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Alteridades

versão On-line ISSN 2448-850Xversão impressa ISSN 0188-7017

Alteridades vol.22 no.43 Ciudad de México Jan./Jun. 2012

 

Identidades, diferencias y desigualdades

 

Haciendo una pasada: bordes, jerarquía y legitimación de la desigualdad social en un puerto argentino*

 

Making a (good) pass. Borders, hierarchy and legitimation of social inequality in an international port in Argentina

 

Silvina Merenson**

 

** Investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas y docente del Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín. Paraná 145 5o. piso (C1017AAC) CABA - Argentina <smerenson@unsam. edu.ar>.

 

* Artículo recibido el 01/06/11
Aceptado el 26/09/11.

 

Abstract

This article analyzes the meanings that take the Jit and lack of Jit between the social and symbolic boundaries, the hierarchies, the legitimations of social inequalities based on the groups involved in "the moves" of buying and selling contraband, better known as "smuggling", in an international port in the Argentinian-Uruguayan border.

Key words: borders, economic transactions, social categorizations.

 

Resumen

En este artículo se analizan los sentidos que asumen los acoplamientos y desacoplamientos entre los bordes sociales y simbólicos, las jerarquías y las legitimaciones de las desigualdades sociales a partir de la interacción entre los grupos que intervienen en la pasada (la compra de mercancía para su reventa al otro lado de la frontera territorial, actividad comúnmente conocida como "contrabando") en un puerto internacional situado en la frontera argentino-uruguaya.

Palabras clave: frontera, transacciones económicas, categorizaciones sociales.

 

Luego de unos días de lluvia, el Puerto Internacional de Villa Eugenia1 recupera su actividad habitual. En las inmediaciones del muelle, unas 15 personas esperamos el arribo de la lancha procedente de la ciudad uruguaya de Esperanza. A unos metros, un hombre atiende su teléfono y se disculpa por la demora: pensaba que sonaba su "celular argentino" y no "el uruguayo". Pregunta a su interlocutor qué le envía. En una libreta anota el extenso pedido de mercancías. Un joven que espera junto a él elogia la transacción: "estás chiveando lindo, ¿eh? Yo tengo poco pedido bueno". Ambos "chiveros" empiezan a conversar sobre lo poco que rinde la venta de artículos de limpieza, pero también sobre lo sencillo que resulta pasarlos y revenderlos en Esperanza. "Chivear", como "bagayear", "contrabandear" o sus nominaciones derivadas -"chivero", "bagayero" o "contrabandista"-, designa una acción y una ocupación o trabajo: el comercio de productos a través de una frontera territorial, en el límite difuso de la legalidad. Estos términos nativos aluden a un estilo de vida y a su identificación con un segmento particular de la estructura social habitualmente caracterizada por la baja renta.

Cuando la lancha se acerca al puerto llega el oficial de Prefectura Naval Argentina. De estricto uniforme, Cáceres hace un gesto de saludo con su gorra, pregunta quiénes van a viajar y pide que se anoten con Luis, que acaba de llegar en una desvencijada bicicleta. Luis recoge los documentos y escribe los datos en el Manifiesto de pasajeros.2 Mientras esto sucede, un auto identificado con la leyenda "AFip-Aduana" recorre las tres cuadras que separan el edificio de la delegación aduanera del muelle. De él desciende Claudio, el único aduanero del puerto, quien de inmediato comienza a observar el equipaje de los pasajeros. Con el ceño fruncido y actitud solemne pide a algunos de los chiveros que abran sus bolsos y cajas. Éstos desarman lentamente lo que horas atrás habían embalado con sumo cuidado. Durante la inspección dominan el silencio y las miradas esquivas tanto de los chiveros como de los comerciantes que exhiben sus talonarios de facturas. Mientras aquéllos rearman rápidamente sus bolsos y cajas, Cáceres toma la lista elaborada por Luis y comienza a llamar a cada pasajero por su nombre y apellido. Tras ser nombrado, cada uno toma su lugar en la fila. Un hombre que llega arrastrando un carro pregunta a los pasajeros si a cambio de cinco pesos argentinos o su equivalente en pesos uruguayos quieren ayuda para subir la mercancía a la lancha. "¡Cachito! ¡Vos me salís más caro que mi marido!", bromea una mujer que hace unas horas regresó de Buenos Aires, luego de comprar ropa para revender en su comercio situado en el centro de Esperanza. Aunque ella le dice a Cacho que no precisará ayuda esta vez, Cáceres, casi como una orden, indica al cargador que se ocupe de sus cinco bolsos, porque "la señora algo te va a dar". Cacho accede sin pronunciar una palabra, al igual que la señora. Los chiveros y Cacho cargan bolsas y cajas dentro de la cabina y sobre el techo de la lancha, en un despliegue de fuerza física admirable y visiblemente extenuante. Las mujeres permanecen en la fila, vigilando que sus equipajes sean tratados con cuidado y colocados en el lugar correcto. "Ya está todo", avisa Cacho a Cáceres y éste al lanchero, que en ningún momento pisa tierra ni abandona su puesto en el timón. Luego Cáceres, dirigiéndose a los pasajeros, que en menos de dos horas volverán a Villa Eugenia en esta misma embarcación, los despide con suma ironía: "que tengan buen viaje, gracias por su visita, esperamos su pronto regreso a nuestro país".

Todo esto sucede en escasos 15 o 20 minutos. Al zarpar la lancha, de nuevo hacia Esperanza, el muelle queda desierto. Así se completa una parte de la pasada, de una buena pasada según mis interlocutores.3

Situaciones e interacciones como las antes descritas se repiten día tras día en el Puerto Internacional de Villa Eugenia, situado en el litoral argentino, frente a la ciudad uruguaya de Esperanza.4 Allí, chiveros, comerciantes, carreros, prefectos, lancheros y aduanero integran un pequeño sistema social en el que cada uno de ellos tiene un estatus y un rol singular en torno a una actividad altamente estereotipada: la pasada o el cruce de mercancía para su reventa al otro lado de la frontera territorial, actividad por lo general conocida como "contrabando" o "contrabando hormiga".

"Acá parece que no pasa nada", comentaba Claudio, "pero si te ponés a mirar bien, pasa de todo". En palabras del aduanero, esto puede asumir diversos sentidos: por esta frontera pasan personas, mercancías, rumores y conflictos, pero también suceden valoraciones, clasificaciones y categorías que establecen diferencias y jerarquías que permiten pensar, entre otras cuestiones, formas de legitimar la desigualdad social. Me refiero específicamente a los argumentos de quienes buscan explicar, y por lo tanto desnaturalizar en algún grado, distintas asimetrías sociales. La pasada nos remite a clivajes y estrategias de distinción y diferenciación habituales a la hora de establecer las diferencias (género, edad, nacionalidad, etcétera) que evidencian que estas categorías no son "conjuntos específicos de personas o atributos inconfundibles, sino relaciones estandarizadas y móviles" (Tilly, 2004: 74). De otra manera: las clasificaciones y categorizaciones que circulan en el puerto no remiten a una esencia estática o ahistórica. Son, en cambio, sedimentaciones de desigualdades más amplias que exceden el espacio del puerto e indican la multiplicidad de trayectorias seguidas por las clases medias y los sectores populares en la región. En el mismo sentido, la pasada no es una dinámica escindida de la sociogénesis de esta frontera; por el contrario, es producto de los distintos procesos económicos, sociales, culturales y políticos, y de los modos de identificación que históricamente fueron delineándola. 5

La (buena) pasada constituye el resultado exitoso de la acción colaborativa de todos los grupos que fijan límites a las asimetrías que éstos están dispuestos a tolerar o ejercer. Tales distinciones no sólo permiten ver la distribución de castigos y recompensas, que es un modo posible de captar sistemas clasificatorios de la desigualdad, sino que también señalan la dimensión moral (Lamont, 1992) que hace a la superposición de sentidos asignados a/por cada grupo y a las representaciones que circulan sobre ellos fuera del puerto. En lo que mis interlocutores califican como una (buena) pasada podemos identificar situaciones en las que las dimensiones que delimitan las jerarquías -y sus justificaciones- agregan o separan a los grupos de múltiples formas. Estos grupos, a su vez, están atravesados por prácticas y representaciones que consagran o interpelan desigualdades sociales (re)producidas en los bordes señalados por la (i)legalidad y las relaciones asimétricas de poder.

