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Alteridades

versión On-line ISSN 2448-850Xversión impresa ISSN 0188-7017

Alteridades vol.20 no.39 Ciudad de México ene./jun. 2010

 

Memoria urbana y experiencias de vida de los ancianos

 

Sentido del lugar y memoria urbana: envejecer en el Centro Histórico de la Ciudad de México*

 

Sense of place and urban memory: getting older experience in Mexico City Historical Center

 

Martha de Alba González**

 

** Profesora-investigadora de Psicología Social, Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa. Av. San Rafael Atlixco núm. 186, col. Vicentina, 09340, México, D.F. <marthadealba_uami@yahoo.com.mx>.

 

* Artículo recibido el 19/10/09
y aceptado el 20/05/10.

 

Abstract

This article presents the findings of a study on social representations among dwellers who have lived in the Historical Center for several decades. It shows how their representations are a living memory of the everyday social life and also reflects its monumental and historical aspects. The study was carried out during the gentrification process of the Historical Center and it reflects the burden of this policy on its old dwellers.

Keywords: socio-spatial representations, urban memory, Historical Center, older people.

 

Resumen

En este trabajo se exponen resultados de una investigación sobre las representaciones sociales del Centro Histórico de la Ciudad de México elaboradas por una muestra de adultos mayores de 60 años, residentes del lugar desde hace varias décadas. Se evidencia la manera en que estas representaciones constituyen una memoria viva de la vida social y cotidiana del Centro, así como de su aspecto histórico-monumental. El estudio se realizó en el contexto de la política de recuperación del Centro Histórico, por lo que se observa el peso de dicha política en la experiencia que los ancianos tienen del sitio actualmente.

Palabras clave: representaciones socioespaciales, memoria urbana, Centro Histórico, adultos mayores.

 

Introducción

Residir en algún lugar determinado de una ciudad significa mucho más que la simple satisfacción de una necesidad básica de vivienda. La casa, el barrio y la ciudad se convierten en el nicho en el cual se desarrolla nuestra existencia. Estos espacios devienen el receptáculo de nuestras vivencias más personales y de aquellas experiencias compartidas con los otros en el interior de los distintos grupos sociales en los que nos insertamos. Nosotros, como individuos y grupos, dejamos una huella en los espacios en los que crecemos, tanto como éstos nos marcan de manera inevitable. De ahí que podríamos espacializar el viejo adagio: "dime con quién te juntas y diré quién eres" al convertirlo en "dime dónde vives y te diré quién eres". El lugar nos da identidad por el significado que posee, por la vida social que se ha producido en él a lo largo del tiempo. La estructura del lugar, sus iconos más importantes, aseguran que persista la identidad en el tiempo. El permanente "espejeo" entre los grupos y los espacios no es un proceso estático, sino dinámico, pues la vida de los lugares va cambiando conforme avanza la vida de los individuos y grupos que los habitan. Los individuos se convierten en actores y espectadores de la historia del lugar, en testigos, las más de las veces ingenuos e inconscientes, de los hechos ocurridos en su entorno.

Este trabajo intenta recuperar la memoria de lugar que apuntala o construye las actuales representaciones que dan sentido al espacio de vida de las personas que han atestiguado su transformación por haber envejecido en él. No partimos de la idea de que los viejos, por el hecho de haber residido largo tiempo en un lugar, son los mejores cronistas del sitio.1 Nuestro interés se centra en saber cómo se significa el lugar de residencia, el barrio, a partir de una larga experiencia de vida en él. Una serie de preguntas concretas se imponen al abordar este tema: ¿qué recuerdos darán sentido a la representación socioespacial presente del barrio de pertenencia?, ¿cómo emerge el pasado en la representación del lugar vivido en la cotidianidad?, ¿cómo se materializa esta memoria en el representación del espacio?, ¿a qué "memoria urbana" estamos haciendo referencia?

Trataremos de responder a estas preguntas a través del análisis de las representaciones sociales del Centro Histórico de la Ciudad de México de un grupo de adultos mayores de 60 años, residentes del lugar desde hace varias décadas. La elección de un sitio histórico para estudiar la memoria urbana en relación con las representaciones de la ciudad tiene el objetivo de observar cómo es "leído" o interpretado el pasado en la vivencia cotidiana de un sitio histórico con fuerte significado simbólico. Las preguntas específicas para este caso serán: ¿El sentido del Centro Histórico está dado por su valor simbólico?, ¿los signos del pasado, de cada época de la ciudad, son interpretados en un sentido histórico?

Este estudio se realizó en el contexto de la puesta en marcha de la política de recuperación del Centro Histórico, consistente en la rehabilitación de espacios públicos, fachadas y calles; la implantación de nuevos giros comerciales; el rescate de edificios de departamentos; etcétera.2 Cabría preguntarse entonces si los adultos mayores residentes del Centro Histórico perciben la transformación de su espacio de vida y qué sentido le otorgan.

 

Concepto de memoria urbana

El término memoria se refiere principalmente a la reconstrucción colectiva del pasado, tal como la concibió Halbwachs (1925, 1950). De acuerdo con él, la memoria es social porque el recuerdo se construye en un diálogo permanente con los otros, porque está delimitada por marcos sociales que ubican a la experiencia vivida de manera individual o colectiva, como grupo o como sociedad. Este autor vio en la ciudad un marco social para la memoria. El recuerdo se produce en un marco espacial sobre el que los grupos proyectan su imagen, su forma, su estructura, sus acciones, sus costumbres, sus hábitos, sus creencias, su esencia. El espacio y la comunidad se espejean mutuamente para reconocerse a sí mismos, de acuerdo con el ritmo de la vida de las sociedades. Con el paso del tiempo, el sentido que tenía el espacio para los residentes originales se va modificando hasta adquirir nuevos significados, aunque aún conserve algo de su esencia original. El rescate de esa memoria materializada en la ciudad permitirá reconstruir el pasado del grupo y enriquecer la experiencia urbana.

El valor de los vestigios antiguos de una ciudad no radica en lo que esos restos son, sino en lo que significan(Gross, 1990). Constituyen referentes de mundos intangibles que deben ser recuperados en el presente. Dichos mundos de significados inscritos en las ruinas, dicha memoria colectiva, escapan al control del planificador o del político, se mantienen a través de mitos, leyendas o rumores, que conforman las representaciones sociales del lugar.

