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Alteridades

versión On-line ISSN 2448-850Xversión impresa ISSN 0188-7017

Alteridades vol.21 no.42 Ciudad de México jul./dic. 2011

 

Jóvenes en América Látina: abordajes desde la antropología

 

Infancias marginales, los márgenes de la infancia. Trayectorias de muchachos en situación de calle en el noreste brasileño*

 

Marginal Childhoods, the margin of childhood. Trajectories of street children in Northeast Brazil

 

Alice Sophie Sarcinelli**

 

 

** Institut de Recherche Interdisciplinaire sur les Enjeux Sociaux (Sciences Sociales, Politique, Santé), École des Hautes Études en Sciences Sociales y Médecins du Monde, París. 190-198 avenue de France – 75244 Paris cedex 13 <sophiealy@yahoo.it>.

 

* Artículo recibido el 05/03/11
Aceptado el 13/09/11.

 

Abstract

I explore the social identity of a group of young crack users living in one of the metropolis in Northeast Brazil. Considering age as social construction, other factors show up and contribute to the categorization of these persons. When the "street-child" system was applied in the neighborhood where this research took place, I found out how the children re-appropriated these categories. I analyze the strategies of consumption and meanings given to the use of crack by the young. The concepts of sub-culture and deviant are rejected and I describe concrete realities and micro and macro social mechanisms that impinge in childhood experiences in contemporary Brazil. The aim is to prove the limits of the categories: childhood, adolescence and youth to renew the debate in Childhood Studies and the new studies on the young.

Key words: street children and adolescents, the anthropology of childhood, Brazil, crack.

 

Resumen

Se explora la identidad social de un grupo de muchachos usuarios del crack, que viven en una metrópoli del noreste brasileño. Considerando la edad como una construcción social, se presentan varios factores útiles para la categorización de estos individuos; al aplicar el sistema "niño-calle" en el barrio en el que se hizo esta investigación, se muestra cómo los niños se reapropian de esas categorías. Se analizan las estrategias de consumo y las significaciones atribuidas al uso del crack por los muchachos. Se rechazan los conceptos de subcultura y de desvío, y se relatan realidades concretas y mecanismos micro- y macrosociales que configuran experiencias de infancia en el Brasil contemporáneo. El objetivo es probar los límites de las categorías: infancia, adolescencia y juventud, para renovar el debate entre los estudios sobre la infancia y los nuevos estudios de la juventud.

Palabras clave: niños y adolescentes en situación de calle, antropología de la infancia, Brasil, crack.

 

Quando, seu moço / Nasceu meu rebento,
Não era o momento / Dele rebentar / Já foi
nascendo
Com cara de fome / E eu não tinha nem nome
Prá lhe dar / Como fui levando
Não sei lhe explicar / Fui assim levando / Ele a
me levar (...)

Olha aí! / Ai o meu guri / olha aí! / Olha aí!
É o meu guri e ele chega! / Chega suado
E veloz do batente / Traz sempre um presente,
Prá me encabular / Tanta corrente de ouro /
Seu moço!

Que haja pescoço / Prá enfiar,
Me trouxe uma bolsa / Já com tudo dentro
Chave, caderneta / Terço e patuá / Um lenço e
uma penca
De documentos / Prá finalmente / Eu me
identificar
Olha aí! / Chega no morro / Com carregamento
Pulseira, cimento / Relógio, pneu, gravador,
Rezo até ele chegar / Cá no alto,
Essa onda de assaltos / Tá um horror,
Eu consolo ele / Ele me consola / Boto ele no
colo
Prá ele me ninar / De repente acordo / Olho pro
lado,
E o danado já foi trabalhar / Olha aí!

Chico Buarque, O Meu Guri

 

Introducción

10 de septiembre de 2008. Después de tres semanas de negociaciones sobre mi papel de investigadora, fijo mi primera salida con Carla y Jéferson,1 dos educadores de la calle2 de una ong local. A las 9:40 de la mañana llegamos a la plaza central de uno de los principales barrios de la ciudad donde realizaré la etnografía. Encontramos allí a cinco muchachos dormidos en la intersección de la plaza con una avenida. De acuerdo con los educadores, el hecho de que los niños durmieran aún a esas horas significa que debieron pasar la noche anterior fumando crack3 hasta tarde. Wellington, de nueve años, es el primero en despertarse. Al abrir los ojos intenta echar agua sobre los demás, pero los educadores lo disuaden; enseguida le preguntan cómo está, qué hizo la noche anterior y dónde durmió. Wellington cuenta que estuvo en un barrio vecino con los otros niños, ya que los policías lo expulsaron de esa plaza. Pasó la noche huyendo de un barrio a otro, pero al final debió quedarse solo en otro barrio, mientras que los demás consiguieron quedarse aquí. Unos minutos después, Marcos, aún tendido, con los ojos entreabiertos, se lleva a la boca un sándwich que tenía guardado en el bolso: la imagen me parece infernal. Media hora después estamos jugando "Memory", fabricado por los educadores con imágenes recortadas de paquetes de cigarros (que representan los efectos del tabaco en el cuerpo). Me siento a gusto, de pronto parece que estoy jugando con niños comunes. No obstante, al final del juego, los educadores comienzan a hablar de las drogas y el crack. Estoy confundida, no logro juntar esas dos imágenes: niños que juegan y niños usuarios del crack.

