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Investigaciones geográficas

versión On-line ISSN 2448-7279versión impresa ISSN 0188-4611

Invest. Geog  no.68 Ciudad de México abr. 2009

 

Reseñas

 

 El realismo circular. Tierras, espacios y paisajes de la cartografía novohispana, siglos XVI y XVII

 

Raquel Urroz*

 

Russo, A. (2005), Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM, México, 250 p., ISBN 970–32–0983–1

 

* Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México.

 

Al buscar un significado de mapa que se acomode en el desarrollo de su trabajo, Russo rescata la etimología latina mantel y la presenta como una definición metafórica que explica al mapa como un dibujo elaborado sobre un velo en blanco que cubre la Tierra y sobre el cual se representa una particular visión del territorio recién "descubierto" (pp. 35–36).

Si se retoma el análisis elaborado por Edmundo O 'Gorman en su célebre obra: La idea del descubrimiento de América, se comprende cabalmente que el acto de "descubrir", en un contexto geográfico, se explica como el develamiento de cierto espacio que estaba allí previamente, pero que una nueva mirada lo reinventa. Paradójicamente, dicha operación epistemológica cubre el territorio con nuevas formas plásticas que surgen desde la subjetividad de las propias categorías culturales (O'Gorman, 1976). A partir de esta reflexión, es posible pensar en la obra cartográfica, producida a raíz del choque cultural entre europeos e indígenas, como una invención que logró redibujar un territorio inédito para aquellos que "lo descubrieron" y conjugarlo con la visión espacial ya existente.

En este sentido, El realismo circular analiza el complejo proceso de transformación territorial que fue desarrollándose a lo largo de los siglos XVI y XVIII a través de una gran variedad de soluciones plásticas. Estas distintas formas de representación figurativa fueron "encontrándose" a partir de aquello que la autora llama "circulación de varios modelos cartográficos" (p. 21) y que se resumen en dos: el europeo y el indígena. A su vez, ambas maneras de plasmar el mundo fueron entrelazándose para desencadenar en una nueva cartografía mixta: la novohispana.

Probablemente, una inspiración importante para Russo provenga de la obra: The mapping of New Spain de Barbara E. Mundy (1996). Para Mundy, a partir de la llegada de los españoles, los artistas indígenas comenzaron a imaginar un nuevo paisaje que, a través de una "doble conciencia", fueron capaces de integrar para sí mismos la nueva imagen del territorio. De esta manera, los tlacuilos trabajaron para satisfacer a la audiencia local y, al mismo tiempo, las expectativas de los colonizadores (Ibid.:215–216). Es decir, al transformarse el entorno, se modificó también la propia manera de representar el territorio a través de la combinación de dos distintas concepciones cosmológicas y convenciones plásticas (p. 62).

De igual forma, Russo busca conocer el nuevo dibujo del territorio que se descubría sin olvidar la aportación que significó el trabajo pictórico individual de cada artista indígena que contribuyó a la elaboración de la imagen del territorio de la Nueva España como producto de un "encuentro cartográfico" (p. 38).

En la primera parte intitulada "Tierras", Russo analiza los distintos proyectos cartográficos procedentes de variadas fuentes y técnicas que convivieron en la sociedad novohispana. Es decir, la autora subraya cómo fue que el nacimiento de una nueva realidad cartográfica no fue de carácter único y que, sin embargo, la fusión de distintos modelos y formatos dio como resultado una nueva cartografía independiente y ajena a lo que solicitara la Corona.

