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Investigaciones geográficas

versión On-line ISSN 2448-7279versión impresa ISSN 0188-4611

Invest. Geog  no.67 Ciudad de México sep. 2008

 

Reseñas

 

Building the borderlands: a transnational history of irrigated cotton along the Mexico–Texas Border

 

Maria–Aparecida Lopes*

 

Walsh, C. (2008), Texas A & M University Press, College Station, ISBN 13: 9781603440134, ISBN 10: 1603440135

 

* California State University, Fresno.

 

Los vaivenes de la economía política del algodón y sus actores en la región del Valle Bajo del Río Bravo es el tema central del minucioso trabajo de Casey Walsh.1 Pero esta introducción ligera no hace justicia a una investigación que rastrea el Valle y sus personajes, no sólo en el contexto binacional, sino también en el mercado internacional de la fibra en una larga perspectiva histórica. Es, además, un estudio sobre la construcción de la frontera México/Estados Unidos, en el cual Walsh tuvo la sensibilidad de abordar sus temas explotando las diversas dimensiones del poroso terreno fronterizo. De la primera, indica sobre su propia composición, la investigación es resultado de un esfuerzo histórico–antropológico que necesita ser valorado precisamente por los retos que se propone, y que no son pequeños, tal como el autor reconoce:

... me vi obligado a tomar decisiones y hacer compromisos que no resultaron fáciles, a sabiendas de que es probable que el libro no satisfaga las expectativas de ninguno de los públicos a los que está destinado (Walsh, 2008:14).

Asimismo, debido al acercamiento geográfico–metodológico, Walsh tuvo que navegar por diversas fronteras: historiográficas, estilísticas (en lo que a lenguaje se refiere), en la exposición de los problemas examinados, y en el hecho de que dialoga con dos públicos nacionales distintos, el mexicano y el estadounidense, con perspectivas y expectativas diferentes. El libro es en sí mismo transnacional y el resultado es una invitación al diálogo entre disciplinas, pueblos, experiencias y culturas políticas.

Resaltando de entrada su opción por los métodos históricos, el autor se preocupa por trazar, como queda evidente en el índice del libro, una historia estructural de la producción de algodón, y luego una coyuntural. Aquí la combinación de los dos recursos metodológicos está bien lograda. Por un lado, se presentan las condiciones regionales y transnacionales, en las cuales el autor localiza el lugar de la fibra en el mercado mundial, por el otro sitúa en este panorama, que muchas veces puede ser árido e impresionista, a los protagonistas de su análisis —personas, prácticas y discursos— como parte de un "campo social históricamente cambiante".

En la primera parte, dedicada a la estructura, Walsh describe la trayectoria internacional de la producción algodonera a lo largo del siglo XIX, destacando el papel del norte de México en este mercado. Por ejemplo, el noreste mexicano experimentó un auge sin precedentes durante la Guerra Civil estadounidense, a raíz del bloqueo naval de los puertos del Golfo de México, impuesto por las fuerzas de la Unión. En este contexto, Matamoros funcionó como un punto privilegiado a partir del cual se enviaba el algodón producido en el sur estadounidense hacia los principales mercados europeos y por donde entraba toda suerte de aprovisionamientos que suplía a las filas confederadas. Pese a que esta prosperidad económica fue coyuntural, ello no sólo incentivó el desarrollo de pequeñas manufacturas textiles que operaban con el algodón estadounidense, como también promovió el cultivo comercial del algodón en otros puntos del norte de México.

Tal como ocurrió en La Laguna, adonde los efectos inmediatos y a mediano plazo del conflicto estadounidense impulsaron: primero, el fomento a la producción aunado a cuantiosas inversiones en proyectos de irrigación y de mejoría en los transportes; en segundo lugar, el cultivo comercial del algodón atrajo a un número considerable de trabajadores transitorios, generalmente del centro y sur de México, que migraban hacia allá para pizcar algodón. Con ello, tal como lo aclara el autor, se atendía al antiguo problema del poblamiento y control del norte de México. Aquí, Walsh hace referencia a un tipo de trabajador recurrentemente seleccionado en otros estudios sobre la región, es decir, una mano de obra transitoria que se empleaba temporalmente en la agricultura, en los ferrocarriles, en la minería y que incluso cruzaba la frontera cuando era necesario. Así, desde 1880 hasta 1920, la producción algodonera en La Laguna sirvió de modelo para otras regiones del país. A partir de esta última fecha, sin embargo, aunque los líderes posrevolucionarios reflejaron sus proyectos desarrollistas para el norte de México, en La Laguna, las lecciones de 1910 habían impuesto la necesidad de repensar el patrón de asentamiento de estos colonos. Reubicar esta mano de obra "volátil" sería uno de los retos de la nueva élite mexicana, en las décadas siguientes.

