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Alteridades

On-line version ISSN 2448-850XPrint version ISSN 0188-7017

Alteridades vol.19 n.38 Ciudad de México Jul./Dec. 2009

 

Género, cultura y procreación

 

Un hijo único, máximo dos. Un estudio sobre la baja fecundidad en Nápoles*

 

One Child or At Least Two. A Study on Low Fertility in Naples

 

Fulvia D'Aloisio**

 

** Facultad de Psicología, Segunda Universidad de Nápoles. Via Vivaldi 43, 81100 Caserta–Italy <fulvia.daloisio@unina2.it>.

 

* Artículo recibido el 23/09/08
y aceptado el 26/05/09.

 

Abstract

Based on the second demographic transition theory, where changes in culture and values influence reproduction and the conception of family, this paper describes low fertility in Italy. An ethnographic study of the City of Napoles, based on demographic literature, finds a trend which favors having at least two children. This family model is not only inspired by the Italian legacy of large families, but rather as a syncretic compromise between controlling fertility and the possibility of benefitting from relationships between families as a mechanism of defense from postmodern instability.

Keywords: demographic transition theory, ethnography, reproductive behavior, single child, siblings, offspring.

 

Resumen

Este artículo afronta la cuestión de la baja fecundidad italiana en el marco de la teoría de la segunda transición demográfica, basada en los cambios culturales y de valores que han modificado la reproducción y la conformación de la familia. a partir de anteriores estudios demográficos se presenta el resultado de un trabajo antropológico de la ciudad de Nápoles, donde emerge el modelo preferencial de tener al menos dos hijos, que no sólo se inspira en el pasado y en lo que subsiste de las familias numerosas sino que se propone como compromiso sincrético entre la limitación de la descendencia y la posibilidad de beneficiarse de una relación entre consanguíneos, en cuanto núcleo y defensa ante la inestabilidad de la posmodernidad.

Palabras clave: transición demográfica, etnografía, comportamientos reproductivos, hijo único, hermanos, descendencia.

 

El bajo nivel de fecundidad italiana en el marco europeo. Análisis de un cambio que crea problemas

El bajo nivel de la fecundidad italiana es de gran interés para los demógrafos y los científicos sociales tanto europeos como de Estados Unidos, precisamente por algunas características que hacen de ella un caso específico: partiendo de un alto nivel de natalidad, en poco más de tres años, Italia alcanzó el nivel de natalidad más bajo de Europa y uno de los más bajos del mundo.1

El historiador inglés Eric Hobsbawm, en su famoso libro El siglo breve (Il secolo breve, 1997), define la familia y sus transformaciones como el ámbito más adecuado para comprender la revolución cultural que se ha estado diseñando en los países occidentales a partir de los años sesenta del siglo XX. En ese periodo, aunque con diferencias entre Europa y Estados Unidos, en los países occidentales se redujo progresivamente la centralidad del matrimonio, aumentaron las personas que viven solas y el nacimiento de niños de madres solteras, y disminuyó el número de integrantes de la familia nuclear, estructura fundamental de la sociedad occidental de los siglos XIX y XX.

Con el término segunda transición demográfica (Van de Kaa, 1987) los demógrafos suelen indicar la transformación que se llevó a cabo en Europa en la segunda mitad de los años sesenta y que revolucionó la fecundidad, ubicándola por primera vez en un nivel bajo. El término segunda transición sitúa este proceso en continuidad con la transición demográfica que aconteció entre los siglos XIX y XX, y que condujo a los países europeos de un régimen de alta natalidad y de alta mortandad a uno de progresiva reducción de la natalidad y de la mortandad –en algunos países se llegó al nivel del reemplazo de la población–. En el ámbito de la segunda transición, algunos estudios han puesto de relieve sobre todo las mutaciones ideológicas y de valores que se distinguen por una nueva y lograda independencia tanto de la autoridad religiosa como de la influencia colectiva y social, con un aumento de la autonomía de los sujetos y de las parejas para decidir actos que, como la reproducción, cada vez están más alejados de las normas éticas colectivas (Van de Kaa, 1987; Lesthaeghe, 1995).

No obstante, dentro de la homologación de los países europeos en un régimen de baja natalidad, a partir de los años ochenta, Europa vio acentuarse tanto las diferencias entre los países como las especificidades locales, al grado de que algunos autores hablaron de una Europa a cinco velocidades, con contrastes entre los países del norte y del sur del continente, así como entre las regiones septentrionales y meridionales en cada país (Micheli, 1999).2 En resumen, el proceso de reducción generalizada de la fecundidad ha configurado marcadas regiones específicas, lo que complica el análisis de las variables en juego cuando se intentan explicar las razones de dicho fenómeno. Por ejemplo, si bien la variable económica es a menudo fundamental para entender el proceso ya que los costos de criar un niño por lo regular pesan negativamente en todas las realidades urbanas y postindustriales, la misma variable económica puede recibir valoraciones diferentes en contextos homologables y postindustriales.

En el marco de una segunda transición demográfica, Italia ocupa un lugar especial porque, de ser el país con la fecundidad más alta en Europa, ha alcanzado niveles muy bajos, aunque esto parezca contradecir algunos elementos "tradicionales" específicamente italianos. Entre estos últimos destacan: la herencia de un pasado campesino, por lo menos hasta después de la Segunda Guerra Mundial, en el que la familia numerosa era el elemento económico más relevante, ya que una buena cantidad de hijos representaba una importante fuerza para el trabajo de la tierra y para la manutención de la familia misma (muchos brazos, mucho PAN);3 la difusión de una cultura católica, reforzada por el Vaticano, desde siempre hostil al control de la natalidad y la reducción de la familia, fenómenos considerados como elementos peligrosos de secularización, inspirados en una modernización laica y de consumo; la presencia de relaciones familiares fuertes, caracterizadas por intercambios internos y formas de solidaridad entre parientes, tanto en línea vertical (padres/hijos) como en horizontal (hermanos/hermanas), incluso después de que los individuos dejan el núcleo familiar de origen y forman nuevas familias. Además de estos datos objetivos, Italia ha sido protagonista durante mucho tiempo de un estereotipo de país muy prolífico, difundido y consolidado después de la emigración masiva hacia las Américas y hacia el norte de Europa, entre los siglos XIX y XX.

