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Alteridades

versión On-line ISSN 2448-850Xversión impresa ISSN 0188-7017

Alteridades vol.23 no.46 Ciudad de México jul./dic. 2013

 

Cambios urbanos globales, prácticas de resistencia locales

 

Defendiendo los espacios públicos del centro histórico de Coyoacán*

 

Protecting Public Spaces in the Historical Center of Coyoacán

 

Verónica Crossa**

 

** Profesora-investigadora del Departamento de Geografía, Planeación y Políticas Ambientales del University College Dublin. H012 Newman Building, Belfield, Dublin 4, Irlanda <veronica.crossa@ucd.ie>.

 

* Artículo recibido el 03/06/12
Aceptado el 15/03/13.

 

Abstract

An analysis of the neo-liberalization of public spaces in Latin America and its impact on street vendors and craftsmen, for whom these spaces constitute an essential part of their material and symbolic life. The historical center of Coyoacán is taken as an example to show the way in which street vendors and craftsmen –who were evicted from public spaces– undertook resistance strategies that stood as their commitment to integrating a public space, not only as a result of the economic importance, but also as a symbolic and emotional bond for the place; i.e., a sense of place.

Key words: public space, street commerce, socio-spatial exclusion, resistance, sense of place.

 

Resumen

Análisis de la neoliberalización del espacio público en América Latina y sus implicaciones sobre los vendedores ambulantes y artesanos, para quienes estos espacios constituyen una parte fundamental de su vida material y simbólica. Se toma el caso del centro histórico de Coyoacán para mostrar la forma en que los vendedores y artesanos ambulantes que fueron desalojados de los espacios públicos llevaron a cabo estrategias de resistencia que ejemplificaron su compromiso con un espacio, compromiso que no sólo es resultado de la importancia económica del lugar, sino también del vínculo simbólico y afectivo con el lugar, es decir, con su sentido de lugar.

Palabras clave: espacio público, comercio ambulante, exclusión socioespacial, resistencia, sentido de lugar.

 

Introducción

Los debates teóricos relacionados con la fragmentación socioespacial urbana producidos por el neoliberalismo han brindado valiosas aproximaciones para entender los cambios en la organización y producción del espacio urbano. Estas transformaciones se han materializado en una amplia gama de políticas públicas que dan prioridad a la regeneración estética en cuanto elemento central de la renovación urbana (Harvey, 1989; Purcell, 2002; Christopherson, 1994; Swanson, 2007). Se analizan las políticas de neoliberalización del espacio público y sus efectos sobre los vendedores ambulantes, para quienes estos espacios son parte fundamental de sus vidas en términos materiales y simbólicos. Aquí me concentro sobre todo en la Ciudad de México y los esfuerzos de las autoridades por promover la ciudad implementando políticas de embellecimiento de los espacios públicos urbanos.

En 2007 la gestión del espacio público en la Ciudad de México se convirtió en prioridad y se incorporó explícitamente a la política urbana de la capital. Con el Programa de Recuperación de Espacios Públicos se puso en marcha una política que busca embellecer y revitalizar calles, parques, plazas y otros espacios públicos de la urbe. Este proceso de higienización se ha llevado a cabo en las plazas y zonas turísticas más concurridas, desalojando a los vendedores y artesanos ambulantes. Aquí se estudia el caso de Coyoacán, delegación de gran atracción turística al sur de la Ciudad de México, conocida por su riqueza histórica y su belleza estética. Se expondrá cómo los vendedores y artesanos ambulantes que fueron desalojados de los espacios públicos de esa demarcación organizaron estrategias de resistencia, ejemplificando su compromiso con un sentido de lugar; compromiso que no sólo resulta de la importancia económica de un sitio, sino también de los procesos sociales y culturales particulares que produjeron esta forma de espacio público.

El propósito central es examinar políticas urbanas de embellecimiento desde la perspectiva de aquellos individuos o grupos que no forman parte de ese proceso. Es decir, analizar las políticas de regeneración de los espacios públicos conforme la posición de los propios comerciantes y artesanos. Se busca articular el concepto geográfico de lugar, en concreto sentido de lugar, con las estrategias de resistencia realizadas por aquellos que han sido desalojados o reubicados. Así, el argumento central es que las luchas urbanas -por ejemplo los movimientos de los comerciantes ambulantes- poseen una dimensión tanto material como simbólica. Los vendedores que resisten y luchan contra su desalojo lo hacen porque tienen una relación material y simbólica con el lugar o espacio donde ejercen sus actividades laborales. Esta definición de lugar ayuda a entender que el desalojo de ambulantes y artesanos no es únicamente una modalidad de exclusión económica, sino también simbólica y afectiva.

Se presentan materiales de investigación obtenidos a partir de 2009 con metodologías cualitativas que involucraron, por un lado, trabajo de campo intensivo durante el verano de 2009 y, por otro, un proceso de seguimiento con visitas más cortas a la zona de estudio. La metodología utilizada consistió en entrevistas a profundidad con 30 vendedores y artesanos, autoridades de la delegación Coyoacán, visitantes, residentes y restauranteros del área. También se recurrió a la observación participante en manifestaciones y protestas organizadas por vendedores y artesanos, así como en las prácticas de su vida cotidiana en las plazas. El trabajo de campo fue complementado con el examen de notas periodísticas y conversaciones retrospectivas con vendedores sobre su lucha después de haberse implementado el proyecto Plazas Limpias.

 

Neoliberalización de los espacios públicos urbanos

El neoliberalismo resulta un tema fundamental en la discusión académica actual sobre los cambios vividos en las ciudades. Los procesos económicos globales han generado transformaciones intensas que convierten las ciudades en espacios de consumo orientados a la atracción de inversión extranjera (Zukin, 1991). La ciudad empresarial, como la han llamado analistas urbanos (Harvey, 1989), se caracteriza por prácticas y políticas públicas neoliberales impulsadas por la competitividad, más que por la redistribución (Peck y Tickell, 2002; Hall y Hubbard, 1996). Las políticas urbanas han priorizado procesos estéticos de renovación que apoyan la inversión en centros de atracción sean éstos comerciales o de convenciones, y los estadios deportivos, con el objetivo de captar capital nacional y global (Crilley, 1993; Boyle, 1999). Asimismo, los procesos de embellecimiento se enfocan en colonias construidas discursivamente como sucias y peligrosas, con lo que se legitiman prácticas de "limpieza" que suelen conllevar el desplazamiento de los sectores más pobres de la población (Kern, 2010). La ciudad empresarial se distingue entonces por producir nuevas formas de exclusión socioespacial. Ejemplos de prácticas excluyentes abarcan la privatización del espacio público, el surgimiento de comunidades enrejadas, la exclusión económica y política, la segregación y los ataques a los derechos de los ciudadanos (Dikec, 2002; Katz, 2001; Helms, Atkinson y MacLeod, 2007).