Este extracto del diario de campo relata la confusión y el estupor frente a niños que a primera vista no lo son tanto y, al mismo tiempo, son capaces de jugar y ver la vida como otros individuos de su edad. A lo largo de todo el trabajo de interpretación y de escritura, intenté buscarle sentido y cuestionar esa aparente contradicción.

Niños de la calle, niños en la calle, niños en situación de calle, o también pivetes (ladronzuelos), marginales, muchachos con carencia, niños abandonados o trombadinhas (carteristas)4 son algunos de los muchos apelativos usados (en contextos diferentes) para llamarlos, aunque habitualmente se habla de estas personas más en términos míticos que como individuos reales. Presentados como víctimas inocentes, personas desviadas que forman parte de una subcultura, o, en el extremo opuesto, como héroes,5 los llamados niños de la calle son construidos en el imaginario social en oposición a la infancia ordinaria. También, los niños de la calle fueron tratados por la prensa internacional con poca atención a la especificidad y complejidad de los universos locales de los que forman parte. Eso contribuyó a apartarlos del régimen histórico (Hartog, 2003) y de los mundos sociales a los que pertenecen. Ahora bien, interesarse por los niños y adolescentes de la calle, como objeto antropológico, impone una reflexión sobre esa categoría social. Es decir, ¿de quién estamos hablando?

Primero debemos interrogarnos sobre el valor heurístico del estudio de esta categoría social. ¿Vale la pena investigar en una cotidianidad con frecuencia brutal y violenta a la que los muchachos inicialmente parecen tan sólo resignados? ¿Podemos instalarnos allí y hacer algo mejor que un simple acto de denuncia de las condiciones de vida de esos niños o una pornografía de la violencia (Bourgois, 2002)? ¿Cuál es la contribución epistemológica de una etnografía sobre niños y adolescentes en situación de calle para los estudios sobre la juventud y sus transformaciones en América Latina?

Las observaciones etnográficas mostraron una cierta diferencia de comportamiento entre moradores de la calle de varias edades, lo que sugiere que existen distintas formas de vida (Das, 2007) y lógicas propias de niños y adolescentes en situación de calle.6 Este análisis es una tentativa de articular la experiencia social de la calle y del crack con la especificidad de la fase del ciclo de vida en la cual se encuentran los muchachos. Ahora bien, al abordar la cuestión de la edad no se pueden dejar de lado otras características sociales, culturales y de género, necesarias para comprender la identidad social de esta categoría, lo que evita una interpretación desde un factor único (Olivier de Sardan, 1996). Así, en este trabajo se aborda de manera distinta, pues el problema de la edad no sólo es interesante en sí mismo, sino que puede constituir una contribución importante en el debate teórico-metodológico ligado a la intersección entre clase, raza y género.

La antropóloga brasileña Alba Zaluar dio un gran impulso teórico y etnográfico a los estudios sobre la juventud, la violencia y la masculinidad; en este sentido, me parece interesante pensar la juventud a partir de la frontera entre infancia y adolescencia. De modo más general, el campo de estudios del ciclo de vida se configuró en diferentes subdisciplinas que teorizaban por separado la infancia y la juventud, lo que refleja también la forma de pensarlas en el campo social y jurídico. Al tratar el tema desde otra perspectiva, el objetivo aquí planteado permite una ruptura epistemológica: proponemos sondear y cuestionar la separación entre los estudios sobre la infancia y los estudios sobre la juventud, estimulando un diálogo.

Este artículo explora la identidad social de un grupo de muchachos entre los 9 y los 16 años, usuarios de crack, que moran en una plaza central de una metrópoli en el noreste de Brasil. El estudio se focalizó exclusivamente en varones debido a que durante la investigación no se encontró ninguna joven que viviera en la calle en esa colonia. Esta franja etaria marca una fase liminar, es decir, un periodo crucial para investigar la construcción de la identidad social de estos jóvenes. Se trata con certeza de una experiencia extraordinaria, pues existen elementos objetivos que los alejan de lo que es considerado universalmente la infancia; lo cual nos lleva a cuestionar las concepciones de la normalidad y la anomalía en las experiencias infantiles. En esta dificultad epistemológica reside la riqueza de este objeto de estudio.

Estas cuestiones se inscriben en la reflexión actual de las ciencias sociales sobre la infancia y en el análisis que hago en mi tesis de maestría (Sarcinelli, 2008),7 donde busqué relatar la experiencia, la expresión y la realidad de los sujetos de estudio (Turner y Bruner, 1986), y explorar la vivencia subjetiva, la percepción del cuerpo y la salud, la construcción de identidad de género, las condiciones estructurales, así como la moral y la política económica (Fassin, 2009) que posibilitan estas formas de vida.

Este artículo propone tres contribuciones distintas para la reconfiguración de la articulación de los estudios sobre la infancia y la juventud en América Latina. La primera es epistemológica: situar estos muchachos desde la perspectiva teórica y problemática: ¿son un grupo de edad o un grupo particular compuesto por jóvenes que se integran al amplio espectro de los otros actores sociales?, ¿se trata de niños, de adolescentes o de jóvenes?, ¿es conveniente estudiarlos separadamente de los otros moradores de la calle? Este caso nos ayuda a probar la pertinencia de las fronteras entre infancia, adolescencia y juventud. Así, conseguimos dar un impulso a nuestras herramientas teóricas gracias a estos nuevos objetos de estudio.

La segunda contribución concierne a las cuestiones metodológicas. Se integra la crítica posmoderna, ya que a partir de ahora los estudios antropológicos requieren una reflexión crítica sobre las condiciones de la producción del saber. A partir de las condiciones reales de esta investigación se examinan también las precauciones metodológicas que deben adoptarse, ahondando en problemáticas comúnmente encontradas en las etnografías.

