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Alteridades

On-line version ISSN 2448-850XPrint version ISSN 0188-7017

Alteridades vol.17 n.34 Ciudad de México Jul./Dec. 2007

 

Lecturas

 

Fronteras de pertenencia. Hacia la construcción del bienestar y el desarrollo comunitario transnacional de Santa María Tindú, Oaxaca* 

 

Reseñado por Rocío Valeriano**

 

*Rocío Gil Martínez de Escobar, Fronteras de pertenencia. Hacia la construcción del bienestar y el desarrollo comunitario transnacional de Santa María Tindú, Oaxaca, Ediciones Casa Juan Pablos/Universidad Autónoma Metropolitana–Iztapalapa/ Fundación Rockefeller, México, 2006, 400 pp.

 

** Departamento de Antropología de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa

 

¿Qué hace diferente a una comunidad local de una transnacional? ¿Qué mecanismos hacen posible que aun en la distancia una comunidad mantenga su unidad? ¿Qué implica para ella el fenómeno migratorio? ¿Cuáles son los parámetros para determinar quién pertenece a ella y quién está excluido? Las respuestas a estas y otras cuestiones las presenta Rocío Gil en el agudo análisis que hace de una comunidad transnacional del estado de Oaxaca: Santa María Tindú. Se trata de un recorrido por las experiencias de sus miembros, dispersos en distintos puntos geográficos de México y Estados Unidos y quienes, lejos de sucumbir a la distancia, refuerzan ininterrumpidamente sus lazos identitarios con el propósito de alcanzar el bienestar comunitario.

Así, la originalidad de esta obra radica en haber ubicado el punto focal en las estrategias que este pueblo ha desarrollado conjuntamente para alcanzar su desarrollo y bienestar en ambos lados de la frontera. Claro está que son múltiples los aspectos que giran alrededor del tema central y que van dando forma a la etnografía que la autora nos presenta; se apunta, por ejemplo, que el aparato político es el eje articulador de las dinámicas transnacionales, aunque los demás ámbitos de la vida tindureña no dejan de ser relevantes para el análisis.

Dado que los aspectos que se abordan son muchos y variados, el verdadero planteamiento del problema podría parecer borroso, pero a medida que avanza la lectura se va aclarando cada vez más. Entonces tenemos que los tindureños, debido a su carácter transmigrante, asumen una doble condición: son ciudadanos transnacionales del pueblo y, al mismo tiempo, son ciudadanos locales en los lugares de destino, paradoja que les significa vivir una doble exclusión social, pues las autoridades no toman en cuenta sus necesidades específicas. Frente a esta situación, los tindureños se han visto forzados a crear estrategias de inclusión –por medio del aparato político–, lo que les garantizaría la pertenencia a la comunidad y, consecuentemente, ser partícipes y beneficiarios del desarrollo y el bienestar.

...mostrar cuáles son los procesos de conformación de la unidad transnacional, la cual se construye a partir de la delimitación de fronteras sociales, políticas, simbólicas y culturales que se traducen en mecanismos de pertenencia y ciudadanía.

Los procesos de construcción y reconstrucción de las fronteras comunitarias que les dan identidad a estos individuos son la piedra angular de la investigación y, a la vez, el eje articulador del resto de los temas tratados, dándole así forma a un trabajo antropológico en donde la imponderable observación participante hace posible advertir una etnografía documentada de la comunidad tindureña dispersa en México y Estados Unidos. Si los mecanismos de construcción de fronteras comunitarias son el eje articu–lador, es necesario nombrar a los tres que, por su trascendencia, se hacen presentes en la vida cotidiana de la comunidad: la negociación de la pertenencia, los procesos internos de exclusión y la resolución de conflictos mediante la cultura.

