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Tópicos (México)

Print version ISSN 0188-6649

Tópicos (México)  n.62 México Jan./Apr. 2022  Epub Mar 28, 2022

https://doi.org/10.21555/top.v62i0.1226 

Artículos

Las riquezas nocturnas de Introducción a “El origen de la geometría” de Husserl. La fenomenología, la visibilidad y lo literario en el joven Derrida

The Nocturnal Riches of Edmund Husserl’s “Origin of Geometry”: An Introduction. Phenomenology, Visibility, and the Literary in the Young Derrida

1Universidad de Buenos Aires Argentina asorin@filo.uba.ar


Resumen

Este trabajo presenta una interpretación de Introducción a “El origen de la geometría” de Husserl de Derrida a la luz de la cuestión de lo literario. Con esto no nos referimos a la literatura como institución, sino a determinada comprensión de la naturaleza del lenguaje en términos no idealistas (con ello referimos, aún de manera amplia, a un lenguaje no netamente instrumental). Por un lado, se señalará la relevancia de este tópico en los desarrollos específicos del texto derridiano, mostrando que es fundamental para abordar su crítica de “la exigencia de visibilidad” en Husserl. Por otro, se otorgará una contextualización crítica al interior de su camino intelectual (por ejemplo, en lo que concierne a la tesis doctoral que Derrida estaba escribiendo en ese momento, y a “Fuerza y significación”, el texto que publicó inmediatamente después) que mostrará la relevancia de nuestro desarrollo.

Palabras clave: lenguaje; deconstrucción; escritura; literatura; heliocentrismo

Abstract

This article presents an interpretation of Derrida’s Edmund Husserl’s “Origin of Geometry”: An Introduction through the question of the literary. We are not talking about literature as an institution, but about a certain understanding and characterization of the nature of language in non-idealistic terms (by which we mean, in general terms, a non-instrumental language). On the one hand, this article will show the relevance of this topic within the specific development of Derrida’s Introduction, showing that it is fundamental to address his critique of Husserl’s “demand for visibility”. On the other hand, we provide a critical contextualization of his intellectual path (for example, regarding the doctoral thesis that Derrida was writing at the time, and “Force and Signification”, the text that he published immediately after) that will show the relevance of our analysis.

Keywords: language; deconstruction; writing; literature; heliocentrism

1. Introducción

En 1962, Derrida lanzó su primera publicación, que oportunamente fue también la primera producción suya en captar atención filosófica y obtener reconocimiento institucional: Introducción a “El origen de la geometría” de Husserl (en adelante IOG),1 que ganó el premio Jean Cavaillès de Epistemología Moderna. Sin embargo, advertimos, en la literatura especializada cierta dificultad para abordar este texto y ubicar sus temas dentro de la “obra” derridiana. Ello nos parece consecuencia de distintos hechos, entre los cuales están la extrañeza de su eje temático y de sus interlocutores -vistos, al menos, desde sus desarrollos posteriores- y el fortísimo impacto que tuvo la “tríada del 67”, que terminó haciendo las veces de “inauguración” del pensamiento derridiano. De hecho, hasta cierto punto aquellas tres obras (La voz y el fenómeno, La escritura y la diferencia y De la gramatología) presentan, de manera sólida y casi acabada, una gran parte de las nociones que serán idiosincráticas de su pensamiento en general (tales como “différance”, “huella”, “logocentrismo”, “archiescritura”, etcétera).

En ese peculiar contexto, todo lo anterior corre el riesgo de confinarse al silencio. Cuando sí son tomados en cuenta, los textos anteriores suelen ser abordados desde 1967, como primeras intuiciones o intenciones filosóficas en adelante perfeccionadas (cfr. Moati, 2014, p. 67 y Ferraris, 2006, p. 28). Por supuesto, que se les busque como antecedentes no es en sí cuestionable, pero termina por llamar la atención la escasez de estudios específicos sobre ellos.2 En este punto valoramos las labores de Edward Baring (2011) y, más recientemente en el universo hispanohablante, de Jimmy Hernández (2018), que emprenden un trabajo de elucidación y especificación del contexto que permea y posibilita las formulaciones del joven Derrida. Sus abordajes nos parecen provechosos e iluminadores, y les reconocemos la enorme valía de reconstruir el influjo de toda una serie de fuentes algo inusuales para el grueso de la literatura derridiana especializada (como Tran Duc Thao, Jean Cavaillès y Jean-Toussaint Desanti, entre otras figuras), que precisamente justifican y hacen aprehensibles los motivos del premio Cavaillès como reconocimiento dentro del campo de la epistemología (algo en principio curioso, mirando su obra en retrospectiva). Derrida mismo afirmó en una entrevista tardía haber buscado de manera compartida, junto a varios de sus congéneres, reemplazar la fenomenología en boga, de corte existencialista, orientada hacia los problemas epistemológicos (cfr. Janicaud, 2015, p. 340),3 y esa sola mención nos indica que la especificidad de los debates y los interlocutores reclama un tratamiento pormenorizado.

Sin intención de menoscabar la relevancia del debate epistemológico en IOG, nuestro trabajo se ceñirá al estudio de una serie de remisiones-periféricas, pero numerosas y recurrentes- a lo literario. Esto puede parecer inconexo con la caracterización recién hecha, pero es conveniente recordar que, por aquellos años, Derrida se encontraba planeando su proyecto doctoral sobre la idealidad del objeto literario en Husserl.4 Ello evidencia que no se trata de un tópico ajeno a 1962, pero faltan estudios específicos sobre este asunto.

Aunque las asociaciones de Derrida con la literatura y lo literario sean de lo más comunes, estas suelen justificarse fundamentalmente al nivel de sus elaboraciones posteriores:5 de allí que uno de nuestros principales objetivos en este escrito sea mostrar cómo en IOG se entrevé la raíz de una meditación rigurosa sobre el tópico. En nuestro caso, creemos que, sin perder del todo el cariz epistemológico (porque, adelantamos, se trata de reflexionar sobre cómo funciona la idealización de sentido en la literatura y en las ciencias, y cómo una acecha a la otra), estas elaboraciones ostentan cierta originalidad que no se deja comprender de manera completa desde esa perspectiva y aquellas fuentes epistemológicas. De hecho, esto es explícito: en IOG, Derrida se encuentra leyendo a Husserl tanto a través de Cavaillès y Tran Duc Thao como de Blanchot y Joyce. A su vez, la publicación inmediatamente posterior (“Fuerza y significación”, de 1963) se lanza de lleno sobre distintos modos de abordaje de lo literario. Si no queremos comprender este desplazamiento como un corte total (algo vedado por Derrida, porque allí cita sus desarrollos recientes), tenemos entonces pendiente rastrear la especificidad del problema literario en 1962. Insistimos: en qué sentido, si bien se hilvana en una meditación epistemológica, tampoco se deja agotar por ella.

