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Alteridades

versión On-line ISSN 2448-850Xversión impresa ISSN 0188-7017

Alteridades vol.20 no.39 Ciudad de México ene./jun. 2010

 

Memoria urbana y experiencias de vida de los ancianos

 

Experiencias de envejecer y experiencias urbanas: un estudio en el suroeste francés*

 

Growing old and the urban experiences: a study in the South-West of France

 

Monique Membrado*

 

** Laboratoire Interdisciplinaire Solidarités, Sociétés, Territoires (LISST-Cieu CNRS et Equipe Simone SAGESSE), Maison de la Recherche, Université de Toulouse Le Mirail, 5 allée Antonio Machado, 31058 Toulouse-cedex <membrado@univ-tlse2.fr>.

 

* Artículo recibido el 19/10/09
y aceptado el 07/06/10

 

Abstract

This article is the end result of a research in the South-West of France. I try to show that use of the city does not stop when people gets old, but they change their urban practices depending as much on the places in public spaces left for them as on their mobility. If they live in the city center, though it has symbolic value it suffers from the absence of quiet intermediate spaces which are found in the suburbs or urban social housing located on the outskirts of the city. The relationship to of the senior citizens to their space is analyzed in terms of life experience, their place and their sense of belonging to a collective history.

Key words: aging, urban practices, life trajectories, sense of belonging to a collective history, detachment.

 

Resumen

Este artículo, producto de una investigación en el suroeste francés, intenta mostrar que el uso de la ciudad no desaparece con la edad avanzada, sino que los cambios en las prácticas urbanas dependen tanto del lugar otorgado a los ancianos en el espacio público, como de sus dificultades de desplazamiento. Vivir en el centro, lugar con fuerte valor simbólico, implica la falta de espacios tranquilos, que sí ofrecen los suburbios o los barrios de vivienda social ubicados en la periferia. La relación con el espacio de los ancianos se analiza con respecto a trayectorias de vida, a su lugar y a su sentimiento de pertenencia a una historia colectiva.

Palabras clave: envejecer, prácticas urbanas, trayectorias de vida, sentimiento de pertenencia a una historia colectiva, desprenderse.

 

Introducción

No se puede hablar de las prácticas de los adultos mayores en la ciudad sin referirse a las experiencias de envejecer, como tampoco se podría comentar sobre las prácticas de los jóvenes sin señalar lo que significa ser joven en nuestras sociedades, lo cual remite a un estatus social, al lugar que nos atribuimos y que nos es atribuido en cuanto actor social (ciudadano). Esta cuestión tiene que ver, por supuesto, con el entorno social y la mirada de los otros. Toda construcción identitaria (el sentimiento que se tiene de sí mismo en un espacio social) se realiza en la interacción. De la misma manera, esta postura implica que la ciudad en sí no existe, que sólo existe a través de las relaciones que sus habitantes desarrollan con ella. Aquí conviene cuidarse de una aproximación esencialista del espacio urbano, como si se tratara de una "globalidad", mientras que las investigaciones urbanas han mostrado que la ciudad está hecha de espacios jerarquizados cuyo sentido es dado por medio de la singular relación que mantienen sus habitantes con ellos. Para calificar las distintas relaciones que dan sentido a la ciudad, retomaremos de Ledrut (1990) la expresión de modos de espacialización. Del mismo modo en que la vejez no es un estado, la ciudad no es un dato en sí: ambas se complementan en el espacio y el tiempo de las experiencias humanas.

 

Representaciones exógenas de la vejez

Cuando nos interesamos por el lugar asignado a los adultos mayores vemos que las representaciones exógenas de la vejez son bastante más visibles que las que ellos tienen acerca de su propia existencia. La palabra de los "viejos" es rara vez solicitada o escuchada. Por otro lado, las representaciones negativas son las que predominan.