En cuanto a los espacios públicos, estas transformaciones se han materializado en políticas que privilegian lo estético como elemento central de renovación urbana, para convertirse en referentes turísticos (Harvey, 1989; Zukin, 1991; Christopherson, 1994). Así ha ocurrido, entre otros, con los proyectos urbanos de rescate patrimonial de los centros históricos en las ciudades latinoamericanas (Leal, 2007; Jaramillo, 2007; Silva, 2001). Las políticas urbanas actuales se centran, sobre todo, en la colaboración entre el gobierno urbano y el sector privado para desarrollar espacios comerciales y privados donde las prácticas e interacciones cotidianas estén cuidadosamente reguladas y vigiladas para fomentar las actividades de consumo, dando como resultado lo que Davis (2007) y Mitchell (2001) identifican como la privatización de los espacios públicos. El espacio público, pues, se ha vuelto un lugar de negocios en el cual los sistemas de seguridad físicos se usan para relegar a las personas no deseadas o a las prácticas que ponen en riesgo estos nuevos espacios de "negocios". Desde este punto de vista, los espacios públicos urbanos están desapareciendo, y las ciudades contemporáneas se están convirtiendo en espacios segregados y cerrados donde cada vez es más clara la separación entre lo que Svampa (2001) llama los ganadores y los perdedores. De este modo, los espacios públicos urbanos pueden servir de lente conceptual para acercarse a los problemas públicos urbanos que surgen de este régimen urbano (Caldeira, 2001; Cordera, Ramírez Kuri y Ziccardi, 2008; Duhau y Giglia, 2008). Por ejemplo, el crecimiento del comercio informal -fenómeno que se ha convertido en una alternativa de empleo y de supervivencia- se lleva a cabo, en muchos casos, a través de la apropiación de espacios públicos urbanos.

La gentrificación o el aburguesamiento como proyecto urbano neoliberal ya no se limita a ciudades del norte global, sino que se está reproduciendo de maneras que imitan un nuevo estilo de colonialismo (Atkinson y Bridge, 2005; Smith, 2002). Aunque han surgido ejemplos de aburguesamiento en algunas ciudades de América Latina, ha habido mayor énfasis en la transformación de la naturaleza de los espacios públicos urbanos que en la renovación de la propiedad privada. Mientras la fuerza detrás de la gentrificación en muchas ciudades occidentales se vincula al desarrollo de la propiedad privada (residencial y comercial), el acento en Latinoamérica se encuentra en la modificación de las calles y plazas públicas al abolir y prohibir las actividades que no se consideran lucrativas o interesantes, como el comercio en la vía pública.

Una de las mayores preocupaciones, y a su vez un gran reto, que enfrentan las políticas de embellecimiento de los espacios públicos en ciudades de la región es el llamado sector informal o comercio en la vía pública. Si bien es cierto que éste no es un fenómeno socioeconómico reciente, su magnitud y proliferación han llamado la atención de especialistas e investigadores interesados en entender cómo la realidad del comercio ambulante se yuxtapone con los imaginarios urbanos empresariales influidos por transformaciones en la economía global. La intención es entender cómo el embellecimiento de los espacios públicos y el aburguesamiento de ciertos espacios urbanos entran en conflicto con las prácticas cotidianas de individuos y grupos que no forman parte de esta visión. Muchos estudios han encontrado que implementar políticas que buscan reproducir imaginarios urbanos excluyendo individuos del comercio ambulante han provocado un fuerte rechazo de los comerciantes mismos.

Como lo han mostrado varias políticas de embellecimiento en Latinoamérica, los comerciantes no se quedan callados frente a las políticas públicas que buscan su desalojo. A pesar de los esfuerzos por realzar algunas zonas urbanas y reinventar espacios públicos, muchas políticas han sido derrotadas por comerciantes que luchan y resisten su desalojo. Así ocurrió en Cuzco, Quito, São Paulo y en la Ciudad de México (Jaramillo, 2007), donde tanto los comerciantes como sus organizaciones defienden su lugar de trabajo a como dé lugar. Esta defensa ha sido teorizada de maneras diferentes. Para Cross (1998), por ejemplo, la lucha por el lugar de trabajo de los comerciantes ambulantes es un proceso facilitado por las organizaciones existentes que gestionan y negocian los derechos cotidianos de los miembros. Las organizaciones de vendedores ambulantes son jugadores políticos cuyo poder de negociar con el Estado ha socavado múltiples prácticas de exclusión promovidas por las autoridades urbanas. En este caso, los mecanismos de defensa por un lugar se practican en formas colectivas que mejoran las condiciones de los vendedores ambulantes.

En un plano más individual, Bayat (2000 y 2004) arguye que la política de la "gente informal" se caracteriza por realizar una silenciosa invasión; es decir, una forma espontánea, informal, no planificada y a veces desarticulada de luchar por la redistribución mientras permanecen autónomos a las fuerzas del Estado y del mercado. El poder de acción y de defensa de un lugar es, desde esta perspectiva, silencioso, fraccionado, ordinario y forma parte de la cotidianidad. La lucha por un lugar es polifacética y puede adoptar modos diversos y simultáneos.

Los análisis que vinculan el comercio en la vía pública con movimientos de resistencia han sido de gran relevancia en la medida en que desafían las narrativas verticales estructuralistas que en muchas ocasiones pasan por alto las acciones de individuos marginados. Sin embargo, en estos análisis la noción de lugar es definida principalmente en términos económicos, con lo que se deja en la penumbra otras posibilidades de entender el papel que juega el lugar en la vida cotidiana. Mi intención es mostrar la función que desempeña el sentido de lugar en la lucha de los ambulantes por defender y mantenerse en los espacios públicos de la ciudad. El apego a un lugar y la necesidad de defenderlo es un proceso que tiene dimensiones materiales y simbólicas. No pretendo negar la importancia de la dimensión económica de la zona (y las repercusiones económicas de perder el acceso a una calle o a una acera), lo que sugiero es que la pérdida va mucho más allá de lo económico. Ser excluido o desalojado de un lugar supone también dejar un centro comunitario, un espacio que define parte de tu identidad individual y colectiva. Desde el punto de vista del ambulante, negarle un lugar en la vía pública no es sólo una forma de exclusión económica, sino también un acto que lo fuerza a redefinir quién es y cuál es su sentido de lugar. Al recurrir a trabajos de geógrafos sobre espacio y lugar, argumento que una noción dinámica de la resistencia requiere pensar las varias formas en que los ambulantes apegan un sentido a un lugar, a tal grado que se comprometen a rescatarlo y mantenerlo. La relación entre los vendedores ambulantes y sus lugares de trabajo (la calle) no es simplemente material y económica.