En este artículo nos detendremos en los bordes sociales y simbólicos que adquieren relevancia en la dinámica cotidiana de la frontera. A partir de ellos, observaremos cómo los grupos que intervienen en la pasada construyen, cuestionan o reformulan la legitimidad de nuevas y viejas relaciones y situaciones de desigualdad. En la primera sección revisamos, aunque de manera breve, la literatura que pensó las fronteras territoriales y las desigualdades sociales desde distintas tradiciones y marcos analíticos. Con base en ella precisamos la noción de borde que utilizaremos aquí. En la segunda sección presentamos una descripción etnográfica de los grupos y las interacciones que ocurren en torno a la pasada en el puerto de Villa Eugenia, a fin de identificar los modos en que opera la relevancia de algunos bordes sociales y simbólicos en la construcción y legitimación de jerarquías y desigualdades. En la tercera sección nos concentramos en uno de estos bordes -el definido por la (i)legalidad- para trascender el espacio del puerto e indagar algunas de las representaciones que circulan sobre la pasada y sus actores en la ciudad estudiada. En la última sección retomamos las relaciones entre bordes, jerarquía y desigualdad social para pensar sus legitimaciones y su relación con la agencia.

 

Fronteras, desigualdades y bordes

Es sumamente abundante la literatura que ha estudiado los distintos aspectos de la vida política, social, económica y cultural en las fronteras territoriales. Sin duda, la frontera México-Estados Unidos ha concentrado la atención de muchas de estas indagaciones. Desde los trabajos ya clásicos (Anzaldúa, 1987; García Canclini, 1992; Rosaldo, 1991) hasta los más recientes (Saldívar, 2006; Velasco Ortiz, 2002; Vila, 2004 y 2005; Vilanova, 2006), todos contribuyeron a la desnaturalización de los espacios y sujetos fronterizos a la vez que produjeron metáforas y categorías analíticas que, trascendiendo el caso abordado, permitieron investigar otras experiencias (trans)fronterizas. Si algunos de estos textos pusieron mayor énfasis en la "conexión", el "flujo" y la "porosidad", otros señalaron el "reforzamiento" de sistemas clasificatorios regionales, nacionales y étnicos. En ambos casos, aunque por diferentes vías, puede advertirse que en las fronteras territoriales se marcan, producen y reproducen desigualdades sociales, las cuales generan identificaciones que, como las de "coyote", "ilegal", "deportado", "refugiado", "chicano" o "hispano", adquieren sentidos diversos según el espacio y el marco de acción histórico-político en los que son empleadas. Se trata de verdaderas categorías con potencia identificatoria que implican la escala nacional, regional, étnica y, al mismo tiempo, pueden aludir a "hibridaciones", "mestizajes" y "mezclas" que no dejan de indicar tensiones y grados diferenciales de permeabilidad y distanciamiento social y cultural.

De igual modo, en el Cono Sur son diversos los trabajos que se encargaron de criticar la esencialización de los actores fronterizos y de demostrar que la frontera no la hacen sólo quienes la cruzan para migrar, sino también quienes la transitan varias veces al día y quienes, sin atravesarla, contribuyen a su construcción (Badaró, 2002; Grimson, 2003; Karasik, 2000; Muller, 2003; Quadrelli, 2003; Escolar, 2000; Hirsch, 2000; Sprandel, 2000). Asimismo, estos trabajos observaron cómo, en diferentes contextos, las fronteras territoriales pueden ser presentadas como barreras (arancelarias, migratorias, sanitarias e identitarias) o zonas de intercambio (comercial, político, cultural). En estos casos, las relaciones entre límite, frontera y Estado -nación proponen variados roles para los agentes de los Estados nacionales y los habitantes fronterizos, y generan distintos conceptos empírico-analíticos. A los de "brasiguayo" (Sprandel, 2000), "doble chapa" (Quadrelli, 2003) y "pasera" (Grimson, 2000), podemos sumar el de chivero.

Otro aporte de esta literatura es el análisis crítico del "discurso de hermandad" inmemorial que muchas veces opera en estas fronteras como fachada de tensiones y conflictos (Grimson, 2000: 29). En este sentido, Villa Eugenia no es una excepción: pese a que la actividad transfronteriza de su puerto antecedió a la fundación de la ciudad, existe poco o nulo registro de este flujo entre sus habitantes.6 Esto último contrasta con la representación de la "integración de hecho" que propone el mapa de la ciudad entregado por el municipio al turismo, que da la bienvenida a "La magia de una región sin fronteras". Interpelar este tipo de relatos, sin eludir o "subestimar el conflicto como dimensión central del 'contacto entre culturas'", resulta clave para la "visualización de las asimetrías entre sectores, grupos y estados" (Grimson, 2011: 114).

Sabemos que las fronteras son espacios materiales y simbólicos donde las interacciones (re)producen distinciones. Su rol clasificador y filtrador indica una situación en la que "potencialmente se construye la inequidad a partir de los problemas de convertibilidad del capital social, económico, cultural y finalmente simbólico que circulan a través de dichas fronteras" (Besserer y Kearney, 2006: 16). Cuando nos detenemos en estos avatares y observamos las distintas explicaciones o interpretaciones de quienes logran y de quienes no logran convertir los mencionados capitales, podemos comprender que la legitimación de las asimetrías opera a su compás. Como veremos, se es chivero en el puerto, uruguayo en los negocios de Villa Eugenia y comerciante en Esperanza. Tales diferencias, en cuanto clasificaciones contextuales filtradas en la frontera, son un efecto de poder (Grossberg, 2003; Reygadas, 2008). Por ello la frontera (territorial, cultural, simbólica) se vuelve relevante, pues sin ella no existiría algo como la pasada.

Entre los análisis de las "desigualdades estructurales" (por ejemplo la jerarquía de ingresos entre diferentes categorías socioprofesionales) y los de las "nuevas desigualdades" que suelen expresarse en el interior de una misma categoría social (Fitoussi y Rosanvallon, 1997), podemos hallar una creciente cantidad de trabajos que han buscado explicar diversas formas de inclusión/exclusión, así como las posibles respuestas tendientes a reducir la inequidad (Minujin y Kessler, 1995; Villanueva, 1997; Svampa, 2000; Merklen, 2005; Auyero, 2001). Sin embargo, son escasos los estudios que han examinado las pautas que regulan las relaciones e interacciones sociales atendiendo las formas en que las desigualdades son reconocidas y argumentadas por los propios actores, para ganar terreno en términos de legitimidad pública. Menos aún son los que han intentado observarlas en la dinámica cotidiana de una frontera territorial, problematizando los márgenes y bordes que los actores producen en ella.