Hagamos algunas constataciones. En Europa, el interés por los asuntos de la vejez se relaciona desde hace aproximadamente 20 años con las temáticas de la dependencia, suscitadas por lo que los demógrafos llaman, con poca precaución, el envejecimiento de la población. La prolongación de la longevidad hace ver a la vejez más como un problema que como testimonio de una relación particular con el tiempo, la muerte y las relaciones intergeneracionales. En efecto, no es difícil encontrar una retórica que insiste recurrentemente, ahora y desde hace casi dos décadas, sobre la carga económica y social que representa para el Estado y el conjunto de la población activa esta categoría de población que no deja de crecer y de contribuir al incremento del déficit de la seguridad social y del sistema de salud. Ciertamente, los problemas de salud pueden acentuarse o desarrollarse en edad avanzada, pero se comprueba cada vez más que la esperanza de vida sin incapacidad aumenta y que las personas tienden a envejecer con buena salud (Lalive d'Epinay y Spini, 2008).

Las políticas públicas contribuyen en alto grado a construir representaciones de lo que constituye una parte de nuestro ciclo de vida. En la actualidad, las representaciones de la vejez se organizan entre dos polos principales: los viejos-viejos o la cuarta edad y los jóvenes viejos o los seniors (Caradec, 2005). Estas categorizaciones tienen varios efectos: por un lado, la estigmatización de la edad avanzada (el éxito de la noción de buen envejecimiento hoy es ejemplar de esta descalificación de la edad avanzada); por otro lado, la ocultación de la pluralidad y de la diversidad de las formas de envejecer. En efecto, el bien conocido adagio "se envejece como se ha vivido" traduce bien que el envejecimiento es un proceso multiforme arraigado en las diversas historias sociales, profesionales y afectivas, atravesadas por las desigualdades que las representaciones de la vejez, como un grupo social homogéneo, tienden a esconder.

 

La ausencia de la figura del ciudadano adulto mayor en la ciudad

Cuando las investigaciones urbanas tienen en cuenta a la población denominada de edad avanzada, lo hacen a través de la visión de la minusvalía, de la accesibilidad y del registro de las compensaciones, en las que prima la perspectiva de las políticas paliativas de ordenamiento urbano o de la vivienda, aunadas a la figura de la vejez dependiente, reproducida por las políticas públicas gerontológicas.

Por ejemplo, el arraigo al domicilio forma parte de los argumentos mayores en una política de la vejez designada como de mantenimiento en el domicilio. En efecto, la edad avanzada es a menudo identificada con replegarse en casa y con un ambiente relacional y espacial próximo. Varios estudios que han tratado el tema de la evolución de la relación con el espacio en edad avanzada con frecuencia ponen el acento sobre la inadecuación entre el adulto mayor y su ambiente cuando aparecen impedimentos físicos de salud que modifican la experiencia del hogar y la movilidad en el espacio urbano. Estas publicaciones subrayan también que las limitaciones ligadas al envejecimiento pueden incrementarse o atenuarse en función de los recursos que ofrece el contexto de vida: adecuación de la infraestructura y de la vivienda; presencia de servicios cercanos, de transportes accesibles, de lugares de intercambio y de actividad. Estas adecuaciones urbanas están cada vez más presentes en el discurso político sobre la ciudad relacionado con la prolongación de la vida.

Sin embargo, habitar no es solamente disponer de una vivienda funcional y adaptada. Cada vez más, el "hogar" es vivido como el lugar de intimidad por excelencia, a partir del cual el individuo se despliega y osa afrontar el mundo (Serfaty-Garzon, 2003). Es un lugar cargado de fuertes valores afectivos, simbólicos y temporales; pero toma sentido en relación con un espacio más vasto, donde podemos encontrar referentes y reconocer nuestra pertenencia a un conjunto, a un colectivo y a una historia. El barrio y la ciudad juegan un rol esencial para la conservación de la identidad social; su práctica permite el mantenimiento de intercambios con los otros, próximos o lejanos. No podemos concebir un espacio privado, en el que podamos refugiarnos algunas veces, sin referencia a un espacio público, al menos imaginariamente. El espacio público es aquel en el que cada uno puede cambiar de identidad a través del contacto con los otros; es también el que puede protegernos del repliegue en nosotros mismos y del enclaustramiento (o de la inmovibilidad definitiva).

