfasis, como las de espacio y lugar. A partir de esta suerte de abanico interpretativo han surgido miradas a detalle sobre procesos de transformación urbana a través del tiempo o por la intervención de agentes públicos y privados, se han desarrollado estudios respecto de las características de espacios en su uso cotidiano, como una forma de poner de manifiesto las normas y tipos de interacciones que los hacen posibles.

El énfasis contemporáneo en el papel del individuo en la vida social, en cuanto sujeto de derechos y actor relevante en la vida social, ha desembocado en perspectivas de análisis que sitúan a la corporalidad como una dimensión significativa para comprender formas de relación social. Es en este contexto que surge el interrogante sobre la relación entre espacio público y corporalidad. De manera más precisa, podemos preguntarnos cómo es que los atributos del espacio público urbano inciden en la conformación de una corporalidad y usos del cuerpo determinados y, del mismo modo, proponer el interrogante en el sentido inverso. Distintos enfoques y tradiciones conceptuales ofrecen una mirada sobre los puntos de tensión y de comprensión de esta relación. Henri Lefebvre apuntaba la necesidad de analizar la transformación de "el espacio del cuerpo al cuerpo en el espacio" (1974: 302) con la intención de realizar una crítica sobre su abordaje fragmentado y buscar un acercamiento que restituya su integridad más allá de constricciones sociales. Recordemos igualmente la aproximación de Richard Sennett (1990 y 1996), a partir de la cual la ciudad no sólo es vista como forma material, sino también como forma moral, en el sentido de contener y producir un discurso sobre la diferencia y la otredad.

Con la finalidad de brindar mayores elementos para tratar la relación mutua entre espacio público y corporalidad quisiera en este artículo abordar el caminar urbano desde la óptica de la sociabilidad, mostrar la heterogeneidad de prácticas vinculadas a ella y los efectos de sentido que se producen en los recorridos urbanos tanto sobre los habitantes como sobre nociones del espacio público. Caminar en la ciudad es una práctica que anuda múltiples temas relevantes vinculados con lo corporal y lo urbano. Los trayectos cotidianos, que pueden ocurrir en el ámbito local o que suponen inmersiones en lo metropolitano, son una fuente persistente de experiencias capaces de remitir tanto al cuerpo y sus usos (interacciones, distancias, ritualidades) como a la constatación de permanencias y transformaciones urbanas en las calles y barrios por los que se traslada el peatón. Al tiempo en que se despliegan repertorios posibles de relación con otros en el caminar en la ciudad también se activa la memoria a partir de marcas, elementos materiales o simbólicos, presentes en el desplazamiento o bien desde evocaciones que siguen la lógica del cuerpo y la reflexión y no se encuentran causalmente ligadas a un determinado entorno.

El desplazamiento peatonal adquiere importancia cuando la movilidad en las ciudades se vuelve tema de una amplia discusión a partir de los asuntos de sustentabilidad, contaminación o del derecho a que los habitantes se trasladen con eficacia a diversos puntos de la ciudad. Aunque en las grandes urbes las políticas de movilidad ponen el acento en las redes de transporte público, en la apertura y mejoramiento de vialidades para el transporte de superficie, no debe olvidarse que existen gran cantidad de desplazamientos peatonales y que se camina al enlazar diversos medios de transporte entre sí. En diversas encuestas, caminar en la ciudad, en cuanto forma de transporte, usualmente aparece con un peso porcentual muy bajo, pese a que, como se mostrará en el texto, este peso marginal no se corresponde con la significación social asignada a esta actividad.

Varios libros publicados en los últimos años tratan el caminar desde una posición que propone recuperar el placer, la reflexión, la libertad y el disfrute de la dimensión sensorial del cuerpo en movimiento (véase Le Breton, 2011 y 2012 y Gross, 2014). Si bien estos textos son sumamente persuasivos desde su enfoque y escritura, al lector le queda la idea de un caminar romantizado, y ante este panorama surge la pregunta sobre si ése es el tono, la experiencia habitual, de los desplazamientos urbanos. Se emprende entonces este trabajo de investigación buscando situar el caminar en la ciudad en una perspectiva que recupere la perspectiva y la experiencia de los habitantes. Este trabajo se inserta en un línea de indagaciones que han abordado el caminar por la ciudad con una mirada que se interroga por las lógicas y retóricas ciudadanas (De Certeau, 1996; Augoyard, 2007), la movilidad urbana (Cresswell y Merriman, 2011), las geografías de las prácticas peatonales (Middleton, 2009 y 2010), la percepción y la sociabilidad (Lee e Ingold, 2006), los ritmos del caminar (Lefebvre, 2004; Vergunst, 2010; Vergunst y Vermehren, 2013), la emergencia de la memoria en el desplazamiento (Pinder, 2011) y aportes sobre la antropología del cuerpo (Mauss, 1936).