Para otros autores (Hebbert, 2005), la memoria urbana puede analizarse a partir de dos tipos de diseño arquitectónico en la ciudad: las calles o escenarios de la tragedia y los de la comedia. La memoria observada en las calles de la comedia remite a una memoria de las formas de vida que emergieron en los barrios de la ciudad. Mientras que la memoria asociada a los escenarios de la tragedia se relaciona con una memoria monumental, la de las glorias nacionales, erigida intencionalmente con un código de lectura claro y único, proporcionado por la historia oficial (Choay, 1987).

Una primera mirada hacia el concepto de memoria urbana sugiere que la ciudad -sus espacios, su estructura, sus artefactos- evoca distintos tipos de memoria: aquella que recuerda los eventos que han sucedido en la ciudad, aquella que establece un vínculo con el pasado por la simple presencia de signos de otras épocas, aquella que contribuye a conservar las tradiciones e identidades sociales o barriales, y aquella depositada en los monumentos que se erigen como símbolos de poder y de una sociedad institucionalizada, cohesionada por una identidad nacional.

Recordemos que la ciudad no es portadora de estos tipos de memoria en forma pasiva, sino que los espacios, sean de la tragedia o de la comedia, cobran sentido a partir de los significados que les son adjudicados por sus ocupantes. La memoria es un proceso de reconstrucción del pasado elaborado por actores sociales. Los signos del espacio son interpretados por los sujetos que de manera individual o colectiva se apropian de un lugar y hacen uso de éste. De acuerdo con Halbwachs (1925), recordar es un acto de representar en la imaginación lo vivido en otro momento, en otro lugar, con otros. Al ser la memoria una reconstrucción del pasado en el presente, resulta de un trabajo de selección e interpretación que, al pasar por el tamiz sociocultural de quien reconstruye los hechos, está sujeta a imprecisiones. Tendrá la marca del grupo de pertenencia o de la perspectiva ideológica del narrador.

 

Experiencia del lugar y memoria urbana del Centro Histórico

Los diferentes ocupantes del espacio ostentarán sus propias versiones del pasado en función de su experiencia y relación con la ciudad, de quiénes sean y cómo se posicionen en el espacio social. De tal suerte que pueden existir una o varias memorias históricas dominantes, oficiales, que opacan o destinan al olvido otra clase de vivencias del pasado que constituyen la memoria social del lugar.

En este trabajo hemos decidido atender a esas voces del pasado de los residentes de larga data del Centro Histórico, porque nuestro interés es observar el sentido que adquiere el lugar a partir de la experiencia de vida en él. Pondremos el acento en los cambios que los adultos mayores han experimentado en el Centro a lo largo de varias décadas y en el sentido que dan a éste de acuerdo con su historia personal y con el pasado propio del sitio.

Las representaciones sociales del espacio y la memoria urbana fueron observadas a partir de narraciones y mapas mentales de 18 adultos mayores de 60 años, residentes del lugar.3 La entrevista abierta, semidirigida, estaba dividida en dos partes. En un primer momento se pedía a los entrevistados que dibujaran un mapa del Centro Histórico tal y como ellos lo imaginaban, ahondando sobre cuáles eran los sitios dibujados y las razones por las que los incluían en el croquis. También se puso atención en el orden de elaboración del dibujo. Posteriormente se les proporcionó un mapa del Centro Histórico que era bastante neutro, es decir, en el que no sobresalía ningún tema, sólo la nomenclatura de calles y plazas. Se les solicitó marcar con un color los sitios que más apreciaban del Centro Histórico y con otro aquellos que menos apreciaban, así como las razones de ello. Después se les pidió que trazaran con un color diferente su itinerario favorito, aquel que tendrían que hacer si tuvieran que "despedirse" del Centro Histórico. Este último recorrido tuvo la finalidad de identificar sitios del Centro que estuvieran ligados a la vida personal de los entrevistados. Durante el trabajo con los mapas se registraron los discursos y comentarios que acompañaban a cada uno.

En un segundo momento se realizó una entrevista abierta para abordar los significados del Centro Histórico a partir de una narrativa más vivencial, que permitiera expresar las actitudes, las opiniones, los usos del sitio, la evaluación como lugar de residencia, los cambios observados en el lugar, entre otras cosas.

Los adultos mayores entrevistados residen en los perímetros A y B del Centro Histórico, diez son hombres y ocho mujeres. Al momento de realizar las entrevistas, casi todas las mujeres se dedicaban únicamente al hogar, mientras que los varones combinaban actividades laborales (formales e informales) con hogareñas. La mayoría tiene niveles educativos menores a secundaria y ha vivido en el Centro Histórico desde hace más de 45 años -desde la década de los sesenta-, siendo testigos de las transformaciones de este espacio desde que eran adultos jóvenes (entre 20 y 40 años). Sólo diez de los 18 entrevistados tienen recuerdos de infancia en el lugar, sea porque nacieron ahí (cinco), o porque llegaron cuando eran niños.

Tanto las respuestas gráficas como las verbales fueron tratadas por medio de un análisis de contenido clásico (Bardin, 1977), a partir de categorías que dieran respuesta a nuestras preguntas teóricas y que permitieran observar las representaciones y los distintos tipos de memoria urbana. Los mapas mentales y las narraciones sobre el Centro Histórico fueron analizados tomando al tiempo y al espacio como categorías básicas, de las que emergieron tres grandes temas: la vida cotidiana en el Centro Histórico, la memoria social y la identidad de lugar, y la memoria monumental. Observamos que el presente se materializa en relatos sobre la vida cotidiana, la inmediatez de la satisfacción de necesidades prácticas y la evaluación del espacio como lugar de residencia. Por el contrario, el pasado emerge cuando el entrevistado significa el lugar a partir de un alejamiento del contexto cotidiano, para sumergir su relato en su biografía personal, o bien para hablar de un pasado más abstracto, basado en sus conocimientos de la historia oficial proyectada en los edificios monumentales del Centro Histórico.

Cuadro 1
Características generales de los adultos mayores entrevistados y distribución de edades por décadas
(Las décadas durante las que han vivido en el Centro Histórico aparecen en negrillas)

 

La vida cotidiana en el Centro Histórico

Al pensar y al hablar del Centro Histórico, los entrevistados se ubican en el aquí y el ahora como punto de partida. Este lugar es referido como un espacio de residencia, como el contexto en el que se desarrolla la vida cotidiana y que, como tal, tiene ventajas y desventajas. Les gusta el Centro y quieren vivir en él porque consideran que cuentan con ciertos privilegios que hacen la vida más fácil que en otros lados de la ciudad.