 

Sentido de lugar

El lugar es un concepto que dentro de la geografía humana ha sido estudiado desde varias vertientes. El movimiento postestructural brinda a la geografía humana herramientas conceptuales que facilitan nuevas interpretaciones sobre los conceptos espaciales más destacados de la disciplina. El concepto de lugar, a partir de una mirada postestructural, tiene como eje la experiencia del individuo o grupo. Lugar es definido como producto de múltiples relaciones sociales que se enmarcan dentro de procesos políticos y económicos, pero también culturales y emocionales. Para Lindón, Hiernaux y Aguilar (2006: 13), "el lugar es considerado como acumulación de sentidos". De igual modo, el sentido de lugar de la gente y las dimensiones intangibles -los sentimientos, las emociones y el significado dado a ciertos lugares- son esenciales en la producción de un lugar (Massey, 1993 y 1994). Entonces, el lugar está cargado de sentimientos y significados. Los sentimientos de la gente hacia un lugar y la forma en que lo viven en su vida diaria no existen en un vacío social. Por el contrario, los significados son formados en gran medida por las circunstancias culturales, económicas, políticas y sociales en las que la gente se encuentra. Los sentimientos y experiencias vividas son lo que convierten un espacio abstracto en un lugar con sentido. Por ende, para comprender la complejidad de las luchas de los comerciantes ambulantes por defender "sus" lugares es necesario contar con un concepto de lugar matizado, que incorpore la subjetividad como parte fundamental de las luchas urbanas (Cresswell, 2004). Muchas acciones de resistencia efectuadas por los ambulantes pueden entenderse mejor si consideramos que su sentido de lugar tiene dimensiones materiales y simbólicas.

Un aspecto notable en la producción de las ciudades es la yuxtaposición y la coexistencia de personas diferentes, cada una con su propio sentido de lugar. Esto produce múltiples significados y, en consecuencia, tensiones. Como apuntó Cresswell, el hecho de que en muchos lugares se produzca todo tipo de tensiones por esta copresencia de gente significa que la tensión y la lucha deben verse como una contribución a la producción del lugar (Cresswell, 1996). Sin embargo, en la resolución de estas tensiones se desarrollan prácticas materiales y discursivas que adjudican significados a los lugares. Por ejemplo, ¿cómo se define lo que está dentro o fuera de lugar? ¿Qué es bien recibido y qué no lo es? Además, debe tenerse en cuenta que las tensiones generadas por la copresencia y los múltiples significados de lugar involucran prácticas de poder -el poder de definir, de desalojar o de resistir-. Incluir esto -en representaciones de espacio y lugar-en las teorías de la resistencia es útil, pues nos dice "algo acerca de quién puede participar en la construcción y la diseminación de significados para los lugares, y por ende los lugares mismos" (Cresswell, 1996: 60). Cuando los vendedores ambulantes son obligados a moverse de ciertos espacios públicos de la ciudad, como lo mostrará el siguiente apartado, no sólo se les niega el acceso a sus lugares de trabajo, sino también su sentido simbólico de lugar y pertenencia (Rose, 1995).

 

Plazas Limpias

Hace ya más de una década que los espacios públicos en la Ciudad de México han sido objeto de discusión y preocupación tanto para el Gobierno del Distrito Federal como para la sociedad civil. A partir de 2001, el espacio público se vuelve un referente importante en el desarrollo de políticas públicas urbanas, incluyendo las de transporte público (el Metrobús) y de imagen urbana (el Proyecto de Rescate del Centro Histórico). Pero hasta 2007 la gestión del espacio público se convirtió en prioridad y empezó a aparecer explícitamente como parte de la política urbana de la ciudad. A través del Programa de Recuperación de Espacios Públicos en la Ciudad de México, conocido coloquialmente en algunas zonas como Plazas Limpias, se pone en marcha una política que busca embellecer y revitalizar calles, parques, plazas y otros espacios públicos de la ciudad; sus objetivos son: 1) recuperar las áreas verdes mediante el mantenimiento y la rehabilitación; 2) garantizar la seguridad pública a través de la vigilancia constante del espacio público; 3) promover las actividades físicas, culturales y otras actividades recreativas en el espacio público; 4) elevar la calidad de vida para la población local; 5) mejorar la imagen gracias a mejoras de infraestructura; 6) generar un impacto positivo en la calidad de vida de la población local (Gobierno del Distrito Federal, 2007).

Poco después de la introducción de este programa, en 2008, se crea un órgano administrativo dentro del Gobierno del Distrito Federal: la Autoridad del Espacio Público. Esta autoridad se constituye con el fin de apoyar al gobierno en la implementación del Programa de Recuperación de Espacios Públicos, así como de otras políticas vinculadas a dichos espacios. Su objetivo es lograr la gestión integral de los espacios públicos urbanos y evitar posibles fisuras administrativas (Gobierno del Distrito Federal, 2008). Los esfuerzos de "recuperación" sugieren que la reorganización del espacio público en el plano local es básica en los esfuerzos por hacer de la ciudad un centro más importante dentro de la economía global. Más específicamente, el enfoque en el espacio público urbano indica que el manejo y la regulación de la interacción en los espacios visibles -calles y plazas- son esenciales para el desarrollo económico de una ciudad. La "recuperación" del espacio público en la Ciudad de México ha conllevado la transformación física y social de sus áreas históricas más significativas y, en especial, de los destinos turísticos, que suelen estar ligados a una plaza o espacio públicos.

