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Investigaciones geográficas

versión On-line ISSN 2448-7279versión impresa ISSN 0188-4611

Invest. Geog  no.72 Ciudad de México ago. 2010

 

Reseñas

 

Chávez Torres, M., O. M. González Santana y M. del C. Ventura Patiño (eds.; 2009), Geografía Humana y Ciencias Sociales. Una relación reexaminada

 

Omar Olivares Sandoval*

 

El Colegio de Michoacán, México (Colección Debates), 480 p., ISBN 978–607–7764–11–3

 

* Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México

 

Herodoto, además de ser considerado el padre de la historia, también se le puede considerar el padre de la geografía; para ser más precisos, Los nueve libros de la Historia no son ni historia, en el sentido moderno, ni geografía, son geografía histórica (Herodoto, 1998). Este origen ambivalente suele olvidarse cuando se discute la cientificidad de la geografía o la soberanía del relato histórico; también que la pretensión ideológica del relato griego era fomentar, en una época de fragmentación, el orgullo identitario de la Hélade, trayendo a la memoria los episodios heroicos de las Guerras Médicas. La ideología quedó en segundo plano al momento de ser considerado un texto fundador.

Los textos que son un inicio, como el que se presenta aquí, son más preguntas que respuestas, como testimonios de una fundación, son fragmentarios, ideológicos, confusos, ambivalentes; son discursos que dejan de ser algo pero no son plenamente algo que ha terminado. En un plano filosófico, diría Paul Ricœur (2004), el pensamiento y su escritura es por necesidad un fenómeno inacabado.

Este libro es la constatación de un comienzo: el del Centro de Estudios de Geografía Humana de El Colegio de Michoacán (CEGH), creado en 2002.1 En lo particular, es el resultado del simposio "La Geografía Humana y su Reencuentro con las Ciencias Sociales: Intercambios Disciplinarios" que tuvo lugar en El Colegio de Michoacán, extensión La Piedad, en 2006. Ampliamente, este trabajo es un primer resultado del proceso de maduración del propio CEGH; a tan solo cuatro años de su apertura, y a dos años de haber inaugurado su posgrado a nivel maestría, se organizó este simposio que, se infiere, tuvo como finalidad el esclarecimiento y la discusión de las posturas de investigación en las que se origina la misma institución. A tres años del simposio se publica este libro con un título diferente: Geografía humana y ciencias sociales. Una relación reexaminada.

La obra reúne varios ensayos, provenientes de diferentes campos del saber como la geografía, la antropología, la sociología, los estudios regionales y el urbanismo. A pesar de que los textos son heterogéneos, en la mayoría se admite implícita o explícitamente que, hoy en día, la geografía humana es una ciencia social que reclama legitimidad. Estos ensayos se adecuan a cuatro líneas de reflexión que corresponden con los cuatro apartados del libro. En primer lugar, se presenta la parte de fundamentación epistemológica de la geografía humana como ciencia social con el apartado: La geografía humana y sus intercambios disciplinarios. En la segunda parte de este libro: El estudio del espacio por las ciencias sociales, se presentan los ensayos que tienen que ver con la noción de espacio integrada en el seno de las disciplinas sociales, ya sea a partir de una fundamentación teórica o en la presentación de estudios de caso. En el tercer apartado, titulado: Cambios teórico–metodológicos de la geografía humana para el análisis de los problemas actuales, hay ensayos más dispersos y heterogéneos que, no obstante, pueden considerarse, en sentido lato, que están ubicados en un cambio operado al interior de la geografía. En el cuarto apartado de este libro, llamado: Encuentro de la geografía consigo misma, se agruparon los ensayos que hacen referencia casi exclusiva al desarrollo de la geografía y a la necesidad, ya sea de conformarse como una ciencia social, o de mantener relaciones recíprocas con las ciencias sociales. El panorama de los artículos es plural y heteróclito, aunque el libro, en términos generales, sostiene una actitud de apertura de la geografía humana hacia las ciencias sociales; no se ocultan la multitud de contradicciones que cada una de las posturas individuales genera hacia los otros artículos en conjunto.

El artículo que abre este libro, así como el primer apartado del mismo, pertenece a Gustavo Montañez Gomez, quien es director del programa de Geografía de la Universidad Externado de Colombia, y se titula Encuentros, desencuentros y reencuentros recientes de la Geografía, las Ciencas Sociales y las Humanidades. En él, Montañez busca resumir las tendencias de la geografía humana desde finales del siglo XIX hasta finales del XX, subsumiéndolas en un manojo de posturas epistemológicas que se desarrollan paralelamente a la geografía. Es así que encuentra que las primeras posturas de la geografía humana en la modernidad son herederas de dos tradiciones filosóficas: el positivismo de Auguste Comte (1798–1857) y el idealismo de Hegel (1770–1831) y de Dilthey (1833–1911). Según el autor, tanto las posturas de Humboldt (1769–1859), Ratzel (1844–1904), Vidal de la Blache (1845–1918), de Martonne (1873–1955), Hettner (1859–1941), Demangeon (1872–1940) e incluso Sauer (1889–1975), abrevan de la tradición positivista, en la que domina un empirismo descriptivo en los primeros geógrafos, donde más tarde se introduce el problema de la geografía como ciencia ideográfica o corográfica, y en última instancia, los precedentes del análisis del paisaje en la geografía cultural con Sauer. Un segundo momento en el avance de la geografía humana es caracterizado por Montañez como un acercamiento al positivismo lógico en la Posguerra. Tal como el positivismo lógico concibe la generación de conocimiento a través de una atención minuciosa a sus condiciones de producción, los geógrafos, a partir de los años cincuenta del siglo XX, construyeron una noción más abstracta y más geométrica del espacio, ello se corrobora en los trabajos de W. Bunge (1928–), P. Haggett (1933–) y en última instancia D. Harvey (1935–). Siendo este último quien hiciera una revisión exhaustiva de los principios lógico–positivistas que lo llevaría a señalar, en su libro: Teorías, leyes y modelos en geografía, las enormes limitaciones de este enfoque.

