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Tópicos (México)

versión impresa ISSN 0188-6649

Tópicos (México)  no.56 México ene./jun. 2019

https://doi.org/10.21555/top.v0i56.1025 

Reseñas

Antonio Diéguez. Transhumanismo: La búsqueda tecnológica del mejoramiento humano, Herder, Barcelona, 2017, 248 págs.

Raquel Cascales Tornel1 

1Universidad de Navarra

Diéguez, A. 2017. Transhumanismo: La búsqueda tecnológica del mejoramiento humano. Barcelona: Herder, 248p.


El transhumanismo es un término cada vez más conocido. Sin embargo, no siempre es claro lo que se esconde detrás de él ni, sobre todo, quiénes pueden agruparse bajo ese concepto. Bajo el atractivo eslogan de “mejorar al ser humano” a través de la técnica subyace la cuestión de qué implicaciones puede tener el mero intento de llevar a cabo una transformación de la naturaleza humana. Estas son las cuestiones principales que pueden encontrarse en el libro Transhumanismo: La búsqueda tecnológica del mejoramiento humano.

El autor del libro, Antonio Diéguez, es catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Málaga. Tras años de investigación dialogando y contrastando las ideas con los principales representantes del movimiento en Oxford este libro afronta una de las cuestiones más acuciantes para la filosofía. El estudio, por tanto, es un intento de entender personalmente cuáles son los problemas que suscita la corriente transhumanista y un esfuerzo por plantear una crítica seria. El libro consta de cinco capítulos escritos en un tono comprensible y asequible para un público no necesariamente familiarizado con los ensayos filosóficos.

El primer capítulo presenta a modo de introducción una respuesta a qué es el transhumanismo. Un compendio explicativo de cuáles son los planteamientos y las aspiraciones del movimiento, así como una división de las diferentes corrientes que pueden encontrarse dentro de él: el transhumanismo cultural o crítico y el transhumanismo tecnocientífico. Dentro de esta última se encuentran las ramas: la cibernética, más centrada en la inteligencia artificial y la inmortalidad, y la biotecnológica, más preocupada por el biomejoramiento biomédico, la eugenesia y la farmacología. Al mismo tiempo, también se encontrará con los nombres de las personas concretas que están desarrollando distintas vías. Nombres como Donna Haraway y Rosi Braidotti que ya sostienen que somos transhumanos o John Harris y Ray Kurzweil que insisten en la necesidad de seguir “mejorando” tanto las capacidades físicas y mentales de los humanos como la de los robots. No obstante, también podemos ver cómo el transhumanismo se presenta como nuevo movimiento científico futurista con pretensiones escatológicas, tal como señala Martine Rothblatt, fundador de United Therapeutics: “la vida tiene un propósito; la muerte es opcional; Dios es tecnológico; el amor es esencial” (p. 108).

Además de este útil mapa mental acerca de qué es el transhumanismo en el segundo y tercer capítulo podemos encontrar un sugerente diálogo crítico con las diferentes posiciones. A este respecto Diéguez trata de dar una visión realista de las posibilidades que proponen los transhumanistas, evitando caer en utopías ingenuas o fatalismos desmesurados. En este sentido, Diéguez trata de caminar por una vía intermedia. Para ello, en primer lugar, pone de manifiesto que el mejoramiento a través de la técnica no es nuevo, sino que nos ha acompañado desde siempre. En este sentido el ser humano es “el más importante bioartefacto creado por el ser humano; y lo ha sido desde el primer día de su existencia -en el que ya dependía de sus herramientas-, hasta hoy, que no podría vivir sin sus múltiples prótesis tecnológicas y sin la ‘sobrenaturaleza’ artificial en la que habita” (p. 148).

En segundo lugar, considera que no pueden criticarse los planteamientos transhumanistas apelando a la naturaleza humana, puesto que se presupone una realidad que los transhumanistas niegan. Pese a ser cierto que se trata de una petición de principio, considero que en este punto el autor corta demasiado pronto la argumentación de la inviolabilidad de la naturaleza como sustento de dignidad. Un punto crucial puesto que como él mismo dice, la biología sintética se ha convertido en una “tecnociencia con una capacidad transformadora y rediseñadora de la naturaleza mayor aún de la que ha caracterizado a la ingeniería genética clásica” (p. 113). En este sentido, si no hay nada parecido a lo que hasta ahora habíamos entendido como “naturaleza humana”, ¿cuál es la base para poner trabas a los ilimitados deseos transhumanistas? La respuesta no es sencilla, por lo que quizá Diéguez elude entrar hasta el fondo en esta discusión.

La estrategia del autor consiste en no criticar el transhumanismo en general, sino diseccionar los diferentes planteamientos y comprender cuánto de realismo científico hay detrás, qué avances pueden ser positivos y cuáles pueden tener consecuencias nefastas. Especialmente en el tercer capítulo, “El biomejoramiento: eternamente jóvenes, buenos y brillantes” (pp. 111-164), se ponen de manifiesto las posibles consecuencias negativas que puede acarrear la implantación de los avances biotecnológicos: a nivel de salud ya que no sabemos las consecuencias de la manipulación genética; a nivel personal, ya que el control compulsivo de losbig data puede llevar a una seria disminución de la libertad; social y política, debido a las desigualdades entre las personas “mejoradas” y las que no lo estén; laboral, puesto que muchos trabajos desaparecerán al ser remplazados por máquinas, entre otros muchos problemas.