El primero de ellos es una oferta comercial extensa y variada que les permite tener "todo a la mano", desde el artículo más común y corriente de uso doméstico hasta un artefacto sofisticado. La fascinación por la oferta comercial del Centro no sólo se relaciona con la variedad, cantidad y especialización de productos, sino con el hecho de que existen precios accesibles para todos los bolsillos.

A mí sí me gusta para vivir porque para mí, que ya soy una anciana, bueno, una anciana entre paréntesis, es... es un estado mental ser viejo, eh... Aquí es donde encuentro todo. Necesito una farmacia, la tengo cerca, necesito donde comprar unos... perfumes, los encuentro. Encuentro... las tiendas, papelerías, donde hacer copias. Muchas cosas, encuentro todo dentro... Las ventajas de vivir en el Centro es que encuentra uno todo fácilmente... Yo cuando voy a casa de mis hijas, eh... todo está lejos, todo está difícil para llegar. Entonces como estoy acostumbrada a que aquí en la esquina hay refrescos, aquí abajo hay refrescos, eh... En la esquina de enfrente está el restorán, y por 30 pesos me traen la comida. Entonces... allá no lo hay. Tendría yo que adaptarme y ya estoy vieja para adaptarme, mejor le sigo así... (Leonor, 76 años, ama de casa).

Pero pus aquí estamos y tiene uno todo a la mano, tiene uno médico, tiene uno todo, todo está. El Centro es porque está todo más céntrico, por decir ¿no? Todas las comodidades, pues el médico lo tengo cerca, este, cine si quiere uno está cerca, farmacias están cerca, mercados están cerca, o sea uno tiene todo a la mano (Consuelo, 64 años, ama de casa).

Los relatos de Consuelo y Leonor expresan una experiencia del Centro Histórico desde la postura del adulto mayor, quien encuentra en este espacio satisfacción a las necesidades básicas de la vida cotidiana en el periodo de la vejez: acceso rápido y a pie a farmacias y servicios médicos, a lugares de abastecimiento (tiendas, mercado, restaurante, etcétera) y de entretenimiento. El abastecimiento de productos a domicilio es un recurso frecuente de los adultos mayores entrevistados en el Centro Histórico, a pesar de que señalan la ventaja de acceso a los servicios y lugares de consumo a pie.

Otro aspecto notable en los relatos es que los entrevistados no hacen la distinción entre Centro y Centro Histórico. En su lenguaje no se ha impuesto la categoría de Centro Histórico con la que se etiquetó a la denominada Zona de Monumentos Históricos desde los años ochenta. Usan indistintamente la palabra Centro para referirse a los perímetros A y B, así como a una zona más extensa, que sobrepasa los límites oficiales. Así, vemos que, en este caso, la manera de representarse el lugar de residencia tiene poco que ver con las fronteras y el lenguaje impuestos por los discursos oficiales a la geografía del sitio. Por ejemplo, el señor Rafael (ex vendedor de pieles jubilado, de 75 años) considera que el Centro Histórico se refiere a la zona aledaña a la plaza del Zócalo. A pesar de vivir dentro del perímetro B de la zona oficialmente catalogada como Centro Histórico, no incluye su lugar de residencia como parte de ese territorio:

Al Centro Histórico vamos y venimos, tenemos todo a nuestro alcance, a nuestra mano, de aquí al Centro Histórico nos podemos ir hasta a pie y nos venimos a pie, llegamos caminando, conociendo, caminando y los que somos de aquí sabemos cuáles son las calles... (señor Rafael, 75 años, ex vendedor de pieles).

La comodidad del Centro radica también en que es un lugar "bien comunicado", lo que en palabras de nuestros entrevistados significa el acceso a una amplia gama de transporte y a una red vial cuyo nodo es el Centro Histórico. Éste es un aspecto importante para ellos, ya que la mayoría carece de auto particular. En realidad, la vida en el Centro hace innecesario el auto, porque es un espacio que ofrece gran variedad de servicios que son accesibles a pie. Los entrevistados no suelen recorrer tanto el Centro como lo hicieron en otro tiempo, sin embargo, poder caminar por sus calles es referida como una experiencia agradable, que forma parte del encanto del lugar.

La versatilidad y movimiento del Centro es también un atractivo para los adultos mayores. Les gusta que haya variedad de expresiones sociales y culturales ("se ve de todo, hasta un templo de la Santa Muerte"), sentir el "movimiento del Centro", de la gente, experimentarlo como un lugar "muy vivo".

El Centro representa o ha representado también un recurso laboral para muchos de ellos, principalmente para quienes han tenido o tienen algún comercio o taller ahí. Algunos todavía atienden algún negocio establecido, venden productos en la calle o realizan oficios que requieren materiales que se pueden encontrar con facilidad en las calles del Centro. La señora Guadalupe es comerciante ambulante ("trabajo aunque sea poquito, porque esta calle es medio muerta, ahí la llevamos para irla sacando"). Don Luis es contratista de obra y a sus 70 años recorre el Centro para adquirir materiales eléctricos, productos para baño, o lo que necesite. El señor Alfredo llegó a este lugar desde Michoacán hace aproximadamente 45 años, para trabajar como ayudante en un taller de guitarras, hasta que se convirtió en laudero y heredó el taller de su maestro. Don Nacho heredó de sus padres un negocio en la calle de Guatemala, que mantuvo hasta edad avanzada. Es por ello que al preguntarle qué significa el Centro Histórico para él, responde de manera contundente: "trabajo".

La experiencia de la vida cotidiana del Centro Histórico se expresa de forma bastante clara en los diferentes tipos de mapas mentales que los adultos mayores fueron desarrollando a lo largo de la entrevista. Las actividades que llevan a cabo con mayor asiduidad son comprar víveres en los mercados más cercanos al hogar, asistir a la iglesia una vez por semana y caminar hacia sus lugares de trabajo. Mientras que las menos frecuentes (realizadas de dos a seis veces por año) son acudir a servicios médicos; comprar ropa, calzado y diversos productos de uso personal; hacer uso de la tintorería; ir a la estética. Dichas actividades se desarrollan normalmente en el Centro Histórico o en zonas cercanas a éste.

