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 número95Basso, M. (2017), Grandi eventi e politiche urbane. Governare “routine eccezionali”. Un confronto internazionale. Edizione Guerini e Associati, Milán, 248 pp., ISBN 978-8862506953Ramírez, F. (2017), José María Velasco, pintor de paisajes, Fondo de Cultura Económica, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Estéticas. 134 pp., ISBN 978-607-16-5052 (FCE), ISBN 978-607-02-9317 (UNAM) índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
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Investigaciones geográficas

versión On-line ISSN 2448-7279versión impresa ISSN 0188-4611

Invest. Geog  no.95 Ciudad de México abr. 2018

https://doi.org/10.14350/rig.59645 

Reseñas

Mac Orlan, P. (2017), Breve manual del perfecto aventurero, México, Jus, Libreros y Editores, 104 pp. ISBN: 978-607-9409-73-9

Héctor Mendoza Vargas1 

1 Instituto de Geografía. Universidad Nacional Autónoma de México

Mac Orlan, P.. 2017. Breve manual del perfecto aventurero. México: Jus, Libreros y Editores, 104p. ISBN: 978-607-9409-73-9.


Entre las sorpresas de la FIL de Guadalajara del año pasado, los lectores podían encontrar este librito excepcional de la cultura francesa, por primera vez traducido para el mundo de habla hispana por uno de los libreros y editores de la calle de Donceles del Centro Histórico de la Ciudad de México. A casi cien años de su edición original, de 1920, esta obra llega para recordarnos a su autor, Pierre Mac Orlan (1882-1970) y su circunstancia, llena de vicisitudes en su juventud que lo llevaron a viajar por los puertos de Europa y, por las calles de Montmartre, a frecuentar ahí una “bohemia más bien agria y peligrosa [compuesta] de macarras, delincuentes, prostitutas −les filles− y de gente habituada [a la] deshonestidad” (Sánchez, 2005: 3). Eso terminó con el estruendo de las armas de la Primera Guerra Mundial y la zanja abierta de las “trincheras, barro, ratas, desolación, bosques fantasmas, marchas y contramarchas compartidas con los batallonarios de África −los joyeux−” (Sánchez, 2005: 4).

Una vida marcada por estos vericuetos y la decepción de la contienda bélica, le dio aliento para publicar, a los 38 años, este manual a medio camino entre los viajes “reales y turbios, oscuros, como los suyos de su juventud [y la necesidad de] buscar refugio en la vida sedentaria y viajar a través de los sueños y memorias ajenas” (Sánchez, 2005: 5). Por esto, Mac Orlan se propuso estudiar con detalle a dos clases de individuos: a los aventureros activos y a los pasivos. Advierte, al inicio de la lectura, que cualquiera de los aventureros debe conocer el “secreto de las palabras”, es decir, “traducir las palabras que empleamos en el habla corriente a la jerga de las gentes de malvivir a fin de asimilar su sustancia (Orlan, 2017:13). Cada palabra, señala, “puede abrirnos las puertas del reino de la aventura” (p. 14).

De joven, un aventurero deja ver su perfil, entre otros, por el “desgaste de los zapatos, de los muebles y el desprecio por los objetos artísticos y los libros” (p. 20), unos años después, durante la adolescencia, todo esto cambia. El aventurero activo “puede escoger entre un número ilimitado de caminos a seguir, por eso no es fácil clasificarlo. Pero la mayoría de esos caminos conducen a aventuras vulgares. Y es precisamente por esa vulgaridad que ha perdido valor el bonito nombre de aventurero” (p. 22). En su origen, indica el autor, no se encuentra la iniciativa privada sino “grupos de individuos sometidos a leyes severas de una disciplina relativamente rígida” (p. 23).