Por otro lado, la propuesta más original del libro la podemos encontrar en el capítulo cuarto, “Hay que saber qué desear” (pp. 165-194). El capítulo posee un tono distinto y en ciertos aspectos no está conectado con el resto de capítulos restando cohesión al libro. En él se rescata el pensamiento de Ortega y Gasset para poner de manifiesto cómo el problema del transhumanismo no sólo radica en el uso de los medios, sino en los fines que persiguen. El principal problema a este respecto radica en la crisis de deseos que vivimos. El mismo Ortega planteaba cuál es el fin de la técnica y contestaba que esta debe ser la apertura de posibilidades de bienestar que permitan llevar a cabo en libertad la realización de un proyecto vital auténtico (pp. 172-173). En este sentido, no sólo se trata de considerar con precaución los planteamientos que pueden llevarnos a trastocar los andamios de nuestra especie, sino que ello no nos eximiría de buscar el sentido de nuestro proyecto vital. La pretensión de la técnica es cambiar el mundo en el que habitamos para humanizarlo. Pero no tendría sentido que la técnica “en lugar de reformar la naturaleza para adaptarla a los deseos humanos, reformara al ser humano hasta su completa transformación para adaptarlo a los distintos entornos en que queramos o nos veamos obligados a vivir en el futuro” (p. 192).

En esta línea, el libro nos invita a reflexionar sobre qué deseamos verdaderamente cuando nos planteamos alcanzar la inmortalidad, la eliminación del dolor. Los análisis descritos cuestionan si todo eso nos va a hacer más felices o mejores en el orden moral (cuestión poco atendida hoy en día). En último lugar, se nos plantea si estamos dispuestos a asumir las consecuencias que puede tener trastocar los cimientos de nuestra especie. Aunque muchos de los planteamientos son muy atractivos no sólo debemos pensar en nuestra generación, sino en las posibles repercusiones que puede generar en las futuras generaciones. Consecuencias sociales, políticas, educativas y, por supuesto también en el orden de la naturaleza humana. Se vuelve así sobre la inevitable cuestión de la naturaleza, que antes había dejado entre paréntesis. Basándose en Ortega y Gasset, Diéguez argumenta cómo la naturaleza es el pasado absoluto de la Historia, algo que el hombre no puede cambiar. En este punto, es donde realmente se echa en falta un desarrollo más exhaustivo, pues de la comprensión del ser humano que tengamos influye tanto lo que podemos como en lo que queremos hacer con él.

En definitiva, lo que Diéguez pone de manifiesto es una crisis de deseos que lleva consigo una confusión acerca de los fines que buscamos. En este sentido, pregunta a los transhumanistas qué es lo que verdaderamente quieren conseguir a la larga. Al mismo tiempo, en el capítulo quinto, “Enfriando las promesas” (pp. 195-215), cuestiona que las promesas propuestas no sólo sean realizables sino deseables. Resulta sumamente interesante cómo se ponen sobre la mesa las limitaciones de algunas de las hipótesis transhumanistas desde un punto de vista estrictamente científico. Entre las hipótesis puestas en entre dicho destacan la posibilidad de descargar la conciencia humana, el alargamiento de la vida humana o el crecimiento exponencial de la tecnología. En este sentido, el autor pone de manifiesto cómo la necesidad de financiación ha convertido la investigación científica en el “negocio de las promesas” (p. 206). Además, la presión por la compulsiva obtención de resultados dirige a la ciencia a caminos que puedan resultar atractivos a los inversores, pero no siempre necesariamente buenos para el conjunto de la especie. Por todo ello, se nos recuerda que no debemos ser ingenuos creyendo en la filantropía de los transhumanistas, sino que más bien debemos ser conscientes de los intereses económicos que subyacen a sus investigaciones. Al mismo tiempo, en las últimas páginas se hace hincapié en cómo para el futuro de la tecnociencia son esenciales tanto una buena divulgación como un debate público bien informado (pp. 213-215).

Las críticas que el libro presenta sobre las presupuestos globales y las consecuencias sociales del transhumanismo son atinadas. Sin embargo, en mi opinión falta una mayor profundización en las bases antropológicas y metafísicas que explican porqué el ser humano es como es, lo que a su vez, otorgaría un suelo firme para críticas de mayor calado. El apartado basado en el pensamiento de Ortega y Gasset no es suficiente para dar cuenta de ello y hubiera sido de agradecer otro capítulo en el que se recogiera el pensamiento de más autores. En este sentido, el libro ayuda a reflexionar sobre los planteamientos transhumanistas pero sus planteamientos no ponen en un verdadero aprieto a los propios transhumanistas.

Quizá no fuera el fin de Diéguez con este libro, sin embargo el rápido avance de la tecnociencia, que trata de transformar al ser humano a cualquier coste, cada vez reclama más un estudio de este tipo. Por todo ello, espero encontrar en sus futuras publicaciones una profundización en este tema. El conocimiento sobre las bases filosóficas, la actualidad de la ciencia y de los límites del transhumanismo, le convierten en una persona autorizada para llevar a cabo este trabajo. Parece que la filosofía siempre acude con retraso a los acontecimientos, pero es de esperar que, por una vez, el ave de Minerva emprenda el vuelo antes del ocaso.

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