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Alteridades

versão On-line ISSN 2448-850Xversão impressa ISSN 0188-7017

Alteridades vol.17 no.34 Ciudad de México Jul./Dez. 2007

 

Clases medias y espacios urbanos

 

Habitar en el centro de la Ciudad de México. Prácticas espaciales en la Santa María La Ribera*

 

"Dwelling" in Mexico City's center: Spatial practices in Santa Maria La Ribera

 

Yann Marcadet**

 

** Universidad de Poitiers–UMR 6588 (Migrinter) e Instituto Francés de Investigación para el Desarrollo (IRD UR 013). Migrinter, mshs. 99 avenue du Recteur Pineau, 86000 Poitiers, Francia. marcadet@gmail.com

 

* Artículo recibido el 04/05/07
y aceptado el 31/10/07

 

Resumen

El artículo examina las prácticas espaciales cotidianas de los habitantes de una colonia central de la Ciudad de México socialmente heterogénea. Este sector cuenta cada vez más con población de los estratos medios. La meta es entender cuál es el papel del estrato social y de otros criterios como el sexo, la edad y la trayectoria residencial en la definición del modo de vida de las personas que residen en una misma colonia. El estudio permite matizar las conclusiones de ciertas publicaciones sobre los estratos medios y contribuir al debate en torno a la segregación en la capital mexicana.

Palabras clave: prácticas espaciales cotidianas, segregación, estrato medio, Santa María La Ribera.

 

Abstract

The article examines the daily spatial practices of the inhabitants of a socially heterogeneous Mexico City's central neighborhood. This sector has more and more middle class population. The goal is to understand what the role of the social class is and the role of the other criteria such as sex, age and residential trajectory within the definition of the way of life of the people who live in the same neighborhood. The study offers some contribution to the conclusions of some publications on middle class and it also aims to participate in the debate on segregation in the Mexican capital.

Key words: daily spatial practices, segregation, middle class, Santa Maria La Ribera.

 

Introducción

La literatura científica sobre la Ciudad de México se ha Interesado mucho en las prácticas espaciales cotidianas1 de los estratos medios que viven en los conjuntos cerrados de la periferia, en el contexto de una fragmentación y de una privatización del espacio urbano. Estos estudios ponen en evidencia la fuerte movilidad de esos grupos, que se desplazan por toda la ciudad para realizar sus actividades o para acceder a los diversos recursos buscados, en un circuito de lugares privados y cerrados (centros comerciales, deportivos, universidades privadas). No obstante, otros estratos medios practican la ciudad de manera diferente: aquellos que residen en la ciudad central2 de la capital mexicana.

Estas últimas poblaciones tienden a ser cada vez más numerosas, lo cual pudo haber sido inducido a partir de 1970 por una sucesión de políticas urbanas enfocadas a regenerar la zona central que se había despoblado. En el Centro Histórico, el sector más antiguo de la ciudad central, fueron emprendidas desde 1980 intervenciones públicas orientadas en un primer momento a la recuperación de los monumentos patrimoniales, y después, en el marco de un programa global, a la rehabilitación de viviendas, al arreglo de espacios públicos y al desarrollo económico y social. En 2001, fue firmado un acuerdo entre los poderes públicos e inversionistas privados, los cuales comenzaron a aplicar sus recursos en el Centro Histórico para realizar viviendas de alta categoría. Entre 2001 y el inicio de 2007, fue llevada a cabo una política de redensificación sobre la totalidad de la ciudad central, con lo que se busca controlar la expansión espacial en los "sectores naturales no urbanizados" del sur y del oeste del Distrito Federal, concentrando el desarrollo urbano en las delegaciones centrales de la ciudad (Gobierno del Distrito Federal, 2005). En muchas colonias populares de la ciudad central,3 esta estrategia se tradujo en la construcción de inmuebles destinados a poblaciones de bajos ingresos, pero también, y cada vez más, a familias de los estratos medios (Paquette, 2006).

¿Pero, de qué se trata cuando hablamos de estratos medios? Sánchez Saldaña (1999) subraya la dificultad metodológica para delimitar dicha categoría. sin embargo, nota en general un "consenso en que es inadecuado reducir su definición a criterios estrictamente económicos (sea de su nivel de ingreso o de su posición estructural en las relaciones de producción)" (Sánchez Saldaña, 1999: 60). En los estudios sobre los estratos medios en México, la autora muestra que suelen utilizarse varios indicadores con fines operativos, en particular el tipo de profesión y el grado de escolaridad. Aquí consideramos estos dos criterios, pero añadiremos otro: el tipo de hábitat.

En este artículo, la categoría estratos medios incluye a las personas de los hogares cuyo jefe tiene (o tuvo, si estájubilado) una profesión no manual con un nivel de ingresos intermedio (profesión liberal, profesor, comerciante formal, ejecutivo...) y un grado educativo que supera la preparatoria. Estos individuos tienen que habitar en una vivienda que no sea "popular": los grupos que residen en una vivienda informal de autoconstrucción, en una vivienda social del Instituto de Vivienda del Distrito Federal (Invi) o en una vecindad no pertenecen a los estratos medios. En el sector donde se llevó a cabo nuestra investigación, las capas medias ocupan casas antiguas rehabilitadas (muy) grandes (véase foto 1) o departamentos de inmuebles colectivos de categoría media (con uno o más lugares de estacionamiento, guardias, dos baños, etcétera) (véase foto 4).

El artículo propone examinar las prácticas espaciales cotidianas de los habitantes de una colonia (todavía) popular de la ciudad central del Distrito Federal, donde sin embargo se encuentra una gran cantidad de hogares pertenecientes a los estratos medios. La idea es ver en qué medida el estrato social, asociado con otros criterios como el sexo, la edad y la trayectoria residencial, juega un papel sobre el tipo de práctica, con la intención de comprender mejor lo que significa "vivir en una colonia central de la Ciudad de México". Nos preguntaremos si el espacio de vida de los diferentes grupos de habitantes se concentra ante todo en las delegaciones centrales o si gracias, entre otras cosas, a la disponibilidad de un automóvil particular, se extiende sobre un perímetro mucho más amplio, comprendiendo lugares tal vez alejados, pero más cercanos a sus preferencias. Este enfoque fue abordado en el caso de los centros de varias ciudades francesas (Authier, 2001) y lo proponemos para el examen de la ciudad central, sector frecuentemente "olvidado" por la literatura sobre la fragmentación de la capital mexicana.

