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Investigaciones geográficas

versão On-line ISSN 2448-7279versão impressa ISSN 0188-4611

Invest. Geog  no.61 Ciudad de México Ago. 2006

 

Geografía humana

 

La globalización y el sector servicios en México

 

Globalization and services in Mexico

 

Atlántida Coll-Hurtado* y Juan Córdoba y Ordóñez**

 

* Instituto de Geografía, UNAM, Circuito Exterior, Cd. Universitaria, 04510, Coyoacán, México, D. F. E-mail: atlcoll@yahoo.com.mx

** Departamento de Geografía Física y Análisis Regional, Facultad de Geografía e Historia, Universidad Complutense de Madrid, 28040 Madrid, España, E-mail: jcordoba@ghis.ucm.es

 

Recibido: 10 de octubre de 2005
Aceptado en versión final: 18 de mayo de 2006

 

Resumen

Los procesos de globalización producen cambios de todo tipo a tal velocidad que prácticamente no hay tiempo de verlos y menos aún de comprenderlos. En el campo de la información se reflejan esas circunstancias y se dan excesos y faltantes que muchas veces no permiten reflexionar en lo general. De todos modos, a partir de lo que se tiene, se puede decir que el viejo concepto de terciario sufre modificaciones igualmente rápidas y pasa de ser el conjunto de actividades estériles e improductivas al sector más dinámico de la economía de los países, incluso si se considera el sector informal.

En el cambio de los siglos XX al XXI, los países ricos establecen la pauta, sobre todo en lo que concierne al incremento desbordado de los servicios. El fenómeno de terciarización se da también en los países emergentes, de ahí que aquí se trate el escenario mexicano: el sector terciario que actualmente ocupa a más de la mitad de la fuerza de trabajo y general más del 70% de los ingresos totales del país. Se presenta, entonces, un análisis geográfico detallado de los servicios en México.

Palabras clave: Globalización, servicios, México.

 

Abstract

Globalization produces all kinds of changes, so quickly we do not have the necessary time to see them or to comprehend them. Also, the generation of information is so rapid there is no way to follow the changes or it does not reflect them. Anyhow, we can say that the old concept of "tertiary" also changes rapidly from the concept of useless and non productive activities, to the most dynamic sector of economy anywhere, even if we include the so called "informal activities".

From the XX century to the XXI century, the rich countries have led the way, mostly concerning the increase of the services sector of economy. Tertiarization is also present in other countries as the emerging ones, thus, in this paper we present the Mexican scenario: it occupies more than half the active population and produces more than 70% on the national income. A detailed geographical analysis of services in Mexico is given.

Key words: Globalization, services, Mexico.

 

A MODO DE INTRODUCCIÓN: LA REVOLUCIÓN TERCIARIA

Una de las características indiscutibles de la globalización es que nos está sumiendo en la incertidumbre, sobre todo en el plano intelectual. Los cambios son ahora de tal naturaleza y se producen a tal velocidad, que prácticamente no hay tiempo para verlos y aún menos para aprehenderlos y/o comprenderlos. Este problema se da particularmente en el campo de la información: tan malo es tener un exceso de información como no disponer de ella, aserto que -llevado al campo de la geografía-podría identificarse con la conocida metáfora según la cual los árboles no dejan ver el bosque, en el sentido de que la abundancia de los estudios de detalle (microeconómicos, microsociales, locales.) dejan poco espacio a las reflexiones de carácter más general.

En un plano complementario, se ha rebasado -casi sin darnos cuenta- la modernidad y ya estamos, según algunos, en la modernidad tardía que, para otros, es la postmodernidad, sin admitir que los cambios en sí (no su naturaleza) son casi insustanciales en el torbellino general que nos envuelve: si lo que es válido hoy, no tiene garantías de serlo mañana, ¿qué seguridad ofrece ese mañana de cara al futuro? En consecuencia, ¿para qué serviría investigar en el presente?

Vivimos actualmente una especie de metamodernidad que es la simple contemporaneidad (eso sí, ahora más estresante y abrumadora, mucho más acelerada) en la que decidimos voluntariamente involucrarnos desde que se inventaron las telecomunicaciones. Incluso podría decirse que esta contemporaneidad1 empieza a ser aburrida: cada vez es más difícil sorprender ya que cada vez es mayor nuestra incapacidad de sorpresa, porque la aceleración que vivimos ha vivificado extraordinariamente la aptitud de pensar que tiene el ser humano. ¿Para qué dejar constancia escrita de nuestras impresiones personales que no son sino flashes subjetivos de una realidad que no existe en el "mundo objetivo"?

En este estado de incertidumbre, en el que prima la deconstrucción para edificar nuevas categorías cuya validez no va más allá de la falsificación de quien las presenta, existen, sin embargo, desde nuestro punto de vista, conceptos cuya esencia perdura en el tiempo.

Es cierto que la materialización cuantitativa de las actividades humanas ha golpeado violentamente el viejo concepto de terciario como conjunto de actividades "estériles" (el pensamiento de Quesnay) y "no productivas" (como pensaban Colbert y A. Smith), que prevaleció en los siglos XVII y XVIII. Tampoco se sostienen ya ideas más recientes como las de Fourastié (1949), para quien el terciario era el sector económico de progreso técnico más débil. Pero siguen siendo válidos algunos argumentos, como los de Fisher, que sustentó la idea del terciario como el conjunto de actividades consagradas a la producción de bienes inmateriales o los de Clark (1940) -que introdujo el concepto de sector servicios- quien identifica muchas de sus actividades por su baja productividad.