La época que se abre para la geografía a partir de los años sesenta está caracterizada por la fragmentación de las posturas teóricas y la variedad de fundamentaciones epistemológicas de la disciplina. Así, según Montañez, el mismo Harvey orienta sus investigaciones hacia una postura marxista, que concibe la interpretación del espacio como un subproducto social del modo de producción; aunque la problemática marxista había sido introducida por Henri Lefebvre (1901–1991), Manuel Castells (1942–), Milton Santos (1926–2001), Pierre George (1909–2006) y finalmente Yves Lacoste (1929–), su continuación contemporánea se verifica en los trabajos de Neil Smith (1954–), Edward Soja (1940–) y Doreen Massey (1944–). Montañez propone que en el ámbito contemporáneo coexisten varias geografías como la geografía feminista de Ana Sabaté Martínez; una geografía de tipo fenomenológica de David Lowenthal (1923–), Yi–Fu Tuan (1930–), Anne Buttimer y Edward Relph (1944–) caracterizada por la lectura de los filósofos E. Husserl (1859–1938) y M. Heidegger (1889–1976); también existe una geografía de tipo posmoderna representada por Linda McDowell, Marie Price y Martin Lewis, centrada en la deconstrucción de los discursos de la modernidad pero fallida en no poder dar cuenta de un anticapitalismo por ser un movimiento intelectual ideológico (p. 58).

Finalmente existe una postura "de estructuración", ésta se diferencia de la postura estructuralista en la medida en que concibe las relaciones funcionales que estructuran el espacio como movibles y sujetas a un tiempo, un ejemplo de esta geografía sería el trabajo de Paul Knox. Es así que los objetivos de Montañez se dirigen hacia la organización genealógica de los principales trabajos geográficos del siglo XX, inscribiendo a éstos en tres grandes etapas de conformación filosófica: la etapa positivista, la etapa lógico–positivista y la etapa de fragmentación y variedad epistemológica. El propósito de atender a las relaciones que ha tendido la geografía humana hacia las ciencias sociales se oculta ante una adscripción filosófica de las diferentes corrientes geográficas. Esta forma de reflexión y agrupación de los discursos geográficos supone que los conceptos de la geografía pueden ser un reflejo de aquéllos que se elaboran en el ámbito de la reflexión filosófica. Una ventaja de esta herramienta de análisis es poder hacer grandes agrupaciones de trabajos tan disímiles, como consecuencia de esto, la variedad de los conceptos de la geografía queda en un segundo plano. Por ejemplo, es cuestionable que el concepto de espacio abstracto o geométrico pueda subsumirse al desarrollo de la filosofía lógico–positivista, cuando esta última se preocupa restringidamente de lo epistemológico y se interesa por las condiciones de verdad del lenguaje (Ayer, 1971; Wittgenstein, 2002) o los procesos en los que se construye el conocimiento científico (Popper, 2002), en cambio, bien puede decirse que las preocupaciones teóricas de la geografía en esta época se encuentran en correspondencia con la noción de larga–duración de Fernand Braudel (2002); con las preguntas lanzadas desde la antropología estructuralista (Lévi–Strauss, 1987) y con la proliferación y creciente especialización de los trabajos de economía (Perroux, 1984). Más aún, en el caso francés, en un comienzo son las ciencias sociales las que toman la noción de espacio como paradigma de análisis en la planificación y ordenamiento del territorio, de lo que, solamente más tarde, se interesará la geografía (Orain, 2006).

El segundo artículo de este apartado: La geografía humana como ciencia social y las ciencias sociales como ciencias "geografíables", escrito por Gilberto Giménez, investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, quien comienza por notar que el término geografía humana aparece por primera vez en el Traité de Géographie Humaine de Paul Vidal de la Blache,2 publicado originalmente en 1922, e inscrito en el paradigma posibilista de las relaciones hombre–naturaleza. No es sino hasta la década de los cincuenta del siglo XX que la geografía humana se acerca a la problemática de las ciencias sociales, a partir del trabajo de Edward Ullman (1912–1976), quien definió a la geografía como una ciencia de las interacciones sociales. Coincide con Montañez en que existe un momento en que el positivismo lógico entra al terreno de la geografía, considerando que ésta debe ser una ciencia nomotética, es decir, que a través de la comprobación empírica se demuestre la existencia de leyes generales. A esto se le designa el nombre de nueva geografía y se enmarca en el periodo que va de los años cincuenta a los ochenta. Nuevamente, se hace referencia al momento positivista–lógico de la geografía humana, bajo la suposición de que la entrada de modelos estadísticos en el análisis de las distancias y otras herramientas de análisis en la geografía de mediados de siglo pasado, pueden derivarse de las premisas lógico–positivistas, éstas dedicadas a la construcción de una teoría del conocimiento. Hacia los años ochenta comienza la fragmentación y pluralización de la geografía humana, que Giménez subdivide en: primeramente, geografía del comportamiento, que es aquella que bajo el precepto kantiano de que los fenómenos son una cualidad de la conciencia, se inspira de la psicología cognitiva y de la etología para mostrar que el espacio geográfico depende de la percepción social que se haga de él. De ahí la noción de mapa–mental. En segundo lugar se encuentra la geografía crítica, que revaloriza las condiciones políticas del espacio y se fundamenta en la filosofía marxista para dar cuenta de las desigualdades espaciales. En tercer lugar, hacia 1972, se inicia una geografía humanista, fundamentada en el análisis fenomenológico de las condiciones de experiencia de los lugares. En cuarto lugar, más recientemente, se logra ver el desarrollo de una geografía posmoderna que integra las reflexiones provenientes de la ecología, el análisis de género y los estudios pos–coloniales en el desarrollo del análisis y crítica espacial. Concluye Giménez que la geografía humana no constituye una única disciplina sino que abarca las más variadas interpretaciones, a lo que el mismo autor pregunta: ¿cuál es la identidad de la geografía ante esta multiplicidad de esfuerzos? Esta pregunta consta de dos respuestas diferentes, la primera es que la realidad de los estudios geográficos nos llevan a pensar que, en efecto, no hay una unicidad en la geografía sino una agrupación de "amalgamientos" (concepto que toma Giménez de los trabajos de Mattei Dogan y Robert Pahre) que conforman disciplinas que en los intersticios disciplinarios crean su identidad propia: como la geografía cultural (que sería la amalgama entre la geografía humana y la antropología cultural) o la geografía económica (amalgama o hibridación de la geografía humana y economía); por otra parte, al existir una propiedad deíctica de los fenómenos sociales (es decir, que cada fenómeno social depende de un espacio y un tiempo) las ciencias sociales necesitan más a la reflexión de la geografía que la geografía a éstas, puesto que en realidad la geografía nunca ha dejado de absorber las metodologías de las ciencias sociales. Así como existe una totalidad social para las ciencias sociales, esta totalidad está atravesada por el espacio.

