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Tópicos (México)

versión impresa ISSN 0188-6649

Tópicos (México)  no.54 México ene./jun. 2018

https://doi.org/10.21555/top.v0i54.890 

Reseñas

Markus Gabriel. (2016). Por qué el mundo no existe. Enrique G. de la G. (trad.) México: Océano. 247 pp.

Oswaldo Gallo Serratos1 

1Universidad Iberoamericana

Markus, Gabriel. 2016. Por qué el mundo no existe. G. de la G, Enrique. México: Océano, 247p.


La querella de la escuela eleática resurge con el libro más reciente de Markus Gabriel, en lo que parecieran los estertores de la posmodernidad. Siendo el catedrático de filosofía más joven de Alemania, la publicación de Por qué el mundo no existe -best seller en 2013- es su contribución más importante al nuevo realismo, la corriente filosófica que propugna la reconciliación entre realistas y constructivistas.

El ensayo de Gabriel, calificado por Žižek como «un majestuoso experimento mental», está dividido en seis capítulos, con un prólogo -oportuno para quienes no estén familiarizados con las propuestas del nuevo realismo- y un epílogo. Se incluye, además de un índice onomástico, un glosario de terminos. No es éste un libro de filosofía vertiginoso y asfixiante, como suele haberlos: su estilo es ameno, conciso y provocador, atestado de ejemplos allí donde pareciera que la discusión estaría restringida al ámbito académico, pero sin perder un ápice de seriedad. El cuidado en la traducción de Enrique G. de la G permite aun al lector no filósofo comprender las consecuencias de la tesis fundamental de Markus Gabriel: que el mundo no existe.

El primer capítulo, basado en buena medida en el Tractatus de Wittgenstein, distingue "mundo" (el ámbito en que acaecen todos los ámbitos) de "universo" (el ámbito de objetos experimentalmente cognoscible por las ciencias naturales). Así, el universo ha de considerarse como un ámbito más dentro del mundo y se evita el error naturalista de reducir el mundo al ámbito de lo experimental. Para Gabriel, «el mundo no es ni la totalidad de las cosas, ni la totalidad de los hechos, sino aquel ámbito en que acaecen todos los ámbitos que existen» (p. 60).

Mientras que el realismo clásico «se interesaba tan sólo por el mundo sin espectadores» y el constructivismo «basaba el mundo y todo lo que es el caso en nuestras presunciones» (p. 19), el nuevo realismo «asume que los pensamientos sobre realidades existen con el mismo derecho que los hechos sobre los que reflexionamos» (p. 18). Para Gabriel, el conflicto entre realistas y constructivistas no aporta nada al pensamiento filosófico de nuestra época, pues ambos «fracasan en una simplificación infundada de la realidad, en tanto que la entienden, unilateralmente, como el mundo sin espectadores o [...] como el mundo de los espectadores» (pp. 18-19).

El énfasis de Gabriel en distinguir ontologia y metafísica, si bien que no es original, supone una aportación mucho más considerable al debate filosófico. Por mor de la tesis que sustenta el libro, la ontologia se define como el análisis del significado de la existencia, mientras que la metafísica es tenida por «el intento por desarrollar una teoría del todo» (p. 14). Vista así, la metafísica se convierte no sólo en la más interdisciplinaria de las ciencias, sino en la misma condición de posibilidad de la interdisciplinariedad.