El tema de la baja procreación en Italia es a menudo objeto de debate público, en la televisión o en los periódicos; vuelve como un temido peligro en las campañas electorales; como una llamada de atención para las políticas sociales orientadas sobre todo hacia la familia, que buscan sostener las aspiraciones de procreación y el cuidado de los hijos, ante la creciente entrada de las mujeres en el mercado laboral –en realidad aún baja respecto a los estándares de otros países europeos–.4 En este tenor, una antropóloga de Estados Unidos consideraba oportuno preguntarse si hay ideología –y cuánta– en el debate italiano sobre la baja natalidad, incluso entre algunos estudiosos que han tratado el tema con cierta alarma y gran preocupación, en especial en cuanto al desequilibrio entre fuerza laboral activa y jubilados, pero sobre todo en relación con el futuro destino de una sociedad "sin hijos" (Krause y Marchesi, 2007).

Además de las argumentaciones más o menos ideológicas, algunas particularidades distinguen el caso italiano: en primer lugar la solidez de la unión conyugal (sobre todo en el matrimonio religioso), la presencia aún baja de uniones de hecho, y la dificultad de los jóvenes de salir de la familia de origen, entrar en una unión y, sucesivamente, procrear. El nexo familiar es especialmente significativo en Italia, donde la escolarización, las dificultades para entrar en el mundo del trabajo y poder acceder al mercado inmobiliario, determinan que los jóvenes salgan más tarde de su núcleo familiar que en otros países europeos (Donati y Scabini, 1988; Cavalli y Galland, 1996; Santoro, 2002; Facchini, 2005; Ambrosi y Rosina, 2009).

Esta "anomalía" ha suscitado gran interés entre los estudiosos y también una cierta dosis de preocupación, al grado de que el demógrafo Massimo Livi Bacci ha hablado en el caso italiano de una situación generalizada de "demasiada familia". Con esta expresión, el autor se refiere a un conjunto de relaciones familiares fuertes que obstaculizan la salida de los jóvenes de la familia y la completa transición a la adulta, en concreto respecto a la procreación (Livi Bacci, 2001). Considera que en toda Europa, y sobre todo en las últimas décadas del siglo XX, la fecundidad se va configurando de manera progresiva como última etapa, después de una serie de pasos en sucesión: completar los estudios, encontrar un trabajo estable, comprar una casa confortable, unirse con otra persona y, por último, eventualmente procrear. Los jóvenes han postergado el logro de dichos requisitos de estabilidad y la familia de origen, según el autor, retrasa este lento tránsito tanto desde el punto de vista económico, al seguir asegurando el mantenimiento de sus hijos, como desde el aspecto psicológico–afectivo, garantizando formas de autonomía y, al mismo tiempo, dando una protección afectiva que acaba siendo un freno para los jóvenes. Todo esto contribuye a determinar en ellos un aplazamiento de decisiones y de responsabilidades consideradas como definitivas.

El papel de la "demasiada familia", indicado por Livi Bacci, sigue siendo un tanto abstracto y poco claro, sería necesario comprender mejor la carga y el valor cultural de las decisiones relativas a la edad adulta (sobre todo del matrimonio y de la reproducción), tal y como se interpretan y valoran hoy día en la sociedad italiana, la cual les atribuye aún un carácter pesado, definitivo, bastante anómalo si se compara con la mayor reversibilidad y ductilidad de las uniones en los otros países europeos (D'Aloisio, 2007 y 2008).

La interpretación de dicho fenómeno dada por el demógrafo Gian Piero Dalla Zuanna es, en cambio, más amplia y extensa. Este autor relaciona el declive de la fecundidad con la movilidad social. Se trata, en esencia, de la relación entre la reducción del número de hijos con una movilidad social en aumento (tanto intrageneracional –de los padres–, como intergeneracional –de los hijos respecto a los padres–), mediante una mayor instrucción y, por lo tanto, mediante la posibilidad de mejorar cada uno su propia posición, y con ella la de su familia (Dalla Zuanna, 2006).

En líneas generales, existe común acuerdo en que la baja fecundidad italiana se explica poco si sólo consideramos los factores de tipo económico, como la elevada desocupación, el retrasado desarrollo económico y las dificultades derivadas del mercado inmobiliario y del crédito (Bettio y Villa, 1993; Campiglio, 1996). Dichos factores se mezclan de manera compleja con cambios culturales del rol y del sentido de la familia, de la reproducción y de la pareja. Se ha delineado una creciente importancia de la reproducción como elección, sopesada y ubicada en un preciso momento de la vida, cada vez más tardío (alrededor de los 30 años) y sólo después de haber logrado otras metas existenciales. Para aclarar un cambio cultural y social de tan amplia envergadura, es de especial utilidad la perspectiva antropológica y el acercamiento cualitativo, en los que se basa el estudio que expongo a continuación.

 

El vértice visible de la antropología. El papel de la cultura respecto a la fecundidad

Con la ayuda de la teoría antropológica y de la etnografía se ha experimentado la posibilidad de ir más allá del dato demográfico, para investigar las normas y los valores compartidos que orientan los comportamientos reproductivos según la contención del número de hijos5 (mapa 1).

En el ámbito de la teoría de la segunda transición demográfica existe una gran atención hacia los cambios de valor e ideológicos que implican la baja fecundidad, y los mismos demógrafos han solicitado una visión más amplia. No hay duda de que, como ya hemos dicho, la reproducción y la descendencia hoy en día en Italia asumen un valor nuevo y diferente respecto a la subjetividad y a la pareja, hasta el punto que se delinean como hechos que se pueden limitar, aplazar o excluir del proyecto de vida de un creciente número de individuos.

El proceso reproductivo es un fenómeno histórica y culturalmente condicionado –nunca igual en el tiempo–, y para analizarlo es oportuno salir de la ambigüedad del término reproducción, que esconde una malentendida pertenencia al exclusivo ámbito de lo biológico y de los procesos inherentes a la naturaleza (Jordanova, 1995). La actitud antropológica se presta al intento de situar a la reproducción en los concretos sistemas culturales que constituyen el marco explicativo.

