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Alteridades

versión On-line ISSN 2448-850Xversión impresa ISSN 0188-7017

Alteridades vol.20 no.40 Ciudad de México jul./dic. 2010

 

Lecturas

 

Tiempos mexicanos

 

Reseñado por María Ana Portal*

 

Guadalupe Valencia García et al., Tiempos mexicanos, Sequitur, Madrid, 2010.

 

* Profesora–investigadora del Departamento de Antropología de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa <marianaportal@gmail.com>.

 

La importancia de un libro no la constituye sólo su edición o la manera en que está escrito, ni siquiera su contenido. Para mí, su valor radica en cómo te deja y qué te deja una vez que terminas de leerlo. Hay libros que te proporcionan información, otros que cuentan historias y te permiten viajar lejos y cerca. Éste es un libro que te hace pensar, al mismo tiempo que te sensibiliza, que te hace mirar tu entorno cotidiano de otro modo, ya que articula muy equilibradamente reflexiones teóricas profundas con materiales empíricos que forman parte de nuestra vida.

Escrita con una claridad magistral –y hasta por momentos poética–, la obra está conformada por seis capítulos donde Guadalupe Valencia García, Javier Galicia Silva, Carlos A. Flores Villela, José Benjamín Narro Flores y Julia I. Flores Dávila nos muestran el gran caleidoscopio de los tiempos mexicanos, dejándonos ver, de manera contundente, que, en efecto, somos tiempo. Esta idea del ser/tiempo y ser en el tiempo es central y atraviesa de uno u otro modo todo el libro. Así, se propone desde distintas miradas y a partir de ejemplos diversos, que tanto las representaciones sociales del tiempo, como las formas temporales de organización, son inseparables de los procesos identitarios y culturales. En este sentido, es un texto que trata de la identidad vista desde las diversas aristas del tiempo.

Los primeros dos capítulos ("El tiempo recobrado" y "El tiempo desplegado") dan cuenta de lo que podríamos llamar un tiempo étnico. En el primero, y con la experiencia de Javier Galicia, se retoma el caso de Milpa Alta. A través de las formas lingüísticas del náhuatl los autores nos develan una profunda y soterrada manera de concebir y ritmar la vida. Son dos las preguntas eje que estructuran el trabajo: ¿cómo los nahuas actuales de Milpa Alta "temporalizan" su existencia?, y ¿cómo construyen y habitan su mundo según sus propios códigos temporales? Las respuestas las encuentran en prácticas y discursos cotidianos o en lo que denominan formas "de decir la vida" que se expresan en los modos de "decir el tiempo" (p. 13).

En el segundo capítulo, el tiempo étnico se analiza a partir de las concepciones y narrativas, ahora no de un pueblo sino de un movimiento social indígena: el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, el cual –como señala Guadalupe Valencia– ha desarrollado un discurso explícito y sistemático sobre el tiempo, centrado en la idea de un "mundo hecho de muchos mundos", que la autora traduce como la de un "tiempo hecho de muchos tiempos" (p. 52). Esta narrativa explícita y sistemática –que rompe con el silencioso discurso de la cotidianidad– no es casual. Es un tiempo dual que se debate entre la muerte y la vida, entre el olvido y la memoria, entre el ayer y el mañana. Cargado de promesas, y por tanto de utopías, conecta el pasado ancestral con el presente. Esta forma explícita de "decir el tiempo" es parte indispensable de la visibilidad adquirida en la lucha, donde lo étnico requiere un reconocimiento amplio a partir de la puesta en la escena nacional de sus demandas y sus maneras de concebir el mundo.

Pero identidad y cultura –ordenadas en tiempos y espacios arbitrarios– no son privilegio exclusivo de los indígenas. Los siguientes cuatro capítulos nos ubican –desde lugares diferentes– frente a los tiempos contemporáneos del México convulsionado que arriba al siglo XXI.