La postura de Giménez está orientada en asumir la ficción de las barreras disciplinarias en pos de la resolución de problemas concretos desde un punto de vista de horizontalidad. La pregunta que expresa el autor es bastante importante, ante una pluralidad de metodologías e interpretaciones ¿en dónde se puede hablar de geografía como una disciplina que posee una identidad y una visión propias? Si se lleva más allá la suposición que construye la respuesta a esta pregunta: la totalidad social está constituida por tiempo y espacio, en la misma medida en que las barreras disciplinarias son ficciones de la modernidad; y si es así ¿no valdría la pena mejor constituir una macro–ciencia social que integrara a la historia y a la geografía? Esta otra pregunta descubre el carácter problemático de la situación disciplinaria contemporánea, puesto que no es verdad que la perseverancia de las identidades disciplinarias puedan explicarse desde una necesidad administrativa en la universidad. Esta es una pregunta que la historia de la ciencia está obligada a contestar.3

El tercer artículo de este primer apartado está escrito por Ovidio Delgado, actualmente director del Departamento de Geografía de la Universidad Nacional de Colombia, se titula igualmente que este libro: Geografía y Ciencias Sociales. Una relación reexaminada. En este texto se parte del reconocimiento de que la geografía moderna surge de las preocupaciones positivistas y es separada en geografía física, perteneciente al dominio de las ciencias naturales, y geografía humana, afín a la problemática de las ciencias sociales. Es decir, la geografía, a secas, fue el lugar de la síntesis entre procesos naturales y sociales. Desde la perspectiva vidaliana, la historia y las ciencias sociales fueron esenciales para comprender el hecho geográfico, sin embargo en esta situación, mientras la historia representó lo móvil, lo cambiante y lo activo, la geografía estuvo en el ámbito de lo inmóvil, de lo muerto y de lo pasivo. Las ciencias sociales de esta época ignoraron a la geografía y no integraron el espacio como una de sus categorías fundamentales. Hacia los años ochenta del siglo pasado esta situación se modificó dando lugar a la posmodernidad, que Delgado define como una fase actual del capitalismo y, en lo tocante a la geografía, como aquellas geografías que Edward W. Soja considera que buscan explicar la lógica espacial del capitalismo actual (p. 95). El autor argumenta que los discursos contemporáneos de la geografía son un intento por explicar esta nueva realidad histórica, sin que se trate de rechazar todo lo que lleve el rótulo de posmoderno, pero tampoco cayendo en las tentanciones posmodernas (p. 96). –¿Qué tentaciones son estas?– Citando a geógrafos como Hiernaux y Lindón, Delgado sostiene que las ciencias sociales, en los albores del siglo XXI, han sido atravesadas por un "giro espacial" integrando la reflexión sobre el espacio en el seno de la teoría social. Más adelante, Delgado hace hincapié en que la geografía debe adoptar una postura interdisciplinaria, en específico utiliza la noción de territorio para ejemplificar que "El Estado–nación territorial es una escala territorial que se refiere a un espacio geográfico apropiado, delimitado, controlado y usado por un Estado" (p. 101) que debe tomar en cuenta un sinnúmero de vectores sociales para dar cuenta de su realidad. Más tarde, Delgado insiste en que la geografía debe evitar una serie de "trampas", encabezando la lista el posmodernismo, que amenaza con devolver a la ciencia geográfica a un estado empirista, así como las "trampas" ambientalistas, economicistas y culturalistas. Dice el autor que la mejor geografía es la que hace el geógrafo, siempre y cuando sepa cuál es su verdadero aporte. Aunque bien, la misma noción de territorio que usa Delgado dista mucho de tener una elaboración teórica coherente.

Federico Fernández Christlieb, investigador del Instituto de Geografía de la UNAM, escribe el cuarto y último artículo de este primer apartado, que se titula: ¿Quién estudia ese espacio? Una reflexión sobre la geografía y los intereses de las ciencias sociales. A la pregunta ¿quién estudia ese espacio? Se comienza por decir que un amplio espectro de saberes comparten la conciencia que el espacio es fundamental para elaborar sus razonamientos; por supuesto, el espacio no es una materia abstracta, el espacio depende de sus "nombres propios", es decir, bajo la tesis de la geografía cultural, el espacio no precede a su apropiación humana, colectiva, el espacio se vuelve una materia inteligible en razón de su simbolización. El espacio consta de una realidad compleja, que intenta captar una mirada interdisciplinaria (en la medida en que esta interdisciplinariedad es la corrección de una mirada disgregada de la realidad), ésta es la que interesa tanto a la geografía como a las ciencias sociales. Si bien los artículos anteriores de este apartado buscan iluminar algunos aspectos históricos sobre la relación de la geografía con las ciencias sociales, en el artículo de Fernández Chris–tlieb se intenta postular la existencia de un tipo de espacio que trasciende diversos ámbitos disciplinarios. "Espacio y sociedad se crean y se recrean continua y simultáneamente aunque el análisis tienda a separarlos" (p. 113); así, a pesar de que las posturas cientificistas tienden a parcializar la realidad, la geografía tiene una historia de integración, aun en sus momentos de mayor especialización.

Desde esta perspectiva cultural, el tiempo de los territorios que estudia el geógrafo difiere de los tiempos de la historiografía política o de otras periodizaciones convenientes a otro tipo de procesos, Fernández Christlieb piensa que el tiempo adecuado para estudiar el espacio geográfico es la larga duración, noción sistematizada en la obra de Fernand Braudel (1902–1985). Aquello se complementa con una actividad de primera importancia como lo es el trabajo de campo, como observación participante, o sea, la inmiscusión del observador en las prácticas de su objeto de estudio, esto se apoya en una visión de la exploración como la lectura del paisaje por el cuerpo y en específico por los pies, sólo así el geógrafo puede dar cuenta de una realidad territorial concreta. Esta realidad se manifiesta en diversos tamaños, la experiencia del espacio vivido muestra que quien vive un espacio lo piensa en diferentes escalas, los geógrafos pueden aproximarse a estas escalas con los mapas, por un lado, y la modelización por el otro, sin cometer el error de tratar de predecir el futuro de lo que están modelizando, puesto que no hay que perder de vista que se trata de una esquematización de la realidad. Otro punto a destacar es el que se necesita la aplicación del conocimiento a la realidad social, que por diversas razones no suele hacerse, pero que en buena medida depende de una visión crítica del académico. Concluye Fernández Christlieb, que en la época contemporánea hay cada vez mayores coincidencias entre el geógrafo y el científico social, acercamientos que producen un mejor entendimiento de la realidad, en esta asociación la geografía ofrece sus particulares experiencias. La postulación subyacente a este tipo de espacio compartido proviene de la metodología de la geografía cultural, en específico de Paul Claval (1999). Es verdad que la geografía cultural comparte asociaciones específicas (tal como la articulación dialéctica del concepto espacio–cultura) con las ciencias sociales, particularmente con la antropología estructuralista de mediados del siglo XX.