 

La experiencia de envejecer y la mirada del otro

Cuando los adultos mayores (aquellos que entrevistamos tienen en general más de 75 años) nos comentan sus experiencias de la ciudad, del espacio habitado (véanse, entre otros, Clement, Mantovani y Membrado, 1995; Membrado, 2008), sin reducirlo a la vivienda, nos hablan de la experiencia de envejecer, de su sentimiento de existencia y del estatus que es dado a los más viejos en la sociedad. En los cambios, en la evolución de su relación con el espacio, se puede leer la presencia de los otros. La experiencia de envejecer se opera al combinar la mirada sobre sí (el sentimiento de cambiar, de tener que confrontar límites) y la mirada de los otros (la incitación frecuente al resguardo y al retiro). Es difícil separar la una de la otra en lo que reportan los adultos mayores.

Cuando una mujer nos dice: "a mi edad ya no se puede más vivir en la ciudad", refleja a la vez el sentimiento de no poder más o no tener ganas de afrontar a la multitud y al movimiento, pero también de no querer exponerse más a la mirada del otro. Hay algo del orden de la norma que está enjuego aquí. El uso de la ciudad no desaparece con la vejez, pero los cambios en las prácticas urbanas dependen tanto del lugar asignado a los adultos mayores en el espacio público como de sus dificultades de desplazamiento.

Esta experiencia existencial de la vejez explica sin duda las conductas de "repliegue", la reducción de los trayectos en la ciudad, las transformaciones de las prácticas y los usos de los espacios donde la confrontación con la movilidad de los más jóvenes, quienes con su sola presencia en la plaza pública dejan a los más viejos el sentimiento de estar rebasados, de "no poder más", de que deben "ir más lento". Empero, estas conductas de repliegue no deben interpretarse sólo en términos de abandono, de demisión: la mayoría de las veces expresan un esfuerzo de negociación, entre ganas y fatiga; una reorganización que se hace mediante la preservación de relaciones y de espacios esenciales.

 

Desprenderse:1 un proceso de reorganización de la vida

Es ahora que habrá que insistir en la especificidad del envejecer, considerando sobre todo una de sus dimensiones esenciales: la relación con el tiempo y el sentimiento de llegar al final del ciclo. Los modos de espacialización de los "mayores" y sus diversas formas de ser y de hacer se comprenden por este sentimiento de precariedad temporal. Utilizamos la noción de deshacerse (o desprenderse) para dar cuenta de esta negociación con el avance de la edad al paso de los años que caracteriza la experiencia de envejecer (véanse, entre otros, Clement, Mantovani y Membrado, 1996; Clement y Mantovani, 1999). Se puede describir como un proceso de reorganización y de arreglo de su vida y de su persona, de sustitución de actividades o de relaciones, que puede realizarse después de diversas experiencias de ruptura (la jubilación, la viudez o el duelo) o de incapacidades (accidentes o caídas), de cambios en el cuerpo, o simplemente la manifestación del sentimiento de no poder cumplir, o llevar a cabo, aquello que se hacía cuando las fuerzas, la destreza y las ganas estaban ahí. Más que un proceso de Jaita de compromiso o de desinvolucramiento2 como se establece en las primeras teorías sociológicas sobre la vejez,3 deshacerse consiste en administrarse, en proceder conforme a una economía de fuerzas, en ver lo que todavía se puede hacer. Se podría hablar de estrategias de reconversión, que también son un medio de salvar su integridad frente a la irreversibilidad del tiempo y que se despliegan de forma diferente de acuerdo con la historia personal pasada y presente y la relación que se mantiene con las categorías de la vejez (según uno se defina como más o menos viejo). Esta experiencia se acompaña de un sentimiento de discontinuidad identitaria, de ruptura o, al menos, de transición, que el entorno puede suavizar o acelerar, al desarrollar una actitud de protección (por ejemplo, desalentar el uso del auto o de la tarjeta de crédito, entre otras cosas). Sin embargo, deshacerse ofrece la oportunidad de recomponer y reorganizar la vida y el espacio. Supone elegir y seleccionar. Por esta razón puede interpretarse como un verdadero trabajo de anticipación, en el sentido en que reposa sobre un principio de economía de fuerzas. Una persona que cultivaba su hortaliza se dedicará a cuidar algunas plantas o un jardín interior; otra que viajaba mucho elegirá recorrer lugares tranquilos o nuevos de la ciudad o leerá revistas sobre viajes... Es la voluntad de asegurar una continuidad entre su vida pasada y la presente lo que orienta esta búsqueda de sustitutos: conservar lo mejor que se pueda la identidad que se ha forjado a lo largo de su existencia. Es así que se pueden comprender las estrategias que los adultos mayores desarrollan en su relación con el espacio, principalmente al privilegiar fragmentos urbanos.