El concepto de cultura de la fecundidad, introducido por el antropólogo estadounidense David Kertzer, expresa el conjunto de significados, valores, normas y símbolos que se refieren a la fecundidad y que dirigen las características que ésta toma en los comportamientos y en los horizontes de la vida de los sujetos, que en los últimos decenios están trasformando de manera radical el sentido mismo de la institución de la familia. El papel de la cultura, según Kertzer, no es el de una simple variable que se añade a las variables independientes, como un factor económico y político que posiblemente determina el comportamiento reproductivo: al contrario, ésta pasa transversalmente y ocupa el conjunto de otras variables, sin construir, a la par, un contenedor residual de todo lo que no logra ser incluido en otras categorías (Kertzer, 1995, 1997; Viazzo y Zanotelli, 2006). De tal modo, asumir la noción de cultura de la fecundidad ayuda a liberarse del lastre de una teoría de los sujetos como actores exclusivamente racionales, y permite comprender cómo la misma "racionalidad" que debería guiar los comportamientos se puede declinar de otra manera en diferentes realidades socioeconómicas y en otros contextos culturales. Es así que la cultura atraviesa otras variables –económicas, políticas, religiosas y psicológicas– y permite al mismo tiempo superar una visión holística y determinante y comprender la complejidad de un fenómeno que, quizás más que otros, no se deja constreñir en una explicación monocausal.

Por lo que concierne a la fecundidad en Italia, es posible delinear una clara división entre la sociedad campesina de inicios del siglo XX y el proceso de urbanización e industrialización posterior a la Segunda Guerra Mundial, en el que primero asistimos a una vuelta a la reproducción (el llamado baby–boom), que llega hasta la mitad de los años sesenta, y posteriormente a su disminución, durante la denominada segunda transición demográfica. En la sociedad campesina italiana, la reproducción se consideraba un acto obligado, necesario, como ya hemos dicho, desde el punto de vista económico, al que se ligaba estrechamente la identidad femenina y el papel social de la mujer. Era un evento esperado con ansia y no aplazable, cuya ausencia o un simple retraso (un embarazo que tardaba respecto al inicio del matrimonio) significaba preocupación por parte de toda la colectividad: un complejo sistema de diagnóstico popular se ponía en marcha para interpretar las señales de un embarazo (Minicuci, 1981 y 1985), e incluso para favorecerlo después del rito nupcial.

Desde el punto de vista cultural, el gran elemento novedoso en el paso a la baja fecundidad es el relativo a la elección: en realidad, también en el pasado campesino había rudimentarios medios anticonceptivos, e incluso abortos (son famosas las pócimas con plantas, entre la medicina natural y la magia, o el uso de agujas de gancho para provocar abortos).6 Progresivamente, con el paso a la baja fecundidad, el elemento de la elección responsable devino central como estrategia en la programación del futuro de la familia, cada vez más orientada a la reducción de los nacimientos.

Según el antropólogo Solinas, en la actualidad nos encontramos ante una total inversión de lo que él llama tiempo genealógico, es decir, que mientras en el régimen de fecundidad que precede la segunda transición lo común era que las fases de infecundidad interrumpieran el ciclo constante de la vida fecunda –fases generadas por el control anticonceptivo (tanto "natural" como mecánico)–, en cuanto que hoy día podemos constatar una perenne fase de infecundidad en la vida de las mujeres, lo que representa un control constante de la vida fecunda, interrumpido sólo por pocos episodios de fecundidad (Solinas, 2004).

En los dos modelos descritos hay claramente ideologías diferentes, dos culturas distintas de la fecundidad, para usar el término de Kertzer, que delinean la transformación antropológica fundamental del sentido de la reproducción: si en el pasado un individuo sin descendencia o, peor aún, una mujer estéril se consideraban una persona incompleta, en la actualidad esta idea se ha modificado, pues ahora se valora cada vez más el poder discrecional, la elección y su ejercicio, de manera que la fecundidad se puede circunscribir a pocos actos deliberados, o, por el contrario, ser oportUNAMente evitada. Por más contradictorio que parezca, el modelo de Solinas acierta por completo en los rasgos sobresalientes del sentido de la fecundidad presente en Italia y, en general, en los países tocados por la segunda transición demográfica.

En esta investigación se ha utilizado la metodología etnográfica para el estudio de los comportamientos reproductivos, frecuentando familias napolitanas y realizando observación participante en los consultorios familiares, entrevistas en profundidad y conversaciones informales fuera de las entrevistas. El objetivo era el estudio del modelo familiar de dos hijos, difundido en Nápoles, analizando a fondo sus motivos y tratando de comprender las transformaciones generacionales que de un pasado de alta fecundidad han llevado a las actuales dimensiones limitadas de la familia.7

 

Comportamientos reproductivos en Nápoles. Relaciones horizontales y entre hermanos en un régimen de baja fecundidad

No hay duda de que, en el marco europeo, Italia, y sobre todo sus regiones meridionales, representa un prototipo de relaciones familiares duraderas e indisolubles, que la literatura define como familia "fuerte", la cual se observa de manera muy señalada en las regiones del sur, que históricamente se distinguen por una mayor pobreza y retraso en el desarrollo respecto de las del norte, con tipologías de la familia, según nexos para nada lineares.8 Para hablar de la familia del sur de Italia es necesario tener en cuenta una literatura que le ha atribuido mucha responsabilidad en el retraso de esta zona del país, y otra que ha hecho de ella un punto de fuerza, por ejemplo en las fases históricas de la emigración.9

El estudio antropológico sobre el tema de la familia es, en términos generales, aún exiguo y debe hacer frente a la existencia de muchos estereotipos. Desde la perspectiva demográfica, prevalece la distinción entre un modelo de familia "fuerte" que se encuentra en Europa centro–meridional, y uno de familia "débil" propio de Europa septentrional y atlántica (Reher, 1998): la familia fuerte se caracteriza por una persistencia de familia que incluye más generaciones, por la responsabilidad de una serie de deberes recíprocos entre ellas y, en la actualidad, por la capacidad de dar a los jóvenes, en la fase de transición a la edad adulta, un mayor cuidado y más autonomía, incluido el apoyo económico, el cuidado de los nietos y la posibilidad de volver a la familia en algunos momentos críticos. A este respecto, Micheli ha sentido la necesidad de subrayar que dentro de este modelo existe una línea que delimita el norte y el sur de España, como sucede en Italia, corroborada por la diferente dinámica demográfica de las últimas décadas (Micheli, 2006).10

Diferentes modelos de familia pertenecen al norte, al centro y al sur de Italia, como también son distintas las familias de los centros urbanos de las de las áreas rurales (de Spirito, 1983 y 2005). Tales diferencias sobresalen claramente en el segundo estudio sobre la fecundidad en Italia, llevado a cabo a finales de los años noventa (de Sandre, Pinnelli y Santini, 1999).