La última es una contribución a la cartografía del panorama de la juventud en Latinoamérica: los muchachos que moran en la calle hoy en día en el noreste de Brasil representan las consecuencias extremas de las grandes transformaciones socioeconómicas de ese país, pero también de la continuidad y la permanencia de las desigualdades estructurales de la sociedad brasileña. Por lo tanto, se rechazan las representaciones míticas y estereotipadas de los niños en situación de calle, pues tratamos aquí de individuos y calles histórica y socialmente situados, contemporáneos, profundamente imbricados en las relaciones sociales de la ciudad y en los contextos sociopolíticos del país.

El trabajo está estructurado en tres partes: la primera, focalizada en las concepciones émicas y éticas de estos niños; la segunda, en las cuestiones metodológicas, y la última, en la experiencia subjetiva del crack y su política económica.

 

Infancias marginales, los márgenes de la infancia. Sistemas éticos y émicos de clasificación de los niños de la calle

La primera puerta de entrada al análisis de las experiencias infantiles es la cuestión del lenguaje y de la clasificación por medio de un examen de las concepciones émicas y éticas encontradas en el trabajo de campo, en el espacio público y en el mundo académico nacional e internacional. Esta separación puede parecer un tanto hermética debido a que en la realidad social estas categorías son fluidas, y los intercambios entre los dos planos son más frecuentes de lo que podríamos pensar. El término más utilizado es niño de la calle, creado por el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) en 1979;8 se refiere a los niños en circunstancias particularmente difíciles (Unicef, 1998: 11); el término calle aporta una definición basada en el espacio para un grupo social heterogéneo, que en realidad tiene relaciones bastante variadas con ese lugar. Además, la presencia de los niños es vista como fenómeno único, asociado al abandono familiar o al desvío social.

La expresión en situación de calle, adoptada por el estado de São Paulo en 1992, es menos discriminatoria y se refiere a quien trabaja, mora o circula en la calle, de día o de noche. Puede ser utilizada después de los términos niños y adolescentes. Ello resulta de una nueva concepción de los universos infantiles, basada en el Estatuto del Niño y del Adolescente, en el que fueron cambiadas categorías jurídicas que tienen diferentes medidas de protección de sus derechos integrales y de las responsabilidades civiles y penales (Ministerio del Niño, 1991; Darlan, 1995).

De cualquier forma, los llamados niños de la calle continúan siendo construidos en el imaginario social y en el debate público (Sarcinelli, 2008: 130-140) como víctimas inocentes cuando se trata de niños (se habla de niños indigentes o menores abandonados), y como personas desviadas cuando son adolescentes (encontramos los términos pivetes, marginales, trombadinhas) (Alvim, 2001). Esto propicia una mayor visibilidad de los muchachos en cuestión, pero también, a la par, la situación se torna más difícil para ellos; el ambiente se vuelve hostil, ya que una vez que son considerados adolescentes, los muchachos son juzgados peligrosos y delincuentes. Por eso tienen menos posibilidades de recibir protección, limosnas o ayuda de las estructuras públicas, hecho que los coloca en desventaja y riesgo.

Los muchachos en cuestión se apropian de los estereotipos impuestos y los transforman en estrategias de sobrevivencia. En un acto de performance, instrumentalizan e incorporan la imagen de víctima y de amenaza. Las fotografías del trabajo etnográfico muestran las innumerables representaciones que hacen: las voces, los movimientos, los gestos, los discursos y el lenguaje, son transformados de acuerdo con necesidades diferentes, por ejemplo, para obtener dinero de un turista o imponerse a otro muchacho.

Sigo a los etnógrafos brasileños Claudia Milito y Helio R. S. Silva (1995), así como al sociólogo suizo Riccardo Lucchini (1993 y 1996),9 y renuncio –como Milito y Silva– a construir una teoría y una conceptualización universalizadora sobre la totalidad de los niños de la calle, adopto entonces el sistema "niño-calle" de Lucchini para describir y analizar la realidad que se investiga.

En general, los niños que duermen en esa plaza o en las calles del barrio se alejan progresivamente del hogar por causa de una situación complicada. Algunos tienen contacto intermitente con los padres, otros tienen lazos más débiles y contactos más esporádicos, a veces con otros miembros de la familia o con vecinos. Varios comenzaron la carrera (Lucchini, 1996: 69-72) en la calle trabajando y, como veremos, consumen de manera frecuente el crack. Todos ellos tuvieron ya un vínculo con los educadores de la calle; unos incluso intentaron dejar la calle (regresaron a casa o entraron a instituciones como la escuela, y hasta tomaron tratamientos de desintoxicación), pero al final resolvieron regresar a ésta. Como se verá más adelante, durante la investigación algunos de ellos circularon entre esos espacios.