En los dibujos se aprecia que hacen un uso limitado del Centro Histórico, y que sus mapas se basan más en el recuerdo que en su práctica directa de uso del espacio. Sus dibujos reflejan una imagen condensada de los lugares más emblemáticos y conocidos del perímetro A: la Catedral, el Zócalo, el Palacio Nacional, la Alameda y Bellas Artes. El mapa mental colectivo del Centro Histórico (el que se deduce al observar el conjunto de lugares dibujados) consiste en una rejilla de calles en las que se ubican una serie de iglesias, sitios comerciales y culturales, barrios, edificios de gobierno, jardines y plazas. Los dibujos suelen ser escuetos, con pocos lugares incluidos en ellos; algunos con una orientación equivocada, a pesar de tener muchos años de residir en la zona. El mapa 1 fue elaborado por la señora Consuelo, quien a pesar de que ha vivido en el Centro Histórico toda su vida, hizo un mapa con los mínimos detalles, resumiendo el Centro en 16 sitios emblemáticos y la cuadrícula vial que caracteriza su traza; caso similar al del señor Jorge, de 63 años (mapa 2), o al de la señora María Elena (mapa 3), también de 63 años, dedicada al hogar, residente de este sitio desde la década de los sesenta.

 

Los dibujos de los mapas muestran la complejidad del Centro Histórico y los múltiples significados que le son asignados no sólo a partir de la experiencia del sujeto en el lugar, sino de lo que se dice, se sabe, se ha escrito y se fantasea sobre él. En los dibujos se expresa tanto el dibujante como el espacio dibujado. En el croquis del señor Rafael (mapa 4) se observa el significado simbólico que tiene el Zócalo, coronado por una bandera nacional de gran tamaño y rodeado por los símbolos más relevantes del poder político y religioso: la Catedral, el Palacio Nacional y la sede del Gobierno del Distrito Federal (GDF). Nótese que el edificio del GDF se identifica con el nombre de "Andrés Manuel", haciendo referencia a Andrés Manuel López Obrador como un personaje importante en la escena política nacional en el contexto de la campaña presidencial de 2006,4 y quien cobró un gran significado para los adultos mayores al implantar una política de apoyo económico mensual dirigida a ellos. Vemos que se incluyeron en el mapa elementos urbanos que ya no existen, pero que el dibujante conoció: las vías del tranvía y el parque donde estaban los Indios Verdes. Para Rafael, el Centro se resume en unas cuantas avenidas y edificios importantes tanto para él como para identificar al lugar como tal. Sus gustos personales, los lugares a los que asiste para distraerse (Teatro Blanquita, Garibaldi y la cantina La Hija de los Apaches) rodean a los grandes monumentos en su croquis.

El mapa 5 presenta las respuestas de don Nacho (de 86 años, jubilado, residente del Centro Histórico desde la infancia), quien marcó con gris los sitios que más le gustan del Centro Histórico, con una línea discontinua los que menos le agradan, y trazó con una línea con punto redondo el recorrido que le gustaría hacer para despedirse del lugar. Se observa que le agrada una gran extensión del sitio, en general todo, como él mismo lo dice. Sin embargo, La Lagunilla genera una ambivalencia, pues lo señala como un lugar que le gusta (encuentra de todo) y disgusta (hay demasiada gente) a la vez. Marca con otro color la calle de Filomeno Mata, argumentando simplemente que "nunca le gustó", que "no tiene chiste". Para despedirse del Centro Histórico haría un recorrido que va desde el Zócalo hasta Reforma, pasando por la calle de 5 de Mayo y por la Alameda. Es un recorrido ligado a sus recuerdos personales.

La experiencia del Centro Histórico para los entrevistados no sólo es positiva, también comporta una serie de molestias que se concentran en temas bien definidos en términos sociales y espaciales: el comercio ambulante,5 la gran cantidad de población flotante que invade las calles, las manifestaciones políticas que perturban la circulación en el área, la inseguridad asociada a zonas particulares. Los sitios del Centro que menos gustan a los entrevistados están vinculados a la memoria social del lugar; han sido tradicionalmente estigmatizados como barrios bajos, de prostitución, delincuencia e ilegalidad. La vivencia cotidiana actual de dichos sitios juega un rol importante, pero sin duda tal vivencia está marcada por un estigma del lugar que data de mucho tiempo atrás. La fama del popular barrio de Tepito, de la zona de La Lagunilla y de La Merced, ha sido ampliamente propagada y recreada por los medios de información, el cine y la literatura.

A pesar de que las entrevistas fueron efectuadas en el momento en que se hacían obras para la recuperación del Centro Histórico, emprendidas por el GDF, los adultos mayores hacen escasos comentarios al respecto, como si no percibieran los cambios provocados por esta política. La poca relevancia que le dan en su discurso puede deberse al hecho de que la política de recuperación se aplicó en ese momento sólo en 32 manzanas (del lado poniente) del Centro Histórico y los adultos mayores entrevistados no residían en esa zona, además de que no solían alejarse demasiado de las inmediaciones del hogar. Sin embargo, Paquette y Salazar (2004), en su estudio sobre adultos mayores residentes en el Centro Histórico, realizado con método de cuestionario en las zonas específicas de recuperación, encuentran que los entrevistados tampoco perciben las obras de la política de rehabilitación ni le otorgan mucha importancia.

 

La memoria social y la construcción de una identidad de lugar

Hemos mencionado que la memoria social urbana remite a las formas de vida que surgieron en zonas o barrios de una ciudad. Aunque el Centro Histórico ha perdido población durante las últimas décadas (Coulomb, 2000; Suárez, 2004), quedan sectores que se han mantenido como colonias populares con cierto arraigo, por ejemplo el afamado barrio de Tepito. En cuanto lugar residencial, el Centro Histórico ha gozado de un estigma social negativo, asociado a la pobreza, la marginalidad y la informalidad, hasta hace pocos años, en que se puso en marcha el proyecto de recuperación del sector poniente, entre el Zócalo y la Alameda.

En el imaginario urbano de hace una década, el Centro Histórico era en sí mismo un monumento a la cuna de la nación (Alba, 2002 y 2004). Las actividades comerciales y de servicios realizadas en este espacio eran aditamentos funcionales de un espacio sagrado. En la actualidad, la iniciativa de recuperación del Centro como lugar residencial ha modificado esta imagen y ha hecho ver que no sólo es habitable, sino que ya existe una población residente en él.