Pensemos, por ejemplo, en el paradigma clásico de la baja productividad: la economía informal, que tiene, sin embargo, un peso cada vez mayor en nuestros circuitos económicos en correspondencia directa con la creciente liberalización y sus efectos (precariedad en el empleo y en la asistencia social, deslocalización del capital y del trabajo,...). Solo en México, según los datos de INEGI (2002), el sector informal genera el 12.2% del producto interno bruto, PIB, del país y en él participa el 28.0% de la población ocupada no agropecuaria y sus ingresos representan el 16.6% de las ganancias generadas en la economía. Aunque no se puede verificar científicamente (porque esto sería incompatible con el propio concepto), las actividades informales son características del terciario. La misma fuente ya citada estima que, también en México, la producción nacional imputable al sector informal representa el 21.5% del Comercio y Restaurantes, el 16.4% de los Servicios Personales y el 11.5% en el Transporte... Todo ello teniendo en cuenta además que, conceptualmente, este sector de las estadísticas oficiales excluye las actividades ilegales, entre otras: la evasión fiscal, la piratería, el tráfico de drogas, la usura, la reventa, el contrabando, la medicina no autorizada... actividades que como bien se sabe son genuinamente terciarias (servicios, en definitiva...).

¿Cómo vamos a conocer el terciario si lo informal (visible o subterráneo) es insondable? Y aún más, ¿no es este problema aun más grave en los países todavía no catalogados como desarrollados?

Nuestra reflexión original es muy sencilla: ¿Tiene sentido (¿es científico?) hacer un breve comentario académico sobre el significado de algo tan complejo como el terciario en un país tan complicado como México y utilizando como argumento de discusión unos indicadores tan "simples" como las estadísticas oficiales del INEGI?

Una primera respuesta -incluso hipótesis de cara a otras investigaciones- es también simple: si no se conoce la "realidad oficial" será muy difícil acercarnos al fondo de la cuestión. Los trabajos de detalle no dejan de ser otra realidad (personal, puntual, "extra-oficial") que tienden a confundir la parte con el todo, el árbol que no deja ver el bosque... Atención: no se pretende minimizar el extraordinario valor de muchos trabajos económicos, sociales o antropológicos; nuestra advertencia se centra en el estricto campo de la geografía que olvida cada vez más las escalas de orden superior al análisis local.

La parquedad de estudios sobre Geografía de los servicios en México nos ha inducido a dar este paso como primera aproximación a futuros trabajos más específicos. Nuestro objetivo inicial ha sido descubrir si las estadísticas oficiales más elementales aportan algo de luz a la tremenda complejidad socioeconómica y geográfica de México. Dicho incluso de otro modo: se quiere verificar si las estadísticas oficiales por lo menos no contradicen lo que se ha visto en el trabajo de campo.

 

DEL SIGLO XX AL XXI: TERCIARIZACIÓN, GLOBALIZACIÓN Y MODERNIZACIÓN. LOS PAÍSES RICOS ESTABLECEN LA PAUTA

Según estimaciones internacionales, los servicios representan ya el 64% del PIB a nivel mundial e incluso llegan al 45% en los denominados países de bajos ingresos (Banco Mundial, 2004); en el marco más preciso de la OCDE, los servicios representan el 70% del empleo y del valor agregado (OCDE, 2005).

El auge de los servicios desde los años setenta del siglo pasado ha sido, en parte, la respuesta a la crisis económica y se ha traducido en un acelerado proceso de terciarización económica y social en todo el mundo, de tal forma que parece un componente básico de la globalización. En cierto modo podría decirse que la terciarización es a la globalización, lo que en su día fue la relación indiscutible entre industrialización y urbanización.

La terciarización,2 como la globalización, es fruto de una evolución económica y social que se fue gestando durante siglos, pero que se ha acelerado desde la crisis de los setenta, debido a la interrupción del modelo de crecimiento económico vigente hasta ese momento. Aunque los cambios son muy complejos y las respuestas a la crisis son muy variadas, nos interesa subrayar:

1. La adaptación del sistema de producción desde los modelos hiperespecializados a nuevos modelos caracterizados por la flexibilidad.

2. La liquidación forzada del paternalismo estatal y el creciente deterioro de la sociedad del bienestar, consecuencias directas del nuevo orden de relaciones entre lo social y lo económico, con implicaciones políticas considerables.

En la incertidumbre del gran cambio finisecular, presidido por el nuevo vector de la globalización, algunos países han readaptado a marchas forzadas sus estructuras, logrando con ello sacar partido del nuevo auge económico de las actividades terciarias. Ciertos países, entre ellos México, tipificados hasta el momento como no desarrollados o en vías de desarrollo, han visto la esperanza de un nuevo amanecer económico y social evaporarse en la llamada Década Perdida. Otros países, finalmente, se han hundido en la más absoluta y literal de las miserias.

A pesar de esta respuesta diferencial (diversificación), en todo el mundo la urbanización ha crecido y la sociedad se ha "terciarizado" (homogeneización), aunque con sentidos y problemas muy dispares. Esta diversidad, dentro de esa homogeneidad, avala la tesis de Bauman, para quien los procesos globalizadores incluyen una segregación, separación y marginación social progresiva (Bauman, 2001:9) que es simple reflejo de las contradicciones de la globalización, considerada por unos indispensable para la felicidad y por otros, la causa de la infelicidad (Ibid.: 7).