 

Cuestionar la línea de demarcación entre infancia y juventud

Los muchachos en situación de calle son comúnmente pensados como niños desviados. ¿Se trata siempre de niños? ¿Cómo pensar entonces la infancia en la antropología? ¿Cuál es la frontera entre la infancia y la juventud? ¿De qué forma este terreno de frontera puede entrar en un diálogo fértil con los estudios de la juventud? Abordaremos aquí los desafíos teóricos de pensar la infancia desde el punto de vista antropológico, pues los niños son considerados sujetos con un estatuto peculiar. Ya en los años ochenta Pierre Bourdieu llamó la atención sobre la construcción social de las edades y de las generaciones. El sociólogo francés indica que jóvenes de clases sociales diferentes tienen experiencias de juventud distintas:

Las clasificaciones por edad (como las de sexo o, por supuesto, de clase) van todo el tiempo imponiendo límites y produciendo un orden que cada quien tiene que seguir, en el cual cada quien tiene que quedarse en su lugar. Las relaciones entre edad social y edad biológica son muy complejas [...] La edad es un dato biológico socialmente manipulado y manipulable; y el hecho de hablar de los jóvenes como una unidad social, un grupo constituido, dotado de intereses comunes, y de vincular esos intereses a una edad biológicamente definida, constituye de por sí una manipulación evidente (Bourdieu, 1980: 144-145).

El autor llama la atención sobre el conflicto entre generaciones, en la construcción de categorías sociales. Aunque cada cultura opera algunas distinciones entre las nociones de niño y de adulto, de acuerdo con Pamela Reynolds, estas categorías no son universales y pueden variar bastante. La autora muestra que la infancia no es una idea fija, pues no es un hecho sólo biológico, sino que varía en el tiempo, entre las clases y las culturas (Reynolds, 2000: 145).

Si las teorías poscoloniales y feministas propusieron una reformulación teórica para definirse fuera de los parámetros normativos dominantes (es decir, la identidad masculina, blanca, occidental y racional), este desafío aún no se ha cumplido en lo que respecta a la infancia. Aunque quisiéramos pensar a los niños como sujetos dotados de agencia, tenemos que dar cuenta de la diferencia entre ellos y los adultos como cuerpos agentes (Castañeda, 2002: 149).

Además, se constata que hoy la infancia está simbólicamente cargada de ideas morales. La Convención sobre los Derechos del Niño propone el concepto occidental de la infancia como modelo universal, pero a menudo sus parámetros no guardan relación con los contextos locales. Así, las experiencias que difieren de este modelo fueron relegadas al universo del desvío, lo que se refleja en la construcción del campo de investigaciones sobre la infancia, que estudia y teoriza separadamente las infancias "normales" y las infancias en riesgo.

Esta observación etnográfica demuestra, por un lado, la proliferación de discursos morales que presentan a estos niños como víctimas, héroes o amenaza; y, por otro, que existen elementos objetivos en su experiencia cotidiana que los recusa o excluye de lo que es considerado universalmente la infancia. La experiencia de la calle puede parecer extraordinaria, es decir, fuera de lo ordinario, ya que los muchachos disponen de competencias propias de los adultos, pero las utilizan desde una lógica de niños. Una cierta dimensión lúdica caracteriza su actitud hacia la vida, lo que, personalmente, fue una verdadera sorpresa. En efecto, más que historias desviadas, estas trayectorias tienen muchos aspectos en común con las de los muchachos que aún viven en casa: se trata de un continuum donde la calle, los abusos sexuales y el crack son las experiencias de un proceso bastante más complejo. Entonces, el objetivo de este estudio no es el análisis de vidas desviadas, sino un relato sobre las infancias y las juventudes de cierta clase social del Brasil contemporáneo.

 

Una antropóloga en situación de calle

En una de las primeras conversaciones con Rogério, un muchacho de 13 años, me presenta su recorrido de forma contradictoria: en un inicio me cuenta que huyó de casa sin motivo alguno, luego afirma que fue el día que su padre falleció. Más tarde, invitado por uno de los educadores de la calle a dibujar su familia, retrata una casa vacía. Le preguntan: "¿Y tu familia?", y él responde: "¡Al carajo!". Dos meses después me explica que su familia no quiere saber más de él "porque él es pobre". Por otro lado, los informes de los educadores de la calle sobre la visita a casa de Rogério relatan que el hogar está compuesto por la madre, una media-hermana de 18 años con un bebé de dos meses y un hermano en situación de calle. El padre de éste y su hermana fallecieron, el único ingreso es el de la madre, que trabaja de basurera. La casa es una barraca vacía. La madre expresa el deseo de entregar a los dos hijos a una institución que pueda cuidar de ellos, pues ella no puede más; al mismo tiempo, Rogério declara no tener ningún motivo para quedarse en una casa en la que no tiene nada, mientras que en la calle encuentra lo que precisa. ¿Se habrá fugado sin motivo alguno o la familia lo rechazó? ¿Cuál es la verdad? ¿Una será mentira y la otra verdad? Tal vez la respuesta haya sido dada por el propio muchacho en otra ocasión: "No pienso nada, mi cabeza está vacía como ese coco (mientras señalaba un coco en el suelo). El crack se comió todo lo que tenía adentro, hablo sólo por hablar".

Este fragmento muestra una de las dificultades de un tema tan frágil y violento, tan difícil y escurridizo para ser investigado y teorizado; vemos aquí cómo los relatos constituyen experiencias intersubjetivas que nos informan sobre el contexto y las condiciones de narración, es decir, performances que nos dan acceso al peculiar punto de vista de los niños.

La reestructuración del concepto de infancia en las ciencias sociales condujo a ciertas innovaciones metodológicas, pues finalmente los niños asumieron el rol de informantes y dejaron de ser simples objetos de investigación. Aunque los estudios sobre la infancia integran la cuestión metodológica, la mayoría de los autores aporta visiones generalizadoras y esencializa al sujeto niño. Por el contrario, las cuestiones debatidas en los estudios sobre los niños y jóvenes no pueden quedar relegadas a una subdisciplina, y las alternativas metodológicas tomadas deben basarse en la especificidad de los informantes y del contexto. Así pues, se escogieron tres temas para confrontar a los autores que han encontrado problemáticas parecidas: la cuestión de la autoridad del niño como informante, la metodología de la investigación con los usuarios de crack y los límites del trabajo de la antropóloga en situación de calle.