La perspectiva metodológica que aquí se seguirá es de corte etnográfico, puesto que interesa el énfasis por recuperar los sentidos de una acción desde el punto de vista de los actores que participan en ella y a partir del contexto en que se produce. Así, el material empírico que sustenta la argumentación proviene de los relatos de experiencias presentes o pasadas del caminar en la Ciudad de México, originadas en: a) entrevistas a profundidad relativas a trayectos cotidianos, biográficos y a la valoración del caminar; b) entrevistas caminantes, acompañando los desplazamientos cotidianos o por los lugares relevantes para los entrevistados; en ellas se solicita una descripción/valoración de lo observado, narrando el lugar a alguien ausente, "como si hablara para un programa de radio"; c) en el registro fotográfico de estos desplazamientos, con fines documentales, realizado por el investigador, y d) en la observación de corte etnográfico de algunos lugares mencionados de forma recurrente por los entrevistados, en su mayoría en espacios centrales de la ciudad. Se cuenta con un corpus de 18 entrevistas y recorridos con las características ya señaladas. Los entrevistados son hombres y mujeres, en un rango de edad de 25 a 70 años, quienes habitan en delegaciones centrales, periféricas y en municipios conurbados de la Ciudad de México y que comparten el caminar habitualmente en la ciudad, debido a que éste fue un criterio para participar en el estudio.

El contexto urbano es el de la Ciudad de México, habitada por nueve millones de personas en el área del Distrito Federal, donde la movilidad se lleva a cabo sobre todo en transporte de superficie, público y privado. Desplazarse en transporte público (de superficie o subterráneo) supone el uso de diversos medios: metro autobús microbús. Los viajes predominantes son hacia las áreas centrales de la ciudad. De acuerdo con datos de la Encuesta Origen Destino 2007 del INEGI (cit. en ONU Hábitat, 2015: 42), en la Zona Metropolitana del Valle de México 29% del total de viajes diarios (aproximadamente 6.3 millones) se hacen en automóvil privado y 60.6% en transporte público de baja capacidad; 8% se lleva a cabo en transporte público masivo (metro, metrobús, tren ligero y trolebús) y, finalmente, 2.4% en bicicleta y motocicleta.

Para concluir esta sección cabe apuntar que el énfasis del trabajo está puesto en cómo se camina y lo ocurrido en su transcurso, más que en hacia dónde o para qué. Esto provocó que durante el trabajo de campo surgiera una suerte de extrañanamiento inicial por parte de nuestros interlocutores. Al preguntarles: "cuénteme cómo camina usted en la ciudad", los entrevistados no tenían puntos de referencia precisos para precisar su experiencia; ya que caminar no es un acto que ocurra en el vacío, era difícil obtener un discurso amplio y articulado con esta formulación inicial, sin embargo, al acotar las preguntas a la vida cotidiana el discurso fluyó con mucha más facilidad. El caminar pasó de ser un acto abstracto y poco reflexionado, por naturalizado, a ser una actividad que encontraba sentido al insertarse en las rutinas de todos los días y situarse en un contexto familiar y recurrente.

Sociabilidad, cuerpo y ciudad

Desde las primeras entrevistas emergió de una manera relativamente inesperada la trascendencia del caminar como un acercamiento a un mundo social e interpersonal delineado por el traslado. El caminar con alguien, junto a alguien, a la vista de otros, en relación con otros, no sólo señalaba la cercanía física y visual de los transeúntes como un elemento inevitable al trasladarse en la metrópolis, sino, de forma más nítida, su estructuración como actividad social que dota múltiples sentidos al caminar en la ciudad. Esta relación con los otros en el transcurso del caminar puede entenderse bajo la noción de sociabilidad, o de modo más preciso como sociabilidad urbana.

Un primer acercamiento al concepto es dable a través de Simmel (1971), quien propone la idea de sociabilidad como un impulso humano a la asociación, impulso que necesita un significado y una estabilidad accesibles mediante la forma, la buena forma, es decir, una interacción de elementos por medio de los cuales se consigue una unidad. En su elaboración y despliegue participan elementos cercanos al arte y al juego, en tanto que representaciones de algo exterior a ellos. Simmel elabora la siguiente definición: "La sociabilidad es la forma lúdica (play forma) de la asociación" (1971: 130), y su estructuración está orientada por un impulso de representación, siguiendo la manera en que el arte se relaciona con la realidad, más que por un elemento en concreto. Esta definición, al proponer la importancia de las formas sociales, es particularmente útil para interpretar el acto de caminar como práctica social, pues se le puede pensar como un acto que, si bien es individual -alguien camina-, para efectuarse en términos de interacción requiere un conjunto de experiencias y conocimientos previos sobre cómo relacionarse con otros transeúntes, y también conforma tipos de relaciones particulares (o asociaciones, como las llama Simmel) al realizarse. La socialibilidad no se trata, entonces, de un qué, sino de un cómo, capaz de dotar de sentido a la interacción en el despliegue de recursos expresivos evidentes para los participantes de la situación. Más adelante, en el recuento de experiencias de transeúntes, ilustraré el punto.

