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Estudios sociales (Hermosillo, Son.)

versión impresa ISSN 0188-4557

Estud. soc vol.16 no.32 Hermosillo jul./dic. 2008

 

Reseñas

 

Las formas íntimas de leer sobre lo ajeno: reflexiones sobre el libro Masculinidad e intimidad: identidad, sexualidad y sida.

 

Maribel Álvarez*

 

Guillermo Núñez, (2007). Masculinidad e intimidad: identidad, sexualidad y sida. México, D.F., PUEG, El Colegio de Sonora, Porrúa, 386 pp.

 

* Centro de Estudios sobre el Noroeste de México. Universidad de Arizona. Correo electrónico: alvarezm@u.arizona.edu

 

Hace poco hojeaba el libro de ensayos del poeta cubano Eliseo Diego titulado La insondable sencillez (1983) donde su hijo Eliseo Alberto escribe en la introducción que su padre consideraba que una de las razones más legítimas para escribir un libro es no haberlo encontrado en ninguna parte, o sea que nadie lo haya escrito antes. Y, sin embargo, ser una voz innovadora, interesante, o hasta provocadora, no es suficiente razón para escribir un libro, pues como el mismo Eliseo Diego apuntaba, el quehacer creativo del escritor (excepto algún caso aislado de un cínico supremo) siempre parte de una necesidad íntima del propio autor. Como diría Guillermo Núñez Noriega – ya reconocido como autor de un cuerpo de trabajo extenso sobre la sexualidad en México y por ende estimable conocedor de los matices más delicados de la introspección– el escritor, el antropólogo, el analista siempre debe preguntarse: ¿Cuál es mi deseo?

En este sentido, como investigador y autor, Guillermo Núñez ha sido transparente y, por lo tanto, inquebrantablemente ético, dos cualidades de rigor en cuanto a que el tema a tratar puede ser considerado por algunos de cierta manera "escabroso" o incómodo. Las personas de Hermosillo y de las comunidades de la sierra de Sonora sabían que realizaba una investigación y que ésta trataba sobre las formas de ser hombre, la sexualidad, el machismo. El autor, además, reveló en el proceso de investigación, y en el texto propiamente, su experiencia de vida "en la disidencia sexual y de género". Para que no quedaran dudas sobre los protocolos metodológicos en las páginas 90 y 91 aclara lo que hizo y no hizo durante el curso de la investigación. Por último, el postulado teórico/investigativo aparece desnudo y revelador a través del texto. Es representado como un deseo de ofrecer un descubrimiento radical, o sea, "en la lucha social por las concepciones mismas de lo que significa ser hombre se encierran las posibilidades amorosas" (p. 92). Éstas, nos dice el autor, son posibilidades de salud, de placer, de tranquilidad, de democracia, de dignidad, de felicidad, incluso de vida, para muchos seres humanos. El libro despliega una meta ciudadana y humanista: vivir es sentirse vivo, y hay poderes y regímenes que deforman las posibilidades de sentir, especialmente entre los varones. Sin embargo, estos poderes alienantes nunca extinguen totalmente las posibilidades de la subjetividad. Más que asomarse o intuirse sutilmente, las posibilidades se deslizan apretadamente, se insertan, se resuelven, se maniobran entre espacios específicos de la vida cotidiana (en el rancho, en la cantina, en una caminata por el río, en la plaza). Los espacios, a pesar de ser visibles en cuanto a la sociabilidad que conllevan, casi siempre son angostos (a veces secretos) pero aun bajo esas circunstancias no dejan de ser también precariamente placenteros.

Entonces, el libro tiene los elementos necesarios para ser libro: una temática fértil, un autor con valores, metas y propósitos bien asentados; unas respetables instituciones de investigación y una casa editorial, así como un crítico nacional (el maestro Carlos Monsiváis) que lo enmarca dentro de un amplio contexto histórico sobre "lo gay" en México (señalando con su característico estilo y modo desenfadado: "este libro va a ser importante en nuestro país"). Pero todo esto, aún, no es suficiente para medir la importancia de un texto. Ya está bien establecido que las audiencias de los libros académicos no superan más que los consabidos inner–circles. Para que sea de verdad importante, un libro tiene que leerse con el mismo gusto y placer con que fue escrito: tiene que hallar su espacio en nuestras mesitas de noche, en las mochilas, en el baño donde a veces aprovechamos para leer, o en la cocina, manchado de chile verde, o hasta en el patio al lado de esa silla desteñida y destartalada donde nos gusta sentarnos antes o después de la cena. En fin, ahora nos toca a nosotros, los lectores, leer con intimidad las intimidades de otros. Y es mi deseo, como lectora, reflexionar sobre el resto del ensayo. Específicamente, quisiera referirme a cinco filtros que pienso son importantes confrontar al encontrarnos ante un texto tan excepcionalmente inteligente; un texto que nos recuerda lo mucho que no sabemos sobre tantas cosas de las cuales nos consideramos tan conocedores. Un texto crítico para la tarea de ser más humildes (y quizás también más rigurosos cuando de postulados totalizantes se trata).