Desde hace tiempo se sabe que los márgenes, es decir los espacios entre los cuerpos, la ley, la disciplina y las prácticas, representan un punto de vista privilegiado en el análisis del Estado y de las relaciones de género (cf. Das y Poole, 2009; Hooks, 1984; Lowenhaupt Tsing, 1993). Se sabe también que, lejos de remitir a la periferia, lo confuso o lejano, son zonas constitutivas, productivas y creativas que nos permiten abordar acciones políticas, configuraciones estatales y economías alternativas, entre muchas otras cuestiones (Das y Poole, 2009). No obstante, en función de lo que nos ocupa aquí, cabe una especificación. Los márgenes, como los centros, no son formaciones homogéneas, carentes de dinámicas y transformaciones; por el contrario, son espacios flexibles, muchas veces inestables, atravesados por múltiples y cambiantes diferenciaciones y matices (Chakrabarty, 2008). En otras palabras: en los márgenes existen bordes. La distinción entre bordes sociales y simbólicos propuesta por Lamont y Molnár (2002) puede ayudar a comprender este punto. Los primeros aluden a formas objetivadas de diferencias sociales en el acceso y la distribución de recursos y oportunidades, y los segundos, a distinciones conceptuales elaboradas por los actores para categorizar objetos, personas, prácticas, etcétera. Se trata, en el caso de los segundos, de herramientas que permiten operar sobre la realidad estableciendo, reforzando, manteniendo y racionalizando marcaciones culturales vinculadas al estatus, al prestigio y al respeto. A veces los bordes sociales y simbólicos pueden converger, pero igualmente pueden desacoplarse. Cuando esto último sucede, tal como veremos aquí, es posible hallar varias argumentaciones que busquen explicar, y en algunas ocasiones legitimar, esas disonancias.

 

Bordes, jerarquía y legitimación de la desigualdad en el puerto de Villa Eugenia

Quien se acerca al puerto puede identificar a primera vista la presencia de distintos grupos de personas. Puede distinguir quienes ejercen la autoridad de quienes responden a ella, quienes compran de quienes venden, quienes tienen dinero de quienes no, quienes residen en Villa Eugenia y quienes lo hacen en Esperanza. Empero, tales distinciones difícilmente otorgan un cuadro certero del modo en que funcionan las relaciones entre estos grupos, cuya rutina se dibuja tanto en la reiteración de breves diálogos y frases como en la repetición de posturas corporales, formas de desplazarse, vestir, mirar y modular el lenguaje verbal. En el puerto, cada uno guarda su lugar y actúa el papel que le corresponde, ya que de ello depende una buena pasada. También se espera el cumplimiento de diversos códigos: silencio de los chiveros al momento del "control" de las cajas con mercancía, cierta demora al abrirlas para inspeccionarlas y mucha rapidez al rearmarlas, orden al abordar la lancha, pericia de los lancheros para determinar cuánto peso cargarán en la embarcación, cuidado y destreza al cargarla, mirada aguda de los funcionarios y oficiales para controlar la pasada, seriedad y exhibición de los talonarios de facturas por parte de los comerciantes. Estas distinciones, como veremos a continuación, son el resultado performativo de muchas otras que operan dentro de cada grupo.

No todos los chiveros chivean del mismo modo. Están aquellos que "hacen la diaria", es decir, que obtienen una ganancia que les permite cubrir sus gastos mínimos del día, y están los que comercializan grandes volúmenes de mercancía, por los que llegan a ganar más de 2 000 dólares diarios, un monto que supera ampliamente los salarios del aduanero y de los oficiales de Prefectura que se desempeñan en el puerto. A diferencia de quienes hacen la diaria, que pasan surtidos de distintos productos en pequeñas cantidades, los segundos -todos hombres- suelen especializarse en un artículo (harina, autopartes, cigarros o materiales para la construcción). En el tope de este subgrupo puede encontrarse a los chiveros que triangulan ropa, quienes realizan transacciones cercanas a los 10 000 dólares por viaje, integrados en extensas redes que llegan a las ciudades de Encarnación (Paraguay) o Buenos Aires (Argentina). "Ahora hay algunos hombres en esta rama", dicen, pero tiempo atrás era un rubro que desempeñaban casi exclusivamente las mujeres, porque conocen las modas, "saben elegir y tienen más gusto".

Los chiveros no conforman un grupo homogéneo, se diferencian entre sí en función de la ganancia obtenida, el tipo y el volumen de mercancía7 que comercializan, la edad, el género, la resistencia física y el tiempo que llevan chiveando. En sus distinciones operan tanto criterios internos, propios de este grupo, como externos. Sin embargo, entre aquello que los aproxima, el estricto respeto de algunos códigos y normas en el espacio del puerto es sumamente poderoso por cuanto reordena y jerarquiza algunas de las diferencias mencionadas. Al momento de la pasada no importa tanto el volumen comercializado, o si se trata de hombres o mujeres, sino el "saber hacer"8 puesto en juego para que la pasada sea exitosa. Este saber es parte del capital adquirido con la edad, la antigüedad y la experiencia laboral. Si surge algún conflicto, más que atribuirlo a la autoridad o a la arbitrariedad de los agentes estatales, se le relaciona con la inexperiencia o la inmadurez, esto es, que se debe a que alguno, a los ojos del resto, "se pasó de vivo o se abusó de más", al no saber habitar las normas de modo tal que, sin alterarlas, consiga mayores beneficios.

Saber habitar las normas -para poder alterarlas o desplazarlas- resulta vital para los chiveros y para todos los grupos cuyos sustentos dependen de una buena pasada. Por ESO, tanto los logros como las transgresiones suelen provocar reconocimientos o castigos que crean y administran colectivamente. Así, algunos chiveros fueron expulsados del puerto a golpes y otros han sabido ganarse el respeto. Entre estos últimos se encuentran los que en algún momento han enfrentado a los funcionarios estatales, en particular aquellos que han sido procesados y han cumplido un periodo de detención en la cárcel. Javier es uno de ellos: hasta su actual procesamiento -el sexto-, pasaba 3 000 kilos de harina por día para su reventa en Esperanza. Los chiveros, entonces, no sólo se saben diferentes y se reconocen según esas diferencias, además las argumentan y las consideran válidas, aceptables e, incluso, necesarias. Pero su legitimidad no depende exclusivamente de las ganancias obtenidas, sino también del respeto ganado. Cuando ganancia y respeto coinciden, como en el caso de Javier, observamos el máximo reconocimiento en la jerarquía chivera y, quizá, en otras formas de jerarquización social.

Gran parte de la reputación de los chiveros está sujeta a la habilidad y la destreza física demostrada a la hora de acarrear, cargar y descargar la mercancía. En el momento de la carga abundan los accidentes y las muestras de fuerza que contribuyen a definir el chiveo como un trabajo genéricamente masculino. Los chiveros se mojan, resbalan y golpean, pero también se guapean, es decir, se empujan haciéndose bromas y corriendo carreras para probar quién es el más veloz o el más resistente. Sus cicatrices en brazos, piernas y torsos, o los frecuentes relatos sobre lesiones de columna, dislocaciones de hombro o fracturas, se presentan como credenciales opuestas a la actitud con que este grupo caracteriza tanto a los comerciantes como a los oficiales de Prefectura y al aduanero: siempre de brazos cruzados. El ejercicio de la fuerza física define roles de género y estatus en función del prestigio y del respeto, en especial cuando es observada por el resto de los grupos y aparece como indicativa de algunas de sus características: los chiveros, en palabras de Cáceres, son hombres "bravos y fuertes, unos nenes".