 

Palabras de niño, palabras de usuarios

La primera cuestión que se quiere encarar es la de la narración y de la expresión, ya que, de acuerdo con Turner y Bruner (1986), la relación entre experiencia, expresión y realidad es sin duda problemática. Los antropólogos de la infancia (véase Mayall, 1994; James y Prout, 1990) invitan a considerar las sutiles dinámicas que necesariamente forman parte de las relaciones entre el investigador y los niños objetos de la investigación; en particular sobre la manera en que los niños negocian y se adaptan frente a los adultos. Muchos otros autores, que no trabajan sobre la infancia, pensaron la cuestión de la narración: Bruner evidencia que las historias no son forzosamente lineales y que las estructuras narrativas tienen especificidades culturales; Das sugiere pensar las historias no como textos fijos, sino en constante proceso de producción, en el cual poco a poco se establece un lenguaje común: "de algunas historias podemos hablar mejor como de un comprometerse con lo cotidiano, con la creación de fronteras en regiones diferentes del ser y de la sociabilidad" (Das, 2007: 80); por último, Renato Rosaldo (1986) advierte que la narración nunca es el espejo de la experiencia.

Ahora bien, algunos obstáculos específicos caracterizan las investigaciones sobre niños en situación de calle. Los muchachos utilizan estrategias para protegerse del mundo exterior, por ejemplo, ellos hablan la lengua de los pivetes, un idioma secreto e incomprensible incluso para los brasileños; tienden a no revelar información personal, a mentir o a responder de manera estereotipada o monosilábica.

Jacques Meunier (2001) notó que la singularidad de los relatos de estos niños no está sólo en el vocabulario: se encuentra en la voz, en los efectos sonoros, en la sensibilidad, en el tono. Prolongando esta reflexión, podemos interrogarnos sobre la elucubración: ¿qué hacer con los datos inexactos, mentirosos o totalmente inventados? Por supuesto practiqué con el material recopilado lo que Alba Zaluar llama hermenêutica da desconfiança (hermenéutica de la desconfianza, Zaluar, 2004: 12). El asunto no es aceptar de manera naive elucubraciones, verdades y fantasías, sino cuestionarse sobre el significado de éstas. Zaluar se interesó también en los significados encontrados en las mentiras sistemáticas, que deben ser interpretadas con ayuda de las teorías sociales, de los datos estadísticos y de los comentarios de otros informantes y colaboradores de la investigación que compartan el código de significación de las reglas de comunicación de estos "mentirosos". Jacques Meunier entiende las mentiras de los niños de la calle como contraverdades llenas de significados, como aspiraciones, fantasías, instrumentos de negación de una realidad.

Asimismo, la dificultad de buscar un sentido en los relatos y en las acciones de los niños usuarios permanece; es la que ayuda a entender mejor el contexto social que marca la forma narrativa y que nos informa sobre lo que Das llama lifeword context (Das, 2007: 65). La narración nos informa sobre las ideas sociales y culturales de estos niños, sobre la capacidad de individuos de edades diferentes de comprender su realidad, y sobre lo que es posible decir o no decir en un contexto determinado. El valor del relato radica igualmente en todos los datos implícitos y explícitos que el contexto social confiere a la experiencia de infancia.

Por ejemplo, al observar los relatos recogidos, encontramos ciertas expresiones recurrentes. Cada muchacho tiende a decir, con cierto orgullo, que se estableció en la calle "porque quise"; cuando quieren justificarse por actos autodestructivos, dicen: "no tengo nada que perder", o también: "no tengo miedo de morir". Estas repeticiones sugieren que existe una interrelación entre las historias individuales y las experiencias colectivas. Dicha interrelación se puede apreciar tanto en las experiencias vividas por los muchachos, en múltiples ocasiones parecidas, como en el recuento que hacen de las mismas, recuento que se vuelve casi una "historia-tipo", utilizado para narrar y alejar de sí las experiencias dolorosas. Éste se manifiesta en la utilización del pronombre colectivo Teô para llamar al grupo de niños o a cualquier niño de la calle, y constituye una marca identitaria basada en un sistema de inclusión/exclusión. Entre ellos se tratan de pivetes, reapropiándose así de un término discriminante usado por la sociedad.

Un elemento que llama la atención es el goce de vivir que los más jóvenes parecen mostrar, aunque, al mismo tiempo, no demuestren darle mucho valor a su vida, lo que salta a la vista a través de los actos y los relatos. Además, vemos un cierto orgullo, la voluntad de presentarse como actores activos de la propia forma de vida y afirmarse como los responsables de esa elección, en vez de víctimas de la situación.

 

Piedras, violencia y peligro: etnografía

Investigar sobre la cotidianidad de muchachos de la calle consumidores de crack implica confrontarse con la violencia. Christopher Kovats-Bernat define de este modo un campo peligroso:

aquellos lugares donde las relaciones sociales y las realidades culturales son gravemente modificadas por la difusión del miedo, la amenaza de la fuerza, o el empleo (ir)regular de la violencia y donde las perspectivas, las metodologías, las éticas habituales del trabajo de campo antropológicos son al mismo tiempo insuficientes, irrelevantes, inaplicables, imprudentes o simplemente ingenuas (Kovats-Bernat, 2002: 208-209). 