El estudio del espacio por las ciencias sociales constituye el segundo apartado del libro y aquí se muestran los ensayos que, proviniendo de las ciencias sociales, exponen tanto elaboraciones teóricas sobre el espacio como estudios sociales que incorporan la dimensión espacial en su análisis. El primero de ellos es de Carlos Herrejón Peredo, investigador del Centro de Estudios de las Tradiciones de El Colegio de Michoacán, quien titula su aportación como: El espacio y otros actores de la Historia. Herrejón busca mostrar cómo desde un análisis de las distintas conformaciones teóricas que elaboran las escalas más usadas en la geografía: desde la región, el territorio, hasta el paisaje, hay un olvido sistemático de las condiciones históricas que articulan el espacio, al igual que en la historia suele hacerse abstracción del espacio como un agente inmóvil, equivalente a un escenario. Así, Herrejón distingue que la crítica hacia la historia regional consiste en mostrar que es imposible conformar una disciplina de tipo regional, en cuanto la región es un tipo de espacialidad consecuente con sus condiciones históricas, es decir, la categoría región no puede ser la base metodológica de una disciplina específica sino más bien una herramienta entre otro tipo de escalas, como la del territorio y la del paisaje. Ahora bien, el autor nota que no se ha puesto suficiente atención en una reelaboración reciente del concepto región que es la región ambiental y que proviene de la historia ambiental, por distinguirla de la historia ecológica. Herrejón sostiene que es imprescindible entender que el espacio no es un escenario abstracto sino lo que puede llamarse ambiente: es la relación entre un nicho ambiental y los procesos humanos los que colocan a la región ambiental como un dispositivo innovador para superar los determinismos naturales, por una parte, e incluir la dimensión histórica en el análisis regional, por otra.

Felipe Hernando Sanz es profesor del Departamento de Geografía Humana de la Universidad Complutense de Madrid y escribe el artículo: Geografía humana y sociología ¿una relación imposible? El autor se interesa por la relación olvidada entre sociología y geografía humana. El acercamiento a la sociología ha producido temor de perder la identidad de la geografía humana. Los sociólogos consideraron que el saber social sobre el espacio era un asunto que correspondía a ellos, mientras que a los geógrafos les correspondía el análisis de lo natural. Lucien Febvre da cuenta de las inconsistencias que la geografía humana tuvo respecto a la sociología y dirime la controversia, diciendo que morfología social y geografía humana no son equiparables. Max Sorre buscó reunificar geografía humana y sociología. El acercamiento "se hace tarde", lo que conlleva grandes males para la geografía humana; diferente a lo que pasó en Holanda, que pese a tener menor influencia internacional, se reunificaron la tradición positivista y la tradición humanista. Hoy en día tanto sociología como geografía humana recurren a marcos más amplios de referencias teóricas. En el artículo de Hernando se hace hincapié en el proceso holandés a manera de distinción de los desarrollos franceses y británicos; con ello busca ejemplificarse que el tratamiento del espacio desde una óptica del cientificismo social tuvo éxito, al menos en este ámbito.

Fernando I. Salmerón Castro, investigador del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), titula su artículo: Espacialización de relaciones sociales y administración urbana y poder. Esta aportación viene desde la antropología y se enfoca en el análisis de la migración mexicana hacia los Estados Unidos de América. Este tipo de movilidad social pone en cuestión el ejercicio de poder territorial que ejerce un Estado, además que irrumpe en órdenes espaciales establecidos. En la medida en que se hace una migración trasnacional de gran distancia se rompe la continuidad de la identidad nacional que sustentan los Estados. De esta forma, Salmerón presenta tres dimensiones diferentes de esta migración. En primer lugar describe la manera en que se conforma una comunidad trasnacional, es decir, una comunidad que se localiza geográficamente en dos lugares a la vez, pues si bien los migrantes mexicanos viven en un lugar específico de Estados Unidos, mantienen fujos de intercambio muy frecuentes con su lugar de origen. En segundo orden, a través de la propia experiencia del autor, al estar presente en una protesta de los migrantes en Santa Bárbara, California, da cuenta que esta migración requiere de servicios especiales, por ejemplo, religiosos, bilingües, etc., que presentan retos a la organización estatal. En tercer lugar, Salmerón analiza el caso de la ocupación espacial cotidiana de los migrantes, en específico, la manera en que organizan el espacio doméstico (que a diferencia del modelo anglosajón de casa suburbana, los migrantes varían el uso de los espacios tradicionalmente dedicados a funciones públicas o privadas) lo que resulta en una reconceptualización de los espacios públicos y privados; nuevamente, haciendo que el ordenamiento urbano estatal se rompa. Esto último constituye el aporte más interesante de este ensayo, pues pone de relieve un uso político del espacio cotidiano y muestra que las prácticas espaciales tienen una dimensión identitaria e ideológica; además de que, en el plano metodológico, escala cotidiana y escala estatal se reúnen por medio de prácticas espaciales que reivindican reclamos identitarios. Aunque se aborda someramente en este artículo, es verdad que el aporte antropológico a la mirada del geógrafo está abierto a un sinnúmero de posibilidades interpretativas. Tal vez, lo más remarcable de esta mirada antropológica sea el poner en cuestión la estabilidad de las escalas con las que la geografía construye sus discursos. Este ensayo es un ejemplo de la puesta en cuestión de un ámbito territorial en la observación de un uso doméstico del espacio.

Territorialidad Discuriva. Lenguaje, poder y geografía, es el artículo de Paul M. Lifman, investigador del Centro de Estudios Antropológicos de El Colegio de Michoacán. Aquí se continúa con el vínculo entre geografía y antropología. En este ensayo Lifman trata un estudio de caso sobre la construcción territorial que hacen los huicholes mediante peregrinaciones y el uso de lugares sagrados. En un enfoque que construye el andamiaje teórico de una geografía cultural de corte semiótico, Lifman se propone exponer los elementos discursivos que conforman un tipo de territorialidad opuesta a la lógica estatal. Para ello, ve en las prácticas de peregrinación y de sacralización del paisaje una territorialización ejercida desde los tropos de la sinécdoque, metonimia e iconicidad. Es decir, mediante el cuerpo (la experiencia fenomenológica) se reconoce el lugar como una analogía del territorio. En esta acción performativa se enlazan diferentes ámbitos de la actividad simbólica como: la muerte (los actos rituales frente a los ancestros) la cosmovisión, en su sentido amplio y las reivindicaciones políticas; lo que da lugar a una "cartografía de la muerte", en palabras de Lifman. Extrayendo numerosos ejemplos de los estudios antropológicos en México, en especial del trabajo de Claudio Lomnitz, Lifman argumenta que en la dimensión discursiva de esta producción territorial se comprueba que los discursos sobre la muerte y los ancestros son el lugar de batalla de una conformación territorial nacional (que tiene sus orígenes en la conquista española) en confrontación con una distinta apropiación territorial, como es la del pueblo huichol.