En el propio seno del "mundo rico", la adaptación al nuevo modelo socio-económico imperante (si es que existe sólo uno) ha sido compleja y aunque el auge del terciario como motor del desarrollo económico es indiscutible, los problemas sociales que está generando no han sido aún estudiados.3

Utilizando una vieja terminología geográfica aplicada con éxito a la caracterización socioprofesional del empleo en los inicios de la terciarización europea de los años sesenta (Beaujeu-Garnier, 1972), podría decirse que los "cuellos blancos" han proliferado en detrimento de los "cuellos azules" del mundo obrero tradicional que han tenido que afrontar serios problemas de reestructuración, modernización e incapacitación y/o desclasificación.4

Pero paralelamente a este proceso de adaptación, en todo el mundo rico ha proliferado una nueva categoría profesional, socialmente transversal, que se podría definir como los "sin cuello": profesionales o no, inmigrantes o no, urbanos o no, unificados por parámetros difícilmente cuantificables como son la polivalencia profesional y la precariedad (laboral, generalmente, pero siempre, salarial y hasta ubicacional). Se trata del viejo concepto de terciario refugio5 pero que ahora tiene una nueva dimensión porque engloba desde el inmigrante no legal que cuida ancianos (y que tiene en su país de origen una elevada cualificación profesional), hasta el joven egresado de la Universidad que reparte pizzas, o el obrero industrial desclasificado que abrió un pequeño negocio con la compensación económica que le dieron por la pre-jubilación, como sucede en ciertos países. En otros, México, el terciario refugio sigue siendo de los más pobres (intelectualmente, desde el punto de vista de la capacitación y el nivel social), ya que expulsan a su población excedente y son los migrantes nacionales los que se funden en un terciario (a veces ilegal) en el extranjero.

En los países ricos la terciarización reciente está produciendo un reajuste social equiparable al que se produjo, en su día, con la industrialización. El resultado general empieza a ser un nuevo modelo que ha roto con los viejos patrones uniformizadores que potenciaron la consolidación de las clases medias en los países industriales. Al mismo tiempo, ha sido necesario responder a nuevos problemas entre los que sin duda el más imperioso es una modernización urgente para la que no estaban preparados los colectivos sociales. Cifras de desempleo tremendas en casi todos los estratos socio-profesionales, jóvenes buscando desesperadamente su primer empleo, maduros jubilados prematuramente, mujeres incorporadas (en su recién conquistado espacio de libertad) a un mercado de trabajo que no les daba oportunidades reales... son manifestaciones del costo social de esta terciarización acelerada. Problemas que han sido asumidos en parte, desde el punto de vista económico, por países que han tenido dinero para ello o en los que las estructuras sociales han podido adaptarse y moldearse coyunturalmente (tardía emancipación de los hijos, dependencia sistemática de la tercera edad..). Pero también existen problemas psicológicos no evaluados que van desde la agudización de enfermedades sociales (pérdida de autoestima, depresión, alcoholismo, competitividad insana...) hasta un profundo cambio de mentalidad con especial incidencia en los estratos jóvenes de la población.

En el otro lado de la moneda está la indiscutible e indiscriminada modernización de la sociedad y, sobre todo, el ritmo frenético que la determina. Un nutrido grupo de investigadores ha fortalecido el concepto de sociedad de la información propuesto por Borja y Castells (1997), indisociable de los conceptos de sociedad pos-industrial de Bell (1973) y de la propia globalización, todo ello agente y consecuencia de una nueva coyuntura cultural de dimensión planetaria y propiciada por la conectividad creciente en un mundo que está en contracción (Tomlison, 2001:3).

Pero no se trata tan solo de la revolución en los transportes y las comunicaciones (elementos indiscutibles del sector terciario), sino, sobre todo, del progreso tecnológico y muy en particular del auge de la cibernética y su impacto en las formas de producción y de relación: en la desvinculación de la producción material, en el nuevo peso de lo inmaterial (en lo político, lo económico, lo social, lo psicológico y hasta en lo geográfico) es donde hay que buscar la verdadera raíz de la Revolución Terciaria que vivimos,6 un proceso sin precedentes que algunos investigadores han puesto en relación con las llamadas culturas cyborg (Haraway, 1991; Gray, 1995; Featherstone y Burrows, 1995). En este sentido, todo el terciario de los países ricos ha funcionado como refugio porque su desarrollo ha sido la respuesta alternativa para sobrevivir a un modelo industrial en crisis. Sabemos que "el hambre agudiza el ingenio", de donde la aparición de nuevas actividades o de nuevas formas de hacer las actividades de siempre y, sobre todo, la necesidad de flexibilizar y liberalizar, de buscar el incremento en la productividad y la máxima rentabilidad.

Sin embargo, frente a nuevas libertades, nuevas servidumbres: una mayor flexibilidad es indisociable de nuevas formas de esclavitud (algunas no tan nuevas, pero que parecían erradicadas) en un mercado de trabajo y en un sistema de relaciones sociales presididos por el consumo y, sobre todo, por la publicidad, la gran beneficiaria de la sociedad de la comunicación y al mismo tiempo su principal inductora.

Finalmente y en la perspectiva estrictamente geográfica: transnacionalización, deslugarización (Giddens, 1990), desterritorialización (Appadurai, 1990), glocalización (Robertson 1995), deslocalización (Thompson, 1995)... ¿son efectos culturales genuinamente geográficos inherentes a la globalización, como propone Tomlison (2001:125) y, en consecuencia, relacionables con la terciarización?

En los países ricos, la globalización y la revolución terciaria (y su efecto socio-económico más directo, la terciarización), están en un estado de retroalimentación permanente: el incremento en la conectividad (sobre todo si se acepta la complejidad con la que la adjetiva Tomlison, 2001:2), propiciado por la creciente mejora en los transportes y las comunicaciones, no hace sino favorecer el crecimiento de las "producciones" inmateriales (entre ellas la información) que, a su vez, exigen una creciente interconexión de todos los elementos del sistema, facilitando el fortalecimiento de la globalización, entendida ésta precisamente como esa interconexión creciente a nivel planetario.

