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Alteridades

versión On-line ISSN 2448-850Xversión impresa ISSN 0188-7017

Alteridades vol.18 no.36 Ciudad de México jul./dic. 2008

 

Laboratorio de cultura urbana

 

Presentación

 

Laboratorio de Cultura Urbana: una introducción

 

En este número de Alteridades ofrecemos un conjunto de textos relacionados con el Programa de Estudios sobre Cultura Urbana, coordinado durante más de 15 años por Néstor García Canclini y, desde hace dos años, por Eduardo Nivón. Algunos de estos trabajos fueron presentados en una primera versión en el Laboratorio de Cultura Urbana sobre "Los conflictos culturales en el futuro de las ciudades", que se llevó a cabo en el Instituto Italiano de Cultura del 11 al 13 de mayo de 2005, para celebrar el 15 aniversario del Programa.

El Grupo de Estudio sobre Cultura Urbana, cuya faceta institucional corresponde hoy al cuerpo académico de Cultura Urbana del Departamento de Antropología de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa, es, desde hace casi dos décadas, un espacio de discusión e investigación no sólo sobre los procesos culturales propios de la condición urbana actual, sino sobre los alcances y las posibilidades de las ciencias sociales para pensar la complejidad desde el punto de vista privilegiado de una megaciudad como la Ciudad de México. En esta introducción, además de hablar sobre los textos que componen el número, nos proponemos dilucidar algunos antecedentes importantes para situar la presencia del Programa de Estudios sobre Cultura Urbana en el seno del debate mexicano e internacional.

A finales de los años ochenta, Néstor García Canclini realizó una de las revisiones más radicales de los estudios de la cultura popular en México. Gran parte de su malestar respecto al tratamiento que recibían las culturas populares era el sentido esquivo de su relación con la Modernidad. Por ejemplo, cuestiona la asociación del indigenismo con el análisis de la cultura popular porque produce una identificación –inadecuada ya para esta época– de la cultura indígena y campesina con lo tradicional y, en cambio, se asimilan las modalidades de cultura urbana con lo moderno. Esta visión impedía observar que los grupos indígenas y campesinos no son ajenos al desarrollo capitalista. Por el contrario, se les miraba como sociedades portadoras de identidades étnicas "puras" o, en todo caso, de procesos de "resistencia" frente a la intromisión de lo moderno.

Algo parecido sucedía con los estudios sobre el folclore, que se negaban a asumir que las manifestaciones que hoy apreciamos en los grupos tradicionales son lejanas a las originales en su forma de producción o de difusión, y tampoco se preocupaban por lo que le ocurría a las manifestaciones folclóricas cuando se volvían masivas (García Canclini, 1988: 74). Más aún, las culturas populares, afirmó en aquel momento García Canclini, responden a la necesidad de la modernización y, en consecuencia, deben verse como fenómenos contemporáneos que no necesariamente están ligados a visiones ancestrales o tradicionales de la cultura. Y viceversa, la Modernidad no aplasta a su paso las formas culturales "disfuncionales" populares, ni la hegemonía se impone como un todo. Las culturas populares, por tanto, deben ser "relocalizadas" teórica y políticamente: no ocupan el espacio recluido de lo tradicional ni son formas crípticas o ingenuas de respuesta a la dominación capitalista. Más bien son una expresión de la dinámica cultural de la Modernidad que no puede desarrollarse sino multiplicando sus formas y campos de dominio.

¿Qué consecuencias tuvo este replanteamiento de los estudios sobre lo popular en la antropología urbana? Puede decirse que mediante su reformulación del concepto de lo popular García Canclini fincó un nuevo interés académico: acercarse al espacio socioterritorial donde eran más visibles los procesos que quería comprender. Poco a poco, como en ese paciente camino seguido por los ejércitos populares del Extremo Oriente, García Canclini cercó la ciudad. De las artesanías y las tradiciones populares de asiento rural fue acercándose a las expresiones culturales urbanas: el museo, los bienes tradicionales de consumo cultural o las industrias culturales, hasta llegar a los flujos comunicativos más etéreos. Detrás de él, quienes lo hemos acompañado en ese trayecto, hemos analizado los espacios tradicionales de la cultura como el salón de baile y la música popular, además de acercarnos a la prensa, la radio y el video. El cine ha ocupado un lugar privilegiado en las reflexiones, pero también la calle y el viaje urbano, la cultura ciudadana y la política, los movimientos sociales y las periferias de la ciudad.