El primer artículo del segundo apartado de este libro se titula: La geografía humana frente al análisis de los sistemas complejos, de Andrzej Zeromski Kaczmarek, del Departamento de Geografía y Ordenación Territorial de la Universidad de Guadalajara. En este artículo Zeromski detalla una propuesta metodológica para la geografía de acuerdo con el uso de los sistemas complejos. Esta propuesta tiene sus raíces en una percepción transdisciplinaria de la geografía y retoma los planteamientos de la termodinámica de Prigogine y Stengers, dentro de las ciencias exactas, y las reflexiones de Edgar Morin (1921–), dentro de las ciencias sociales. Esta visión postula que la realidad social es un sistema que se regula a sí mismo en búsqueda de su armonía. Zeromski traduce esta complejidad en términos geográficos al decir que la realidad geográfica se compone de tres ámbitos: el geosistema, el territorio y el paisaje, es decir el "sistema GTP", que se relacionan en una "trialéctica", en oposición a la dialéctica marxista y hegeliana. Se comprende que el sistema complejo es adecuado para dar cuenta de una realidad "socio–ambiental" en la geografía humana.

Paisajes Cualitativos. Una reflexión desde la interdisciplina, de Camilo Contreras Delgado, investigador de El Colegio de la Frontera Norte, retoma la premisa de Wallerstein según la cual tiempo y espacio deben ser reintegrados a las ciencias sociales no como meros marcos de análisis. Según Contreras, la geografía ha estado gobernada por dos actitudes respecto a su objeto de estudio: la filosofía positivista y la práctica de una geografía espontánea. Por una parte el positivismo generó la pretensión objetiva en el captamiento de la realidad y, por otra, la geografía espontánea buscó retribuir el sentido del espacio en términos de una explicación de la multitud de subjetividades que lo perciben. Frente a estas dos perspectivas se presenta una mediación en términos del estudio cualitativo del paisaje. A través de la definición de G. Bertrand (1932–) de la noción de paisaje como "una porción de espacio material" se intenta definir el paisaje tanto en su ámbito material y tangible como en su ámbito inmaterial e intangible. Bajo el reconocimiento de que "el paisaje" es a la vez lo material y lo "objetivizado", es también una construcción de un objeto de estudio. En la perspectiva cualitativa (no en oposición a una perspectiva cuantitativa) se intenta acercarse a las representaciones que del espacio hacen quienes lo experimentan. En esto último tienen un papel determinante la construcción de "ritmos temporales" y escalas respecto al objeto de estudio. Tomando el ejemplo de un puente que se construyó en la ciudad de Monterrey en 2001, el autor muestra cómo a partir de esta realidad material que supuso la construcción de un puente, las representaciones que se hicieron de éste mismo revelan que el objeto es la "punta del iceberg" de un proceso más amplio, que involucra tanto las acciones ideológicas del gobierno, como la resistencia de los habitantes hacia la ideología gubernamental, su reelaboración como un objeto icónico que se relaciona, ampliamente, con la idea misma de ciudad.

En La geografía ambiental. Orígenes, ámbito de estudio y alcances, de Miguel Aguilar Robledo, coordinador de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí y Carlos Contreras Servín, quien es investigador en el mismo lugar, se afirma que la geografía ambiental es heredera directa de la primer geografía moderna, en la que se problematizaba la relación naturaleza–sociedad o medio ambiente–acción humana, desde la geografía de Humboldt a la de Paul Vidal de la Blache. Hay un momento de ruptura en esta concepción con la aparición de la obra de Charles Darwin (1809–1882): El origen de las especies, el inicio del evolucionismo y las primeras bases de la ecología moderna. Con la creación del concepto ambiente se supera la dualidad hombre–naturaleza puesto que en este concepto se sintetizan las relaciones humanas como las no–humanas. El ambiente, según los autores, es una segunda naturaleza, es una construcción social. La geografía, por tratarse de una ciencia de síntesis, es el lugar idóneo para estudiar el ambiente; desde la geografía ambiental se rompe la dicotomía entre geografía humana y geografía física, ya que integra los ámbitos de estudio de una y otra con la elaboración de la noción ambiente. Los autores hacen hincapié en que aún faltan por integrarse a la geografía ambiental las metodologías de género y las escalas globales, pues la geografía ambiental es una ciencia con conciencia que busca alejarse de los paradigmas de las disciplinas tradicionales produciendo solución a un momento histórico concreto, caracterizado por la crisis ambiental. Aunque se deja de lado en el texto, se nota que el paradigma "ambiental" se fortalece como una respuesta a la crisis de los paradigmas de las ciencias sociales, notoriamente a la postulación de la sociedad o lo social como elemento unificador de la capacidad explicativa de estas disciplinas. El concepto ambiente se solidifica como un concepto sintetizador y por consecuencia las disciplinas ambientales se asumen como las nuevas integradoras de amplios espectros del conocimiento.