De manera sintética, el cuadro resultante situaba a Italia en el al mismo nivel de los otros países europeos por lo que concierne a la baja fecundidad, pero presentaba algunos rasgos específicos, como la larga permanencia de los jóvenes en la familia de origen, la duración del matrimonio, la escasa presencia de nuevos tipos de unión y de familia, la procreación que ocupa un lugar predominante en el matrimonio y la proximidad de la residencia de las nuevas parejas a las familias de origen. No obstante y aun dentro de estas características homogéneas, la encuesta mostraba algunas diferencias significativas entre el norte y el sur de Italia; en este último, la disminución de la natalidad es más tardía y más evidente, precisamente porque se inserta en un régimen de natalidad tradicionalmente más elevado.11 Asimismo, el estudio revelaba el incremento de las mujeres sin hijos sobre todo en el norte, mientras que en el sur, allí donde se tienen hijos, se sitúan en dos por cada familia: en resumen, en el sur era legítimo invocar una mayor persistencia de comportamientos tradicionales (de Sandre et al., 1997: 126), cuya peculiaridad es una mayor centralidad del matrimonio y un porcentaje más elevado de mujeres que dan a luz al segundo o tercer hijo.

Incluso las observaciones más recientes subrayan la tendencia de hace diez años: aún en el año 2000 la composición de la familia italiana conserva las diferencias entre el norte y el sur, la presencia de familias con un hijo único parece difundirse de manera progresiva sobre todo en el norte, mientras que en el sur el modelo de los hijos parece mantenerse (Barbagli, Castiglioni y Dalla Zuanna, 2003).

Con la ayuda de la etnografía utilizada en el contexto urbano napolitano, se analizaron 25 familias de un barrio periférico de la ciudad (Secondigliano) y otras 25 de un barrio urbano (Stella); en el primer caso, las familias están compuestas de modo preponderante por dos hijos, a menudo con los padres de la pareja provenientes de familias numerosas (tres, cuatro o más).12 En el barrio del centro urbano las parejas se caracterizan en general por tener un solo hijo, pero, como ya veremos, la aspiración al segundo hijo es fuerte y central.13 Para las parejas analizadas, dos hijos representan el límite máximo, según una idea extendida y consolidada de moderar la tamaño de la familia, pero al mismo tiempo un límite mínimo por debajo del que se perfila en un modelo diferente de familia, juzgado de manera negativa y rechazado por las mujeres y por las familias entrevistadas.

La hipótesis que se plantea es que no hay razones "en contra" de la familia con un hijo único, que se prestarían a interpretaciones simplistas derivadas del pasado, sino que existen principalmente motivos "en favor" de una familia con dos hijos, basados en un sentido diferente de la reproducción, en una cierta idea de la familia, en una especial valoración de la parentela y del espacio genealógico: se sostiene que en estas parejas la reproducción se justifica (sobre todo ante una opinión contraria, es decir la no reproducción) como la creación de un grupo mínimo de hermanos, o sea "dos hijos por lo menos".

Desde el punto de vista estadístico, los dos grupos de familia de los que se trata no son claramente representativos de la realidad napolitana, pero permiten explicar en general una especie de "normalidad" simbólica (y no estadística) a la que aspirar y poder realizar. Por otra parte, la importancia de este modelo la confirman los datos de una reciente encuesta del Instituto Nacional de Estadística (Istat, 2007b).14

Los proyectos relativos a la familia se han estudiado también en un grupo de mujeres jóvenes y sin hijos (mujeres entre los 20 y 30 años, que viven con sus padres) que han funcionado como una especie de grupo de control, en el cual se analiza un modelo ideal respecto al matrimonio, a la procreación, a la familia, a sus valoraciones y a sus funciones.

La idea de fecundidad que se repite en las parejas en cuestión parece encontrar fundamento en las relaciones y en la circularidad de la familia que no convive bajo el mismo techo, y más aún en las numerosas relaciones entre la familia de origen (la de los padres), las familias de nueva formación (familias nucleares de hermanos) –que se caracterizan por la contigüidad residencial–, y la voluntad de un intenso intercambio de apoyo, servicios y afectividad, que guía las relaciones generacionales y horizontales.15

Los estudios sobre la evolución de la familia en Europa han hecho patentes la importancia de las relaciones de parentela que van más allá de la familia nuclear, y no sólo en el plano local, propio de Italia, sobre todo del sur; Segalen reconoce la centralidad de dichas relaciones como un rasgo europeo, poniendo en evidencia cómo la difusión de la familia nuclear, especialmente en la forma de la residencia neolocal, no considera superadas las relaciones de parentela ni las funciones que desarrollan en la familia. Con las debidas diferencias entre los niveles, el rasgo común, y distinto respecto al pasado, es que la familia se presta al servicio del individuo no sólo del núcleo original por medio de un mecanismo de complejas negociaciones (Segalen, 2005).

La propensión a una familia con dos hijos se basa en dos puntos: las primeras valoraciones se refieren a las futuras necesidades del hijo, las segundas provienen directamente de la experiencia familiar de origen. En el primer caso, para el hijo único se visualiza la ausencia de una socialización formativa y constructiva, la soledad o incluso los riesgos como un fuerte individualismo y la escasa capacidad de comunicarse con el exterior; respecto a la futura condición adulta, se ponen en evidencia las funciones de ayuda y solidaridad en los momentos de dificultad, pero también una dimensión lúdica y feliz que se considera parte integrante de una correcta vida familiar, incluso después de haber formado la propia familia.

Es significativo que las madres con un hijo único en el grupo de entrevistadas del barrio de Stella casi siempre lo señalen como "primer hijo". Con un título de estudios medianamente más alto –la mayoría son profesionales o trabajan–, las mujeres del segundo grupo expresan las contradicciones maternidad/trabajo que se presentan con el embarazo o con la llegada de un niño: la interrupción de los ajetreados ritmos de trabajo, la preocupación por la carrera o por los compromisos sin acabar, para algunas de ellas expresión de una fuerte identificación con el trabajo que con dificultad debe hacer, a costa de un radical desplazamiento de sus cosas. A pesar de todo, cuando se delinea el modelo que se desea para la familia y para el futuro del niño, la idea que prevalece es darle un hermano. "Creo que un hijo único no es tan feliz como otro que tiene un hermano", declara una entrevistada, por ahora sólo madre de un hijo y quien con esta expresión sintetiza todo el bagaje de recursos y oportunidades positivas que se considera que un niño con un/una hermano/hermana puede disfrutar.