Los adultos mayores entrevistados para este trabajo forman parte de esa población que ha vivido en el Centro Histórico desde hace décadas y que ha participado de la construcción de la identidad que dan los pobladores al lugar. Para ellos, este sitio remite más a su biografía personal que a su significado monumental e histórico. Fue el contexto de su niñez para muchos, de su juventud para la mayoría, y de la edad adulta para todos. Envejecer en el Centro ha significado relacionar las distintas etapas de su existencia con los eventos transcurridos en el "corazón de la ciudad". Ha sido el espacio desde el cual han construido la vida, sus metas y sus sueños, donde han acontecido sus decepciones y tristezas. Es por ello que, al verse obligados a dar su opinión sobre el Centro Histórico, hablan de él de manera afectiva, dejando ver un sentimiento de arraigo al lugar.

La señora Pilar, ama. de casa de 66 años, quien ha vivido en la calle de Brasil durante los últimos 40 años, responde: "amo al Centro Histórico, es mi vida". La señora Justina, jubilada de la Secretaría de Salud (SSA), de 78 años, quien llegó a vivir a la calle de Xocongo en 1961, comenta: "aquí me acomodé muy bien a vivir y aquí me quedaré hasta que me muera". Para Leonor, ama de casa de 76 años, el Centro es "algo que debe llevarse en el corazón". Para Consuelo (64 años), el Centro Histórico significa "todas mis vivencias ¿no?, todo lo que yo he pasado, porque yo siempre he vivido por aquí, toda mi vida la he pasado por aquí, todo lo que he vivido, los problemas que han pasado y todo, toda mi vida...". La señora Guadalupe (82 años de edad y 78 de vivir en el Centro Histórico) comenta: "es parte de mi niñez, como vecina, como trabajadora... Para mí ésa es mi Catedral donde se hacen las misas de mis familiares, donde tengo muchos recuerdos... Es mi vida, mis recuerdos... Es mi colonia desde niña, llegué a los seis años. Nací en la calle de Toltecas en Tepito, luego crecí en Pachuca hasta los seis años. Primero viví en la calle de Progreso y Carretales [... ] y luego aquí ya me clavé". Para el señor Miguel, de 77 años de edad, maestro en una escuela de Tepito y residente de la calle de Brasil desde hace 53 años, "el Centro Histórico es una jaula en la que está encerrada mi vida, que fue un canario". Para Ignacio, de 86 años, comerciante en el Centro Histórico y residente desde la infancia, es "un lugar donde crecí y me formé, es mi maestro... Un lugar de recuerdos personales, lo considero mi casa".

En estos testimonios se observa que la identidad de la persona no sólo se configura en función de su pertenencia a distintos grupos sociales que le imponen normas, valores y roles que cumplir, sino que el lugar también contribuye para dar un signo distintivo a la definición de sí misma. El lugar pasa a formar parte del individuo tanto como éste se convierte en un actor que anima la forma de vida del lugar (Giménez, 2005; Proshansky, 1978).

Nuestros entrevistados pasaron a formar parte de la sociedad barrial al insertarse en ella. Algunos son originarlos del Centro Histórico, por lo que sus recuerdos más remotos están enmarcados en él; otros llegaron más tarde, buscando oportunidades que la provincia no podía ofrecerles. Ciertos casos, como los de Justina y Alfredo, ejemplifican un patrón de inmigración que sin duda fue bastante común en el Centro de la Ciudad de México. Justina salió de Oaxaca en 1961, en compañía de su esposo, quien venía a buscar trabajo a la capital. Se instalaron en una vecindad, donde creció la familia y residieron durante mucho tiempo hasta que se pudieron beneficiar de un programa de vivienda de interés social, gracias al cual obtuvieron un departamento en el Centro Histórico. El actual arraigo de Justina al Centro no sólo se debe a un lazo afectivo con él, sino al hecho de que ahí logró tener cierta estabilidad económica que, aunque precaria, no estaría dispuesta a perder fácilmente. Justina relata:

No me regresaría al pueblo, no porque no, allí no tengo casa, y aquí como quiera con los años tenemos este departamento... chicos los departamentos, pero ya hay donde vivir y ya se paga como renta, porque vivir así como rentando cuando dice el casero te vas, pus te vas o le echas más dinero, y se va uno, no, sí es feo.

El señor Alfredo llegó al Centro en 1960, cuando tenía 24 años de edad:

Llegué a vivir aquí para trabajar en el taller de un paisano y aquí me quedé. Pero en el 84 murió él y yo duré 24 años trabajando con él, pues al morir él vino el temblor del 85 y renovaron porque era vecindad aquí, nos renovaron, pues a nosotros nos beneficiaron con eso porque nos dieron oportunidad de pagar pues el departamentito y la accesoria.

Ante la pregunta de si se iría a vivir a otro lado si pudiera, responde:

definitivamente [quisiera] ya regresar a mi tierra. Porque ya pues, ya como ya estoy grande, ya está un poco difícil vivir aquí en la ciudad, ya sentiría regresar ya con mi familia. Allá se encuentran mi señora, mis hijos, nada más vive uno aquí conmigo, o sea allá tengo toda mi familia, mis hermanos, ellos son los que dicen "vente hermano qué haces por allá tú solo". Ahorita ya quiero regresar porque se ha puesto más difícil el trabajo, ya no hay trabajo y apenas voy sacando para los gastos... Quiero regresar allá porque también gracias a Dios tuve oportunidad cuando se pudo de comprar un lotecito allá y les hice una casa a mis hijos y a mi familia, por eso quiero ya regresar.

La experiencia de migración de Miguel, quien llegó a la ciudad en 1952 siendo un joven seminarista de 24 años, es ligeramente distinta:

Fue el Centro Histórico el que me abrió sus brazos, yo llegué de Toluca con mi madre y 500 pesos en la bolsa, recién salido del seminario. Yo no conocía la ciudad, y sin saber nos fuimos a quedar a un hotel de paso hasta que conseguí trabajo, luego me hice de dinero y fue como pude conseguir un departamento en Brasil.

Miguel finalizó una licenciatura en Comunicación, y actualmente, a sus 77 años, es maestro en una escuela en el barrio de Tepito, con el que se encuentra muy identificado y donde le gustaría emprender proyectos educativos.

Aunque una gran parte de los adultos mayores expresa un fuerte lazo afectivo hacia el Centro, sólo en algunos aflora un deseo ferviente por quedarse a vivir en él únicamente por afecto. Unos permanecerían ahí por comodidad y costumbre: "ya tengo muchos años aquí y me sería muy difícil ir para otra colonia y volver a empezar; adaptarse a las amistades que son distintas" (Alfredo, 69 años de edad y 45 de vivir en el Centro Histórico). Otros preferirían mudarse a un sitio distinto si pudieran, regresarían al lugar de provincia que los vio nacer, o buscarían mayor tranquilidad y comodidad en colonias de más alto nivel socioeconómico en la ciudad.