Sin remitir explícitamente a la obra de Simmel, pero en sintonía con el interés por las formas de relación social, Lynn Lofland (1973) se interroga por los múltiples e inabarcables modos de interacción entre extraños. El peso que toma en las interacciones la regulación del contacto a través del uso del cuerpo es esencial en términos de mantener la individualidad en un ámbito público, abierto, en donde la posibilidad de ser absorbido por él está usualmente presente. Esto permite constatar que el individuo aislado no puede transformar el carácter del espacio público, lo que sí puede hacer, en palabras de la autora (p. 140), es modificar el carácter de su relación psicosocial con él. A través del uso del cuerpo -gestos, expresiones faciales- el individuo puede crear a su alrededor un escudo simbólico de privacidad que señale que no se encuentra abierto a la interacción. Esto crea el conocido mecanismo de la desatención, consistente en percatarse de la presencia de otro o alguna situación en la que se encuentre y, sin embargo, actuar como si no estuviese presente. De aquí que sea habitual caracterizar a la vida urbana como fría, inhóspita, indiferente.

Esto que podemos llamar estrategias de reducción de la sociabilidad desde los usos corporales (siguiendo a Lofland) incluye minimizar la expresividad, el contacto corporal y visual y, en caso de duda, huir. Se puede verificar la ductilidad de las formas de sociabilidad para la evitación del contacto, que tienden a preservar la noción del individuo desde su autonomía respecto al entorno. Lo anterior no quiere decir que toda forma de manejo del contacto tiene que ver con la instauración de distancias, más bien se refiere al empleo de la ambigüedad, la posibilidad de combinar lo cercano y lo lejano de manera simultánea. Es por esto que para algunos autores (Giglia, 2012: 51) lo que permanece como punto de tensión persistente en las formas de sociabilidad urbana es "la capacidad de combinar el reconocimiento del otro con cierta reserva y distanciamiento, es decir, la capacidad de tratar a lo desconocido como si fuera como uno y al conocido como si fuera otro". La presencia que condensa este doble atributo es el extranjero: "figura de esta presencia ausencia [...] es la figura de una identidad fronteriza que no tiene ninguna necesidad de un lugar puesto que no pertenece al plano de la organización" (p. 46).

Con base en lo anterior, y desde las múltiples tensiones que atraviesan a la categoría de sociabilidad, proponemos que ésta es también útil para pensar formas de relación urbana que se ubican en el eje cercanía distancia y que, además, reconfiguran estos elementos. Pensemos en el desplazamiento a pie por la ciudad de un grupo de amigos, de conocidos o de una pareja, en el que existe cercanía entre ellos. He aquí una estructura de sociabilidades superpuestas: la que existe entre el pequeño grupo que conforman las personas que caminan, las que se dan entre ese grupo y otros peatones incidentales con los que se encuentran, más las formas de relación propias del lugar del desplazamiento. Sin pretender realizar la descripción de todas las posibilidades de contacto en estas condiciones, convendría mejor preguntarse por las modalidades que toman estas sociabilidades diversas al desplegarse en la calle, en condiciones de soledad, grupalidad, exploración por los espacios urbanos en donde se realizan desplazamientos habituales o inéditos. Igualmente cabría interrogarse por aquellas sociabilidades decantadas por la memoria y que son narradas desde un presente en el que caminar por la ciudad tiene un valor distinto a aquel que es evocado, enfatizando así una aproximación descriptiva además de valorativa.

La sociabilidad, pensada en el plano de las relaciones interpersonales, permite conjugar lo que ocurre en el espacio interactivo del desplazamiento con la experiencia del entorno, de modo tal que se crea una suerte de unidad entre vínculo interpersonal y movilidad. Por tal razón, ciertas experiencias que logran ubicar eventos en un marco espacial preciso y con capacidad para ser evocado desde múltiples ángulos y texturas son particularmente expresivas, y sitios como los parques o centros históricos cumplen en muchos casos estas condiciones.

Para finalizar esta sección es pertinente recordar que las sociabilidades están temporal y espacialmente situadas, ocurren en un contexto particular, son parte de un repertorio de formas de relación y conforman el ethos de un momento social. Así, el conflicto, la sospecha, la prisa, la desconfianza, el sentirse como en casa, son producidos socialmente y, sin embargo, son vividos desde la naturalización del entorno material existente.

En el siguiente apartado se presentarán las modalidades que toman las sociabilidades en el desplazamiento peatonal urbano a partir del trabajo de campo realizado. Estas modalidades atañen a las relaciones interpersonales conformadas en el caminar y al tipo de sociabilidad que se despliega frente a otros en los desplazamientos. Se hará referencia tanto a las sociabilidades en el presente como a aquellas que se ubican en el pasado, diferenciándolas en la exposición. Se hace esto porque el acto de caminar suele entretejer ambas temporalidades, sea como evocación, comparación o el producto de marcas en el espacio; cabe tener en cuenta, entonces, que se camina no sólo en el plano espacial, sino también en el temporal. Por último, en la exposición de los testimonios recabados en las entrevistas se considera la relevancia de las experiencias puntuales reveladas, y el hilo de la narración por parte del entrevistado. De este modo, se busca recuperar ambos elementos al hacer referencia a los testimonios, aunque, de acuerdo con el argumento, se dará mayor peso a una u otra forma de exposición.