En "El tiempo bifurcado", Guadalupe Valencia y Carlos Flores nos muestran que es a través del análisis de las múltiples temporalidades y sus articulaciones como podemos acceder a la comprensión de las lógicas sociales y los dispositivos políticos contemporáneos. Nos sugieren romper con la determinación histórica, causal y lineal de secuencia de ciclos, fases y periodos, para dar paso a otro modo de concebirnos: se trata "de reconocer la existencia, no exenta de conflictos y contradicciones, de los variados pasados y futuros que se dan cita en nuestra contemporaneidad. La continuidad es posible, justamente, porque en cada momento habita todo el tiempo: el pasado, el presente y el futuro. Pero no es un continuum en el cual los acontecimientos se adicionen; más bien, se trata de una multitud de momentos, un enjambre de nudos temporales que urden su lugar y su momento" (p. 64). De allí nos proponen "una lectura de la constelación temporal conformada por el anudamiento de pasados y futuros en el México actual" (p. 64). Así, buscan dar cuenta de cómo "los pasados permanecen: reactua–lizan demandas, restauran discursos, rehabilitan proyectos de futuro y contribuyen, con ello, a otorgar una fisonomía particular a nuestra actualidad" (p. 64).

Este capítulo –que tiene como tenue telón de fondo el Centenario y el Bicentenario– hace un recorrido teórico sumamente interesante para llegar a distinguir tres sentidos, imbricados, en los cuales la multitemporalidad mexicana se expresa: la primera es la temporalidad que corresponde básicamente a las culturas mesoamericanas, que coexisten y se articulan con las occidentales dando paso al proyecto ideológico, social y cultural del mestizaje en sus variadas versiones. Una segunda temporalidad proviene de los grandes ciclos de crisis y transformación del país –revoluciones y reformas–. La tercera dimensión es la que viene de las coyunturas, de los "nudos históricos", que se reactualizan en el presente. "En las tres dimensiones –nos indican los autores– se pueden apreciar los tiempos largos de la 'historia estructural', los tiempos de la mediana y de la corta duración; los estratos temporales que se expresan como memorias en constante reactualización; los pasados que aparecen como relámpagos para reivindicar a los vencidos" (p. 72).

En el capítulo cuatro, "El tiempo condensado", los autores –Valencia y Narro– examinan lo que podríamos nombrar una "dimensión política del tiempo" o una mirada del tiempo desde la política. Retoman el concepto a partir del quiebre de la democracia mexicana en el marco de las elecciones de 2006, y el movimiento social y político que devino en la Resistencia Civil Pacífica enarbolada por Andrés Manuel López Obrador. Es un capítulo que desarrolla la idea del tiempo de coyuntura, donde la política del tiempo y el tiempo de la política se anudan y se visualizan no sólo como un recurso sino como acción de las subjetividades colectivas que entran en juego ritmando la vida social de diversas maneras.

El capítulo quinto ("El tiempo distendido") es un esfuerzo por retomar las formas en que los mexicanos perciben y viven el tiempo, y cómo organizan temporalmente su existencia. Dos cuestiones lo guían: ¿Puede hablarse de una naturaleza o carácter propiamente mexicanos? Y, de existir dicha condición, ¿hay algo que pueda ser llamado tiempo mexicano?

Ante el riesgo de caer en generalizaciones abstractas o esencialismos absurdos de la mexicanidad, Valencia se adentra a la relación tiempo/identidad. La identidad como distinción, pero también como reconocimiento y adscripción, implica temporalidades que la autora materializa en los tres nombres del tiempo acuñados por los antiguos griegos: chrónos, aiôn, kairós. Así, utiliza estas tres denominaciones, en sus sentidos cardinales, como coartadas para reconocer el tiempo mexicano, delineando a través de chrónos el tiempo cotidiano, imbuido de una sucesión irreversible de momentos; de aiôn el tiempo de la existencia, el que se corresponde con la vida; y de kairós aquel en el cual distinguimos la ocasión, conectando pasado y futuro dentro del presente. El tiempo visto desde la identidad la lleva a delimitar el "quiénes somos" como nación mexicana: "Somos, en rasgos generales, una sociedad que dilata pragmáticamente el tiempo del reloj y del calendario hacia un futuro no determinado. Somos también un pueblo más policrónico que monocrónico y, en términos kairológicos, nos caracteriza una profunda orientación hacia el pasado que fue ocasión de cambio y que hoy se reelabora y reedita en clave de oportunidad histórica" (p. 150).

