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Alteridades

versión On-line ISSN 2448-850Xversión impresa ISSN 0188-7017

Alteridades vol.17 no.34 Ciudad de México jul./dic. 2007

 

Clases medias y espacios urbanos

 

Los hijos de la modernidad: movilidad social, vivienda y producción del espacio en la Ciudad de México*

 

The children of modernity: social mobility, housing and city production within Mexico City

 

Claudia Carolina Zamorano Villarreal**

 

** Investigadora del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS–D.F.). Juárez 87, Tlalpan 14000, México, D.F. claudiaz@ciesas.edu.mx

 

* Artículo recibido el 04/05/07
y aceptado el 06/09/07

 

Resumen

En este artículo se vinculan movilidad social, prácticas residenciales y división social del espacio en el análisis de los Itinerarios de vida de grupos de parentesco pertenecientes a distintas fracciones de clase media y compuestos por dos generaciones, los cuales tienen en común haber fundado la colonia Michoacana, primer proyecto de vivienda social mexicano construido entre 1934 y 1936 en la Ciudad de México. Los ejes temáticos se interrelacionan desde dos perspectivas: observando el alcance del proyecto en los itinerarios profesionales y residenciales de los hijos de los fundadores, y mostrando cómo estos itinerarios contribuyeron a transformar la división social del espacio urbano.

Palabras clave: clase media, modernidades, movilidad social, prácticas residenciales, división social del espacio urbano.

 

Abstract

This article attempts to relate social mobility, residential practices as well as social division of urban space to the analysis of the life experience of several middle–class family groups made up of members of two generations. These family groups have been founders of the "Colonia Michoacana", the former Mexican social housing project created in 1936 in the east outskirts of Mexico City. The main analytical subjects are linked from two perspectives: looking at the impacts of this housing project on the labor and residential itineraries of the second generation members (the founders' children) and exploring the contribution of these itineraries to the transformation of the social division of urban space.

Key words: middle–class, modernity, social mobility, residential practices, social division of urban space.

 

Introducción

A mediados de los noventa, después de 15 años de interrupción, el tema de la movilidad social comenzó a reintroducirse en las ciencias sociales mexicanas y, aunque lo hizo de manera tímida en términos cuantitativos, fructificó en propuestas teórico–metodológicas. Por citar algunos ejemplos, desde el punto de vista de la sociodemografía Escobar analiza los cambios en los patrones de movilidad geográfica y social en el contexto de la globalización (1995 y 2001), y Pacheco explota la Encuesta Demográfica Retrospectiva (Eder)1 para entender la movilidad social intergeneracional mediante la trayectoria ocupacional de padres e hijos (2005). Con base en la historia social, un grupo de investigadores coordinado por Mentz describe las trayectorias de individuos, familias y grupos sociales adscritos a estratos medios entre los siglos XVII y XX (Mentz, 2003). Si los trabajos sociodemográficos toman la ocupación como variable central, este grupo de historiadores introduce también el prestigio social, el poder político, el patrimonio y las alianzas familiares. Además, al mostrar los problemas de la historia para aprehender la movilidad social de los sectores medios, ofrece elementos de reflexión para quienes estudiamos la época contemporánea. Por último, desde la perspectiva de la antropología social, Rodríguez vincula la movilidad social con el espacio urbano, considerando la movilidad laboral y residencial como dos procesos que evolucionan al ritmo de los cambios en los patrones de organización de la estructura ocupacional y de la estructura urbana; cambios que, a su vez, son producto de las transformaciones en las estructuras sociales de acumulación (1996: 294).

El presente artículo intenta contribuir a este debate, y relaciona la movilidad social y las prácticas residenciales con lo que Duhau denomina la división social del espacio, entendida como la expresión espacial de la estratificación social, pero que no se refiere exclusivamente a ella, sino que también alude a variables como tipo de hogar y etapa del ciclo vital familiar, entre otras (2003: 179).

Si bien la tesis de Rodríguez (1996) constituye un punto de partida para mi análisis, aquí asumo dos posicionamientos que lo distinguen: primero, considero que la movilidad social no siempre conlleva la movilidad residencial, por lo que propongo abrir el espectro conceptual para hablar de prácticas residenciales, que incluyen aquellas relacionadas con la movilidad residencial (acceso a la vivienda, elección de lugar, etcétera), pero también con los modos de apropiación, transformación y consumo del espacio vivido. Segundo, adopto una perspectiva constructivista, con la cual, partiendo del análisis de itinerarios de vida,2 elaboro lo que Gribaudi (2006) llama cadenas causales complejas: una sucesión de eventos en la vida de un individuo que entrelaza de modo flexible familia, matrimonio, migración, estudios, desarrollo laboral y estrategias residenciales. Así, resulta una herramienta que da lugar a la incertidumbre y a la discontinuidad, permitiendo entender la heterogeneidad y las fracturas que caracterizan a los sectores medios mexicanos y a sus espacios.

El material empírico aquí utilizado parte de las historias de vida de 35 grupos de parentesco pertenecientes a distintas fracciones de la clase media y compuestos por dos generaciones. Estos grupos tienen como característica común haber sido fundadores de la colonia Michoacana: primer proyecto de vivienda social mexicano creado en 1936 en la entonces periferia oriente de la Ciudad de México. Iniciaré describiendo la particularidad de esta colonia, lo que permitirá entender por qué las familias fundadoras se consideran las hijas consentidas de la modernidad. Enseguida expondré algunas dificultades de distanciamiento del discurso, propias del trabajo etnográfico aplicado en contextos urbanos, y explicitaré la construcción de una herramienta gráfica donde se cruzan genealogías recabadas en campo con los mapas mercadológicos del Buró de Investigaciones de Mercado, S.A. (BIMSA). Después entraré propiamente en materia desde dos ángulos: por un lado, observando cómo haber sido beneficiario de este primer proyecto de vivienda de interés social influyó diferencialmente en los itinerarios profesionales y residenciales de los hijos de los fundadores, y, por el otro, mostrando la manera en que estos itinerarios contribuyeron a la transformación de las divisiones sociales del espacio urbano capitalino.

 

La colonia Michoacana: un espacio programático de la modernidad

La colonia Michoacana formó parte del primer proyecto mexicano de vivienda social promovido a principios de los años treinta por el entonces recién creado Departamento del Distrito Federal (DDF). Era una fase de construcción del Estado revolucionario que trataba de acuñar un proyecto de nación mediante la política de sustitución de importaciones y la modernización industrial. La capital de la república sería la sede de los poderes federales y la impulsora del desarrollo, para lo cual sería clave instaurar el sistema de regencias, asignar amplios subsidios federales y aspirar a una planificación urbana funcionalista.