Sociabilidades de afectos cercanos

Para iniciar este apartado haré referencia a los aportes sobre el plano sensorial en el acto de caminar que proponen Lee e Ingold (2006). Estos autores plantean el uso del concepto de embodiment para analizar el cuerpo en movimiento. La idea de embodiment no significa que emerja una experiencia corporal per se con el solo acto de caminar, supone más bien la aparición de una suerte de armonización socialmente establecida entre el yo y el ambiente. Así, los estímulos que hay alrededor del caminante, además de ser percibidos por los sentidos, son percibidos de cierta forma, y esta forma es la que permite estar armonizado o "sintonizado" con el entorno. Tal es el caso de la experiencia de la saturación, o del ritmo, o del silencio, o de la conversación en movimiento, incluso de la memoria: el modo en que estas situaciones sensoriales son "manejadas" de manera corporal pone de manifiesto la creación de una unidad con el entorno, aun en su fugacidad.

Un elemento relevante de esta unidad que se produce en el caminar es también el contacto con los otros, la sociabilidad que se crea y expresa durante un caminar común, sea con amigos o familiares. Incluso se puede hablar del caminar como el embodiment del afecto o la amistad, ya que estos sentimientos toman una expresión material al momento de volverlos acciones que se despliegan en el espacio urbano. Como veremos en las siguientes situaciones recopiladas durante el trabajo de campo, son múltiples las posibilidades en que se muestra este vínculo cuerpo, afecto y desplazamiento.

Un primer punto de observación es el de los trayectos locales guiados por los ritmos de lo doméstico. En particular, en las colonias populares urbanas las madres llevan a los hijos a la escuela, van al mercado, asisten con ellos a los parques el fin de semana. Relatan moverse entre demasiada gente a la salida de la escuela de los hijos y rumbo al mercado, son entornos donde domina la idea de saturación, hay objetos, ruidos, autos, personas alrededor, que crean una atmósfera de desplazamiento local sinuoso, ya que, habitualmente, hay que salir en los momentos de mayor actividad en la calle. Se trataría entonces de un recorrido marcado por la prisa y la saturación, que deja una idea de sociabilidad mínima, limitada a garantizar únicamente la posibilidad del desplazamiento. En otra situación, para un entrevistado que vive en un municipio en el oriente de la ciudad, caminar se asocia con haber realizado salidas de senderismo con la familia. Al pedirle que nos permitiera acompañarlo en algún recorrido por el que tuviera preferencia, él eligió subir el Cerro de la Estrella, en el mismo oriente de la ciudad. Merece la pena señalar que el entrevistado acostumbra hacer este recorrido con su esposa, hábito que iniciaron cuando eran novios, de ahí que sea una práctica que constituye parte de la continuidad y transformación de su relación. Al subir el cerro el entrevistado comenta continuamente sobre la vista que se tiene de la ciudad. A pesar de que con frecuencia hay encuentros con otros paseantes, el contacto con ellos es nulo, como si fueran elementos del paisaje y no una oportunidad para interactuar. Esto señala un patrón recurrente en otras entrevistas y trayectos, y es la conformación de una esfera de atención y concentración entre personas que caminan en pareja o pequeños grupos, lo que enfatiza el aspecto interactivo del recorrido.

Por otro lado, un recorrido intenso y afectivo se encuentra en el testimonio de Inés, joven estudiante y madre de un hijo, quien narra caminatas en su localidad, en el extremo oriente de la ciudad, con su abuela. Recuerda haberlas hecho en su infancia, mezclando lo ritual de una peregrinación con el contacto con otros habitantes y la experiencia afectiva del paseo:

yo salía mucho con mi abuelita a recorrer lo que es todo Tulyehualco, pero salía a recorrer porque mi abuelita estaba muy allegada al señor de Chalma... Cuando íbamos recorriendo con el santito, pues a mí me gustaba, porque iba cantando, aventaba muchas flores y había mucha gente, a pesar de la gente había así como que mucha paz.

Hay caminatas y paseos en el centro de la ciudad que a esta entrevistada le gusta hacer con su hermana y, no obstante que haya mucha gente, ella relata disfrutarlos por la conversación, por la posibilidad de detenerse y mirar algo o sentarse en algún lugar. Siguiendo lo planteado por esta entrevistada -y que se repite en otros testimonios-, puede pensarse que el caminar es también una forma de conversación en múltiples sentidos: hay un contacto con el acompañante, lo mismo que con el ambiente en que la plática se desarrolla, y el entorno se filtra en forma de ritmo: avanzar o detenerse, cosas que mirar.

En el extremo oriente de la ciudad una joven universitaria relata el recorrido que hacía en su infancia con su padre para ir a la escuela. Su vivienda se encontraba en una zona en proceso de urbanización y, por consecuencia, había un paisaje con "muchas flores y animales por todos lados". Su papá le cuenta con cierta dosis de humor: "yo te llevaba (a la escuela) el lunes que ibas de blanco, y tenías que caerte justamente donde estaba toda la tierra suelta". Complementa la entrevistada: "Y, por ejemplo, ahora pasas, y ya ni siquiera existe tierra suelta, ya no hay monte, ya no hay plantas, ya no hay animales, ya no hay nada. Eso es algo que sí recuerdo, y veo el contraste de cómo ha crecido la ciudad o cómo se va modificando". La evocación de este trayecto, además de describir los hábitos familiares, apunta la persistencia del desplazamiento en la memoria y su capacidad para trazar e identificar transformaciones en el entorno. La memoria del caminar, además de un ejercicio de nostalgia, es también la ubicación de huellas del pasado que se miran en el presente y permiten constatar persistencias y transformaciones, lo mismo que la creación de una sensación intensa de temporalidad. En este caso, en el caminar se encuentra un recurso para acceder al pasado, el cuerpo es vehículo que pone en contacto entre sí diversas temporalidades y las sociabilidades familiares le dan un sentido y un tono afectivo a lo recordado y a la noción del tiempo.

