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Investigaciones geográficas

On-line version ISSN 2448-7279Print version ISSN 0188-4611

Invest. Geog  n.107 Ciudad de México Apr. 2022  Epub June 20, 2022

https://doi.org/10.14350/rig.60562 

Notas y noticias

Tornaviaje de un mapa del siglo XVI a la capital de México

Mariana Favila Vázquez* 

*Becaria posdoctoral, Instituto de Geografía, UNAM


En un fenómeno de franca migración cartográfica, el Mapa del Valle y la Ciudad de México de 1550 ha vuelto temporalmente al lugar que representa, casi cinco siglos después de su partida al Viejo Mundo. Este fantástico acontecimiento se da gracias a la exposición temporal: La Grandeza de México, organizada por la Secretaría de Cultura del Gobierno de México y el Instituto Nacional de Antropología e Historia, en el Museo Nacional de Antropología y en el Salón Iberoamericano del edificio de la Secretaría de Educación Pública. La biografía de este objeto cultural interpela al visitante del primer recinto, vinculado a Chapultepec, ¿qué significa que el mapa se encuentre ante sus ojos?

El documento, también conocido como Mapa de Uppsala, Mapa de Santa Cruz o Mapa de México-Tenochtitlán y sus contornos hacia 1550,1 ha sido sujeto de más investigaciones históricas que geográficas, que lo identifican como un ejemplo único de la tradición cartográfica hispano-indígena (Escalante y Olmedo, 2009; León-Portilla y Aguilera, 2016; Linne, 1988; López, 2018; Saracino, 2018). Su historia y naturaleza se acomodan alrededor de las siguientes incógnitas: ¿cuándo y dónde se creó?, ¿quién fue su autor? y ¿cómo llegó a la biblioteca de la Universidad de Uppsala, en Suecia? Se sabe con certeza que el mapa se pintó en Nueva España, muy probablemente en su capital, a mediados del siglo XVI, sin conocerse a ciencia cierta la fecha de su creación (Escalante y Olmedo, 2009). Las investigaciones han señalado al Imperial Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco como su lugar de concepción y manufactura. Esta inferencia se ha basado en dos aspectos: una asociación estilística con las imágenes que ilustran el Códice Florentino, que fue creado en ese lugar y, segundo, que aparentemente el convento y recinto de Santiago Tlatelolco fue representado con mayor tamaño para señalar su importancia y asociación al mapa (León-Portilla y Aguilera, 2016: 56-58).2

La discusión sobre su lugar de origen se relaciona directamente con la cuestión de su autoría. ¿Quién fue el responsable de crear esta temprana representación del islote de México-Tenochtitlan? Hay al menos dos formas de responder esta pregunta: o fue un indígena aculturado, o bien, fue un español. La primera respuesta se vincula a la hipótesis de su creación en el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco; la segunda, aunque ya prácticamente descartada por los especialistas, con el nombre de un famoso cosmógrafo identificado en la cartela de la esquina inferior derecha: Alonso de Santa Cruz. Este último dio el mapa como un regalo al rey Carlos V a mediados del siglo XVI, antes de su abdicación en 1556 (Saracino, 2018). La identidad asociada a Santa Cruz como autor del mapa se puso en duda rápidamente, pues este presenta información que solo un habitante de la capital novohispana conocería y sucede que Santa Cruz nunca cruzó el océano Atlántico para visitar Nueva España, por lo cual los consensos actuales señalan a un tlacuilo indígena que habría recibido la influencia renacentista de los mapas como el autor del documento (Linne, 1988, p. 164; López, 2019, p. 255; León-Portilla y Aguilera, 2016, p. 56).

El plano se orientó con el eje norte-sur en horizontal, y en él se identifica el islote de México-Tenochtitlan, así como las poblaciones lacustres y circundantes que se encuentran a una distancia de hasta 40 kilómetros (Lopez, 2018). Se observan caminos y canales que conectan el islote con distintos lugares del Valle de México, así como españoles e indios que realizan actividades diversas asociadas con la ganadería, el transporte y la caza, entre otras. Tal vez aquello a lo que se le ha puesto mayor atención, y es otra de las razones por la que la autoría se atribuye a un indígena ya cristianizado, es la presencia de más de 200 glifos toponímicos esparcidos por todo el mapa (León-Portilla y Aguilera, 2016). Algunos son legibles iconográficamente, a otros a veces los acompaña una glosa que transcribe su nombre al alfabeto latino, otros son simplemente indescifrables. En algunos casos se asocian a un pueblo de indios o de españoles, en otros a un rasgo de la geografía, y a veces parecen flotar en una superficie descolorida sin comunicar el porqué de su presencia.