Si hasta aquí nos detuvimos en las diferencias que operan como signos de distinción y de estatus dentro del grupo, veamos ahora algunos de los rasgos compartidos. Todos los chiveros son de nacionalidad uruguaya, porque son quienes pueden y tienen más posibilidades de ingresar la mercancía al país en calidad de productos para consumo propio. En este aspecto, la frontera territorial se objetiviza en la documentación requerida y actúa como límite para quienes no son uruguayos.

El chiveo es un trabajo que se aprende generalmente en el seno familiar, ya que todos son hijos e incluso nietos de chiveros, de quienes heredaron su lugar en el puerto, sus clientes, sus relaciones y su reputación. Pero si bien el chiveo es considerado un trabajo, no necesariamente es calificado como un "trabajo digno". Esta valoración no está amarrada a la ilegalidad que podría suponer, sino a las condiciones en que se realiza: la fuerza física, los riesgos y, en algunos casos, la poca ganancia obtenida. Se trata de un trabajo que, prolongado en la tradición familiar, no es elegido con total libertad; más bien los chiveros entienden que es el resultado de la falta de mejores oportunidades de empleo para quienes, como ellos, no han podido recibir educación formal o insertarse en el mercado laboral formal. Esta observación, que es un modo de demandar derechos, no excluye, claro está, considerar las ventajas que tiene "ser tu patrón o no tener horarios": dos características que también los diferencian del resto de los grupos que participan en la pasada. Así pues, la definición del chiveo como trabajo es fundamental en términos políticos, económicos y simbólicos, ya que refuerza y legitima categorías laborales que trascienden lo local para indicar, entre otras cuestiones, un sistema flexible, donde la legitimidad del trabajo se va transformando en el motor de las recomposiciones financieras de un orden desigual.

Finalmente, todos quedan igualados por las representaciones que circulan sobre ellos tanto en Villa Eugenia como en Esperanza. Mientras que los chiveros son descritos como "tipos pesados", "de temer", "con cuentas pendientes con la justicia", las chiveras, según pude escuchar, "pagan las coimas -sobornos-en especie". En cada caso, como podrá advertirse, los valores y juicios morales filtrados en el flujo fronterizo difieren y definen identificaciones con mayor o menor grado de legitimidad. Cuando se trata de los chiveros, la masculinidad hegemónica resulta exaltada a la par de su rudeza y sus cuestionables transgresiones a la ley, en tanto que, cuando se trata de las chiveras, es específicamente su reputación moral-sexual la que se pone en entredicho.

Jeny, como el resto de las chiveras que trabajan en el puerto, conoce y responde a estas representaciones. Desde que en 2009, con 21 años, comenzó a chivear, su pareja la acompaña hasta el puerto de Esperanza y aguarda allí su regreso para ayudarla con la mercancía y además neutralizar las "habladurías". La presencia de su pareja resguarda su reputación, pero ésta también se extiende y se corrobora en el tipo de mercancía que pasa:

yo paso productos de limpieza, golosinas, juguitos... Todo lo que es alcohol da más [dinero], pero no compro. Yo me estoy haciendo desde abajo, como quien dice, y no queda bien que una mujer ande cargando 2 0 botellas de whisky. Las que pasan esas cosas son las veteranas. A ellas nadie le va a andar diciendo nada...

El desacoplamiento entre género, edad y reputación que significaría que Jeny desconozca los códigos de la pasada y comercialice botellas de alcohol refuerza y legitima la jerarquía chivera y define el lugar que puede ocuparse en ella. Esto es lo que Jeny quiere decir cuando señala su posición -abajo- y explica por qué todavía no puede pasar alcohol sin ser reprobada por ello. "Hacerse desde abajo" es una expresión coloquial bastante común que, entre los chiveros, indica una jerarquía meritocrática cuyas referencias valorativas y temporalidades de ascenso difieren para hombres y mujeres. Ellas pueden comercializar grandes volúmenes de ropa y obtener importantes ganancias, o bien pueden llegar a ser veteranas y pasar alcohol, pero difícilmente esto alcanza para ubicarlas en la cima de la jerarquía chivera.

Como entre los chiveros, el éxito de Pedro y de Víctor, los dos comerciantes que tienen sus almacenes polirrubro frente al puerto y cuyos clientes son casi exclusivamente los primeros, también depende de una buena pasada. Lejos de lo que podría suponerse, la mayoría de los conflictos que sostienen no es con los chiveros, sino con los funcionarios de la Aduana y los oficiales de Prefectura. Los comerciantes suelen quejarse del maltrato que reciben los chiveros, la arbitrariedad de los controles y las formas en que tanto el aduanero como el oficial de Prefectura buscan "marcar terreno" y ejercer autoridad. Pero estas quejas no nacen por un aprecio o cuidado particular hacia sus clientes, ni son producto de un cuestionamiento a los controles o políticas aduaneras en sí mismas: más bien parecen fundadas en la inestabilidad que todo ello genera en sus negocios y en las dificultades para hacer proyecciones a futuro. Pedro, dueño de uno de los almacenes del puerto desde hace más de 30 años, lo explica así:

como nunca sabés con qué van a salir [los agentes estatales], no podés saber cuánta mercadería traer. El año pasado, para las fiestas, se les ocurrió que pasaba una caja por persona. ¡Imagínese usted! Ahí me quedó cantidad de mercadería que al final terminé regalando o vendiendo por nada. Ellos pueden poner las políticas que quieran. Está bien, nadie lo discute, pero pueden avisar.

Desde la perspectiva de Pedro, las medidas restrictivas sobre la pasada son legítimas, al igual que la autoridad de los agentes estatales para establecerlas. Lo que resulta cuestionable es que tales decisiones no sean anticipadas y, por ende, las ventajas de estas medidas (que suelen ser el inicio de las solicitudes de porcentajes sobre las ganancias obtenidas por la mercancía pasada) se produzcan a costa de sus pérdidas. Los comerciantes tienen sus modos de responder a estas decisiones que consideran creadoras de asimetrías y diferencias innecesarias entre ambos grupos. En el caso de Víctor, la resolución de estos saldos incluye su participación en la vida política local: desde 2007, es concejal por uno de los dos partidos tradicionales de Argentina (la Unión Cívica Radical). Este cargo, además de ser una credencial que, llegada la ocasión, presenta ante funcionarios de la Aduana y oficiales de Prefectura, se dinamiza con la mercancía no vendida, que regala a distintas instituciones (escuelas, comedores e iglesias) de Villa Eugenia, lo que favorece sus lazos políticos.

Para los comerciantes, al igual que para los chiveros, su trabajo es parte de una herencia familiar. Actualmente, Víctor, en colaboración con su prima Griche, está a cargo del comercio que hace cinco décadas crearon sus padres. Su mamá, doña Perla, tiene 71 años y llegó al puerto recién casada, con 21 años. Allí fue transformándose en una "mujer del río". Esto significa, entre otras cuestiones, que pasó varias inundaciones, largos periodos de políticas de cero kilo9 en los años ochenta y soportó los primeros cimbronazos del Mercado Común del Sur (Mercosur) que benefició a las grandes empresas de Buenos Aires y disminuyó considerablemente el flujo comercial en las fronteras locales. Pero a la vez significa que vivió los buenos tiempos, cuando entre 1970 y mediados de 1980 se levantaba a las cuatro de la mañana para abrir su comercio, entre siete personas preparaban la enorme cantidad de pedidos que recibían de Esperanza y las lanchas llegaban a pasar "hasta juegos completos de dormitorio, lo que te quieras imaginar". Si bien esas épocas parecen haber terminado, doña Perla no se queja y, según dice, vive muy bien, con "un buen pasar", que ejemplifica citando sus viajes en cruceros por playas brasileñas, su reciente estadía en Italia y la compra de un automóvil nuevo que utiliza básicamente para recorrer varias veces al día las cuatro cuadras que separan su casa del comercio administrado por Víctor. Así, aunque sus consumos la integran a las clases medias locales, doña Perla se mantiene al margen -y en el margen- de la vida social de la ciudad. No participa de ella, excepto por su asistencia a misa los domingos. Al igual que el aduanero o los oficiales de Prefectura, de quienes se sospecha en Villa Eugenia en virtud de sus trabajos y formas de ganarse la vida, doña Perla expresa la tensión entre el borde social y el borde simbólico que habita.