La perspectiva que aquí emprenderemos nos permitirá acercarnos a las “riquezas nocturnas” de IOG, y ello a su vez en dos sentidos: por un lado, porque recuperaremos una vía de lectura en cierta medida inexplorada, haciendo hincapié en una serie de referencias que han quedado “a la sombra”. Este proceder nos conducirá a reevaluar la densidad filosófica del texto entero y a cuestionar, asimismo, aquel relato tan habitual que -según hemos mencionado- posa sus trabajos previos al 67 como una especie de “prehistoria” de la deconstrucción. Por el otro, adelantamos que estas vías “poco transitadas” que pretendemos recuperar tienen que ver con señalar a la literatura como algo refractario al primado escópico, y por ello mismo también renuente a los análisis husserlianos del lenguaje. Así lo sugiere Derrida en repetidas ocasiones. Creemos que ello no puede ser un gesto gratuito si tenemos en cuenta que, justamente mediante su exploración del vínculo entre lenguaje e historia en Origen de la geometría, el joven argelino insiste en cierto peligro “oscuro” o “nocturno” que asedia a la historicidad tal como la plantea Husserl.

Ahora bien, teniendo en cuenta que, mediante estas referencias a lo literario, Derrida no trasluce tesis acabadas, nuestro trabajo se remitirá a proponer una clave exegética que, aunque justificada, necesariamente ha de permanecer tentativa. No intentaremos adivinar los desarrollos que habría desplegado aquel proyecto doctoral en caso de haberse concretado, sino tan sólo elucidar el sentido filosófico de cierta “insistencia literaria” en 1962. En este sentido, tampoco examinaremos la “viabilidad” o “fidelidad” de las interpretaciones derridianas sobre Husserl, ni buscaremos “develar” la óptica correcta para abordar IOG: tan sólo exploraremos una vía alternativa -pero interesante y esclarecedora-, una hebra no transitada para un texto poco visitado dentro de la literatura especializada. A su vez, señalaremos las vinculaciones con las obras futuras cuando nos parezca necesario, a la par que las distancias prudenciales.

A partir de este horizonte problemático, nuestro itinerario será el siguiente: en primer lugar, repondremos el planteamiento básico de IOG, y luego especificaremos la operación que emprenden el lenguaje y la escritura en sus líneas, enfatizando las críticas derridianas a Husserl. Hecho eso, puntualizaremos sobre la cuestión de lo literario, y luego nos ayudaremos de los desarrollos de “Fuerza y significación” para proponer una línea de lectura que esclarezca la filiación entre el lenguaje, lo literario y la significación. En último lugar expondremos nuestras conclusiones.

2. Traducción, transmisión y tradición

Luego de rendir el examen de agrégation y terminar sus estudios en la École Normale Supérieure, Derrida fue beneficiado con una beca para estudiar a Husserl en Harvard, donde comenzó a trabajar sobre Origen de la geometría (en adelante OG) (cfr. Derrida, 2009, p. 212). Aunque se trate de un ensayo muy temprano, la cantidad de años que le llevó (de 1956 a 1962, pasando por Harvard y el servicio militar de Argelia) explica que aúne intereses diversos. Probablemente lo más relevante de IOG sea que es allí donde Derrida comienza a trabajar la cuestión del signo y del lenguaje en la fenomenología husserliana.6 Si El problema de la génesis en la filosofía de Husserl (en adelante, PGH) había comprendido la mención de la escritura en OG como mera técnica empírica al servicio de la transmisión de conocimiento, indicando que “lo constituyente” necesita de “lo constituido” para su consagración (cfr. Derrida, 2015,p. 270), en IOG Derrida revé de manera más sofisticada la operatividad que le asigna Husserl en aquel texto.

OG se pregunta fenomenológicamente cómo alcanzan a constituirse-y, másaún, a sedimentarse y eslabonarse- los objetos ideales que hacen a una tradición científica. La distinción recíproca entre 1) circunstancias genéticas contingentes, 2) verdad ahistórica, y 3) objetividad del sentido permite comprender cómo es que, para Husserl, los primeros geómetras ostentan algún tipo de poder de creación: aunque ciertamente ello no ataña a lo intemporal del sentido geométrico, aquéllos sí inauguran su objetividad ideal. Y, como dijimos, esta “inauguración” es el foco de análisis de OG, porque allí se trata de elucidar 1) cómo pudo un determinado sentido (por ejemplo, la idea de “triángulo”) consagrarse como tal, por vez primera, y 2) cómo este sentido no solo se da, sino que da comienzo a lo que tenemos por historia.

Ahora bien, si el accionar del geómetra resulta fundador, Husserl apunta que ello no puede ser jamás en su calidad de acto empírico: en ese caso, la dignidad completa del acto constituyente y de la verdad científica se vería devaluada, y no podría explicarse por qué un desvarío o una alucinación no resultan tan inaugurales como los teoremas de Pitágoras. La interpretación que ofrece Derrida es la siguiente: “el verdadero contrario de la alucinación, como de lo imaginario en general, no es inmediatamente la percepción sino la historia; o, si se prefiere, la conciencia de historicidad y el despertar de los orígenes” (2000, p. 36).7 En otras palabras, hay evidencia geométrica en cuanto es evidencia de una objetividad ideal, y esta solo es luego de haber sido puesta en circulación común e intersubjetiva. Mientras que el fenomenólogo recalca la necesidad de aquella “primera vez”, proponiendo una variación histórica, noética y reactivante -admitiendo casi al pasar que su singularidad permanece velada para nosotros-, Derrida toma como brújula aquel ocultamiento y aquella regresión al infinito. No solo es el caso que, para aproximarnos a las dimensiones de derecho, necesitamos verternos sobre los hechos -recurrir, por caso, a su “inscripción” en la historia-, sino que incluso ahí unos hechos remiten a otros y su estela se difumina en un horizonte infinito: para que opere como tal, el origen ha ya de haberse perdido y difuminado. Así, si este escrito que lleva por título “Origen” de la geometría8 termina ocupándose de la cuestión de la historia del sentido es porque allí Husserl descubre que el origen de la geometría es, a la vez, el problema de su tradicionalización, y que un desglose analítico que distinguiera una cosa y otra confundiría lo que allí es, por derecho, el mismo nudo.

Si el objeto ideal es el arquetipo del objeto en general, y si Husserl expresa en más de una oportunidad que el objeto matemático es el más ideal de todos porque se agota en su fenomenalidad, problematizar el nacimiento de la geometría es a la vez meditar acerca de la génesis de la objetividad del sentido. Por ello, las indagaciones de Husserl escalan con velocidad a cuestiones como, por ejemplo, cómo nace una evidencia objetiva. En otras palabras, cómo son posibles la intersubjetividad, la historia y la tradición. La respuesta no se hace esperar: todo ello pende, dice Husserl en este texto, de la posibilidad del lenguaje. Lentamente nos iremos acercando a nuestro eje específico, a saber, las remisiones a lo literario que plantea Derrida con relación a este problema.9

De acuerdo con Husserl, el lenguaje es el éter de la tradición en la medida en que tiene una opacidad tal que permite autonomizar un sentido de la vida psicológica y ponerlo a disposición de la mirada intersubjetiva. Lo vuelve aprehensible en común, comunicable y capaz de habitar la historia: lo constituye como objeto. “Sin duda, la verdad geométrica se sostiene más allá de toda expresión lingüística particular y fáctica como tal. […] Pero la objetividad de esta verdad no podría constituirse sin la posibilidad pura de una información en un lenguaje puro en general”, nos dice Derrida (2000, p. 72). De allí que Husserl le otorgue al habla no un mero carácter técnico, sino uno casi jurídico; IOG advierte cómo el alemán aquí pretende, de a poco y de la mano del lenguaje, hacer entrar en juego una noción de “historicidad” más sofisticada que sortea tanto las trampas de la pura sincronía (que, ya acabada, necesitaría únicamente explicitarse en el lienzo de lo fáctico) como las de la diacronía empírica (estéril a la hora de fundar cualquier juridicidad).

