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Investigaciones geográficas

versión On-line ISSN 2448-7279versión impresa ISSN 0188-4611

Invest. Geog  no.53 Ciudad de México abr. 2004

 

Reseñas

 

Coll-Hurtado, A. y M. de L. Godínez Calderón (2003), La agricultura en México: un atlas en blanco y negro

 

Juan Córdoba y Ordóñez*

 

Colec. Temas Selectos de Geografía de México (I.5.4), Instituto de Geografía, UNAM, México, 152 p.

 

* Universidad Complutense de Madrid, España

 

Esta obra está respaldada por la colección de Temas Selectos de Geografía de México, patrocinada por el Instituto de Geografía de la UNAM con asistencia de la DGAPA, cuya coordinación ha dependido hasta ahora del buen hacer de la Dra. Teresa Sánchez Salazar y el Dr. José Luis Palacio Prieto.

Estamos ante el trabajo en equipo de dos respetables miembros del Instituto cuyo currículum es bien conocido y, en consecuencia, no debería distraernos demasiado.

Con este libro, la Dra. Coll suma un punto más en su ya dilatada carrera científica consagrada a explicarnos la realidad de México. Este currículum, que ha estado fundamentalmente orientado hacia la Geografía Económica y marcado por un profundo respeto a la Historia como factor explicativo de la realidad geográfica, se enriquece ahora con un trabajo tan sucinto como valioso que me obliga a repetir palabras que ya he tenido oportunidad de expresar en otra ocasión: ¿cómo se puede decir tanto en tan poco espacio?

La Maestra Godínez aporta, por su parte, su maestría (nunca mejor dicho) en el procedimiento cartográfico y nos brinda un mensaje de ánimo a todos los geógrafos: una herramienta tan poderosa como un SIG, bien manejado, eleva la capacidad de expresión cartográfica a cotas científicas indiscutibles por su objetividad y su precisión en la presentación de resultados. La Maestra nos demuestra que no basta con ser un buen técnico para hacer un mapa: hoy, la cartografía temática, exige verdaderos especialistas en el código de comunicación cartográfica que cuiden tanto la resolución del mapa como su legibilidad.

La estrecha colaboración de las autoras nos brinda un resultado serio, tanto en la perspectiva de la investigación como en la de la divulgación, esto es, en el horizonte de la comunicación que debe guiar el trabajo del científico social.

La presentación y comentario del libro que nos ocupa se puede organizar en torno a tres lineamientos fundamentales: i) la estructura y contenido del libro en sí; ii) las relaciones de la Geografía y la Cartografía y, por último, iii) algunas reflexiones sobre la actividad agraria en México.

 

Estructura y contenido del libro

Aunque sea obvio, el elemento clave que se debe destacar de este libro es, ante todo y como su nombre indica, que se trata de un atlas y, para mayor precisión, un atlas en blanco y negro, lo que sugiere de inmediato la idea de que estamos en presencia de una radiografía del hecho que se estudia.

Esta presunta radiografía de la agricultura en México debería descubrirnos los elementos de la estructura no visible del país y, en este sentido, podría decirse que el libro cumple de forma muy correcta este objetivo. La estadística censal es la fuente primordial de la información y la cartografía temática es la forma de expresión, acompañada por textos explicativos muy escuetos, cuadros y gráficos.

En total: 76 mapas temáticos, de los cuales 20 son cartogramas, 34 son mapas corográficos estatales y 22 mapas corográficos municipales, que nos informan sobre los principales factores y aspectos estructurales de la agricultura en el país: condiciones del medio natural, condiciones sociales y técnicas de la actividad agraria, superficies cultivadas y valores de la producción. Todo este compendio cartográfico se completa con: diez cuadros estadísticos, nueve gráficos y unos apéndices esclarecedores sobre la terminología utilizada, además de una bibliografía escueta, pero bien seleccionada, y sobre todo con un mapa final sumamente propositivo en el que se caracterizan, a nivel municipal, los espacios agrícolas de la República atendiendo al grado de modernización de la actividad agrícola y su inserción en los grandes circuitos comerciales.

El libro se organiza en seis grandes apartados a lo largo de los cuales se revelan los ya citados componentes estructurales de la actividad agrícola mexicana, estableciéndose en la parte correspondiente a la producción una acertada diferenciación entre la agricultura campesina y la agricultura comercial.

Sin embargo, más que esta estructura formal del atlas, interesa subrayar el método utilizado para el tratamiento de la información y esto nos lleva al segundo punto de nuestra propuesta.

 

Geografía y Cartografía

Manteniendo una genuina tradición geográfica, las autoras utilizan a lo largo de todo el libro un método discursivo recurrente que va sistemáticamente del análisis a la síntesis.

El análisis lo utilizan como método de aproximación a la actividad agrícola para desgranar una realidad no evidente y así descomponen tanto el medio natural como el social para enseñarnos los componentes básicos del tema que estudian: la pendiente, el agua, la urbanización creciente, la participación de la mujer en las faenas agrícolas, la dependencia del campo para la supervivencia, etcétera.

La síntesis final de cada apartado se expresa después en forma de reconstrucción explicativa, generalmente muy breve, para hacernos ver que el resultado es diferente al simple sumatorio de las partes. Es éste un aspecto del libro que me gustaría destacar especialmente: su contenido es interesante, incluso brillante, no tanto por lo que expresa sino por todo lo que sugiere.