A finales de los años ochenta, la Ciudad de México era una urbe de alrededor de 13 millones de habitantes y su crecimiento parecía imparable. La década había arrojado saldos preocupantes: los movimientos populares urbanos habían encontrado un aliento novedoso en la crisis desatada por los terremotos de 1985, y su vinculación con la lucha por la democracia contribuyó a su proyección nacional. Por otra parte, la metrópolis empezó a manifestar síntomas de agotamiento. De hecho, su crecimiento demográfico en los ochenta fue menor al que se esperaba y los efectos de la "década perdida" se evidenciaron en los bajos niveles de calidad de vida.1 La infraestructura cultural y de entretenimiento aún no se recuperaba de los efectos de los sismos de mitad de la década y la vida nocturna era pobre y poco atractiva. En cambio, los medios de difusión masiva estaban abriéndose a la pluralidad; especialmente la radio y los partidos políticos de oposición se empezaron a asumir como proyectos de masas. Aquellos años, plenos de movilización social, de cuestionamiento de las ideologías revolucionarias, de avance democrático y de crisis urbana, contribuyeron a hacer visibles las contradicciones de la sociedad mexicana contemporánea. En el centro se encontraba la definición del rumbo político y social que habría de seguir México y la ciudad capital.2 El rápido despliegue de nuevas reglas económicas de corte neoliberal no iba acompañado de la modernización política y social. Se hacía cada vez más patente que nuestra modernidad era fallida o, como señaló Roger Bartra en esos años, estábamos próximos a una situación desmoderna signo de un mundo heterogéneo y dividido (Bartra, 1987: 26).

¿Cómo estudiar la ciudad en este ambiente político y social? ¿Habrá que seguir el rumbo de los años setenta que buscaban afanosamente sujetos sociales y políticos en los movimientos sociales urbanos? ¿Debían examinarse las distintas "áreas naturales" y el flujo de individuos a lo largo de ellas? ¿Eran los sujetos de los procesos productivos –empresarios, técnicos, trabajadores, burócratas, etcétera– la clave de la crisis de la Modernidad que se observaba? Era obvio que la discusión nos remitía a buscar nuevos ángulos para observar la ciudad que, sin renunciar a las grandes preocupaciones de la Modernidad, permitieran producir otras claves de entendimiento de la multiplicidad de formas culturales que se asomaban en la metrópolis.

En este contexto, surge una reflexión novedosa en torno a la problemática del consumo cultural, como un ámbito fundamental de la reproducción social, hasta ese momento poco estudiado.3 Este interés por el ámbito en el cual se reproducen las relaciones simbólicas de la sociedad capitalista llevó a García Canclini y al Grupo de Políticas Culturales del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) a proponer estudios nacionales sobre el consumo cultural. Con el apoyo de diversas instituciones, el estudio mexicano se realizó con la coordinación de García Canclini y Patricia Safa, inaugurando con ello 15 años de prolífica labor de lo que después fue el Programa de Estudios sobre Cultura Urbana. La importancia de este trabajo ha sido amplia: por una parte, supuso el primer estudio sistemático de los hábitos de consumo cultural de la población de una ciudad mexicana; por otra, abrió diversas pistas para conectar la investigación académica con las políticas públicas de cultura.4

Vista a partir del consumo, la metrópolis arrojó una imagen desequilibrada de la urbe, pues encontró una "baja correspondencia entre el crecimiento urbano y la estructura y distribución de los equipamientos culturales" (García Canclini y Piccini, 1993: 44). Esta asimetría expresaba en primer término que gran parte de la oferta cultural que podría llamarse "clásica" estaba concentrada en una porción relativamente pequeña de la urbe, ubicada en el centro de la ciudad (ligeramente cargada hacia el poniente y el sur de la ciudad), dando lugar a desigualdades de acceso y disponibilidad de los recursos. En consecuencia, el habitante urbano debe hacer una elección inicial en su consumo cultural entre los bienes simbólicos situados y los bienes simbólicos a domicilio. En realidad, este juego de opciones remite a los consumidores de cultura a otra esfera de la oferta cultural: la que tiene que ver entre la oferta pública y la oferta privada de bienes culturales.

