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Investigaciones geográficas

versión On-line ISSN 2448-7279versión impresa ISSN 0188-4611

Invest. Geog  no.58 Ciudad de México dic. 2005

 

Reseñas

 

Ortiz Álvarez, M. I. (2005), La población hablante de lenguas indígenas en México

 

Jesús Manuel Macías*

 

Instituto de Geografía, UNAM, México, Colección Temas Selectos de Geografía de México ( I.3.3), 102 p., ISBN 970-32-2621-3

 

* CIESAS-México

 

Una mirada al estado de cuestión étnica de México

El libro es la expresión de un trabajo meticuloso en el analizar y procesar información censal acerca de la población hablante de lenguas indígenas (PHLI) de México. Muchos de esos resultados, los más importantes, son llevados a una cartografía convencional que también expresa adecuadamente la vía de llegada del análisis censal de Inés Ortiz. Pero, hay que reconocer que el trabajo es más que eso, es decir, más que el simple análisis censal hay una aproximación al estado de la cuestión y también de otros trabajos antecedentes que se remontan al siglo XIX. Inés Ortiz ofrece los conceptos esenciales que orientan el trabajo de análisis estadístico como el sentido de la lengua en su expresión temporal y espacial y su valor en la conformación de la sociedad nacional. De alguna manera se puede decir que la tendencia general del libro es mostrar lo que Fossaert (1994) ha designado como el estado de la etnolisis de México para entender el proceso de la consolidación de la nacionalidad mexicana.

El libro es un resultado fiel de una parte del estilo de trabajo del Instituto de Geografía de la UNAM que mantiene en alta estima el análisis estadístico de datos censales para comprender u ofrecer diversos elementos de análisis acerca de ciertos problemas de la geografía social de México. Ello es ya una tradición que ahora puede ser considerada ya como significativa en el desarrollo de la geografía universitaria del México del siglo XXI. Ofrece potencialmente servicios invaluables a los análisis vinculados al tema central del libro, pero lamentablemente las ventajas de esos servicios no se hacen suficientemente explícitas.

Los problemas relacionados con la PHLI son diversos y de una gran importancia: la política del estado nacional frente a los indios (política de desarrollo social, desarrollo económico y político...); el valor electoral de la PHLI en una democracia en construcción, el sentido de la territorialidad de la PHLI que los sitúa frente a demandas tales como autonomía y su vinculación con el territorio o algo así como la juridificación de la territorialidad indígena a través del valor de la autonomía de gobierno.

El valor utilitario del comportamiento espacio-temporal de la PHLI

Hay otras esferas relevantes ligadas a los desprendimientos utilitarios del libro de Inés Ortiz que se refieren a la cuestión de las estrategias de defensa e investigación de la diversidad cultural donde las lenguas son una expresión fundamental. Hay, seguramente, algunas estrategias de los lingüistas profesionales para comprender y rescatar las lenguas en peligro de extinción como fórmula de "rescate de la diversidad cultural". Este tal vez es un tema pendiente en el énfasis literario de Inés Ortiz, sin embargo, lo plantea lateralmente y permite ver su importancia, para el que quiera hacerlo y sin duda habrá lingüistas en esta tesitura.

Se tiene que hacer la mención de que el libro estudia un tema fundamental en la actual vida del país que hace referencia al papel de la población indígena en el desarrollo económico y sobre todo político, de derechos humanos, de justicia social, entre otros. La misma noción de PHLI, es una que no intenta sino hacerse a un lado del complicado tema de la delimitación sociocultural de lo indio. Pero "hacerse a un lado" en este caso no debe entenderse como un acto de evasión dado que el libro ofrece material y datos que son consustanciales a cualquiera de las discusiones centrales de lo indio, que en este caso es como decir de lo étnico, y su importancia sociopolítica en México y en el mundo (véase: Washburger, 1992).

No se trata de definir que es lo indio con relación a la práctica de hablar una o varias lenguas indígenas o del sentido de lo bilingüe expresado por Ortiz como la práctica de hablar español (o castellano) y una lengua indígena. Se trata de mostrar una especie de comportamiento espacial y temporal de la PHLI, que es por demás importante como veremos.

Con el alzamiento indígena de diciembre de 1994 bajo la simbología y acción política del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) se retornó a la discusión pública del estado de la población indígena y su importancia política. La noción de lo indio ha sido subsumida a la de lo étnico que comporta una más cómoda y amplia fuente de referentes conceptuales (Barth, 1976).

La importancia política de la población indígena, vista si se quiere a través de la lente de la PHLI, puede contemplarse correctamente dimensionada por el reciente triunfo electoral del líder indio Evo Morales a la presidencia de Bolivia. Gracias a la organización de organizaciones de los diferentes grupos y pueblos indios que son mayoritarios en ese país se conjuntó la posibilidad de acceso nominal al poder. Faltaría ver si se realizan otros componentes del ejercicio mismo del poder que habrán de romper algunas contradicciones de los discursos reivindicadores de lo indio y el respeto a los derechos de los no indios.