En realidad, los niveles de peligro varían considerablemente entre una situación de guerra y los riesgos en el centro de una ciudad del noreste brasileño. Aun así, las formas de violencia presenciadas fueron varias: la violencia de la que los muchachos son actores o víctimas, la que se autoinflingen y la violencia del barrio. Además, otros peligros limitaron el acceso a ciertos aspectos de la vida de esos niños, como la vida nocturna y el comercio de las drogas. El efecto del crack causó una gran inestabilidad en la investigación de campo, pues un momento de aparente calma podía tornarse rápidamente en un conflicto donde los niños comenzaban a arrojar piedras. Todo ello tuvo consecuencias directas en los resultados del estudio.

Intenté limitar el campo de investigación y no exponerme a situaciones muy riesgosas.10 Apliqué de manera intuitiva lo que Nancy Howell llama prácticas normativas en lugares de campo peligrosos (Howell, 1990, cit. en Kovats-Bernat, 2002: 212). Por otra parte, Kovats-Bernat sugiere que el campo etnográfico no es necesariamente "un telón de fondo para la colecta de datos, sino un dato por sí mismo, un elemento detonante del tipo de información que se va viendo y de las tácticas buscadas" (Kovats-Bernat, 2002: 212-213).

Aunque la cuestión de la distancia del investigador es parte del trabajo de campo, Christopher Kovats-Bernat (2002) y Philippe Bourgois (2001) se interrogan sobre la influencia de la violencia vivenciada en la observación y en la interpretación. Kovats-Bernat afirma que el proceso de aculturación en los trabajos de campo donde hay violencia modifica nuestro abordaje metodológico y nuestro modo de mirar. Los educadores fueron en este estudio no sólo una garantía de mi seguridad, sino que me enseñaron a tomar distancia de los eventos que para mí eran insoportables.

Por último, intenté tener en cuenta, interrogarme y reflexionar, tanto en las palabras como en los silencios, sobre los lugares observados, así como aquellos inaccesibles.

 

Las micropolíticas del pánico, la macroeconomía del crack

Para entender mejor la realidad específica del trabajo de campo se trató el aspecto más peculiar de la existencia de estos niños: el uso del crack.

 

Dar un beso al pánico

Los estudios muestran que los niños de la calle brasileños se distinguen de los de otros países por la abundancia del uso de drogas, principalmente el pegamento de calzado.11 De acuerdo con la investigación de Antonio Nery12 de finales de los años ochenta, el consumo de esta sustancia era casi sistemático, mientras que ahora el crack lo está sustituyendo y se está difundiendo bastante entre los muchachos en situación de calle de varios barrios de la ciudad.

Los educadores afirman que los muchachos del barrio (la mayoría de los cuales consumía pegamento) comenzaron a utilizar crack un año antes de mi llegada al campo. Este hecho no significó un aumento de usuarios, pero sí fue notorio en el aspecto cualitativo (Lucchini, 1993). No es fácil cuantificar con precisión el consumo, pero es considerable, a tal punto que la apariencia física de los muchachos está marcada por los efectos de la sustancia: son bastante delgados, tienen los dientes y las uñas ennegrecidos, las manos llenas de cicatrices provocadas por las navajas para cortar el crack.13 Por estas características entran en los criterios de la Clasificación del Síndrome de Dependencia de la Segunda Edición de Clasificación Internacional de las Enfermedades (CID-10-OMS, en Sampaio Martins, s. f.).

Se examinará primero cómo expresan y perciben los muchachos su dependencia al crack, y a continuación se explicará la política económica que permite la venta de este producto a los niños. Podemos interpretar el consumo de crack como un factor de las relaciones sociales entre los muchachos. En la calle, el crack es conocido con el nombre de pánico o queso; la dependencia es comparada con la pasión: se habla de "dar un beso al queso", una vez que se le da un beso (prueba el crack) se apasiona y, en ese caso, se roba o se hace lo que sea para conseguir más. Los muchachos entre 9 y 14 años tienden a andar en grupo, como estrategia de defensa, aunque la policía intenta disuadirlos para disminuir su visibilidad frente a los turistas. La relación entre los niños y adolescentes es ambivalente, hecha de confianza y opresión, de protección y fidelidad. Los menores necesitan protección y son útiles al grupo porque tienen más facilidad para ganar dinero de los turistas; los adolescentes aprovechan la fragilidad de los más pequeños para pedirles favores, ser "servidos", tener poder sobre ellos. Marcos organiza la cooperación y decide quién tiene derecho a fumar. Se preocupa por los otros, cierta vez mandó a José a pasar unos días en casa, pues "estaba muy flaco", también busca que todos tomen café antes de consumir drogas, pues el crack ahuyenta el hambre.

Esta actividad es vivenciada y asume diversos significados según la edad y la situación de cada uno. Para los más jóvenes, fumar es como un juego; no entienden verdaderamente las consecuencias, hasta los cachimbos son juguetes. Para los adolescentes, usar crack es una prueba de virilidad y de poder; fuman porque es la regla de la calle, para pertenecer al grupo. Marcos afirma que debe fumar más que los otros porque es el jefe. Otros admiten que fuman "porque no tengo nada que hacer. Fumo para pasar el tiempo" (Marcelo, 16 años), o, como Rogério, mienten a Marcos para no fumar o fumar menos. Humberto dice que el crack no lo domina (es decir, que no es dependiente), sino que más bien fuma porque se deja influenciar por los otros, y porque él no vale nada. Así pues, el crack es vivenciado como un juego, un pasatiempo, una forma de afirmarse en el grupo. El consumo es entendido por estos actores sociales como una opción o como una regla de la calle. Ahora, ¿cómo es posible que esta sustancia llegue a los muchachos de 9 años?

