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Tópicos (México)

versión impresa ISSN 0188-6649

Tópicos (México)  no.42 México jul. 2012

 

Reseñas

 

Tom Rockmore: Kant and Phenomenology

 

David González Ginocchio

 

Chicago-Londres: University of Chicago Press 2011, 258 pp.

 

Universidad Internacional de La Rioja.

 

Tom Rockmore, profesor de la Universidad de Duquesne (Pittsburgh), es un conocido investigador de la filosofía del idealismo alemán (Kant, Fichte, Hegel) y otros autores posteriores (Marx, Heidegger, Ha-bermas, Lukács). Desde Fichte, Marx and German Philosophy (1980) ha examinado —frecuentemente de manera polémica— las relaciones entre estos autores, la de Heidegger con el nazismo, problemas de epistemología y recientemente estética.

En este ensayo también está en juego esa perspectiva histórica, de cara al problema concreto del constructivismo fenomenológico de la objetividad. La tesis central es relativamente sencilla: tras la polémica recepción de la primera edición de la Crítica dela razón pura, Kant apuntala la segunda con una epistemología de marcado corte constructivista. Rock-more aprovecha este giro para leer a Kant como el primer gran fenomenólogo y, desde él, la historia de las relaciones entre fenomenología y epistemología. La "fenomenología" kantiana no sería sólo anterior a Husserl, sino también más prometedora. En efecto, el problema de fondo concierne al modo de lidiar con la disyuntiva entre representacionismo (el objeto de conocimiento es el mundo real a través de representaciones) y constructivismo (sólo conocemos lo que nosotros mismos construimos). Según el autor, el marco de comprensión de esta divergencia lo provee Platón y reaparece de manera compleja en Kant y sus herederos. A lo largo de seis capítulos y la conclusión explora los ángulos de estas tesis empezando con un breve recorrido histórico del sentido de "fenomenología", desde su anticipo en Platón a su acepción actual (cap. 1) y después su reaparición en Kant (cap. 2), Hegel (cap. 3), Husserl (cap. 4), Heidegger (cap. 5) y Merleau-Ponty (cap. 6). La conclusión, "On Overcoming the Epistemological Problem Through Phenomenology" (con y contra Gadamer), es un ensayo en el marco de la epistemología constructivista del propio Rockmore (quien continúa así su On Foundationalism de 2004 y On Constructivist Epistemology de 2005).

Como afirma el autor en la introducción, su interés en la fenomenología no es histórico sino limitado a su uso epistemológico, en el que Kant puede servir como un autor crucial: "quizá la figura inicial de primer nivel en dar un giro fenomenológico a la epistemología. A través del llamado giro copernicano, trabaja en la elucidación del conocimiento basado en la 'construcción' de fenómenos en tanto distintos de las apariencias. Este aserto básico es luego reformulado o rechazado de manera interesante por Fichte, Hegel, Husserl, Heidegger y Merleau-Ponty" (p. 1). Por supuesto, esto implica que la fenomenología de Husserl no es la única posible o la primera versión epistémico-fenomenológica. Además, según Rockmore, hay un creciente acercamiento entre la tradición fenomenológica y la epistemología analítica en un gran número de temas.

El cap. 1 trata del "marco platónico" de la epistemología y su distinción entre apariencia-sensibilidad y realidad-idea. El platonismo estaría atravesado por una paradoja bajo la forma de una asimetría: el universal causa la apariencia sensible pero no se conoce mediante ella. Rockmore duda si Platón es "platónico" en el sentido de República 5i4a-52ib y 536d-540c, según la cual la realidad puede conocerse aunque no se dé en la experiencia; en todo caso, ese platonismo es "anti-fenomenológico" al negar la aprehensión de lo real en lo fenoménico. La filosofía racionalista sería en cambio anti-platónica, al pensar que mediante ideas causadas por la percepción conocemos el mundo tal como es. El capítulo explora los cambios de sentido y terminología clásicos y modernos (es inevitable cierto vértigo al leer estas páginas), acentuando el modo en que todos dependen de la fundamental distinción entre apariencia y realidad: esta distinción funda la fenomenología en sentido epistémico.