En la evocación del caminar se recrean momentos de la infancia que pueden tomar el carácter de eventos fundacionales, una primera caminata extensa, en la ciudad o en el campo con algún miembro de la familia, usualmente el padre. Se le recuerda como si se tratase de una suerte de ritual de conocer el mundo desde los pasos del peatón. De modo tal que el afecto interpersonal entre caminantes se traduce en la significación dada a los primeros andares o relatarlos, en otras etapas de la vida, en un tono de aventura y descubrimiento.

Arturo, profesionista de 27 años, quien vive al norte de la ciudad en un municipio conurbado, rememora con intensidad amistades masculinas y femeninas en las caminatas que han tenido. En particular evoca caminatas en un paisaje invisible para los demás habitantes de la ciudad:

y salíamos justo de noche, salíamos en la madrugada, caminábamos los tres y, dejando de fuera lo que platicábamos, el ver por ejemplo las iglesias escondidas entre las casas o los parques infantiles ya abandonados a las tres de la mañana y todo lleno de árboles, y nada más nosotros solos en la calle... normalmente la gente no sale a caminar por ahí, era genial. Y podíamos pasar dos, tres horas recorriendo la colonia sin tener un rumbo, solamente caminar y descubrir lugares, por ejemplo, esa iglesia que está totalmente tapada, a menos que te pongas enfrente de ella, no la distingues, eso significa que puedes ir caminando y ¡fum! de repente está ahí, esta iglesia escondida en Azcapotzalco...

La cita anterior remite a la aventura y a su conformación desde derivas urbanas, desde grupalidadades móviles, flotantes. En otros testimonios se reitera la exploración y el extravío urbano como parte de la socialización adolescente y juvenil. Afectos y desplazamientos encuentran así un escenario en la ciudad que, al ser parte relevante de estas dos dimensiones, se funde con ellas, creando de este modo un nudo denso de experiencias.

Los vínculos afectivos también emergen bajo la lógica del volver. En diferentes entrevistas y recorridos realizados con los informantes un tópico es caminar por calles o parques en donde han ocurrido eventos significativos en su biografía. En estos recuentos y visitas aflora el placer de volver a los espacios en los cuales ha transcurrido una intensa vida social y amistosa. Este retorno no ocurre con una carga dramática sino desde la temporalidad de lo cotidiano, con lo que se naturaliza como experiencia urbana vinculada con el caminar.

No hay una valoración unánime sobre la preferencia del caminar solo o acompañado. En ocasiones caminar a solas en los trayectos de todos los días rememora cansancio y fastidio, la cotidianidad puede romperse con la presencia de alguien con quien platicar y ahí emerge el disfrute. También existe el punto de vista opuesto, el de aquellos que al caminar en solitario son capaces de apreciar el paisaje, ya que andar con otra persona implica andar a su ritmo o tomar uno ajeno. En estos últimos casos, no tener que hablar con alguien más permite concentrarse en los propios pensamientos, lo cual remite a la idea del caminar como una reflexividad al ritmo corporal.

Por otra parte, caminar con una mascota, en concreto con un perro, establece un tipo particular de sociabilidad urbana, pues de manera fluida se suscitan relaciones con otros transeúntes que pasean también con una mascota o simplemente les muestran simpatía. Patricia, dentista de 26 años y originaria del interior del país, encuentra en las salidas con su mascota en la colonia Roma una fuente de encuentros con vecinos. Incluso señala que, a diferencia de su ciudad de origen, en esta colonia es habitual ver a personas con perros: "a veces digo: si no tienes perro no puedes vivir en esta colonia, porque todo mundo tiene uno". Esto es parte de la atmósfera de la colonia, considerada de moda por la fuerte oferta de restaurantes y cafés para una población predominante de jóvenes.

Ella comenta también que disfruta caminar en las noches con su esposo y la mascota por la colonia, al volver del consultorio hacia su casa. Este caminar local resulta altamente satisfactorio al conjugar placer, compañía y seguridad. Cuenta Patricia:

aquí [en la Ciudad de México] sí camino con mucho placer, le he encontrado otro sentido a caminar. Yo siempre he tenido perro y nunca había sacado a pasear al perro, nunca en mi vida, jamás. Creo que me compré el perro como para sacar, para tener algo para sacar a pasear y me he dado cuenta que caminando socializas, realmente conoces cosas que cuando vas en el coche ni siquiera te das cuenta que hay en tu colonia.

Este aprecio por el caminar está asociado con el placer de mirar sea en el desplazamiento o al sentarse en los parques.

Patricia tiene pocos años de vivir en la Ciudad de México, y todavía menos de tiempo de vivir en la colonia. Se puede pensar que las caminatas por el barrio y las interacciones que surgen en ellas, por lo común veloces y muy estructuradas, crean en ella una sensación de pertenencia desde el disfrute y el reconocimiento. La calle desde sus propios recursos de contacto, propiciados por la mascota, aparece aquí entonces como un dispositivo de integración.