Si el concepto desarrollo era antes sinónimo de industrialización e inseparable de riqueza, ¿se mantiene esta correlación positiva con la terciarización? Es evidente que una afirmación de este tipo sería insostenible en el propio mundo rico desde donde, sin un estudio profundo de sus implicaciones sobre sí mismos, se están exportando otra vez las pautas del orden mundial. ¿Pero acaso se vive la terciarización de forma diferente en los países que no están "oficialmente" incluidos en el Primer Mundo, aquéllos que no están catalogados como ricos por el Banco Mundial? ¿Son sus parámetros estadísticos (verdaderos o falseados, pero oficiales) equiparables? Tal vez uno de los hechos diferenciales de la terciarización es que se "vive" (se experimenta) de forma diferente en el Primer Mundo, que ha conocido un proceso de industrialización "razonable" y que llegó a rozar unas condiciones de "bienestar" envidiables. Pero ¿cómo están los hechos en nuestro caso de estudio, México, un país que debería haber sido uno de los grandes beneficiarios de la globalización?

 

El escenario mexicano

Como país de la periferia, México ha sido catalogado como país en vías de desarrollo o como país emergente (Dabat, 1994). No escapa a una posición global ni a la pertenencia a Latinoamérica por lo que respecta a una historia colonial común y una evolución semejante como entidades independientes de España, primero, y como pertenecientes a la esfera norteamericana, más tarde.

Pero, ¿cuáles son las características particulares del escenario mexicano en los últimos cincuenta años? Las más significativas son, en primerísimo lugar, un crecimiento demográfico acelerado que ocasionó que se pasara de 25.7 millones de habitantes en 1950 a 105 millones de habitantes en 2003; en segundo lugar, una modificación de la distribución geográfica de la población. Ante la presión demográfica sobre las tierras de cultivo -cuya extensión permanece sin grandes cambios a lo largo del siglo y que equivale a poco más del 10% de la superficie total del país- y la consecuente pérdida de capacidad productiva del campo, la expulsión de la población rural dio lugar a una creciente urbanización del país, sobre todo a partir de los años sesenta. Pero fue una urbanización desequilibrada: unos pocos grandes polos absorbieron al grueso de los habitantes urbanos y no se formó una estructura jerárquica sino hasta después de 1980, cuando se desarrollan las ciudades medias y se consolidan las ciudades de la frontera norte (Coll-Hurtado, 2003).

La marcha de la economía también sufrió cambios notables: de ser un país productor de materias primas, en particular de minerales y de productos agropecuarios, las políticas oficiales promovieron un proceso de industrialización denominado "de sustitución de importaciones" que se centró en tres ciudades: la capital del país, Monterrey y Guadalajara. El espejismo de la riqueza de la ciudad y de la industria atrajo a los migrantes en la búsqueda de una vida mejor, pero tuvieron que enfrentarse a una dura realidad: su falta de capacitación les impidió entrar de lleno en los nuevos "paraísos" y tuvieron que conformarse con ingresar en lo que en su momento se denominó el "ejército de reserva", esto es, las masas de empleados potenciales que permitían contrarrestar las presiones sindicales de mejora de las condiciones laborales y salariales. La única salida que encontraron estos inmigrantes fue la de las ocupaciones no cualificadas en el sector terciario. Este fenómeno, en sí, no fue conceptualmente diferente del que ocurrió en algunos países europeos en vías de desarrollo, como la España de la década de los sesenta, pero lo que ha sido muy diferente en México, como en Latinoamérica y muchos otros países del Tercer Mundo ha sido su magnitud y, sobre todo, la perdurabilidad del proceso.

La otra salida ha sido, de modo constante, la migración al exterior, a los Estados Unidos, unas veces bajo programas oficiales signados por ambos países (el Programa de Braceros de los años 1940-1950), la mayoría de las veces en forma ilegal. Estos migrantes dejan el empleo precario nacional y pasan a conformar una fuerza de trabajo ocupada en muy diversas actividades: la industria, la agricultura y, sobre todo, los servicios.

En pocos años, los procesos globales y la aplicación de las medidas neoliberales exigidas por instituciones como el Banco Mundial o el Banco Interamericano de Desarrollo, BID, agudizan la tendencia y las estadísticas ubican al sector terciario de México al nivel de las del Primer Mundo sin que la composición interna del sector responda a un verdadero desarrollo; terciario predominantemente trivial en el Tercer Mundo, un terciario refugio que se convierte, casi, en la norma.

El sector terciario mexicano da ocupación hoy día a más de la mitad de la población trabajadora del país (18 millones de trabajadores) y genera más del 70% de los ingresos totales; es, por tanto, el sector más dinámico de la economía nacional. No obstante, es prudente matizar la información y tratar de analizar de qué tipo de actividades estamos hablando.

 

El eterno problema de la conceptualización: ¿de qué servicios hablamos?

Por exclusión, el terciario corresponde a todas aquellas actividades que no se dedican a la producción de bienes materiales propiamente dichos, es decir, que excluye las labores del campo, la extracción de minerales y todas las ramas de la industria. Conocido también como sector de servicios, se han definido tradicionalmente como características fundamentales el que sus productos sean efímeros, ya que sólo duran el tiempo de la transacción; son intangibles o inmateriales; y, en esencia, no pueden ser almacenados.

Pero actualmente los servicios incorporan toda una gama de actividades que no siempre cumplen con las premisas señaladas más arriba ya que, por ejemplo, pueden darse la condición de tangibilidad o los procesos de almacenamiento en las transacciones comerciales o en los sistemas de transporte. En un momento dado, llegó a considerarse que los servicios no eran actividades productivas en sentido estricto aunque se reconocía que algunos servicios eran social o económicamente necesarios para el desenvolvimiento de la sociedad; en particular, estas actividades "útiles" eran las asociadas a la distribución de la producción generada en otros lugares, es decir, el transporte y el comercio, y las que se generan en las múltiples relaciones intrasociales del medio urbano y del medio rural, de la gestión a la educación, de la salud a los servicios ban-carios, de los servicios profesionales a los servicios personales.