 

La política económica del crack

Aquí se presenta el último ángulo del análisis de la investigación, es decir, la política económica de la distribución del crack entre los niños del barrio. Las piedras de crack, residuos de cocaína que llegan de América Central para ser refinados y enviados a Europa, fueron ingresadas en el mercado local a bajo precio y puestas a disposición incluso de los niños.

Distinto del pegamento, el crack es una sustancia ilegal que los niños compran en los puntos de venta al menudeo, entablando una relación económica directa con los traficantes. Brasil es el principal distribuidor de cocaína colombiana, misma que constituye 98% de la producción mundial (Sampaio Martins, s. f.). A partir de los años ochenta, Brasil se convirtió en el segundo país con más consumidores de drogas, superado sólo por Estados Unidos. De acuerdo con las Naciones Unidas, el narcotráfico brasileño representa aproximadamente del 10 al 15% del mercado mundial, lo que corresponde a una circulación de entre 20 y 40 billones de dólares al año.

Alba Zaluar (2004: 31-35) indica la importancia de los mecanismos institucionales y del crimen organizado en el aumento de la violencia y del tráfico de drogas en las últimas décadas; contrario a lo que se puede pensar, las clases más bajas no son las únicas en involucrarse con el crimen organizado. El narcomenudeo, que para las poblaciones más pobres representa una alternativa a la dramática realidad del mundo laboral, es la única etapa del narcotráfico perseguida por la ley. Niños cada vez más jóvenes son implicados en este tipo de negocios ilícitos, tanto en la distribución como en el consumo.

El crack entró al tráfico de Brasil hacia los años noventa y se difundió gradualmente hasta constituir una de las principales drogas consumidas en 2000.14 Nery sugiere que el paso de la cocaína y de otras sustancias consumidas por vía intravenosa al crack fue el resultado del éxito de las campañas de prevención contra el sida. La razón estaría en que el crack provoca un efecto tan intenso como el producido por esas otras drogas, pero evita el riesgo de contaminación.

La dependencia de los muchachos que viven en las calles del centro de la ciudad al crack termina haciendo que una gran parte de las limosnas de los turistas llegue a manos de los traficantes que venden a niños sin importar la edad. Informantes adultos explicaron que los traficantes logran que los niños sigan debiéndoles dinero para así asegurar su clientela, lo que también confirmaron las investigaciones sobre los mecanismos de extorsión hechas por Zaluar en Río de Janeiro. Podemos resumir esto con las palabras de Marcelo (16 años), cuando un día, mientras un camello15 le pedía alejar de él a Tobías porque estorbaba sus negocios, comentó: "si el vendedor fuese un traficante, jamás se hubiera quejado".

 

Consideraciones finales

Este ensayo ha intentado reconstruir múltiples cuestionamientos con la esperanza de que representen una contribución fértil, y así poner a prueba los límites y las categorías muchas veces rígidas de infancia, adolescencia y juventud; pero también invitar a un debate, en mi opinión fecundo, entre diversos campos de estudio.

En primer lugar, al considerar la edad como una construcción social se describieron brevemente varios factores que contribuyen a definir y a orientar la categorización de estos individuos. Se presentaron algunos dispositivos jurídicos, representaciones sociales en el debate público y convenciones internacionales. Por otra parte, se procuró mostrar el sistema "niño-calle" del barrio estudiado y dar una rápida descripción de cómo los niños se reapropian de las categorías. Un análisis más profundo de tipo sociohistórico podría mostrar con más claridad cómo la noción de niños de la calle está lejos de ser estática, pues han sido percibidos y conceptualizados de maneras diferentes a lo largo de varias décadas.16 En segundo lugar, en lo referente a la cuestión metodológica, se articularon precauciones metodológicas propias con las discusiones de varios antropólogos, inclusive de otros campos de estudios.

En fin, se abordó el aspecto que constituye la mayor influencia en la vida de los niños y de los adolescentes en situación de calle de las últimas décadas: el crack. Este tema permitió analizar las estrategias de consumo y las significaciones atribuidas al uso del crack por los muchachos, además de integrar para ello un análisis de la economía política del crack.

El hilo conductor que une estas interrogantes es la interpretación. ¿Cómo podemos decir, sin caer en contradicción, que los niños deciden drogarse incluso teniendo una comprensión del mundo limitada por la edad, y articular esa opción con las condiciones estructurales que limitan las posibilidades de sus opciones?

Las observaciones resaltaron que ellos sostienen una relación ambivalente con la vida: en el plano discursivo declaran no tener nada que perder y no temerle a la muerte; en la práctica luchan por la sobrevivencia y al mismo tiempo tienen comportamientos autodestructivos. En general, podemos constatar una forma peculiar de percibir la realidad, atenta a los pequeños detalles, expresada no sólo de manera verbal, sino también concreta, que ilustra una lógica de infancia y que se inserta en una experiencia de vida que los lleva a tener comportamientos fuera de la infancia, como utilizar dinero, relacionarse con traficantes, fumar crack. La condición de niño influye en el modo de estar en el mundo y de entenderlo, a la vez que su mirada atestigua una extrema conciencia de las condiciones de vida y de muerte que ellos viven.

