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Investigaciones geográficas

versión On-line ISSN 2448-7279versión impresa ISSN 0188-4611

Invest. Geog  no.96 Ciudad de México ago. 2018

https://doi.org/10.14350/rig.59743 

Editorial

Editorial


El primer centenario del nacimiento de Juan José Arreola (1918-2018), el escritor jalisciense autor de obras que renovaron la literatura mexicana, es motivo de atención en este editorial de Investigaciones Geográficas, revista del Instituto de Geografía de la UNAM.

Arreola nació en Zapotlán, hoy Ciudad Guzmán, Jalisco, un valle rodeado de montañas, al norte con una laguna y, al sur, el volcán de Colima. Arreola miraba esa “tierra como terruño, como pueblo con el que se entablan lazos de identidad; la tierra como espacio geográfico afectado por los temblores, que además afectan la fisonomía humana, sus formas sociales; la tierra cultivable, dadora de frutos, así como también negadora de estos por los caprichos de la naturaleza; y el aspecto principal, las tierras de los indígenas, quienes entablan un litigio para recuperar lo que los españoles les arrebataron, litigio que se arrastra hasta nuestro tiempo” (Troncoso, 2002:129).

Arreola era un profundo conocedor del paisaje de Jalisco y, sin embargo, se le ha llegado a reclamar que ha dejado “dispersos sus apuntes de paisaje. Los de Zapotlán hay que extraerlos, imaginarlos en las páginas traviesas, gozosas y trágicas de La feria” (García, 2002: 128). Donde unos se fijan en la falta de unidad en su mirada hacia el “valle, pueblo, laguna montes y volcanes” (García, 2002:132), otros lectores de su obra reflexionan en la variedad de elementos que la componen. Una geografía telúrica que reconocía, primeramente, a la topografía y su profunda relación con la vida del pueblo no solamente a través de la agricultura, más intensa aún, a través de los sismos y que da el paso a una geografía cultural de los lugares. En La feria los lectores se quedan con la “impresión de un paseo por casas, calles y plazas del pueblo y por distintos tiempos de su historia” (Troncoso, 2002: 131).

Antes de escribir La feria, durante su primera experiencia en París, en 1945 e invitado por Octavio Paz, Arreola acudió a una recepción de la duquesa de La Rochefoucauld, una de las familias de la alta nobleza francesa. A la media noche salió de ahí a pie hacia París, la noche era helada y negra, en el centro se hospedó en un hotel y desde el séptimo piso contempló el paisaje de la ciudad frente a él: “Desde la ventana vi un panorama que jamás imagine hecho de oscuridades, en las que lloraban lucecitas lejanas aquí o allá, que supongo eran las llamas de las velas. En esa oscuridad, se recortaban las siluetas de chimeneas y cúpulas… La ciudad dormía dentro del frío y después del espanto de la guerra” (Paso, 2003: 227).

Esta práctica de enfocar el paisaje y de vincularlo a su historia, por parte de Arreola, dio forma a La feria, publicada en 1963 y dedicada a “San José, patrono del pueblo; y a la feria, fiesta anual religiosa y profana” (Poot, 1992: 147). Los temas como el trabajo agrícola, los temblores o la toponimia y su lugar en la memoria del territorio formaban parte de ese paisaje que el escritor construyó al interior, en los trazos y las voces de los personajes de su obra. Lugar central de su narración era el pueblo “con sus tradiciones, costumbres y folklore se muestra en su plenitud, no por lo que una sola voz dice y piensa de él, sino por la pluralidad de voces que emanan de todas partes del pasado y del presente, del adentro y el afuera, del arriba y el abajo, dando lugar a un texto que no solo se escribe y se lee, sino que habla y se escucha y que le muestra a la mirada escenas para ser vistas y tocadas” (Poot, 1992: 152).