Octavio M. González Santana, investigador del Centro de Estudios de Geografía Humana de El Colegio de Michoacán y uno de los coordinadores de este libro, escribe el artículo: Por una geografía de los actores sociales. Algunos referentes de la geografía humana en las ciencias sociales. González parte de la idea según la cual hoy en día existe un reconocimiento por parte de las ciencias sociales de la noción de espacio, así como en la geografía se constata que el espacio es un producto social. El artículo de González parte de una esquematización de la historia de la geografía, que señala tres puntos históricos, el de una geografía centrada en explicar lo natural, desde un enfoque descriptivo; más tarde, la elaboración de una perspectiva humana en la geografía, especialmente en la escuela francesa; y por último, la introducción de los métodos cuantitativos en la geografía, como resultado de la inclusión de metodologías de las ciencias sociales; que al mismo tiempo tomaron, en la década de los sesenta del siglo pasado, la noción de espacio como un agente explicativo de la realidad social. Lo interesante del artículo de González es que refiere esta problemática al ámbito mexicano. En palabras del autor, hay una falta enorme de trabajo geográfico en relación con otros países como Brasil y Argentina; dentro de estos trabajos el acercamiento a la teoría social es escaso. Desde su fundación, con Luis González y González (1925–2003), El Colegio de Michoacán se dirigió a estudiar los problemas regionales desde una perspectiva interdisciplinaria. Más adelante sobresalieron Ángel Palerm (1917–1980) y Brigitte Boehm, quienes incorporaron el espacio a sus respectivos enfoques disciplinarios. González refiere que desde los años ochenta con la participación de algunos investigadores geógrafos y afines a la disciplina como Claude Bataillon, Jean Becat, Tierry Linck, Eric Mollard, Eric Leonard, Hubert Cochet y Olivier Guegeon, así como en la atención prestada a los trabajos con enfoques antropológicos como los casos de G. de la Peña, J. Lameiras y C. Lomnitz, se fue construyendo una atención espacial a los fenómenos sociales, lo que se imprimió en la creación del Centro de Estudios de Geografía Humana de El Colegio de Michoacán (CEGH) en 2002. Así, González pugna abiertamente por una geografía interdisciplinaria que dé cuenta de los actores sociales (geografía social).

Ludger Brenner, profesor–investigador del CEGH, y Helen Hüttl, investigadora del Instituto de Geografía Económica de la Universidad de Munich, escriben el trabajo académico titulado: Ecología Política. Un análisis geográfico de conflictos en un "medio ambiente politizado". Presentado con base en el ejemplo de la reserva de la biosfera Sian Ka'an, Quintana Roo. Si bien en el artículo de Miguel Aguilar se había definido el propósito de la geografía ambiental en relación con la capacidad de síntesis del concepto ambiente y por ello podía trascender una polémica sobre el espacio físico y el espacio cultural en la geografía humana, del lado de la ecología política se reconoce con más énfasis que el ambiente es una construcción social subsumida al interés de los actores políticos (sujetos y colectividades), de acuerdo con una concepción de la acción social fundamentada, claramente, en una aproximación weberiana, es decir, como acción estratégica respecto a fines. Y si bien se reconoce que el ambiente es un producto de intereses colectivos, en términos metodológicos, la ecología política considera que el espacio geográfico es el marco preexistente a la acción social. De esta manera, en el análisis de la Reserva de la biosfera de Sian Ka'an (RBSK) se comienza por la descripción de ese espacio ecológico preexistente, se enumeran sus recursos naturales, sus actividades productivas y sus usos de suelo. En seguida se hace un esquema de los actores involucrados en los procesos de ordenamiento y gestión de la RBSK, se hace el análisis de sus intereses políticos y finalmente, una evaluación de sus márgenes de maniobrabilidad política. Si bien, a través de este enfoque de ecología política se esclarece una porción de las tensiones políticas sobre un espacio (porción en la medida en que estos intereses se muestran explícitamente), el mismo enfoque se muestra como mucho más restringido que el de la geografía ambiental para dar cuenta de la complejidad con la que se articula un nicho ecológico.

El primer ensayo del cuarto apartado lo escribe María Teresa Ayllón Trujillo, investigadora de la Coordinación de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, y se titula: Nuevas tendencias en geografía: el giro de la modernidad a la posmodernidad. En este texto, Ayllón Trujillo distingue que la oposición de la geografía como ciencia descriptiva/ciencia nomotética no aparece en el siglo XX sino que hunde sus raíces en la oposición de la tradición naturalista aristotélica frente a la constitución de la ciencia como explicación causal que elaboró Galileo. La autora distingue que la tradición positivista influyó en la geografía no como sustento epistémico sino en relación con la inserción del concepto "progreso" civilizatorio. Argumenta que el posibilismo de Paul Vidal de la Blache introduce un tipo de relativismo frente a la concepción científica de la geografía, también coincide con la gestación de los relatos nacionales. La autora sostiene que el imaginario de la geografía como una ciencia, bien delimitada y con herramientas propias, proviene más de un imaginario elaborado por la modernidad que por la verificación de su historia. Pone el ejemplo de que varias contribuciones esenciales a la geografía han provenido fuera de la disciplina. De este modo, Ayllón revaloriza la noción de posmodernidad en el sentido en que se echa abajo el mito de la geografía como ciencia, a través de trabajos que muestran la dimensión ideológica de los discursos geográficos (como el nacionalismo de Paul Vidal de la Blache) y los mapas (como aquéllos que son el resultado de una intención de dominación, en la perspectiva de Yves Lacoste). En este sentido, la inclusión de análisis poscoloniales, feministas, de sistemas complejos y la movilidad de las escalas representan una ciencia geográfica más democrática, y bajo esta mirada, elabora discursos que corresponden a las necesidades sociales.

Georgina Calderón Aragón, profesora del Colegio de Geografía de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, escribe un ensayo titulado: La geografía como ciencia social. Ella nos presenta la ambigüedad epistemológica de la geografía al hacer analogía con su organización académica: por una parte en el bachillerato la geografía pertenece al área económico–administrativa, a nivel universitario (en la UNAM) se ubica en la Facultad de Filosofía y Letras, pero a nivel de la investigación depende de la Coordinación de la Investigación Científica. La autora sostiene, desde un principio, que hay dos tipos de geografía social, una que se considera sub–disciplina de la geografía humana y otra que pone en cuestión tanto a la geografía física como a la humana y busca reemplazar a esta última. A esta geografía social transformadora se adscribe la autora. Calderón toma la reflexión de Wallerstein para explicar que la geografía no se formó al mismo tiempo que las ciencias sociales; de ahí su desventaja frente a éstas. Según ella, la geografía humana tiene tres raíces distintas: el positivismo, el idealismo y la escuela del paisaje. La autora argumenta que ninguna de ellas puede rebasar el dualismo hombre–naturaleza o sociedad–naturaleza; ni ninguna de ellas puede tampoco sobrepasar el dualismo nomotético/idiográfico que está en la base de la distinción de la geografía humana y física. Calderón relata cómo en los sesenta aparecen otras geografías como la humanista o posmoderna, la neopositivista, la subjetiva y la radical o crítica; que dentro de ellas, las subjetivas y posmodernas "tienen un carácter idealista y ven el espacio como subjetivo" (p. 389). Aboga por una geografía de inspiración marxista en la que las relaciones de producción, entendidas como producciones sociales, son el motor de la producción espacial. La autora recupera en particular los trabajos de Henri Lefebvre, Milton Santos y David Harvey, como sustento de una geografía social con responsabilidades políticas frente al capitalismo.