Ahora bien, esta “habla” tan ponderada por Husserl como condición de posibilidad de la verdad ha de ser entendida como escritura. No es finalmente la oralidad, sino la inscripción gráfica lo que absuelve al sentido de la percepción actual e inaugura la espacio-temporalidad virtual de la que vive la tradición. Si la escritura es tan valorada en OG es porque “preserva, a continuación, la verdad para que ésta pueda ser mirada a la luz” (Derrida, 2000, p. 74). Derrida insiste en el imperativo de univocidad que subyace a la fenomenología, a la que a su vez caracteriza como “filosofía del ver”: serían las superficies lisas y aprehensibles en una evidencia por la percepción el criterio rector del conocimiento, como lo quisiera el § 24 de Ideas I (el “Principio de todos los principios”).

Como es esperable, Derrida en IOG detalla cómo la misma naturaleza del lenguaje repele este clásico principio fenomenológico. Aun si debemos tener cautela ante la tentación de homologar demasiado rápido la presentación ahí presente del tópico de la escritura con los tratamientos que le otorga unos años más tarde,10 sí es posible rastrear aquí una estrategia típicamente derridiana en el señalamiento de la “ambivalencia”11 de esta virtualidad: lo mismo que libera a la objetividad la expone a la crisis -en términos husserlianos- porque la escritura trabaja gracias a una pasividad inerradicable. En otras palabras, a la par que instituye el objeto, ubicándolo ante la mirada común, lo separa del aliento que le infunde sentido. Husserl caracteriza al filósofo como “funcionario de la humanidad”, y comprende su labor a partir del deber-no solo teórico, sino ético- de reactivación de sentido de manera “responsable” cada vez. Sin embargo, Derrida desconfía de la victoria de esta empresa. Desde su óptica, no es evidente que la opacidad de la letra se someta a la intención significativa; que diga lo que el “emisor” quiso significar, y a la vez que diga únicamente aquello. Husserl tematiza al cuerpo lingüístico en términos de “corporeidad espiritual” (geistige Leiblichkeit), y Derrida escruta lo minúsculo de esta operatoria interrogando cómo pueden fusionarse aquellos polos heterogéneos (por lo menos desde los preceptos del fenomenólogo, que necesita marcar su distinción). Desde la óptica de IOG, no es en absoluto claro que la rugosidad del lenguaje pueda instrumentalizarse en favor de la idealidad sin costos, sin subrepticia y simultáneamente administrarle su veneno.

En la próxima sección desarrollaremos mejor las últimas aseveraciones, detallando qué avatares adquiere esta resistencia del lenguaje en 1962.

3. Tradición, lenguaje y textura

Dijimos que, de acuerdo con OG, el lenguaje en general y la escritura en particular son condición de la objetividad y médium de la tradición. En términos técnicos más precisos, los objetos geométricos se consagran gracias a la objetividad ideal del lenguaje, pues este supone siempre “una neutralización espontánea de la existencia fáctica del sujeto hablante” (Derrida, 2000, p. 61).12 De acuerdo con su concepción de “historia”, Husserl necesita que el lenguaje sea unívoco para que la traducción sea posible, y allí se comienza a adivinar la amplitud del problema: el semblante del lenguaje no se agota en aquella reducción eidética inmediata, sino que, si la carnadura lingüística goza de alguna investidura constituyente, es precisamente gracias a cierto espesor material: a cierta equivocidad. En IOG, esta última se despliega en múltiples dimensiones. Derrida señala distintas dificultades que encuentran tanto la escritura en particular como la naturaleza del lenguaje en general para satisfacer los imperativos husserlianos de univocidad. En lo que sigue ofreceremos una clasificación posible de estas, procurando retener de cada una su “núcleo duro”.

Antes de finalizar el capítulo VII, Derrida se apunta a demostrar que la intersubjetividad trascendental y la objetividad están al mismo nivel, no admitiendo relaciones jerárquicas. Por ello, en lo concerniente a la primera dificultad, IOG recuerda que, según Husserl, “la traducción es, en principio, una tarea siempre posible: dos hombres normales tendrán siempre a priori conciencia de su pertenencia común a una sola y misma humanidad, que habita un solo y mismo mundo” (Derrida, 2000, p. 77). El pasaje es largo y complejo, pero en un primer momento el argelino se empeña en mostrar cómo la conciencia de cohumanidad sobre la cual Husserl se apoya toma como piedra de toque la humanidad determinada “normal” y “adulta”. Es decir, algo que no es una determinación eidética, sino un criterio normativo mundano.13 La intersubjetividad, admitida condición de la objetividad, no está en realidad sino al mismo nivel de esta última (porque ambas están, en verdad, urdidas a partir del lenguaje). Luego se vuelve sobre la presuposición de un mundo como horizonte común de experiencia, cuyos entes “rasos” harían de referentes últimos y resolverían cualquier equívoco o ambigüedad lingüística. El argelino señala con destreza cómo la reducción a un “nosotros” puro y precultural no redirige nunca a una dimensión primitiva, sino a una cultura determinada. No sólo sucede que descubre el etnocentrismo connatural a la fenomenología husserliana,14 sino que esa cultura determinada es posible ya por la gracia del lenguaje y de la objetividad que este último permite sedimentar.

De acuerdo con la comprensión que tiene Derrida de la fenomenología, la traducibilidad absoluta se suspende si el significado no puede ser reducido, mediata o inmediatamente, al modelo de un ente objetivo y sensible,15 o al menos a una evidencia, motivo por el cual IOG pregunta: “¿No se puede decir lo contrario de lo que dice Husserl? La incomunicación y el malentendido, ¿no son el horizonte mismo de la cultura y del lenguaje?” (2000, p. 78). Derrida explica que un lenguaje poético -un lenguaje cuyas significaciones no conducen a objetos- no podría tener, para Husserl, valor trascendental, para recordar enseguida que es justamente el maestro fenomenólogo quien, en determinados puntos de máxima sofocación de sus análisis sobre la subjetividad, dice que le “faltan nombres” (Derrida, 2000, p. 79; cfr. Husserl, 2002, p. 95). Lo poético, sugiere IOG, parece reingresar de maneras insospechadas en sitios clave.