Esta política ha variado según la naturaleza del área en "recuperación". En zonas donde el turismo local e internacional es juzgado central para su vitalidad económica, la recuperación ha tomado una forma particular. Las zonas de atractivo turístico de la Ciudad de México están relacionadas primordialmente con ciertas áreas históricas, que comparten características en lo que respecta a los espacios públicos. La mayoría de los sitios históricos coloniales de la capital tienen una plaza pública. Las plazas en México, igual que en otros contextos latinoamericanos, son espacios multifuncionales y simbólicos donde diversos públicos -vendedores ambulantes, gente de negocios, autoridades estatales, turistas, residentes, artistas, etcétera- confluyen de formas a veces armoniosas, a veces conflictivas; se trata de espacios que "reafirman muchos aspectos de la cultura pública, material y no material" (Scarpaci, 2005: 48). En términos simbólicos, son vitales en la reproducción de la identidad local y, en algunos casos, nacional; concentran los mayores poderes políticos, religiosos y económicos, materializados en edificios del Estado, iglesias y mercados. Son centros de vida y trabajo para una gran parte de la población urbana (Hardoy y Gutman, 1991; Ramírez, 2009). Asimismo, son sitios económicos valiosos para sectores de la población urbana: son ideales para adquirir productos y servicios a precios, por lo general, relativamente bajos. Las plazas también funcionan como escenarios de protestas públicas en las que diferentes organizaciones sociales se congregan para desafiar a las autoridades.

La Ciudad de México cuenta con innumerables plazas. La más grande y visitada es el Zócalo, ubicada en el corazón de la ciudad, en el centro histórico. Pero hay algunas más pequeñas con un significado similar en cuanto a importancia histórica, cultural, social y económica. Las plazas Centenario e Hidalgo, ubicadas en la delegación Coyoacán, están entre estos espacios públicos que constituyen una red de plazas con mucha de la vitalidad del turismo de la urbe. Parte de su atractivo yace en su ubicación: el centro histórico de Coyoacán, producto de múltiples historias, cada una de las cuales se ha superpuesto en la otra, y que han aportado elementos que permanecen en las representaciones del lugar (Safa, 1998). El centro histórico de Coyoacán, como muchos de su tipo, reviste un valor cardinal para la vida material y simbólica de México (Ramírez, 2009). Tiene significados muy importantes para diferentes actores sociales que lo utilizan en su vida diaria. Se trata de plazas que operan como un lugar donde familias, vecinos, turistas, ambulantes y artesanos interactúan, cooperan, entran en conflicto, se divierten, compran y desafían a las autoridades. Esta mezcla y multiplicidad hace que políticas urbanas como las de recuperación del espacio público sean conflictivas y generen fuertes luchas de poder dentro de y entre diferentes actores sociales con diversos intereses y relaciones con el espacio público.

En Coyoacán, el Programa de Recuperación de Espacios Públicos comenzó en marzo de 2008 con el nombre Programa Integral del Rescate del Centro Histórico de Coyoacán.1 Con un costo aproximado de 88 millones de pesos, el plan se implementó en tres fases (Robles, 2009). La primera consistió en mejorar la infraestructura subterránea: se remplazaron casi 1 000 metros de alcantarillados y tuberías y se instalaron 2 000 metros de nuevos cables para telecomunicaciones. En la segunda etapa se cambiaron alrededor de 11 000 metros cuadrados de carpeta asfáltica por concreto hidráulico estampado y se colocaron 12 000 metros cuadrados de baldosas rojas y grises en el suelo de ambas plazas. Finalmente, la tercera etapa consistió en renovar y embellecer la infraestructura visible de las plazas, incluyendo nuevas bancas, postes de luz y botes de basura; se remodelaron el quiosco y los jardines. En esta etapa participaron de manera conjunta la Secretaría de Desarrollo Urbano y Vivienda del Distrito Federal (Seduvi) y el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). En todo momento, el trabajo requirió desalojar a más de 500 vendedores y artesanos ambulantes de las plazas Hidalgo y Centenario. Por ende, el programa no sólo implicó la transformación física de los espacios públicos, sino también la alteración de las prácticas sociales e interacciones que eran cruciales para los diferentes actores sociales de la zona, en especial las de aquellos cuya vida económica y social se desarrolla en las calles y plazas.

La puesta en marcha de Plazas Limpias en Coyoacán fue un proceso altamente politizado por la presencia de múltiples actores sociales afectados de manera diferencial. Este artículo se enfoca de manera concreta en los ambulantes y artesanos, pues fueron ellos quienes tuvieron que irse de los espacios públicos de la delegación. Sin embargo, el proyecto Plazas Limpias involucró y afectó a otros actores, cada uno con sus posturas, intereses, conexiones, vínculos, ideas e imaginarios de cómo debería llevarse a cabo un proceso de cambio en Coyoacán. Es decir, cada uno con su sentido de lugar. En muchos casos, el programa intensificó conflictos ya existentes entre los distintos actores y organizaciones, así ocurrió con algunos vecinos y comités vecinales del centro de Coyoacán, opuestos a los artesanos y ambulantes, que se indignaron con las autoridades delegacionales por permitirles regresar a las plazas al terminarse las obras. La inconformidad de los vecinos con los ambulantes y artesanos está asociada a la percepción de su uso indiscriminado e irregular de los servicios de la zona, así como su participación en la venta ilícita de productos.

Para muchos vecinos, la presencia de ambulantes y artesanos en las plazas de Coyoacán representa uno de los mayores retos para la delegación y para el programa Plazas Limpias. Asimismo, numerosos habitantes de la zona expresaron su frustración por la ineficiencia de las instituciones delegacionales para lidiar con el problema del ambulantaje. Ante esta desconfianza institucional local, un gran número de residentes buscó la intervención del Gobierno del Distrito Federal y del INAH. A pesar de estar en favor del embellecimiento de las plazas y los espacios públicos del centro histórico de Coyoacán, muchos vecinos rechazaron la forma en que la delegación realizó el programa Plazas Limpias. Por ejemplo, el retraso en las obras (Hernández y Cabrera, 2009) aumentó las sospechas acerca de la capacidad delegacional de efectuar programas con eficiencia y transparencia. Como ya se ha estudiado (Ramírez, 2009), la zona centro de Coyoacán tiene tradicionalmente una población residente muy participativa y activa en cuestiones vinculadas a cambios locales. El programa Plazas Limpias propició la reaparición de esta ciudadanía participativa, que manifestó su descontento colocando en la Plaza Centenario mantas con la leyenda "Ya basta de corrupción en Coyoacán (Unión de Vecinos, Colonia del Carmen)".