Hoy carece de sentido entrar en el debate sobre las aportaciones de los servicios al aparato productivo. Tampoco cabe en estas líneas entrar en las múltiples tipologías que se han hecho sobre su contenido; para ello remitimos al lector profano al debate conceptual que caracterizó las investigaciones geográficas desde los años setenta del siglo pasado (cf. entre otros Browning y Singlemann, 1975; Rochefort et al., 1976; George, 1978; Córdoba, 1988; Moreno y Escolano, 1992; Marshall y Wood, 1995; Mérenne-Schoumaker, 1996 y Castells, 2000).

Una primera aproximación al estudio de los servicios en México, que es lo que aquí se pretende, se puede basar en la información publicada, sobre todo en estadísticas oficia-les: censos de población, censos de servicios, censos de comercio y de transporte, información en línea de diversos organismos gubernamentales y privados o paraestatales (INEGI, varios años, MERCAMÉTRICA, 2004).

En lo referente al tratamiento de la información por grandes grupos de actividad y sus relaciones con la población, nos hemos atenido a la taxonomía utilizada por el SCIAN (Sistema de Clasificación Industrial de América del Norte), que se utiliza en México a partir de la firma del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá. En esta clasificación, un primer desglose de actividades permite diferenciar: comercio, transportes, correo y almacenamiento, información en medios masivos, servicios financieros y de seguros, servicios inmobiliarios y de alquiler de inmuebles, servicios profesionales, servicios de apoyo a los negocios, servicios educativos, servicios de salud y asistencia social, servicios de esparcimiento y culturales, servicios de hoteles y restaurantes, servicios personales y actividades de gobierno.

En cuanto a una primera aproximación a la recatalogación de estas actividades con un criterio esencialmente geográfico, se han utilizado los siguientes grupos, tratados ya en otros trabajos de investigación (Córdoba, 1988 y 1993): Terciario rector, constituido por las actividades de gobierno y las finanzas; Terciario social, integrado por los servicios educativos y de salud; Terciario económico, en el que se agrupan el comercio, las actividades del ocio, de apoyo a los negocios, los servicios profesionales, hotelería, restaurantes, etc., y Terciario de las comunicaciones, que corresponde al transporte y a las comunicaciones.

 

CARACTERIZACIÓN DE LOS SERVICIOS EN MÉXICO

Las actividades terciarias representaron en 2003 el 72% del PIB mexicano (INEGI, 2005) y el 56% de la población económicamente activa ocupada, PEA (INEGI, 2001), valores que, en una primera aproximación, merecen la pena contrastar con los de países desarrollados con un proceso de terciarización consagrado o muy avanzado (Estados Unidos 74% PIB y 74.4% PEA; Francia 71% en ambos casos; Alemania 68% PIB y 62.6% PEA; España 66% PIB y 61% PEA) y, sobre todo, con los valores de otros países de la órbita latinoamericana (Argentina 68% PIB; Brasil 56% PIB; Chile 56% PIB) y los de otros grandes productores de petróleo en los que la terciarización tiene aún una relevancia moderada (Venezuela 45% PIB; Nigeria 44% PIB y 54.8% PEA; Indonesia 37% PIB; Banco Mundial, 2004). En este contexto, los datos mexicanos circunscriben claramente al país en el ámbito del "desarrollo" y lo alejan de los viejos estereotipos del subdesarrollo caracterizados por el peso de las actividades agrarias y extractivas. La evolución reciente de México apunta también hacia un proceso de terciarización económica y social que se ha acelerado en las últimas décadas (Tabla 1).

Si el boom demográfico del intercensal 1950-1970 se moderó ligeramente después como también lo hizo, aunque en menor medida el crecimiento disparatado de la urbanización, el boom terciario se manifiesta en el intercensal 1970-1990 y su crecimiento es aún intenso después de 1990, en todo caso, muy superior ya al crecimiento demográfico y urbano. Aunque algunos investigadores cuestionamos la veracidad de la ralentización demográfica mexicana (que podría ser más estadística que biológica), es incuestionable que la progresión en el empleo terciario ha acompañado los cambios económicos del país en las últimas décadas.

México ha experimentado cambios espectaculares en su conformación social y económica en los últimos cincuenta años; entre ellos sobresale el proceso de industrialización que tuvo un crecimiento continuo hasta la década de los setenta conformando lo que se dio en llamar el "milagro mexicano". Al principio de los años ochenta, el descubrimiento de enormes yacimientos petrolíferos hizo pensar que el crecimiento continuaría, pero no fue así. En México, el petróleo retrasó la llegada de la crisis que ya sufrían los demás países del área y retardó los efectos de las nuevas políticas económicas globales. El cambio del llamado sistema fordista al toyotista trajo como consecuencia el desmantelamiento de una parte importante de industria consolidada -se llega a hablar de "desindustrialización"- así como la difusión de los establecimientos maquiladores, en particular en la región de la frontera norte, primero, y más tarde en todo el territorio nacional. Todos estos cambios fueron acompañados por el crecimiento constante y acelerado de la población que trabaja en el sector terciario, pero en condiciones de precariedad manifiestas.

La simple diferenciación de los valores estadísticos generales de la población activa terciaria por estados (Figura 1) ofrece ya una primera visión sobre unas desigualdades regionales significativas entre estados manifiestamente terciarizados, como el Distrito Federal y Quintana Roo, en los que la población en actividades terciarias supera el 70% de la PEA, y estados que podemos llamar "subterciarizados", en los que la población empleada en el sector apenas supera la tercera parte de la PEA, como Oaxaca y Chiapas.