Vânia Vlach, investigadora del Instituto de Geografía de la Universidade Federal de Uberlândia en Brasil, dedica su ensayo a La enseñanza de la geografía en el inicio del siglo XXI. Entre lo local y lo global. Vlach, parte del principio de que la educación sirve para la creación de ciudadanía, de acuerdo con el reconocimiento de un mundo que ha cambiado profundamente su estructura en la contemporaneidad; así la enseñanza de la geografía debe enfrentarse con la traducción de un mundo que se ha hecho más complejo. La autora explica que la historia de la enseñanza de la geografía tiene su raíz en los procesos de conformación de los Estados–nación, es decir, las herramientas tradicionales para fomentar la identidad fueron el aprendizaje de un lenguaje nacional único y regulado, la enseñanza de la historia, en términos de héroes y mitos de origen nacional, y la enseñanza de la geografía, en cuanto a la pertenencia de una unidad política territorial. Por causa del proceso de ampliación de redes sociales que alimentó el mismo capitalismo, los estados nacionales se desdibujan en las dinámicas de la globalización. De esta manera, propone que en el ámbito contemporáneo, en el que se reconoce la diferencia del Otro, la enseñanza–aprendizaje (punto de vista freiriano) de la geografía debe enseñar el vínculo escala local–escala global, que proporciona una mirada crítica a este respecto.

El apartado, y el libro mismo, finalizan con el ensayo de Blanca Rebeca Ramírez, profesora del Departamento de Teoría y Análisis de la División de Ciencias y Artes para el Diseño de la Universidad Autónoma Metropolitana–Xochimilco. El artículo se titula: Retos de la geografía humana en los albores del siglo XXI. Aquí, Ramírez postula que existe un atraso, tanto teórico como metodológico, respecto de la geografía mexicana con la del resto del mundo. Esquematiza la historia de la geografía considerando que, en el tránsito de finales del siglo XIX a mediados del siglo XX, opera un cambio epistemológico en la geografía humana, sintetizado en el paso de una geografía descriptiva a una geografía analítica, más próxima de las ciencias sociales. La autora considera que hay cuatro retos para la geografía en la época contemporánea: el teórico, el metodológico, el de la representación y el del compromiso social. El primero de ellos pugna por la creación de modelos propios a la realidad mexicana frente a la importación de aquéllos; el segundo se dirige hacia el mismo objetivo, constituir un arsenal de conceptos acordes con un contexto propio; el tercero se muestra como la necesidad de generar una reflexión crítica sobre la representación que producen las tecnologías de información geográfica. Finalmente el compromiso social radica, según la autora, en retomar las alternativas políticas para América Latina, en recobrar la utopía como instrumento para imaginar un futuro diferente.

Como se ha visto, uno de los déficits de este libro es que esquematiza demasiado la historia de la geografía. El libro es más bien un primer paso para la adscripción de una herencia teórica concreta por parte de un grupo de investigación. Es por ello que la reconstitución histórica de la geografía en tanto ciencia social carece de los procedimientos reflexivos capaces de generar una crítica del lugar de la geografía contemporánea. A pesar de que los ensayos son muy heterogéneos, este libro no se puede ubicar dentro de la bibliografía sobre historia de la ciencia –pues no conoce las metodologías de aquella– y en consecuencia, no puede hacer un aporte a la historia de la geografía. Como resultado de ello, se abusa en la reiteración de la categoría positivismo, como un agente de explicación capaz de dar cuenta de la totalidad del ámbito cientificista en la geografía, también se exagera el uso de la categoría posmodernismo como un concepto capaz de explicar desde una fase del capitalismo, o una crítica de los valores de la modernidad (como agente discursivo), hasta una moda filosófica. Ello hace notar la falta de un vocabulario conceptual más detallado (por ejemplo, la noción de post–estructuralismo, giro lingüístico, giro hermenéutico) para dar cuenta de la historia disciplinaria de la geografía.4

En segundo lugar se nota que el acercamiento a las ciencias sociales se concibe de muchos modos, no obstante, se reconocen dos lugares primordiales de proximidad: la necesidad de incluir el mayor número posible de escalas de análisis espacial y la necesidad de la teorización del espacio como un agente explicativo transdisciplinario.

Es verdad que la geografía carece de una filosofía del espacio. François Hartog argumenta que en el ámbito contemporáneo ocurre la desestructuración de los regímenes temporales pasado–presente–futuro, dando lugar a una sociedad presentista, que representa el tiempo histórico más como un continuo indefinido que como un resultado de la acción del pasado con orientación a futuro. Esto ha dado lugar a la presencia del espacio como categoría explicativa de la contemporaneidad. En términos planos puede decirse que en la construcción de la temporalidad contemporánea se produce una espacialización del tiempo histórico (Hartog, 2007). Debe retomarse el planteamiento de Massey (2005) en el sentido de que el espacio es diferente del tiempo histórico en que el primero es el lugar de la simultaneidad. Por esto, siguiendo la lógica de Bruno Latour respecto de la noción de sociedad: que lo social no puede presentarse (en las ciencias sociales) a la vez como un objeto de estudio y como condición del objeto de estudio, es decir, no puede presentarse a la vez como inicio (condición de la investigación) y resultado (Latour, 2008). Tampoco el espacio puede darse el lujo de ser un objeto preexistente a la acción y a la vez punto de llegada de la investigación científica; no puede ser condición y resultado. Una vez que se comienza a pensar el espacio, como categoría filosófica, se revela que la noción está lejos de ser tanto una categoría geométrica (o absoluta) estable, tanto un fenómeno de inmediatez a la conciencia (Lévy y Lussault, 2003). En este sentido vale la pena pensar que, análogamente a la construcción del espacio en términos de la geografía cultural (quienes viven un espacio), un tipo de espacialidad específica se construye con los discursos geográficos.