La constatación de la discontinuidad entre la expansión urbana y el desarrollo de la infraestructura de servicios da lugar a múltiples consideraciones posteriores en los estudios del Programa de Cultura Urbana. Desde el punto de vista de la oferta cultural, es un dato relevante que mostrará el desequilibrio en el acceso a los bienes culturales, la preeminencia del consumo cultural doméstico y la decadencia de la convivencia ciudadana (Safa, 1998; Giglia, 1998); permitirá explicar la gran importancia de los medios de comunicación masiva en la organización del sentido de la vida urbana (Vernik, 1998); será una pieza clave para comprender las tendencias desurbanizadoras de la vida en las periferias (Nieto, 1998; Nivón, 1998); dará origen a distintas visiones sobre los espacios urbanos (Ramírez Kuri, 1995 y 1998); asignará sentidos diferenciados al patrimonio monumental (Rosas Mantecón, 1993 y 1998); o hará posible comprender el diverso uso de la ciudad como escenario de manifestaciones políticas (Cruces, 1998).

Ha ocurrido una ruptura entre la expansión urbana y el desarrollo de la infraestructura cultural, como correspondió a una etapa del crecimiento de la ciudad en la que escuelas, bibliotecas, parques y centros de deporte, así como cines de barrio y mercados populares se multiplican conforme crece la metrópoli. A fin de siglo, la única simetría apreciable con la expansión urbana parece ser el crecimiento de los medios electrónicos. Respecto a la urbanización, la desarticulación de la expansión metropolitana y la oferta cultural clásica indican el estallido de múltiples formas de desarrollo de la vida urbana. García Canclini traduce esta condición en la Ciudad de México a la convivencia e intersección de una ciudad que vive apegada al territorio y al mismo tiempo se ve sometida a procesos comunicacionales que expresan la desespacialización de la vida urbana o, al menos, la reorganización de los vínculos entre espacio y cultura (García Canclini, 1998: 31).

La Ciudad de México de finales de siglo parece haber dejado atrás sus ideales utópicos, pues no hay utopía posible en la medida en que la ciudad fragmentada se niega a ser pensada a la luz de un sentido único de futuro. Ha quedado atrás la ciudad regida por la razón ordenadora que religiosos, administradores, educadores, profesionales y escritores contribuyeron a diseñar en el periodo colonial hispanoamericano. Frente a ella ha surgido la ciudad del consumo, que ha dispuesto un nuevo diseño sociocultural de un capitalismo global, el cual demanda ofertas comunicativas que reestructuran el marco de lo público. La fragmentación de las identidades urbanas como un modo del ser metropolitano (Portal y Safa, 2005) es una pista para comprender la imposible unicidad de la metrópolis. La heterogeneidad nos lleva a redefinir la ciudad, a asumirla como el paisaje que observamos durante el viaje: en permanente cambio. La ciudad posmoderna se nos presenta como espacios resultado de una permanente tensión entre los ciudadanos y el mercado, entre los poderes locales y las corporaciones globales. Las interconexiones globales se han multiplicado mientras la vida pública se halla amenazada por la fragmentación social. Luego de 15 años de estudio, la Ciudad de México genera más interrogantes que respuestas. Desvelar los recursos de su configuración en el siglo XXI continúa siendo una tarea difícil e impostergable, a la cual se abocan precisamente los textos que se incluyen a continuación, en un esfuerzo por pensar la cultura urbana actual desde distintos ángulos disciplinarios pero en un diálogo colectivo que fue posible gracias a la dinámica del Laboratorio sobre Los conflictos culturales en el futuro de las ciudades. Un encuentro en el que se alternaron los estados del arte y los ensayos sobre temas específicos, con los talleres de discusión y las propuestas de análisis. Parte de este tono coral, producto del trabajo del Laboratorio, pero también, y sobre todo, del diálogo persistente durante casi dos décadas entre varios miembros del Grupo, se refleja en los trabajos que se presentan y los dota de originalidad y robusteza, en la medida en que cada autor no sólo está hablando desde una posición individual sino también desde una reflexión colectiva.