Este texto también pretende cuestionar las conclusiones de varios análisis focalizados sobre la multiplicación de los conjuntos cerrados de estratos medios en la Ciudad de México. Esta forma urbana parece provocar en América Latina una "fascinación" en la comunidad científica "si consideramos la acumulación de trabajos sobre el tema desde hace diez años" (Dureau, Gouéset y Mesclier, 2006: 266). Muchas de estas publicaciones tienden a generalizar, a escala metropolitana, observaciones hechas únicamente en este contexto particular de la periferia. Es el caso de la idea de una separación radical entre los estratos bajos, cautivos en su colonia de residencia, y los medios y altos, que circulan en toda el área metropolitana, practicando sólo lugares privados, herméticos a otros grupos sociales. Cuestionaremos esta interpretación a la luz de las observaciones hechas en una colonia central sobre otros estratos medios.

La problemática de este trabajo se inscribe por lo tanto en el debate en torno a la segregación y las divisiones sociales del espacio. El estudio busca aportar elementos sobre la posible existencia de una segregación a la escala de lo cotidiano. A pesar de una acentuación de la heterogeneidad residencial en las colonias centrales, tal vez se mantiene una forma de segregación caracterizada por las desigualdades de acceso a los recursos urbanos espacialmente localizables en toda la ciudad, entre los diferentes grupos que residen en este sector.

El artículo está basado en los primeros resultados de una encuesta sobre las prácticas espaciales (residenciales y cotidianas) de los habitantes de una colonia de la ciudad central del Distrito Federal: Santa María La Ribera. La información fue obtenida a partir de 43 entrevistas a residentes del sector (véase tabla 1) durante 2006. Los elementos aquí presentados serán afinadosy profundizados posteriormente. Sin embargo, por ahora permiten ver que las prácticas de los habitantes que viven en una misma colonia pueden ser muy variadas.

Primero observaremos que por lo menos desde 1990 los estratos medios tienden a ser más numerosos en las delegaciones centrales del Distrito Federal. Al describir el caso de Santa María La Ribera, mostraremos que este proceso se observa especialmente en las colonias populares que rodean el Centro Histórico. Luego, describiremos las prácticas espaciales cotidianas de los habitantes de esta colonia. Más tarde, estos elementos serán confrontados con las reflexiones generales sobre el proceso de fragmentación obtenidas a partir de las investigaciones realizadas en los conjuntos cerrados.

 

Los estratos medios: un grupo que aumenta en la ciudad central

La pérdida de habitantes y la evolución de la composición de la población residente

A partir de 1970, la población de la ciudad central del Distrito Federal empezó a disminuir a causa de la migración de muchos hogares hacia zonas más periféricas (Ward, 2004): pasó de 2.7 millones de habitantes en 1970 a 1.69 en el 2000, o sea una pérdida de 1.01 millones de habitantes (–37.4%). El cuadro 1 detalla la evolución en el periodo más reciente, 1990–2000.

Estos datos muestran además un cambio en el perfil social de la población residente en la zona central entre 1990 y 2000. Los grupos con ingresos muy bajos (menos de dos salarios mínimos) tienden a disminuir (en número y en porcentaje), mientras que los que tienen ingresos intermedios (entre cinco y diez salarios mínimos) y altos (más de diez salarios mínimos) aumentaron de manera importante. Vemos también un cambio en el nivel educativo. El número y la proporción de individuos con instrucción superior (después de la preparatoria) subieron ligeramente, en tanto la población sin instrucción superior bajó.

Un estudio de Delaunay y Paquette (2006) sobre el periodo 1995–2000 intenta explicar las modificaciones por medio de los intercambios migratorios hacia y desde4 las delegaciones centrales del Distrito Federal.5 Mostraron que, en su mayoría, los emigrantes se caracterizan por su modesto nivel económico (no rebasan los cinco salarios mínimos). Su grado de educación tampoco es muy elevado: la mayoría terminó solamente la primaria y pocos concluyeron la secundaria. Privilegiaron las periferias populares consolidadas o de hábitat social formal (Iztapalapa, Ecatepec o Nezahualcóyotl, por ejemplo), pero aludieron poco a las periferias populares informales recientes y muy pobres. Al contrario, los nuevos habitantes en el 2000 se distinguen por tener un ingreso y un nivel educativo promedio más altos: diez años de estudio contra 8.9 para los emigrantes (Delaunay y Paquette, 2006). No tenemos datos precisos sobre el tipo de hábitat de estas nuevas poblaciones, pero suponemos que muchas de ellas, en todo caso las más ricas, no llegaron a la zona central para instalarse en un hábitat popular, como una vecindad o una vivienda social del Invi.

Los últimos censos de población indican que ciertos segmentos de los estratos medios y altos eligieron la zona central para residir, lo que revelaría un fenómeno nuevo. A partir de los años cincuenta, siguiendo el hábito de las élites, los estratos medios empezaron a vivir en la periferia, en casas individuales. Zonas como El Pedregal (al sur de la ciudad) o Satélite (al norte) fueron apreciadas en detrimento de la parte central (Hiernaux–Nicolas, 2003). Esta movilidad centrífuga provocó un declive social de las delegaciones centrales, sobre todo de la Cuauhtémoc, acompañado de una degradación física y una desvalorización de su imagen. El área central empezó a aparecer como un espacio dedicado únicamente a las prácticas populares, con múltiples problemas de inseguridad, congestionamientos, contaminación y concentración de vendedores ambulantes.