En principio, el poder virreinal, interesado en la reorganización y fraccionamiento del territorio, buscó realizar su representación en mapas para un fin de carácter utilitario: tanto para el cabal conocimiento de su superficie como para su uso y aprovechamiento. En realidad, el poder imperial tenía su propio modelo económico, administrativo y político el cual requería de imágenes para la visualización de sus posesiones y linderos. Con ellas, resultaba más práctico el otorgamiento de encomiendas y mercedes. Así, la obra cartografía que demandaba el poder imperial fungía como parte de los requisitos administrativos y trámites jurídicos que requerían los funcionarios virreinales en la recomposición del territorio para su máximo control. Sin embargo, y paradójicamente, la Corona permitió y alentó al artista indígena a crear mapas que se convirtieran en testimonios directos que verificaban la existencia de sus territorios para su ulterior defensa; es decir, los mapas elaborados por artistas indígenas contribuían a facilitar los procesos de litigios y resolver los pleitos judiciales que se suscitaban entre españoles y los dueños originarios.

En la segunda parte, "Espacios", Russo explica cómo fue que el impacto colonial sufrido por las comunidades indígenas repercutió en la transformación de sus territorios y en su propia visión sobre su entorno geográfico. Por ejemplo, los traslados, desplazamientos, la formación de nuevas congregaciones, la separación de sus lugares sagrados, etc., son fenómenos dentro del proceso colonizador que coadyuvaron en la modificación de la percepción del espacio (nuevas orientaciones, nuevos elementos significativos, etc.). Así, aunque la mirada del artista indígena quedaba afectada a raíz del choque cultural con las concepciones europeas, el espacio pudo reinventarse y concebirse a través de nuevas modalidades de ver y pensar el territorio. Esta nueva configuración espacial, que ya no era exclusivamente indígena pero tampoco española, pudo ser expresada y representada en mapas del siglo XVI y XVII de una manera figurativa. Por un lado, la autora refiere algunas nociones que ya existían tanto en la plástica europea como en la indígena y que continuaron representándose cartográficamente. Por ejemplo, la estrecha relación entre el tiempo y el espacio, la no separación de naturaleza sagrada y humanidad o la tensión entre religiosidad y el poder económico representado en la tierra (pp. 82–88) Por el otro, subraya la manera en que se integraron herramientas totalmente novedosas como la perspectiva por parte de los europeos y las estrategias colorísticas provenientes de las convenciones indígenas (pp. 90–92).

Para entender el proceso de transformación conceptual que significó la inclusión de nuevas convenciones iconográficas y su conjunción con las formas figurativas indígenas en la nueva representación del espacio, la autora considera necesario desentrañar lo que ha dado por denominar una "doble reinterpretación plástica" (p. 92); esto es, dos distintos formatos en la representación cartográfica. Por una parte, el principio circular indígena que da un sentido de simetría y de movimiento donde a decir de la autora, se da "una circulación de energías entre los diferentes espacios cósmicos" (pp. 94–95). Por la otra, las formas cuadradas y fijas de estilo renacentista con aspiraciones de objetividad. Russo explica cómo las formas circulares en los mapas indígenas refieren cierta concepción del universo. Luego, al transformarse en formato cuadrado, el mapa representa una nueva reorganización de temporalidad en el espacio. A este choque entre dos principios espaciales, la autora lo nombra "guerra de espacios" (p. 63). Un juego de poderes visuales que se refleja en el papel y en donde conviven distintas dinámicas de las concepciones del tiempo y el espacio. Sin embargo, asevera que es en el mapa donde no se descubre ganador alguno, ya que la obra cartográfica elaborada en los siglos XVI y XVII será el resultado de la pérdida de una codificación estricta y de las reglas rígidas de figuración espacial que caracterizaban a cada estilo por separado antes de su "encuentro".

Cabe decir que a lo largo de su obra, Russo no pierde de vista el peso que aporta la propuesta de cada tlacuilo de manera individual. ¿Cómo fue que los artistas indígenas inventaron distintas soluciones plásticas para resolver los problemas que se iban engendrando con el constante choque de ambos estilos pictóricos? En realidad, ahora es bien sabido el poder otorgado a estos artistas, conocedores del territorio y de las herramientas simbólicas quienes sabían mejor que nadie como plasmar en papel su propio espacio geográfico (Mundy, 1996:62). Esto ocurría por medio del sistema de representación iconográfica dentro del cual el tlacuilo se pudiera sentir familiarizado, de su visión cosmológica y de su propia cultura social. Aunque, en apariencia, se impusieran tanto las glosas y vocablos españoles como la perspectiva y las líneas de suelo y horizonte, la autora enfatiza que el mapa novohispano conservó la propia identidad estética del artista indígena (pp. 200–201) y no sobresalieron los principios espaciales occidentales como lo da a entender por ejemplo, Donald Robertson (p. 64).