Así pues, el trabajo se divide en dos grandes secciones, en las cuales, a través de diversos temas, la autora nos presenta los mecanismos que adoptan los tindureños para construir la pertenencia y la ciudadanía. La primera parte se enfoca en el análisis de la conformación interna de la comunidad, mediante el examen de cuatro instituciones primordiales, a saber, parentesco, economía, cultura y el sistema político; mientras que la segunda centra su atención en el contexto social en el que están insertos estos actores. Veamos. El concepto de comunidad adquiere un matiz diferente cuando nos referimos al fenómeno de la migración; ya no es posible considerar como comunidad a un agregado de personas que comparten un espacio geográfico, que automáticamente pertenecen a ella sólo por vivir dentro de ese espacio físico y que poseen una identidad en común. Para el caso de los transmigrantes tindureños, sería más correcto decir que es una comunidad desterritorializada y transnacional, que la determinación de sus miembros se da mediante criterios de ciudadanía, es decir, por derechos y obligaciones; y que se define a la comunidad como la suma de localidades, o sea, por el método multilocal.

La empresa de realizar una etnografía de una comunidad transnacional y multirregional no parece fácil; sin embargo, Rocío Gil resuelve la situación ubicando los principales puntos geográficos donde se encuentra la mayoría de los transmigrantes tindureños. Así, aparecen tres comunidades de estudio: Santa María Tindú, California y Oregón, de las que poseemos un panorama ampliado de su vida cotidiana en la que se desvelan cada una de las lógicas de actuación y de toma de decisiones comunitarias, además de entender su sistema sociopolítico, el cual, como se ha mencionado, es de importancia medular en la conformación de su comunidad. En el capítulo cuatro, la autora expone que el parentesco es uno de los elementos de construcción de fronteras de la comunidad; y es que un elemento de anclaje a ella, en medio de la dispersión comunitaria, son las unidades domésticas, que articulan las geografías y demografías de la comunidad.

Los tindureños se tienen que desplazar constantemente en función de la oferta laboral, por lo que de forma continua se presentan nuevas configuraciones familiares ajustándose a las temporalidades y especialidades. Estos movimientos han propiciado reacomodos en la estructura social para mantener la unidad y la continuidad del grupo; por ejemplo, los roles cambian: los hombres dejan de ser la cabeza de la familia y las mujeres tienen que masculinizarse y tomar el papel que desempeñaban sus esposos; las modalidades de residencia también se modifican debido al flujo constante de personas, provocando que surjan maneras alternas a las tradicionales. Entonces, la autora propone que a la forma de organización del parentesco se le denomine unidad doméstica transnacional, que es en donde conviven personas que pueden o no tener lazos de parentesco, es posible que habiten más de una vivienda, comparten la actividad doméstica y se presenta una gran movilidad de sus miembros debido a su situación laboral en cada uno de los hogares que la componen.

Observamos que ante las nuevas configuraciones de la pertenencia comunitaria los tindureños han tenido que manipular las reglas sociales para adecuarlas a sus circunstancias particulares, por ejemplo mediante las alianzas matrimoniales y los actos de ciudadanía. También los criterios para definir las fronteras –alianzas de parentesco, vínculos, participación política y residencia– han tenido que flexibilizarse, con el fin de permitir la participación e inclusión de los tindureños en la comunidad.

La creencia generalizada es que los migrantes se lanzan a la aventura motivados sólo por el deseo de ayudar económicamente a sus familiares que se quedan en el lugar de origen; sin embargo, Rocío Gil nos presenta una realidad distinta al mostrarnos que existe algo más que esa motivación inicial, pues el beneficio es multidireccional. Si bien es cierto que la ayuda que se envía a Tindú es de suma importancia para el desarrollo comunitario, es igualmente verdadero que quienes permanecen en la comunidad de origen también contribuyen a la consecución del estado de bienestar de aquellos que se encuentran del otro lado de la frontera; la propuesta es entonces no hablar de remesas, ya que el concepto se limita a la dimensión económica, y mejor hablar de flujos transnacionales. En efecto, existe una constante circulación de flujos no sólo de dinero sino también sociales, culturales, etcétera, que provienen de todos los lugares donde se ubican los miembros de la comunidad.