¿Entonces, por qué constatamos, por lo menos en la década de 1990, un "regreso" de los estratos medios a la ciudad central del Distrito Federal? Desde hace más de 20 años, como en otras grandes ciudades mexicanas, las autoridades formulan políticas para revaluar el centro de la ciudad (Melé, 2003). Hasta el 2000, se concentraron sobre todo en la ciudad colonial, el Centro Histórico. Estas acciones resultaron en un desarrollo de actividades comerciales (aparición de tiendas de lujo, de ropa para la disco y de ropa a la moda), culturales (promoción de varios festivales) y para el esparcimiento (nuevos bares, restaurantes y discotecas a la moda) (Hiernaux–Nicolas, 2003; Melé, 2003). Esta dinámica mejoró un poco la imagen del Centro Histórico, lo que ha provocado la llegada de nuevas poblaciones acomodadas a este sector y a las colonias vecinas.

Para argumentar con datos la continuación de este proceso de aburguesamiento de la ciudad central después de 2000, tendremos que esperar el próximo censo (en 2010). Sin embargo, la política de redensificación de la ciudad central (llamada el Bando Dos) llevada a cabo de 2001 al inicio de 2007, facilitó el arribo de poblaciones más ricas, dando cuenta del tipo de oferta inmobiliaria que se desarrolló en este periodo. A pesar de una meta social declarada de esta política (la edificación de viviendas para los hogares modestos en las cuatro delegaciones centrales –Delaunay y Paquette, 2006–), muchos promotores construyeron también conjuntos de edificios de categoría intermedia, cuyo precio está dirigido a los hogares de capas medias (deben percibir más de cinco salarios mínimo). Este fenómeno puede observarse en varias colonias populares alrededor del Centro Histórico, en particular en Santa María La Ribera.

Santa María La Ribera: una colonia popular que tiende a ser socialmente heterogénea

Santa María La Ribera es un ejemplo típico de una colonia central que se redensifica luego del Bando Dos. Sector del noroeste de la delegación Cuauhtémoc (donde también se ubica el Centro Histórico), es una de las colonias que marcó el inicio de la expansión urbana de la capital mexicana hacia el oeste (véase mapa 1), más allá de los límites de la ciudad colonial, a finales de la década de 1850 (Boils, 2005a). En un primer momento, se trató de una zona para hogares muy privilegiados, recibiendo a las élites que dejaban el centro, seducidas por las bajas densidades y los jardines que ofrecían las nuevas colonias periféricas de entonces (Ward, 2004). Hasta 1920, muchas casas burguesas, hoy de gran valor arquitectónico, fueron erigidas en la colonia (véase foto 1).

Desde 1920, luego de la salida de las familias más acomodadas hacia nuevos sectores de residencia para ricos, siempre hacia el oeste, Santa María La Ribera padeció un lento proceso de pauperización que duró hasta el año 2000. Es a partir de la mitad de la década de 1950 cuando la colonia se afirmó realmente como popular, característica que se intensifica a lo largo de los sesenta (Boils, 2005a y b). La densidad de la población no dejó entonces de aumentar, al igual que la vivienda en renta. Los predios se dividieron para multiplicar el número de viviendas. Asimismo se desarrolló una gran cantidad de vecindades y de inmuebles con viviendas modestas (muchas fueron construidas después de la demolición de enormes casas burguesas desgastadas) (véase foto 2). Los edificios de la colonia comenzaron igualmente a degradarse (Boils, 2005a y b).

A partir de 1970, la contaminación (intensificación del tránsito, multiplicación de depósitos de basura no controlados, contaminación del agua, etcétera), la inseguridad y los delitos aumentaron. Entonces, Santa María La Ribera comenzó a perder a sus habitantes, a causa de su partida a la periferia y del cambio en el uso de suelo de ciertos edificios (hubo una baja en el uso de suelo residencial y se incrementó el uso de suelo comercial y de servicios). Así, este fenómeno también concernió a la ciudad central de México en los años setenta, ochenta y noventa. Los cuadros 2 y 3 detallan la tendencia del periodo 1990–2000.

En 2000, Santa María La Ribera era ante todo una colonia popular y de clase media baja: 69% de la población activa percibía menos de cinco salarios mínimos (1.3% no recibía salario, 7.5% ganaba menos de un salario mínimo, 23.7%, entre uno y dos salarios mínimos, y 36.5%, entre dos y cinco salarios mínimos). Sin embargo, existía una franja no despreciable de la población (más de 30%) que pertenecía a las clases medias y, tal vez, superiores (no tenemos detalles por arriba de los cinco salarios mínimos). Todavía en el 2000, sabemos también que 30% de la población de más de 18 años contaba con instrucción superior.

Aún no tenemos datos censales que nos permitan medir la evolución del perfil social después del 2000. Sin embargo, dando cuenta de la dinámica inmobiliaria impulsada por el Bando Dos, los rasgos de la colonia para el año 2000 que antes presentamos quizá se han visto modificados. Efectivamente, dos tipos de inmueble se multiplicaron desde hace seis años en el sector:

• Aquellos financiados por créditos del Gobierno del Distrito Federal (financiamientos atribuidos y administrados por el Invi), destinados a hogares de estratos muy bajos que no pueden pagar el enganche y no reúnen los criterios para contratar un crédito para una vivienda de interés social (Lazcano Méndez, 2005). En general, se trata de edificios de cuatro o cinco pisos, muy compactos, que tienen un confort mínimo (no cuentan con ascensor ni interfono ni estacionamiento, por ejemplo) (véase foto 3). Muchos de quienes ocupan estas viviendas ya residían en la misma colonia, pero por lo general en vecindades.