En el primer ensayo, García Canclini discurre sobre las posibilidades de existencia de ciudadanías altamente participativas y políticas culturales eficaces, en contextos en los cuales intereses sectarios y patrimoniales de diversos grupos –escépticos sobre el papel del Estado– parecen estimular complejas fragmentaciones sociopolíticas dentro de las llamadas megaciudades. Pone en perspectiva el trabajo que ha venido realizando el Grupo de Cultura Urbana en las últimas dos décadas y revisa algunas inflexiones teóricas fundamentales que se han generado en su seno para entender a la megalópolis, no sólo en términos socioespaciales sino también sociocomunicacionales, en una etapa en la que el neoliberalismo autoritario reorganiza lo social en todas las escalas geopolíticas. Este texto resulta revelador de la forma y el sentido con los que se pensó efectuar el Laboratorio que convocó a los autores de los textos que aquí ofrecemos y de la urgente pertinencia de muchas de las preguntas que este laboratorio ha provocado respecto al estado de lo urbano.

Ana Rosas repasa la emergencia del consumo cultural como objeto de estudio y eje fundamental para el desarrollo de políticas culturales que aporten elementos para la reconstitución de los espacios y experiencias urbanas comunes. La autora propone una noción de los consumos culturales en cuanto "prácticas de relación de los públicos con los bienes y servicios producidos dentro del campo cultural, que incluye tanto el subcampo de la producción artística como el de la cultura de masas producida por las industrias culturales". Partiendo de este supuesto, el artículo recupera las reflexiones expresadas por Lucina Jiménez, Amparo Sevilla y Víctor Ugalde a lo largo de su participación en el taller. Ana Rosas articula tales aportaciones para poner especial énfasis en "las dimensiones políticas del consumo cultural, vinculándolo con la construcción y ejercicio de la ciudadanía y los derechos culturales –entre ellos de manera destacada el derecho a la diversidad, y al acceso y uso de los bienes y servicios culturales". Este trabajo brinda elementos para comprender cómo actúan las industrias y las políticas culturales en la constitución de experiencias sociales conectadas y diferenciadas a lo largo y ancho de las distintas escalas geopolíticas, incluyendo por supuesto a las ciudades como protagonistas centrales.

Adrián Gorelik, uno de los invitados a dialogar en torno al tema del Laboratorio, desarrolla un análisis de dos instancias en las que la apropiación ciudadana del espacio urbano de la ciudad de Buenos Aires es codificada problemáticamente como actos simbólicos de construcción de "espacio público". Estos ejemplos, junto con una revisión del proceso de reorganización y crecimiento urbano de Buenos Aires, sirven de plataforma para un análisis que pretende superar los binarismos y reduc–cionismos invocados de manera convencional al movilizar nociones de ciudadanía respecto al espacio urbano. En particular se alude a las serias limitaciones heurísticas que enfrenta en la actualidad la noción de espacio público en sus diversas modelaciones teóricas para describir, fuera de la dimensión normativa bastante fetichizada, los complejos procesos contemporáneos de articulación entre espacio, mercado, cultura y política en Buenos Aires.

La articulación entre desarrollo urbano, políticas públicas e industrias culturales en diversas ciudades es objeto del estudio comparativo hecho por George Yúdice, otro de los invitados internacionales que participaron en el Laboratorio. En su texto, Yúdice contrasta varios ejemplos en los cuales la intervención teórica y política (tanto de investigadores, servidores públicos, arquitectos y urbanistas, como de movimientos sociales) en la concepción e implementación de programas de desarrollo social para los espacios comunes urbanos produce distintos niveles de exclusión social. El autor examina cómo los modelos de reacomodamiento urbano, basados en el estímulo a la relocalización estratégica de las industrias creativas, de la información y de servicios en el paisaje urbano, han venido muchas veces acompañados por procesos de gentrificación y la consabida reproducción de desigualdades socioculturales que ésta implica. En Estados Unidos, la construcción mercadotécnica de las ciudades como marca para asegurar la atracción de inversiones trasnacionales y el derrame económico que esto supone han originado fisuras sociopolíticas que los estudios urbanos en ese país no han podido registrar aún. A la luz de estos señalamientos Yúdice revalora las investigaciones desarrolladas en México por el Programa de Estudios sobre Cultura Urbana y las relaciona con casos exitosos de implantación de políticas públicas en Bogotá y Medellín, pensadas para incentivar la creación de espacios plurales de ciudadanía en contextos donde la degradación del tejido social se encontraba en estado crítico.

