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Alteridades

On-line version ISSN 2448-850XPrint version ISSN 0188-7017

Alteridades vol.18 n.35 Ciudad de México Jan./Jun. 2008

 

Lecturas

 

Renato Rosaldo: Ensayos en antropología crítica*

 

Reseñado por Rosalva Aída Hernández Castillo**

 

* Rodrigo Díaz Cruz (ed.), Renato Rosaldo: Ensayos en antropología crítica, Casa Juan Pablos/Fundación Rockefeller/Universidad Autónoma Metropolitana–Iztapalapa (col. Estudios Transnacionales), México, 2006.

 

** Investigadora del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social

 

El libro Renato Rosaldo. Ensayos en antropología crítica nos lleva por un recorrido por el pensamiento de Renato en distintas etapas de su desarrollo teórico y de su proyecto personal. Los ensayos nos transportan desde las colinas del noroeste de Manila, en las Filipinas, hasta las comunidades tzotziles de los Altos de Chiapas, viajando en el tiempo por los barrios obreros de Londres en el siglo XIX (a través de su lectura crítica de la obra de E.P. Thompsom), pasando por los espacios de debate político de la academia chicana. A pesar de las diferencias de perspectiva teórica que vemos entre sus primeros trabajos de los años sesenta sobre los espacios rituales en Zinacantán y sus reflexiones de carácter más ético y metodológico sobre la escritura etnográfica de las décadas de los ochenta y noventa, todos los ensayos tienen el común denominador de explorar formas imaginativas y poco convencionales de acercarse a la antropología. En este sentido, podría decir que este libro es como su autor, sencillamente complejo, o complejamente sencillo, con un humor sutil que recorre sus páginas y con una creatividad constante que vuelve cada idea un descubrimiento.

Al releer algunos de sus trabajos que ya había leído en inglés y acercarme por primera vez a otros que desconocía, no pude evitar sentir un déjá–vu. ante aquellos debates teóricos e imágenes literarias a los que me acerqué a principios de los años noventa siendo estudiante de Renato en la Universidad de Stanford. Fue en esa época que leí por primera vez La formación de la clase obrera en Inglaterra y discutimos las estrategias metodológicas de Thompson al construir una historia social que recuperaba el análisis cultural para entender la formación de las identidades de clase y de la conciencia política.

En aquel entonces, al igual que nos lo señala ahora en su capítulo "Celebración de los héroes de Thompson: análisis social y antropología", Renato Rosaldo usaba el trabajo de este historiador inglés como ejemplo de un tipo de historia comprometida con los sectores subordinados que recupera la agencia humana, pero a la vez cuestionaba al autor por no diferenciar sus propios conceptos de los de los actores sociales cuya historia reconstruye; en sus cursos descubrí también el humor y la pasión de la literatura chicana y las teorizaciones implícitas o explícitas que sobre la identidad cultural hacen autoras como Gloria Anzaldúa y Sandra Cisneros. Los artículos de esta antología me ayudaron a construir un hilo conductor entre estos debates y a entender, décadas más tarde, la trayectoria analítica que llevó a Renato a conducirnos por esos caminos poco ortodoxos de la teoría.

Es importante "situar el conocimiento" de Renato Rosaldo como intelectual chicano comprometido con su realidad. Junto con otros intelectuales chicanos, Rosaldo ha jugado un papel muy importante en la política académica de los Estados Unidos, denunciando el etnocentrismo de las ciencias sociales y las humanidades y pugnando por diversificar la curricula del tronco común de las licenciaturas para incluir la historia, la literatura y la producción académica en el sentido amplio de los intelectuales "de color", pugnando por una formación que diera cuenta de las diversas historias que han constituido el bagaje cultural de esa nación. Este activismo, aunado a su defensa de acción afirmativa le acarrearon el rechazo de los sectores más conservadores de la academia norteamericana y hasta amenazas por parte del Ku Klux Klan (KKK).

En su participación en la política universitaria, en el debate público en los Estados Unidos y en su pensamiento crítico en la antropología, del que da cuenta Ensayos en antropología crítica, Rosaldo ha denunciado lo que Walter Mignolo llama occidentalismo (en contraste con el orientalismo denunciado por Edward Said), esto es, el impulso de integrar y silenciar la diversidad a través de una producción teórica que utiliza la literatura, la filosofía y las ciencias sociales como discursos de poder que representan el desarrollo civilizatorio como unilineal y monocultural.