A pesar de esto, en la identificación de un corpus bibliográfico esencial a los problemas epistemológicos de la geografía contemporánea, este libro genera una buena guía o textbook susceptible de ser utilizada por los estudiantes de posgrado con el fin de orientarse y tal vez profundizar en estos temas. Esto no debe dejar de lado la dimensión material de esta obra, que está dirigida a instalarse en las bibliotecas del resto de los espacios de investigación geográfica en el país,5 fortaleciendo el lugar que ocupa el CEGH de El Colegio de Michoacán como un lugar de investigación particular y legítimo en relación con otros lugares de investigación que poseen una trayectoria más larga. El mensaje material está destinado a producir la atención por parte de los investigadores en geografía, en términos de legitimación y funda–mentación de las actividades inquisitivas que se están generando en Michoacán. En este sentido se puede pensar que el espacio de investigación más cercano y más cotidiano al CEGH es el Centro de Investigaciones en Geografía Ambiental en Morelia (CIGA) que, a pesar de ser creado en 2007 como una dependencia universitaria, se fundó desde una plataforma teórica heredera del Instituto de Geografía de la UNAM, que se fundamentó en tres áreas de investigación bien es–clarecidas.6 Por último, esto nos lleva a la dimensión ideológica de este texto. Se sabe que la explosión de discusiones teóricas, de reafirmaciones disciplinarias y de incertidumbres metodológicas conllevan la reorganización de la investigación científica en su dimensión estratégica, es decir, en la búsqueda de la conformación de un tipo de colectividad académica afín y, esto es lo importante, capaz de actuar, con cierta estabilidad, en una esfera discursiva amplia (Dosse, 2006). Por decirlo así, no existe ningún tipo de investigación que esté por fuera de la trama social, por ello cualquier conformación disciplinaria implica la dimensión política, en el sentido en que la polis es el lugar en donde se reconoce el lenguaje como acción. Siguiendo esta argumentación, se entiende que este texto busca ubicarse dentro de una producción bibliográfica que atraviesa el ámbito internacional, se coloca en los márgenes de la discusión sobre los ejes epistemológicos de la geografía; cada vez más frecuente en los ámbitos de investigación en diversas partes del mundo (Benko y Strohmayer, 1995; Massey, 2005). Si para la geografía francesa las ciencias sociales significaron el "otro mundo" al que debían mirar para salir del paradigma vidaliano y elaborar nociones más concretas y heterogéneas del espacio (ya que las ciencias sociales habían puesto en juego la exclusividad con que la geografía se enunciaba sobre éste; Allemand et al., 2005), para la geografía mexicana la mirada sobre las ciencias sociales se instaura como una posibilidad de entrar en un discurso académico de orden global.

Como se dice al principio, los comienzos están atravesados por las complicaciones, más no por ello los comienzos pierden legitimidad o son menos valiosos que los esfuerzos intelectuales de largo plazo. Si se acepta que este proceso de reflexión y de edición es un acto fundacional, y como tal, está incompleto e inacabado, esto que parece un déficit constituye también la condición de posibilidad de hacer un camino. Finalmente hay que comenzar por algún lado.

 

REFERENCIAS

Allemand, S., R.–E. Dagorn et O. Vilaça, O. (2005), La géographie contemporaine. Le Cavalier Bleu, Paris.        [ Links ]

Ayer, A. J. (1971), The problem of knowledge, Penguin, Harmondswort.        [ Links ]

Benko, G. and U. Strohmayer (1995), Geography, History and Social Sciences, Kluwer Academic Publishers, Dordrecht.        [ Links ]

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Claval, P. (1999), La geografía cultural, traducción de Lissandro A. de la Fuente, Eudeba, Buenos Aires.        [ Links ]

Dosse, F. (2006), La historia en migajas. De Annales a la "Nueva Historia", Universidad Iberoamericana, México.        [ Links ]

Hartog, F. (2007), Regímenes de historicidad, Universidad Iberoamericana, México.        [ Links ]

Herodoto (1998), Los nueve libros de la Historia, EDAF, Madrid.        [ Links ]

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Lévi–Strauss, C. (1987), Antropología estructural, Paidós, Barcelona.        [ Links ]

Lévy, J., et M. Lussault (2003), Dictionnaire de la géogra–phie et de l'espace des societés, Belin, Paris.        [ Links ]

Massey, D. (2005), for space, SAGE, London.        [ Links ]

Orain, O. (2006), "La Géographie comme science", en M.–C. Robic (coord.), Couvrir le monde. Un grand siècle de géographie française, Ministère des Afaires Étrangères, ADPF, Paris, pp. 90–122.        [ Links ]

Perroux, F. (1984), El desarrollo y la nueva concepción de la dinámica económica, Ediciones del Serbal, Barcelona.        [ Links ]

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Robic, M.–C. (coord.), D. Mendibil, C. Gosme, O. Orain et J.–L. Tissier (2006), Couvrir le monde. Un grand siècle de géographie française, Ministère des Afaires Étrangères, ADPF, Paris.        [ Links ]

Wittgenstein, L. (2002), Tractatus logico–philosophicus, Tecnos, Madrid.        [ Links ]

 

NOTAS

1 El CEGH es creado en 2002 con una marcada vocación interdisciplinaria, su posgrado en Geografía humana, a nivel maestría, se inaugura en 2004 [http://www.colmich.edu.mx: 3 de junio de 2010].

2 Aunque el concepto humanidad en relación con la geografía ya estaba referido en el trabajo de Ratzel: Anthropogeogra–phie – Die geographische Verbreitung des Menschen, que puede traducirse como: Antropogeografía, la distribución geográfica de los seres humanos.

3 Es importante mencionar una respuesta, aunque tangente a los objetivos del tema que se discute aquí, adecuada en la puesta sobre la mesa de las condiciones que usa para contestarse. Es decir, al trabajo de Bruno Latour: Reensamblar lo social. Una teoría del actor–red. En este libro, Latour considera que se ha perdido toda dimensión de sentido en la pregunta sobre ¿qué es lo social?, en la medida en que lo social y la sociedad parecen sustancias específicas tanto como el acero o la madera, y se han convertido (engañosamente) por las ciencias sociales como el objeto al cual mirar sin que se note que lo social es un tipo de asociación específica que se presenta como un problema no como una respuesta. En sintonía con ello, pensar que geografía humana y ciencias sociales actúan sobre un mismo campo, ya después que una y otra aceptan que hay espacio en lo social y toda sociedad es espacial, es una artilugio intelectual que pone a ambos conceptos: espacio y sociedad, como el lugar de llegada de la pregunta que apenas se acaba de plantear. Desde esta perspectiva no habría una cosa como un espacio ni una sociedad (Latour, 2008).

4 Es de especial importancia la ausencia en la bibliografía sobre historia de la ciencia e historia de la geografía, en específico es sensible la falta del trabajo de Marie–Claire Robic en relación con la escuela geográfica francesa (Robic et al., 2006).

5 Aunque pudiera ser por razones presupuestales, no se entiende bien porqué el tiraje es sólo de quinientos ejemplares, como se aprecia en el colofón.

6 Centro de Investigaciones en Geografía Ambiental, UNAM [www.ciga.unam.mx : 3 de junio de 2010].

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