Rossana Reguillo se pregunta cuáles son los dispositivos, los mecanismos y las estrategias socio–políticas puestos en marcha en el plano simbólico/material por diversos actores en la constitución del miedo en cuatro ciudades latinoamericanas, y explora cómo la "inseguridad" es tratada en los imaginarios y en las prácticas sociales como un campo semántico dinámico, que vincula el miedo, la otredad, el territorio y la violencia (además de los estereotipos estigmatizantes que éste produce), como referentes centrales para la sociabilidad urbana y la incertidumbre que ésta arropa. La desconfianza emerge en el discurso de los actores sociales, argumenta Reguillo, como principio regulador de las interacciones entre los ciudadanos y el Estado, y entre ellos mismos; como cimiento de nuevas murallas que violentamente redibujan el paisaje urbano con exclusiones e inequidades (vigilancia) que buscan higienizar los territorios de la otredad socioeconómica y étnica. Si los miedos son los tabiques que erigen los espacios de la utopía (urbana), resulta estratégicamente indispensable, alerta la autora, no perder de vista los regímenes discursivos que nutren a los arquitectos de la misma.

El miedo y la esperanza son también elementos constitutivos de los llamados megaproyectos urbanos, que buscan cimentar –con el mayor grado de certidumbre posible– las bases para que los grandes flujos de capital trasnacional, los servicios financieros y comunicacionales, y la fuerza de trabajo especializada converjan sinérgicamente en las megaciudades globales. María Moreno aborda el desarrollo del Megaproyecto Santa Fe en la Ciudad de México, poniendo atención en cómo la lógica que organiza los mapas urbanos de la globalización (con su poderoso brazo económico) es puesta en tensión dialéctica con prácticas de sociabilidad locales y heterogéneas que en ocasiones resignifican disruptivamente las formas elitistas de apropiación del espacio urbano. En esta operación, la contraposición de modalidades de organización formales e informales (relocalizadas) del intercambio mercantil, del empleo y del consumo cultural genera peculiares reacomodos sociopolíticos en la racionalidad globalizante. O, en palabras del presidente de la Asociación de Colonos de Santa Fe, "dentro de los edificios [del Megaproyecto] estás en Houston pero sales a las calles y estás en Calcuta".

En consonancia con la reflexión crítica de Gorelik respecto al carácter fantasmagórico del espacio público, Graciela Silvestri indaga las fronteras de la arquitectura como estética y epistemología generadora de juegos complejos entre la forma, el espacio y sus usos imaginarios y fácticos en diversas ciudades. Nos propone una mirada panorámica de la trayectoria histórica del discurso arquitectónico y artístico contemporáneo en la que caracteriza el conflictivo devenir epistemológico entre dos posiciones fundamentales resultantes de acercamientos distintos a lo moderno. Por un lado, alude a las certidumbres sociopolíticas proclamadas por los modernismos revisionistas del siglo XX con relación al espacio y sus formas y el habitar, que desplegaron estéticas "realistas". "Los realismos han presentado actitudes negociadoras con la sociedad y con la historia que resultaron difíciles de asumir para una disciplina cuyo mito fundante, en el siglo XX, identificó vanguardia política y vanguardia artística. Su horizonte es el de la Ciudad, reclamada como experiencia cotidiana que liga viejo y nuevo, individual y colectivo, arte y naturaleza". Silvestri contrasta esta tendencia con el respectivo correlato de tales certidumbres, es decir, con la emergencia del movimiento intelectual que resulta punzante, hiperautorreflexivo y complejizante en lo que, a falta de un mejor nombre, denominamos postestructuralismo arquitectónico. Este desarrollo "se inicia con un diálogo íntimo con la filosofía postestructuralista. Su horizonte fue el del Arte en tanto último lugar de resistencias, ultimo lugar de libertad. La negociación de estas tendencias con la ciudad es compleja. En las últimas manifestaciones, supone una no–ciudad o una postciudad: un asentamiento infinito, carente de formas fijas, gobernado por fuerzas tecnológicas, de dominio o de guerra, y en ocasiones contestado por 'la naturaleza', lo radicalmente otro de la conciencia humana, o por las móviles multitudes que ocuparon el lugar de la clase desheredada en el pensamiento político reciente. Fuerzas que se denuncian o se aceptan, de manera optimista, apocalíptica o cínica". Este rico marco desplegado por Silvestri sirve de referencia para observar tendencias significativas en la propuesta arquitectónica bonaerense reciente y cuestionar el papel que puede jugar la arquitectura para imaginar y construir ciudad más allá de los lineamientos normativos utópicos pretendidos por las nociones dominantes del espacio público.