Esta contraposición parece lógica en términos "macro". Si Oaxaca y Chiapas representan el "México profundo", caracterizado por estructuras obsoletas, subindustrialización, ruralidad y pervivencia de lo indígena (tanto en su sentido positivo como negativo), el Distrito Federal y Quintana Roo son -no sin problemas- dos fieles exponentes de la modernidad mexicana: el primero por su carácter de centro neurálgico del país, el segundo por su condición de territorio frontera de reciente explotación que prácticamente ha eludido una fase industrial de transición al desarrollo.

Entre estos cuatro estados contrapuestos, el resto del país presenta una caracterización terciaria difícil de evaluar si no es con el apoyo de otros indicadores y, en este sentido, se ha recurrido (Figura 2) a la simple correlación del empleo en actividades terciarias con el grado de urbanización (INEGI, 2001). Ambas variables expresan una correlación claramente positiva que ha permitido definir tres grandes grupos de situaciones que parecen no sólo sugerentes sino también bastante coherentes (Figura 3):

1.  Estados equilibrados en los que el grado de urbanización (más del 50%) y de terciarización (también superior al 50%) apuntan hacia los estereotipos del desarrollo. Son entidades en las que la industrialización está presente desde hace décadas (Estado de México, Morelos, Jalisco y Nuevo León), y aquéllas en las que el efecto de frontera es más agudo (Sonora, Baja California, Tamaulipas).

2. Estados también equilibrados pero donde los indicadores apuntan más bien hacia los estereotipos del subdesarrollo (con menos del 50% de población urbana y empleada en terciario). Corresponden a entidades en las que hay un predominio de población indígena y de ocupados en el sector primario con una importante parte de su población viviendo en el medio rural: Chiapas, Oaxaca, Puebla, Veracruz, Hidalgo, Tlaxcala. Algunos de ellos se cuentan entre los estados más pobres del país.

3.  Estados "sobreterciarizados" (más del 50% del empleo y menos del 50% de urbanización) que deberían adscribirse a ese terciario dudoso que apunta más hacia las características económicas del subdesarrollo. Puede tratarse de una terciarización remanente del estado de bienestar en el que la gestión hizo crecer el aparato administrativo, mismo que ahora con las medidas impuestas por el Banco Mundial hay que reducir drásticamente. También puede tratarse de entidades como Guerrero, en la que el turismo, actividad tradicional desde los años cuarenta, descompensa de forma manifiesta los valores estadísticos.

Solamente queda fuera de estos tres grandes grupos el estado de Chihuahua debido a su especialización fronteriza, al peso de su agropecuario comercial y a la importancia de la industria maquiladora, en particular en Ciudad Juárez y la propia ciudad de Chihuahua.

 

Estructura del terciario por ramas de actividad

La estructura interna del terciario es, en una primera aproximación, bastante esclarecedora sobre los desequilibrios del sector (Figura 4). Cerca de la tercera parte de los ocupados, 29.46%, corresponden a las actividades comerciales en las que, como se verá, lo que predomina es el comercio muy pequeño y en donde se refugia gran parte del sector informal. El segundo grupo de importancia lo constituyen los servicios sociales que, en conjunto, suman 15.11% de la población activa; en el mismo rango se encuentran los denominados "otros servicios", aquéllos que carecen de una clasificación bien diferenciada, es decir, que pueden corresponder al grupo más marginal del terciario. Estos tres grupos representan el 60% de los trabajadores terciarios. Otro 30% está conformado por los ocupados en el turismo (hotelería, alimentos y bebidas, esparcimiento), por los transportes y por el terciario rector.

Un indicador estadístico que permite matizar esta estructura es el de los niveles de ingreso de la población trabajadora. Esta información en México se expresa en salarios mínimos (s.m. en adelante) que son un ingreso fijado anualmente por una comisión conformada por los patrones, los trabajadores y el gobierno. Se considera que este salario es el mínimo indispensable para sobrevivir; no obstante, siempre resultan muy insuficientes.

La situación recién descrita se agrava al analizar los datos sobre salarios: el 4% de los trabajadores en el sector terciario no percibe ingresos, es decir, son los que laboran en el negocio familiar; 11.32% ganan hasta 1 s.m.; 28.26% perciben entre 1 y 2 s.m. En el otro extremo, solamente 4.4% de los trabajadores terciarios obtienen más de 10 s.m.

Por sectores, el comercio es el que presenta niveles más bajos de ingreso (53.74% de la PEA hasta 2 s.m.), confirmando lo expresado anteriormente de que se trata de una actividad en la que predominan los negocios muy pequeños y el trabajo informal; otro tanto ocurre con los otros servicios (64.7% de la PEA hasta 2 s.m.), que conforman un núcleo de pequeños servicios personales presuntamente muy poco cualificados. Por el contrario, las ramas que cuentan con un mejor ingreso relativo son la de los servicios de información en medios masivos, los servicios financieros y profesionales y el sector de la salud.

La imagen estadística básica del terciario mexicano es, en consecuencia, muy elocuente: proliferación del empleo en actividades triviales y de elevado grado de ubicuidad, asociada a ingresos muy bajos, características del subdesarrollo, coexisten con un pequeño terciario avanzado y que suponemos está muy polarizado geográficamente.

 

La productividad aparente del terciario

La simple especialización sectorial es un indicador insuficiente para evaluar la auténtica dimensión de los servicios. Con objeto de precisar un poco más el significado económico de estas actividades en el aparato productivo, se ha procedido a analizar la productividad aparente de cada sector mediante la relación que se da entre la población económicamente activa y el número de unidades económicas censadas (UE) o establecimientos productivos (Tabla 2).