Los paisajes de Arreola proceden de la oralidad, de las voces del pueblo donde nació que escuchaba muchas veces en su andar por Zapotlán, ahí le hablaron de la “historia de los habitantes, de los problemas de las tierras, de los temblores, del juramento que el pueblo le hace a señor San José y de la fiesta anual que se celebra” (Poot, 1992: 154). Por esto, para Arreola el oído y la mirada “tienen una función importante que consiste en el registrar y comprobar lo que se oye y lo que se ve” (Poot, 1992: 157). Esta capacidad sensorial, para él, era vital a la hora de vincularse a la tierra y, en el caso de la fiesta anual celebrada en Zapotlán y organizada por la comunidad indígena, para captar “la escena pública e íntima de los personajes” del pequeño espacio pueblerino, es decir, la “vida y la historia del lugar” (Poot, 1992:173).

Además de la oralidad, Arreola señalaba el carácter repetitivo del paisaje. Una vez que ha terminado el trabajo agrícola, “que caracteriza las actividades del pueblo”, sigue la feria a San José, patrono del pueblo desde 1747, en una línea ordenada de ciclos anuales que por más de doscientos años ha brindado protección contra los temblores. Del mapa festivo de Zapotlán “surgen también voces que registran con precisión calles y lugares y muestran rápidamente, en forma de reportaje, los espacios del pueblo en donde se realizan los acontecimientos del día” (Poot, 1992: 184). Así, la “descripción muestra paso a paso el mapa del lugar y la propiedad verdadera y original de las tierras” (Poot, 1992). Poot distingue la narrativa de Arreola en dos escalas del pueblo: por un lado, información del lugar y, por la otra, los espacios físicos determinados, como la plaza de Zapotlán el Grande, las calles, caminos y barrancas. Por esto, la narrativa quedaba asociada a la topografía, a las formas de su relieve, que contiene, también, la toponimia que “cobra una presencia primordial” (Poot, 1992: 184).

En resumen, en esta obra, Arreola traza la vida del pueblo a lo largo de seis meses, de mayo a octubre. En las páginas de La feria se “nombra cuidadosamente cada parte del espacio geográfico como una muestra patente del aprecio que se le tiene al lugar y de un amplio y exacto conocimiento de este; se marca el espacio social que ocupan los personajes de acuerdo con la época y la clase económica a la que pertenecen; se señalan espacios permitidos o prohibidos del pueblo. Se muestra también la escena pública y la privada, desde el gran espacio colectivo histórico y geográfico, hasta el más íntimo e individual de algunos personajes. Por último, al hacer uso de la palabra, cada personaje muestra el lugar físico y social desde donde habla y emite su propia visión de los acontecimientos” (Poot, 1992: 186).

Arreola enfocaba la dimensión cultural que tiene interés desde el ámbito de la geografía y que desde la literatura enriquecía las experiencias de la mirada geográfica hacia los paisajes, la región o el mapa de Zapotlán, donde cada año se montaba la feria, un paisaje lleno de vida y de tensiones que definen la visión y la cultura del pueblo de una manera efímera, el origen de un paisaje evanescente capturado con el lenguaje literario. Al reflexionar sobre este enfoque, tal vez la “geografía debería estudiar el espacio desde la óptica de las propias comunidades” (Fernández, 2013:167); esta novela mexicana orienta a la geografía en esta dirección.

REFERENCIAS

Fernández Christlieb, F. (2013). La geografía humana y su enfoque cultural. En H. Mendoza Vargas (Coord.), Estudios de la geografía humana de México (pp. 159-170). Colección Geografía para el siglo XXI, Textos universitarios 13, México: Instituto de Geografía, UNAM. [ Links ]

García Oropeza, G. (2002). Arreola, paisajista de Zapotlán. Memoria del Paisaje (pp. 111-132). Guadalajara: Gobierno del Estado de Jalisco, Landucci Editores. [ Links ]

Paso, F. del (2003). Memoria y olvido. Vida de Juan José Arreola. México: Fondo de Cultura Económica. [ Links ]

Poot Herrera, S. (1992). Un giro en espiral: el proyecto literario de Juan José Arreola. Guadalajara: Universidad de Guadalajara. [ Links ]

Troncoso Araos, X. (2002). La feria discursiva de Juan José Arreola. Acta Literaria, 27, 127-144. [ Links ]

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