También para Kant, dadas las condiciones pertinentes, los fenómenos permitirían conocer lo real. Lo diferencial de Kant (la tesis de la obra) es que partiría de una visión representacionista (anti-platónica: las representaciones como efectos permiten inferir la existencia de lo real en tanto su causa) del conocimiento en KrV A para luego adoptar un constructivismo (también anti-platónico) en el que sólo podríamos conocer lo que nosotros mismos causamos (KrV B): el conocimiento dependería entonces de la identidad de sujeto y objeto. Según Rockmore la fenomenología se entiende aquí, según la exposición de los Principios metafísicos de la ciencia dela naturaleza, como la teoría de las apariencias verdaderas (Erscheinungen) "o, más precisamente, como teoría que explica el modo en que dentro del ámbito de la ciencia material natural, los fenómenos empíricos devienen experiencia" (p. 66). Rockmore cree que en los Anfansgründe y en KrV B "Kant entendía la filosofía crítica, en todo o al menos en parte, como fenomenología" (ibidem). Desgraciadamente, Rockmore dedica más tiempo a describir el sistema de Copérnico que a explicar estas posibles distinciones entre noúmena, apariencias y fenómenos, enumerando apenas algunas opciones en la p. 67. Sea como fuere, representacionismo y constructivismo son antiplatónicos, según Rockmore, porque pretenden que la apariencia sea camino de conocimiento de lo real. El problema del "primer Kant" —un "platónico extremo" que reformula el problema de la participación (cfr. KrV B370)— es que, al reiterar la distinción fenómeno-noumeno, su filosofía trascendental queda condicionada por la pretensión de saber del noumeno mediante sus efectos, o mejor, de representar objetos independientes de la mente sin poder garantizar que la representación represente adecuadamente. Este callejón sin salida repondría paradójicamente el platonismo: los objetos de experiencia no pueden ser camino de conocimiento del noumeno tal como éste es. El Kant constructivista identificaría fenómenos y realidad pero dejaría pendiente el modo que tiene el sujeto finito (no ya trascendental) de construir objetos cognoscitivos.

El constructivismo deja de lado cualquier afirmación sobre la realidad "en sí"; frente a este mundo en sí apuesta por el realismo empírico de lo dado en la experiencia. La correspondencia representación-objeto es afirmada como identidad en el constructivismo, apoyado en la actividad del sujeto. Pero Kant no acertaría a explicar el modo en que se desarrolla esta actividad, que considera inconsciente.

El cap. 3 defiende que la "epistemología fenomenológica [de Hegel] se opone a la letra de la epistemología fenomenológica de Kant pero es quizá compatible con su espíritu" (p. 14). Hegel añadiría por un lado la perspectiva social e histórica al problema del conocimiento y a sus recursos fenomenológicos, y por otro establecería el principio especulativo de identidad sujeto-objeto en la razón y no en el intelecto, superando la contradicción kantiana entre el ámbito a posteriori y las categorías a priori (una revaloración de la acción del sujeto al modo de Fichte, pero sin diluir lo a posteriori en el yo). En suma, "al discutir el conocimiento, Hegel no elabora una teoría de lo que debe ser el caso sino que describe la práctica epistemológica cotidiana. No hay un modo confiable de conocer el mundo externo independiente de la mente. Sólo podemos conocer y sólo conocemos lo que construimos y aparece en nuestra experiencia consciente. Al construir fenómenos, literalmente construimos nuestro mundo. Sin embargo, los fenómenos no se construyen libremente y sin límites, como resultado de la mera fantasía. Más bien emergen en el proceso de la elaboración de una teoría particular al comparar nuestra visión de una cuestión, en un momento dado, con lo que se da en la experiencia" (p. 98). Rockmore señala brevemente que los fenómenos en Hegel están en la conciencia y son también empíricos, no para tratar el problema de la existencia del mundo sino para señalar la diferencia entre Kant como pensador a-histórico que "cree que hay conocimiento inmodificable, independientemente del tiempo y el espacio" (p. 99) y Hegel como un autor que piensa que la filosofía no tiene final y está en el constante contraste de teorías provisionales. "El aspecto novedoso de Hegel está en su convicción de que cuando alteramos una teoría para 'adaptarla' a la experiencia, también alteramos el objeto de conocimiento, que depende del marco teórico. Hegel niega que haya un modo simple y determinado de ser del mundo extramental al que ajustamos nuestras teorías. Cree más bien que lo que llamamos 'mundo' depende de la teoría sobre él" (p. 100).