• Los inmuebles de categoría media. Se trata de edificios construidos por promotores privados, en donde la compra de la vivienda se efectúa principalmente con créditos bancarios. A veces, los hogares pueden conseguir un crédito de un organismo estatal de vivienda (del Instituto del Fondo Nacional de la Vivienda para los Trabajadores –Infonavit– o del Fondo de la Vivienda del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado –Fovissste–), pero para eso es necesario tener ingresos mayores a cinco salarios mínimos (poco más de seis mil pesos mensuales) (Boils, 2004). Entonces, las familias de las clases populares no tienen posibilidad de comprar una vivienda en estos edificios.

Estas construcciones cuentan con seguridad privada, estacionamiento y en ocasiones con varios baños en cada departamento. El valor de las viviendas se encuentra alrededor de los 11 mil pesos por metro cuadrado (véase foto 4). Son inmuebles destinados evidentemente a los estratos medios.

Las diferentes etapas de la historia urbana de la Santa María La Ribera han dejado hasta hoy visibles rastros; la colonia es un mosaico de tipos de hábitat: nuevos inmuebles multifamiliares de categoría media, inmuebles multifamiliares de interés social, casas antiguas rehabilitadas o en declive, etcétera.

Hoy en día, en esta colonia predominantemente popular de la ciudad central cohabitan sin duda grupos de población heterogéneos, con diferentes perfiles sociales, alojados en distintas clases de hábitat. El hecho de que la gente se haya mudado a la colonia en diferentes épocas refuerza esta heterogeneidad: parejas jóvenes que acaban de llegar a las nuevas viviendas pueden ser vecinos de otras que han envejecido en la colonia, en un inmueble colectivo antiguo y degradado. Por lo tanto, Santa María La Ribera tiende a ser cada vez más una colonia socialmente mixta.

 

La diversidad de las prácticas espaciales cotidianas de los habitantes de la colonia Santa María La Ribera

La encuesta sobre las movilidades residenciales y cotidianas de los habitantes de Santa María La Ribera tiene como objetivo producir un conocimiento fino de las prácticas espaciales de los pobladores de una colonia central de la Ciudad de México. Los resultados serán presentados por estratos sociales (bajos y medios), criterio que juega un papel significativo y que se combina con otros como el sexo, la edad y la trayectoria residencial, igualmente importantes, para particularizar varios tipos de práctica (véase tabla 1).

Los estratos bajos: prácticas "centradas" sobre la ciudad central

Las personas de estratos bajos de la muestra (20 de 43 encuestados) tienen entre 17 y 82 años. Cuando ejercen una actividad profesional, su empleo no es muy lucrativo. Trabajan como empleados (encargado de aseo, enfermera, secretaria, empleado de una guardería pública), obreros (soldador) o, bien, por su cuenta, a veces de manera informal (vendedor ambulante, costurera a domicilio, vendedora de puerta en puerta). Ciertas personas son inactivas porque son estudiantes, amas de casa, discapacitados ojubilados (ex empleada de banco, ex impresor). Seis estudiaron hasta la preparatoria, cuatro hasta la secundaria y uno dejó los estudios después de la primaria. Cinco tienen una carrera técnica o comercial. Los cuatro restantes son jóvenes de menos de 30 años y cursan el nivel universitario, los cuales suelen tener un trabajo parcial para financiar sus estudios y aún viven con sus padres. (Veremos que estos individuos llevan a cabo prácticas un poco diferentes de los otros miembros de este grupo social.)

Todos viven ya sea en vecindades, en los nuevos edificios financiados por el Invi (véase foto 3), en calles privadas con pequeñas casas antiguas o en inmuebles multifamiliares antiguos (que, en su mayoría, nunca han sido objeto de trabajos de rehabilitación, y que pueden estar muy deteriorados) (véase foto 2). Las condiciones de estos hogares son a menudo precarias (con excepción de las viviendas del Invi): habitaciones pequeñas, aisladas o no siempre bien ventiladas, y con espacios comunes sin luz eléctrica. En comparación con las clases más acomodadas, la población es mayor en el interior de estas viviendas y la cohabitación intergeneracional es más frecuente. Además, las viviendas no se localizan espacialmente en un sector particular de la Santa María, sino que están dispersas en toda la colonia.

La mayoría de esta modesta población ha vivido siempre en la ciudad central del Distrito Federal, en la colonia Santa María La Ribera. Sin embargo, algunas personas (todas con más de 40 años de edad) nacieron y crecieron en provincia, y llegaron a la Ciudad de México siendo jóvenes (con sus padres o sus parejas), en los años sesenta o setenta, cuando la población de la metrópoli se incrementaba vertiginosamente (Ward, 2004). Desde su llegada, se instalaron en la Santa María La Ribera o en otra colonia cercana, y, si cambiaron de vivienda, lo hicieron en un perímetro muy reducido.

Por otro lado, de manera general, la estabilidad residencial de los individuos encuestados es digna de subrayarse. El estatus de dueño de la vivienda parece ser aquí un factor determinante: casi todas las personas interrogadas habitan una vivienda propia o de algún miembro del hogar, por lo que sólo una minoría paga renta. Son raros los individuos que se han mudado más de tres veces a lo largo de su vida, y, de todas maneras, las localizaciones de esas viviendas se mantienen comúnmente muy cercanas. Estas observaciones presentan similitudes con las de Dureau (2000), quien nota que, en el caso de los medios populares en Bogotá, "es en un marco espacial muy circunscrito, fuertemente definido por las redes de relación, donde se efectúan los cambios de vivienda" (Dureau, 2000: 171).