Cierran el dossier dedicado al Laboratorio de Cultura Urbana dos textos de balance y comentario sobre el conjunto de la experiencia del Programa de Estudio sobre Cultura Urbana, desde distintas perspectivas y vivencias. Rosalía Winocur asume que los medios de comunicación –incluyendo las tecnologías de la información– cumplen un papel fundamental en la constitución de la ciudad contemporánea. Son ventanas por las cuales los imaginarios se nutren y ponen en escena las experiencias de lo cotidiano en relación con un espacio pretendidamente común que llamamos ciudad. La investigadora analiza las formas en que el Grupo de Cultura Urbana ha abordado de modo analítico los distintos planos en que se articulan los medios, los ciudadanos y la ciudad. Sea por los vericuetos de las prácticas representacionales, el consumo y oferta culturales, o bien la peculiar cartografía de las redes mediáticas urbanas, las ciudades se erigen en su dimensión simbólica desde el cine, la radio, la televisión y la prensa. Winocur pone énfasis en que el Grupo de Cultura Urbana no debe perder de vista, en lo subsecuente, el prominente papel de los medios de comunicación en los procesos de sociabilidad que le dan forma a lo que conocemos como las culturas urbanas. Finalmente, el texto de Francisco Cruces, quien fuera uno de los becarios del Programa invitados a trabajar sobre la Ciudad de México en la segunda mitad de los años noventa –junto con Anahí Ballent, Ángela Giglia, Mónica Lacarrieu y María Teresa Ejea–, recoge y celebra de manera lúcida, y lúdica, muchas de las inquietudes que se derivaron del Laboratorio en forma de temas pendientes para seguir enriqueciendo la investigación en el futuro, desde una mirada reflexiva sobre la experiencia del grupo.

Como de costumbre, Alteridades también contiene una sección de investigación etnográfica sobre diversos temas. En esta ocasión está conformada por tres trabajos, el primero de los cuales corresponde a Horacio Mackinlay. El objetivo de este artículo es revisar la exposición de los jornaleros mestizos e indígenas a los agroquímicos y la contaminación ambiental en la rama del tabaco. Se describen las condiciones de vida y de trabajo de los dos principales grupos de jornaleros: por un lado, los jornaleros locales mestizos que residen permanentemente en los pueblos tabacaleros y, por el otro, los indígenas migrantes coras, huicholes y tepehuanos que viven en los tabacales durante la época de la cosecha y el ensarte de las hojas de tabaco, donde a diario la acumulación de agroquímicos y el deterioro ambiental ponen en peligro su salud. Después de hacer una recapitulación histórica desde los años cuarenta del siglo pasado, el análisis trata los cambios ocurridos durante la década de los noventa y la primera del 2000 en el marco de los procesos de globalización y trasnacionalización de la industria tabacalera.

El artículo de Ana Carolina Hecht indaga sobre la relación entre los procesos de identificación étnica y de desplazamiento lingüístico en niños tobas (grupo indígena de Argentina). Se circunscribe a una zona urbana donde las prácticas de habla monolingües (español) están remplazando a las bilingües (español–toba) y donde la lengua toba constituye un valioso rasgo de etnicidad. Desde una perspectiva etnográfica, se focaliza en las valoraciones y representaciones del vínculo lengua–identidad en dos contextos: la familia y la escuela. Se muestra cómo pese a los discursos de padres y maestros que cuestionan la pertenencia indígena de las recientes generaciones, los niños articulan su propia concepción al respecto.