En este contexto, en 1932 el Muestrario de la vivienda Moderna convocó al concurso de la vivienda Mínima Obrera. Los proyectos ganadores fueron los de los Arquitectos radicales, un grupo de intelectuales socialistas que "asumiendo los dictados de la modernidad pero sensibilizados por el ímpetu revolucionario incidieron en la práctica de la arquitectura que se interesó por las carencias entre los grupos populares y arribó a una interpretación radical del funcionalismo" (Sánchez Ruiz, 1999: 65). Con diseños inspirados en la Bauhaus,3 las viviendas se asentaban sobre un lote promedio de 100 m2 y contaban con todos los servicios urbanos, un mínimo de dos recámaras, un baño completo, una cocina independiente, una estancia y un patio de unos cuarenta metros cuadrados, destinado a un jardín de hortalizas.

Los arquitectos programaron la construcción de cerca de 800 casas repartidas en tres colonias que estarían insertas en lo que a principios del siglo xx se llamaba la Herradura de Tugurios: un medio anillo que bordeaba la periferia nororiente de la capital (desde la Candelaria de los Patos hasta Tlatelolco) y que se caracterizaba por presentar altos índices de pobreza. Justo por el intento de romper la inercia de la marginación, los arquitectos radicales juzgaron importante equipar las colonias con un complejo sistema de infraestructura deportiva, recreativa y educativa, que debería beneficiar también a las colonias vecinas. Así, al mejorar –aunque fuese con tres minúsculos lunares de modernidad– sus condiciones de vida, los llamados conjuntos de vivienda para obreros y empleados podían ser vistos como un elemento que contrarrestaría la tendencia a la precarización de la zona.

La cantidad de viviendas construidas no podía remediar el déficit habitacional de la capital mexicana. Esta ciudad, que de 1900 a 1940 pasó de 383 005 habitantes a 1 584 588, observando elevadas tasas de inmigración (Unikel, 1976), alojaba ya 60 por ciento de personas en condiciones de pobreza (Lewis, 1961: 27). Esta situación condujo a los científicos sociales a centrar su atención en la pobreza urbana y a elaborar un perfil prácticamente monolítico del inmigrante como el campesino o el indígena, casi por definición pobre, que tuvo grandes impedimentos para integrarse a la moderna urbe: el subempleo sería su destino laboral y el alquiler de un cuarto redondo4 en una vecindad, su destino residencial. A todas luces, esta población quedaba al margen del desarrollo moderno que pretendía el Estado revolucionario. Pero ¿había quienes sí estaban insertos en él?

Todo indica que entre este reducido grupo se encuentran las familias de obreros y empleados que tuvieron acceso a las viviendas de los Arquitectos radicales, hecho que los hacía aparecer como los hijos consentidos de la modernidad; de una modernidad que, dentro de una gran gama de modernidades por las que ha atravesado la humanidad, Harvey categorizó como heroica: surgida en el periodo entreguerras, esta modernidad era neopositivista en cuanto pretendía sentar las bases científicas del urbanismo y la arquitectura, fundándose en principios funcionalistas. Pero, además, intentaba imponer un orden racional a objetivos socialmente útiles, donde lo racional era definido por la eficiencia técnica y la producción mecánica, y donde sus objetivos podían considerarse socialmente útiles cuando coadyuvaran a la emancipación humana y del proletariado (Harvey, 1998: 48).

Pero no hay que confundir las causas con los efectos. Estas familias tuvieron acceso a esas viviendas modernas y con facilidades crediticias inéditas para el México posrevolucionario porque respondían a los criterios de asignación de impuestos por el DDF: "ser mexicanos, jefes de familia, no menores de diez y ocho años ni mayores de cuarenta y cinco y disfrutar de emolumentos de $75.00 como mínimo" [es decir, lo equivalente al recién instituido salario mínimo] (DDF, 1934: 67; corchetes míos). Esto significaba que quienes tenían derecho a este programa contaban con peculiaridades que los distinguían de los pobres urbanos y los insertaban ya en la modernidad.

La colonia Michoacana, compuesta de 228 viviendas, estaba integrada en su mayoría por obreros calificados, militares, artesanos y burócratas, que por lo regular pertenecían a uno de los sindicatos que comenzaban a componer el complejo sistema corporativista del Estado. Entre ellos abundaban los ferrocarrileros y los empleados de los Talleres Gráficos de la Nación y del Departamento del Distrito Federal. Según información de campo, sólo dos eran originarios de la Ciudad de México y los demás eran inmigrantes. Casi todos provenían de ciudades del interior de la república y tenían una experiencia laboral urbana previa a su llegada a la Ciudad de México, lo que les permitió una inserción profesional bastante exitosa dentro de las ramas ya señaladas. Con un promedio de diez años de residencia en la Ciudad de México antes de obtener su vivienda, estas familias rentaban –como la gran mayoría de la población pobre y media capitalina– un cuarto o una accesoria de alguna vecindad del barrio de Tepito.

¿Qué significó en los planos social, económico y profesional haber vivido en estas colonias? ¿Tuvo alguna repercusión sobre los itinerarios de vida de las generaciones subsiguientes?

 

¿Una historia de rotundos éxitos o un problema de percepción inducido por el trabajo de campo?

Este artículo es parte de un trabajo más amplio intitulado Los Hijos de la Modernidad y sus Prácticas Residenciales, para el cual se han recopilado las historias de 35 grupos de parentesco5 fundadores de la colonia Michoacana. Imponiéndome como consigna entrevistar a la mayor parte posible de los miembros de estos grupos y cubrir tres generaciones, entre 2002 y 2006 realicé cerca de 70 entrevistas semidirigidas, lo que implicó desplazamientos hacia los domicilios de las personas que ya no viven en la colonia.

Asimismo, utilicé varias herramientas para la verificación del discurso, entre ellas las genealogías familiares, que hacen énfasis en los itinerarios residenciales y profesionales. Pese a que el material de campo se extiende sobre tres generaciones, aquí limito el análisis a las dos primeras, constituidas por personas nacidas entre 1900 y 1945 y que presentan itinerarios de vida largos.6

Un caso representativo de movilidad social ascendente

Uno de los primeros casos analizados en esta investigación fue el de la familia Zepeda,7 que me pareció ilustrativo de una movilidad social ascendente. La primera generación estaba compuesta por Roberto y Dora: él, obrero calificado que trabajaba en una industria petrolera de Tampico antes de llegar a la Ciudad de México; ella, profesora de primaria oriunda de Querétaro, que abandonó su empleo al momento de casarse en 1921. La joven familia, ya con tres hijos, inmigró a la Ciudad de México en 1926 y se instaló en una vecindad del barrio de Tepito. La obtención de una vivienda en la colonia Michoacana en 1936 le sirvió como puerto de amarre para gozar de estabilidad en la fase de expansión de su ciclo de vida familiar, con la posibilidad de invertir con cierta holgura en la educación de los hijos.