En 1986, al realizar una investigación sobre la especialidad social de la región del norte de Jalisco y observando el dato contundente acerca de la población indígena mayoritaria del municipio de Mezquitic, se detectó la interrogante de la viabilidad de un triunfo electoral por esa razón, es decir, por una condición de mayoría demográfica reflejada en el ejercicio del voto electoral. La reflexión no era, desde luego, gratuita. Habíamos pasado varios días en un viaje de estudios dirigidopor Ángel Bassols en la Sierra Huichola (Bassols, 1988) y durante ese tiempo estuvimos constatando la opresión, discriminación y explotación de los indígenas a manos de caciques "mestizos" de las localidades urbanas de la región. Tan solo el recuerdo de las explotaciones forestales que esos caciques y otros agentes externos hacían de los recursos de las tierras huicholas, o la constante invasión de las propiedades comunales, es decir, la permanente existencia de condición de despojo, nos hacía relacionar la posibilidad de acceso al poder por la vía electoral atendiendo sólo el valor numérico de los habitantes en una unidad político electoral como lo es el municipio.

Evidentemente, la misma relación de pensamiento nos hizo llegar a la conclusión de que el dato étnico-demográfico, en el sentido en que se ha tratado, no determina ninguno de los desenlaces electorales cuando no hay organizaciones que capitalicen, en el estricto sentido de capital social, el peso cuantitativo y cualitativo del voto. También hay que reconocer que la condición de grupos subsumido en el poder o poderes fácticos igualmente dispone de la posibilidad de ver la nulificación jurídica del voto si ello favorece a intereses racistas como sucedió en la Sudáfrica de los años treinta, cuando el grupo de africaneers en el poder cambió la Constitución que les concedía el derecho a voto a los negros de las provincias de Natal y El Cabo (Sánchez y Reyes, 1973). Pero el contenido cuantitativo de la PHLI, o de las etnias, o de la población indígena para llegar a ese nivel de generalización, es consustancial a la posibilidad de acceso al poder por la vía electoral, es decir, representa algo más que un dato.

 

La expresión espacial de la PHLI

El libro de Inés Ortiz consta de cuatro capítulos más la introducción y las conclusiones. En el primer apartado, Ortiz destaca la parte de antecedentes de trabajos que, como el de ella, han realizado análisis del "comportamiento espacial" de la PHLI basándose en información censal y cartografía convencional, tal como ya se ha señalado. Los antecedentes que refiere la autora se remiten a esfuerzos de antropólogos mexicanos pioneros en contribuciones sobre la distribución de la población indígena a través del concepto censal de hablantes de lengua indígena. Miguel Othón de Mendizábal y Wigberto Jiménez Moreno, por ejemplo, publicaron en 1940 su "Álbum de mapas lingüísticos de la República Mexicana".

El capítulo segundo está reservado a la distribución espacial de las lenguas indígenas. Inicia con la referencia a algunas regionalizaciones de la población indígena como en el caso de la propuesta de las Regiones de Refugio de Gonzalo Aguirre Beltrán, y de las 20 regiones definidas por el extinto Instituto Nacional Indigenista llegando hasta la consideración de la gran región cultural denominada Mesoamérica. Inés Ortiz se permitió sanamente hacer eco de la crítica de Rubio y Zolla (2000) a muchas de las regionalizaciones sobre la población indígena, ya que generalmente ofrecen datos demográficos y pocas relaciones con otras "condiciones sociales, económicas o ambientales y culturales" (p. 23). En este apartado, Ortiz ofrece un mapa basado en información censal del año 2000 con base en las entidades federativas para desprender después una regionalización que toma en cuenta la propuesta de Mercedes Olivera de 1992 que dividió al país en nueve regiones indígenas.

El crecimiento absoluto de la PHLI en 70 años (1930-2000) ha sido de cuatro millones de personas, mientras que el respectivo de la población no hablante de lenguas indígenas ha sido de casi 81 millones. Ahora, evidentemente estamos frente a las cifras oficiales y con datos aportados a través de procesos socialmente complicados que no permiten mantener márgenes de certidumbre optimistas. Puede ser que el dato del total de población indígena no sea el correspondiente a la cifra que estamos mencionando. Vale hacer la aclaración, dada la sensibilidad del tema, y agregar que autores como Gilberto Jiménez (1994, p. 153) estiman que los grupos indígenas "tienden a crecer demográficamente por encima de la media nacional".