Frente a la regresión al infinito (en la búsqueda de un ente prelingüístico) y la contradicción (entre la concepción y la utilización husserlianas del lenguaje)16 marcadas en estas páginas, nos interesa retener como primera dificultad ante el ideal de traducibilidad absoluta la imposibilidad de dar con un mundo común que funde la conciencia de cohumanidad y que permita desenredar los malentendidos del lenguaje.

Una segunda dificultad que podríamos señalar -en efecto, muy cercana- tiene que ver con las filiaciones entre lenguaje, historia y memoria. Derrida ilustra dos modos arquetípicamente opuestos de entender esta filiación de la mano de Husserl y Joyce. Por un lado, el maestro fenomenólogo nos invita -de manera previsible- a reducir las sedimentaciones de la lengua fáctica hasta dar con “la transparencia actual de sus elementos unívocos y traducibles” (Derrida, 2000, p. 103). Por otro lado, Joyce se imbuye en la equivocidad de las asociaciones pasivo-poéticas (cfr. Derrida, 2000, p. 103) y nos acerca a un sentido de memoria que vive de las “riquezas nocturnas” (Derrida, 2000,p. 102) de las sedimentaciones culturales. Mientras que el primero paraliza la historia esterilizándola, el segundo la ocluye haciendo gala de la intransmisibilidad.17 Por ello el sintagma “riqueza nocturna”: porque trabaja explotando un abanico de recursos extraño a toda una constelación de valores asociados a la luz, la trasparencia y la univocidad que a Derrida le interesa aquí asociar con el proyecto husserliano. Estos recursos tienen que ver, por ejemplo, con la contaminación de los órdenes relativos al significado y al significante, lo que termina haciendo del texto joyceano algo verdaderamente insaturable e inagotable.

Más allá de que la apuesta de Joyce hiperbolice todo lo que la fenomenología busca evitar, y de que Derrida se distinga de ambos extremos, cabe plantear si, para que sea histórica, la memoria de la que habla Husserl no necesita asimismo de la génesis material que Joyce hace explícita en su literatura.

Según IOG, la univocidad plena solo puede pensarse sobre dos casos concretos, a saber, un objeto precultural o uno transcultural. Aun si el primero existiera, al insertarlo en un encadenamiento lingüístico se le insertaría en una red de relaciones, oposiciones y resonancias cuyo influjo resulta incontrolable; en suma, se le introduciría en una cultura, y “[l]a equivocidad es la marca congénita de toda cultura” (Derrida, 2000, p. 203). En el caso de un objeto transcultural (como, por ejemplo, un objeto geométrico) sucede algo semejante: incluso la univocidad de aquel objeto será siempre relativa, pues viene a inscribirse al interior de un sistema móvil de relaciones. “Aun cuando esas relaciones son, en el interior de una ciencia, relaciones de idealidades puras y de ‘verdades’, dan lugar, de todos modos, a perspectivas singulares, a encadenamientos múltiples del sentido, y por lo tanto, a intenciones mediatas y potenciales” (Derrida, 2000, p. 104). La equivocidad es irreductible porque las palabras y el lenguaje no son objetos: porque nunca se despliegan de manera impasible en el plano liso ante la mirada. Viola el famoso “Principio de los principios” que mencionamos antes. Una “misma” palabra significa distinto según la intención que la anime: antes que mentar una vuelta al voluntarismo -o a lo que más tarde llamará “fonocentrismo” (Derrida, 1989, p. 272)-, aquí Derrida está enfatizando el carácter “situado” de todo lenguaje. Que el lenguaje es siempre lengua, que se utiliza e instancia materialmente: que no es una rejilla pura cuya facticidad sea accesoria. En este punto es interesante recordar que Trujillo (2018, p. 95) resalta como marca significativa que Derrida haya traducido la expresión alemana Dokumentierungen por consignations (consignaciones): si Husserl quiso explicar mediante aquel término que la geometría permanecía como la misma a través de sus expresiones orales y escritas, Derrida inscribe con aquella traducción un doble filo: que la verdad sea consignada querrá decir, dentro de IOG, que se retira simultáneamente del recinto accesible a la mirada, y, por tanto, a la evidencia.

En otros términos, no puede reducírsele la “textura” al lenguaje. Cierta opacidad es connatural a su naturaleza y comportamiento. Esta dificultad nos sirve de puente hacia la complicación que recubre la escritura en concreto, la tercera, aunque ya la hemos bosquejado por adelantado: a la par que inaugura la virtualidad de la tradición, la escritura corta el hálito intencional y confina al lenguaje a la equivocidad (cfr. Derrida, 2000, p. 85). Si el lenguaje no es puro y significa según su utilización, hay que decir que tampoco se pliega servilmente al simple designio de quien lo emplea, y la escritura (de cuyo funcionamiento penden incluso las idealidades más altas) lo enfatiza.18 Si la escritura es clave para Husserl en OG es porque ella misma no es jamás un mero cuerpo sensible constituido (Körper), sino también, de alguna manera, un cuerpo propio (Leib) y constituyente, investido de “acto intencional”. Y bien, todo se dirime en la posibilidad de conciliación entre sentido y materialidad, o, más bien, en el modo de hacer a esta última obedecer al primero. He aquí lo realmente dudoso para el joven Derrida. La rugosidad material de lo escrito vuelve aún más improbable la posibilidad de ponerle límite a los ecos y resonancias de la cultura (una complicación que de todas maneras ya atañe al lenguaje en general), y ello nos coloca ante un enredo porque es solo gracias a este descenso de lo verdadero -a este descenso hacia lo inmotivado del grafema, podríamos decir- que es posible su accesibilidad intersubjetiva y, en fin, su objetividad.

En estas tres dificultades el lenguaje parece trabajar solo y a oscuras, a espaldas del intuicionismo husserliano. Hemos enumerado estos obstáculos a la traducción, que para fines didácticos recordamos: el lenguaje 1) no alcanza a desembocar en un mundo común que opere como referencia fija, y 2) no es él mismo un ente determinado cuya silueta pueda dibujarse a la luz: en la medida en que es histórico, rechaza toda pureza y no es nada allende sus puestas en acto. Eso hace que “nunca se utilice el lenguaje por primera vez”, y que cada fonema porte inevitablemente herencia. Y, a su vez, la escritura 3) trabaja con la ausencia de su presunta fuente instituyente, y exacerba así el poco dominio que tiene el presunto “usuario” sobre lo dicho. Todo esto no sería tan importante si el lenguaje y la escritura en general no fueran necesarios para la sedimentación de la historia, la intersubjetividad y, en fin, la idealidad objetiva de las idealidades científicas. Gaston dice, por caso, que la escritura quiebra el idealismo husserliano en la medida en que es por ella que el fenomenólogo ya no puede pensar en toda su radicalidad la hipótesis de la aniquilación del mundo, como lo propone el célebre § 49 de Ideas I (2011, p. 507). Por su parte, Lawlor avanza un par de pasos más diciendo que los desarrollos de IOG nos sitúan ante un sentido trascendental de muerte. “El lenguaje es la morada de la verdad, pero una morada insegura” (2002, p. 119), sostiene con claros ecos heideggerianos. Ahora bien, ¿qué tiene que ver todo esto con lo literario?