El descontento con Plazas Limpias fue compartido también por un sinnúmero de comercios establecidos de la zona. Al cercar las plazas con mallas de alambre, éstos vieron disminuir de inmediato sus ventas y ganancias, algunos hasta 80 por ciento (Robles, 2008b). Ante esta situación demandaron ayuda delegacional para mitigar las pérdidas económicas y, en ocasiones, exigieron indemnización (Cabrera, 2009b). Como respuesta, la delegación ofreció créditos a los comercios establecidos afectados por las obras. Pero, más allá de las afectaciones económicas, los restauranteros expresaron no poder brindar un buen servicio al estar entre escombros, cansados y con poco personal (Cabrera, 2009a). Como sucedió con los vecinos, los comerciantes establecidos estaban en favor de la mejora física del centro delegacional, pero también desilusionados por la falta de liderazgo de las autoridades para concluir las obras en el tiempo debido. En efecto, Plazas Limpias debilitó más la confianza hacia las autoridades locales para responder a las exigencias de los diferentes agentes sociales. La idea de embellecer el centro de Coyoacán fue apoyada al inicio tanto por los residentes como por los restauranteros y comerciantes establecidos. Sin embargo, el modo en que se llevó a cabo, el retraso de las obras y las negociaciones entre ambulantes y la delegación crearon opiniones fragmentadas y una diversidad de afectaciones en la vida diaria de quienes convivían en la zona, incluyendo a los artesanos y ambulantes. Como discutiré en la siguiente sección, el desalojo de artesanos y vendedores de las plazas conllevó un proceso de redefinición de sus redes sociales, económicas y culturales que habían sido consolidadas en los últimos 20 años. El sentido de lugar de Coyoacán formó parte esencial de su movimiento de resistencia.

 

Resistencia al desalojo

Hay mucha gente que está sola [...] y que
durante el plantón venía diario a visitarnos y
es gente que nos decía: ¿si los quitan, yo qué
hago? ¿Con quién voy a hablar? [...] Y es
gente que se la pasaba aquí saludando puesto
por puesto, sábado y domingo. "Qué onda,
chavo, cómo has estado, qué dice la familia
[...] la lluvia [...] el sol". En fin. Venia a
platicar y eso es parte de una terapia social.
Y esa parte nadie se fija en ello.

Entrevista, julio de 2009

Las reformas económicas neoliberales iniciadas en México a fines de los ochenta aumentaron el desempleo y la privación de derechos en muchos sectores de la población urbana, lo cual propició la proliferación de las actividades económicas en la vía pública. En ese momento Coyoacán vivió un rápido crecimiento del ambulantaje en las plazas y en otras calles del centro histórico. Si bien este tipo de comercio tiene una larga historia en México, en el centro histórico de Coyoacán surgió en la década de los ochenta con aproximadamente 20 vendedores -el "Grupo de los 20", como fueron conocidos- que se establecieron en una de las plazas, buscando un modo de vida alternativo (entrevista, 8 de agosto de 2009).2 Como recuerda Samuel, "el grupo de 20 comenzó como un movimiento contracultural. Éramos artesanos que estábamos aquí [en la plaza] no sólo por nuestras circunstancias económicas, sino también por convicción; para buscar una vida económica alternativa a la que ofrecía el sistema capitalista" (entrevista, 14 de agosto de 2009). Por lo tanto, ser un artesano en la plaza se convirtió en una economía alternativa para muchos de quienes se establecieron en Coyoacán.

Antes de la implementación de Plazas Limpias había más de 500 vendedores y artesanos en las plazas Centenario e Hidalgo, organizados en 22 agrupaciones, la mayoría creadas en los noventa para obtener legitimidad y poder de negociación ante las autoridades locales. La naturaleza de estas organizaciones y sus membresías distan de ser homogéneas. Algunas se caracterizan por ser de artesanos y sólo aceptan a auto-productores -individuos que estén íntimamente conectados con la producción y los procesos creativos del producto-. Otras son internamente diversas en cuanto a los productos que venden sus miembros. Algunas tienen más de 40 miembros, otras sólo tres. También existen diferencias entre miembros de una organización, no sólo por la diversidad de los productos que ofrecen, sino, lo más importante, por las circunstancias que los llevaron a establecerse en Coyoacán y usarlo como su espacio principal de trabajo. Mientras para muchos el ambulantaje representa el mejor medio para ganarse la vida en circunstancias socioeconómicas difíciles, para otros es una forma explícita de resistencia: "una actividad para demostrar que es posible vivir al margen de los sistemas de explotación y alienación impuestos por el modelo capitalista de producción" (entrevista, 14 de agosto de 2009).

Cuando cerraron las plazas Centenario e Hidalgo, vendedores y artesanos de diferentes organizaciones se juntaron para integrar un plantón de resistencia pacifica, con el cual iniciaron una protesta basada en nociones de pertenencia, identidad y compromiso con un lugar. Como afirma Marcela, "Llevamos aquí 25 años haciendo de éste, no mi espacio, sino nuestro espacio. Nosotros [los vendedores y artesanos] hicimos de este lugar lo que es [...] puede que no tenga un recibo para mostrar propiedad, pero es un lugar que hemos hecho nosotros y lo hicimos para nosotros y para los demás" (entrevista, 29 de julio de 2009). Asimismo, Rodrigo, uno de los artesanos, dijo: "Nuestro lugar es aquí. De aquí emergimos y crecimos. Nos podríamos ir a otro lugar, pero ¿por qué lo haríamos? Nuestro lugar es aquí. Irnos sería aceptar que ya no somos parte de esto" (entrevista, 2 de agosto de 2009).

Según el encargado de supervisar el proyecto por parte de la delegación, el objetivo de Plazas Limpias fue recrear una imagen de las plazas de Coyoacán como: "totalmente limpias de vendedores ambulantes [...] para que todos los transeúntes, tantos los extranjeros como del propio país, puedan disfrutar de sus plazas. Coyoacán es una de las partes muy concurridas por todo lo que tiene de historia" (entrevista, 23 de julio de 2009). Los imaginarios vinculados a la tradición fueron fundamentales en la creación de una necesidad percibida de renovar los espacios y plazas públicas en la zona. En estos discursos estaba contenido un sentido de pérdida de la tradición relacionada con las actividades de crecimiento, tales como el ambulantaje. Plazas Limpias ha construido discursivamente el centro histórico de Coyoacán como un área rica en historia y cultura con la memoria de prácticas tradicionales que tienen el potencial de ser rescatadas. Como prosiguió el funcionario de la delegación, "no les podemos permitir que después de tener las plazas tan bonitas se sigan manteniendo los vendedores, ¿verdad? Se les van a proporcionar espacios a los tradicionales como son los papeleros, globeros, los algodoneros. Esos permanecerán; bueno, algunos. No todos. Lo que es tradicional de una plaza" (entrevista, 23 de julio de 2009). La historia y la tradición fueron definidas físicamente por la delegación a partir de los edificios y la arquitectura colonial, y, en términos sociales, a través de la visibilidad de actores económicos involucrados con roles definidos como tradicionales por la propia delegación. Los vendedores y artesanos ambulantes que no formaban parte de estos imaginarios de tradición debían abandonar las plazas Centenario e Hidalgo de manera definitiva.