Sociabilidades desde el anonimato

Las personas con las que se coincide en la calle al transitarla son caracterizadas de una manera genérica, con pocos matices. Los rasgos generales tienden a reproducir muchos de los estereotipos referidos a la indiferencia del habitante de la ciudad: los otros transeúntes son fríos, callados, encerrados en su mundo, a veces incluso malencarados y asaltantes en potencia. El patrón más usual es el de una sociabilidad marcada por la distancia, por el principio de tener la menor involucración posible con los demás.

En este extendido contexto de anonimatos por doquier existe una multiplicidad de estrategias para interpretar su sentido y de ahí actuar en consecuen cia, pues el anonimato no implica la desatención hacia los otros, más bien sugiere la puesta en escena de formas de distancia. Una de ellas tiene que ver con reconocer la expresividad del propio rostro y manifestar ahí una presencia atenta. Para un entrevistado que vive al norte de la ciudad, explorar las calles del centro de la misma conlleva caminar y no dar la pinta de estar perdido, "poner tu cara de saber a dónde vas, de tener prisa y saber cómo llegar. Y así la gente no se va a meter en tu camino, entonces yo siempre intento mantener esa cara". Otro entrevistado, quien vive en Iztapalapa, señala la sensación de la fragilidad al moverse por la ciudad "vas por tu camino, normal, no tienes que ir cuidándote de todo mundo o 'agandallando' a los demás, vas a lo que vas y ya". Igualmente apunta una espiral de humores en el centro de la ciudad, que ocurren al chocar con otra persona e ir enojado, lo cual a su vez acarrea otros roces.

A pesar de ello, el entrevistado que vive al norte de la ciudad reconoce lo placentero que puede ser la disolución de esta distancia en algún contacto, como es el caso de personas con las que llega a entablar una conversación a partir del libro que se tiene abierto en el transporte público. El espacio público admite entonces el paso del anonimato al contacto en los marcos de lo fugaz, en el despliegue de los pactos de lo transitorio. Con base en las dos situaciones referidas puede pensarse que hay un "arco" en la sociabilidad urbana que inicia del anonimato cercano a la hostilidad del "no acercarse", "no me importa", hasta otro extremo que es el del rompimiento de la distancia para establecer un contacto.

Uno de los elementos que modula las diferentes dimensiones del anonimato es el de la mirada. Como podría esperarse, las menciones explícitas a este tema en los trayectos peatonales no la refieren a su papel en la orientación y la localización en algún punto del desplazamiento, más bien el tema surge para definirla como una forma de control sobre lo que está alrededor, una manera de anticipar eventos sorpresivos. Karina, una joven mujer que vive en un municipio conurbado a la Ciudad de México, afirma:

yo tengo un trauma con los asaltos, entonces me voy, según yo, por la calle donde hay más gente para sentirme más segura, y si, a comparación de los otros lugares, aquí donde yo vivo, si voy viendo a la gente, cómo se ve, o sea que no se vea sospechosa porque me da miedo. Salgo, camino como dos calles, después me doy vuelta en una calle que es ancha, voy viendo a la gente que no sea sospechosa o los carros que van pasando, a las motos que van pasando... por ese miedo.

Otros entrevistados apuntan el hábito de voltear a mirar continuamente, "estar a la vivas", y, aunque hay menciones a otros temas y sucesos perceptibles desde la mirada urbana, es relevante el énfasis de la mirada como dispositivo securitario. Esto permite reflexionar en que el anonimato urbano en un sinfín casos no es tal, pues ha sido remplazado para muchos habitantes por el otro como sospechoso, como amenaza en potencia. En el conocido ensayo de Simmel (1988) sobre las grandes ciudades, la mirada aparece como medio privilegiado para conocer el mundo urbano; a partir de las sociabilidades sustentadas en la sospecha aparece ahora como medio de evitación, más que de contacto, lo mismo que en el trabajo ya citado de Lofland, en donde se mira para tomar distancia.

Con todo, también se aprecian múltiples planos del espacio desde la mirada. El centro de la Ciudad de México es mencionado con frecuencia como un espacio al que se acude a caminar, sea para realizar alguna compra o actividad precisa o simplemente ir de paseo. Alberto, profesor de escuela secundaria, de 43 años, comenta que le gusta ir a ver gente. Propone que en el centro lo común es la actividad, el movimiento y aquel que camina con lentitud resalta en el paisaje. Así, los otros paseantes aportan un ritmo que define el lugar, e integrarse a este ritmo equivaldría a participar en el movimiento dominante. Sin embargo, la misma presencia del observador, quien atestigua el ritmo acelerado, añade complejidad a este ritmo, al aportar un contrapunto en su desarrollo. El "ir a ver gente" propone entonces el juego urbano de entrar y salir de la multitud, de reconocer su presencia y, de manera simultánea, ubicarse como distinto a ella, la mirada posibilita escapar a la literalidad de lo observado, la idea de que solo hay un punto de vista para permitir, desde la imaginación, nuevos planos del espacio. Una sociabilidad gestada desde las amplias categorizaciones, pensar en "la multitud", abre la posibilidad de ubicarse en otras formas de sociabilidad que acentúan el valor de la experiencia individual en el deslinde de un yo transeúnte.