Si bien doña Perla, Griche y Víctor se refieren a sus clientes -los chiveros- como uruguayos, difieren en sus consideraciones sobre ellos. Mientras Víctor mide sus palabras y explica que son "gente humilde que trabaja de esto", evitando mencionar la palabra "contrabando" o los grandes volúmenes comercializados sin pagar las cargas tributarias, ambas mujeres no dudan en afirmar que "en el uruguayo no se puede confiar". Aunque aclaran que ellas son respetadas, porque "se hacen respetar", comentan que "los principales problemas son entre ellos mismos", porque se pelean por la mercancía y por el orden que siguen al momento de cargarla en la lancha. Más allá de las elipsis de Víctor, y aun cuando doña Perla rescata a las chiveras "de antes", a las que describe como "mujeres luchadoras que sacaron adelante a sus familias yendo y viniendo hasta seis veces al día" entre ambas ciudades, en sus comercios hay varios letreros con reglas indicativas del modo en que ponderan las conductas de sus clientes: Prohibido ingresar con bolsos. Gracias, es uno de los ejemplos reforzado por la actitud de doña Perla en el playón de ingreso al comercio. Allí se ubica todo el tiempo que permanecen los uruguayos en el establecimiento, sumamente atenta a la mercancía, controlando que "nadie tome lo que no le corresponde, porque éstos están acostumbrados a las cosas turbias".

En rigor, nunca presencié un conflicto entre los chiveros por las razones mencionadas. De hecho, este grupo tiene sus propios mecanismos de regulación y control al respecto.10 Sin embargo, nada de esto mina la desconfianza de los comerciantes, quienes fuera del horario de atención buscan compensar las potenciales pérdidas económicas que ocasionan las cambiantes políticas aduaneras sin previo aviso, borrando las fechas de vencimiento de algunas de las mercancías que no lograron vender. Pero esto último tampoco se produce sin tope o autocontrol.11 El punto es que, desde la perspectiva de los comerciantes, ni esta práctica ni otras semejantes los incorpora al borde ilegal en el que ubican exclusivamente -aunque de manera tácita- a los chiveros. Más allá de esta calificación legitimada en una paradójica apelación normativa, la tensión más importante está planteada con Claudio, el aduanero.

Claudio tiene 48 años y, desde hace 21, es el único aduanero del puerto, empleo que heredó de su madre, también aduanera. Sobre su escritorio, en su oficina situada a escasas tres cuadras del muelle, puede observarse un libro de actas casi sin uso, en el que consigna los secuestros e incautaciones. Ésta es su mejor prueba para explicar que éste "es un paso muy tranquilo"; una definición que no se vio alterada por la noticia que fue primera plana de los dos periódicos locales la semana anterior a mi llegada a la ciudad (la detención de ocho personas y el secuestro de 35 ladrillos de marihuana que tenían por destino Esperanza), o por el asesinato de dos chiveros en aguas argentinas, en el marco de confusos procedimientos y las tomas del puerto protagonizadas por los chiveros en reclamo de justicia.

Durante el día es raro encontrar a Claudio en su oficina, pues maneja sus horarios según el arribo de la lancha, y en los intervalos se dirige a su casa o al Centro de Veteranos de Guerra de Villa Eugenia. Claudio es veterano de Malvinas. Es así como le gusta ser reconocido, no tanto como aduanero. Pero, en realidad, no se trata de identificaciones excluyentes: en cuanto veterano de guerra y aduanero considera que ha dado sobradas pruebas de su servicio a la patria, y esto incluye tanto la defensa de la soberanía argentina durante la guerra como el cuidado y la vigilancia cotidiana de este paso de frontera. Es su condición de veterano/aduanero la que, según afirma, lo diferencia del resto de los grupos, aunque también la que le permite vincularse como de igual a igual con los oficiales de Prefectura, entender el trabajo que realizan y hacer que los civiles lo respeten, entre estos últimos los chiveros. De la misma forma que Víctor, Claudio mide sus palabras cuando habla de ellos, a quienes define como "gente sin preparación, que vive de esto". Su conflicto, como ya dijimos, es con los comerciantes, en especial con Víctor. Claudio comenta:

A veces parece que estoy en contra de ellos [con referencia a los chiveros], pero no es así. Yo lo que tengo que hacer es controlar la mercadería para ver si no se evade impuesto. Eso a los chiveros no les perjudica. Si ellos compran y piden factura, mientras sea un volumen aceptable, conmigo no tienen problema alguno. Ni conmigo ni con la fuerza [con relación a la Prefectura].

Sin embargo, la versión de que los chiveros pierden los descuentos si piden las facturas a los comerciantes no circula en el puerto. En cambio, todos dirán que los problemas entre Claudio y Víctor "vienen de Malvinas" y se deben a que el primero estuvo en combate en las islas y el segundo permaneció en el continente.12 Como en éste y otros casos, muy raramente los conflictos entre los grupos se explican en función de los roles y las relaciones de interdependencia en virtud de la pasada. De hecho, las explicaciones apelan con frecuencia a otro tipo de situaciones: si tal y cual "no se entienden, se miran mal" o "están peleados" obedece a que pertenecen a distintos partidos políticos o clubes de futbol. Se trata de rivalidades legítimas que encubren, pero no eluden, asimetrías y desigualdades. Si los chiveros juzgan negativamente la actuación del aduanero, no será por "arbitrario" o por ser estricto en el cumplimiento de su labor, sino porque "quedó loco de la guerra". De este modo se le imputa, pero sin perder de vista su coraje, ejemplificado en historias que lo muestran enfrentando a francotiradores británicos.

Claudio, junto con Cáceres, el oficial de Prefectura, encarna la presencia del Estado-nación en el puerto y, en gran medida, son sus acciones las que transforman este paso en una frontera internacional. Sus uniformes, identificaciones e insignias, así como sus ironías y criterios para controlar la pasada, enuncian una forma de la autoridad: aquella vinculada no con el prestigio ganado o heredado de los chiveros, ni con el buen pasar de los comerciantes, sino con el empo-deramiento supuestamente neutral o impersonal del Estado y la legitimidad que adquieren sus instituciones en las fronteras (cf. Donnan y Wilson, 1999; Das y Poole, 2009). Pero aquí se trata de una legitimidad ciertamente débil que parece insuficiente para definir el estatus y el lugar que ocupan en el puerto quienes, si bien se ubican en la cima de la autoridad, por lo general obtienen los menores salarios. Es otro de los casos en los cuales puede observarse un desacoplamiento entre prestigio y jerarquía, refrendado por otro complementario: entre prestigio y respeto (cf. Sennett, 2003). Claudio y Cáceres, a diferencia de los chiveros, no merecen respeto en virtud de su prestigio, pero sin duda aspiran a tenerlo. Ambos, parafraseando a Scott (2000), son "los débiles con fuerza" de la pasada, y gracias a ello adquieren sentido las presencias de Cacho y de Luis en el puerto, quienes, podríamos arriesgar, son producto del margen o, para ser más precisos, del intento de acoplar bordes simbólicos y sociales en el margen.