El segundo capítulo, el mejor logrado de la obra en lo que a ontologia respecta, aborda el problema de la existencia, que Gabriel define como «el hecho de que algo aparezca en un campo de sentido», siendo éste la unidad ontologica básica, «el sitio en el que fundamentalmente acaece algo» (p. 67). La existencia (del lat. ex sistire: «surgir, nacer de») no se trata de la aparición, sin más, de algo en el mundo, sino la aparición en uno de sus ámbitos. Para el autor es imprescindible distinguir "objeto" -aquello sobre lo que reflexionamos con ideas susceptibles de ser verdaderas, no necesariamente de carácter espacio-temporal- de "ámbitos de objetos" -el entorno que contiene una especie particular de objetos y en que rigen leyes que los cohesionan-, aludiendo a su principal diferencia: las características que se les adjudican, lo que en filosofía se conoce más o menos generalmente como sustancia. Luego de evidenciar lo absurdo de la postura dualista, el autor dedica varias páginas a mostrar el error del monismo, con lo que el pluralismo -con Leibniz al frente- toma ventaja frente a sus contrincantes metafísicos. En este tenor, la ontologia plural de Markus Gabriel parece más cercana a la equivocidad del ser que postula la metafísica aristotélica, idea que aparece más desarrollada en Fields of Sense: A New Realist Ontology (2015) -Por qué el mundo no existe fue publicado, originalmente, bajo el título de Warum es die Welt nicht gibt en 2013-. La respuesta a por qué no existe el mundo se vislumbra al final de este capítulo, cuando Gabriel argumenta que:

  • 1. El mundo es el ámbito de todos los ámbitos.

  • 2. La existencia tiene que ver con que algo acontezca en el mundo.

  • 3. Lo anterior significa que algo acontece en el mundo sólo cuando acontece en un ámbito (en un campo de sentido).

  • 4. Por tanto, el mundo no puede existir, porque implicaría aparecer dentro de un ámbito que lo contenga, pero el mundo no puede estar contenido en un ámbito.

Según la tesis de Gabriel, "el mundo no existe, sino sólo infinitos mundos que se traslapan en parte, pero que, en parte, son independientes entre sí en cada aspecto" (p. 83) Esto no quiere decir que los mundos "sean perspectivas de un unico mundo, sino que tan sólo existen los muchos mundos pequeños y no sólo en mi imaginación" (p. 22). Con esa idea en mente arranca el tercer capítulo, titulado como el libro. En él, retomadas las premisas con que inicia Markus Gabriel su argumentación, se concluye que el mundo no puede existir porque la existencia implica aparecer dentro de un ámbito, pero el mundo no puede estar dentro de uno: el mundo es el omniabarcante ámbito de los ámbitos.

Para quienes pudieran objetar que la existencia es contraria a la alucinación, el error o la imaginación, Gabriel señala que "la existencia no está conectada con que algo acaezca en el universo", y que no trata exclusivamente de objetos físicos y materiales, sino que se trata siempre de "la existencia [la aparición] en un campo de sentido específico" (p. 111). De esta manera se zafa de la imagen exclusivamente naturalista del mundo que "confunde la existencia con el ámbito de lo perceptible por el sentido" (p. 113).

El cuarto capítulo, que embona perfectamente con la argumentación que esbozó en el tercero, arremete contra la imagen científica del mundo partiendo de su estudio por parte de las ciencias naturales. Critica la pretensión moderna de eliminar al hombre del mundo -al que se identificó con el universo- y, con ello, el repudio a reconocer que algo de verdad encierra la experiencia personal; esta idea la explora a profundidad en Yo no soy mi cerebro (2016), bajo el presupuesto de que el mismo conocimiento científico tiene serias limitantes que devienen determinismos. "En la era de la ciencia -acusa Gabriel- se considera sospechoso el mundo humano, [considerado] ámbito de ilusiones, mientras que el mundo de la ciencia, el universo, se ha vuelto la medida de la objetividad", pero gracias a la inserción de la ontologia de los campos de sentido se concluye que "no puede existir ninguna capa fundamental de la realidad, el mundo en sí mismo, pues siempre se presenta deforme ante nuestros registros" (p. 122); lo anterior, sin embargo, no se opone al progreso médico, económico, político y hasta gastronomico que supone el ideal moderno de cientificidad. Es en este capítulo que el realismo de Markus Gabriel retoma las tesis que otros filósofos como Thomas Nagel, Paul Boghossian y Maurizio Ferraris han argumentado contra una filosofía de corte exclusivamente naturalista: la ontologia plural propuesta en el libro tiene la ventaja de evitar el reduccionismo que suponen tanto la metafísica clásica (en la que se excluye al observador por señalar al objeto) como el constructivismo posmoderno (en el que se excluye cualquier cosa por lo que el sujeto dice de ella).