El cap. 4 estudia a Husserl centrando su lucha contra el psicologismo. Rockmore se esfuerza en mostrar que la fenomenología de Husserl está inserta en una tradición de problemas anteriores de los que él no habría sido consciente. La lucha contra el psicologismo y el interés por establecer una mathesis universalis a priori lo acercaría a Kant y —siguiendo un camino análogo a él— eventual e ineludiblemente a Descartes, al formular la fenomenología como idealismo trascendental. La fenomenología del Husserl tardío quedará envuelta en aporías similares a las del representacionismo kantiano: "la fenomenología, que comienza buscando la esencia de los fenómenos, se convierte en la constitución de objetividades. Pero esto no basta para superar el problema del conocimiento, pues tras la reducción que introduce Husserl ya no hay manera de hacerse con la relación entre las experiencias psicológicas inmanentes (Erlebnisse) y una realidad trascendental" (p. 128). Como Kant, Husserl encuentra dificultades en referir la subjetividad epistémica al sujeto humano finito.

El serpentino cap. 5 sostiene que, a pesar de lo que afirme Heidegger, su análisis del ser es una forma restringida de epistemología, o mejor dicho, que Heidegger trata temas de lo que hoy llamamos epistemología. Como dice el autor cándidamente: "aunque Heidegger afirma no estar interesado en el más amplio problema del conocimiento, puede al menos defenderse que no conocía suficientemente el debate epistemológico moderno como para evaluar la relación de sus intereses a lo que hoy se llama epistemología" (p. 141). (Hay otras expresiones cuando menos provocativas de este tipo, p. ej. en la p. i86: "A pesar del interés de Heidegger en la historia de la filosofía, no parece haber estudiado el problema de conocimiento con detalle".) En otras palabras, la ontología fenomenológica de Heidegger alberga tesis epistémicas; y como la ontología es inseparable de la epistemología, puede juzgarse epistemológicamente. Rockmore duda si el concepto de Dasein recae en psicologismo y le sorprende que el "realismo extremo" de Heidegger no problematice la existencia del mundo. Descalifica como extrínseca su crítica a Descartes (y en esa línea su relectura ontológica de la epistemología kantiana): "las reservas de Heidegger derivan de su lectura de la intuición categorial de Husserl, que entiende como proveedora de un acceso fenomenológico a lo que de otro modo no se hace disponible, es decir, el ser de las cosas en el mundo. Pero el hecho está en que la crítica de Heidegger a Descartes, sobre la base de su propia teoría del ser, es enteramente 'extrínseca' y por tanto obviamente irrelevante al proyecto cartesiano" (p. 159). El intento de Heidegger de emprender una Destruktion de la historia de la ontología para llegar a una interpretación del ser le parece insostenible, pues al buscar el sentido primitivo de la pregunta griega por el ser estaría en contra de la infinitud histórica del proceso interpretativo, i.e. la hermenéutica que pretende Heidegger iría contra las posibilidades de la propia hermenéutica. La hostilidad contra Heidegger no es de extrañar; Rock-more aprecia, en todo caso, su rescate de la historicidad del hombre y la filosofía y la preferencia de Heidegger por el primer Husserl. Esto acercaría su fenomenología a las prestaciones propias del constructivismo. Por su parte, el breve cap. 6 sobre la fenomenología de la percepción de Merleau-Ponty contiene un examen de las deficiencias de comprensión que el autor francés tenía sobre el empirismo, el idealismo y la historia de la fenomenología. Pero nuevamente: la dirección de su fenomenología descriptiva y su comprensión de la limitación histórica del conocimiento llevaría a la reducción del abismo kantiano entre el sujeto epistemológico y el hombre finito.