 

Fragmentos de ciudad

Los espacios de la tranquilidad

Lo que caracteriza la vida en la ciudad durante la vejez es una selección de espacios, lugares y recorridos. En oposición al movimiento propio del ambiente turbulento del espacio urbano, las personas que envejecen reivindican los espacios de la tranquilidad. No se trata forzosamente de un "hogar" privado, sino de lugares intersticiales que corresponden mejor a sus expectativas (jardines, plazas de barrio, clubes u hogares). Si muchos se expresan en términos de "fatiga" y "lasitud" -como este señor de 85 años que vive en un barrio de vivienda social: "no me gusta mucho desplazarme ahora, al fín me comprendo [...] me he convertido en un hombre de interior, no es exactamente la palabra [...] correr en la ciudad, no"–, que refieren una forma de racionalización interna, otros evocan los problemas ligados a la ciudad en sí misma: dificultades de acceso, la presencia de la multitud que oprime y asfixia.

Entre los lugares de difícil acceso, las vías rápidas de circulación son citadas muchas veces; en particular atravesar los bulevares es juzgado como peligroso: "Es horrible, horrible, lo atrope liarían, antes uno tenía el tiempo para pasar", dice una residente del centro desde hace 15 años, quien tiene la capacidad de medir el cambio. El tema de la multitud está ligado al de la tranquilidad deseada. Mucha gente lo evoca como una razón de su abandono progresivo de los paseos en la ciudad.

Ciertas personas desarrollan estrategias para lograr un desplazamiento cómodo. Por ejemplo, esta mujer, que reside en un barrio ubicado en una pendiente, prefiere hacer las compras al otro extremo de la ciudad, en un espacio despejado, adonde la lleva el autobús, para evitar subir y bajar a pie el camino a su casa. El autobús no es siempre percibido de forma negativa, pues para ciertos individuos representa una oportunidad de disfrutar la ciudad lejos de la multitud (a determinadas horas del día).

No reconocerse más

La accesibilidad de la ciudad es también difícil debido a la pérdida de su legibilidad. Algunos sociólogos han subrayado que la lectura del espacio urbano se vuelve difícil: "Si las ciudades son espacios de circulación de comportamientos, si pueden triunfar en la segregación de territorios, dejan, en efecto, al citadino desarmado ante una multitud de significaciones" (Joseph, 1980). Podemos imaginar que esto es aún más evidente para los citadinos adultos mayores. La ciudad cambia, se transforma a una velocidad que traiciona la memoria de las personas. No reconocer más un barrio en el que se ha vivido significa no reconocerse más ahí, es convertirse en extranjero. Esta mujer evoca los barrios que frecuentaba en su juventud: "Tanto ha cambiado que no reconozco tres cuartos de las calles, ha cambiado tanto [... ] Antes iba con los ojos cerrados, ahora me perdería en todas esas calles. Nada puede hacerse. Yo conocía todas estas calles de memoria, y ahora..." La experiencia de la vejez es la experiencia del tiempo que pasa, de un tiempo que "no concuerda del todo" con esta época. Las vivencias acumuladas en un espacio y un tiempo pasados no encuentran cómo expresarse más en espacios con códigos y símbolos diferentes.

 

La ciudad de los placeres: la secondarité4 (ir de un lado al otro)

Aun cuando el sentimiento que domina la relación de las personas entrevistadas con el espacio urbano es incontestablemente el de la molestia o, en todo caso, el de la extrañeza, las experiencias de la ciudad no se agotan en este registro. Por ejemplo, encontramos, sobre todo en las mujeres, expresiones que reflejan una relación afectiva y lúdica con lugares urbanos, así como términos de apreciación en lo que concierne a la funcionalidad de la ciudad.