Plazas Limpias comenzó el 24 de marzo de 2008, con la autorización de la Dirección General Jurídica y de Gobierno de la delegación Coyoacán de cercar las plazas Hidalgo y Centenario. Para muchos artesanos y ambulantes éste fue un acto antidemocrático y agresivo, ya que la mayoría tenía permisos entregados y autorizados por el Gobierno del Distrito Federal para ubicarse en las plazas. Además, antes del desalojo, en 2007, ambulantes y artesanos habían acordado con las autoridades su permanencia en los espacios públicos (los fines de semana) con la condición de embellecer sus puestos. Con un costo aproximado de 3 500 pesos, muchos ambulantes y artesanos aceptaron mejorar la imagen del tianguis y adquirir nuevos puestos autorizados por la delegación (Cabrera, 2008). A pesar de este acuerdo -no formalizado- entre ambulantes y autoridades para mejorar la imagen del tianguis, la delegación anunció el comienzo del Programa Integral del Rescate del Centro Histórico de Coyoacán sin darles indicaciones sobre su situación y posible reubicación. Frente a esta incertidumbre, los ambulantes ejercieron presión sobre la delegación, quien les ofreció la opción de colocarlos en la Alameda del Sur; algunas organizaciones se instalaron en ella, pero la mayoría se quedó en el centro histórico de Coyoacán para organizarse y luchar por un sitio en las calles y plazas del área, a pesar de la falta de acceso.

La opción de establecerse temporalmente en la Alameda del Sur reavivó un largo conflicto entre artesanos y ambulantes de la zona. Este conflicto no es organizacional, ya que muchos gremios de artesanos tienen miembros que son comerciantes, y viceversa, sino que sobrepasa el nivel gremial y tiene que ver con ideas fragmentadas sobre quién tiene legitimidad material y simbólica de pertenecer y ser parte de un imaginario urbano. Para aquellos que se llaman artesanos, esta legitimidad está vinculada a la cercanía del individuo que vende en la calle con el proceso productivo. "Cuando tú tienes un objeto en el que estás invirtiendo tu sentimiento, tu pensamiento, tu tiempo, tu cultura, pues la producción va cargada. Aunque sea lo más simple, como un objeto liso, lleva una carga existencial, cultural y económica. Tiene todo un contenido" (entrevista, 12 de julio de 2009). Es decir, es el verdadero artesano el que directamente convierte la materia prima en artesanía (por ejemplo una piedra en anillo), y el que inició la venta de artesanías en Coyoacán hace 20 años es quien tiene derecho a estar en las plazas. De acuerdo con un artesano de la zona, refiriéndose a los comerciantes:

ellos no tienen derecho y nosotros sí. Ellos dicen que son artesanos y nosotros decimos que son comerciantes. Nosotros somos artesanos. A nosotros aplícanos la ley y a ellos también; pero la ley que va para los comerciantes es pago de impuestos, pago de derechos, pago de salarios. No hay una ley que permita que ellos estén en la vía pública. Y menos con fayuca. Y la fayuca que viene de Taiwán implica la miseria de mi familia [como artesano] [entrevista, 19 de julio de 2009].

La división entre artesanos y ambulantes en Coyoacán no surge sólo de poner en marcha Plazas Limpias. Como observó Esther:

Esta separación es histórica. Todos los que empezamos aquí éramos artesanos [...] Pero hay quienes decidimos, por ejemplo, terminar una carrera, ser padres de familia y querer tener mejor vida, darle educación a nuestros hijos, etcétera. Entonces yo ahora fabrico la mitad y la otra mitad la compro y vendo [...] Pero bueno, eso los "artesanos puros" nunca lo van a entender. Llevan 20 años en esa onda. Hay algunos que cambiaron su posición y ya dicen "bueno, todos somos artesanos, está bien". Pero hay otros que no, y siempre van a ver esa división [entrevista, 8 de agosto de 2009].

Esta división "histórica" entre artesanos y ambulantes se reconfigura al comienzo de Plazas Limpias. Cuando la delegación les propuso la reubicación, dos organizaciones que se hacen llamar de artesanos tomaron la propuesta y se fueron a la Alameda del Sur. Para muchos, esto fue un plan estratégico de la delegación para debilitar inmediatamente el poder de lucha de quienes se quedaron. Pero el objetivo de varios de los que aceptaron trasladarse era mantener una buena relación con las autoridades para tener más injerencia y poder de negociación una vez terminadas las obras. Así, la discordia histórica entre artesanos y ambulantes se reconstituyó durante el comienzo de Plazas Limpias al yuxtaponérsele una nueva dimensión: los que se reubicaron y los que se quedaron en las plazas de Coyoacán y organizaron el plantón.

Quienes se reubicaron buscaban un trato diferencial por parte de la delegación, y así fue; las negociaciones entre la autoridades delegacionales y ellos comenzaron a girar en torno a dónde ubicarlos de manera permanente una vez terminadas las obras. Su propuesta fue la Casa del Artesano, en la Plaza Centenario. En cambio, para los que se negaron a moverse la relación con las autoridades tomó un rumbo más antagonista y de resistencia. En lo que sigue, explicaré las formas de resistencia promovidas por aquellos ambulantes y artesanos que no accedieron a las exigencias gubernamentales y dieron la batalla por el regreso a sus espacios originales de trabajo.

Los vendedores y artesanos ambulantes diseñaron varias actividades de resistencia al programa. Sus estrategias muestran que ésta fue no sólo una lucha por un lugar material, sino por sus derechos como ciudadanos-artesanos por permanecer como miembros del imaginario de estas plazas. Discutiré las formas en que se llevó a cabo la resistencia, y cómo la popularidad y el gran número de personas y actividades en las plazas fueron aprovechados para fortalecer el movimiento de resistencia. Practicaron una gran diversidad de estrategias y emplearon las características culturales y creativas del imaginario de Coyoacán como base. El deseo de los vendedores y artesanos era cultivar una noción de cultura incluyente que los incorporara como actores fundamentales en la reimaginación de Coyoacán en cuanto centro cultural.