En el análisis de la relación entre la PEA y las unidades económicas, destaca la enorme disparidad del dato según sea la rama que se analice: de actividades modernas, con un buen número de trabajadores, es decir, empresas grandes o medianas, con potencial de inversión y tecnología, a los pequeñísimos establecimientos familiares en los que sólo trabajan una o dos personas. La rama que presenta una mayor concentración de trabajadores es la de servicios educativos, con 55 por establecimiento o unidad económica. La siguiente es la de servicios financieros, con 42.5 y la de información en medios masivos, es decir, en televisión y radio, con 40. En el otro extremo, el comercio sólo cuenta con 3.8 trabajadores por unidad económica, lo que habla de la prevalen-cia de pequeños negocios de tipo familiar.

En hotelería y restaurantes, la razón media de trabajadores por establecimiento es baja: 6.2, lo que indica que se trata en su mayor parte de una actividad poco modernizada, de reducidas dimensiones. Aquí cabe señalar que muchos de los negocios del sector son pequeños centros de alimentos y bebidas, callejeros, muchos de ellos informales. Del mismo modo, predominan los pequeños hoteles y posadas tradicionales. Tan solo en los principales centros turísticos, los grandes hoteles cambian el sentido de las cifras.

Con una media de 9.5 trabajadores por unidad económica, el servicio de salud es aún insuficiente en el país. Fuera de dos organismos que atienden a los obreros y empleados de las empresas y a los trabajadores del Estado (IMSS e ISSSTE), es la Secretaría de Salud la que brinda los servicios, pero el déficit de atención es muy grande, en particular en ciertas regiones del país. Esta media implica la presencia de pequeños establecimientos: clínicas de primer nivel, centros de salud, prevalecientes en áreas rurales, y consultorios, más que hospitales de concentración o de tercer nivel. Si los datos analizados aportan cierta luz sobre las condiciones de riqueza y pobreza del terciario mexicano, la consideración de la estructura socioprofesional de la población activa acentúa las tendencias observadas. La mayor parte de la población activa está constituida por empleados, lo que es normal, sobre todo en algunos sectores como el gobierno (95.13%), y las finanzas (91.11%), o la información en medios masivos (90.7%). Por el contrario, en ciertas actividades la proporción de empleados se reduce considerablemente, como en el comercio (51.1%), en los servicios profesionales (59.49%) y en hotelería (62.64%). En estos casos, la población activa se concentra en los denominados censalmente como "independientes", es decir, los que trabajan por su cuenta, los autónomos o dicho de otro modo, los que se autoemplean. Por ejemplo, en comercio éstos representan 35.45% a los que se añade 5.51% de apoyo familiar; en hotelería 26.23%, con 4.32% de trabajo familiar. En el otro extremo de la escala, los patrones, se concentran en dos ramas muy precisas: los servicios inmobiliarios y los servicios profesionales: 8.48 y 6.68%, respectivamente.

La distribución geográfica detallada del empleo en actividades terciarias apunta finalmente también en el sentido de que el terciario es aún una actividad demasiado polarizada para contribuir a la modernización del país. El mapa del empleo a nivel municipal (Figura 5) expresa una concentración clarísima en los centros urbanos, tanto en las grandes ciudades, como en las ciudades medias que han tenido un protagonismo indiscutible en la modernización del país en los últimos 25 años. Estos focos, junto con otros muy puntuales asociados a municipios turísticos, son indiscutiblemente los centros del terciario moderno, pero salta a la vista que son unas cuantas "islas" inconexas que se pierden en la vasta extensión del territorio mexicano. Los focos de modernización del país están demasiado dispersos para pensar todavía en un desarrollo regional no ya uniforme sino al menos homogeneizador como el que se ha dado en los países ricos.

 

CONCLUSIONES

El sector terciario mexicano es un sector profundamente contrastado. Por una parte se encuentran servicios con un alto nivel de profesionalización, propios de un país desarrollado; por la otra, predominan los servicios banales, de escasa cualificación, con débiles ingresos, que caracterizan a algunos países que hoy se denominan emergentes. Llama la atención, en particular, que ciertos servicios que podría suponerse que corresponderían a una situación privilegiada, como el caso del turismo, tercer generador de ingresos en el país después del petróleo y de las remesas que envían los migrantes del extranjero, esté caracterizado por una pobreza evidente.

En todos los países, desarrollados o no, ricos o pobres, las actividades terciarias se caracterizan por esta dualidad: un terciario avanzado, moderno, selectivo, propio de las grandes ciudades, en oposición a un terciario mucho más ubicuo y banal con una productividad baja y generador de empleo masivo, generalmente en condiciones precarias.

Por los datos analizados, esta dualidad es demasiado contrastada en México. El terciario moderno se antoja demasiado exiguo en un país que sobrepasa los 100 millones de habitantes; por el contrario, el terciario banal se define demasiado pobre para ser una actividad capaz de modernizarse y de convertirse en motor de desarrollo: ingresos muy bajos, tamaño muy reducido de las unidades de producción y excesivo autoempleo dan la imagen de un terciario atrasado, con predominio de su vertiente de terciario refugio para la supervivencia.

El sector terciario mexicano está conformado, en definitiva, por dos grupos bien definidos: uno minoritario, que se ubica dentro de la esfera del sistema imperante y presta servicios de calidad, necesarios para el desarrollo de las actividades económicas, y otro mayoritario, que agrupa servicios que se pueden identificar como banales y de poca calidad, en el que tienen cabida todos los excluidos del sistema. Este último grupo se identifica en gran parte con la economía informal y se manifiesta en numerosas actividades del sector: comercio, servicios personales, hotelería, alimentos y bebidas.