4. Textura, idealidad y literatura

Los desarrollos anteriores no fueron tan solo preparatorios, precisamente porque “lo literario” tiene que ver con cómo se determina la naturaleza del lenguaje. No obstante, nos adentramos ahora con total frontalidad en nuestro tema.

Aunque sean sutiles, durante nuestro recorrido anterior hemos aludido a casi todas las referencias explícitas de IOG a lo literario: 1) la mención a Joyce (p. 102), 2) el comentario sobre lo inconducente que sería un lenguaje poético en términos fenomenológico-trascendentales para Husserl (a la par que “faltan nombres”) (p. 78), y 3) la referencia a Mallarmé, Valéry y Blanchot en una nota al pie, a propósito de la neutralización automática de la facticidad que emprende el lenguaje, característica que tanto Hegel como Husserl valoran (p. 62). Acerca del sentido de esta referencia Derrida no se extiende casi nada, simplemente dice que el mismo poder neutralizante del lenguaje que valora Husserl lo marca Hegel, y también aquellos tres autores. Ahora bien, sobre estas menciones a Joyce, Mallarmé, Valéry y Blanchot queremos recalcar lo siguiente (algo un poco obvio pero necesario de despejar): Derrida no refiere a ellos en su calidad de escritores o poetas que forman parte de la galería de la literatura del siglo XIX y XX qua institución, sino en la medida en que todos ellos interrogaron la naturaleza y el funcionamiento del lenguaje.19 No nos parecen poca cosa las remisiones a estas fuentes en medio de una investigación fenomenológico-epistemológica, y en ese sentido es que las tomamos como antecedente.

Ahora bien, hay una cuarta referencia, tal vez la más importante. En una nota al pie de OG, Husserl dice que la idealidad correspondiente a la literatura abarca todas las formaciones culturales (cfr. 2000, p. 167) por su carácter irreal: porque no se confunde con sus instanciaciones sensibles (con este o aquel libro) y porque no hunde raíces en la facticidad de una lengua: porque permanece “ser-para-todo-el-mundo”,20 siempre nuevamente traducible. IOG primero remite a ello de pasada (cfr. Derrida, 2000, p. 60) y luego lo aborda de frente en una muy extensa nota al pie (cfr. Derrida, 2000, pp. 88-89), complementando esta nimia referencia husserliana de OG con el § 65 de Experiencia y juicio, que distingue las objetividades reales e irreales (en resumidas cuentas: si su identidad hunde raíces en las incorporaciones sensibles, será real y no podrá ser repetible). En ese apartado, Husserl dice que la idealidad del Fausto de Goethe es irreal precisamente porque no se confunde con sus ejemplares, y que ello atañe también a objetos que tienen solo una incorporación espaciotemporal -como la Madonna de Rafael- porque, aunque estos no sean de hecho repetibles, sí lo son de derecho: la irrealidad de su objeto es tal que en su percepción se da de manera inmediata una reducción de la facticidad (cfr. Husserl, 1980, p. 293). En aquella nota al pie, Derrida recompone este panorama, expresando cierta reticencia ante los argumentos husserlianos, aunque la deja inexplorada e inconclusa. Es decir, esta cuarta referencia a lo literario tiene que ver con la peculiaridad de la idealidad literaria incluso según Husserl, que termina abarcando a todas las formaciones culturales (cfr. p. 167).

Si bien es verdad que estas menciones no son tantas ni tan extensas, son recurrentes en un estudio que, se supone, se encuadra dentro de los confines epistemológicos. Si se tiene en cuenta que por esos años Derrida estaba esbozando los lineamientos de una tesis doctoral sobre la idealidad del objeto literario (de qué manera no era realmente distinguible ni escindible de la idealidad en general) y que su próxima publicación es “Fuerza y significación” (que versa ya de modo frontal sobre la cuestión literaria y que de hecho menciona los desarrollos de IOG), esta insistencia en el tópico literario puede tomarse como índice para un rastreo más serio. Sin pretender adivinar lo que aquella tesis habría desarrollado en caso de concretarse, nos parece que la hebra literaria acecha las rutas de lectura habituales de IOG desde escondites subterráneos. E incluso más: que una elucidación de sus coordenadas nos permite tanto vincular IOG con su producción futura (sin descartarlo so pretexto de considerarlo casi parte de la “prehistoria” derridiana) como diferenciar sus tesis (sin homologar la noción de “lenguaje” que presenta con la de “archi-écriture” de 1976).

Por todos estos motivos, quisiéramos detenernos un poco más sobre aquella declaración de Husserl sobre la literatura. En nuestra opinión, si, según Husserl, su idealidad ampara todas las formaciones culturales (científicas y artísticas, dice), es porque esta busca ubicarse a la vez dentro y fuera del lenguaje: adentro, porque OG afronta fundamentalmente la cuestión de la tradición y la historia, y a esta altura ha comprendido que esta no tiene ningún tipo de posibilidad por fuera del lenguaje, pero afuera porque no se abandona a sus tretas: ni a ninguna lengua determinada, ni a ninguno de esos rasgos casi estructurales del lenguaje (vinculados con la materialidad) en los que parece trabajar a espaldas de la voluntad de su “usuario”. Es necesario que no lo haga a fin de proteger el sentido de “historicidad” que Husserl busca elaborar (ni del todo sincrónica ni diacrónica, hemos dicho). Pretende extraer los beneficios del lenguaje sin padecer sus defectos, quedándose con una versión aséptica, lo que por otra parte nos deja ante una concepción de la literatura bastante particular: aunque falte un tratamiento específico, y de acuerdo con sus ejemplos y caracterizaciones, al menos allí Husserl asume por omisión que lo literario se reduce a la narrativa. En otras palabras, excluye a la poesía, a lo poético de la literatura, a aquello que bebe de la plasticidad de las lenguas (y que, por tanto, resta intraducible), de los efectos estéticos de una ordenación espacial (que entonces no es nada afuera de su “corporización”), y de la falta de referente unívoco (es decir, lo metafórico).21 Que el sentido sea irreal quiere decir que es independiente, que desciende sin perder su eje y entregarse al canto de las sirenas de lo mundano. Todos estos motivos condenan de antemano a la poesía a las profundidades, allí donde, de acuerdo con Derrida, el intuicionismo husserliano siempre encarna “una crítica de la profundidad” (Derrida, 2000, p. 101).

IOG subraya una y otra vez que, según Husserl, el objeto ideal tiene una “irrealidad no fantástica” (cfr. 2000, pp. 35, 129, 131, 141 y 152), y que una geometría fantástica sería aquella que se construyese sobre la imaginación. Y bien, si el alemán rescata a la noematicidad de la literatura es porque, de la otra mano, la considera irrealidad “no poética”. Incluso podríamos decir que, demasiado oscura y opaca para la diafanidad de la traducción, la poesía es sancionada incluso cuando reposa sobre el relieve de lo visible, porque en rigor se abandona a lo visible casi como mundanidad estéril.

