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Investigaciones geográficas

versão On-line ISSN 2448-7279versão impressa ISSN 0188-4611

Invest. Geog  no.54 Ciudad de México Ago. 2004

 

Editorial

 

Algunos economistas, ejecutivos y asesores del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), dirigieron su mirada hacia la geografía y reflexionaron sobre su influencia en el desarrollo de la región latinoamericana de los últimos años.1 Más allá de las prescripciones surgidas desde la economía, llegaron a la conclusión de que la geografía no debe ignorarse en las políticas de desarrollo de la región. En resumen, estamos ante el redescubrimiento de la geografía por parte de los economistas y otros científicos sociales, luego de muchos años de indiferencia y suspicacia.

La reflexión acerca del papel de la geografía en las políticas de los Estados latinoamericanos no es una novedad. La memoria geográfica de la región contiene numerosas iniciativas individuales y gremiales que, desde el nacimiento de los nuevos estados en los inicios del siglo XIX, señalaron la necesidad del conocimiento de los territorios y de sus recursos naturales. Las propuestas y resultados, puestos al servicio de los jefes políticos, indican un largo camino de experiencias, métodos y productos geográficos que son testimonio de la variedad e innovación conceptual y tecnológica aplicada a los problemas nacionales y su manifestación espacial.

Por tanto, la discusión actual entre especialistas de esa agencia internacional dedicados al análisis de las relaciones entre la geografía y el desarrollo regional para el éxito de las políticas públicas cobra importancia en el momento presente y merece atención no sólo por el nuevo diálogo abierto hacia la geografía, sino porque supone un giro para el mejor entendimiento de los problemas de la región latinoamericana.

El análisis realizado por los expertos del BID, en primer lugar, rechaza el fatalismo de condenar a la región a las interpretaciones racistas que, al estilo de Ellsworth Huntington (1924), consideraron que el ambiente y la herencia eran determinantes del carácter y disposición al trabajo y, por consiguiente, del progreso de las sociedades. En su lugar, identifican la influencia de la geografía en la productividad de la tierra, la presencia de enfermedades endémicas, los desastres naturales (huracanes y sismos; heladas y sequías; inundaciones y actividad volcánica; la intensidad y ocurrencia de procesos de remoción en masa), la localización de los países y su población en relación con la costa y la concentración de la población en áreas urbanas.

Ante esas condiciones geográficas o el posible incremento de la vulnerabilidad, el abanico de respuestas puede ser muy variado por la diversidad geográfica de cada país latinoamericano. La apuesta tradicional ha sido por más y mejores caminos y comunicaciones, al igual que las políticas de desarrollo urbano y regional con diferentes grados de coordinación administrativa; los programas de investigación pública y privada con colaboraciones internacionales, y de tecnología en áreas de salud y agricultura o las estrategias de desconcentración que suponen una organización territorial a diferentes escalas. La novedad en esos instrumentos de política pública con influencia en los efectos de la geografía, es la incorporación de las diversas variables geográficas (localización, altitud, temperatura y lluvias) que influyen en su efectividad.

En un ejercicio más descriptivo que analítico, los asesores del BID han realizado una serie de asociaciones que hacen interesante el caso mexicano. En este país, la latitud está asociada con el ingreso per capita: un incremento de un grado (poco más de cien kilómetros) está asociado con un aumento del ingreso per capita de casi 9%; este ingreso también se incrementa si nos movemos de oeste a este: el aumento de un grado en esta dirección se relaciona con un incremento del 2.5% en el producto interno bruto per capita. Los estados costeros de México son más pobres, que aquellos que no tienen salida al mar, y los estados que comparten la frontera con los Estados Unidos son 50% más ricos que el resto de los estados de la Federación mexicana, lo que significa que los estados fronterizos juegan el papel de estados costeros en otros países, es decir, son sede de la industria de la exportación y son puntos de entrada y salida de los flujos comerciales con los mercados mundiales. Respecto a la altura, está negativamente asociada con el producto interno bruto per capita. Sin embargo, esta asociación es débil y desaparece con la educación. Por su parte, las regiones más frías, que incluye al Distrito Federal, son más ricas, mientras que aquéllas húmedas son más pobres. Hay una notable relación entre la vegetación y el crecimiento económico: estados donde la vegetación es principalmente de áreas agrícolas y bosques, tienden a crecer a tasas más lentas. Por último, tanto la temperatura como la lluvia están íntimamente asociadas con el producto interno bruto per capita: estados con muy bajo o muy altos niveles de lluvia son, en promedio, más ricos en tanto que estados con niveles intermedios de lluvia (cercanos al rango de 1 000 mm) son los más pobres (Colima, Guerrero, Hidalgo, Morelos, Nayarit, Oaxaca y Puebla).

Estas apreciaciones, basadas en las estadísticas, indican que México no es un país homogéneo geográficamente y que esa diversidad juega un papel importante desde los tiempos prehispánicos hasta el presente. Las instituciones nacidas de las necesidades geográficas, desde hace varios siglos, aún ejercen su influencia en la vida económica y social actual. Esas variables geográficas han sido y aún continúan asociadas con importantes desequilibrios regionales lo que indica, entre otros, la adecuada revalorización multidisciplinaria de la diversidad geográfica para potenciar el desarrollo integral de México.

 

Nota

1 Luke Gallup, J., A. Gaviria y E. Lora (2003), Is Geography Destiny?, Lessons from Latin America, Stanford University Press/Inter-American Development Bank/World Bank, Palo Alto, California/ Washington, D. C.         [ Links ]

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