Diversos casos muestran que los viejos y aún más las mujeres adultas mayores que salen con mayor frecuencia en la ciudad, no sólo se consagran a conservar hábitos adquiridos o a realizar prácticas rutinarias, sino que saben "conquistar" nuevos espacios, más accesibles a su edad, entre los cuales, el jardín o el centro comercial C. merecen cierta atención. Recién creado en el emplazamiento de una antigua estación de bomberos, relativamente cerca del Centro Histórico, más allá del primer cinturón de bulevares, este polo de diversión no tuvo la afluencia esperada por sus promotores, pues es poco visitado. Sin embargo, numerosos adultos mayores que residen en el centro de la ciudad o en los barrios cercanos se han "apropiado" de la plaza, como espacio de paseo y convivencia. El sitio, de poca afluencia a pesar de la modernidad expuesta en su urbanismo, ofrece una de las raras oportunidades de apropiación colectiva de un espacio del centro de la ciudad para los adultos mayores.

El placer de la búsqueda de lo nuevo, de la observación del cambio en la ciudad que se descubre como "turista" es mucho más expresado por las mujeres: "Me gusta lo que hago desde que estoy jubilada. Toulouse ha cambiado tanto que uno no se reconoce más aquí. Han demolido, reconstruido... tengo la impresión de estar en otra ciudad, de no estar más en Toulouse, entonces tomo el autobús hasta la terminal y de regreso". Hemos observado en los relatos de ciertas personas la práctica de ir de un lugar a otro, de preservar la posibilidad de "moverse", que es un medio de retrasar lo más posible la inmovilidad y el repliegue (enclaustramiento). Para otra mujer que se apoda a sí misma "capitana bailóte",5 "salir" constituye uno de los motivos esenciales de sus desplazamientos, por el simple placer de estar en otro lado que no sea su casa. Viuda de un antiguo jefe de estación, aprovecha de este modo las ventajas que le procura la posición de su esposo (acceso gratuito a los trenes). De forma similar, el uso intensivo que puede hacer del transporte público tiene como único objetivo "pasear". Entre las personas que han llevado toda su vida en estos "viajes" entre el fuera y el adentro es importante, a una edad aceptable, asegurar el mayor tiempo posible una continuidad entre el presente y el pasado. La frecuentación de otros lugares de la ciudad puede también proporcionar este rol: los jardines, ciertas plazas donde las mujeres se reúnen debajo de los árboles, donde tal hombre se encuentra con sus amigos, los espacios de juego... y aún, para otros, los clubes o los hogares (a pesar de su ambivalencia en cuanto a la categorización de la vejez).

 

La ciudad de los servicios y las ventajas en función del lugar de residencia6

En las experiencias de la vejez en la ciudad, el aspecto funcional ocupa también un lugar importante. Sin embargo, la clase de ventajas de estar en la ciudad varía según los lugares de residencia. Por ejemplo, el placer de tener todo a la mano se expresa más frecuentemente en los suburbios que en barrios ubicados en el corazón de la ciudad. Parece que la ventaja simbólica que significa vivir en el Centro para los adultos mayores es borrada por las dificultades de residir en él, en particular por el hecho de que no existe un espacio que medie entre la vivienda y el espacio público. Al contrario, los que viven alejados del Centro aprovechan los servicios locales al mismo tiempo que la tranquilidad propia del barrio. La alianza entre valores vitales y funcionales acompaña los relatos de los residentes de los suburbios tolosanos o de los conjuntos de vivienda de interés social más periféricos. La frase de este señor de 86 años, viudo desde hace una década, resume bastante bien esta alianza: "es un barrio bonito, que me gusta mucho, ahora que he envejecido me gusta tener todo a la mano". Se trata del barrio de Minimes, antiguo suburbio, en el que reside desde hace 20 años. Los lugares de habitación son también lugares de vida y se definen por sus dimensiones prácticas, ciertamente, pero también estéticas y relaciónales. La entidad "barrio" toma un significado relevante como espacio de referencia de las relaciones de sociabilidad: "siempre he vivido en el barrio [...] Nos conocíamos desde el barrio, desde la juventud, vivimos nuestra juventud juntos". El barrio es vivido como espacio protegido, "muy agradable", que puede tomar la forma afortunada de la "placita llena de árboles", o como espacio funcional que tiene las ventajas y los servicios del Centro: "aquí tenemos todo, señor [...], todo, a pesar de que no sea completamente el Centro".