De manera global, las prácticas espaciales cotidianas de los estratos bajos están muy centradas en la Santa María La Ribera y, más ampliamente, en la ciudad central. Cuando la persona realiza una actividad profesional, su lugar de trabajo se sitúa por lo general en la misma colonia o en alguna cercana del centro de la ciudad. La gran mayoría no dispone de automóvil propio, por lo cual los desplazamientos se hacen a pie, en Metro, en microbús o en taxi. Salvo algunas excepciones, las escuelas o universidades (casi todas públicas) de aquellos que estudian están ubicadas en el entorno cercano. El abasto de alimentos se efectúa en la colonia, principalmente en el mercado de La Dalia, aunque también en los dos supermercados más próximos (véase mapa 2). Algunos conocedores frecuentan otros mercados "más baratos" y "donde hay más opciones", pero estos lugares siguen estando en el mismo sector (por lo común la colonia vecina). Asimismo, las actividades de esparcimiento se llevan a cabo sobre todo en las delegaciones centrales: un paseo en el centro comercial que se sitúa al lado del Circuito Interior, la función de cine una vez al mes en una sala del Centro Histórico, la comida dominical en familia en el Toks de la esquina Insurgentes–Ribera de San Cosme, las compras semanales en los tianguis alrededor del Zócalo capitalino, la tarde entre amigos en un billar de la Santa María, la partida de boliche en la colonia de junto. Incluso en estos casos, los desplazamientos se realizan a pie, en taxi o en transporte público. En fin, las relaciones sociales están igualmente volcadas sobre la colonia: se ve mucho a la familia o a los amigos que viven cerca, sea en la propia casa, en casa de ellos o a veces en la Alameda de la Santa María. La red de relaciones se limita a un sector donde estos individuos han vivido siempre, contribuyendo así a mantenerlos en la misma colonia.

Sin embargo, hay casos que se distinguen con un espacio de vida más amplio. Primero, un subgrupo con características heterogéneas en cuanto a la edad y al sexo (pero ninguno de los individuos de la muestra que viven en vecindades) puede ir regularmente los fines de semana al otro lado de la ciudad para ir a comer a casa de la hija, de la hermana o de otro miembro de la familia. En cuanto a las personas de la tercera edad, esta salida del fin de semana contrasta mucho con la inmovilidad observada durante la semana. Son llevados en coche por el hijo, el nieto o el sobrino para ir a ver a otro familiar en el sur de la ciudad o en el Estado de México. El ascenso social de un integrante de la familia (que implica en ocasiones mudarse a una zona lejana y más acomodada del área metropolitana) parece así imponer mayores desplazamientos a los padres, abuelos o hermanos que quisieran visitarlo. De cualquier modo, para muchos de los entrevistados, la vista familiar dominical es una razón fundamental para salir de la colonia.

Tabla 2

El segundo caso se presenta en los hogares en donde existen diferencias entre padres e hijos en sus espacios de vida. Esto ocurre por ejemplo en las familias en las que los jóvenes estudian en un nivel universitario, al contrario de sus padres. Estos individuos (el más grande de la muestra tiene 27 años) salen más de la ciudad central. Aunque no dispongan de automóvil propio, frecuentan las plazas comerciales de la periferia (sobre todo Perisur y Plaza Satélite), van a patinar a una pista de hielo en Naucalpan o visitan de vez en cuando el parque de diversiones Six Flags al sur de la ciudad. En estas ocasiones, por lo general un amigo o un miembro de la familia los transporta en su automóvil. Entonces, puede decirse que hacen un uso de la ciudad un poco parecido al de los estratos medios.

Los estratos medios: entre prácticas espaciales de proximidad y frecuentación de lugares "exclusivos" alejados

El segundo grupo (23 de 43 entrevistados) está integrado por personas más acomodadas, que consideramos como los estratos medios. Tienen entre 18 y 65 años y un nivel económico intermedio. Ellas, su pareja o sus padres son profesores, abogados, empresarios en el sector inmobiliario, comerciantes o ejecutivos. Su nivel educativo es mucho más alto en comparación con los grupos populares: excluyendo al único entrevistado que no tiene la edad suficiente, 15 personas han estudiado hasta nivel universitario. Cinco tienen una carrera técnica o comercial y dos cursaron hasta la secundaria; estas últimas son amas de casa y veremos que tienden a hacer un uso de la ciudad muy diferente en comparación con sus maridos.

Esta población vive ya sea en casas antiguas rehabilitadas (muy) grandes (véase foto 1) o en departamentos de inmuebles colectivos de categoría media (con uno o más lugares de estacionamiento, guardias, dos baños, etcétera) (véase foto 4). Sus condiciones de vivienda son mejores que las de las poblaciones modestas: las viviendas son más grandes (o la densidad de la población dentro de las viviendas es más baja), mejor equipadas (alarmas, interfonos) y las áreas comunes de los inmuebles están muy bien cuidadas. En la mayoría de los casos, el modelo familiar es mononuclear (padres e hijos).

Casi todas estas personas viven en la zona sur de la colonia (al sur de la Alameda, véase mapa 2), la parte donde se agrupan el grueso de los comercios y de los equipamientos (una clínica del Seguro Social, la Oficina de Correos, la iglesia Santa María La Ribera, entre otros), cerca de las estaciones del Metro y del Metrobús. Constituye asimismo la mitad de la colonia que tiene menos mala reputación en lo concerniente a la inseguridad, y donde se observa una concentración más baja de vecindades (Boils, 2005b).

En el interior de este grupo, es posible identificar dos tipos de trayectorias residenciales:

• El primer tipo se parece al de las personas de origen humilde: el individuo nació en Santa María La Ribera o en una colonia vecina, ahí creció (a veces en condiciones de vivienda precarias, más bien con las características de los estratos populares) y ahí vive todavía. Sin embargo, esta clase de trayectoria se distingue por un mayor número de mudanzas y a veces por el hecho de que la persona haya dejado la Ciudad de México en un momento dado con el fin de vivir una experiencia profesional en provincia (en Veracruz, Morelos, Guadalajara), etapa relativa a un proceso de ascensión social. Para explicar el regreso a la Santa María La Ribera, a veces son evocadas razones afectivas: "me gusta esta colonia, ¡mi escuela primaria está situada aquí!" Las trayectorias residenciales de todas las personas que viven en una casa individual tienen este perfil.