El último capítulo, "El tiempo trastocado", suscrito por Julia Flores y Guadalupe Valencia, nos aterriza en la construcción del tiempo en la vida cotidiana; el tiempo vivido, el tiempo doméstico, de la casa, el de las referencias identitarias más íntimas, el tiempo de la experiencia por la que todos transitamos. La cotidianidad es vista aquí como una dimensión de la vida que "oscila entre los sistemas normativos y los espacios de acción y producción del sujeto como ser social. Es decir, por un lado es regla, contrato social, deber ser y por otro, un tiempo–espacio para invertir la norma, para la creatividad de las subjetividades". Sin embargo, este tiempo se ve trastocado en la actualidad por normatividades ajenas a los intereses concretos de las familias: el cambio de horarios (de invierno y de verano). Con base en elementos aportados mediante una encuesta nacional de percepción, se exploran dos asuntos esencialmente: ¿De qué manera y a partir de qué elementos se percibe el horario de verano? ¿Qué imágenes e información se tienen de esta medida? Tres cuestiones sobresalen de las respuestas: hay una distinción regional sobre la percepción del tiempo en nuestro país; las opiniones están polarizadas en torno a la implantación del horario de verano: 45 por ciento se mostró de acuerdo y 48 por ciento en desacuerdo; además, no sólo apareció un desacuerdo con el cambio de horario, sino también con las formas (autoritarias) en las que se tomó la decisión y se implantó la medida.

El trabajo concluye con la explicación de que el cambio de horario, lejos de ser una cuestión "técnica" o política, implicó rupturas y discontinuidades en las rutinas, que se reflejan en importantes transformaciones de los ritmos de la vida.

Como podemos observar a partir de este breve recorrido, los Tiempos Mexicanos son múltiples, y nos trastocan en escalas diversas, anudados en una infinita diversidad de formas, que nos dotan de una manera particular de existir.

Ahora bien, al inicio planteé la relevancia de lo que un libro nos deja, y quiero compartir con ustedes tres puntos sobre los que me hizo pensar, dejándome algunas preguntas y vagas ideas que creo son líneas para adentrarnos y profundizar posteriormente en torno a algunos temas relacionados con el tiempo: el primero tiene que ver con la manera en que desde occidente decimos el tiempo en contraste con el mundo indígena: hablamos de tiempos circulares, tiempos lineales, tiempos continuos, entre otros. Es interesante que nuestro tiempo está cargado de metáforas espaciales. Nuestro tiempo está espaciado. ¿Hay tiempo sin espacio? ¿Podríamos hablar entonces de los espacios mexicanos? ¿Cómo se construye la correspondencia espacio/ tiempo en México?

Una segunda línea de reflexión me la provocó lo que antes llamé tiempos étnicos, donde las consideraciones de los autores me conducen a pensar en la idea del tiempo mítico como un elemento que juega un papel fundamental si queremos comprender los tiempos mexicanos. La lectura me llevó a ver con más claridad que no sólo en el mundo prehispánico e indígena contemporáneo la presencia de mitos de origen tiene un efecto central en la construcción de la identidad, sino también en el mundo mestizo. Una característica interesante que creo que compartimos –indígenas y mestizos– es que este mito de origen forma parte de nuestra utopía. Es decir, el tiempo fundacional actúa en nuestra promesa de futuro. Me parece que este rasgo nos distingue de otras culturas.

El tercer punto está relacionado con la memoria. Al igual que tenemos formas particulares de comprender el tiempo, ¿podemos pensar que tenemos formas particulares de construir y reproducir nuestra memoria? ¿Qué papel juegan estas formas de concebir el tiempo en cómo construimos nuestros recuerdos y nuestros olvidos?

Estoy segura de que lo evocado y lo provocado por este libro nos llevará a fecundas reflexiones posteriores.

Quiero terminar mi participación con el párrafo con el que comienza esta obra y que, desde mi perspectiva, muestra en síntesis la complejidad del tema y las rutas por las que hay que transitar para acercarnos a él:

El tiempo es el gran innombrable. Cuando intentamos mencionarlo no es a él a quien nombramos. Si decimos que el tiempo es alterable o irreversible, aletargado o vertiginoso, continuo o discontinuo, lineal o circular, no hacemos sino describir a los procesos, a las cosas, a las formas de la existencia. El tic tac del reloj nada nos dice del tiempo, aun y cuando sea su metáfora más diáfana. Si todos los relojes del universo se colapsaran, el tiempo continuaría su marcha, y nosotros también (p. 7).

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