Walsh dedica al tema del desarrollismo buena parte del capítulo tercero, mostrando que el concepto de desarrollo predominante en el México posrevolucionario, en muchos aspectos similar al que auspiciaron los porfiristas, sufrió un cambio radical durante la presidencia de Plutarco Elías Calles. Mientras los primeros creyeron que la propia evolución de las sociedades agrícolas en sistemas de riego se encargaría de promover la movilidad social, Calles abordó al problema de forma diferente, fundando en 1936 la Comisión Nacional de Irrigación, una agencia estatal que debería impulsar el desarrollo "regional integral". El dilema era que el modelo de La Laguna no había producido pequeños y medianos rancheros, por el contrario, había fomentado la existencia de un grupo de trabajadores transitorios que, desde la perspectiva del Estado, podría convertirse en una seria amenaza al status quo, tal como había ocurrido en la Revolución. Así, pese a que el nuevo desarrollismo callista todavía se valió de la antigua convicción de que los norteños, precisamente por sus características raciales, serían agentes ideales para la formación de una sociedad liberal, compuesta por pequeños y medianos rancheros independientes, el énfasis ahora estaba en la perspectiva de que el Estado debería intervenir para promover estos cambios sociales. En concreto, con la creación de Don Martín, una zona agrícola productora de algodón en los estados de Coahuila y Nuevo León, se combinaban la realización de diversos proyectos: establecimiento de asentamientos con repatriados mexicanos, o bien con los tradicionales rancheros independientes, estos últimos en la zona fronteriza podrían mayor presión sobre el uso de aguas internacionales, y finalmente con ello se aprovechaban las condiciones favorables en el mercado algodonero externo, lo que en última instancia vendría a fomentar el desarrollo nacional.

En la segunda parte del trabajo, Walsh centra la atención en el delta del Río Bravo mostrando, por medio del análisis de diversos planes de colonización, las transformaciones que la zona y sus habitantes sufrieron, desde las dos últimas décadas del siglo XVIII hasta los años sesenta. En este largo proceso, el autor demuestra que el esfuerzo por colonizar y luego volver viable al norte algodonero iba de la mano de otra convicción, la de que los vecinos del norte de México eran biológicamente superiores a los demás habitantes del país. Compartían esta perspectiva los administradores nacionales y regionales, ingenieros y científicos sociales que participaron de la idealización de estos proyectos.

Desde las reformas borbónicas, las políticas de colonización y control del norte de México se basaron en la dotación de "porciones" de tierra, con posesión familiar y uso comunal del agua y de los terrenos de pastoreo: formas que aunque con altibajos notables sobrevivieron, por lo menos hasta las primeras décadas del siglo XX. El agente de cambio radical en este caso fue el advenimiento de la agricultura comercial del algodón y con ello otros dos agentes aquí ya mencionados: las obras de irrigación y la introducción de los ferrocarriles. El avance de la agricultura comercial fue detenido por la instabilidad a causa de la Revolución y sólo fue retomado durante la presidencia de Lázaro Cárdenas. El agrarismo ejidal cardenista, aunado a la necesidad de hacer frente a los efectos de la crisis de los años 1930, especialmente impactante en el valle puesto que éste se encontraba directamente vinculado a los vaivenes del mercado fronterizo, incentivó al gobierno a resucitar proyectos de desarrollo, en moldes ya conocidos en el norte de México. Esto se justificaba porque los problemas todavía eran similares, había que reubicar miles de trabajadores mexicanos deportados de Estados Unidos y enfrentar a los recurrentes problemas impuestos por las inclemencias naturales, la aridez y las inundaciones. Desarrollar una zona algodonera de riego en el Valle Bajo del Río Bravo fue la solución de la administración federal, pero en esta ocasión el plan, asentado en el binomio: irrigar y colonizar, contó con el apoyo de la élite, de los sectores populares y de los gobernantes locales.