Otro aspecto relevante en Santa María Tindú es el aspecto cultural, pues por medio de las prácticas cotidianas se materializa la red de significados compartidos por los integrantes. En esta parada del recorrido la autora nos presenta, con ejemplos concretos, las dinámicas que los tindureños realizan teniendo como telón de fondo el elemento cultural, imprescindible en la conformación de la identidad comunitaria. Aquí observamos que transgredir las normas comunitarias significaría cerrarse las puertas a la posibilidad de ayuda en caso de necesitarla. Lo heterogéneo de la comunidad propicia que la pertenencia a ella no sea una cualidad dada sólo por el hecho de haber nacido dentro, más bien es un derecho que tienen que negociar día a día mediante la participación en actos comunitarios, principalmente en tres: la construcción de casas, las fiestas rituales y las fiestas comunitarias.

Como en cualquier sistema social, en la comunidad de Tindú han ocurrido transformaciones estructurales que generan contiendas en su interior. En cuanto al ámbito cultural, los tindureños se enfrentan a una situación paradójica pues, por un lado, defienden su derecho a mantener su identidad tradicional, es decir, referente al territorio y a los mitos de origen: la nostalgia por los tiempos pasados y el imaginario del retorno al pueblo de origen; pero, por otro lado, deben adaptarse a los elementos culturales emergentes y transitar por un proceso de transculturación, para que así tanto los elementos tradicionales como los modernos de la cultura de Tindú coexistan en la vida cotidiana de la comunidad configurando su identidad como translocal y transnacional.

El capítulo siete es de especial trascendencia; en él, Rocío Gil nos revela el aparato político de Santa María Tindú –recordemos que éste es el elemento más importante de construcción de comunidad, ya que todos los tindureños se insertan en él para "ganarse" el derecho a la pertenencia–. En este capítulo descubrimos las dos principales funciones de la organización política en el lugar: articular a los tindu–reños en un nivel comunitario y hacer posible la planeación de los proyectos de desarrollo. En cuanto a la primera función observamos que, debido a la dispersión geográfica de la comunidad, ésta ha tenido que reformular sus reglas, adaptándolas a su conveniencia y así poder seguir participando, de distintas formas, en las funciones de la comunidad. En este aspecto, el aparato político ha respondido haciendo más flexibles las exigencias de participación y ciudadanía en aras de incluir a la comunidad tanto en el sistema político de México como en el de Estados Unidos. Respecto a las estrategias colectivas de desarrollo, el papel de la organización sociopolítica tindureña ha sido fundamental, pues por medio de su gestión se han cristalizado los proyectos de desarrollo propuestos por la comunidad, para así poder alejarse de la exclusión a la que han sido arrojados por el hecho de vivir en dos países.

Considero que este sistema es peculiar en cuanto presenta una forma organizativa sui géneris: aunque el centro político de la comunidad se encuentra en Tindú, existen otras instancias políticas como el Comité Seccional y la Mesa Directiva, que se articulan al primero de manera multicéntrica. Tindú dispone de un elemento simbólico de gran importancia: el sello, el cual representa "la última palabra" en la toma de decisiones, no sin antes haber tomado en cuenta las opiniones de los integrantes de todas las demás partes del gobierno. La participación de las mujeres en este ámbito ha sido decisiva, pues, si bien aún siguen siendo relegadas, los persistentes esfuerzos de algunas valientes han logrado abrir brecha en cuanto al empoderamiento de los derechos de la comunidad tindureña en Estados Unidos. La autora nos platica cómo ha sido el proceso por el cual han transitado estas mujeres, logrando adquirir la ciudadanía local por medio del ejercicio de sus derechos sociales.