Margaret Trawick (2007) en sus estudios sobre guerra, infancia y juego en Sri Lanka destaca las profundas conexiones entre guerra y juego: el entusiasmo, la importancia de jugar y de las risas en la vida cotidiana en contexto de guerra. En la transición de la infancia a la adolescencia, la lógica es más de transgresión, de afirmación de sí mismo, de virilidad. Esto fue constatado también por Trawick ahí donde los adolescentes son reclutados para formar parte de las milicias, y por Philippe Bourgois (2001), quien apunta esa fase de la vida como el paso de la interiorización de las estructuras sociales a la organización de la propia autodestrucción. La edad es un factor clave para pensar las desigualdades en Brasil. No siempre las categorías en apariencia más débiles son las más vulnerables: paradójicamente, los niños no son más frágiles que los adolescentes, y las muchachas parecen ser más protegidas que los muchachos. El caso analizado muestra la importancia de incluir la edad, además del género, la raza y la clase, en las teorías de la interseccionalidad (Crenshaw, 2009).

Intentamos demostrar así la fluidez y la coexistencia de sentimientos y lógicas aparentemente opuestas: la violencia y el carácter lúdico, los comportamientos fuera de la infancia (Sarcinelli, 2008) y las prácticas infantiles. Los límites entre la violencia y el juego, entre solidaridad y opresión, son bastante más fluidos de lo que podríamos haber pensado. Estas reflexiones parecen contradecir la manera dominante de pensar la infancia, pero encuentran una coherencia en ese contexto social y en la forma de vida (Das, 2007) que los muchachos aprendieron: un mundo de significados en el que infancia, violencia y agencia cobran sentido.

 

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Notas

* Agradezco el apoyo de Esteban Arias Urízar y de la maestra Liliana Chaparro para la traducción y la revisión del texto.

1 Por razones de anonimato, el nombre de la ciudad, del barrio y de la organización no gubernamental (ong) no son citados, y todos los nombres fueron inventados.

2 Educador de rua en portugués.

3 El crack es un derivado de la cocaína, que provoca una dependencia inmediata y bastante fuerte de la que no es fácil librarse. Quiero resaltar que esta etnografía ilustra una situación específica, que no da cuenta de la totalidad de la experiencia de los niños que viven en las calles de las capitales del noreste, y menos aún en el Brasil entero.

4 Pivete significa "niño ladrón y compañero de ladrones", trombadinha es un "individuo menor de edad, delincuente, que pertenece a grupos de asaltantes de calle", marginal es criminal <http://michaelis.uol.com.br/moderno/portugues/index.php>.

5 Un ejemplo es el libro Capitães de Areia, del célebre autor bahiano Jorge Amado (1988).

6 Usaré los términos niños y adolescentes de acuerdo con la definición del Estatuto del Niño y del Adolescente: niño (criança), de 0 a 12 años; adolescente, de 12 a 17. El término en situación de calle (em situação de rua), adoptado en el estado de São Paulo en 1992, se refiere a quien trabaja, mora y circula en la calle de día o de noche.

7 El trabajo de campo fue realizado en 2007 en cooperación con una ong local. Los informantes principales fueron 12 muchachos de 9 a 17 años, que moran en un barrio central y turístico de la ciudad. El contacto se hizo por medio del equipo de educadores de la calle, lo que al inicio fue crucial para ganar su confianza e intimidad; luego los frecuenté sola, entrando verdaderamente en una relación de investigación. Utilicé principalmente el método de observación participante, pero también hice algunas entrevistas a adultos (y a un adolescente) y análisis de documentos de la ong.

8 La ocasión fue la celebración en las Naciones Unidas del Año Internacional del Niño.

9 Claudia Milito y Helio R. S. Silva definen a los niños de la calle (meninos de rua) como niños y adolescentes que tienen relaciones familiares cíclicas, permanentes o destruidas, y que ocupan la calle de manera intermitente, temporal o permanentemente. Las diferencias entre los diversos casos no son clasificadas, pero sí ilustradas en el propio trabajo etnográfico. Riccardo Lucchini propone esquematizar la experiencia de los niños de la calle con un sistema "niño-calle", donde la dimensión identitaria del niño es analizada con el concepto de espacio.

10 Nunca me quedé en la plaza después de las 19:00, y luego de las 17:30 nunca estaba sola, tampoco fui a las calles donde se ubican los puntos de venta de droga, ni visité a las familias de los niños.

11 Ello resulta de numerosos estudios hechos en distintas épocas sobre niños brasileños en situación de calle (Nery, 1993; Milito y Silva, 1995; Hecht, 1998; Lucchini, 1996: 199-220). La diferencia con otras realidades fue constatada por los trabajos comparativos de Riccardo Lucchini (1993 y 1996).

12 Antonio Nery es presidente del Centro de Estudios y de Terapia de Abuso de Drogas (cetad) de la Universidad Federal de Bahía, y autor de la tesis de doctorado en Antropología citada. Las posiciones citadas en este artículo resultan de la lectura de esta tesis y de una entrevista hecha con el profesor Nery el 27 de septiembre de 2007 en el cetad.

13 El crack viene en piedras que son cortadas y colocadas en unas pipas fabricadas por los mismos muchachos u otros moradores de la calle.

14 Un proceso parecido fue relatado en el trabajo etnográfico de Philippe Bourgois (2001).

15 Persona que vende en la calle.

16 No tuvimos aquí el espacio para tratar la sociohistoria del concepto de niños de la calle y en situación de calle (cf. Sarcinelli, 2008).

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