Si para la autora no existe ni perdedor ni ganador en este "encuentro cartográfico", posiblemente el lector se preguntará ¿cómo es posible entonces que finalmente las convenciones artísticas y concretamente las cartográficas provenientes de Europa hayan prevalecido y subordinado a las formas indígenas? ¿No se tratará de un argumento en defensa de una causa difícil de sostener?

A pesar de que la autora se empeña en otorgar un peso y una interpretación a cada una de las imágenes, Russo reconoce que es posible "descubrir" una transformación plástica gradual en conjunto. Esto acaecía a lo largo del proceso de mestizaje cultural –el cual incluyó una radical modificación del territorio geográfico– donde se fueron inventando soluciones estéticas que reflejaban los nuevos espacios recién creados (pp. 19–20).

En la tercera y última parte de la obra, se estudia un corpus de 60 mapas que van de 1540 a 1660 y que en su gran mayoría son de manufactura indígena. Estos documentos se conservan en el Archivo General de la Nación y están catalogados en el ramo de Tierras. Rehusando criterios unificadores y retomando sus aspectos antropológicos, la autora selecciona mapas de distintas partes del territorio mexicano que reproduce a color junto con una breve referencia histórica y acompañados de un análisis plástico.

Para sostener sus argumentos y dar a conocer el panorama general, la autora realiza una investigación histórica y política que debía incluir información de archivos sobre geografía antigua y estudios sobre la administración virreinal quien redibujara el territorio prehispánico. Estos datos fueron tomados sobre todo de Peter Gerhard quien ofrece en su libro: Geografía histórica de la Nueva España, un esbozo histórico sobre las distintas unidades administrativas de la Nueva España (Gerhard, 1986). Esta obra, en sí misma, subraya la importancia de la regionalización para la geografía histórica y para el enfoque regional que Russo adopta a lo largo de su obra. La autora sostiene que el estudio de la nueva configuración del territorio novohispano no puede admitir generalizaciones en su análisis. Para Russo esto queda demostrado en el trabajo etnográfico realizado por Jacques Galinier: Pueblos de la Sierra Madre. En él, el antropólogo analiza a los pueblos otomí y observa que no persisten las mismas concepciones del universo dentro de un mismo grupo étnico o lingüístico a lo largo del tiempo (Galinier, 1987).

Finalmente, para relacionar lo histórico y lo estético, Russo cita constantemente a Gruzinski quien le recuerda el equilibrio que debe guardarse entre los procesos históricos y la aportación local y subjetiva del pintor indígena y su expresión artística individual (Gruzinski, 1993). En realidad, el interés de la autora es principalmente de carácter estético y desde este enfoque reconoce la multiplicidad cartográfica que le hace rechazar modelos plásticos fijos y poner atención en la mutua influencia de sistemas artísticos. Estos modos de representación cartográfica pueden proceder del simbolismo circular indígena o del realismo español. Sin embargo, Russo hará hincapié constantemente en la tensión entre ambos, la cual generará lo que ha denominado como "realismo circular".

Ahora bien, para contrastar la realidad figurativa y la realidad física, la autora nos brinda los datos histórico–geográficos con una base antropológica ya mencionada y la empalma con la información empírica obtenida directamente de sus itinerarios en cada lugar. A lo largo de la obra es posible percibir su conocimiento paisajístico de carácter sensorial. Además, Russo elabora entrevistas y recoge testimonios orales contemporáneos que enriquecen aún más su trabajo de campo.