El verdadero motivo del libro de Mac Orlan, sin embargo, resulta el aventurero pasivo. Aquel que, agarrado al “brazo de su sillón como un capitán de crucero a la baranda de su puente de mando”, cuenta con una conducta apacible y detesta el movimiento. Su perfil se integra por algunas cualidades de niño, como: sueño regular, buen apetito, culto a la sensibilidad, respeto a las tradiciones y la disciplina, horror a los juegos violentos y el deporte en general, no sabe nadar, se muerde las uñas y sabe tocar al acordeón algunas canciones marineras (p. 31-32). El aventurero pasivo, para él, “deberá vivir siempre −y solamente− de su imaginación” y esta se alimenta “abundantemente con la sustancia maravillosa de los libros” ( p. 41). La lectura de este aventurero y la selección de obras se refugian en un “ambiente de bohemia literaria”, ahí se combinaban la novela y la aventura. Con su mirada “conoce la ubicación geográfica” de los países de forma clara, y desprecia los viajes y la guerra. Por tanto, el aventurero pasivo “debe alejarse lo menos posible de su lugar de trabajo, es decir, de su biblioteca” (p. 55). Sin embargo, para él, tal aislamiento no es del todo aconsejable antes de los cuarenta años de edad, por lo que recomienda buscar “algunos puntos de referencia”. Entre estos anota los siguientes: un viaje a Bretaña con estancia corta y relativas incomodidades para sentir el mar y familiarizarse con los marineros. Un viaje a la costa mediterránea y, en Marsella, imaginar desde ahí y “sin peligro todo el Extremo Oriente”. Un viaje a Holanda, a la “tierra clásica de los hombres de aventura”, de la disciplina, desde donde partir con la imaginación hacia América. Algunas incursiones en los suburbios de París. Aquí recuerda algunos de los lugares de su juventud, sugiere al aventurero pasivo el contacto beneficioso, en algunos casos, con Amberes, Ruan, El Havre, Honfleur (en la parte sur del estuario del Sena) y Rochefort. Más allá, sorprende que anime en estas páginas a la “gran aventura clásica entre Saint-Malo y Veracruz”, que él no hizo, claro, lo que representaba un viaje de varios días a bordo de un barco moderno para cruzar el Atlántico.

El aventurero pasivo, luego de imaginar esos largos viajes desde Europa, se adentraba a disfrutar del cabaret, esos espacios íntimos de las callejuelas y esquinas de la costa bretona, locales llenos de vida, de “mozas salvajes” y de aventureros de larga carrera que buscaban el vino y el “influjo del opio”; de todo esto, el aventurero pasivo sacaba provecho cada noche. Al final, el aventurero ya sea activo o pasivo no llegaba a viejo, sin embargo, el segundo terminaba, como tanta gente, “en su cama, en la vía pública o en el hospital” (p. 97).

Como se ha visto, en su manual, el autor repasaba desde su casa “en las orillas del Petit Morin, un río sombrío y con nenúfares del departamento de Seine-et-Marne a menos de cien kilómetros de París, que corría por el fondo del jardín de su casa” los rumbos de su vida, “legendaria, novelesca, como todas, [entre] pipas, escopetas y perros de caza, acordeones, vinos, conversaciones y pinturas” (Sánchez, 2005: 9). Ahí se ordenaban sus pensamientos, lecturas y miradas hacia el pasaje de los campesinos por la ventana. En una fotografía se observa a Mac Orlan en un salón de su casa, recibe la luz directa de una ventana a su derecha, sentado frente a una mesa que le sirve de escritorio donde había papeles, tarjetas, libros, plumas, un globo terráqueo para recordar los puertos y las lejanas tierras, a un lado, las vitrinas llenas de libros bellamente encuadernados y cuadros en los muros. El jersey y la corbata le daban un aire conservador a su aspecto, ahí pasaba horas en el trazo de sus dibujos, en las cartas para sus amigos y en la invención de los personajes de sus novelas, “toda una fauna social… innombrable, sin historia, ni memoria” que se cruzaron por su camino.

El manual de Mac Orlan nos recuerda aquella figura de un geógrafo en el tránsito del siglo XIX al XX y a medio camino entre el arduo trabajo en la biblioteca y, a la vez, el aventurero de los mares y los paisajes que practica el arte de caminar, observar, representar, nombrar y regresar (Fernández, 2017). Un doble espíritu se halla en Mac Orlan, de innegable actualidad, para combinar, en la labor y vida diaria del geógrafo, la actividad que despreciaba este autor en la edad madura y la pasividad que caracteriza las horas sumergidas en la lectura. Por eso, el librito de Mac Orlan, divertido y lúdico, nos marca los cuarenta años de edad, a partir de entonces, se mira y se disfruta de forma diferente la aventura, se transita de una forma activa a una pasiva alimentada de los recuerdos, la compañía y el refugio de una morada.

REFERENCIAS

Fernández, F. (2017). Caminar, dibujar. La marcha como origen del paisaje. En Decir el lugar. Testimonios del paisaje colombiano (pp. 55-66). Bogotá: Banco de la República. [ Links ]

Sánchez Ostiz, M. (2005). Pierre Mac Orlan, el perfecto aventurero. Turia, 73-74, 1-3. Recuperado de https://elsecreterdelindiano.wordpress.com/2015/06/27/pierre-mac-orlan-el-perfecto-aventureroLinks ]

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