Ahora bien, volviendo un poco nuestros pasos, ¿se puede liberar a la narrativa -aquello que Husserl parece tener por “literatura”, hacia la que apunta en la medida en que es siempre nuevamente traducible sin ver comprometida su identidad- de la poesía? Y, en caso negativo, ¿dónde deja aquello a las idealidades de las formaciones culturales en general, de las que dice que es su fundamento? Nuestra respuesta es: precisamente en el mismo sitio que señala Derrida cuando, en su contraposición de Husserl y Joyce, dice, como remarcamos, que “[l] a equivocidad es la marca congénita de toda cultura” (Derrida, 2000, p. 104). ¿Qué sucede entonces con la historicidad que intenta rastrear Husserl en OG?

En la próxima sección haremos un pequeño excurso fuera de IOG hacia “Fuerza y significación”, la publicación que le sigue, que data de 1963 y que también refiere a estos desarrollos (a estos tópicos en general, y a IOG en particular). Nuestra intención es respaldar nuestra línea de lectura, mostrando que las menciones subrayadas son en efecto preocupaciones epocales de Derrida que requieren atención.

5. Literatura y significación entre 1962 y 1963

“Fuerza y significación” vio la luz en Critique en 1963 y fue luego compilado en La escritura y la diferencia. Sus desarrollos trabajan sobre Forma y significación, de Jean Rousset, cuyos conceptos y procedimientos metodológicos -la metafísica entera que estos encubren- son auscultados de manera crítica. Aunque IOG pueda parecer lejano (y, en efecto, no es menor que Derrida haya dejado de comentar exclusivamente a Husserl), la crítica que endilga al estructuralismo no está tan lejos de aquella que dirigiese un año antes al alemán. Derrida mismo acusa recibo de ello.

Aunque no vayamos a internarnos en lo específico de sus tratamientos, allí el argelino-francés insiste en la necesidad de interrogar las metáforas que nos pueblan, y declara que el estructuralismo privilegia la visibilidad, la forma (el eidos) pasible de ser abstraída por el “panorógrafo” en un golpe de simultaneidad. Y lo que es más grave, que ello no habría sido posible sino por el tutelaje de la fenomenología (cfr. 1989, p. 42).22 Como exponente del estructuralismo, Rousset hace de la literatura una res escrutable y exhibe una marcada miopía ante la fuerza y la profundidad que revisten al acto literario. Más allá de la familiaridad de las críticas que empalma aquí Derrida, el punto más interesante adviene cuando dice que lo más importante de OG es que nos enseña que “el sentido debe esperar a ser dicho o escrito para habitarse él mismo” (Derrida, 2012, p. 21). Integrando todos nuestros análisis de IOG, y recordando la pregunta que planteásemos al final de la sección anterior, esta sentencia confirma nuestra sospecha: no puede ahorrársele el relieve poético a la literatura, y entonces -si, según Husserl, esta tiene un carácter jurídico- tampoco a la cultura en general. El relieve y la inscripción material, pero tampoco aquello que atañe a la inextricable textura que recubre la facticidad de una lengua: todo aquello intraducible que hacía de la poesía algo por evitarse coarta la irrealidad tan ponderada de la literatura. Todo esto contraría los límites en los que Husserl quiso pensar el funcionamiento del lenguaje en OG. En nuestra opinión, el problema se origina cuando se pretende nivelar repetibilidad y traducibilidad ahí donde -según hemos estudiado- el lenguaje no se pliega dócilmente a este principio según su propia estructura y operatividad.

En el resto de IOG, del capítulo VIII al XI, Derrida estudia la operatividad de la Idea kantiana en Husserl. Si al principio dijimos que lo contrario de la alucinación no era la percepción, sino la historia, ello es por la Idea, cuya prescripción ético-teleológica explica por qué los “pasos al límite” de las idealidades científicas no se dan en cualquier dirección. La Idea es una trascendencia en la inmanencia: condición de la historia que, no obstante, solo puede existir y darse a leer dentro del hilván histórico. Además de inquirir sobre qué evidencia y sujeto le corresponden y sobre cómo es posible el fenómeno de la crisis -como ya había hecho en PGH (cfr. 2015, pp. 223-287)-, Derrida dice que esa Idea es “la fuente para siempre nocturna” (2000, p. 144) de la fenomenalidad visible, e insiste en caracterizarla como “paso” y “pasaje”: en la línea de la mención de “Fuerza y significación”, es solo por la historia constituida que lo Absoluto puede hacerse oír. Es paso, pasaje y también peligro, porque el riesgo de desvío (si aceptamos que aquel Absoluto no es pura sincronía consigo mismo, sino que requiere él mismo despliegue material) es inexpugnable. Derrida dice que “Trascendental sería la Diferencia” (2000, p. 162), es decir, que Trascendental es la necesidad de inscripción material, de un despliegue que nunca es una elucidación aséptica y que siempre trae consigo cierta heterología. En esa misma línea, podríamos sugerir sin demasiado conflicto que también es “trascendental” la equivocidad de la intraducibilidad poética. Esta sentencia la hemos dicho anteriormente, pero el camino recorrido la desglosa, analiza y fundamenta en lo tocante a su relevancia al interior de IOG.

6. Conclusiones

Caputo nos dice que Derrida “[n]o renuncia a la constitución del significado y la transmisión de ideas científicas […]. La deconstrucción es una suerte de husserlianismo, una teoría de la constitución del significado y la idealidad, pero que siempre está ya expuesta a un cierto joyceanismo” (Derrida, 2009, p. 214), y en esta vía nos gustaría concluir el trabajo. Si hemos de creer, como sostienen algunos, que Joyce no es un mero autor, sino que encarna para Derrida “la literatura por excelencia” (Slote, 2013, p. 141) en función de aquella equivocidad idiosincrática suya, y si hemos de tomar en serio aquella nota de Husserl acerca de la literatura como madre de toda formación ideal cultural, entonces toda vez que Derrida nos subraye que el “malentendido” es condición de la comunicación, estamos en condición de reemplazarlo por “poesía”: aquella materialidad rebelde de la literatura que, desplazándonos un poco de los términos fenomenológicos clásicos, no es, sin más, espiritualizable.23

Aunque los recientes desarrollos no se encuentren de manera central en las líneas de IOG, su dirección nos parece fiel a sus elaboraciones. Esta hipótesis cobra aún más peso si tenemos en cuenta aquella insistencia que desgranamos, la línea de su tesis irrealizada, y el planteamiento general de “Fuerza y significación”, que finalmente, y en retrospectiva, termina de dotar de vigor la vía “literaria” en IOG y nos permite dibujar los caminos de la meditación derridiana. Más allá de menciones a OG en “Fuerza y significación”, solo si concedemos que lo literario ostenta asimismo importancia en IOG es que podemos comprender el paso del 62 al 63 como algo distinto de un giro radical de 180°: algo no solo poco convincente, sino inmovilizante en términos críticos para sus comentadores y estudiosos. Con esto no queremos decir que no haya variaciones entre un texto y otro, porque cambian los interlocutores centrales y eso nos parece elocuente en un Derrida que está explorando su estilo, pero, si no pudiéramos divisar hebras en común, terminaríamos por comprender los desarrollos de “Fuerza y significación” a partir de poco menos que una creatio ex nihilo (y más allá de que eso no suela ser fructífero casi nunca, en este caso la distancia es demasiado corta como para sostener esta tesis de manera seria). Bajo esta tesitura, sea porque los pocos trabajos que abordan IOG en sí mismo se centran sobre otras fuentes y debates, o porque quienes rastrean la traza literaria en Derrida trabajan con textos más tardíos, sin una elucidación de este tipo, aquellas menciones recurrentes a la cuestión literaria corren el riesgo de quedar desatendidas y de clausurarse en el enigma.