Finalmente, en la tercera parte intitulada "Paisajes", se presenta un catálogo conformado por 30 imágenes cartográficas. En cada uno de los mapas la autora hace énfasis en algunos elementos plásticos como son la orientación –ya sea circular o radial–; las distintas direcciones y posiciones espaciales; los caminos y las distancias relacionadas con las jerarquías políticas y el significado o función de los distintos elementos del paisaje y de las glosas –que pueden indicar dirección, orientación o sólo formar parte del panorama general–. En fin, Russo quiere, sobre todo, dar a conocer los recursos y técnicas que se emplearon para resaltar lo que resultó importante de lo no tanto, y mostrar los mecanismos y estrategias culturales para representar el nuevo espacio colonial.

Así, pues, a través del análisis estético de 30 mapas novohispanos, pero trazados por artistas indígenas, Russo logra expresar la posibilidad de conocer la mirada de los naturales sobre su propio territorio. Pero lejos de separar los elementos indígenas de los españoles en la creación cartográfica o sugerir una subordinación epistemológica por parte de los europeos, la autora muestra la coexistencia y la dinámica de las imágenes que representaron la reconfiguración del espacio "descubierto" o encubierto.

Para concluir, es oportuno reflexionar sobre la contribución de esta obra para el análisis sobre el territorio y la cartografía en su nuevo giro cultural y como indicador para geógrafos e historiadores sobre los nuevos aportes al estudio de la nueva naturaleza de los mapas. En últimas fechas en México, se ha llevado a cabo una renovación en los estudios sobre la cartografía antigua. El realismo circular es una de las obras que nos muestra la nueva forma de trabajar con el mapa antiguo de manera multidisciplinaria. Esto es, especialistas provenientes de variados estudios culturales y sociales han comenzado a mirar el mapa bajo nuevas perspectivas tales como la historia del arte o la antropología. Los estudiosos del mapa desarrollan así la posibilidad de integrar distintos enfoques que converjan en un análisis más integral sobre cartografía mesoamericana y novohispana.

La cartografía antigua mexicana ha mostrado –contrariamente a lo que se pensaba tiempo atrás–, un alto grado de complejidad para su estudio. Esto exige un análisis cartográfico más rico y completo proveniente de nuevas miradas que van más allá del puro trabajo de archivo. La nueva propuesta cultural incluiría los avances técnicos que brinden nuevos datos pero también el trabajo sensorial que arroje percepciones directas sobre el territorio y sus habitantes. La invitación es a descubrir la nueva naturaleza de los mapas a través de la manera "vitalista" bajo la cual se formó O'Gorman quien creía que las experiencias vitales enriquecían su trabajo (O'Gorman, 2007). También, retomar la forma como Russo describe que llevó a cabo su investigación:

Este trabajo es en muchos sentidos el relato de un viaje [y no metafórico]. Porque el tiempo y el espacio atravesados para escribirlo implicaron recorridos verdaderamentefísicos entre pinturas, pueblos, documentos, fotografías y palabras (p. 13).

 

REFERENCIAS

Galinier, J. (1987), Pueblos de la Sierra Madre. Etnografía de la comunidad otomí, Instituto Nacional Indigenista/ Centre d 'etudes mexicaines et centroamericaines, México.        [ Links ]

Gerhard, P. (1986), Geografía histórica de la Nueva España. 1519– 1821, UNAM, México.        [ Links ]

Gruzinski, S. (1993), La colonización de lo imaginario. Sociedades indígenas y occidentalización en el México español, Fondo de Cultura Económica, México.        [ Links ]

Mundy, B. (1996), The mapping of New Spain. Indigenous Cartography and the Maps of the Relaciones geográficas, The University of Chicago Press, Chicago.        [ Links ]

O'Gorman, E. (1951), La idea del descubrimiento de América. Historia de esa interpretación y crítica de sus fundamentos, UNAM, México.        [ Links ]

O'Gorman, E. (2007), "Historiay Vida", en O'Gorman, E., Ensayos de Filosofía de la Historia (selec. y presentac. Matute, Á.), UNAM, México, pp. 37–65.        [ Links ]

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