En palabras de Schlögel, “sólo ve quien sabe, cierto. Quien no sabe, tampoco ve” (2007, p. 268). Y por eso, añade, conviene confiar en los ojos. Esto ha sido particularmente importante para la geografía que, desde cierto ángulo de observación, abre la mirada a los espacios geográficos. Por esto, interesa a esta disciplina académica y a sus prácticas el mundo de las imágenes, donde las fotografías aéreas han ocupado un lugar especial en el entrenamiento de los ojos, tanto en las investigaciones como en la docencia universitaria. En este contexto, una guía publicada con el orden de contenidos del Acervo Histórico de la Fundación ICA es oportuna y bienvenida. Es una edición de bolsillo y de fácil consulta que identifica por los tonos del papel cada una de las tres secciones que conforman el diseño de la obra.

La primera sección, la más amplia y completamente visual, abre con la declaratoria universal sobre los archivos de la Unesco, 2011, que señala: “Los archivos custodian decisiones, actuaciones y memoria. Los archivos conservan un patrimonio único e irremplazable que se transmite de una generación a otra. El libre acceso a los archivos enriquece nuestro conocimiento de la sociedad, promueve la democracia, protege los derechos de los ciudadanos y mejora la calidad de vida” (p. 5). Tal ámbito de actuación se acompaña en esta sección con otra consideración del filósofo francés Jacques Derrida para quien el vocablo del archivo remite a un sentido “físico, histórico u ontológico, es decir, a lo originario, a lo primero, a lo principal, a lo primitivo, o sea al comienzo” (p. 9). A partir de este perfil con el que la Fundación ICA se identifica plenamente, sigue una espléndida selección de fotografías aéreas y oblicuas de las colecciones que se resguardan en el archivo, lo mismo de la imponente naturaleza mexicana, como los volcanes, valles, lagos o lagunas, como del paisaje mexicano, como la Ciudad Universitaria, el puerto de Acapulco, Monterrey, Pátzcuaro, Ciudad Satélite, el Bosque de Chapultepec o el Heroico Colegio Militar, así como ejemplos de la documentación: mosaicos fotográficos, transparencias, negativos, microfichas o material videográfico, cinematográfico y sonoro.

La segunda parte presenta la estructura del acervo, a saber: el fondo aerofotográfico, el fondo Colección ICA, el fondo microfichas, el fondo manuscritos y el fondo audiovisual, además de los elementos de la gestión de estas colecciones, un glosario y una parte final con los procesos y procedimientos de conservación y salvaguardia del material analógico. Destaca para los fines de esta presentación, el primero de los fondos mencionados. La Compañía Mexicana Aerofoto fue fundada por el piloto Luis Struck y “en sus más de 58 años de funcionamiento logró acumular un acervo cercano a 1 millón de imágenes, en una labor que le permitió cubrir un área de 1.2 millones de kilómetros cuadrados” (p. 8). La empresa fue adquirida, tras la muerte de Struck en 1965, por Ingenieros Civiles Asociados (ICA) quien la impulsó hasta 1989, cuando la fotografía satelital aseguraba “una alternativa mucho más conveniente y precisa” (p. 8). En el año 2000, Fundación ICA recibió la custodia del acervo para su conservación (^{Esteban y Ruiz, 2010}). Cabe destacar que el archivo cuenta con documentación de otros países donde empresas de ICA llevó a cabo trabajos de alta precisión, como Colombia, Perú, República Dominicana, Panamá y Honduras.

En esta sección, también, se puede saber que el fondo aerofotográfico es “único y singular por el formato fotográfico y contenido visual entre 1932 y 1994” (p. 18). Con esta temporalidad, y con más de un millón de negativos, impresiones y documentos cartográficos, este acervo representa un material asociado a una época clave de gestión administrativa altamente centralizada del siglo XX, cuando la modernización del Estado abarca una intervención en el territorio mexicano de una magnitud e intensidad económica como no había sucedido, por ejemplo, en el plan nacional de carreteras, en el plan de construcción de presas y otras infraestructuras, como los puentes, que requerían del análisis a gran escala de la topografía y de las condiciones sociales como parte de los planes de desarrollo.

Tal labor oficial requirió la combinación de una serie de métodos, técnicas y tecnologías aplicadas de una forma precisa y selectiva en el territorio mexicano. Las “cámaras estaban adosadas a la base del avión y se disponían para trabajar en serie. Debían ser dos cámaras sincronizadas a la nave, de tal suerte que al realizar el ajuste de velocidad del avión y el traslape de imágenes, derivado de una serie de cálculos matemáticos, generaban imágenes estereoscópicas de la zona de interés” (p. 19). El archivo de estas imágenes se integra “por 2 mil 700 pares con más de 800 mil archivos. Los soportes son nitrato de celulosa y acetato de celulosa en formatos fotográficos de 9.5 x 9.5” en rollo o en placa” (p. 19).

De los demás fondos, conviene fijarse en otro más, que comprende 2 mil 500 archivos que se “caracterizan por el registro audiovisual que acompañó las obras y proyectos de la empresa [ICA]” (p. 21). Esta colección es muy interesante porque forma parte de una cultura visual con que la geografía universitaria puede imaginar nuevos proyectos de investigación sobre el conocimiento del territorio mexicano, en una parte importante del siglo XX, en una variedad de temas e ideas que se combinan con otras fuentes de consulta. Es una veta aún desconocida y, a la vez, todo un desafío para explorar esta vertiente visual (^{Macías, 2012}).

La tercera sección del libro presenta aspectos puntuales sobre las técnicas y tecnologías instaladas en la Fundación ICA para asegurar una segunda vida del acervo, como un “sistema de aire acondicionado para conservar la temperatura de 15 grados centígrados y 33 por ciento de humedad relativa constante y aire libre de contaminantes” (p. 64). Preocupa, y es un problema importante, la “reacción química catalítica” del acervo, porque puede desencadenar la ignición, incluso a temperaturas menores a 41 grados centígrados. Por tanto, se ha pensado en una alternativa: el congelamiento de los negativos, bajo humedad y temperatura controladas y su posterior descongelamiento para su digitalización (p. 77).

Por lo anterior, ya se puede imaginar el lugar que puede ocupar este acervo en la educación de los ojos, como señala Schlögel. El acervo privado de la Fundación ICA cuenta con una antigüedad de 70 años y es un registro de la memoria. Una parte se ha reconocido en el programa Memoria del Mundo Nacional para México, de la Unesco (^{Ruiz, Osorio, Álvarez y Bravo, 2014}), con lo que se acentúa el valor de esta colección para la sociedad mexicana y se vuelve necesario promover su conservación, acceso universal, uso y una mayor visibilidad y difusión.