El arraigo al lugar y la perspectiva futura de residencia en él se relacionan con la experiencia de vida en éste. El arraigo no emerge del solo hecho de habitar el lugar por un largo tiempo, sino de la historia que se ha construido en él, de la perspectiva con la que se le mira y se le ha mirado. Para Alfredo, por ejemplo, el Centro Histórico ha significado en esencia una fuente de ingreso económico, y su vida familiar continuó estando en el lugar de origen, adonde quiere volver en vías de cerrar el taller del que consiguió hacerse en el Centro. Miguel no sólo se quedaría en el Centro Histórico, sino que se mudaría al corazón de Tepito para continuar con su labor educativa, en la que ha invertido gran parte de su esfuerzo y realización profesional.

Las historias de estos adultos mayores son sin duda prototípicas de los residentes del Centro Histórico que han dado vida al lugar y que le han impreso rasgos sociales particulares. La búsqueda de mejores condiciones de vida, junto con las políticas de vivienda urbana durante las últimas décadas, generaron en este espacio un ambiente marcado por la vida de la vecindad, una imagen asociada a un medio social de bajos recursos. Un ambiente social que la señora Leonor juzgó y sigue juzgando como inadecuado para la educación de sus hijos:

el Centro no es un lugar para educar niños, ni tener una familia... sigue habiendo drogadicción, prostitución, sobre todo en las calles de atrás [desde Donceles hacia La Lagunilla]. Yo no quería que mis hijos crecieran en el Centro, en este ambiente de drogadicción, de vagos, porque, como yo trabajaba, no podía cuidarlos. Entonces traté de sacarlos de aquí. Aunque no me fui muy lejos. Tuve la oportunidad de sacarlos un poquito del medio, que estuvieran en una escuela mejor.

La señora Consuelo ve con escepticismo la construcción de vivienda nueva en el Centro Histórico, al menos no ve en ello un cambio de imagen social del lugar: "Recientemente empezaron a construir edificios nuevos de departamentos por aquí. Están vacíos, nadie los compra porque son muy caros para la gente que vive aquí. Ahora la gente que vive en otro lado no va a venir a vivir a estos 'andurriales' ¿verdad? Uno trata de salir e irse uno más lejos a mejorar, no a empeorar". Doña Consuelo no ve el proceso de redensificación del Centro como un evento que modificará las características sociales de la zona. Tampoco parece considerar los cambios económicos que éste puede generar en el valor de la propiedad en la zona central, ni en el tipo de comercios o servicios que se están instalando en el Centro Histórico.

 

Proceso de monumentalización del Centro Histórico

El proceso de monumentalización del Centro Histórico ha sido documentado en diversos trabajos (Capron, Ronda y Salin, 2003). Monnet (1993) ilustra, mediante el análisis de la legislación mexicana sobre el patrimonio, la manera en que, desde finales del siglo XVIII, el patrimonio devino un elemento político trascendente, al contribuir a definir una identidad nacional independiente. Cabe resaltar que, en esa época, la idea de patrimonio estaba centrada en la conservación de ciertos espacios y de piezas arqueológicas de interés para la nación. Desde entonces, la plaza del Zócalo estuvo sujeta a diversas modificaciones con el fin de realzar su importancia monumental, despejándola paulatinamente de sus usos sociales "ordinarios". Poco a poco un discurso proteccionista fue apoderándose de las plazas y calles del Centro Histórico desde principios del siglo XX, dándoles un carácter "sagrado" como piezas históricas.

El Centro Histórico fue perdiendo de manera progresiva su carácter de barrio residencial desde mediados del siglo XIX, época en que la expansión urbana rompe con la traza, colonial, para irse convirtiendo en un símbolo histórico sin renombre social, a lo largo del extenso periodo en el que el Estado posrevolucionario se mantuvo en el poder. Las antiguas casonas dejaron de ser habitadas para convertirse en comercios, oficinas, bodegas, restaurantes, talleres y, en el mejor de los casos, escuelas o museos. Durante todo el siglo XX creció de manera considerable el número de edificios clasificados como monumentos históricos. La plaza del Zócalo dejó de ser un lugar de sociabilidad y un nodo de transporte importante para la ciudad en la década de los cincuenta, momento en que se sustituyen estas funciones para convertir a la plaza en escenario de los rituales nacionalistas o de manifestaciones políticas de carácter masivo. "De 1953 a 1958 la Plaza de la Constitución adquiere su aspecto definitivo de explanada desprovista de todo ornamento" (Monnet, 1993: 103).

Los adultos mayores participantes en este estudio fueron testigos presenciales del proceso de "monumentalización" del Centro Histórico. Cada decreto de protección del patrimonio fue transformando su espacio de vida, dejándolos con muy poco margen de intervención en los cambios radicales operados en el área. Un discurso de exacerbado nacionalismo se imponía sobre lo que fue el escenario de su infancia y de su juventud. ¿Cómo vivieron este proceso?, ¿cómo lo recuerdan?, ¿fueron conscientes de él?

La memoria monumental que encontramos en las representaciones sociales del Centro Histórico alude al pasado glorioso del pueblo mexicano y a los pilares del nacionalismo. Emergen relatos de lo que fue el pueblo azteca, del mito fundador de Tenochtitlán, y de las raíces del México contemporáneo. El Centro Histórico en su conjunto materializa esta memoria monumental, pero se concentra principalmente en los grandes iconos, como la Plaza de la Constitución, la bandera, el Palacio Nacional y el Templo Mayor. Los relatos de una historia mítica, impregnada de un sentimiento de identidad nacional, contribuyen a dar un sentido especial al Centro Histórico.

Doña Leonor (76 años), estudiante de tanatología, en su representación del Centro combina una memoria histórica nacionalista con sus creencias en las energías cósmicas, emanadas de sus conocimientos en astrología:

Debemos respetarlo porque es nuestra historia... Somos una mezcla del ayer, el Centro es nuestro ayer, nuestro presente y nuestro futuro [...] La gente no sabe hasta dónde llegaban las barcas de Moctezuma. Llegaban exactamente , aquí en... en eh Colombia, ahí llegaba la barca de, la barca, de 30 remeros de Moctezuma, porque de su palacio acá, lo sacaba una barca más pequeña con 16 remeros [...] El asta bandera está sobre el Teocalli, por eso emana energía de ahí [... ] El Templo Mayor se levantará para que vuelva a brotar la antigua Tenochtitlán...