Bienestar y exclusión son constructos que van de la mano en el análisis de las comunidades transnacionales, por lo cual Gil dedica un capítulo a mostrarnos un panorama general de las situaciones de acceso a tres ámbitos íntimamente relacionados con estos conceptos: vivienda, salud y educación. El énfasis está puesto en la manera en que se le da tratamiento al concepto de exclusión social, ya que además de aludir inevitablemente al ámbito económico, también se refiere a las esferas social y cultural. Ante la situación de doble exclusión, los tindureños generan sus propios mecanismos de participación y exclusión desde dos ámbitos distintos: el social y el institucional. Este grupo también experimenta otra clase de exclusión: la interna, vinculada con la negociación cotidiana de la pertenencia y la ciudadanía. Recordemos que tanto en México como en Estados Unidos los programas de bienestar están enfocados en sujetos estáticos, por lo que las necesidades reales de los transmigrantes quedan invisibilizadas. Frente a esto, la propuesta de la autora para atender la doble exclusión a la que se encuentran expuestos los tindureños es procurar el bienestar desde una perspectiva transnacional, esto es, atendiendo a las paradojas entre los dos sistemas sociales donde la visión de los propios tindureños tenga especial énfasis ya que sólo ellos conocen sus verdaderas necesidades. Una vez más podemos apreciar el esfuerzo de las mujeres al resistirse a la exclusión: la autora muestra algunos casos de mujeres líderes, quienes, desde la subalternidad, han participado activamente en la procuración del bienestar propio y comunitario.

Para finalizar el recorrido, en el capítulo nueve Gil presenta algunos ejemplos de proyectos de desarrollo comunitario. En concreto, son tres los logros más importantes en Tindú: el criadero de peces, la construcción del drenaje y la adquisición de la ambulancia. Todos, por una u otra razón, no han tenido éxito en la práctica; sin embargo, la comunidad ha obtenido notoriedad en otros rubros como el político y el simbólico, pues ya con su mera presencia física demuestran los alcances de su organización política, lo que obliga al gobierno estatal y al municipal a fijar la mirada en este tipo de comunidades transnacionales que luchan por hacerse visibles ellos mismos y sus necesidades reales frente al Estado. Y es que, ante el prácticamente nulo interés de éste en procurar el bienestar de estas comunidades, los ciudadanos han tenido que tomar la batuta y poner en marcha diversas estrategias para lograr su inclusión en ambos países.

Los proyectos de desarrollo social juegan un papel fundamental en la vida de los tindureños, ya que por medio de ellos la sociedad civil adquiere y reafirma su ciudadanía a la comunidad generando así la inclusión, el desarrollo y el bienestar comunitario. Existen dos grupos de ciudadanos tindureños que han sido protagonistas del desarrollo transnacional al enfocar sus esfuerzos en la consecución de mejores condiciones de existencia de la comunidad: las mujeres, que están trabajando por el bienestar en un nivel local en Madera y Oregón, y los intelectuales orgánicos, que han promovido el desarrollo del pueblo articulándolo en sus diferentes geografías. Los tindureños se encuentran de nueva cuenta en una situación paradójica, ya que se topan con elementos modernos que ineludiblemente tienen que incorporar a su vida cotidiana, pero se resisten a abandonar sus tradiciones; entonces, estos dos ámbitos coexisten a la vez y sus delimitaciones son difusas, lo cual ocasiona que los ciudadanos fluctúen entre el desarrollo y el subdesarrollo.

Considero que un aspecto de gran envergadura en el análisis es la reiterada invitación de la autora a considerar seriamente las verdaderas necesidades de la comunidad tindureña en ambos lados de la frontera, pues sólo así pueden ser viables sus proyectos comunitarios, lo que le reportaría grandes beneficios, como su desarrollo y su consecuente bienestar. No obstante el libro es extenso, creo que, lejos de cansar al lector, de capítulo en capítulo nos sumergimos cada vez más en un mundo donde las disparidades son la constante que da color a la vida de la comunidad transnacional. Otro mérito de este texto radica en haber hecho patente la necesidad de flexibilizar los esquemas conceptuales que tenemos acerca de diferentes constructos sociales, pues, de lo contrario, se tornaría muy difícil entender todo el sistema social de esta comunidad. Y es que en la continua reconstrucción de sus fronteras de pertenencia se involucran distintos elementos que la constituyen y que sólo pueden ser entendidos desde la perspectiva de los tindureños. Pese a que en este análisis faltó profundizar en el aspecto religioso de las actividades cotidianas comunitarias, la obra cumple con su objetivo respecto a la profundidad metodológica y a una descripción etnográfica de calidad que refrenda el premio al que fue acreedora.

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