La movilidad social de la primera generación no fue contundente. En cambio, la segunda generación mostró un despegue excepcional, impulsado sin duda por dos factores: el llamado milagro mexicano y el programa de educación socialista de Lázaro Cárdenas, que en la colonia tomó cuerpo con la edificación del Centro Escolar Estado de Michoacán. En efecto, los miembros de la segunda generación se constituyeron como los hijos de otra modernidad; ya no de la heroica, la cual, según el propio Harvey, murió con la Segunda Guerra Mundial. Se trataba de una modernidad alta o universal que, conservando sus valores positivistas y racionalistas, remplazaría sus principios sociales y humanitarios por una serie de fundamentos tecnocráticos (Harvey, 1998: 52). En México, esta modernidad se manifestó y fue influida por la política de sustitución de importaciones, gracias a la cual el país experimentó el periodo de estabilidad económica más importante de su historia contemporánea. Paralelamente, se dio un proceso de democratización en el que la educación pública ocuparía un lugar central y que, con todos sus bemoles,

condujo a una desconcentración del poder y la consecuente aparición de nuevas jerarquías sociales, lo que abrió el acceso a los niveles superiores de la sociedad a quienes sin poseer riqueza tienen conocimientos, y quienes sin tener la una y muy poco de lo otro disponen de habilidades políticas (Loaeza, 1988: 24).

En el caso de los Zepeda, la hija mayor terminó a los 14 años una carrera de secretaria comercial y a los 15 ya estaba trabajando en un bufete de abogados. Los otros dos hijos, que acoplaban desde jóvenes los estudios con la práctica profesional, se graduaron como contadores públicos en el Instituto Politécnico Nacional. El desempeño profesional de ambos combinaba puestos de confianza dentro del sector estatal y paraestatal y la afiliación a despachos contables de alto nivel.

Esta evidente movilidad profesional plasmó sus efectos sobre sus prácticas residenciales y, más ampliamente, espaciales. La hija mayor, casada con un piloto mexicano que trabajaba para una compañía aérea norteamericana, migró a Estados Unidos, donde encontró trabajo como secretaria bilingüe.8 Los dos hijos varones que se quedaron en la Ciudad de México, habiéndose casado a mediados de los años cincuenta, se fueron desplazando de manera progresiva hacia colonias más prósperas que la de sus padres. El mayor terminó sus días, a los 78 años, en un condominio residencial al sur de la ciudad y tenía una casa secundaria en provincia. El más joven (de 73 años) tiene una gran residencia en la colonia San Jerónimo Lídice, además de un departamento en la colonia Polanco y otro en Houston, Texas.

En varias de las entrevistas se perciben historias de éxito como ésta, incluso para algunas familias que aún residen en la colonia. Pero, conociendo que el crecimiento económico del país y la democratización no resolvieron los problemas de desigualdad social y marginación, toca preguntarse si todas las familias beneficiadas por este proyecto de vivienda social tuvieron la oportunidad de aprovechar las posibilidades ofrecidas por el milagro económico y, en caso de obtener una respuesta negativa, cuáles fueron los factores que indujeron las diferencias.

Del éxito y la representación de sí en la entrevista

Para contestar las cuestiones del párrafo anterior, debe señalarse que la idea de éxito no es neutra, sino que está impregnada de convencionalismos liberales, donde el esfuerzo y el mérito personal aparecen como factores que permiten el logro de un buen negocio o un buen puesto, mismos que redituarán directamente sobre su economía y su prestigio.9 Dicho esto, hay que considerar también algunos problemas que Bourdieu señala cuando indaga sobre los usos sociales del parentesco: durante las entrevistas, los interlocutores, ostentando ser representantes de su grupo de parentesco, ponen particular énfasis en la descripción de los itinerarios de vida exitosos o extraordinarios, y crean así una especie de nube sobre los casos considerados por ellos mismos poco relevantes o hasta vergonzosos (2000: 83 y ss.). Esto se verifica en mis entrevistas, donde se percibe incluso una propensión a borrar de la genealogía a algunos parientes incómodos. Además, la tendencia a ensalzar los casos exitosos se extiende también a los vecinos honorables, como una manera de reafirmar la identidad de la colonia. Algunos interlocutores enlistaban con sobrado entusiasmo cómo y dónde habían vivido el presidente del Banco de México, el director de la Volkswagen, el boxeador Kid–Huarache o el centro delantero del Atlante.

Este juego de presentación de símismo y de su grupo de pertenencia ante el otro –es decir, nosotros los entrevistadores–, que se revela en cualquier trabajo de campo, impone ciertas dificultades a los estudios etnográficos aplicados a contextos urbanos y, en particular, a clases medias: primero, porque en estos contextos es más difícil realizar la observación participante –que permitiría validar y relativizar el discurso de los informantes–; segundo, porque esta dificultad y la pertenencia del sujeto a múltiples contextos obstaculizan la autonomía del investigador, ciñendo su análisis a las palabras de sus interlocutores. Esto lo explica Althabe cuando habla de los retos de la antropología en sociedades contemporáneas.

Sucede que el investigador y los sujetos se encuentran prisioneros de la situación de campo. La investigación y los resultados inmediatos que ésta arroja quedan encerrados en el contexto de la comunicación. Es aquí y en este instante que el conocimiento se produce. Sin embargo, los sujetos reunidos en este "aquí y ahora" pertenecen a una pluralidad de situaciones sociales. Así, generalmente, el agrupamiento en la residencia y en el trabajo, desde el punto de vista de cada uno de los sujetos, no tiene nada que ver con el otro (Althabe, 2003: 8).

En efecto, la reflexión permanente sobre la producción de situaciones de campo que propone Althabe (2003), así como la realización de entrevistas largas y repetidas con la mayor parte del grupo de parentesco, propuesta por Oscar Lewis (1961), son técnicas que permiten mitigar estos problemas. Pero ¿es posible echar mano de otras fuentes y técnicas para validar la información producida en campo y otorgar mayor autonomía al investigador?

Mapas mercadológicos y genealogías: una herramienta de distanciamiento del discurso

La anterior ha sido una de las preguntas centrales de mi investigación, y conduce a que las herramientas y técnicas de análisis devengan objetos de reflexión.10 Aquí pondré a prueba el cruce de las genealogías familiares recabadas en campo con datos estadísticos representativos como los que ofrecen los mapas merca–dológicos del BIMSA.11

Es un juego gráfico inspirado en la propuesta de Vergneault–Belmont (1998: 152–159) que permite distanciarnos del discurso de nuestros entrevistados. Una vez elaboradas las genealogías, se borran los nombres de las personas que las componen, lo cual nos lleva a pensar en un fenotipo, un tipo de casa o un auto y a ubicarlo inconscientemente en un rango social. El segundo paso consiste en diferenciar con colores o texturas las categorías establecidas. Para este caso, me guié por el nivel socioeconómico que asignó BIMSA a la zona de la última residencia de cada miembro del grupo de parentesco. Finalmente, se comparan las distintas genealogías y se regresa a las historias de vida para obtener de ellas la explicación de sus diferencias y similitudes.