El texto de Erika Araiza Díaz, Roberto Martínez González y Francisco Lugo Silva es un estudio del grafiti en cuanto material arqueológico en los espacios de uso común de la Ciudad Universitaria de la Universidad Nacional Autónoma de México, especialmente en banquetas, pupitres y baños, con el intento de relacionar la clase de mensajes con el tipo de espacio en el que se encuentran y demostrar una clara diferenciación entre sitios considerados públicos y aquellos juzgados privados, observándose en estos últimos los grafitis con un contenido más intimo y hasta obsceno.

Por último, en el espacio dedicado a las traducciones, este número de Alteridades hospeda un importante texto de Gustavo Lins Ribeiro que gira alrededor de la discusión sobre la economía hegemónica y sus alternativas. ¿Existen opciones sociales al modelo hegemónico de la globalización que no subordinen el bienestar humano a los imperativos neoliberales del mercado? Lins Ribeiro desarrolla un enfoque con el que explora la emergencia de procesos sociales donde agentes políticos y económicos alternos configuran una globalización "desde abajo", ya sea por las intervenciones del "movimiento anti–/alterglobalización", o bien, la reciente articulación de una globalización económica no hegemónica operando en los márgenes de la formalidad. En este texto el autor revisa la forma en que se han venido expresando y operando estratégicamente tanto el movimiento anti– como el alter–globalización en el escenario político trasnacional. Si bien existen puntos sustanciales de encuentro entre los múltiples agentes que constituyen a estos movimientos sociales, existen significativas discrepancias respecto a la manera de concebir a la globalización y, por lo tanto, respecto a las estrategias pertinentes de organización y ritualización para el cambio o la resistencia. Por otro lado, el autor observa cómo en el "espacio social transfronterizo" formado por la ciudad brasileña de Foz de Iguazú y la ciudad paraguaya de Ciudad del Este, se generan dinámicas organizativas alternas de carácter socioeconómico que contestan de manera singular a los paradigmas dominantes. La relación entre todas estas instancias de performatividad de la alteridad política requieren, advierte Lins Ribeiro, un cuidadoso escrutinio etnográfico que pueda dar cuenta del modo en que la migración laboral, los movimientos civiles transfronterizos, así como los flujos de capital y de bienes simbólicos se amalgaman con una gran complejidad creando distintos niveles de integración social.

 

André Dorcé, Ángela Giglia y Eduardo Nivón

 

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Notas

1 "En 1990, las colonias populares alojaban las dos terceras partes de la población metropolitana y ocupaban 52% del área urbana total. Las condiciones habitacionales de las colonias populares tienden a mejorar a lo largo del tiempo. Sin embargo, en 1990, 58% de las viviendas localizadas en las colonias populares de reciente formación no tenía agua potable entubada y 38% tenía techos de material perecedero" (Coulomb, 1998).

2 El candidato del partido oficial a la Presidencia de la República convocó al electorado a emprender una marcha hacia la modernización política, económica y social. No obstante, su primer acto en esta empresa fue realizar un proceso electoral con sospechas de fraude muy fundadas; se emprendió una nueva reforma política, pero el corporativismo social no se redujo ni un tanto; llamó a transparentar las reglas de la competencia, aunque la privatización de empresas públicas condujo a nuevos monopolios; promovió una nueva ubicación de México ante el mundo, sin embargo el proceso de negociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte fue totalmente vertical.

3 A propósito de la obra de Pierre Bourdieu, Néstor García Canclini había escrito precisamente a mediados de los ochenta que "al descuidar el consumo y los procedimientos simbólicos de reproducción social el marxismo aceptó el ocultamiento con el que el capitalismo disimula la función indispensable de esas áreas. Cuando la sociología de la cultura muestra cómo se complementa la desigualdad económica y cultural, la explotación material y la legitimación simbólica, lleva el desenmascaramiento iniciado por Marx a nuevas consecuencias" (1986: 33).

4 Un resumen de los estudios sobre consumo cultural en México que incluye los efectuados por el Programa se puede encontrar en Rosas Mantecón (2002).

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