Sus cuestionamientos a la objetivación del discurso etnográfico y a su distanciamiento agnóstico del dolor y las emociones de los actores sociales sobre quienes se escribe no son sólo una búsqueda estética de nuevas estrategias textuales, sino reflejo de un compromiso ético y político por tratar dar cuenta de las experiencias de exclusión, subordinación y sufrimiento a las que muchas veces nos acercamos los antropólogos durante el trabajo de campo. En este sentido, su vida y su obra contradicen las descalificaciones que algunos autores, como Carlos Reynoso, han hecho de la llamada antropología posmoderna, como apolítica y desmovilizadora, homogeneizando a autores de distintas trayectorias académicas y políticas y ubicando a Renato como parte de esta corriente. Al respecto, en la introducción de este libro, Renato apunta:

Me acusan mucho de ser posmoderno. Yo no me nombro posmoderno. Para mí la palabra introduce muchos estereotipos, por ejemplo dicen: "Los posmodernos no tienen ética" Yo digo [Cuando así me acusan]: "es en base a la ética que hago lo que hago", esto es una visión de justicia, una visión de los derechos de los grupos subordinados (p. 24).

Es esta visión de justicia lo que lo lleva a denunciar las estrategias colonizadoras de la antropología positivista que niega la dimensión histórica de los actores sociales, silencia sus propias conceptualizaciones, y homogeneiza sus perspectivas del mundo, mediante la formalidad es decir,

describiendo sucesos humanos como si estos fueran normales, alta mente codificados y como si se repitieran siempre de la misma manera [...]eliminando las variaciones significativas en cuanto a tiempo y ritmo [... ] y luchas o metas particulares [la externalidad que se refiere a] la distancia con la que escriben los etnógrafos. Supuestamente esta distancia confiere objetividad, pero a la vez objetiviza al producir descripciones que no toman en consideración la subjetividad de la gente descrita. [Y mediante la generalidad que] se refiere a la manera en la que muchos relatos ponen énfasis no en los sufrimientos particulares del duelo, sino en recetas genéricas para los rituales del luto. Quizá la idea de cultura compartida lleva a los analistas a suponer que sólo deben explorar las formas idénticas que se dan en un grupo (p. 221).

Esta preocupación por dar cuenta en los escritos etnográficos de la experiencia de sufrimiento y dolor está presente en varios de los ensayos de esta antología y es desarrollada en su libro Cultura y verdad. Repensando el análisis social, publicado por la editorial Grijalbo. La experiencia ambivalente de sufrimiento y rabia que experimenta con la muerte de su primera esposa, Michel Rosaldo, lo lleva a acercarse a las etnografías sobre los rituales de muerte con una perspectiva crítica. Sus artículos "Visitar entre los ilongotes: gracia social y los ritmos de la vida cotidiana", "La muerte en el presente etnográfico" y "Donde reside la objetividad: La retórica de la antropología" ponen en duda aquellas perspectivas de la cultura como un todo homogéneo que se describe a partir de codificaciones, desde una posición de sujeto neutralizada y desculturalizada, en donde son los otros los que tienen cultura, mientras que el analista, como "voice in off" habla desde un lugar "sin cultura" y sin historia.

Aprender a extrañarnos de nuestras propias prácticas cotidianas, aplicando a su descripción etnográfica las mismas estrategias textuales que usamos para describir a otras culturas resulta fundamental para repensar críticamente las formas y estilos narrativos con los que describimos y construimos la otredad. Esto nos lo muestra de manera casi paródica Renato Rosaldo en su artículo "Donde reside la objetividad: La retórica de la antropología" al describir un desayuno familiar como ritual patriarcal; o en los rituales corporales entre los Nacirema (American leído al revés) que describe Horace Miner y que Rosaldo retoma para reflexionar, interrogándonos en los siguientes términos ¿Quién podría seguir sintiéndose cómodo describiendo a otros pueblos en términos que suenan absurdos al aplicarlos a nosotros mismos? (p. 201).

Tal vez su sensibilidad ante la imagen estereotipada y objetivada de "los nativos" surge de su propia experiencia como chicano, cuya cultura había sido representada por varios antropólogos anglosajones como una expresión más de la cultura de la pobreza. En su capítulo dedicado a los "Estudios chicanos 1970–1984" hace un recorrido por las objeciones que antropólogos chicanos, como Octavio Romano y Américo Paredes, hacen a las representaciones irreales de la cultura chicana popularizadas y legitimadas por la antropología estadounidense. Refiriéndose a algunos de los trabajos clásicos sobre comunidades mexicano–americanas de antropólogos anglos, Renato, señala:

Los errores etnográficos incluyen entre otros, malas traducciones, la falta de apreciación de los dobles sentidos lingüísticos, el tomar de manera literal lo que la gente decía de manera figurativa y tomar en serio lo que la gente decía en broma.

Si los etnógrafos quieren ver más allá de los estereotipos, Paredes sugiere, deben adquirir un entendimiento profundo del lenguaje, un entendimiento preciso de las relaciones sociales y un sentido significativo del contexto social que por lo menos permita distinguir una burla o un chiste de algo dicho con seriedad total (p. 300).