En los conjuntos de vivienda de interés social (Mantovani, 1998), las relaciones intergeneracionales se ejercen más que en el centro. Los lugares y oportunidades de sociabilidad son cuantiosos, como los comercios cercanos, los encuentros en los espacios comunes debajo de los edificios, o los clubes para quienes participan en las asociaciones locales. Se asiste a una sobrevaloración de las relaciones de vecindad, del territorio que constituye el barrio y sus espacios de "tranquilidad", jardín público o plaza, donde se cruzan los caminos de los viejos y de los menos viejos. Ahí, la confrontación con los jóvenes es fuerte, pero tiene el beneficio de la regulación local y se inscribe en una historia de larga duración.

El sentimiento de pertenencia a un grupo refuerza el sentimiento de estar inscrito en una historia: historia local en cuya construcción se ha participado. El alejamiento del Centro representa para algunos el mantenimiento de relaciones privilegiadas en los lugares elegidos por su tranquilidad y sociabilidad. Pudimos constatar que los residentes del Centro aprovechan mucho menos los espacios intermedios y tienen mayor tendencia a confinarse en el espacio privado.

"Salir fuera del barrio" reviste un sentido diferente según el lugar de residencia, pero también según los hábitos adquiridos a lo largo de la vida. Aun cuando los desplazamientos se reducen para todos, algunos adultos mayores se han desplazado más que otros -en la ciudad o en otro lado-y continúan preservando sus salidas, efectúan sus desplazamientos economizándolos, pero con un placer evidente. En este contexto, el metro y el autobús son tomados con los límites conocidos: medios de acceso al espacio fuera del barrio, procuran a la vez el placer de dejarse llevar hacia laciudad, aunque también cierto desagrado, porejemplo por el hecho de ser atropellado por los otros, o por la conducta "brutal" de los choferes.

 

La ciudad del vínculo: "si quiero ver en una tienda algo que me guste, voy con una amiga"

La práctica de la ciudad se modifica también esencialmente con los cambios de tipo re lacio nal. La viudez es a menudo la ocasión para tomar conciencia de hasta qué punto el cónyuge "acompañaba" nuestro deambular por la ciudad: primero, porque el solo hecho de pasear en pareja justifica la salida ("cuando somos dos es más fácil salir, hay un objetivo"), y segundo, porque en casa hay alguien a quien contarle sobre la ciudad. Cuando los congéneres desaparecen poco a poco, los lugares frecuentados con ellos van también perdiendo su encanto: "antes iba más allá porque tenía buenos amigos, tenía relaciones, pero se fueron yendo poco a poco". Se aprovechan más las ocasiones de salida con alguien y se evita ir "sin razón". Por ejemplo, un hombre cuenta que no va al jardín público frente a su casa pero que se desplaza para jugar cartas con sus amigos: "Para atravesar los bulevares y todo eso... es bastante... Y además está bastante lejos. Para mí está lejos, pues. Puedo ir, si es necesario, podría si debiera, pero no vale la pena cansarse". En la economía de fuerzas, es la relación con el otro lo que se privilegia. Una mujer de 84 años relata sus salidas en la ciudad como lo haría una adolescente: "si quiero ver en una tienda algo que me gusta, voy con una amiga. Vamos las dos juntas [...]. Nos llevamos bien, nos reímos. Cuando vamos de compras, hacemos chistes y nos divertimos".

 

El discurso como mediatización de la experiencia de envejecer: cuestiones metodológicas

Introduciremos aquí brevemente algunas cuestiones de orden metodológico y epistemológico que se presentan en el momento de analizar los discursos recolectados en entrevista con los adultos mayores. Este cuestionamiento se encuentra en el centro de una investigación pluridisciplinaria en curso sobre "Habitar y envejecer: las edades del hogar"; el hogar entendido, según lo veremos, a través de las experiencias de envejecimiento, como una extensión de la casa. Se trata de responder, entre otras, a las siguientes preguntas: ¿cuáles son las herramientas empleadas por las diferentes disciplinas en el análisis de los "relatos" reunidos en el curso de una encuesta? ¿Cuáles son las preguntas epistemológicas que se presentan frente a la transcripción (temporal y espacial) de relatos en los que se yuxtaponen, se combinan diversas temporalidades (y diversos espacios): el momento de la entrevista, las temporalidades cortas, las temporalidades largas y los tiempos del y en el relato? ¿Qué es lo que la relación de encuesta induce sobre la situación de entrevista (el lugar de la imposición problemática)? ¿Cómo pasar de un análisis de caso a la generalización?