Si nos desplazamos ahora del campo de las consideraciones de quien tiene dos hijos o uno, al de las aspiraciones de las mujeres que aún no tienen hijos, encontramos de nuevo el propósito de los dos hijos como ideal normativo que, por lo menos en intención, se desea realizar. Las fantasías a menudo diseñan familias numerosas con tres o más hijos, que, basándose en sucesivas argumentaciones racionales (costo, tiempo y energía), acaban limitándose a un proyecto de dos hijos; aquí tampoco hay ninguna novedad respecto a lo que nos revela el segundo estudio sobre la fecundidad, en el que sobresalía la diferencia entre el número de hijos deseado por las mujeres italianas y el realizado efectivamente más tarde (de Sandre, Pinnelli y Santini, 1999).

En esta evaluación desempeña un papel determinante la socialización infantil, que encuentra en los hermanos la fuente primaria de cooperación y enseñanza a compartir, aunque no siempre pacífica, ni conservadora de los equilibrios familiares. Es así que para una de las entrevistadas los hermanos han tenido otro papel importantísimo, el de "modernizador", por llamarlo de alguna manera, o sea el de abrir a sus padres nuevos horizontes y mediar en el conflicto generacional. De modo especial, se encarga a los hermanos una función altamente responsable ante el cambio de los sistemas de valores entre generaciones, sobre todo en la posibilidad de externar y afirmar, respecto a unos padres más o menos reacios, elecciones y comportamientos de emancipación. En las familias en las que todavía se ejerce un control de los padres hacia los hijos, los hermanos constituyen un frente común que permite experimentar nuevos comportamientos, como los viajes en pareja aún sin casarse o los desplazamientos en grupo –en los que a los hermanos mayores se les da la tarea de "vigilar" a sus hermanas (con prevalencia del papel que ejercen los hermanos hacia sus hermanas, lo que no excluye una especie de control recíproco entre las mismas hermanas)–. No es una condición atípica la que describen nuestras interlocutoras en cuanto a los evidentes límites a su libertad personal, pues lo mismo ocurre en otras áreas del sur, como expone un reciente estudio llevado a cabo en Mesina, Sicilia (Rettaroli, 2006; Avena y D'Angelo, 2006).16

La descripción de la importancia y de la belleza de los hermanos, así como de las formas de solidaridad que se crean entre ellos, puede mostrar un cuadro demasiado optimista de relaciones que en la realidad a menudo están llenas de tensión, conflictos e incomprensión. Éste es quizá el dato más interesante que permite pasar del plano de las funciones concretas desempeñadas por los hermanos, al de los significados simbólicos, manifestado por una de las entrevistadas:

Creo que un hermano es necesario porque considero que mejor que los propios hermanos nadie te pueda ayudar. Me explico mejor, por mucho que puedas llevarte bien con tus cuñadas o con tus padres, al final te confías con tus hermanos o hermanas. Será porque se hacen las mismas cosas, se crece con la misma idea de padres, son los hermanos que se ayudan y al final creo que los hijos y los hermanos deben morir después de los padres, por lo tanto son ellos que te pueden ayudar a mantener viva la familia (Enrica, 32 años, dos hermanos y un hijo al tiempo de la entrevista).

Por tanto, es en las relaciones entre hermanos donde se transmite la esencia de la familia y se ejerce gran parte de una oración ética. En la relación horizontal entre hermanos se reconoce la verdadera continuidad de la familia, se conserva la memoria y se perpetúa, como si el hijo único, en su encarnación de la educación, los valores y la continuidad familiar, no fuera suficiente. La descendencia formada por un grupo mínimo horizontal (dos hermanos) se convierte en una fuerza de la misma familia.

La relación consanguínea y de parentela, o mejor dicho de la parentela fundada en la consanguinidad, es una relación inmediata, fundante ya de por sí, de alto valor simbólico: el dicho popular "Es de mi propia sangre", que Lombardi Satriani extrae del dialecto calabrés, pero que en realidad se encuentra en todos los dialectos regionales (no sólo del sur), reafirma algo común y una consecuente solidaridad indestructible, ya que se basa precisamente en la propia sangre; se trata, recuerda el autor, de un anticuado sistema normativo que, a partir de la sangre, conlleva obligaciones recíprocas, solidaridad activa y pasiva, colocación individual seria e ineludible (Lombardi Satriani, 1982). "Mejor ricos de sangre que de dinero", reza un dicho de Calabria que identifica en la relación consanguínea la continuidad en la historia, una especie de unidad metahistórica de vivos y difuntos, que es la esencia de la familia misma; y en una situación en que, bajo el impulso de los acontecimientos, la descendencia se reduce numéricamente, este valor se asigna a un grupo mínimo de dos hermanos.

Saber que hay alguien con quien contar, como dice una de las entrevistadas, traslada al plano simbólico el valor del grupo de hermanos; lo que no significa que a lo largo de la vida nos dirijamos muchas veces a nuestros hermanos.

 

Menos hijos y más cuidados. Movilidad ascendente y esperanzas en el futuro

La nueva y diferente oración que se atribuye al evento de la reproducción y a la responsabilidad de los padres es patente en el grupo de las mujeres más jóvenes que todavía no son madres. Respecto a estas chicas que en primer lugar estudian y hacen trabajos eventuales –incluso cuando la boda se aproxima–, las entrevistas reflejan la intención de aplazar la maternidad al menos un año, para que la pareja casada pueda disfrutar de una libertad que en otro caso no sería posible. El periodo que sigue a la boda casi siempre se caracteriza como momento de suspensión y de aplazamiento de la reproducción. El tiempo de ser padres, y el de la maternidad en especial, está marcado por una clara división y por la clausura de algunas dimensiones de vida y la apertura de otras: la responsabilidad, el cuidado, la dedicación, que requieren un tiempo total, donde el cuidado llega a excluir otras posibles actividades (Pontrandolfo, 2007). Según los estudiosos, la baja fecundidad tiene que ver con una cuestión central: la relación que dicha fecundidad tiene con el cuidado de los hijos y, añadimos, con las nuevas formas de paternidad y maternidad.