El mapa mercadológico de BIMSA es una herramienta usada por agencias de mercadotecnia y proyectistas de grandes cadenas comerciales con el fin de decidir el lugar más adecuado para instalar un negocio. Bajando a una escala de zona y a veces de colonia, los mapas clasifican los hogares en seis niveles socioeconómicos cuya definición está basada en tres grupos de datos:

1) Características de la vivienda: régimen de propiedad, materiales de construcción y número de cuartos.

2) Bienes durables: calentador de agua, auto, televisión, video, radio, computadora, horno de microondas.

3) Aspectos socioculturales y socioeconómicos: a) Educación: niveles de estudio y asistencia de los hijos a escuelas públicas o privadas; b) Servicios: bancarios, asistencia a clubes deportivos, seguros de vida y auto; c) Ingreso mensual familiar.

Los niveles socioeconómicos que resultan de la combinación de estas variables se presentan en el cuadro 1.

Del nivel C al C+ se engloba una clase media con diferentes estratos que van del bajo al alto. Dentro de éstos hay distintos segmentos definidos en lo fundamental por criterios profesionales: comerciantes, profesionistas liberales, intelectuales, servidores públicos, empleados y pequeños empresarios. En los umbrales de estos estratos se encuentran los grupos de los niveles B y D+, que comparten, respectivamente, varias características con los extremos alto y bajo de la estructura social, sin diferenciarse por completo de las clases medias. Por último, los niveles D y E engloban a la población en situación de pobreza y de extrema pobreza, y el nivel A (que BIMSA fusiona con B) registra a la población más rica de la ciudad.

Mediante adverbios como frecuentemente, a veces y usualmente, BIMSA establece sus perfiles tipo, y da pie a la indefinición, a casos excepcionales y posibles combinaciones que evidencian que se trata de categorías flexibles. Pese a estas precauciones, la variable ingresos parece tener un papel central en la definición de las categorías. Este principio pragmático –acorde con las necesidades de BIMSA– muestra inconvenientes para la utilización de la fuente en las ciencias sociales; por ejemplo, que el criterio reduce el campo social, que es multidimensional, al campo económico y a las relaciones de producción económica, que se constituyen como las coordenadas de la posición social de un agente (véase Bourdieu, 1984). Así, hay que insistir en que el cruce de las genealogías con los datos de BIMSA conforma una herramienta gráfica de distanciamiento y validación del discurso de los entrevistados que, como se verá, actúa como un revelador de preguntas más que de respuestas.

 

Los hijos de la modernidad: ¿algunos más consentidos que otros?

Si la historia residencial de los Zepeda se observa con el lente del mapa BIMSA de 1998 (genealogía 1), es posible constatar que los dos hermanos contadores dejaron la colonia Michoacana –situada en el nivel D+ (de 4 a 5 smmv12)– para insertarse en zonas cuyo nivel socioeconómico correspondía a las categorías C (de 6 a 21 smmv) y A/B, el mayor rango con más de 52 smmv.

Un perfil similar se presenta en el caso Flores (genealogía 2). El jefe de familia de la primera generación era un militar michoacano de rango medio; en los años sesenta dejó la milicia por el magisterio y se dedicó a la enseñanza del civismo en escuelas públicas de nivel básico. También fue autor de tres libros de poesía e idearios morales–filosóficos. Su esposa, ama de casa, era hija de un notario guanajuatense y, antes de contraer nupcias, fungía como secretaria en la notaría de su padre. La pareja tuvo dos hijos que presentaron trayectorias profesionales y matrimoniales disímiles: la mujer devendría secretaria y el varón, músico de la Armada de México. Ella tendría sólo un hijo, fruto de una unión que no prosperó, y él, nueve hijos de un único matrimonio, que al momento de la entrevista seguía vigente. Pese a estos contrastes, en 2004 los dos hermanos residían en zonas de nivel C (de 6 a 21 smmv), con la diferencia de que la hermana se mantuvo en la zona central (colonia Postal), mientras que el hermano se desplazó hacia la colonia La Herradura, en el Estado de México. El padre fue uno de los primeros vecinos en abandonar la colonia Michoacana para instalarse en la colonia Vista Alegre, cercana del hoy metro Chabacano y que BIMSA clasifica también dentro del nivel C.

Sin embargo, no siempre la movilidad social ascendente se manifiesta con tal regularidad. Otros casos presentan fuerte estabilidad dentro del rango D+, el mismo al que pertenece la colonia Michoacana. Pero, sin duda, la mayoría de los grupos de parentesco revela una extraordinaria heterogeneidad en los destinos sociales de la segunda generación, presentando casos de hermanos que residen en una zona socioeconómica C+ (de 22 a 51 smmv) con otros que incluso bajaron a una zona D (de 1.5 a 3 smmv).

Dentro de los casos de estabilidad se encuentra el de los Gordillo (genealogía 3), cuyo padre era mecánico en Ferrocarriles Nacionales de México y la madre, ama de casa. La pareja tuvo seis hijos, de los que sobrevivieron cuatro: un comerciante, nacido en 1931 y que, al momento de la entrevista, residía en Aragón (zona D+); una secretaria (1932), que residía en la colonia Michoacana (conservando la casa de sus padres); una mujer (1936) con una discapacidad mental, quien murió en 2003 en esa misma casa; y el hermano menor (1939), que vivía en Jardines de Morelos, Estado de México (zona D+), y cuya profesión no se logró dilucidar en la entrevista.

Finalmente, entre los numerosos casos de trayectorias heterogéneas, quisiera retener el de la familia Gómez (genealogía 4), a cuya cabeza estaba uno de los únicos médicos que se hicieron acreedores a este proyecto de vivienda social. El doctor Gómez, originario de Oaxaca, se unió con una hidalguense, que se dedicaba al hogar. Tuvieron nueve hijos, cuatro hombres y cinco mujeres. Dos de los hombres, el mayor y el sexto, obtuvieron títulos universitarios como médico y contador público, respectivamente. De los otros dos hermanos no se sabe el grado de escolaridad alcanzado, pero uno era inspector de salubridad y el otro agente de ventas. Las hermanas tenían una carrera técnica o una secundaria trunca y, salvo una cuidadora de enfermos y una comerciante, todas se dedicaban al hogar. Por los años setenta el padre obtuvo un lote para autoconstrucción en la colonia Granjas San Antonio (nivel D+) en la delegación Iztapalapa, lugar donde ahora viven la hermana comerciante y el inspector de salubridad con sus respectivas familias. Mientras tanto, la séptima hermana conservó la casa de la Michoacana. El médico y el contador tuvieron acceso, por separado, a un terreno para autoconstrucción en la colonia Los Reyes, en la periferia occidente de la capital, cerca de la carretera federal México–Texcoco (nivel D+). En contraparte a estas historias de estabilidad, la segunda hermana, la cuidadora de enfermos, habita en la casa de su empleador en San Andrés Totoltepec, Tlalpan (zona D); la quinta hermana y el noveno viven en Ciudad Satélite (zona C+), y la octava hermana reside en Valle de Aragón (zona C).