Luis, un tucumano de 60 años que lleva casi la mitad de su vida trabajando en el muelle, se desempeña como una suerte de secretario de Cáceres. A cambio de algunos pesos se ocupa de reunir los documentos de los pasajeros y completar el formulario migratorio, tareas que si bien corresponden al oficial éste evita realizar. Cáceres tiende a explicar las actividades de Luis en términos paternalistas, aduciendo que lo "ayuda" dándole este trabajo. No obstante, de este modo, Cáceres elude una instancia en la que su función en el puerto lo mostraría al servicio de los pasajeros, es decir, al servicio de los chiveros. Cáceres, entonces, sólo toma el Manifiesto una vez que fue confeccionado por Luis y, aun cuando se trate del cuarto del día, y que contenga prácticamente los mismos nombres y apellidos que los anteriores de la semana, del mes y de los años, lee en voz alta cada apellido y ordena a los pasajeros en la fila, con lo que contribuye a la rutinización de la pasada y a la "ritualización del cruce de la frontera" (Badaró, 2002: 30).

Cacho tiene 46 años y hace dos décadas que labora como carrero en el puerto. Aunque entiende que es un trabajador y piensa su actividad como un trabajo, para el resto de los grupos Cacho es un changarín al que aprecian en una actitud entre misericordiosa y condescendiente. Él, sin duda, es el eslabón más pobre del puerto, pero no necesariamente el más débil. Si bien obtiene entre tres y cinco pesos argentinos -o su equivalente en pesos uruguayos- por acarrear y cargar cajas y bolsas en la lancha, de él depende que las mercancías lleguen correctamente a su destino y, por ende, el éxito de la pasada.

Claudio es el amigo y protector de Cacho en el puerto: suele invitarlo a los asados de los veteranos de guerra, invitaciones que sistemáticamente rechaza porque considera que "es gente más preparada, ¿cómo se dice? De más nivel que uno... y está bien que ellos hagan sus cosas por su lado, yo hago por el mío". A pesar de tener el permiso de Cáceres para trabajar en el puerto, entiende que este pacto es inestable, por lo cual pone particular empeño en cuidar esta relación, ya que teme la aparición de otro carrero. Esto último -que ya ha sucedido-, sumado a sus reiteradas negativas ante las invitaciones de Claudio, le permite describir y jerarquizar tanto su trabajo como su posición en el puerto:

hace un tiempo vino otro [carrero], pero lo terminaron expulsando porque cargaba mal, casi rompe el techo [de la lancha]. Además a mí me dio un empujón, yo iba con el carro casi lleno, me guapeó y caí y terminé enyesado dos meses. Ahí, le digo, se me extrañó, porque yo no me meto con nadie, usted vio que yo ando solo con mi carrito y con la negrita [su perra].

Cacho sabe explicar el lugar que ocupa en el puerto y sabe cargar la lancha; es decir, conoce cuánto peso cargar, dónde y cómo distribuirlo según el nivel del río, el viento y demás condiciones climáticas. Sabe qué mercancía debe viajar dentro de la cabina y cuál puede hacerlo en otro sitio; considera las preferencias de los chiveros y, en especial, oficia de mediador entre el lanchero y Cáceres, quien, entre sus tareas, tiene que revisar que la embarcación esté en condiciones de navegar, algo que finalmente realiza Cacho. Aun así, y como parte de la rutina de la pasada, el lanchero, al zarpar, hace una venia a Cáceres que éste responde del mismo modo, como un gesto de mutuo reconocimiento entre navegantes.

Los dos lancheros, al igual que sus tripulaciones (dos o tres hombres por lancha), son de nacionalidad uruguaya y forman parte de las mismas familias. Cada lancha trabaja semana por medio, aunque también hacen varios viajes por pedido, sólo para cruzar mercancía, a cambio de 3 000 pesos uruguayos.13 Los lancheros son quienes cobran el pasaje, establecen el peso que llevarán y son responsables de la embarcación y de su tripulación, pero, fundamentalmente, son quienes deciden si zarpará la lancha, más allá de los partes meteorológicos que a diario emite Prefectura. En estos casos, los lancheros, que navegan este paso desde principios de los años setenta, ponen en juego su experiencia y conocimiento del río. Considerando que sin lancha esta frontera se torna un límite infranqueable para los chiveros, la decisión de los lancheros resulta crucial, al igual que su silencio respecto de aquello que transportan. Por lo tanto, la relación entre comerciantes, chiveros y lancheros es, básicamente, una continua negociación asimétrica.

Hasta aquí nos propusimos describir algunos aspectos de la pasada atendiendo a las relaciones de interdependencia que operan entre los grupos que intervienen en ella; pudimos ver que los roles y el estatus asociados a ella son resultado de distintos tipos de transacciones y prestaciones complementarias que forman un conjunto en términos de división del trabajo. Todos los grupos que interactúan en el puerto lo hacen en función de su rol y estatus adquirido o heredado, ejerciendo sus derechos y obligaciones y evaluando las actuaciones de los demás de modo que entre jerarquía, autoridad, prestigio y ganancia, así como entre clase, género y nacionalidad, no necesariamente existe una correlación directa. De ahí que las formas de legitimar las desigualdades entre estos grupos dependan, en buena medida, de los bordes sociales y simbólicos que, si bien no se crean en esta frontera, se vuelven diferencialmente relevantes en ella. Las diferencias y jerarquizaciones establecidas en la pasada remiten a algunas cuestiones y eventos que no están exclusivamente ligados a la frontera (la Guerra de las Malvinas, el clientelismo político, el género, la clase, la familia, etcétera), pero que en ella dinamizan las interacciones que refuerzan o debilitan jerarquías sociales. A continuación intentaremos dar cuenta de esta tensión a partir del borde señalado por la (i)legalidad.

 

El borde de la (i)legalidad

Arriba al puerto la última lancha del día. En el muelle esperan Claudio, Cáceres, Luis, Cacho, Griche y nueve chiveros. La lancha trae un solo pasajero: un joven mochilero alto, rubio y de ojos claros, que lleva seis meses recorriendo Latinoamérica. Es notable la cara de sorpresa y de desconcierto de todos los presentes: "¿y éste?", murmura Griche. Cáceres y Claudio se acercan, lo saludan y, muy amablemente, le piden su documentación. El joven entrega su pasaporte de la Unión Europea y ambos se quedan mirándolo: "¡es belga!", exclama Cáceres, quien, entre risas, nos llama para que veamos el documento. Todos nos aproximamos y miramos, alternativamente, al joven y a su pasaporte. "¿Este sello de dónde es?", pregunta Cáceres y, acto seguido, toma el Manifiesto y, por primera vez, veo que él mismo anota el ingreso del muchacho al país. "De Israel", responde el joven. "Mire, por ahí también anduvo", dice Claudio dirigiéndose a los presentes. Mientras Cáceres transcribe sus datos, el joven abre su mochila para mostrar su contenido. De inmediato, Claudio le indica con un gesto que no es necesario. El joven, en un español básico, pregunta si en la zona hay dengue. Claudio es quien le responde: "no, no hay, usted no se preocupe por ESO, mejor cuídese de nosotros".14

Hay palabras que muy raramente se pronuncian en el puerto: "contrabando", "contrabandistas", "coimas" y "coimeros". Son exactamente aquellas que sí pueden oírse con frecuencia en Villa Eugenia a la hora de referir lo que sucede en el puerto. Qué es ilegal, qué no lo es, y cómo ello se relaciona con determinados atributos y valoraciones sobre las personas que se desempeñan en el puerto resultan una clave que, al mismo tiempo que atraviesa e iguala a todos los integrantes de los grupos que intervienen en la pasada, construye al puerto como un espacio sospechoso de corrupción, sobornos, delitos y violencia. Esta representación y las consabidas respuestas que encuentra en el espacio del puerto son cardinales a la hora de analizar las diferentes formas de ponderar la desigualdad social. La pasada que (re)produce cotidianamente la "(i)legalidad" define bordes clave para entender algunos aspectos de la vida social en Villa Eugenia.