• El segundo tipo de trayectoria es el de los individuos que se mudaron recientemente a la Santa María La Ribera, quienes viven solos o con su familia en nuevos departamentos de inmuebles colectivos. Algunos vivían antes en provincia y se vieron en la necesidad de venir a la Ciudad de México por razones profesionales. Otros residían en el área metropolitana, pero en colonias más periféricas (en una casa individual o en un departamento). En los dos casos, Santa María fue elegida ante todo por ubicarse en el corazón de la ciudad, por su abundancia de equipamientos, por estar cerca del lugar de trabajo y bien comunicada con las redes de transporte. Además, muchos subrayaron la oportunidad de conseguir una vivienda grande y barata en esta parte de la ciudad, sin estar obligados a vivir en una colonia percibida como más peligrosa (la Guerrero en particular). Los aspectos funcionales y pragmáticos fueron los más señalados, al contrario de las razones afectivas y de gusto, y de valorar el entorno y los espacios públicos que existen en esta parte central de la metrópoli. Desde este punto de vista, este subgrupo no se parece a los "sectores intelectuales" atraídos por el ambiente popular o los nuevos residentes "ligados profesionalmente a las actividades culturales y a los medios de comunicación", que se instalaron en la zona vecina del Centro Histórico, descritos por Hiernaux–Nicolas (2003).

Antes de interrogarnos sobre su relación con la trayectoria residencial, vamos a analizar los rasgos generales de las prácticas espaciales cotidianas de los estratos medios. Éstas se extienden sobre un espacio más amplio que las de los grupos populares, lo cual es particularmente cierto cuando observamos las prácticas relacionadas con el esparcimiento. A la mayoría le gusta ir con frecuencia al cine, hacer compras, comer y pasearse en los más grandes centros comerciales dela ciudad (o los más prestigiosos), que se localizan en la periferia cercana, al norte, al oeste y al sur. Casi todos los miembros de este grupo disponen de un automóvil particular, medio de transporte que utilizan de manera sistemática para trasladarse a estos lugares. Los paseos en sitios bastante alejados (sobre todo en el sur de la Ciudad de México: Xochimilco, para el mercado de las flores; Coyoacán; etcétera) son también bastante mencionados. Cuando los más jóvenes salen el sábado en la noche, lo más común es que lo hagan en coche, para ir a los sectores de las discotecas (el centro, la Zona Rosa, pero también más al sur, a lo largo de la avenida Insurgentes). Algunos salen regularmente de la ciudad (una vez al mes en promedio) para ir por ejemplo a pasear al parque de La Marquesa, en el Estado de México, entre Toluca y el D.F.; o a Taxco, pequeña ciudad turística del estado de Guerrero.

Pero, además de las prácticas extendidas sobre un amplio espacio, esta población relativamente acomodada frecuenta y utiliza de igual forma el espacio local. Ante todo, los lugares de trabajo se localizan usualmente en la ciudad central, cerca de la colonia. Las compras de alimentos las efectúan en los mismos lugares que las poblaciones modestas: en los mercados de La Dalia y de San Cosme, así como en los dos supermercados de la zona. En ocasiones, algunos van un poco más lejos para visitar los hipermercados, que venden productos en gran cantidad y donde el acceso está reservado a quienes pagan una membresía. Por otro lado, además de las compras realizadas en los grandes centros comerciales, este grupo puede muy bien adquirir todo tipo de cosas en los tianguis del Centro Histórico (dejando el automóvil en el garaje y tomando un taxi o el Metro). También algunos jóvenes juegan futbol en la colonia. La encuesta revela que esta población relativamente acomodada sostiene con frecuencia verdaderas relaciones con sus vecinos, se visitan y se conocen bien.

No obstante, existen diferencias dentro del grupo. Puede haber desigualdades en la manera de "habitar" la ciudad en el seno de un mismo hogar. Es común que se genere una clara separación entre el ama de casa y el hombre que tiene un empleo, siendo a la vez una diferencia sexual y ligada a la actividad de cada persona. En la semana, cuando el marido se va a trabajar, la esposa se queda en el hogar y no sale mucho de la colonia. Pero todo cambia los fines de semana: puede salir de la colonia con su pareja para ir a comer o a pasear a una plaza comercial o para visitar a familiares.

Podemos notar que quienes viven en la colonia Santa María La Ribera o en la ciudad central desde hace mucho tiempo tienen en general una red de relaciones (amigos y familiares) muy densa en el sector. Aunque practican toda la metrópoli, tienden a frecuentar más los lugares de su colonia de residencia que aquellos que llegaron recientemente. Salen de la ciudad central sobre todo los fines de semana para visitar las plazas comerciales, pero el resto de la semana tienen un modo de vida que se acerca un poco al de los estratos bajos. En contraste, quienes llegaron al sector hace poco salen más de la zona central. La utilización de la colonia se limita a veces a comprar la comida en el mercado. Muchos de ellos visitan con regularidad a su familia o a sus amigos que viven en la periferia (en el Estado de México) o en provincia (Querétaro, Tijuana, etcétera). Estas constataciones muestran que para entender las movilidades cotidianas de una persona hay que analizar su trayectoria residencial, lo cual se acerca a las reflexiones de Lévy y Dureau (2002), quienes insisten sobre la necesidad de estudiar la movilidad globalmente, tomando en cuenta a la vez sus dimensiones cotidiana y residencial.

Elegir un lugar de residencia significa elegir un modo de vida. Pero este modo de vida depende también de las experiencias adquiridas en los diferentes sectores en donde vivió el individuo. Los hábitos adquiridos en una colonia o en un barrio no desaparecen totalmente al mudarse a otra área habitacional. Esto es cierto, por ejemplo, cuando abordamos el tema de las visitas a amigos y familiares que no cambiaron de lugar de residencia, pero también en cuanto a la frecuentación de tal restaurante o tal tienda "preferidos", que se ubican cerca de una vivienda en la que se habitó anteriormente. Hay una relación entre las localizaciones residenciales sucesivas de una persona y sus prácticas cotidianas en la actualidad, lo que explica porqué los que llegaron hace poco a la Santa María circulan en un espacio más amplio que quienes han vivido siempre en la colonia. Así, la facilidad de acceder a la movilidad cotidiana, entre otras cosas gracias a la disponibilidad de un automóvil particular, no es la única razón que define la extensión de las prácticas cotidianas.