Si se considera que la zona de residencia refleja, con todas sus salvedades, el nivel socioeconómico de las diferentes unidades domésticas que componen estos grupos de parentesco, es posible comprobar que estos hijos de la modernidad presentan una combinación de itinerarios de estabilidad y de movilidad social ascendente, con algunos casos aislados de movilidad social descendente. Con esto se observa que la diferenciación de itinerarios no se presenta sólo entre los distintos grupos de parentesco, sino también en su interior.

Ahora bien, al recordar que los fundadores de la colonia pertenecían en su mayoría a una clase media baja compuesta por inmigrantes de origen urbano que ejercían como militares, obreros calificados o empleados regulares con condiciones salariales y laborales similares, es pertinente preguntarse: ¿Qué fue lo que condujo a situaciones e itinerarios sociales y residenciales sustancialmente diferentes en una población prácticamente homogénea?

La colonia Michoacana: punto de encuentro de una población heterogénea homogeneizada efímeramente por la Revolución

Las genealogías permiten ver que las familias pequeñas experimentaron una movilidad ascendente más marcada. Pero el tamaño de la familia no parece determinante en la explicación de las diferencias: si bien en las familias chicas los recursos destinados a la educación podían extenderse durante más tiempo que en las grandes, lo cierto es que también por su tamaño las primeras familias dan poco margen a itinerarios de vida discrepantes entre los hijos. La profesión del jefe de familia de la primera generación tampoco se aprecia tan definitoria en los itinerarios de vida de la segunda generación, pues, por ejemplo, los hijos del señor Zepeda –aquel obrero calificado– alcanzaron una situación socioprofesional más sobresaliente que los hijos del maestro Flores o incluso que los del doctor Gómez. En apariencia, estos criterios sociodemográficos tienen poco valor para explicar las lógicas de movilidad social de los grupos de parentesco estudiados. Por el contrario, el origen social del padre o la madre revela profundas diferencias.

Como se observó, la madre de la familia Zepeda era profesora de primaria antes de casarse. Sus hermanos eran músicos de sinfónica con un prestigio social de relativa importancia en la ciudad de San Juan del Río, Querétaro. Durante la Revolución, los padres perecieron y la familia se desarticuló. La señora Zepeda, hermana menor, quedó bajo el cuidado de una tía, quien le inculcaría una ética de trabajo rigurosa. A decir de los hijos, esta ética les fue transmitida mediante el control de trabajos escolares, de recursos económicos (cuando los hijos empezaron a percibir ingresos), de amistades y, cuando llegó el momento, de elecciones matrimoniales.

El caso de la familia Flores –el militar/maestro casado con la hija del notario guanajuatense– era similar. Incluso, relata la hija, si el padre decidió dejar la colonia Michoacana a los pocos años de haber obtenido su vivienda fue con la intención de ofrecer un mejor marco de socialización a sus hijos. En cambio, el doctor Gómez, quien tuvo nueve hijos con destinos residenciales y sociales dispares, provenía de una familia humilde de la ciudad de Oaxaca, y –cuentan sus hijos–gracias a un esfuerzo personal y familiar excepcional pudo realizar estudios universitarios en la ciudad de México, donde decidió residir y ejercer.

Así, la colonia Michoacana recibió una población con perfiles socioprofesionales similares pero con historias de vida encontradas: algunas familias que tenían una posición más o menos holgada durante la dictadura porfiriana y que cayeron en desgracia tras la Revolución de 1910; otras de origen humilde a las que "la Revolución les hizo justicia", dándoles acceso a una formación profesional o técnica, o bien concediéndoles algún rango medio en el ejército, lo cual les permitió integrarse con éxito a la moderna ciudad.

La mayoría de los relatos colectados incluye historias contrapuestas de este tipo, lo que permite concebir a la colonia Michoacana como el punto de encuentro de poblaciones profundamente diferentes en cuanto a su historia y, por lo tanto, a su socialización y formación de habitus. Lo que podría esperarse de un proyecto urbano moderno como el de los Arquitectos radicales era una homogeneización de la población en términos de oportunidades de movilidad social (objetivo que se conciliaba con las ambiciones de la educación socialista del general Lázaro Cárdenas). Pero si bien esta homogeneización se logra en las aspiraciones –que se reflejan en la idea generalizada de la escolarización como fuente de prestigio y, por lo tanto, de movilidad social–, no se hace tan evidente en los destinos profesionales y residenciales de la segunda generación de nuestros grupos de parentesco.

No obstante empobrecidas económicamente, las familias con mayor capital cultural lograron transmitir a las generaciones posteriores no sólo la ética pequeño–burguesa fundada en el trabajo y la educación formal como fuente de prestigio y movilidad social ascendente, sino también las herramientas para alcanzar su ideal. A las otras familias, como la del doctor Gómez, aunque impregnadas por la ética pequeñoburguesa, la transmisión de haberes, saberes y redes sociales para lograr el ideal de éxito fue dispareja: aquellos hijos que ejercen profesiones liberales (contador y médico) pero residen en zonas de clasificación popular (D+/de 4 a 5 smmv); aquellos con formación técnica que obtienen una vivienda en una zona de clasificación residencial (C+/de 22 a 51 smmv); y aquella que, con una formación precaria, vive en la casa de su empleador en una zona D.

Así, la asignación de las viviendas sociales de los radicales puede verse –más que como un factor de homogeneización– como un revelador de las diferencias sociales de la época prerrevolucionaria, que la primera generación pensaba dormidas o inactivadas, pero que resurgieron en los destinos sociales de la segunda, atenuadas por una representación relativamente homogénea del éxito y el prestigio social.

De la discontinuidad y la incertidumbre en las clases medias

Hasta aquí se ha utilizado una retórica común de la historia social y la sociología que explica los distintos resultados de un proceso mediante la identificación de los diversos puntos de partida de los agentes que entraron en él. Sin embargo, mostrar que las situaciones son diferentes porque los puntos de arranque también lo son no resuelve el problema de las discrepancias entre hermanos, que, como se estableció, son significativas.

En efecto, primero hay que apuntar que la familia es sin duda una institución solidaria, pero también un espacio de socialización, invidualización y conflicto que modela un grupo de individuos con intereses y destrezas a la vez comunes e individuales (Zamorano, 2003b). Por otro lado, se debe considerar la movilidad social como un proceso multifactorial, dependiente del contexto social y con ritmos aleatorios:

En ello son determinantes el patrimonio, el prestigio social y la importancia política, la pertenencia a determinado estrato socioétnico, la ocupación, la formación, la educación adquirida, las alianzas de familia y grupo que haya establecido en la localidad y en la región. Influyen también patrones de conducta, de modo de vida que diferencia a los estratos sociales, entre otros factores (Mentz, 2003: 8).