Como es sabido, en los países en los que ha iniciado la reducción del número de hijos no se observa una correspondiente disminución de los cuidados, ni en el tiempo ni en la calidad de los mismos. El primer problema que se plantea en Italia se refiere a la armonización del tiempo laboral de las mujeres con aquel dedicado al cuidado de sus hijos; se trata de una peculiaridad del mercado de trabajo italiano, aún hoy riguroso y en ciertos aspectos excluyente en cuanto a la ocupación de las mujeres con hijos.17

En general, como revelan nuestras entrevistadas, ya sea que trabajen o sean amas de casa, la idea de que los hijos requieren tiempo y dedicación es algo cierto y sabido: no se trata sólo de aportar a su crecimiento y a su educación, sino también de garantizarles las actividades del tiempo libre (acompañarlos a la piscina, al gimnasio y al partido de futbol), y, sobre todo, las actividades sociales que se consideran "propias" de la infancia, como fiestas de cumpleaños y encuentros de juego. Todo esto se complica en una ciudad como Nápoles, tan grande y potencialmente peligrosa, donde no es posible que los niños se desplacen solos o a pie, incluso en el mismo barrio, siendo necesario acompañarlos de manera constante. En opinión de las madres, por lo tanto, la necesidad de tener pocos hijos es siempre paralela a la valoración de la calidad del tiempo y de la atención que requieren: en consecuencia, según lo declarado explícitamente por las entrevistadas, menos hijos permiten más cuidados, más dedicación, más atención, pero también mayor concentración de los recursos familiares, tanto económicos como afectivos, cuyo objetivo es asegurar a los hijos un buen futuro en una época difícil.

La forma de concebir el tema por parte de las mujeres analizadas halla su punto crucial en las entrevistas llevadas a cabo en Bolonia, donde hay un punto de vista distinto del de Nápoles: en Bolonia, las familias con un sólo hijo defienden con claridad la necesidad del hijo único, porque permite concentrar sólo en él recursos y energías, obteniendo un hijo cualitativamente mejor, que podrá contar con un "capital social" familiar superior del que partir para la construcción de un futuro (Gribaldo, 2007). Como ya hemos señalado, en Nápoles la preferencia por el núcleo familiar con dos hijos está muy difundida, pero el motivo de la necesidad de no superar los dos hijos es el mismo: dos hijos son el límite máximo para asegurarles de la mejor manera todo lo que requieren.

Aunque inspiradas en ideas diferentes acerca del número de hijos (sólo uno o dos), dichas observaciones confirman lo revelado por varios estudios en Italia, principalmente en el campo económico, es decir que, en igualdad de otras condiciones, quien tiene más hermanos está desfavorecido desde el punto de vista de las inversiones, sobre todo en los estudios, por ejemplo en situaciones en las que sea necesario desplazarse para estudiar en otra ciudad (Billari y Dalla Zuanna, 2008). En síntesis, la opinión general sobre la necesidad de limitar el número de hijos evoca y confirma la tesis de que la baja fecundidad está directamente relacionada con la movilidad social ascendente (Dalla Zuanna, 2006). Dicho aspecto se ha reforzado en los últimos 25 años, durante los cuales en los países ricos se corrobora la convicción por parte de los padres de que limitar los nacimientos permite "conquistar para sus (pocos) hijos una posición mejor en el banquete de la vida" (Dalla Zuanna, 2006: 122).

En resumen, "menos hijos más futuro" parece ser la ecuación en la que se basan las parejas cuando deciden procrear. En este escenario, el caso de Nápoles parece proyectar una especificidad relacionada con la importancia del núcleo entre la relación de hermanos (la díada de los hermanos) como útil punto de fuerza. Se puede establecer la hipótesis de un hábil compromiso, una estrategia, en el más amplio cuadro del contexto italiano, de hibridación cultural (García Canclini, 1998), de mezcla, no sin residuos, entre las relaciones familiares fuertes y la baja fecundidad, que refuerza la ya consolidada convicción de la necesidad de constreñir la amplitud de la familia y, al mismo tiempo, la necesidad de garantizar la solidez de esas relaciones familiares, que se consideran realmente constitutivas de la convivencia social y de la moral compartida.

 

A manera de conclusión

La disminución de la fecundidad ha modificado de raíz la conformación de la familia así como el significado de la reproducción en Italia. El modelo familiar de dos hijos como límite máximo, de la ciudad de Nápoles, refleja un sistema de valores que va encaminado a gestionar las contradicciones y las dificultades de la contemporaneidad: coordinar el tiempo laboral de la pareja con el cuidado de los hijos; mediar entre las distintas exigencias de los componentes del núcleo familiar; y concentrar los recursos familiares, tiempo y energía para garantizar a los pocos hijos un futuro mejor. Simultáneamente, conservar la unidad y la solidez de la familia, así como una consolidada función de apoyo e intercambio material y afectivo.

Demógrafos y estudiosos de las ciencias sociales por lo general concuerdan en que a un fenómeno tan complejo como los comportamientos reproductivos no es posible adjudicarle una sola clase de razones, y consideran que los motivos de tipo económico no se pueden separar de los cambios más profundos, que conciernen a las esferas social y cultural. El concepto de pareja y de descendencia, las etapas que indican el paso a la edad adulta, y la conciliación de distintos ámbitos de vida, con frecuencia en oposición, se relacionan entre ellos y se reflejan recíprocamente cuando determinan la elección reproductiva, que se configura cada vez más ponderada, calculada en el tiempo y en la oportunidad, centrada en los deseos y en las aspiraciones, pero de hecho cada vez más condicionada por numerosos factores económicos, sociales y sobre todo culturales.

A la vez, y sin contradecir lo antes mencionado, el rol de la descendencia conserva su propio valor, sobre todo en las aspiraciones de los jóvenes y de aquellos que experimentan formas de precariedad material y de incertidumbre existencial, típicas de la sociedad globalizada del capitalismo avanzado. Ante esto, la familia parece representar aún un refugio, que merece la pena salvaguardar.

La transformación cultural es anterior y posterior a la baja fecundidad, ha concurrido a determinarla y, al mismo tiempo, es un producto inevitable. No hay duda de que el lento paso a la edad adulta en Italia, elemento específico y divergente de los otros países europeos, ha transformado el sentido de esos eventos que tradicionalmente marcaban las etapas de la vida, como las uniones y la reproducción; en general, la conformación de la familia es el resultado de valoraciones que compendian y median entre estímulos diferentes y en ocasiones en contraste, entre sistemas de valores no siempre coherentes entre ellos.