 

Matizar la idea de separación radical entre los estratos sociales de la Ciudad de México

La encuesta que llevamos a cabo sobre las prácticas espaciales cotidianas de los habitantes de la colonia Santa María La Ribera muestra claramente que todos los pobladores, sea cual sea su estrato social, su edad, su sexo o su trayectoria residencial, frecuentan a diario las calles de la ciudad central, lo cual puede ser explicado por los rasgos urbanísticos de la colonia. Como la mayor parte de la ciudad central, Santa María La Ribera resulta del urbanismo moderno de finales del siglo XIX e inicios del XX. "Se trata de un urbanismo que produjo la ciudad a partir del espacio público y que organizó el tejido urbano mediante lajerarquización de las vías públicas, la relación entre el ancho de las mismas, las características y la altura de las edificaciones, y las centralidades definidas por los corredores comerciales, los parques y las plazas." (Duhau y Giglia, 2004a: 260). Desde su origen la colonia fue pensada como un espacio para la coexistencia de funciones residenciales y no residenciales: cuenta con muchos comercios, servicios administrativos, talleres, escuelas, equipamientos culturales (museos en particular), parques, mercados, clínicas, etcétera; además de estar ubicada en una delegación que ofrece numerosos recursos (empleos, infraestructura comercial, de salud y educacional). En este contexto, parece lógico que los habitantes utilicen mucho el espacio local (aunque no forzosamente con los mismos usos). Pero la encuesta también arroja que los individuos de estrato medio de la colonia, y una pequeña parte de sus estratos bajos, frecuentan igualmente equipamientos privados de la periferia (en especial las grandes plazas comerciales del sur o del oeste).

Tabla 3

Estos resultados revelan que ciertos habitantes de estrato medio pueden combinar una "vida barrial", como sus vecinos más humildes, y la práctica de lugares "exclusivos". Eso matiza muchos análisis sobre los estratos medios, que generalizan observaciones basadas sólo en las poblaciones que viven en los conjuntos cerrados de la periferia.

Muchos autores que han observado las recientes transformaciones globales de las ciudades latinoamericanas subrayan un aumento de la desarticulación entre los espacios urbanos (Janoschka, 2002; Hiernaux–Nicolas, 1999; Guerrien, 2004b). Las distintas zonas de las grandes aglomeraciones se convierten cada vez más en monofuncionales. Notan también una fuerte tendencia a la privatización de los espacios, provocando el ocaso del espacio público "clásico" (que sería caracterizado por el libre acceso, la coexistencia de funciones diversas, la aceptación del otro y de lo nuevo) (Giglia, 2003; Duhau y Giglia, 2004b). Tener acceso a ciertos lugares y su uso no es posible más que con la condición de respetar una determinada norma social y, a veces, de disponer de un suficiente poder económico. Estas mutaciones urbanas se distinguen por la multiplicación, sobre todo durante la década de 1990, de numerosas formas urbanas privadas, especies de "artefactos" comerciables dispersos en los tejidos urbanos (Janoschka, 2002): centros comerciales (tipo mall), universidades privadas, deportivos, conjuntos residenciales cerrados y con vigilancia, entre otras. Al mismo tiempo aparecen nuevas centralidades alejadas de la ciudad "tradicional", concentrando corporativos de grandes multinacionales, comercios y restaurantes de lujo, y departamentos de alta categoría. (Santa Fe, en la Ciudad de México, es un ejemplo de estas nuevas burbujas "de Primer Mundo"; véase mapa 1.)

El desarrollo de estos lugares privados está a veces relacionado con la búsqueda de seguridad (Janoschka, 2002; Giglia, 2003). Pero algunos autores subrayan también la importancia de la voluntad de marcar su diferencia social y la atracción por un modo de vida específico en el éxito de estas nuevas formas urbanas (Giglia, 2002 y 2003; Janoschka, 2002; Sabatini y Cáceres, 2004).

Ciertas observaciones muestran que los estratos medios que viven en los conjuntos cerrados del suroeste de la Ciudad de México tienden a usar sólo estos lugares exclusivos dispersos en la ciudad y que se inscriben en un circuito cerrado y privado (Guerrien, 2004a y b). Aquí se encontrarían entre sí mismos, entre individuos con los mismos gustos y las mismas aspiraciones. Los estratos bajos, viviendo en ocasiones a proximidad, no tendrían acceso a estos lugares, pues no contarían con el perfil social y económico requerido para frecuentar estos espacios.

Estos análisis subrayan la importancia de utilizar el automóvil por parte de los grupos acomodados de los conjuntos cerrados, que se desplazan en un espacio de vida amplio y disperso en toda la ciudad. Gracias al periférico y a las diversas vías rápidas de la ciudad, el automóvil permite una conexión entre los lugares cerrados lejanos (de estacionamiento con vigilancia a estacionamiento con vigilancia), sin que la persona esté obligada a entrar en las colonias juzgadas como peligrosas y no recomendables. Usar el coche y visitar casi exclusivamente los espacios cerrados reduce bastante los contactos de estos grupos sociales con el espacio público.

Estos análisis son luego extrapolados para sostener la idea de que la ciudad vivió un cambio radical en su modelo de urbanización. Así, sobre el área metropolitana, actualmente se sobrepondrían dos mundos herméticos: los ricos, muy móviles, evolucionando en una amplia red de lugares privados o semipúblicos; y una gran mayoría de pobres, obligados a quedarse en su casa, con un área de movilidad restringida, sin tener acceso a los espacios de consumo modernos.