Residencia y profesión aparecen así como factores de identificación de clase que adquieren sentido gracias a las dimensiones señaladas por Mentz, con las cuales se construyen configuraciones complejas y diferenciadas entre sí. Su conocimiento exige la concepción de modelos de causalidad flexibles y poco jerarquizados, capaces de captar zonas de discontinuidad e incertidumbre (Gribaudi, 2006). Los resultados de estos modelos sugieren caos: un caos que se puede aprehender construyendo lo que el mismo Gribaudi llama cadenas de dependencias causales. Para el presente estudio, estas cadenas deben relacionar variables sociodemográficas y orígenes sociales con accidentes biográficos, género, educación, migración, así como estrategias matrimoniales, profesionales y residenciales. Pese a que la concepción y el perfeccionamiento de estas configuraciones forman parte de los pendientes de mi investigación, aquí ofrezco algunos ejemplos.

Como se ha señalado, el origen familiar de la primera generación tiene un peso decisivo en la inversión escolar y en las perspectivas de movilidad social ascendente de los miembros de la segunda generación: los recién ingresados a las clases medias –por así llamar a las familias que provenían de los extractos más humildes– presentan menos oportunidades de movilidad que las clases medias establecidas. Un factor de discrepancia de este peso puede hallarse en la estructura familiar: un hogar monoparental con una mujer a la cabeza –aunque fuera de origen holgado– tenía menores posibilidades de inversión escolar de los hijos y de transmisión de haberes y saberes para recuperar o mejorar su estatus social.

Al margen de esto, tanto en clases medias ya establecidas como en recién ingresados a este sector social se observa una profunda distinción de género: mientras que las mujeres podían aspirar máximo a una formación técnica o al magisterio, el abanico de opciones para los hombres pasaba desde el autoempleo, a partir de un saber técnico transmitido por el padre (caso de los artesanos) y una formación técnica, hasta la práctica de una profesión liberal o la aplicación de habilidades políticas.

El factor que juega enseguida es el destino matrimonial: a) el estable, ya sea con una persona de posición social más alta, equivalente o más baja; b) el recompuesto, después de la viudez o la separación; c) el inexistente, con nacimientos de hijos o no; d) el fallido, con un divorcio o separación temprana; y e) la viudez en la fase de expansión familiar. Aunque hombres y mujeres pueden pasar por todas estas situaciones matrimoniales, la enorme brecha de género en cuanto a oportunidades profesionales determina que la trayectoria de la mujer sea mucho más dependiente del tipo de alianza que pudo establecer.

Como ejemplo cito el caso de dos de las hijas del doctor Gómez, que seguramente causó curiosidad al lector(a): la segunda hermana, la cuidadora de enfermos que vive en una zona D (de 1.5 a 3 smmv), y la quinta hermana, ama de casa que reside en una zona C+ (de 22 a 51 smmv). Al regresar a la entrevista, se advierte que la cuidadora es madre soltera, cuyo hijo (mayor de 30 años) vive de forma independiente. Por su parte, la hermana más joven se casó con un catedrático universitario que conoció durante una breve temporada en la que trabajó como secretaria. Puede aventurarse la idea de que si la hermana mayor hubiera adquirido una formación profesional más sólida, su itinerario social hubiese sido más afortunado, no obstante su situación de madre sin cónyuge. Esto sucede con la hija del maestro Flores: secretaria, que a pesar de haber experimentado una separación temprana que la dejó al frente de su hogar se ubicó en una zona residencial C (de 6 a 21 smmv), alcanzando el mismo estatus que su hermano y su padre.

Pero otros casos se antojan más azarosos, como el de Mario Pérez. Su padre era un empleado del Departamento Central, que devendría diputado por el Partido Revolucionario Institucional (PRI). La casa que obtuvieron en la colonia Michoacana figuraba entre los modelos más costosos. Cuando Mario tenía ocho años de edad, su padre abandonó el hogar. Él y su hermano empezaron a trabajar tempranamente en un taller mecánico que ellos mismos establecieron en el patio de su casa. Entre sus clientes había un funcionario de la Policía Judicial, que introdujo a los hermanos en esa institución, donde obtuvieron puestos importantes: Mario se jubiló como jefe de brigada y su hermano actualmente es diputado. Mientras que para este último el itinerario profesional se reflejó en el residencial al permitirle comprar una casa en Satélite (zona C+/de 22 a 51 smmv), para Mario y sus descendientes esta situación profesional significó poco en términos de movilidad residencial: su esposa falleció muy joven y lo dejó con cuatro pequeños. Mario se quedó en la colonia Michoacana, en casa de su madre, quien lo apoyó en el cuidado de los hijos.

Desde un punto de vista estructuralista, podría suponerse que estas personas, con todo lo errático de sus historias, van a integrarse a una estructura social previamente establecida y a formar parte de algún segmento de la clase media. Pero, siendo consecuentes con un pensamiento constructivista como el que propone Gribaudi (2006), es conveniente pensar y tratar de demostrar que estos agentes van a construir y transformar esas estructuras, las cuales –como sus propias historias de vida– deben dar lugar a la comprensión de lo discontinuo y de la incertidumbre. Hipótesis fuerte que deberá verificarse en próximos trabajos, aquí sólo la menciono para abordar el último objetivo específico que propuse para este artículo: la expresión espacial de la movilidad social y las prácticas residenciales.

 

Movilidad social, prácticas residenciales y producción de ciudad

A lo largo de este análisis he empleado el nivel socioeconómico de las zonas de residencia como un indicativo de clase que permite entender que los hijos de la modernidad han tenido destinos sociales distintos. Con esto, la herramienta gráfica hace posible verificar que la movilidad social y las prácticas residenciales son dos procesos en estrecha relación. Sin embargo, la misma herramienta sirve para observar que esta relación es flexible y dependiente de otras variables: hay grupos domésticos cuyo nivel de ingresos está por arriba del de su zona de residencia, pero que detentan la propiedad de otras viviendas. De manera simultánea, hay otros grupos cuyos ingresos están por debajo del promedio de la zona que habitan, que no poseen propiedad inmobiliaria alguna, pero que rentan.

¿Se deben interpretar estos casos como excepciones sin ningún valor explicativo? ¿Cuál es entonces la validez de nuestra herramienta? Antes de aventurarnos a cualquier respuesta, reflexionemos sobre la cuestión de las escalas de análisis y su pertinencia. Con claros objetivos mercadológicos, BIMSA busca establecer nichos de mercado en la ciudad y, adoptando una escala de colonia o incluso de zona, calcula promedios sin preocuparse por la heterogeneidad interna de éstas. Con todo, los problemas de escala son más profundos que el tamaño de unidades geográficas analizadas, la representatividad de tal grupo o individuo y la posibilidad de generalización de un comportamiento. Gribaudi muestra que el verdadero problema reside en las modalidades de formalización causal que debemos adoptar para explicar un fenómeno social y su evolución histórica, lo que nos introduce al debate entre estructuralismo y constructivismo: para la primera perspectiva, los procesos sociales están determinados por factores macrosociales y extraindividuales, y la evolución global determina las dinámicas de los grupos; para la segunda, la historia se ve como un sistema abierto determinado por mecanismos microsociales de tipo interaccional (2006: 13).