El conjunto de trabajadores del sector informal ha sido y es objeto de numerosos estudios ya que, por una parte, representan la ineficiencia del sistema de crear trabajos formales dignos, y, al mismo tiempo, significan la solución económica para muchísimas familias. Unos son los que bregan por la sobrevivencia diaria, otros conforman grupos de poder dentro de diversos partidos políticos. La ocupación en el sector no estructurado de la economía fue de 10.8 millones de personas en 2003 (INEGI, 2004), lo que implica la necesidad de la creación de nuevas fuentes formales de trabajo. Pero, la inserción del país en las normas globalizadoras, en particular en la esfera de dominio norteamericano, implica una flexibilización del trabajo y un creciente contratismo que agudiza las condiciones de informalidad y de terciarización de la mano de obra (Roubaud, 1995). Como señala J. Cross (2003:3).

... México, [es un] país capitalista, pero sin capitales, un país de trabajadores pero sin empleos, un país consumidor, pero sin capacidad adquisitiva, donde el sector formal no proporciona lo suficiente a la mayoría de los pobladores. El sector informal existe precisamente porque resuelve estos problemas.

El terciario es un sector sumamente complejo que requiere de una atención constante puesto que es quizá el sector de actividad en el que los cambios macroeconómicos se reflejan con mayor crudeza y en el que se dan condiciones cambiantes de adaptación a la coyuntura. Uno de los problemas más significativos para ese análisis es el de las fuentes de información, siempre deficitarias tanto en contenido como en periodicidad. El terciario sigue siendo, como ya han señalado muchos investigadores, un cajón de sastre; en él caben todas las opciones, todas las calidades de trabajo, todas las manifestaciones espaciales: del ámbito urbano al medio rural, de la formalidad a la informalidad; de la calidad profesional a la improvisación. Pero, lo que está claro es que el terciario en México no responde al nivel de desarrollo que las cifras generales hacen pensar. Incluso un recorrido superficial por cualquier región del país permitirá constatarlo.

En este sentido y para concluir, cabe diagnosticar que la participación en México en la Revolución Terciaria está siendo muy sesgada hacia las actividades menos productivas. No se puede negar la modernización existente en la cúspide del sistema social y económico, pero hacia abajo la modernización es muy dependiente de recursos coyunturales como los del turismo, de las remesas que envían los migrantes y que permiten una modificación estructural en sus lugares de origen, así como la formación de pequeñísimos negocios (que implican el abandono de las actividades primarias) muchos de ellos dentro del sistema de comercio trivial que a su vez dependen de los que ofrendan las mercancías (sean éstas legales o de contrabando). Se ha perdido en forma creciente la participación del Estado en la generación de empleos y, así, en la base de la pirámide, el terciario pobre vuelve a ser un refugio para la inmensa mayoría de la población.

 

NOTAS

1 Nos atenemos en este caso al sentido estricto de contemporaneidad defendido por Gadamer cuando la identifica con una condición de actualidad en situación interrogante tanto hacia el pasado como hacia el futuro (Gadamer, 1994:140). Con respecto a la metamodernidad, cada vez mayor número de investigadores atribuyen el concepto a D. Haraway (1997), en FemaleMan©_Mets_OncoMouseTM, Routledge, Londres.

2 En sentido estricto debe entenderse como terciarización el crecimiento desproporcionado del sector servicios en comparación con el resto de las actividades económicas. Sin embargo, como se desarrolló en las siguientes páginas, la terciarización debe ser un concepto mucho más amplio que atañe a toda la sociedad en muchos sentidos, particularmente en el cultural.

3 Sería absurdo entrar aquí a defender las aportaciones del terciario al desarrollo de las naciones. Nuestro propósito es más bien destacar que este desarrollo "terciario" tiene muchas facetas, las más oscuras, de las cuales también se dan en los países ricos.

4 Los cuellos azules se identificaban con el mundo obrero convencional en alusión a los uniformes de trabajo. Los cuellos blancos se referían a los cuadros de orden superior en alusión a las camisas y batas de trabajo, una categoría socio-profesional difícilmente tipificable como población industrial u obrera: era la irrupción de los servicios cualificados no sólo en la industria sino también en todas las ramas de la producción.

5 El concepto de terciario refugio se popularizó en los años setenta como expresión de un conjunto de actividades que fueron afectadas menos negativamente por la crisis económica. Se puso de manifiesto, en ese momento, que una parte del terciario fue insensible a la crisis (servicios muy especializados, por ejemplo), mientras que otras actividades muy poco productivas, pero que no exigían gran cualificación (servicio doméstico, hotelería poco profesionalizada, por ejemplo) pudieron absorber parte de la mano de obra expulsada por la industria y también reaccionaron "positivamente" ante la crisis. Este concepto de terciario refugio se venía aplicando ya a las actividades urbanas de servicios que absorbían el excedente de éxodo rural que no podía captar la industria. Por este motivo, el terciario refugio se suele identificar con un terciario pobre y primitivo y que en los últimos años tiende a circunscribirse a los países tercermundistas, asociado al concepto de hipertrofia urbana del sector servicios. Algunos autores, como Dalmasso (1976:9) lo describen como arcaico; otros, como Dickenson et al. (1996:206) llegan a identificarlo con el concepto de sector informal definido por Hart (1973), pero pensamos que esto no es correcto. El concepto de terciario refugio, como su propio nombre indica, debería reservarse precisamente para el carácter coyuntural (no siempre de baja productividad) y acomodaticio de muchas actividades, como ya hemos sostenido en otro trabajo (Córdoba, 1988) y que ahora mismo tiene especial relevancia en el contexto de los modos de producción flexibles. De ninguna forma se puede identificar (aunque sea muy probable) la idea de refugio con la de informalidad, a no ser que entráramos en juicios de valor sobre los contratos-basura.

6 La idea de la Revolución Terciaria, que afecta simultáneamente a todas las actividades económicas aunque restringida a los países desarrollados, fue concebida por Fourastié (1949) como "el segundo neolítico" de éstos, y ha sido ampliamente desarrollada por Lengellé (1966) como fruto del uso de las máquinas pensantes.

 

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