A pesar de que la mayoría de los juicios y estigmas recaen sobre los chiveros, los funcionarios de la Aduana y los oficiales de Prefectura (ya sea por contrabandear, "hacer la vista gorda" o dar y recibir coimas), el trabajo en el puerto indica un borde simbólico central cuando la desigualdad se explica en clave moral. Me refiero a la distancia entre quienes se ganan la vida "honradamente" y los que no. Esta distinción es la que cuestionan todos los grupos que participan en la pasada. Los chiveros, por ejemplo, definen su trabajo como una de las pocas alternativas posibles en lugares que no ofrecen mejores oportunidades de empleo. Asimismo se cuestiona la alteridad a la que apelan para describir sus tareas y conductas, opuestas a las de quienes "realmente" roban. Mauro, mirando sus cuatro cajas repletas de productos de limpieza, afirma:

Esto capaz que es robo. Pero acá, robar, lo que se dice robar, roban los políticos. Nosotros acá nos matamos laburando [trabajando] todos los días. Vamos y venimos dos, tres, cuatro veces [al día], con frío, con lluvia, con sol; nos caemos, nos mojamos, nos golpeamos.

Si seguimos la lógica de Mauro, bastante compartida en el puerto, veremos que la legitimidad del chiveo como trabajo radica en el esfuerzo diario, al punto que incluso serviría para impugnar su legítima asociación con el delito o la ilegalidad. De algún modo, lo que dice Mauro es que, aun si el chiveo puede considerarse un robo, ellos, para robar, deben sacrificarse mucho -o mucho más- que otros. La contrafigura que opera en esta lógica me fue provista por Claudio. Luego de mi primer día de trabajo en el puerto, Claudio se ofreció a darme un paseo por Villa Eugenia, y primero me llevó a conocer una imponente casona emplazada sobre el río, "la más cara de la ciudad", propiedad de un dirigente sindical local. Si volvemos sobre las palabras de Mauro y sumamos alguna información sobre el contexto provincial, advertiremos que no se trata de un dato menor.

En diciembre de 1999, la provincia en que se ubica Villa Eugenia atravesó una "crisis institucional" que derivó en una nueva intervención federal, la número 17 de su historia. Diez años después, en octubre de 2009, el balotaje que definió las últimas elecciones provinciales tuvo lugar "con un muerto sobre la mesa": el sospechoso suicidio del director de un periódico, a dos días de las elecciones y a cinco de haber denunciado al gobernador saliente por supuesto enriquecimiento ilícito. Así, en una "provincia calificada como tradicionalista, políticamente conservadora, fundada en antiguas genealogías familiares que se reproducen a través del patrimonio y la política" (Guber y Soprano, 2000: 334), irrumpe la imagen de un pueblo "sumiso a la autoridad" -del viejo patrón de estancia a la intervención federal- que, cuando se subleva, como ocurrió en Villa Eugenia durante el autodenominado "Operativo Dignidad"15 en 1988, lo hace cometiendo "el peor delito que se puede llegar a hacer", en palabras de Víctor. En este marco donde las especificidades provinciales y locales son atravesadas por una larga historia de delitos, hechos de corrupción y violencia política, ¿cómo comprender las representaciones que circulan sobre las personas que trabajan en el puerto?

Aunque hay un exterior constitutivo de un nosotros, reconocido por Claudio en su diálogo con la alteridad radical encarnada en el turista belga, la diferencia entre lo legal y lo ilegal adquiere otros sentidos que, como ya observamos, no están asociados con la ley, sino con una serie de valoraciones morales. Si existe la pasada se debe a las prestaciones complementarias que practica cada grupo que interviene en ella; prestaciones que, a su vez, indican que ninguna parte comete más o menos transgresiones que otra. Sin embargo, vale aclarar que establecer distintas maneras de "habitar las normas" que en términos jurídicos definen lo legal y lo ilegal no redunda en un sinnúmero de actos delictivos, sin tope ni control; tampoco implica que todos se piensen iguales, con las mismas responsabilidades, derechos u obligaciones, o que la idea de robo no esté presente. Por el contrario, lo está, pero desmarcada y mediatizada por la fe que comparten. Se trata, de acuerdo con Lamont (2000), de un borde simbólico, producido en el marco de repertorios culturales, tradiciones y narrativas a las que tienen acceso todos los grupos.

En el predio de Prefectura Naval, localizado frente al muelle, se encuentra el altar de la Virgen Stella Maris, patrona de los navegantes. De no ser por el siguiente diálogo que escuché en uno de los comercios, nunca le hubiese prestado demasiada atención, pues en Villa Eugenia las imágenes religiosas resultan una moneda corriente que muy pronto forma parte de la "omnipresente cristianidad de la vida social" (cf. Guber y Soprano, 2000; Martin, 2000). El diálogo entre los dos chiveros fue el siguiente:

P. —¿Vio? Hay dos, el otro día había más, no sé si eran cuatro.

C. —Sí, no está el de la Fany, uno medio marroncito. Terribles ladrones son.

P. —Yo siempre digo, ESO sí que es maldad.

Los chiveros se referían a los rosarios que, a modo de ofrenda, pedido o agradecimiento, suelen dejar los fieles sobre el cuello de la Virgen. Las misteriosas desapariciones de los rosarios impulsan sentidas condenas. Se trata de aquello de lo que sí se habla en el puerto pero no en la ciudad (como sucede con la Guerra de las Malvinas o con el Operativo Dignidad); es un límite moral que, en un mar de acusaciones cruzadas, licua las sospechas que caen sobre todas las personas que trabajan en el puerto. Nunca se llegará a saber quiénes son los "terribles ladrones", pero sí se sabrá que el hecho es reprobable. Con la idea de (i)legalidad sucede algo similar: todos se saben atravesados por ella, pero nadie dirá ni estará dispuesto a establecer cuánto o en qué grado. En esto, sin duda, radica el éxito de una buena pasada.

 

Palabras finales

A mediados de los años sesenta, Fredrik Barth (1966) nos invitaba a considerar la importancia analítica de las transacciones y la distribución no azarosa de las acciones en las interacciones sociales. A partir de las transacciones en un barco pesquero en las costas de Noruega, es decir en un sistema social pequeño, creado alrededor de una actividad altamente estereotipada, en el que cada persona a bordo ocupa un estatus singular, nos proponía ver cómo lo que parecía "simples contactos" en torno de algunos hechos podía enseñarnos, entre otras cuestiones, sobre roles estereotipados, patrones de comportamiento y procesos sociales de institucionalización.