Para ser consecuentes con el último enfoque, hay que observar estos casos excepcionales, junto con aquellos que puedan parecer paradigmáticos, como partes implícitas y fundamentales de la historia social. El conjunto de casos típicos y atípicos debe ayudar a comprender que la historia, las estructuras sociales y la ciudad con sus divisiones socioespaciales no están hechas de procesos homogéneos y categorías fijadas previamente, sino de construcciones espacial y temporalmente complejas donde estructuras macroeconómicas se conjugan o compiten con lo contextual, la discontinuidad y la incertidumbre. Es mediante la comprensión de esta complejidad que se puede explicar cómo la interacción entre movilidad social y prácticas residenciales contribuye a la configuración de la división social del espacio urbano. Recurriendo de nueva cuenta a las cadenas de dependencia causales, señalaré dos variantes de esta interrelación: cuando la movilidad social se traduce en movilidad residencial y cuando la primera sucede sin cambio de residencia.

Movilidad residencial, movilidad social y transformación urbana

Al analizar la relación entre la movilidad residencial y la transformación de las divisiones sociales del espacio urbano, Duhau considera la movilidad residencial como "un proceso mediante el cual se establece en el largo plazo la división social del espacio y eventualmente se modifica" (2003: 180). Mis observaciones de campo verifican con amplitud esta premisa y además la hacen más compleja con la observación de las dinámicas de movilidad social. Este factor deja ver una estrategia residencial donde las familias de sectores medios tienen acceso a la propiedad en periferias semiurbanizadas, especulando sobre su plusvalía en el futuro. Esto consolida su posición dentro del sector medio y, si la apuesta resulta atinada, puede mejorarla.

A mediados de los años setenta, el hermano mayor de la familia Zepeda compró una casa en un fraccionamiento residencial del sur de la ciudad, en una zona que BIMSA (Guía–roji, 1978) clasificó en el nivel D (de 1.5 y 3 smmv), muy por debajo de sus ingresos reales. Los Zepeda, junto con otras familias de clase media en ascenso, figuraron como los pioneros en la colonización de una periferia de urbanización incipiente. Esta zona ofrecía precios del suelo bajos y modalidades de pago flexibles, ligados a la preventa de inmuebles y al sistema hipotecario anterior a la crisis de 1982.

La instalación de infraestructura urbana y de vías de comunicación aceptables se dio cita con un proceso de venta (formal e informal) de tierras ejidales a empresas inmobiliarias y a organizaciones sociales, fundando las bases de una periferia polarizada (Duhau, 2003): por un lado, la composición social de las colonias y barrios más viejos de la zona no cambió mucho; por otro, las inmobiliarias edificaron fraccionamientos residenciales para sectores medios y, finalmente, algunos pobladores pobres que obtuvieron sus lotes con la ayuda de una organización de colonos vendieron sus propiedades a particulares, por lo general de clase media. Resultado de este proceso, que duró 20 años, BIMSA clasificó en 1998 el fraccionamiento de los Zepeda dentro del rango C (entre 6 y 20 smmv), mismo que está rodeado de zonas C+ (entre 20 y 49 smmv) y, en menor medida, de zonas D+ (entre 4 y 5 smmv). Efectivamente, la apuesta a la plusvalía de estos segmentos de clase media resultó atinada.

Movilidad social sin movilidad residencial y espacio urbano

Este ejemplo relaciona estrechamente la movilidad social, la movilidad residencial y los cambios en la división social del espacio urbano. No obstante, la movilidad social no necesita estar ligada a la residencial para producir esas transformaciones. Éste es el caso de la colonia Michoacana y, con seguridad, de muchas de las colonias y barrios que se erigieron antes de la década de los cincuenta en la capital mexicana.

En un principio, las 228 viviendas construidas por los arquitectos radicales componían un paisaje homogéneo donde la línea recta y la regularidad hacían juego (foto 1). Setenta años después, las viviendas han sufrido tantos cambios que es difícil adivinar su pasado común (foto 2). Es posible identificar tres tipos de construcción: las viviendas que conservan mucho de su diseño inicial, pese al aumento de la superficie construida; aquellas que cambiaron por completo, combinando arquitectura vernácula y modernismo de la segunda mitad del siglo xx; y las que se modificaron después de los años ochenta, adoptando en su mayoría diseños arquitectónicos de moda, sobre todo el colonial rústico.

En efecto, más de tres cuartas partes de las familias fundadoras han sido remplazadas por nuevos vecinos, pero el perfil socioeconómico de estos últimos no es ajeno a la movilidad social de los viejos residentes. Por un lado, la ética pequeñoburguesa –que encontró buen nido entre los primeros pobladores de la colonia– comenzó a reflejarse desde el principio en las fachadas de las casas, formando incluso una especie de rivalidad entre los vecinos, quienes durante las entrevistas se permitían frases como "a ésa sí se le subieron los ladrillos" (Otilia, 87 años, fundadora). Por otro lado, muchos hijos y nietos de los colonos iniciales, a pesar de haber experimentado una movilidad social ascendente, no cambiaron de lugar de residencia. En una mezcla de pragmatismo por la cercanía a zonas de trabajo y redes familiares, así como un arraigo identitario a la colonia, decidieron invertir en su viejo espacio ampliando la superficie construida y remodelando sus fachadas con estilos arquitectónicos de moda. Para ellos fue más lógico cambiar su vivienda para que ésta respondiera a sus necesidades físicas y simbólicas como nuevo sector de clase media, que mudarse (Zamorano, 2005). Estas transformaciones que distinguían sutilmente la colonia de su entorno se coronaron en los años noventa, cuando los vecinos enrejaron las principales calles a fin de evitar el paso de extraños.

Las modificaciones jugaron sobre el paisaje y la plusvalía de la colonia y, a su vez, atrajeron nuevos pobladores. El trabajo de campo revela dos olas: a) entre los años cincuenta y ochenta se nota la llegada de trabajadores no manuales, en buena parte, al servicio del sector público (educación, salud y administración); y b) en los años ochenta –en especial después del sismo de 1985 (que afectó sensiblemente la zona pero no la colonia) y de la instalación de una estación del Metro–arriban varios comerciantes medianamente acaudalados que antes residían en la colonia Morelos o en el barrio de Tepito.