En los dos capítulos que siguen (5 y 6), Walsh presenta el proceso de idealización y desarrollo de los proyectos de colonización e irrigación en el Valle Bajo del Río Bravo, durante la presidencia de Cárdenas, como un entramado de negociaciones, disputas entre el Estado, sus agentes y los vecinos locales. De acuerdo con esta perspectiva, fundamentada en la historiografía estadounidense sobre la formación del Estado, el proyecto y su ejecución misma son vistos como resultado de un juego en el cual los actores sociales son parte integrante y no meros receptores de ideas elaboradas en el centro del país. Tal como observó el autor en las propuestas cardenistas de cultivo del algodón en el Valle Bajo del Río Bravo. Después de las expropiaciones en 1936 y 1937, en las regiones de La Laguna y Mexicali, ansioso por expandir el cultivo de la fibra en el país, Cárdenas optó por negociar con la Anderson Clayton Company el financiamiento de la producción en Matamoros, en cambio la compañía estadounidense recibiría parte de las ganancias proveniente de los negocios. Pese a que esta relación, como lo señala Walsh, pone en jaque el radicalismo nacionalista del presidente, los cambios en el paisaje regional producidos a partir de ella permitieron expandir la producción de algodón mediante el diálogo con los colonos y a la vez imprimieron un carácter específico al agrarismo cardenista en el norte.

Este último, en la región del Valle Bajo Río Bravo no se concretó en la forma de ejidos colectivos, sino más bien en la implementación de parcelas individuales privadas, de acuerdo con los anhelos de los colonos mexicanos y mexico–estadounidenses repatriados, muchos de ellos originarios de los ranchos del noreste de México. Los conflictos entre éstos, recientemente instaurados en las colonias agrícolas Anáhuac, 18 de Marzo y Magueyes y el director del proyecto de obras públicas Valle Bajo Río Bravo, Eduardo Chávez, muestra cómo los actores locales se apropiaron del discurso desarrollista del Estado, en sus propios términos, para atender a sus tradiciones y necesidades específicas.

Las décadas de 1940 y 1950, años del auge algodonero, estuvieron marcadas por nuevos conflictos entre el gobierno federal y los industriales, no sólo por el control de los beneficios de la producción, sino también por el tipo de desarrollo social que pretendían llevar a cabo en la región. Para los colonos, sobre todo después de 1945, había quedado evidente que esta prosperidad económica no se había traducido en acciones concretas en lo que se refiere al desarrollo de infraestructuras de la región, todavía carente de servicios básicos como teléfonos, electricidad, correos, escuelas y carreteras. En 1953, con la instauración del municipio de Valle Hermoso, los colonos y ejidatarios pretendieron corregir estos problemas, y también dar cauce político–institucional a una identidad común de repatriados, apoyados en el proyecto cardenista de desarrollo, en oposición a los industriales del algodón. Estos conflictos entre los distintos sectores sociales en la región, no era tan sólo, como lo demuestra Walsh, una lucha por los beneficios económicos de la producción del algodón, en este proceso de formación del Estado en la frontera norte de México, también estaba en juego la construcción de la memoria histórica. Es decir, qué actores ganarían hegemonía y legitimidad para protagonizar la versión oficial de la historia del penoso desarrollo regional del Valle Bajo Río Bravo.

Al inicio de la década de 1960, cuando la producción algodonera fue seriamente afectada por las políticas estadounidenses de subsidio a sus excedentes, estos actores locales recurrieron a antiguas estrategias de supervivencia: los que no vendieron sus tierras si las mantuvieron fue porque complementaron la labor agrícola con el trabajo en la industria maquiladora, con el comercio, con el contrabando y con parte de los ingresos de parientes emigrados en Estados Unidos. En la narrativa de Casey Walsh pareciera que un ciclo histórico (desde la elaboración de los proyectos de desarrollo, hasta el auge y decadencia de la producción) se había completado. Actualmente, para responder a las nuevas demandas, nuevos conceptos de desarrollo se encuentran en gestión y éstos, como lo sugiere el autor, deben tener en cuenta las experiencias de quienes concretamente se encargan de su ejecución en el ámbito regional: los actores transfronterizos.

Al inicio de esta exposición se reprodujo un cuestionamiento que Casey Walsh hizo, en la introducción de su libro, acerca de los riesgos en que incurrió y de las expectativas que creó al traspasar la frontera entre historia y antropología. Una forma de reflejar sobre este cuestionamiento consiste en preguntarse si a lo largo de su investigación el autor logró presentar interrogantes al conocimiento establecido sobre el tema, contestar a las preguntas elaboradas de acuerdo con la orientación teórico–metodológica elegida y, finalmente, si sus hallazgos muestran al objeto con una nueva mirada, y si ésta incita nuevas investigaciones sobre el tema. Como en el caso del libro de Casey Walsh estos tres elementos fueron plenamente atendidos, resulta ocioso discutir si los riesgos intelectuales valieron la pena.

 

Nota

1 El autor es profesor asistente del Departamento de Antropología de la Universidad de California, en Santa Barbara, y trabajó anteriormente en el Programa de Antropología Social de la Universidad Iberoamericana. El libro aquí reseñado es resultado de su tesis doctoral presentada en la New School for Social Research de la ciudad de Nueva York.

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