Una constante en su análisis de la etnografía chicana y de la etnografía de los ilongotes es su preocupación por develar las estrategias de poder, de lo que Chandra Mohanty ha llamado el colonialismo discursivo, es decir, por develar la manera en que las representaciones textuales de aquellos sujetos sociales –construidos como los otros en distintos contextos geográficos e históricos– se convierten en estrategias de subordinación que no sólo describen sus realidades sino que contribuyen a construirlas. En su artículo "Retórica del control: los ilongotes vistos como bandidos naturales e indios salvajes" nos muestra cómo funcionan estos mecanismos de subordinación en los discursos coloniales y poscolonia–les sobre los ilongotes, y en trabajos más recientes nos ofrece mecanismos similares utilizados por la antropología para construir una imagen de la población mexicano–americana como personas "fatalistas, resignadas, apáticas, atadas a la tradición, orientadas por la tradición, emocionales, impetuosas..." (p. 296).

Su principal cuestionamiento a estas representaciones etnográficas no es que sean inexactas sino que tienen efectos de poder sobre las vidas de los grupos subordinados a los que se refieren. En este sentido, su búsqueda metodológica no es de carácter estético, sino ético y político.

En su preocupación por confrontar las construcciones homogeneizadoras de las culturas subalternas, Renato recupera en varios de sus trabajos una perspectiva de género que nos habla de los procesos de diferenciación interna que marcan la vida de estos colectivos humanos y de los distintos ejes de poder y subordinación que deben ser considerados en el análisis de los procesos culturales. Estas perspectivas críticas de la cultura y el poder son en parte producto del contexto político en el que él se forma como antropólogo y desarrolla sus investigaciones. Se trata de una coyuntura en la que se da a la tarea de responder a las representaciones ahistóricas y homogeneizantes del análisis funcionalista y a las descripciones dicotómicas de los estudios marxistas que sólo reconocen las desigualdades de clase.

Los debates que alimentan sus teorizaciones son descritos en esta antología en los siguientes términos:

En parte como consecuencia accidental de sus propios puntos ciegos, la Nueva Izquierda en Estados Unidos ayudó a producir una gama de movimientos políticos que respondían a formas de opresión basadas en el género, la preferencia sexual y la raza. Las mujeres, por ejemplo, se empezaron a organizar, entre otras razones, porque la Nueva Izquierda las colocaba con mayor frecuencia en papeles secretariales que de liderazgo [...] El racismo y la homofobia condujeron a conclusiones similares en otros sectores sociales. El feminismo, el movimiento gay, y lésbico, el movimiento de los nativoamericanos, las luchas de los negros, de los chicanos, y de los puertorriqueños, exigían análisis sociales globales que colocaban al centro las aspiraciones y demandas de aquellos grupos pasados de largo por la política progresista estándar, por no mencionar la ideología nacional dominante. Aunque muchos antropólogos que adquirieron la mayoría de edad a fines de los sesenta se involucraron en una u otra de estas luchas, mi propia visión política se ha conformado de manera más directa gracias a mi involucramiento en el movimiento chicano universitario. Esta experiencia ha provisto, de un sentido de centralidad para la lucha política y de urgencia de prestar cuidadosa atención a las percepciones y aspiraciones de los grupos subordinados (p. 167).

Es esta preocupación por identificar los distintos ejes de subordinación lo que lo lleva a explorar una revisión al patriarcado desde la perspectiva masculina, y lo hace reconociendo las dificultades que tiene desarrollar una perspectiva crítica desde una posición de privilegio, ya que al acoplarse con las normas sociales dominantes el privilegio masculino resulta invisible incluso para sí mismo, como admite en su capítulo: "Notas para una crítica al patriarcado desde una perspectiva masculina".

Así como al argumentar en contra del colonialismo discursivo de la antropología Renato llama a ver la dimensión cultural de nuestras propias prácticas, de igual manera nos conmina a dejar de ver el privilegio masculino como "neutro respecto al género, normal respecto a la orientación sexual, sano respecto a la salud, adulto con respecto a la edad, inodoro con respecto al olor". Para descentrar este privilegio masculino, Renato se vale de una serie de escritos literarios de hombres y mujeres chicanas que desmitifican la descendencia patriarcal y construyen un antihéroe que tiene olores, se echa pedos, suda y en vez de la espada del héroe vikingo recibe un bat que confunde con un palo para matar iguanas y que le es entregado por la línea materna.

Sin ser un tema central en la obra de Renato, la crítica al patriarcado está presente en muchos de sus escritos y en sus esfuerzos por reconocer su privilegio masculino, problematizarlo y desnaturalizarlo a partir de la voces de feministas chicanas que inspiran gran parte de su trabajo sobre identidad y ciudadanía cultural y su más reciente trabajo literario, en el que nuevamente nos propone formas creativas de pensamiento crítico que rompen cánones y cruzan fronteras.

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