Con estas lógicas patrimoniales, pragmatismos y apegos emocionales, propios de todo proceso de movilidad social, se constituyó la colonia Michoacana como un espacio que, a pesar de tener una fuerte heterogeneidad interna, conjuga una serie de características que la distingue de las colonias vecinas (20 de Noviembre, Damián Carmona, Janitzio, Morelos, Río Blanco), e incluso de la delegación Venustiano Carranza. En este contexto delegacional, aunque los mapas de BIMSA no muestran diferencias sustanciales de la colonia con su entorno, los datos del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI, 2000) la sitúan dentro de los rangos más altos en los siguientes indicadores: población ocupada que recibe más de cinco salarios mínimos mensuales por su trabajo; población de 18 años y más que tiene instrucción superior; y viviendas particulares habitadas que cuentan con computadora.

Estas sutiles diferencias indican que la movilidad residencial no es el único factor susceptible de establecer y modificar la división social del espacio urbano, como lo demuestra Duahu (2003). Los procesos de movilidad social de las familias sedentarias también pueden jugar un papel importante, y los investigadores sociales tenemos la tarea de acuñar herramientas para aprehenderlo y calcular su peso.

 

Conclusión

En este artículo aproveché las virtudes heurísticas de la colonia Michoacana –singular por su origen y la composición de su población– apuntando hacia dos objetivos: a) relacionar los ejes conceptuales movilidad social, prácticas residenciales y división social del espacio; y b) validar dos herramientas teórico–metodoló–gicas: el cruce de las genealogías con el mapa BIMSA y la construcción de cadenas causales complejas.

Se advierte cómo haber sido beneficiado por el primer proyecto de vivienda social del México posrevolucionario tuvo efectos en los destinos sociales de los grupos de parentesco estudiados. Pero las distinciones inducidas por su origen social muestran que el proyecto de vivienda de los arquitectos radicales funcionó más como un revelador de diferencias sociales que como un homogeneizador de clase.

Así, las clases medias consolidadas y las familias recién integradas a esta clase social que se dieron cita en la colonia forjaron sus itinerarios de vida con ayuda, en primera instancia, de los capitales sociales, simbólicos y materiales que podían transmitirles las generaciones precedentes. En segunda instancia –pero no completamente independiente de lo primero–, entraron en juego sus estrategias matrimoniales, residenciales y profesionales, las cuales fueron alentadas, interrumpidas o bloqueadas por los contextos socioeconómicos, golpes de suerte y accidentes biográficos.

Si el espacio de socialización surte efectos sobre el destino social de los individuos, también éste jugará su papel sobre el espacio. Aquí fueron analizadas dos variantes: cuando la movilidad residencial es parte de las estrategias de movilidad social, y las familias invierten, especulan y apuestan sobre un nuevo espacio, transformándolo; y cuando la movilidad social se combina con sedentarismo, y los sujetos –más que cambiar de residencia– cambian su residencia y su entorno para que respondan a sus necesidades simbólicas y físicas de nueva clase media.

 

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Notas

1 Esta encuesta constituye un primer esfuerzo interdisciplinario e interinstitucional por reconstruir las trayectorias de mexicanos pertenecientes a tres generaciones que transitaron a la vida adulta en distintos momentos de la segunda mitad del siglo XX.

2 Por itinerario de vida entiendo el conjunto de caminos entreverados que recorre un individuo (a veces con su familia, a veces solo) en los ámbitos profesional, migratorio, residencial y matrimonial. Prefiero esta noción sobre la de trayectoria, que tiene una connotación balística y un tanto determinista, pues sugiere que al comenzar de puntos de partida iguales los destinos sociales están regidos por una especie de sentido único. En cambio, el concepto de itinerario permite considerar recorridos heterogéneos, puntos de partida y de llegada diferentes, accidentes biográficos, bifurcaciones no completamente previsibles, vueltas de regreso y elecciones operadas por los individuos de una manera relativamente arbitraria (véase Gribaudi, 1987; Lautier, 1995; Zamorano, 2003b).

3 Escuela de arte, diseño industrial y arquitectura fundada en Alemania en 1925, durante la República de Weimar. Encabezando el movimiento vanguardista europeo, esta escuela sentó las bases del funcionalismo moderno y se caracterizó por su ruptura con el historicismo, su búsqueda de la pureza funcional y el rechazo a la aplicación de adornos innecesarios y brumosos. Mediante estos principios, en sus primeros años la Bauhaus buscaba también abaratar costos de producción para hacer sus diseños accesibles a toda la población.

4 Viviendas compuestas por una sola habitación (de alrededor de 10 m2) con espacios multifuncionales según los diferentes momentos del día; por ejemplo, el dormitorio, con una instalación simple, deviene cocina, comedor o taller de trabajo. Estos lugares carecían de sanitarios y, generalmente, de ventilación y luz natural.

5 El grupo de parentesco está constituido por varias unidades de residencia unidas por lazos de consanguinidad y de alianza. En contraparte, el grupo doméstico es una unidad de residencia cuya estructura depende de la presencia o ausencia permanente de las distintas figuras del parentesco (el padre, la madre, los abuelos, etcétera), dando pie a diferentes tipos de grupos domésticos (nucleares, monoparentales, extendidos, entre otros).

6 Introducir a la tercera generación provocaría algunos inconvenientes para el estudio que aquí pretendo, ligados principalmente a que sus miembros presentan aún constantes cambios en sus situaciones residenciales, profesionales y matrimoniales. Un estudio de las tres generaciones se realiza en Zamorano (2003a), donde se destaca la transmisión intergeneracional de haberes y saberes en el plano residencial.

7 Los nombres originales de mis interlocutores fueron cambiados para preservar el anonimato.

8 La colonia presenta varios casos de emigración internacional de sectores de clase media profesional –como éste–, que poco tienen que ver con las conocidas historias de los espaldas mojadas y que merecen mayor atención de los investigadores sociales.

9 Desde la perspectiva de la historia, von Mentz señala también el predominio de casos "exitosos" y las dificultades que trae para la reconstrucción de la historia social y económica (2003: 11).

10 En otro trabajo abundo sobre la posibilidad de emplear una serie de fotografías aéreas históricas (ocho fotografías repartidas entre 1936 y 1999) para apoyar el discurso de los entrevistados sobre las transformaciones de su colonia y sus viviendas (Zamorano, 2004).

11 Los mapas BIMSA presentan dos ventajas sobre el Sistema para la Consulta de Información Censal (Scince) del INEGI: a) Economía de tiempo y trabajo al combinar varias fuentes estadísticas (INEGI, Conapo, etcétera) y al considerar a la ciudad en su dimensión metropolitana. b) Mayor nivel de desagregación de las diferentes fracciones de clase media y alta, que el INEGI engloba en la categoría "población ocupada que obtiene más de cinco salarios mínimos mensuales por su trabajo". Sin embargo, la fuente nos enfrenta a otros problemas que se irán viendo sobre la marcha.

12 Salario mínimo mensual vigente.

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