Los conjuntos residenciales cerrados resultan de un urbanismo suburbano donde el uso habitacional es predominante. Esta especialización es pensada sin la presencia de otras funciones (comercial, administrativa, de servicios). Así, el espacio común es reducido a la circulación, y no debe ser perturbado por otras funciones y actividades urbanas no residenciales (Duhau y Giglia, 2004a). Es entonces lógico que los residentes de los conjuntos cerrados no lleven a cabo muchas prácticas en su entorno local y que favorezcan la frecuentación de nuevos lugares fácilmente alcanzables en coche.

Con todo, dos puntos parecen olvidados en la idea de una separación espacial generalizada de las prácticas cotidianas de los estratos medios y bajos. Primero, que los estratos medios no viven siempre en sectores socialmente homogéneos, en la periferia. Algunos eligieron vivir en la zona central, donde residen otros grupos sociales y donde el uso cotidiano de la calle es facilitado por una forma urbana que lo permite. Segundo, que los equipamientos privados no son burbujas herméticas ante otros grupos. Son también practicados por otras poblaciones que residen fuera del "circuito privado", en particular los estratos medios de la ciudad central.

 

Conclusión

Los primeros resultados de nuestra encuesta manifiestan que las prácticas de los estratos medios de la ciudad central del Distrito Federal tienen una inscripción local importante, pero que se dan también en un espacio de vida más extenso. Como acabamos de ver, estas conclusiones permiten completar los análisis de algunos trabajos sobre el modo de vida de los estratos medios, basados sólo en los habitantes de los conjuntos cerrados. En el centro existen personas de los estratos medios que combinan dos niveles de prácticas espaciales cotidianas: pueden convivir con sus vecinos del "barrio", comprar ahí la comida y atravesar la ciudad para aprovechar los recursos urbanos conforme a sus preferencias. Elegir quedarse en o mudarse a la zona central es una elección que implica cierto tipo de prácticas, de modo de vida, en lo cual se diferencian de los estratos medios de los conjuntos cerrados: tienen otra manera de "habitar" la ciudad.

Sin embargo, en Santa María La Ribera, dentro de los estratos medios existen también contrastes en el tipo de práctica. El hecho de haberse instalado hace poco en la colonia parece jugar un papel destacable: las personas que viven en la Santa María desde mucho tiempo atrás suelen utilizar más los recursos de la zona y reunirse en el sector con su familia o sus amigos que viven cerca. El sexo y la actividad también pueden intervenir: las amas de casa permanecen más en su vivienda (y colonia) durante la semana (aunque pueden salir lejos los fines de semana), mientras que sus maridos, por razones profesionales, practican diariamente otros sectores de la metrópoli.

Los estratos bajos, en cambio, tienden más a centrarse exclusivamente en el entorno local (de la colonia y de la ciudad central). Pero, de igual forma, existen usos de la ciudad diferenciados en este grupo, que traducen desigualdades de acceso a la movilidad: los jóvenes menores de 30 años más educados parecen ir a divertirse en lugares alejados de la colonia (en los estadios de futbol del sur o en las plazas comerciales).

Entonces, aunque todos nuestros entrevistados tienen prácticas espaciales locales en su colonia, notamos prácticas desiguales en función del estrato social, del sexo, de la edad y de la trayectoria residencial. Estas características se entrecruzan para influir de diversas formas sobre la amplitud del espacio usado, el tipo de lugares frecuentados y el espacio en el cual las personas sociabilizan. Utilizando una expresión de Lévy y Brun (2000: 246), podemos decir que los residentes de la Santa María viven en un mismo lugar, pero no ocupan la misma ciudad.

Estas diferencias en las prácticas espaciales cotidianas tal vez indicarían un acceso desigual a la movilidad entre aquellos que no disponen de automóvil, obligados a ir a pie o en transporte público (que no siempre es rápido, cómodo ni eficiente), y quienes utilizan el auto de manera intensiva, arribando sin tantas dificultades a los lugares "a la moda", agradables, pintorescos o simplemente aprovechables, al otro lado de la ciudad. Otros elementos que pueden entrar también en juego son que el acceso a los lugares, su práctica y su uso están condicionados por la disponibilidad de tiempo libre en ciertos horarios, actuar conforme a cierta norma social (por ejemplo, una persona muy pobre se sentirá tal vez fuera de lugar en un centro comercial de lujo, aun si éste le es físicamente accesible) y, en ocasiones, contar con un determinado poder económico (suficiente para pagar la membresía en un gimnasio, por ejemplo). Esta situación inquiere sobre la cuestión de la segregación y las divisiones sociales del espacio: a pesar de una tendencia más orientada hacia la heterogeneidad social en varias colonias de la ciudad central del Distrito Federal, se mantendría bien presente una forma de segregación caracterizada por la "desigualdad de oportunidades de acceso a los bienes materiales y simbólicos ofrecidos por la ciudad" (Grafmeyer, 1994: 89).

 

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Notas

1 Una práctica espacial cotidiana es una manera de utilizar y de apropiarse un lugar, a la escala de lo cotidiano. En el artículo, esta noción toma en cuenta las características del desplazamiento hacia el lugar (el medio de transporte utilizado, el tiempo del recorrido, la frecuencia), la especificidad del sitio frecuentado (estatus público o privado, localización, función principal) y la actividad realizada en él (trabajo, esparcimiento, militancia, etcétera).

2 La ciudad central agrupa cuatro delegaciones del centro de la Ciudad de México: Benito Juárez, Cuauhtémoc, Miguel Hidalgo y Venustiano Carranza (véase mapa 1).

3 Aquí nos referimos a la clasificación de Suárez Pareyon (2000): las "colonias populares de la ciudad central" corresponden a las zonas de "vecindades".

4 Desde la ciudad central hacia las otras delegaciones y municipios del área metropolitana, pero también la provincia y el extranjero.

5 El estudio se basa en microdatos del XII Censo General de Población y Vivienda 2000 (INEGI, 2000) (una muestra de 10%). Por primera vez, este censo introduce una pregunta relativa al municipio o delegación de residencia cinco años antes, lo que autoriza analizar las movilidades residenciales dentro de la metrópoli.

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