La preocupación y la alarma que genera la baja fecundidad en el contexto italiano, no sólo en el nivel de los medios de comunicación sino a veces incluso en el de los estudiosos, es un asunto que merece una reflexión antropológica: sobre todo, requiere un análisis más detallado relacionado con el fenómeno de la reciente y creciente inmigración de procedencia extranjera, in primis extraeuropea. Demógrafos cautos como Billari y Dalla Zuanna (2008) sostienen la tesis de que, en el caso italiano, se trataría de una revolución demográfica más que de una declinación irremediable: una revolución que implica el aporte a la población de la fecundidad de los inmigrantes extranjeros, incluyendo los ilegales. Por otra parte, la familia representa una de las instituciones más arraigadas en la tradición cultural italiana, considerada durante mucho tiempo el fundamento de la sociedad y de la moral, que se presenta como institución "natural" (cuando no "sagrada") dotada de características necesarias e inviolables (entre las que destacan la heterosexualidad de la pareja y la importancia de la reproducción).18

Se deben tener en cuenta otras consideraciones de tipo ideológico, que dejan paso a ulteriores cuestiones que atañen a la sociedad globalizada. Entre ellas, Amalia Signorelli indica la contradicción entre un Occidente que sigue preocupándose por los bajos niveles de fecundidad y el continente africano que carece, en general, de una política continental o incluso nacional capaz de ocuparse de la fecundidad, ante las sobradamente sabidas condiciones de miseria y de mortandad infantil (Signorelli, 2007). En general, según esta antropóloga, el debate italiano sobre este tema no tiene todavía una visión global, encaminada hacia las contradicciones a escala mundial y hacia la compleja cuestión de la relación entre la población mundial y la disponibilidad de recursos.

Está claro que a la transición demográfica en Italia se ha unido otro importante conjunto de factores: la emancipación de la mujer y la transformación de las relaciones en general, así como la superación de un modelo familiar estrictamente patriarcal, proceso largo y problemático que, de diferentes formas en las distintas partes del país y estratos sociales, ha decretado, como en otros países de capitalismo maduro, el paso a una fecundidad con una connotación cada vez más responsable y programada. La perspectiva antropológica, al confrontarse con una cuestión en extremo complicada, reivindica la especificidad de una orientación a microescala: de ahí derivan las difíciles condiciones de la posmodernidad en las concretas existencias de los individuos, que viven contradicciones entre aspiraciones y praxis, entre valores e intereses a veces enraizados, y que buscan soluciones de mediación no siempre completamente satisfactorias para los mismos protagonistas.

 

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Notas

1 La media del número de hijos por cada mujer en 2007 se estima en 1.34 (contra 1.36 en 2006 y 1.32 en 2005). Se trata de un dato superior al 1.19 de 1995, año del mínimo histórico nacional. La confrontación con Europa a este respecto es negativa: Italia se encuentra bajo la media (1.51 por cada mujer es la estimación de 2007) pero sobre todo lejos de Francia (1.98), Irlanda (1.93) y Suecia (1.85). La fecundidad italiana es aproximadamente como la alemana (1.34), la española (1.36) y la portuguesa (1.36). El incremento de la fecundidad en Italia entre 1995 y 2007 se concentra en las regiones del centro–norte (Istat, 2007a).

2 G. Micheli distingue el área de los países escandinavos y sobre todo Suecia, donde a la leve declinación de los años setenta ha seguido un avance contenido al inicio de los ochenta y una aceleración de la fecundidad a finales de siglo, que alcanzó el umbral del cambio generacional; el área franco–británica, como él la define, donde tenemos una aceleración inversa del caso sueco (más fuerte la de los años ochenta), con un descenso de la fecundidad precoz pero progresivamente contenido; los países del centro–norte de Europa, que no han recuperado y que por tanto se sitúan en una fecundidad inferior respecto a otras partes; el sur de Europa, que delimita al Norte del paralelo 43°, en el que el declive de la fecundidad se pone de manifiesto más tarde pero con un dinamismo acelerado e imparable, por eso se habla de una fecundidad bastante baja; por último, los bajísimos niveles de fecundidad se refieren a la franja centro–sur del continente, Alemania e Italia del Norte y aquí se alteran los viejos estereotipos ya que esta franja incluye en una singular homogeneidad tanto áreas de fecundidad controlada como áreas de alta fecundidad. La progresiva reducción de las diferencias entre las regiones nacionales se ha ido dando a lo largo de los años noventa, lo que no excluye que las jerarquías entre las regiones del interior sean constantes –Liguria, Emilia y Friuli han alcanzado un nivel de fertilidad total (NFT) a veces inferior a un hijo por cada mujer– (Micheli, 1999: 19 y ss).

3 Cristina Papa ha puesto en evidencia cómo en las familias de aparceros de Umbría (región del centro de la península italiana), entre la segunda mitad del siglo XIX y la primera mitad del XX, una descendencia numerosa era síntoma de bienestar familiar, de la posibilidad de organizar y subdividir dentro de la familia las pesadas tareas laborales ligadas a la cría de ganado vacuno y al ciclo agrario (trigo y vid); dicha creencia se resume en el proverbio popular "Allí donde hay muchos brazos hay mucho pan", que da el título a la obra de la autora (Papa, 1985).

4 Sin duda alguna, el tema de la familia y su problemática han sido objeto de la creación de instituciones específicas, como el Ministerio de la Familia, creado en mayo de 2006 por el gobierno de Romano Prodi, y que finalizó con la caída del mismo gobierno en 2008, así como el Observatorio Nacional de la Familia, y las políticas locales de ayuda a las responsabilidades familiares instituidas por el municipio de Bolonia en 2002 por medio de un acuerdo estipulado entre la Presidencia del Consejo de Ministros y el Municipio de Bolonia (mapa 1).

5 El estudio Explaining Low Fertility in Italy (ELFI) ha sido financiado por el National Institute of Child Health and Human Development (R01 HD048715) y por la National Science Foundation (BCS 0418443). Dicho estudio ha sido coordinado por la Brown University (Providence, Estados Unidos), por David Kertzer, con la colaboración del Max Plank Institute for Demographic Research (Rostock, Alemania) bajo la coordinación de Laura Bernardi, y con el Istituto Fondazione di Ricerca Carlo Cattaneo (Bolonia, Italia) bajo la supervisión de Marzio Barbagli. Las antropólogas Fulvia D'Aloisio, Rosa Parisi, Alessandra Gribaldo y Stefania Pontrandolfo han llevado a cabo el estudio etnográfico respectivamente en Cagliari, Nápoles, Bolonia y Padua (mapa 1).