Una de las preguntas principales es: ¿podemos considerar que la entrevista transcrita (procedemos siempre transcribiendo totalmente las entrevistas grabadas) constituye textos, relatos, tal como son analizados por los literatos?

Hay que establecer una primera diferencia: los literatos trabajan sobre relatos escritos (de ficción), los sociólogos sobre discursos orales. La especificidad de la situación de entrevista se encuentra principalmente entres rasgos: la introducción de un/aencuestador/a que modifica la situación de enunciación del sujeto; la integración del relato en una estructura definida de antemano, un guión de entrevista; y la personalidad misma del/de la encuestador/a (podríamos agregar la situación y el contexto de la interacción). De acuerdo con las referencias movilizadas por nuestros colegas literatos, estos factores producen "fenómenos de orientación narrativa consistentes en reforzamientos temáticos [y] la valoración de ciertas zonas biográficas" (Thatchter, en Membrado, 2008: 59).

Estos fenómenos son fácilmente distinguibles en nuestras encuestas por lo que llamamos procedimientos de imposición de una problemática. Por ejemplo, en el momento del análisis de la entrevista de Me D pudimos evidenciar los efectos impuestos por el encuestador respecto del vínculo entre casa y envejecimiento. Esta mujer se define, ante todo, en el movimiento, en el desplazamiento fuera de su hogar. A una pregunta que la remite a una norma del envejecer, a la que ella no se adhiere, responde primero en términos normativos: "mientras pueda quedarme en casa", lo que corresponde a la imagen esperada y de rechazo al asilo de ancianos, pero rápidamente esquiva la pregunta, imponiéndose, al evocar aquello que le gusta, lo que es importante para ella: moverse en diversos lugares.

Vemos aquí cómo se combinan varias cuestiones tanto de orden metodológico como epistemológico. En efecto, las representaciones de la vejez (confinada al hogar) que se imponen en esta formulación del guión de entrevista pueden contribuir en otros casos (para otras personas) a limitar y orientar fuertemente la situación de interacción. El interés de "esquivar" es también el de manifestar el control que pueden tener de la entrevista ciertas personas (más de lo que uno imagina), lo cual pone el acento en la función identitaria del relato: mostrarse otro diferente al que se cree que se es generalmente, seleccionar algunas facetas de su identidad.

Los literatos nos lo recuerdan: estos discursos recolectados pueden ser examinados como relatos a condición de tener en cuenta las diferentes limitaciones evocadas. Así pues, nos enfrentamos con discursos en los que se escenifican representaciones de sí, por lo que el discurso en este contexto tiene una Junción identitaria. Desde el punto de vista literario, "un relato de vida es una construcción de sí y una reconstrucción del pasado obtenidos gracias a la memoria (y también al olvido), que funciona como signo de la relación espacio/tiempo".7 Desde el punto de vista sociológico, el relato constituye una escenificación del sí-mismo del individuo en una situación y en un periodo particulares de su vida.

La cuestión de las temporalidades y de su combinación es esencial en el discurso recolectado, pero hay que estar conscientes de la dificultad de aprehenderlo, en la medida en que, por un lado, se trata siempre de una reconstrucción y, por otro, de una selección en un momento X de la entrevista y en un momento específico de la vida del individuo. La contextualización es fundamental, por lo que el llamado de atención de Bourdieu (1994) sobre la ilusión biográfica resulta pertinente.

Existen presupuestos teóricos de la historia de vida según los cuales la vida de las personas puede ser tomada como una sucesión de eventos, un recorrido orientado y unidireccional. Al efectuar las entrevistas se observa que esta perspectiva lineal, esta solicitud de presentar la vida en secuencias ordenadas, que el entrevistador intenta introducir, se logra con bastante dificultad.

Un corolario es el de la capacidad reflexiva sobre la vida que, lo sabemos, se encuentra distribuida desigualmente según el estatus social y el género, sobre la capacidad para formularla (la producción de un discurso sobre sí puede tener una perspectiva estética) y por supuesto sobre la capacidad de poder captar esta reflexividad (que depende de la herramienta y del entrevistador).