El trabajo académico sobre la acción colectiva ha reconocido el papel de las escalas espaciales en la movilización de los grupos de resistencia. Investigaciones en este campo demuestran cómo las tácticas geográficas escalares pueden tener consecuencias positivas para el éxito de las movilizaciones (Miller, 2000). Por ejemplo, las conexiones hechas a través del espacio por las Madres de la Plaza de Mayo (Bosco, 2006) o las redes establecidas mediante la tecnología por el movimiento zapatista muestran la relevancia de los procesos espaciales en la consolidación de la acción colectiva. La escala espacial también fue básica en la movilización de los vendedores y artesanos ambulantes. Su objetivo era llegar a un área y a un público amplios, pero sus tácticas se mantuvieron confinadas a un lugar. Utilizando la idea de Coyoacán como lugar que reúne una extensa gama de prácticas e interacciones, los vendedores y artesanos usaron las plazas como escenario central para su resistencia. Como dice Arnoldo, "nuestra lucha no sólo era una lucha por un espacio de trabajo. Defendíamos un espacio público. Un espacio de coexistencia, un lugar de encuentro [...] porque Coyoacán es precisamente un lugar donde coexiste la multiplicidad" (entrevista, 25 de julio de 2009).

Si bien el plantón comenzó como un acto esporádico e informal ocasionado por el cierre de las plazas, se convirtió en un conjunto más grande y organizado de prácticas que retomaron y a la vez reaccionaron a una geografía ya establecida de exclusión de vendedores en la Ciudad de México. La política de Plazas Limpias había tenido éxito en el desalojo de los vendedores de otras plazas importantes de la ciudad, sobre todo del centro histórico de la Ciudad de México, donde la mayoría de los vendedores ambulantes fueron reubicados en mercados cerrados (Crossa, 2009). Esta práctica se volvió emblemática del ethos del nuevo gobierno de la ciudad, basado en la tolerancia cero hacia el ambulantaje. Plazas Limpias en Coyoacán tuvo el mismo objetivo de desalojo, sólo que los artesanos y vendedores legitimaron su presencia en las plazas al recrear una imagen de ellos mismos mediante discursos de diferencia y separación de los ambulantes del centro histórico de la ciudad. Rodrigo clarificó: "Nos tratan como si fuéramos vendedores del centro histórico, que venden puros productos chinos o que no son de fiarse. Nosotros somos diferentes. No estoy diciendo que seamos mejores o peores. Sólo somos diferentes" (entrevista, 2 de agosto de 2009).

Con la identificación de diferencias esenciales respecto de los comerciantes ambulantes de otras partes de la Ciudad de México se construyó una identidad colectiva alrededor de Coyoacán. Como comentó Fernanda, "La naturaleza de este lugar es completamente diferente. Coyoacán nació de un movimiento contracultural. Empezamos aquí porque nos rebelábamos contra un sistema. Los vendedores del centro histórico tienen un historial muy diferente" (entrevista, 7 de agosto de 2009). Este "historial diferente" que señala Fernanda fue un discurso expresado por muchos vendedores y artesanos de Coyoacán. Se hizo hincapié en que Coyoacán creó y desarrolló un tipo distinto de vendedor y de prácticas de venta. Además de lo que Lindell (2010) identifica como la multiplicidad de relaciones de clase y posiciones contenidas dentro de la economía informal, el caso de Coyoacán muestra cómo esta multiplicidad es también geográfica. Coyoacán fue central en la identidad colectiva de los vendedores a través de la construcción simultánea de la igualdad ("nosotros") -confinada a quienes están dentro de Coyoacán- y la diferencia ("ellos") -asociada a quienes están fuera de Coyoacán-. Como señaló Juan, "Nuestro movimiento tenía que tener referencias culturales, históricas y antropológicas, porque de eso se trata Coyoacán. Y el típico discurso del gobierno de descalificar nuestra existencia es para igualarnos con los vendedores del centro histórico. Pero ellos [los vendedores del centro histórico] hacen daño y arruinan un lugar. Nosotros no" (entrevista, 26 de julio de 2009).

En Coyoacán, se desarrollaron novedosas estrategias de resistencia como medio para diferenciarse de los vendedores del centro histórico. Como argumentó Edgar, "las razones por las que lograron sacar a los ambulantes del centro histórico fue porque los vendedores no tenían el apoyo del público. De hecho la gente [está] contenta con que se fueran" (entrevista, 31 de julio de 2009). Parte de la debilidad y el fracaso percibido de los vendedores del centro histórico fue la falta de apoyo de la población local. Por esto, la búsqueda de apoyo local, nacional e internacional fue un componente medular de su movimiento de resistencia. Se estima que más de 50 000 personas visitan las plazas Centenario e Hidalgo cada fin de semana (Robles, 2008a). El objetivo de los comerciantes era acceder a ese nicho en busca de apoyo. Durante el plantón de ocho meses, realizaron talleres y sesiones para informar a la población de lo que hacían y la trascendencia de Coyoacán para su constitución. Elevaron una petición y juntaron más de 160 000 firmas de gente que condenaba su desalojo de las plazas Centenario e Hidalgo. Aunque esta forma de resistencia estaba físicamente confinada a los espacios públicos de Coyoacán, la táctica buscaba hacer conexiones escalares, es decir, utilizar el imaginario de Coyoacán como lugar atractivo para visitantes nacionales e internacionales con el fin de obtener el apoyo de éstos y luchar por su derecho a permanecer en las calles y plazas.

La retórica que rodea a Coyoacán como lugar único dentro de la Ciudad de México ha moldeado un sinfín de tácticas de resistencia de los comerciantes. La imagen de Coyoacán como un centro artístico y cultural fue usada con creatividad en su movimiento de resistencia contra la política de Plazas Limpias. El elemento creativo fue resultado de su deseo de encontrar un estilo de resistencia que la gente apoyara, pero que también le recordara las prácticas culturales que constituyen su forma de vida. Rodrigo resume esto al afirmar que "Coyoacán es un icono de arte, artesanías y cultura. Decidimos que nuestro movimiento tenía que aprovechar eso. Todos usamos nuestros diferentes talentos para hacer de nuestro movimiento un movimiento alternativo" (entrevista, 2 de agosto de 2009). Como sugirió Jorge, "Nuestro movimiento es diferente. Nuestro signo son nuestras manos. Creamos con nuestras manos. Nuestro movimiento también se basó en crear con nuestras manos" (entrevista, 25 de julio de 2009).