Otro modo de situarse frente a los demás es el que ocurre en la vida cotidiana a escala local, donde es habitual la manifestación de algún tipo de señal de reconocimiento frente a otras personas en el mismo barrio, a quienes se conoce de tiempo atrás. Vecinos y comerciantes en diversas zonas urbanas pertenecen a esta categoría de presencias que son parte de una gama de encuentros posibles para aquel que camina. El hecho de salir a la calle a caminar actualiza, por ejemplo desde el saludo en movimiento, una estructura de sociabilidad que se ha configurado a través del tiempo. Comenta Ernesto, periodista semijubilado de 70 años que vive en la céntrica colonia Condesa: "para mí el sabor del barrio es por la gente que conozco de hace muchos años y por el caminar por el rumbo, sí, es mi barrio... Hace rato hablaba del cantinero, del cura, del vendedor de periódicos, del peluquero, pues sí, es la gente de mi barrio". En los barrios y colonias populares de la Ciudad de México el uso de la calle suele ser intenso, es ahí donde se concentran actividades comerciales a pequeña escala o encuentros sociales. El espacio local se configura a una escala peatonal: relaciones cara a cara, mundo sensible compartido que se revela en el movimiento. El saludo de reconocimiento, en consecuencia, forma parte de la vida del lugar y es señal de pertenencia.

Estas sociabilidades locales, intensas y persistentes en el tiempo, no son necesariamente valoradas de forma positiva por todos los habitantes, a veces son vividas como una imposición. Una joven mujer, Inés, residente en una delegación en la orilla oriente de la Ciudad de México comenta: "Desde donde yo salgo tengo que caminar un buen tramo donde está toda la gente que tengo que ver, y pues siempre que vamos pues nada más así de 'Buenas tardes, buenos días', pero como que más de a fuerzas que de agrado". Para ella el traslado por su colonia para tomar el transporte es fuente de tensión dada la cantidad de personas que caminan por la misma acera. La sensación persistente es la de "Quítense, quítense porque ahí voy", y la desesperación ante el paso lento de otras personas. Aquí, un elemento interesante en la consideración de la sociabilidad en el caminar, como ya se ha apuntado, es el del ritmo. No sólo el del ritmo externo, la velocidad de una persona, sino el de la sensación del tiempo de quien se desplaza, que en este caso es la sensación de la prisa, del tener que moverse rápido, así, el ritmo interno demanda una velocidad física mayor a la existente en el entorno. La amplitud del espacio por el que se camina está igualmente en relación con for mas de sociabilidad. Ahí donde perdura una estructura urbana de calles estrechas y desiguales, como en algunos barrios del oriente de la ciudad, ocurren aglomeraciones que generan fastidio e invasión del espacio de autos para transitar por ahí. Los otros ocupantes de la acera se convierten en obstáculos que las personas con prisa deben superar.

Tal y como ya se ha comentado, la sociabilidad que se recrea en las entrevistas es la del presente -de los recorridos cotidianos- y la del pasado -un pasado definido por los entrevistados como significativo-. En este contexto, caminar es un acto de memoria desde el cual el espacio actual recrea sociabilidades y rasgos del lugar ocurridos en otro tiempo, acceder desde el cuerpo y los sentidos a las atmósferas evocadas desde el presente.

Sigamos con el testimonio y los recorridos de Inés. Al caminar por el área central de su barrio comenta:

ese lugar se me hacía agradable (la plaza central), me imagino que era por el entorno en que me socializaba con los demás, y porque aparte había así como chinampas y luego atrás había como canales y pues no sé, se me hacía padre. Entonces, pues sí, cuando paso ahí me acuerdo mucho, me acuerdo mucho de antes, y bueno, también porque ahí, bueno yo tenía un novio, entonces ese novio lo quise bastante.

Al preguntarle por los sentimientos que evocan en ella estos lugares comenta que "Felicidad, sí, me siento feliz y quisiera que volviera otra vez ese momento, pero a la vez siento feo porque luego digo 'Hijole, ya todos agarraron ya sus caminos y ya no es igual que antes' ". Aquí aflora con intensidad la inscripción del lugar y las sociabilidades que ahí se han desarrollado como parte esencial de la autobiografía, e igualmente la conciencia del tiempo, en cuanto continuidad y cambio, en el desplazamiento por estos escenarios vitales. El quiosco -nombrado por la entrevistada como "la casa de todos"- en el centro del barrio es una marca material del pasado a partir del cual emergen múltiples recuerdos sobre amigos, festividades y sensaciones, algunas de ellas perturbadoras, como cuando se quiso linchar ahí a un asaltante. El recorrido es casi un impulso para que broten recuerdos con un fuerte contenido visual, que sintetizan vivencias personales.