Esta pregunta en torno a la reconstrucción narrativa de su vida es esencial en las investigaciones sobre la vejez: la situación de entrevista puede, más que para otras etapas de la existencia, suscitar una relectura de vida (Puijalon, 1996), una búsqueda de coherencia de sus experiencias existenciales. Lo que es propio de muchas ficciones narrativas.

El relato de sí en la vejez presenta ciertas características –referentes al tiempo transcurrido–, pero que están presentes de manera general en el centro de la identidad narrativa: se trata de dar unidad a su vida, de "juntarse" o "reconstruirse" a través de la selección operada durante los recuerdos, de modo que se puede asegurar la integridad frente a la irreversibilidad del tiempo.

El procedimiento reflexivo de la identidad es inseparable de su relato, de su intriga, diría Ricoeur, quien define así la identidad narrativa: "la comprensión de sí es una interpretación que encuentra en el relato una mediación privilegiada: esta última toma de la historia tanto como de la ficción, haciendo de la historia de una vida, una historia ficticia o, si se quiere, una ficción histórica" (Ricoeur, 1990 : 138). Esta necesidad de reconstruirse para dar un sentido a su vida, responde también a la necesidad de reconocer el tiempo transcurrido y de ubicarse serenamente en una historia familiar o colectiva.

La reconstrucción narrativa de sí puede consistir en dar una imagen valorizada de sí y, más frecuentemente, en definirse como "otro que un viejo". Recurrir al pasado en la narración es una manera de escenificar las diversas caras de su identidad, los múltiples fragmentos de su vida que dan cuenta de una trayectoria en la que "ser viejo" no representa más que un momento de su historia. Así lo expresa esta mujer, en un tono feliz y maravillado: "sí, he hecho muchos viajes, si se lo dijera, ¡no me lo creería!".

Empero, existe el riesgo de ver la construcción identitaria de los adultos mayores únicamente desde el registro del recuerdo del pasado. El interés de la cuestión de la memoria y de los procesos de reminiscencia de las personas al final del ciclo de vida puede conducir a su "exclusión" de la escena presente, como si fueran ya figuras desaparecidas. Percibidos como "biblioteca" o como transmisores de una historia pasada, los ancianos estarían invitados a desertar del mundo presente. Sin embargo, ellos no se definen en la transmisión, que es una manera de reconocer el tiempo transcurrido.

 

Conclusión

Cuando el análisis se centra en los procesos de deshacerse (o desprenderse) da paso a un enfoque más colectivo y, por tanto, más político, de la condición de envejecer en la ciudad. De esta manera es posible medir, por un lado, cómo el lugar dado a las ancianas y los ancianos en la ciudad condiciona estrechamente su movilidad o su inmovilidad, su asirse o su desprendimiento. Las formas del envejecimiento se encuentran íntimamente relacionadas con la orientación de políticas de planeación urbana, sobre todo con el estatuto social que se le otorga a los adultos mayores.

La reintroducción de la cuestión social del envejecimiento en la ciudad manifiesta la necesidad de ir más allá de enfoques construidos desde una visión deficitaria de la senectud y también desde una perspectiva esencialista de la ciudad. A través de las prácticas que tienen de los espacios urbanos los ancianos citadinos y citadinas, hemos visto que el tipo de residencia cuenta tanto como el nivel de incapacidad. La comprensión del acceso a la ciudad requiere considerar sus experiencias singulares y colectivas de los espacios, la diversidad y la pluralidad de sus historias familiares y sociales, y el lugar atribuido a los hombres y a las mujeres.

En los diversos relatos obtenidos se revelan identidades múltiples, variadas maneras de jugar con el estatus de "viejo", según la posición en la trayectoria social y temporal, el género y la calidad de los lazos con los otros. En esta pluralidad de experiencias de envejecer, que los modos de espacialización de los viejos citadinos han evidenciado, se observan los límites de las categorizaciones exógenas de la vejez y de la concepción de una ciudad "global" para todos.

 

Bibliografía

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Notas

1 Déprise en el original en francés.

2 Desengagement en el original en francés.

3 Se puede leer una estimulante crítica en Hochschild (1975).

4 Veáse Membrado (1998).

5 Que se mueve siempre.

6 Véase Mantovani y Membrado (1996).

7 Thatcher Nicole, profesora de literatura en la Universidad de Middlesex en Londres. Intervención en un seminario, ACI-Toulouse.

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