Cuando las autoridades de la delegación cercaron las plazas, los vendedores y artesanos aprovecharon las obras de construcción como una galería informal al aire libre con fotografías, pancartas coloridas y videos de su lucha. El objetivo era informar a la población de los sucesos por medio de sus ojos y sus "manos". Las fotografías mostraban diferentes momentos de su lucha contra el proceso de Plazas Limpias, incluyendo su desalojo forzado, la entrada de granaderos para impedir plantones, la creación de una cadena humana para prevenir el acoso policial, etcétera. La muestra atrajo la atención de numerosos visitantes y de los medios (Pantoja, 2008), en ella incluían tablas de información que no sólo educaban a la gente sobre la situación de los comerciantes, sino que también eran usadas para vender algunos de sus productos y fortalecer sus actividades económicas. Más de 200 vendedores y artesanos participaron en este proceso, creando una extensa hilera de mesas para presentar sus productos y ofrecerlos a visitantes, clientes o turistas. Además, usaron las mesas para dar talleres gratuitos a menores interesados en elaborar artesanías tales como papel maché, maracas, piñatas, pinturas y caleidoscopios. Dichos talleres se volvieron muy populares entre las familias que acudían a Coyoacán los fines de semana. Durante los talleres, los vendedores y artesanos hablaban y contestaban preguntas sobre su lucha y los intentos del gobierno por desalojarlos. Interacciones imaginativas de este tipo tenían el doble propósito de jugar y protestar. Con estos actos, los comerciantes enfatizaban que no sólo eran vendedores ambulantes, sino que su contribución a Coyoacán era creativa. El mensaje era claro: expulsarlos de las plazas de Coyoacán significaba desalojar tanto su vida creativa como la del área.

La capacidad de inventiva imbuía muchos actos de resistencia. Invitaron a una variada gama de artistas a su plantón, incluyendo a bailarines, bandas de rock, cantantes y bateristas. Asimismo, organizaron un desfile carnavalesco a las oficinas del gobierno de la ciudad para mostrar que su presencia creativa era el elemento constitutivo de su bienestar, así como el de las plazas (Barrera-Aguirre, 2009). Como dijo Marina, "Coyoacán es festivo, y ése era el objetivo de nuestra lucha, hacerlo festivo" (entrevista, 8 de agosto de 2009). En palabras de Mateo, al describir el plantón, "no sólo era para defender un lugar de trabajo individual o colectivo. También defendíamos una forma de ser; una forma de vida que es parte de la esencia de Coyoacán" (entrevista, 25 de julio de 2009).

 

Conclusiones

Después de ocho meses de plantón, terminó la remodelación y los vendedores negociaron con las autoridades delegacionales su regreso a las plazas por un corto periodo, mientras que se acondicionaba un estacionamiento cerrado para su reubicación. Los vendedores y artesanos volvieron a las plazas por siete meses, durante los cuales siguieron su lucha con carpas de resistencia, mesas de discusión, baile y talleres artesanales. A pesar de estos esfuerzos, muchos fueron obligados a evacuar las plazas y a establecerse en el estacionamiento remodelado en septiembre de 2009. Al ser movidos a un espacio cerrado fueron invisibilizados, y obligados a redefinir quiénes eran y su relación con el lugar en el que por años fincaron y reforzaron sus redes sociales. La historia del movimiento de resistencia de los vendedores y artesanos de Coyoacán sigue en curso. La resistencia fue un proceso largo que involucró negociaciones y luchas que han cambiado el curso de las decisiones y la naturaleza del movimiento. Si bien hay quienes pueden juzgar que su resistencia fue un fracaso debido a su reubicación forzada en un espacio cerrado, mi interés yace en el proceso de resistencia y el papel que juega el lugar en sus luchas por permanecer en las plazas central es de Coyoacán. Las estrategias de resistencia posteriores a su desalojo ejemplifican su necesidad de mantener las redes económicas que les brindaban un sustento, así como su compromiso con un lugar cultural, social y emocional en el que se materializaban múltiples relaciones sociales.

El caso de Coyoacán y de Plazas Limpias es emblemático de un conjunto más amplio de cambios que ocurren a escala nacional e internacional para formalizar las economías a través del movimiento de personas involucradas en las llamadas actividades informales. A partir de una retórica de rescatar o renovar los espacios públicos, se han implementado políticas urbanas neoliberales con el objetivo de redefinir la economía informal y sus espacios. En vez de tratar los problemas socioeconómicos fundamentales -que casi siempre llevan a las personas a dedicarse a las actividades informales en las calles-, los gobiernos urbanos los empujan hacia espacios invisibles donde no se puedan ver, oír, oler ni sentir. Además de ser removidos de sus espacios económicos se les niega su lugar "privado", que normalmente se relaciona con el hogar. Para los vendedores ambulantes en Coyoacán, las plazas no sólo son un lugar de trabajo, sino donde cuidan a sus hijos, se encuentran con sus amigos, comparten nuevas ideas, florecen las relaciones amorosas y discuten todo tipo de temas. Las plazas Centenario e Hidalgo representaban la yuxtaposición de los espacios públicos de vendedores y artesanos con aquéllos de sus hogares. La resistencia -sea que tome la forma de una acción colectiva en las calles, que se manifieste con acciones silenciosas e individuales o que se exprese en movilizaciones en los espacios públicos- suele ser mostrada como una lucha por rescatar y recuperar sólo un espacio económico. No pretendo menospreciar el valor de los procesos económicos en la conexión de la gente y su lucha por un espacio, sino exponer que la conexión de la gente con los espacios y su deseo de defenderlos no son una lucha exclusivamente material sino también un proceso simbólico de ser incluido en un imaginario espacial urbano. Tener en cuenta el sentido de lugar ayuda a entender no únicamente los vínculos socioespaciales, sino las estrategias utilizadas para defender y luchar por el lugar.

 

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Notas

1 Cabe señalar que este programa no ha sido el primer ni el único intento por regular el espacio público en la zona centro de Coyoacán. En efecto, en 1998 se elaboró un Programa Parcial del Centro Histórico de Coyoacán que quedó inconcluso por los conflictos entre diferentes actores sociales de la zona (Álvarez, 2003).

2 Todos los nombres en este artículo han sido cambiados para respetar el anonimato de los participantes.

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