Aconseja a cualquier visitante del Templo Mayor entrar armado de un imán que lo protegerá de las energías emanadas de los vestigios prehispánicos.

Para Miguel (77 años), el Centro Histórico "es la patria... es todo un joyero donde están los tesoros coloniales... es el corazón de la Ciudad de México, el corazón del mestizaje, de la verdadera raza mexicana. Porque nosotros no somos ni españoles ni indios, somos una mezcla de ambos". Para otros adultos mayores representa "un orgullo para todos los mexicanos", "el cimiento de una gran ciudad", "el patrimonio de todos los mexicanos", "el lugar que todos quieren conocer", "el centro de un pueblo", etcétera.

La memoria monumental impera en la construcción de los mapas mentales del Centro Histórico, tanto en los dibujos como en las zonas más apreciadas y en los recorridos personales. Contribuye a construir una imagen positiva del lugar. Prácticamente todos los dibujos del Centro tienen a la plaza del Zócalo como núcleo y organizador del croquis. La gran plaza, con su bandera en medio y sus edificios emblemáticos, simboliza a todo el Centro en su conjunto, resume la representación de un espacio mucho más extenso y complejo.

El proceso de monumentalización del Centro Histórico fue vivido por los adultos mayores entrevistados como la pérdida de un espacio social, que daba mayor lugar a la convivencia y a la sociabilidad cuando eran jóvenes o niños. Sus discursos constituyen testimonios vivos de las transformaciones de los espacios en monumentos de carácter "sagrado" desde el punto de vista político. En las narraciones de los adultos mayores sobre lo que fue el Centro Histórico en otro tiempo, la añoranza de su infancia y juventud se mezcla con el sentimiento de pérdida que produjeron los cambios urbanos y arquitectónicos. El siguiente fragmento de entrevista da un ejemplo de este proceso: "Cuando empezaron a tirar el cine, pues todo, sí, sí fue muy triste, porque pus ve uno que allí se va, se va uno acabando, ya va uno acabando ya, pero es parte de la vida ¿no?, acabarse" (Consuelo, 64 años). La destrucción del cine representó para la señora Consuelo un cambio en su ciclo de vida, un paso hacia el envejecimiento. También queda implícita la trascendencia que tuvo el cine como forma de entretenimiento social en otras épocas de la ciudad (García Canclini, 1998).

Sea por nostalgia de la juventud o por un espacio que ya no es lo que fue, lo cierto es que casi todos consideran que el Centro Histórico ha perdido belleza, que era mejor antes que ahora, que ya no se vive el mismo ambiente, que hoy les gusta menos que en otro tiempo. Doña Leonor lo expresa en sus propias palabras: "hablo porque soy una mujer de 78 años, siempre he vivido en el Centro Histórico y he ido viendo cómo con el tiempo este Centro Histórico se ha ido perdiendo".

Las imágenes del pasado se concentran en torno a la plaza del Zócalo y al ambiente vivo que ahí se podía respirar por ser un jardín al que se podía ir a pasear, por ser la terminal de tranvías que llevaban a los lejanos pueblos que la urbanización absorbió más tarde. Para quienes vivieron su infancia en el Centro, la desaparición de los tranvías y del jardín de la plaza del Zócalo fue una pérdida que todavía recuerdan con cierta tristeza.

Don Nacho, de 86 años, vivió de manera cercana y consciente la transformación del Zócalo, pues tenía como 35 cuando el regente Uruchurtu "limpió" la plaza en la década de los cincuenta. De acuerdo con su relato, el Centro Histórico perdió encanto desde entonces:

Ahora en la realidad ya perdieron mucho atractivo. Antes sí, el Zócalo, por ejemplo, el Zócalo era un gran jardín. Tenía una fuente enorme en el centro, y sus banquitas de... de metal. En las callecitas y todo. La central de tranvías, los tranvías que le daban mucha vista al Zócalo. Todo eso, todo ese atractivo ya se perdió. No hay ni jardín. Entonces el folclore de eso eran los vendedores. Había unos vendedores que vendían unos dulcecitos de leche, se llamaban... macarrones. Unos dulcecitos sabrosos, y luego venían las duquesas, era una especie de, como de... quesadillas con relleno... muy sabrosas las famosas duquesas. Queso, aguacate. Eh, aguacates. Quesos. Charamusca, la charamusca rellena. ¡N'hombre! Era un atractivo aquel muy bonito, pero ya, se acabó, eso ya, ya no hay, ya todo se acabó [...] No, pues ya a partir de los cincuenta, cuando empezaron a quitar los... los tranvías. Ya, ya se acabó ya todo eso. Todo eso, eso bonito del Zócalo, se acabó ya... El ambiente que antes había en la salida a la una de la tarde de los rápidos. Tranvías rápidos. Unos eran Rápidos Xochimilco, los otros de Tlalpan, Coyoacán y San Ángel. A la una se atiborraban los trenes y ¡órale!, vamonos, salían como balazo. Y de ahí en fuera, pues ya se perdió eso porque ya no hay ni tranvías.

La remembranza de los tranvías se acompaña, aunque con menor frecuencia, del recuerdo del Canal de la Viga, uno de los últimos vestigios del paisaje lacustre que caracterizó a la ciudad durante siglos:

"Aquí estaban en la esquina los Indios Verdes cuando estaban las chalupas. Venían de la Magdalena, de allá de la Viga, Jamaica. De allá venían las chalupas a vender de todo" (Rafael, 75 años). El señor Rafael recuerda también que las estatuas de los emperadores aztecas Ahuizotl e Izcóatl (popularmente conocidas como los Indios Verdes) se encontraban en un parque cercano a su casa, antes de que las trasladaran al extremo norte de Insurgentes, para marcar el límite entre el Distrito Federal y el Estado de México. La señora Consuelo, de 64 años, 11 más joven que Rafael, mantiene vivo el recuerdo de los canales de la Viga: "Antes todo esto por aquí en Santa Anita, todo esto dicen que corrían los canales para Xochimilco y todo eso, yo eso no lo vi porque no estoy tan vieja...".