Aunque sabemos que la meditación que intentamos rastrear no evoluciona al ritmo de una acumulación progresiva y explícita, hemos aunado distintas referencias con la intención de leerlas bajo el mismo interrogante. En este sentido, hemos dicho que durante este escrito nos propusimos rastrear las “riquezas nocturnas” de Introducción a “El origen de la geometría” de Husserl, y ello en dos sentidos.

Por un lado, en relación con lo poético, que -según el joven Derrida- asedia las funciones idealizantes del lenguaje. Él utiliza este sintagma en particular a propósito de Joyce, pero nos parece adecuado para apuntar todas las “dificultades” “literarias” que hemos visto, porque lo que en todos los casos se pone en juego es el mentado heliocentrismo husserliano. Sobre el final de su estudio, Derrida vuelve a ahondar en este carácter “nocturno”, esta vez para atribuírselo a la Idea como supuesto horizonte garante del avance de la historia. Allí también se trata de notar cómo esta Idea no puede prescindir de su inscripción mundana, resultando por tanto renuente a la pureza que le reservaba la fenomenología.

Por el otro, a partir de la puesta en primera plana de ciertos “senderos subterráneos” de IOG: a lo largo de este escrito nos ceñimos sobre una serie de reflexiones periféricas pero insistentes, que demandan atención y amenazan con desordenar la recepción más “popular” de este texto (que, dijimos, lo encuadra en términos epistemológicos). Y, como hemos especificado, su relevancia se confirma no bien se lee “Fuerza y significación”, la publicación inmediatamente posterior, que retoma de manera explícita IOG y que continúa trabajando sobre estas referencias literarias. Se ponen entonces en primera plana, asimismo, las “riquezas nocturnas” del texto derridiano: esas referencias que han quedado hasta el momento desatendidas y que complejizan con creces su semblante filosófico, pero que justamente nos enseñan sobre cierta oscuridad que hace a lo poético como dimensión insoslayable del lenguaje.

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1La primera producción es El problema de la génesis en la filosofía de Husserl, su mémoire de fin de estudios en la École Normale Supérieure, pero esta permaneció inédita hasta 1990.

2De todas maneras hay excepciones. Por ejemplo, Rheinberger (2011) remite con mucho cuidado a IOG para tratar la traducción en/de la obra derridiana; Campos Salvaterra (2017) lo toma como antecedente para elucidar la inevitabilidad de la violencia dentro de la filosofía de Derrida, y Dutoit (2006) para abordar la historicidad (un tópico capital en IOG) en todo el radio de su obra.

3En esta misma dirección, Foucault opone dos líneas hermenéuticas de la fenomenología de aquel tiempo: la “filosofía del sujeto” (donde estarían Sartre y Merleau-Ponty) a la “filosofía del objeto” (con Cavaillès y Canguilhem, por ejemplo) (cfr. Foucault, 1978, p. 8). En ese último apartado podría ubicarse al joven Derrida.

4Esta tesis iba a ser dirigida por Jean Hyppolite, aunque no fue completada (cfr. Derrida, 1997, p. 11) Hyppolite es una figura clave para toda una camada de filósofos, pero en el caso de Derrida es particularmente importante en términos biográfico-académicos, pues leyó de manera atenta El problema de la génesis en la filosofía de Husserl e insistió en su publicación (cfr. Derrida, 2015, p. 14), y porque fue, junto con Althusser, quien lo recomendó para que ingresase a la ENS como docente (cfr. Powell, 2006, p. 32).

5No podemos desarrollarlo con detalle, pero esta asociación se da en muchos sentidos: tanto en función de los poetas y escritores que Derrida en efecto trabajó (y que son muchos: Ponge, Valéry, Artaud, Kleist, Kafka, entre muchísimos otros), como en relación con su fuerte vinculación con figuras prominentes de la crítica literaria, como Paul de Man (figura fundamental para su recepción en EE. UU.). Por otra parte, algunos autores, como Rorty (1978), caracterizan la filosofía derridiana como en fuerte diálogo con la literatura.

6La voz y el fenómeno, sin embargo, se subtitula “Introducción al problema del signo en Husserl”, y podría interpretarse que “introducción” no mienta aquí tanto un recorrido guiado cuanto, antes bien, una incrustación del tópico del signo en la filosofía husserliana. He aquí una gran diferencia. Mientras que IOG problematiza la operatividad del signo a partir de las propias menciones de Husserl, en 1967 el argelino-francés se autonomiza de la letra husserliana de un modo novedoso, y el signo adquiere una sofisticación tal que impregna y fractura toda la subjetividad trascendental. En este punto nos parece útil tener en cuenta la prudencia a la que llamase Baring (2011, p. 146): aunque obviamente haya vínculos y herencias, es necesario no concederle a 1962 la naturaleza de los desarrollos de 1967 acerca de la cuestión del signo. No queremos decir que no hay remisiones ni continuidades entre 1962 y 1967, pero, dado que —como hemos dicho— se trata de un texto tan poco leído, hasta no haber iluminado su conceptualidad específica, tenemos la necesidad de alertar ante la fluidez de las asociaciones.

7Nuestro criterio durante este trabajo para las citas textuales y la traducción será el siguiente: siempre que haya traducción al español, remitiremos a ella cotejando su justeza con el original. En caso de no haber traducción disponible (en especial en el caso de la literatura secundaria), ensayaremos directamente una propia.

8El encomillado de “origen” es nuestro, a fines de resaltar en este caso particular el vínculo entre origen e historia.

9Nosotros hacemos un recorrido estratégico de IOG según nuestros propios objetivos. Para una reconstrucción más detallada, cfr. Marrati (2005, pp. 27-45) y sobre todo Lawlor (2002, pp. 87-142).