El hecho de que hay cosas verdaderas que no son comprobables mediante la ciencia empirica da pie al análisis del capítulo quinto: "El sentido de la religión". Siguiendo a Schleiermacher, que entendía por religión la predisposición a la pluralidad, Gabriel la define como "una forma de la búsqueda de sentido" (p. 187), en tanto que Dios es tenido por "la idea de que la totalidad rebosa de sentido, aunque supere nuestra fuerza racionar (p. 180). Sin embargo, como consecuencia lógica de la ontologia de los campos de sentido, que el mismo Gabriel ha señalado como su especial contribución al nuevo realismo, la idea de Dios como "un gran regente que dirige el universo y la vida humana" no existe, pues si el mundo no existe, tampoco existe alguien que gobierne su supuesta totalidad. Esto no quiere decir que "la religión o el discurso sobre Dios sean sinsentidos. Al contrario, el sentido de la religión se descubre en el reconocimiento de nuestra finitud" (p. 195), como apuntó Kierkeggard; sin embargo, "la existencia de Dios no es un asunto de las ciencias naturales, puesto que Dios, evidentemente, no acaece en el universo" (p. 196). Gabriel evita hacer cualquier pronunciamiento sobre Dios, que relega explícitamente a la ciencia teológica; reserva para la filosofía, en todo caso, la pregunta sobre en qué campo de sentido existe.

El sexto capítulo del libro estudia el sentido del arte; se trata, quizá, con el epílogo, de lo más atractivo que ofrece su autor. Para Gabriel, vamos a museos "porque ahí experimentamos la libertad de verlo todo de otra manera. En contacto con el arte aprendemos a liberarnos de la suposición de que existe un orden estipulado del mundo, del que somos espectadores pasivos" (p. 197). El arte puede verse comprometido con el perspectivismo, la postura que niega la objetividad de la realidad por mor de las perspectivas que de ella se tengan. Gabriel distingue y refuta dos posturas derivadas el perspectivismo: el objetivo, que sobrevalora la capacidad de verdad de las perspectivas en tanto que refieren a una realidad a perspectiva, y el subjetivo, que minusvalori la capacidad de verdad de las perspectivas, en tanto que las entiende como velos que nos ocultan la realidad.

El epílogo hace una apología de la televisión como "modo fundamental de apropiación del mundo", entendida ésta como la actividad humana que, en una situación de lejanía, nos permite determinar las características relevantes de un objeto (p. 221). Luego de las diatribas de Giovanni Sartori y Karl Popper contra la televisión, la vindicación de Gabriel resulta temeraria. No obstante, las referencias a series televisivas de Por qué el mundo no existe -golpe asestado a los paladines del purismo filosófico- están pensadas para un público no solamente familiarizado con ese modo de esparcimiento, sino dispuesto a pensar gracias a él: "La televisión nos puede liberar de la ilusión de que existe un mundo único, omniabarcante. En una serie de televisión, o en una película, podemos desarrollar distintas perspectivas a partir de una situación" (p. 232). Que el mundo no existe, argumenta Gabriel, es una noticia gratificante; permite rematar el libro con una sonrisa liberadora: "No hay un superobjeto al que hemos sido destinados mientras vivamos, sino que estamos implicados en infinitas posibilidades para aproximarnos a lo infinito, pues sólo de esa manera es posible que exista todo lo que existe" (p. 233).

Aun con las ventajas que representa la ontologia plural de Gabriel, por encima de los metafísicos clásicos y los filósofos constructivistas, hay, sin embargo, un elemento que conviene tener muy en claro al acercarse al libro. Hay no pocos realistas contemporáneos: el de Gabriel se añade a una lista considerable de pensadores entre los que destacan el ya mencionado Maurizio Ferraris, Quentin Meillasoux, Graham Harman, Hilary Putnam y Manuel de Landa, entre otros. La aportación de la ontologia plural que Gabriel hace al "nuevo realismo" no se trata de una aportación que repercuta en todas las corrientes realistas contemporáneas. No hay que confundir, pues, la corriente acuñada como "nuevo realismo" por Ferraris y Gabriel con otro tipos de realismo que, aun cuando puedan tener enemigos en común, suponen esfuerzos y premisas harto distintos.

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