Una experiencia del caminar que muestra aspectos distintos a los hasta ahora señalados es la de Ulises, un joven estudiante universitario que proviene de una entidad federativa del país. Un eje de su discurso remite a las diferencias de la Ciudad de México respecto de su pueblo de origen y otro eje es el de vincularse con la ciudad como si se tratara de un reto por superar. Comenta Ulises que en el pueblo se camina lento, en la ciudad rápido, esquivando personas; allá la gente se saluda, aquí no, no se conocen. Existe también una sensibilidad, ya reseñada, hacia la presencia de otras personas: mirar para anticipar lo que pueda ocurrir y el conocimiento de que el contacto físico imprevisto es fuente de extrañamiento. Parte de esta diferencia son las sensaciones al caminar en áreas centrales de la ciudad. En particular al caminar con otros amigos de provincia ha tenido la sensación de no pertenecer al tipo de personas "admitidas" en estos espacios, quienes los voltean a ver con la expresión de "qué hacen aquí". Sin embargo, la participación en marchas de protesta, que recorren las mismas calles, ha generado el efecto de "reubicarlo" en la ciudad bajo otros parámetros. En los recorridos colectivos, multitudinarios "siento que me apropio de las avenidas, siento que voy en medio porque soy el dueño. Siempre que camino por ahí siento muy bonito porque digo 'Vaya, yo vengo de un pueblito y me estoy apropiando de Reforma' ". En este sentido, caminar coloca a Ulises frente a las sociabilidades de la exclusión, o a su inter pretación como tales y, no obtante, desde la experiencia colectiva se elabora un nuevo sentido de la calle y la inclusión social.

Al caminar con su esposa, que también es originaria de un pueblo y que llegó a la ciudad unos meses después que él, Ulises es el guía, el citadino. "Ahora yo me volví el maestro... vamos caminando y yo le digo 'Mira por aquí llegas a tal lado, por aquí nunca le des porque esta calle es peligrosa' ". Esta experiencia de Ulises en la ciudad permite pensar también en el caminar como un dispositivo de socialización, de aprendizaje de los significados de lo urbano, en múltiples sentidos: por un lado, están las nuevas normas de trato, del saludo a su omisión, y posteriormente la dificultad para reconocerse y tener un lugar en el nuevo entorno, lo que se resuelve al ser parte de la manifestación multitudinaria. Muestra asimismo el carácter procesual, dinámico, de los sentidos de lo urbano y la inmersión en la ciudad, la relación con el entorno se transforma desde la experiencia y los recorridos realizados.

Para concluir

El caminar en la ciudad participa de modo decisivo en la creación de una experiencia urbana. A partir del contacto sensible con la ciudad, su materialidad, sus diferentes escalas y temporalidades, aquel que camina es parte de un mundo común que tiene un fuerte componente de relación interpersonal, de sociabilidad. Más aún, una dimensión relevante del espacio público está constituida por repertorios de formas de sociabilidad que se despliegan en él y que lo convierten en un ámbito de relación social.

Por otro lado, vale la pena subrayar el caminar como una forma de exposición a la heterogeneidad urbana. Las sociabilidades del transitar organizan desde su puesta en marcha la diversidad, al ofrecer marcos para la realización de actividades cotidianas en las que el transeúnte posee un conjunto de acciones posibles por desarrollar de manera pertinente. Son además sociabilidades dúctiles, capaces de modificarse de acuerdo con interpretaciones del sentido de la situación, sea el aislamiento frente contextos plenos de obstáculos sea hacia un ánimo distendido en caminatas con mascotas.

El espacio público con el que entra en relación el caminante se transforma a su paso en su sentido y conformación material. En el traslado, la familiaridad con rasgos sociales, arquitectónicos o de diseño, genera rutinas en las cuales es posible abstraerse de algún elemento nítido del entorno y produce lo que podría llamarse un "efecto túnel", en el que se aminoran las sensaciones y la atención se dirige al punto de llegada, pero no al desplazamiento. Los trayectos habituales en contextos locales en los que se ha vivido ahí durante grandes periodos de tiempo pueden dar origen a reflexiones y sensaciones sobre la temporalidad social, al revelar lo que permanece y lo que se ha transformado en el entorno cotidiano. La corporalidad del caminante se mueve entonces en diversas escalas temporales: el lapso del recorrido inmediato y aquel de las evocaciones, en un movimiento en múltiples direcciones.

Situados en el ámbito de lo local, el caminar permite la actualización de estructuras de sociabilidad que son parte de la textura de la vida social: saludos, miradas, atmósferas sensoriales compartidas. En una escala más allá de lo local, el desplazamiento peatonal se sitúa en la tensión entre reconocimiento y anonimato, en la posibilidad de ser adscrito a algún tipo de categoría social a partir de rasgos visibles, de la apariencia, o simplemente formar parte de una categoría amorfa no distintiva. Cabe resaltar, por último, el valor de la calle como territorio natural del peatón, donde ocurren pautas de movilidad urbana y se forman y despliegan relaciones afectivas interpersonales, igual que con el entorno material mismo. Propiciar y crear condiciones para el desplazamiento peatonal es darle un sustento afectivo a la vida en la ciudad.

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1En la realización del trabajo de campo se contó con el entusiasta apoyo de Mariana Janix, Daniel López, Alfonso Cuéllar, Francisco Vaeza y Tonatiuh Delgado.

Recibido: 22 de Enero de 2016; Aprobado: 25 de Marzo de 2016

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