Hasta aquí, siguiendo en parte el planteamiento de Barth, describí las interacciones y transacciones en el puerto de Villa Eugenia alrededor de una (buena) pasada. Me detuve particularmente en la ponderación de roles, estatus y jerarquías (auto)atribuidas por los grupos que participan en ella para indicar prácticas e identificaciones que consagran o interpelan distintas formas de legitimar o cuestionar las desigualdades sociales. En el puerto, y sólo para volver sobre algunos ejemplos, las mujeres no necesariamente ganan menos que los hombres; quienes detentan la autoridad no son quienes en realidad obtienen mayores ganancias o mayor prestigio, y quienes resultan más sospechosos no son quienes cometen mayores transgresiones a la ley. En estos desacoplamientos, las trayectorias sociales y biográficas de los actores operan de un modo crucial, contribuyen a la relevancia de algunos bordes sociales y simbólicos y demuestran que, desde la perspectiva de mis interlocutores, las jerarquías no derivan precisamente en desigualdades, y éstas no necesariamente crean jerarquías.

Observamos también que los bordes, las jerarquías y las formas de legitimar la desigualdad no son ajenos al contexto histórico, social, político y económico en el que ocurre la pasada. Tanto las categorizaciones empleadas como los clivajes y estrategias de distinción y diferenciación que se producen en el puerto señalan las formas locales que asumen cuestiones globales vinculadas, por un lado, a la ponderación de asuntos de género, clase y nacionalidad, y por otro, a fenómenos como el clientelismo político, las prácticas de consumo de las clases medias y los sectores populares, las cambiantes políticas aduaneras en la frontera o eventos históricos como la "Guerra de Malvinas". Son justo estas dimensiones las que permiten indicar que las categorías y los grupos de personas identificadas con ellas no son esenciales ni estáticas, sino relacionales y, por ende, inestables.

En la pasada, como en muchas otras dinámicas fronterizas, existen tantas relaciones asimétricas de poder como formas de argumentarlas y reconocerlas, pero considero necesario destacar que tales asimetrías son, al menos en parte, producto de una serie de prestaciones complementarias y acciones colaborativas de los distintos grupos que, en este caso, intervienen en la pasada. En esta tarea, indagar en los bordes sociales y simbólicos que fuimos señalando, tanto en sus acoplamientos como en sus desacoplamientos, se vuelve fundamental. Primero, porque son reguladores de las interacciones y comportamientos en el puerto; segundo, porque generalmente quienes habitan y hacen a diario estos bordes, en vez de enfrentar o resistir las normas que los regulan, los reproducen, aunque no de cualquier modo: en su constante repetición, las normas y códigos que regulan la pasada generan desplazamientos, formas de identificación y autonomía en el sentido propuesto por Briones (2006). Por ESO, podríamos arriesgar, los bordes se asemejan a la agencia, y parte del ejercicio de esta última para garantizar una buena pasada, paradójicamente si se quiere, consiste en legitimar las jerarquías, diferencias y desigualdades sociales existentes.

 

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Notas

Este artículo es producto de la investigación desarrollada en el marco del proyecto "Procesos de legitimación de la desigualdad social en la Argentina actual" (PICT-FONCYT 2006 N° 02021), dirigido por el doctor Alejandro Grimson y elaborado durante mi estadía posdoctoral en el Departamento de Antropología Social de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa (UAM-I). Agradezco los comentarios y las orientaciones bibliográficas del equipo de investigadores del mencionado proyecto y de los integrantes del Seminario de Estudios Transnacionales de la UAM-I, coordinado por el doctor Federico Besserer, así como las evaluaciones anónimas que recibió el texto.

1 Los nombres de las ciudades y los de las personas mencionadas en este artículo no corresponden con los reales.

2 El Manifiesto de pasajeros es el documento migratorio que registra los ingresos y egresos de personas del país. Además de fecha, horario y datos de la embarcación, se anota nombre y apellido de los pasajeros, nacionalidad, número de documento y fecha de nacimiento.

3 Diario de campo, 8 de abril de 2009.

4 Villa Eugenia, actualmente de 35 922 habitantes, se encuentra emplazada sobre el margen izquierdo del río Uruguay, al sur de la provincia de Corrientes. Frente a ella, en el margen derecho del río, a 10 o 15 minutos de distancia, está la ciudad uruguaya de Esperanza, hoy en día con unos 19 000 habitantes. El puerto de Villa Eugenia fue fundado en 1875 y su origen fue fundamentalmente estratégico. Hasta 1914, año en que se inauguró el tramo del ferrocarril Buenos Aires-Posadas, la actividad de este puerto fue esencial para la región litoral, luego quedó circunscrita al flujo entre Villa Eugenia y Esperanza e, indirectamente, al flujo con Progreso, un pequeño municipio brasileño (6 000 habitantes) que desde 1976 está conectado con Esperanza por un puente carretero. En 1999 se creó la Subprefectura de Villa Eugenia, y desde entonces esta delegación se ocupa del tránsito vecinal fronterizo (tvf), que depende, en gran medida, de las dos lanchas de pasajeros que de lunes a viernes, cuatro veces al día, unen ambas ciudades.

5 Sobre este "proceso de fronterización" (Grimson, 2003) véase Merenson (2010).

6 Es habitual que en el centro de la ciudad ninguna persona sepa si el puerto está "abierto" o "cerrado", si habrá lancha para cruzar al otro lado y, mucho menos, si está vigente alguna de las políticas aduaneras que limitan el tvf. Incluso es frecuente encontrar personas que, habiendo nacido y vivido toda su vida en la ciudad, nunca han visitado Esperanza o Progreso.

7 Como veremos más adelante, cuando nos detengamos en el caso de Jeny, el tipo y el volumen de mercancía comercializada constituyen una dimensión esencial en la configuración de la jerarquía chivera, pero también en la relación que este grupo establece con el resto de los actores que intervienen en la pasada. Como señalan Douglas e Isherwood (1990: 19): "las mercancías representan una serie más o menos coherente y deliberada de significados". En este caso, la mercancía comercializada resulta el punto de partida de las distintas valoraciones morales que circulan sobre quienes pueden o no comercializar determinados productos en el puerto, y además es el soporte material de los matices y gradaciones que encuentra la "ilegalidad" en la pasada. Sin embargo, cuando se trasciende este espacio, tales distinciones quedan englobadas en la lógica del "contrabando".

8 Por ejemplo, saber cuándo hay que hablar y cuándo no, tener astucia para eludir los controles, habilidad para negociar los precios con los comerciantes y, llegado el caso, coraje para defender la mercancía, pues un chivero nunca está dispuesto a entregarla a los agentes estatales.

9 De este modo se denomina la política aduanera que anula el tvf.

10 Todos escriben su nombre en cada una de sus cajas y llevan anotada en una libreta la mercancía que compraron.

11 Griche y doña Perla tienen distintos criterios para establecer qué productos pueden ser adulterados y cuáles no. De esta forma, entienden, pueden borrar las fechas de vencimiento de los panificados, pero no las de los lácteos, ya que para los primeros presuponen que no existen riesgos pero sí para los segundos.

12 Para esta diferenciación véase Guber (1998).

13 El pasaje por persona, en cualquiera de los turnos programados, cuesta 150 pesos uruguayos o su equivalente en pesos argentinos: unos 43 pesos mexicanos.

14 Diario de campo, 13 de abril de 2009.

15 Entre 1987 y 1990 se produjo una serie de alzamientos contra los gobiernos constitucionales protagonizados por algunos sectores de las fuerzas armadas involucrados en los crímenes y violaciones a los derechos humanos durante la última dictadura militar (1976-1983). En 1988, el segundo de ellos, autodenominado "Operación Dignidad", tuvo inicio en el Regimiento de Infantería asentado en Villa Eugenia.

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