10Estudiar esto merecería un estudio aparte, pero adelantamos que la escritura en IOG es pensada como una extensión del lenguaje en general (lo contrario de lo que dice años después). Es verdad que ya apunta a especificar su injerencia sobre el presunto sentido prelingüístico, pero nos parece que faltan tematizaciones clave para poder homologar con justicia estos desarrollos con los concernientes a la écriture de 1967. Es decir, 1962 no piensa el lenguaje a partir de una estructura representacional-iterativa. Por otra parte, como veremos más adelante, hacia el final de IOG, Derrida abunda en una serie de mayúsculas: dice que “Trascendental sería la Diferencia” (2000, p. 162), y habla en términos de “Diferencia originaria del Origen” (2000, p. 162). Este nimio gesto será impensable apenas unos años más tarde, precisamente por sus trabajos sobre la escritura y la “diseminación”, que impugnan toda esfera trascendental y toda reapropiación originaria, así como el uso tranquilo de las mayúsculas. Proponemos pensar estos gestos no como meros detalles de estilo, sino como indicadores filosóficos.

11En sus desarrollos posteriores, la noción de “indecidible” será la indicada para caracterizar este doble movimiento, pero aquí nos cuidamos de aplicarle sin mediaciones su conceptualidad futura.

12Allí remite Derrida a Hegel en una nota al pie, ya que él mismo habría notado en el § 462 de la Enciclopedia este poder del lenguaje. Sobre este mismo punto se posiciona Hyppolite en Lógica y existencia para proponer al lenguaje como éter de la dialéctica, y la nota da cuenta allí mismo de esta semejanza. Lo curioso es que, en medio de esta referencia, Derrida también remite al pasar—como prestándole atención a lo mismo que Hegel y Husserl— a Blanchot, Valéry y Mallarmé (cuyos trabajos también han interrogado sobre la naturaleza y el funcionamiento del lenguaje). Esta nota queda, en principio, como una referencia extraña, pues no abunda en motivos ni despliega argumentos. Volveremos sobre ello.

13Derrida dice ir a estudiar mejor este aspecto en otra parte, pero finalmente no lo hace. Allí no se expide demasiado, pero lo vincula con la crisis: “En la crisis de la humanidad europea el fenómeno de crisis se presenta como una ‘enfermedad’ de la sociedad y de la cultura europeas, enfermedad que no es ‘natural’ […]. Esa ‘patología’ posee, por otra parte, el sentido ético profundo de una caída en la ‘pasividad’, de una incapacidad para hacerse ‘responsable’ del sentido en una actividad o en una ‘reactivación’ auténticas. La actividad técnica—también la de la ciencia— en tanto tal, es una pasividad respecto del sentido; es la agitación del enfermo y, ya, el temblor de un delirio” (Derrida, 2000, p. 76).

14Algo que no es sorpresa y que en PGH ya había sugerido (cfr. Derrida, 2015, pp. 53-63). De todas maneras, el vocablo “etnocentrismo” es proferido recién en 1966, en “La estructura, el signo y el juego en el discurso de las ciencias humanas” (cfr. Derrida, 1989, p. 388) y cobra fuerza decisiva en De la gramatología.

15Derrida recuerda que la tierra fue el suelo de las primeras idealidades por ser el elemento más universal, permanente, rígido y objetivamente expuesto a la mirada (cfr. Derrida, 2000, p. 78).

16Desnivel que Eugen Fink no dejó de marcar, señalando hacia un lenguaje trascendental. Derrida lo recuerda (cfr. Derrida, 2000, p. 63) y en cierto sentido puede decirse que sigue las trazas de su misma preocupación.

17El impacto de Joyce sobre Derrida irrumpió en sus estudios sobre Husserl. El argelino-francés recuerda de manera entrañable que pasó aquel año leyendo el Ulises en la Biblioteca Widener durante su estadía en Harvard (cfr. Derrida, 2009, p. 36) A lo largo de toda su obra, Joyce será una referencia obligada por lo menos toda vez que toque el tema de la traducción.

18Aquí Derrida habla fundamentalmente de la escritura, pero remarcamos que es este mismo funcionamiento el que caracterizará en 1967 al lenguaje en general (como archi-écriture) (cfr. Derrida, 1985, p. 158).

19En ese sentido, lo misterioso de esta referencia a Blanchot, Mallarmé y Valéry nos hace pensar que, más que recubrir una tesis concreta, este comentario señala que aquel poder neutralizante que encarna el lenguaje no es solo valorable en términos idealistas (desde Husserl o Hegel, pese a todas sus diferencias), sino también desde otra dimensión, desde una dimensión literaria. Aunque el comentario queda incompleto, nos parece que así lo señala mediante la remisión a “La literatura y el derecho a la muerte” de Blanchot (cfr. Derrida, 2000, p. 62), donde el francés analiza los vínculos entre muerte y palabra y la diferencia entre el lenguaje corriente y el lenguaje literario (cfr. Blanchot, 1991, pp. 9-78). Por su parte, Mallarmé será especialmente importante en La escritura y la diferencia, y el nombre de Joyce será recurrente en la obra derridiana, en especial con relación a estas meditaciones (cfr. Derrida, 2017, p. 202).

20“L’être-là-pour-tout-le-monde”, expresión literal (Husserl, 1962, p. 179).

21Nos hemos manejado tratando como homologables “lo literario” y “lo poético”. No ignoramos que la poesía sea un género literario en concreto, pero esas distinciones nos desvían. Hemos tendido ese vínculo de acuerdo con la opinión que sugiere Husserl acerca de la literatura —cuya “irrealidad” alberga toda formación cultural— con el fin de mostrar que no puede expugnársele la equivocidad.

22Opinión tan atinada como extravagante, incompatible con relatos habituales, que tienden a oponer ambas corrientes. Foucault mismo dice, sobre el contexto francés del 60: “[N]aturalmente, al encontrarse la novia fenomenológica descalificada por su incapacidad para hablar del lenguaje, el estructuralismo pasó a ser la nueva novia” (Foucault, 2009, p. 199). No queremos decir que esto sea totalmente incorrecto, pero enfatizamos la singularidad de la exégesis que echa a rodar Derrida en este texto tan temprano.

23En “Dos palabras para Joyce”, Derrida dice: “Sí, cada vez que escribo, y hasta en cosas de la academia, me aborda un fantasma de Joyce” (Derrida, 2002, p. 16). “Un”, no “el”: uno de tantos infinitos. Más allá de lo anecdótico y de lo que este comentario pudiera aportar a los estudios del vínculo entre ambos autores, quisiéramos expandir el significado de estas palabras. Si acabamos de sugerir que Joyce “es la literatura por excelencia”, y si en “Torres de Babel” (otro de los textos donde remite a Joyce) dice que la filosofía pende del ideal de la traducibilidad absoluta (cfr. Derrida, 2017, p. 224), lo que asedia es todo aquello de la literatura que se opone a los modos intelectualistas (luego conceptualizados por Derrida en términos de “logofonocentrismo”) de abordar el lenguaje. Eso es lo que hemos ubicado bajo el rótulo de lo “poético”. Bajo esta luz, ese asedio que atestigua Derrida no podría ser de otra manera de acuerdo con la inestabilidad con la que caracteriza al lenguaje (en adelante, y con los matices correspondientes, trabajada por él a título de “diseminación”).

Recibido: 19 de Agosto de 2019; Aprobado: 22 de Febrero de 2020; Publicado: 10 de Diciembre de 2021

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