La conclusión puede leerse como un resumen y un ensayo. "Contiene algunos señalamientos rápidos sobre la aproximación fenomenológica a la epistemología" (pp. 15, 209). La pregunta crucial es: ¿qué significa construir un objeto de conocimiento? El primer paso es distinguir apariencias (Schein) y fenómenos (Erscheinung); el segundo, seguir a Kant en que el conocimiento construye uno o más fenómenos en tanto distintos a las apariencias. La médula está en que si bien podemos afirmar que conocemos este constructo, nada garantizará jamás que el representacionismo alcance a conocer lo que existe fuera de la mente. Esto lleva a desprenderse de la fenomenología de las Investigaciones lógicas y con ellas de Heidegger, Merleau-Ponty y el realismo ingenuo que sostiene que nuestro acceso a lo real no está mediado categorialmente. El Husserl de Ideas tampoco soluciona el problema, pues no podría demostrar que el plano trascendental se corresponde con la visión inmanente del mundo. Hegel, en particular su Fenomenología, debe leerse en cambio como continuador del kantismo para reconocer su esfuerzo en mostrar que sólo conocemos lo que de algún modo construimos. Hegel es un avance respecto de Kant porque si la construcción es a posteriori, depende de la relación entre experiencia pasada y presente y cada cambio produce un cambio en el objeto susceptible de documentarse. Su constructivismo, "el mejor intento que poseemos actualmente" (p. 2i3), no enfoca la relación mente-mundo, sino en el proceso histórico de la conciencia. El reparo de Rockmore es la idea hegeliana de que somos superfluos en este proceso. Kant perdería al sujeto en la objetividad cognitiva; pero también Hegel, a pesar de insistir en su dimensión histórica. Contra él, hay que sostener que "los seres humanos finitos intervienen en cada paso del proceso. Asertos cognitivos específicos son formulados continuamente frente al trasfondo de opiniones más generales, que dominan en diferentes momentos sobre diferentes ámbitos cognitivos. Las visiones generales derivan de negociaciones entre participantes en un dominio cognitivo sobre la base de estándares actualmente aceptados. Los resultados de estas negociaciones, susceptibles siempre de un nuevo debate, amueblan los criterios generales de una teoría aceptable en términos de la cual se formulan y evalúan teorías particulares. Dado que nunca puede afirmarse que se ha llegado al final del proceso cognitivo, los cambios en la visión normativa sobre el conocimiento y la formulación de las teorías particulares juegan continuamente en el ámbito interpersonal" (p. 214). La conclusión sólo señala programáticamente esta relación entre constructivismo, fenomenología y formulación interpersonal de conocimiento, así como la dificultad que envuelve: "reconocer el papel de los seres humanos finitos en el proceso cognitivo dando a la vez lugar a las condiciones del conocimiento objetivo, que nunca puede desligarse completamente de la dimensión social" (p. 215).

Señalaré dos tinos del libro. En primer lugar, a pesar de las inherentes dificultades y la constante lucha contra el tono somero o repetitivo de las visiones de conjunto (de lo que no escapa el libro en ocasiones), en términos generales aquí está bien lograda y muy bien documentada. Permanece por supuesto una visión de conjunto sobre muchos autores y temas y no un estudio monográfico: los especialistas encontrarán puntos de encuentro y desencuentro. En segundo lugar, trata temas centrales de filosofía con apoyo en una de las mejores herramientas de ésta: su propia historia (aunque con un señalado énfasis en las discusiones del ámbito anglosajón). Rockmore pretende ofrecer pasos seguros si no definitivos en torno al problema de la objetividad y filiación histórica de la verdad. Creo que el problema principal del libro es que se enfrenta a un representacionismo un tanto burdo y no parece considerar que el constructivismo que defiende también adolece de problemas graves. Como el autor ha dedicado otras obras a estas cuestiones y aquí se centra más bien en un recorrido histórico, está más que justificado. Quizá por eso la crítica más fuerte que puede enfrentar es que es una historia ad hoc para defender su propio constructivismo epistémico. Pero aun si así fuera, es una lectura sugestiva que invita a reflexionar sobre temas centrales de la mano de grandes filósofos y eso siempre es un acierto.

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