Viajar sana el alma. De ahí que después de doscientos días en cuarentena sea una fortuna encontrarme escribiendo esta lectura sobre un viaje, viajando. Las Andanzas por Alemania e Italia (1842-1843) de Mary W. Shelley, recientemente traducida al español por Alejandro González Ormerod y editada por Editores Minerva y la Universidad Autónoma de Nuevo León, son más que un conjunto de cartas seleccionadas que narran un viaje en el otoño de la vida de la autora. Se trata de una crónica de viaje, sí, pero también de un derrotero que nos guía por las inquietudes tanto personales como de tinte político de la escritora, tan pertinentes hoy como lo fueron hace casi 200 años.
Espléndidamente prologada por Tanya Huntington, la selección de cartas de Shelley realizada por González Ormerod (de un corpus original contenido en tres tomos), nos conduce a lo largo de un recorrido típico de la aristocracia inglesa practicado desde mediados del siglo XVII hasta inicios del siglo XIX. El Grand Tour, como se conocía a esta travesía, era usualmente realizada por jóvenes universitarios de familias acomodadas a manera de un rito de paso hacia la edad adulta, así como un viaje educacional. En este caso, Shelley, que había dejado atrás esos años de lozanía, acompañaba a su hijo y a sus amigos en el trayecto iniciando en Londres, pasando por Frankfurt, Dresde, Venecia, entre otras ciudades hasta el sur de Italia, donde los viajeros tenían la oportunidad de entrar en contacto con la cultura clásica, especialmente en Roma.
A la edad de 45 años, cuando realizó el viaje, Shelley era ya una autora conocida por su obra Frankenstein. Había perdido a sus dos primeros hijos y a su esposo, el filósofo y poeta Percey B. Shelley, precisamente en Italia, en donde había vivido de 1818 a 1823 (Bennet, 1998). Con el pretexto de fungir como chaperona de su hijo y compañía durante el viaje, Shelley realiza el recorrido también con el propósito de revisitar lugares en Italia donde se habían dado sucesos relevantes de su vida, así como de recuperar algo de su salud que ya se encontraba afectada a raíz de un tumor cerebral que la llevaría a la muerte en 1851. Como resultado de la correspondencia establecida con su hermanastra Claire Clairmont durante el trayecto, así como de su propio diario de viaje, el libro fue publicado en su idioma original en 1844, siendo además la última obra de la escritora.
La narrativa del viaje de Shelley presenta numerosos temas, siempre insertos en la espacialidad de los lugares visitados. Desde su mirada, los paisajes recorridos se describen a veces en asociación a ciertos personajes, por ejemplo, “los dominios del Príncipe de Hesse-Kassel” (Shelley, 2019, p. 36); en otras haciendo alusión a los eventos históricos que ahí sucedieron; o bien, expresando sus impresiones subjetivas, a veces resalta la belleza, y en otras, lo insulso del paraje visitado. No falta, además, la descripción de un lugar en función de los sentimientos y emociones que la autora proyecta sobre ellos. Particularmente esto lo encontramos en la descripción de Venecia, que despierta en ella una agonía cuya raíz se encuentra en los eventos suscitados en su juventud: la pérdida de sus dos primeros hijos a muy temprana edad.
Es particularmente interesante analizar la percepción de las identidades nacionales asociadas a los territorios por los que la autora transita, como cuando finalmente llega a los paisajes que le evocan “escenas verdaderamente italianas” (Shelley, 2019, p. 74). Los recorridos de Mary Shelley a lo largo de algunos de los lugares visitados se acompañan de una mención sobre la conformación geopolítica de la provincia en la que se encuentra (ejemplo de esto se da a su paso por los valles y montañas del Tirol) y en muchas ocasiones de una descripción crítica del carácter de las personas que ahí habitan. En este sentido, es evidente su gran preferencia por los pobladores de Italia, en comparación con lo que expresa sobre los alemanes, por ejemplo.
Encontramos en sus palabras la construcción de un paisaje que integra aquellos aspectos sociales, históricos, subjetivos y hasta fenomenológicos que el concepto, desde la geografía cultural, engloba en la actualidad (Besse, 2010; Claval, 1999). A manera de una analogía con las pinturas paisajísticas del siglo XIX, la narrativa de Shelley proporciona una proyección de sus códigos culturales individuales y a la vez colectivos (Frolova y Bretran, 2006) que nos hacen percibir un paisaje cargado con rasgos propios del romanticismo y la tragedia que invadieron la prosa de la autora, así como su vida. Ejemplo de esto es la atribución de una calidad de sanación a los paisajes pintorescos con los que se encontraba a lo largo de su viaje (Dolan, 2000, p. 166).
Las andanzas de Shelley, particularmente por los paisajes de Italia, se entretejen con numerosas referencias a obras de otros escritores, poetas, artistas y pintores, así como con sus propias opiniones políticas, convirtiéndolas en un texto que supera el género de la guía de viajes, tan popular en el siglo XIX. Por eso resultan tan contrastantes algunos de los pasajes en los que Shelley se muestra crítica de sus congéneres ingleses, con los cuales se halla en el camino más de una vez, y que le parecen dignos de ser caricaturizados como simples acumuladores de topónimos, faltos de capacidad para entender que “al viajar, nosotros debemos volvernos parte del paisaje” (Shelley, 2019, p. 43). Además de las reflexiones ontológicas y existenciales en relación con la experiencia de viajar, nos encontramos con algunas menciones sobre las circunstancias incómodas en las que todo viajero se ha encontrado al menos una vez en su vida, logrando que el lector se sienta identificado y en sintonía con las descripciones de la autora. La llegada a una frontera complicada, en la que la ansiedad del encuentro con las autoridades migratorias ha acelerado el corazón de más de uno; o bien, las ventajas y desventajas del cambio de moneda según el lugar donde estemos son solo algunos de estos ejemplos.
Finalmente, vale la pena mencionar el mapa encartado al libro que ilustra el recorrido desde la salida de la islas británicas hasta el sur de Italia. Funciona muy bien para el lector que no está familiarizado con la geografía de esta región de Europa, pues permite seguirle los pasos que, a caballo, barco o a pie, realizaron la escritora y sus acompañantes. En conjunto, este es un esfuerzo loable de una editorial independiente (Editores Minerva) que ha tenido una buena recepción en un público que, en las condiciones actuales de encierro, sin duda añora con fervor recrear la travesía de Shelley.