En este sentido, las autoras no han sido exhaustivas en la descripción de la agricultura mexicana, pero sí lo han sido en la expresión de sus componentes. El texto del atlas guía al lector, aunque lo importante son los mapas y ahí es donde el lector adquiere su protagonismo: según su formación y su propia capacidad de análisis e interpretación, cada lector puede extraer de este libro la información que necesita.

Esta capacidad de transmitir información de forma codificada es lo que convierte a la Cartografía en una herramienta fundamental para el discurso geográfico y las autoras utilizan este instrumento con suma corrección.

La mayoría de los mapas son sencillos porque tienen una información muy analítica y bien desglosada; cada lector, en consecuencia, puede utilizar sus propias herramientas intelectuales para establecer las correlaciones que estime convenientes, profundizando así en su interpretación de los hechos. De esta forma, el estudiante encontrará en un mapa, por ejemplo, los municipios en los que se cultiva el maíz; en otro plano, un lector más diestro, será capaz de descubrir con la ayuda de otros mapas, las relaciones que existen entre esta distribución geográfica y las condiciones del medio natural, el grado de urbanización, la pervivencia de los sistemas de subsistencia y hasta los circuitos de la pobreza.

En otra ocasión he señalado que el recurso a la Cartografía como forma de expresión genuinamente geográfica debería ser un arma para nuestra defensa científica en la sociedad de la comunicación y la imagen que actualmente protagonizamos. Me satisface mucho comprobar cómo este libro apoya mis argumentos en el sentido de que no es necesario escribir textos complicados, ni eruditos, ni llenos de mensajes crípticos para lograr un resultado sobresaliente. Tal vez basta con hacer buenos mapas en los que la realidad se deconstruye de muchas formas, pero siempre con la posibilidad de recomponerla de forma prepositiva.

 

Reflexiones sobre la actividad agraria en México

Para terminar, me gustaría referirme a lo que considero que son las conclusiones principales de este trabajo y a algunas reflexiones personales que se infieren de ellas.

Estaría, en primer término, la importancia de la actividad agrícola en México, una actividad económica que como bien expresan las autoras, tiene un peso excesivo para un país del primer mundo y, sin embargo, tiene una aportación al producto interior que aleja ya a México de las estructuras típicas del subdesarrollo.

La agricultura ha desempeñado en México un papel primordial en su proceso de consolidación histórica. La revolución campesina ha sido, en este país, un ejemplo para el mundo y un verdadero símbolo de la identidad nacional. Actualmente la agricultura está siendo también uno de los pilares de la inserción de México en la economía global, en condiciones diferentes a las que en su día significó la economía colonial.

Sin embargo, como también señalan las autoras, esta inserción de la agricultura mexicana en los circuitos comerciales internacionales y modernos ha representado la ruptura de los patrones tradicionales del mundo rural. Esta ruptura tiene sesgos positivos: la modernización de la actividad agrícola, el incremento de la productividad... Pero los riesgos de la modernización a ultranza son también muy evidentes; es lo que en algún momento me he atrevido a denominar: "efectos perversos de la globalización".

Entre éstos debería apuntarse el dualismo de un mundo rural que se ha escindido entre unas actividades tecnificadas y muy capitalizadas y otro mundo anquilosado, de muy baja productividad y que, por desgracia, es el que ocupa a la mayor parte de la población activa en el sector, viviendo en condiciones de absoluta precariedad y anclada, a veces, en atavismos culturales que algunas organizaciones (dicen que filantrópicas) se esfuerzan en defender en aras del conservacionismo ambiental.

Este dualismo, que tiende a agravarse, es indisociable del fantasma de la dependencia, un efecto perverso de la globalización que está anidando con fuerza insospechada en los países que pretenden salir de la periferia del desarrollo porque se trata de una nueva forma de dependencia bidireccional. Por un lado está la dependencia de siempre: mercados productores trabajando a la voz de los mercados consumidores, siempre volubles e insatisfechos, esquilmantes por naturaleza: México está produciendo para Estados Unidos; es lógico y está bien, pero también en la medida que satisface las necesidades del vecino del norte, desatiende sus necesidades internas y esquilma, por ejemplo, sus acuíferos en beneficio de unos regadíos de dudosa sostenibilidad. Esto lleva a la nueva dependencia: la importación de lo básico, de lo que realmente es necesario para sobrevivir. Y en todo este proceso hay un fondo grave, de naturaleza psicosocial: se olvidan los principios fundamentales, los que forjaron la identidad nacional. Es obvio que las revoluciones no deben institucionalizarse, que deben modernizar y adaptar sus reformas, pero ¿no es, acaso, un atentado cultural el olvido de los ideales de justicia social que impulsaron esas revoluciones?

Globalización, modernización, dependencia y finalmente lo de siempre: pobreza. En todo este libro se la encuentra de forma visible o de forma velada. México crece, está claro, pero ¿a qué precio? Una de las autoras de este libro, a quien cito textualmente, ya señaló en otro trabajo: "es necesario buscar nuevos caminos que limiten el elevado costo social de las transformaciones finiseculares y permitan una ocupación racional del espacio". Hoy, las dos autoras concluyen de forma aún más lapidaria e inquietante: "(en México existe)... un espacio polarizado en el que los más pobres no tienen esperanza".

Como investigador, esta aseveración final me conmueve y me llena de rabia. ¿Qué debo hacer, cuál debe ser mi camino como científico social para corregir este problema? Pero al mismo tiempo me lleno de esperanza: tenemos mucho que trabajar. Mientras existan libros como éste, aún tenemos criterio y, en consecuencia, capacidad para actuar.

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