6 En la literatura que concierne a las tradiciones populares, abundantes en la historia italiana de los estudios de antropología, existen varios ejemplos que describen ritos y prácticas mágicas para propiciar el matrimonio y su fundamental función reproductiva, y para proteger el embarazo de eventuales desgracias hasta lograr la facilitación del suceso crítico del parto (Zanetti, 1892; Pitrè, 1896; de Martino, 1959; Bronzini, 1964; Ranisio, 1996). El destino de la familia se fortalecía con la llegada de la prole numerosa, tanto desde el punto de vista material como simbólico.

7 En este sentido, los contextos de la observación participante han sido sobre todo las instituciones dedicadas a la "formación" de los padres, como los cursos del posparto, y a la paternidad y maternidad propiamente dichas, que han ido en aumento a partir de los años noventa en toda Italia, aunque con las diferencias que en materia de servicios públicos marcan de manera notable a las regiones del sur y del norte.

8 A este respecto, se debe recordar un famosísimo estudio del antropólogo estadounidense E.C. Banfeld, The Moral Basis of a Backward society (1958), realizado en un pequeño pueblo de la región de Basilicata, llamado por convención Montegrano, en el que se identifica un conjunto de valores familiares que constituyen la sociedad meridional italiana, el familiarismo amoral, que el autor define como una tendencia a tutelar y a reforzar los intereses del núcleo familiar y a extenderlos a la esfera pública. Criticado más tarde por una perspectiva moralista y antihistórica que no considera de modo correcto las condiciones materiales del sur de Italia, Banfeld ha individuado uno de los ejes importantes de la política clientelar que ha caracterizado la administración de la cosa pública en Italia. Este ensayo se tradujo al italiano con el título le basi morali di una società arretrata (1961).

9 Como ya remarcó Barbagli (1984), en los años cincuenta y sesenta la solidaridad familiar cumplió un destacado papel al atenuar los dolorosos desplazamientos del campo a la ciudad y del sur al norte de Italia, y fueron las cadenas de parentela las que permitieron a los inmigrantes encontrar alojamiento, trabajo y a menudo ayuda financiera.

10 El demógrafo Micheli, a pesar de reconocer ciertos rasgos comunes sobre todo en el modelo mediterráneo de transición a la edad adulta, alerta sobre la oportunidad de aceptar un modelo universal de familia para el sur de Europa y considera preferible hablar de pluralidad de los modelos familiares "implicados" en las prácticas sociales, que históricamente se han ido sedimentando de contexto en contexto.

11 Como también indica de Spirito (1983: 38), en el sur se ha pasado de un modelo de cinco hijos para las madres de los que nacieron en el periodo 1946–1950, a casi tres y medio para las madres de los que ahora tienen 20 años, mientras en el centro–norte, para las mismas generaciones, se pasó a una media de poco más de tres a 2.5 hijos.

12 La muestra utilizada en la investigación se tomó con la técnica del snowball, a partir de contactos etnográficos en los dos barrios elegidos, Secondigliano y Stella. Secondigliano se puede considerar un barrio popular, pero para toda la ciudad de Nápoles la estratificación vertical de los barrios permite que en cada uno haya niveles de renta y franjas sociales bastante diferenciadas, por lo que no es posible, desde el centro hasta la periferia, delinear una posición tajante de las clases sociales de los residentes. Stella tiene una composición social más heterogénea.

13 El observatorio etnográfico utilizado en el barrio de Stella es el de un curso de preparación al parto en la consulta familiar; son sobre todo mujeres que esperan su primer hijo. Así pues, las encuestas conciernen a mujeres con dos hijos, con un hijo único y mujeres jóvenes sin hijos, escogidas en los dos barrios.

14 De una muestra de 50 000 mujeres que parieron en 2003 se deduce que el número de hijos es, para las madres encuestadas, superior a dos (2.19 por mujer) y es verdad incluso cuando se consideran las madres más jóvenes, cuya media está en 2.19 hijos. En otros términos, se proponen tener al menos dos hijos tanto las mujeres que nacieron de los años setenta en adelante y que acaban de iniciar una vida reproductiva, como aquellas que nacieron antes de 1963 y que la están finalizando (Istat, 2007b).

15 Dichas observaciones provienen de los datos del Instituto Nacional de Estadística (Istat) que indican que, respecto a la proximidad residencial con hermanos y hermanas, casi 28 por ciento de las parejas italianas vive cerca de un hermano de ella y casi 31 por ciento cerca de un hermano/hermana de él (Istat, 2005).

16 Los autores se refieren a entrevistas realizadas en la ciudad de Mesina, sobre todo a familias con renta única, con una madre ama de casa y con autonomía administrativa en la vida doméstica, en las que se notan tanto elementos de persistencia como tradicionales de la estructura familiar siciliana, que siempre ha implicado la división de género, roles y espacios.

17 Según datos del Istat, entre las mujeres con hijos que trabajan la jornada entera, gran parte (40 de cada 100) desearía trabajar menos y dar más espacio al papel de caregiver (cuidadora); al contrario, 72.9 por ciento de las madres italianas con una ocupación de media jornada no quisiera modificar el equilibrio logrado sobre la división del tiempo entre el trabajo para el mercado y el trabajo para la familia; además, los niveles de satisfacción están diferenciados en las distintas áreas italianas –mayor en el norte y en el centro–, mientras que en el sur se detecta el deseo de trabajar más y dedicar menos tiempo al cuidado –8.1 por ciento de las mujeres– (Istat, 2007b: 151 y ss.). El tipo de profesión femenina es determinante, ya que en las carreras de mayor nivel (directivas, empresarias y profesiones libres) encontramos 36 por ciento de mujeres a quienes les gustaría trabajar menos y dedicar más tiempo a sus hijos.

18 El antropólogo Francesco Remotti, en su ensayo Contro natura (2008), ha escrito en clave crítica: la cuestión del rol de la institución familia y de su etnocéntrico arraigo a la naturaleza para justificar y universalizar un cierto tipo de familia.

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