Para comprender la organización y tratamiento de la PHLI, Inés Ortiz dedica un buen espacio del libro al asunto de la lingüística de los grupos de población analizados por ella. Se trata de la organización de las lenguas y sus variantes según la noción de "tronco lingüístico". Aunque la autora destaca al menos dos tipos de clasificaciones de las lenguas en esos troncos lingüísticos, acude a la organización de la información realizada por el INEGI, y muestra la clasificación usada en una amplia tabla. El libro de Inés Ortiz nos da la oportunidad de valorar la conveniencia del uso y desuso de las clasificaciones lingüísticas con datos censales. Por ejemplo, Ortiz tiene disponible el mapa de grupos lingüísticos de Jorge A. Vivó de 1960 (p. 31) que si se compara con el mapa de distribución espacial de PHLI por troncos lingüísticos del año 2000 (basado en INEGI, p. 39) se pueden observar algunas interesantes cuestiones. En este último mapa se puede ver la correspondencia de población hablante de lenguas del tronco Otomangue (lengua mayoritaria en población mayor de cinco años) que igualan cartográficamente a estados como Baja California y Baja California Sur con Oaxaca. El mapa de Vivó (1960), por ejemplo, diferencia las lenguas bajacalifornianas (Siux Hocano) del grupo de lenguas (Otomí Mixteca Zapoteca) del área de Oaxaca y alrededores, con una correspondiente cartografía consistente con la evolución histórico-lingüística. La comparación por sí misma puede plantear interrogantes al respecto que tienen que ver sin duda con el fenómeno de la movilidad de la PHLI.

Es de destacar las posibilidades de análisis que ofrece el trabajo de Inés Ortiz al respecto, ya que en esta forma de mostrar la distribución de la PHLI , por ejemplo, las más altas tasas de crecimiento de población del tronco Otomangue (que engloba desde pames hasta el zapoteco), nos hace interrogar acerca del impacto de la enorme migración de población indígena oaxaqueña hacia las tierras agro-industriales de la península de Baja California e incluso más al norte donde existen en medio de condiciones laborales que no envidian en nada a la peor forma de esclavismo visto por la humanidad (Rivera-Salgado, 1998; Méndez, R. M., 2005).

El tercer capítulo estudia a la PHLI según su condición monolingüe o bilingüe. Este apartado inicia con base en lo que Inés Ortiz señala como "los cambios espacio-temporales" (p. 63) de la población indígena monolingüe. La autora ofrece las siguientes advertencias conceptuales: cada lengua implica una cierta semiología que a su vez significa un conjunto de elementos simbólicos orientadores del pensamiento, por lo que estos factores deben ser de importancia para entender las posibilidades y limitaciones del monolingüismo. Crane y Angrosino (1992) han advertido que la Lengua es el aspecto de la cultura que se vuelve más cercano a la condición de "previsible". Cada Lengua, según los autores, tiene ciertas reglas lógicas (de pronunciación, de formación de palabras y de gramática) cuya estructura puede ser graficada y clasificada, lo que permite que el lenguaje a menudo se tome como un modelo mediante el cual se puedan organizar otras actividades culturales, ya que la mayoría de esas actividades debe conceptualizarse a través del uso del lenguaje.

A partir de ello puede contemplarse la relación del estado mexicano con lo que se considera un problema: el monolingüismo.

También se le considera un freno para la "integración" de la población indígena (Foster, 1992) al "desarrollo nacional" o al menos a su discurso político. El desafortunado término "aculturación" entra en escena en la historia mexicana para tratar de incorporar a los indios al desarrollo de la "sociedad mayor" en gran parte a través de programas de bilingüismo (educación bilingüe y bicultural) que no son otra cosa sino la alfabetización en castellano principalmente.

Inés Ortiz muestra un dato muy interesante y es que la población indígena monolingüe, es decir, la que sólo habla su lengua, se ha mantenido en una cifra constante de alrededor de un millón de personas a través de 70 años (1930-2000) en tanto que la PHLI en su totalidad ha crecido casi en tres veces en ese lapso. Por eso es que en términos reales la PHLI monolingüe se ha reducido sustancialmente, ya que en 1930 representaba el 52% de toda la PHLI, mientras que en el 2000 sólo alcanzó la cifra de 16%. En este capítulo la autora identifica al mismo tiempo un crecimiento importante y correspondiente de la PHLI bilingüe, pero también ofrece otra consideración de importancia cualitativa al valor del bilingüismo, ya que sólo dos lenguas (náhuatl y maya) son verdaderamente importantes en términos de sostenerse en el crecimiento del bilingüismo, en tanto que otras muchas lenguas están prácticamente en amenaza de subsistencia.

El último capítulo de Ortiz está dedicado a la expansión de algunas lenguas indígenas en la década de 1990-2000. En este apartado la migración ocupa un lugar destacado en la explicación de este fenómeno o al menos de extensión de la PHLI, tanto en el territorio nacional como en áreas de los países vecinos del norte. Inés Ortiz sugiere que existen cuatro tipos de destino de esa extensión espacial de la PHLI, a saber, a) áreas rurales tradicionales; b) regiones de desarrollo agroindustriales; c) ciudades, y d) ciudades y áreas de Estados Unidos y Canadá. Es importante señalar que en el caso de los tres primeros tipos de destino son estadísticamente inteligibles a través de los datos censales oficiales de México, y el cuarto exigiría atisbar los correspondientes de ambos países para tener un cuadro justo del valor de la migración de este grupo de población. En tanto los esfuerzos para orientarse en ese camino se concretan, podríamos dar crédito a la sugerencia de la autora en el sentido de que probablemente no sean "cifras espectaculares" (p. 89) y que constituye un fenómeno de enorme importancia cualitativamente hablando.

 

REFERENCIAS

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