El sentimiento de pérdida del Centro de otro tiempo no sólo se inscribe en los cambios sufridos en el espacio material, sino también en lo que conformó la cultura urbana en décadas anteriores. Se recuerdan con nostalgia las formas de vida de otras décadas, las modas en el vestir, las maneras de hacer comercio, un cierto lenguaje, modales y una cultura cívica... un aire que ya no se respira más en el Centro:

Se han relajado las costumbres [...] Ya no nos importa el que se cayó, ya no nos importa... el que está... desmayándose , ya no, ya pasamos y con indiferencia lo vemos (tose), se está acabando, la... el... el amor de mexicano. Nos estamos convirtiendo en una... en una ciudad fría. Que nos vale gorro... [...] Ya no tenemos ni siquiera el recuerdo de esos 15 de Septiembre, que eran famosos, con sus lugares donde la gente podía, de una forma económica, comerse un buñuelo o comerse un... plato de tacos, tortas, sí era una tradición muy mexicana, se ha perdido (Leonor, 78 años, ama de casa).

 

Conclusiones

¿Qué recuerdos darán sentido a la representación socioespacial presente del barrio de pertenencia?, ¿cómo emerge el pasado en la representación del lugar vivido en la cotidianidad?, ¿cómo se materializa esta memoria en el representación del espacio?, ¿a qué memoria urbana estamos haciendo referencia?

La experiencia urbana (Ledrut, 1973) de los adultos mayores que han residido en el Centro Histórico durante al menos 40 años está marcada tanto por el desarrollo de su propia biografía personal como por los significados que va adquiriendo el lugar a lo largo del tiempo. Ese espacio es el contexto en el que ha transcurrido la propia vida, pero no sólo como un marco material de existencia, sino como un sitio que ha otorgado identidad y ciertas enseñanzas. El Centro "ha sido mi maestro", dice un señor; "es mi vida", expresa alguien más. Este lugar, por sus características de centralidad histórica, simbólica y económico-funcional, ha representado para los adultos mayores un recurso, una oportunidad de aprender y ejercer un oficio, de hacerse de una propiedad, de vivir en el corazón de la ciudad. Quienes siguen transitando el Centro de forma autónoma encuentran el placer de caminar por sus calles y la gran ventaja de tener todo a la mano. Quienes tienen ya una movilidad reducida por incapacidad gozan de las idas a la iglesia y de paseos acotados a las inmediaciones del hogar. El mayor obstáculo para unos y otros en su transitar por el Centro son los comercios ambulantes que obstruyen las aceras y el exceso de gente que irrumpe en la cotidianidad del lugar.

El Centro Histórico es un espacio de fuerte arraigo identitario social y nacional. Sin embargo, no puede ser considerado como un barrio en su totalidad. Sus delimitaciones oficiales corresponden a criterios históricos que construyeron una geografía gubernamental. La vida social del Centro ha sido olvidada a lo largo de varias décadas en aras de resaltar el carácter monumental del sitio. Sus pobladores lucharon, sobre todo después del terremoto de 1985, para mantenerse en un lugar que simboliza la nación entera, el espacio de todos, regulado por los poderes políticos. Podríamos hablar de barrios que conforman el Centro y que han animado su vida social desde hace décadas. Los más mencionados por nuestros entrevistados han sido Tepito, La Merced, la zona de Garibaldi, La Lagunilla. Existen otras zonas con identidad social que quizá no llegan a conformar un barrio, sino sólo algunas calles, como la de Dolores, identificada como el "barrio chino". Persisten vecindades y conjuntos de interés social construidos en el marco de la política de vivienda posterior al terremoto de 1985. Ello nos conduce a pensar que el Centro Histórico está conformado por subconjuntos sociales que han caracterizado la vida social, popular, del lugar en las últimas décadas. A esos niveles encontraremos alguna forma de solidaridad vecinal altamente localizada, pero no podríamos hablar del Centro Histórico como un barrio, entendido como unidad social homogénea.

La nueva política de recuperación de este espacio como lugar residencial ha atraído una población distinta: clases medias con sus particulares estilos de vida y de consumo. La coexistencia de la mezcla social de las clases medias con los residentes tradicionales del Centro dará sin duda un matiz diferente al lugar. Los adultos mayores entrevistados no parecían percatarse de la llegada de nuevos residentes, ni de la envergadura de la política de recuperación del Centro Histórico. Algunos veían la recuperación de fachadas y calles como una más de las obras que ahí se han hecho. Otros vieron con escepticismo la construcción de vivienda nueva. Sus representaciones estaban enfocadas en la vida cotidiana, en la monumentalidad del Centro y en lo que éste ha significado en relación con su vida personal. Imágenes más nostálgicas que reales, acompañadas de relatos ubicados en un pasado remoto. Para nuestros entrevistados, el Centro Histórico ya no es lo que fue.

Para finalizar, consideramos menester recordar que este estudio de corte cualitativo ha buscado dar prioridad a la comprensión de los significados y de las representaciones sociales del Centro Histórico. De ningún modo se pretende generalizar los resultados de entrevistas a profundidad con una muestra pequeña, a la población total de adultos mayores que ahí habitan. El recurso de los mapas mentales y de las narraciones libres de los sujetos nos parece adecuado para acercarnos a un conocimiento detallado de la memoria social de un espacio tan marcado por la historia oficial. La expresión de la subjetividad conduce a discursos elaborados y a recuerdos remotos de una vida cargada de afectos, emociones, valores y significados. A ellos pretendíamos acceder en este trabajo: en ellos se encuentra la riqueza de los resultados, a la par que las limitaciones en cuanto a la representatividad estadística.

 

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Notas

* Agradezco a los dictaminadores sus valiosos comentarios para mejorar este trabajo.

1 Concordamos con la posición teórica de Membrado (2008), quien hace un llamado de atención en cuanto a considerar a los ancianos únicamente como poseedores de recuerdos y de conocimiento, haciendo caso omiso de su situación y experiencia presentes.

2 Programa para el Desarrollo Integral del Centro Histórico de la Ciudad de México, Fideicomiso del Centro Histórico de la Ciudad de México, Gobierno del Distrito Federal, marzo, 2000.

3 Las entrevistas se llevaron a cabo en 2005, como parte de un proyecto sobre representaciones sociales del Centro Histórico de la Ciudad de México en distintos tipos de residentes, realizado en el marco del grupo de trabajo Imaginarios Latinoamericanos, coordinado por A. Arruda (UFRJ, Brasil), auspiciado por la Maison des Sciences de l'Homme, París.

4 Contexto en el que se realizaron las entrevistas para este trabajo.

5 Cabe mencionar que desde el 12 de octubre de 2007 los comerciantes ambulantes abandonaron la vía pública del sector noreste del perímetro A del Centro Histórico. Los adultos mayores entrevistados durante 2005 señalaron este aspecto del Centro como un problema.

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