El complejo contenido del mapa aun tiene mucho que ofrecer para la investigación geográfica e histórica bajo nuevas perspectivas, ideas y preguntas. El otro aspecto que se vincula con el documento y con la importancia de su visita temporal a México en el siglo XXI, es la historia de sus derroteros desde que fue enviado a España a mediados del siglo XVI (Linne, 1988). Al parecer, una vez que llegó a su destino debió haber caído en manos de Alonso de Santa Cruz, quien lo envió a Carlos V y luego pudo, o no, haberlo recuperado para realizar la copia que añadió a su Islario general de todas las islas del mundo. Después todo indica que el mapa viajó a Praga, Alemania, tal vez para ser regalado a Fernando I, el hermano de Carlos V. Las hipótesis señalan que durante la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) el mapa fue sustraído y trasladado a Suecia. Aquí habría pasado un tiempo en la Biblioteca Real para finalmente quedar en manos de la Universidad de Uppsala donde fue redescubierto a finales del siglo XIX (León-Portilla y Aguilera, 2016, pp. 63-64).

Durante el siglo XX y a la fecha se han realizado copias, descripciones, digitalizaciones y estudios diversos en este documento que aun hoy fascina a quien posa sus ojos sobre alguna de las reproducciones que de él existen. De aquí lo asombroso de su vuelta a la Ciudad de México, que aunque temporal, ofrece al público la invaluable oportunidad de verlo, pensar y reflexionar, además acompañado, en un acto de contigüidad cartográfica y de dialogo intertextual, una estimulante asociación visual de la curaduría, con la pintura de Juan O ‘Gorman, La ciudad de México (1949), donde el artista sitúa su visión del progreso de la capital mexicana, precisamente, en el corazón del mapa de Uppsala.

Referencias

Escalante Gonzalbo, P. y Olmedo Muñoz, M. (2009). La influencia del grabado flamenco en la Nueva España. En E. Stols y W. Thomas (Eds.), Un mundo sobre papel. Libros y grabados flamencos en el imperio hispanoportugués (siglos XVI-XVIII) (pp. 199-218). Lovaina: Editorial Acco. [ Links ]

León-Portilla, M. y Aguilera, C. (2016). Mapa de México Tenochtitlan y sus contornos hacia 1550. México: Editorial Era. [ Links ]

Linne, S. (1988). El Valle y la Ciudad de México en 1550. Relación histórica fundada sobre un mapa geográfico que se conserva en la biblioteca de la Universidad de Uppsala, Suecia. Suecia: Museum of Ethnography. [ Links ]

López, J. F. (2018). Indigenous commentary on Sixteenth-Century Mexico City. Ethnohistory 61(2), 253-275. DOI: 10.1215/00141801-2414163 [ Links ]

Saracino, J. (2018). Indigenous Stylistic & Conceptual Innovation in the Uppsala Map of Mexico City (c. 1540). Artl@s Bulletin 7(2), 11-25. Disponible en https://docs.lib.purdue.edu/artlas/vol7/iss2/2/Links ]

1Se le conoce como Mapa de Uppsala por encontrarse resguardado en la biblioteca de la universidad de esta ciudad sueca al menos desde el siglo XIX. Durante mucho tiempo fue conocido como Mapa de Santa Cruz por la atribución de su autoría al cosmógrafo real Alonso de Santa Cruz (López, 2018, p. 255). El tercer título, Mapa de México-Tenochtitlán…, lo recibió por parte de Miguel León Portilla y Carmen Aguilera (León-Portilla y Aguilera, 2016).

2En realidad, una medida cuidadosa permite identificar que las proporciones de este espacio coinciden con sus dimensiones reales, por lo cual ese argumento es debatible.

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