Considero que el primer filtro a vencer es la incredulidad: cómo explicar el desconocimiento de un campo afectivo que existe aquí entre nosotros, incluso entre compadres. Habrá lectores que simplemente dirán "no lo creo", "no es posible", "esto no puede ser"– y en estas afirmaciones estará también de manera implícita la antropología misma, por las reducidas concepciones de la intimidad entre varones que ha difundido (dotándonos de manera indirecta del placer de sabernos "conocedores" de algunos temas por haber sido testigo aquí o allá de esto o aquello, en todos los casos eso simplemente "casos" sin un marco más allá de un englobamiento conceptual que generaliza y excluye lo que no "encaja" en la propuesta). El discurso dominante, incluyendo el que articulan quienes se han sentido complacidos de "entender" lo diferente de las relaciones homosexuales en México (y este entendimiento a su vez se reduce a un orden jerárquico anal –quien recibe y quien penetra) ha producido llamados expertos sobre lo masculino. Pero sabemos que las estructuras de sentimiento de lo social no se contienen dentro de las opiniones expertas de nadie; mientras ciertas vertientes de pensamientos congelan los significados de lo homoerótico en México, el deseo y las prácticas disidentes en su cotidianidad antropológica por su lado continúan derritiendo esquemas. Lo que será verdaderamente increíble para muchos lectores de este libro será reconocer que la categoría denominada "subjetividad homosexual" no es adecuada para entender a todos los sujetos involucrados en experiencias homoeróticas. Será una incredulidad ante la ruptura –ante las incoherencias que persisten y por ende retan el consabido conocimiento experto, médico y sociológico.

El segundo filtro creo tiene algo que ver con la función cognitiva de las homologías: ¿Estas situaciones de intimidad entre hombres de la sierra y de Hermosillo son equivalentes a qué? ¿A la vida gay que ya tan familiar se nos hace a través de los medios y la difusión de "shows" en cable como Will & Grace? ¿A la fluidez queer que tantos jóvenes cosmopolitas de hoy en día usan a modo de moda? ¿A una versión (también bastante familiar) sobre los hombres "muy machos" –que circula a modo de chismecito de domingo–aquellos que al no poder controlar su hiper–sexualidad genética por ser hombres se echan a cualquiera? Visto desde un punto de vista pedagógico lo homólogo nos puede acercar a nuevos conocimientos, nos permite hacer analogías que desglosan lo extraño y lo hacen más accesible. Pero del mismo modo, una analogía mal colocada nos puede paralizar. Por lo tanto, es cierto que algunas relaciones homoeróticas se conforman a los modelos ya conocidos del "joto" y el "mayate," pero para muchos otros tipos de intercambios físicos y emocionales entre hombres el modelo es inadecuado.

En este libro Núñez postula una alternativa a la torpeza discursiva y conceptual que hasta ahora ha imposibilitado la referencia a lo homoerótico sin recaer en lo estereotípico. Las anécdotas, notas de campo, las transcripciones crudamente reales y emotivas del discurso de hombres a los cuales yo (una mujer académica norteamericana) nunca podré conocer como los llega a conocer el investigador (sonorense, conocedor de los "cotorreos" de pueblo, también masculino, también un buen amigo que hace favores a los vecinos con quienes convive en la Sierra) proclaman una heterogeneidad de las practicas sexuales impresionante. Esta multiplicidad de formas de vivir la intimidad entre hombres resulta ser –en el contexto de un México que aspira a la modernidad sexual en sus muchas formas sociales –una verdadera revolución teórica. En el epílogo, el autor invoca al escritor Guy Hocquenghem para resumir el modo en que quizás un cambio conceptual orientado hacia esta heterogeneidad puede también (posiblemente) llegar a ser un cambio político consecuente: estas capacidades de vivir el deseo más allá de las etiquetas dominantes pudiera quizás también demostrar el "potencial de cada ser humano" y nos ayudaría a "constituir una sociedad más solidaria, más igualitaria, más generosa" (p. 367). En este sentido el libro es para todos: para los gays y las lesbianas, y para los straight y los que nunca jamás han escuchado el término heterosexual (ni les interesa); en fin, para todos los hombres y mujeres, punto y aparte.

Propongo la problemática de la invisibilidad como tercer filtro. Nuestros modelos de comprensión, dice Guillermo, "invisibilizan componentes de la realidad" y se vuelven cómplices de los sistemas de dominación. Porque no lo entiendo yo, dirán algunos, o porque nadie me dio acceso ni confianza a mí a escuchar estas confesiones, concluyo que no existen. Pero, sin embargo, en este libro vemos precisamente demostrada la dialéctica de lo no nombrable: la invisibilidad se materializa en su propio sistema de significación (las miradas, las insinuaciones, el juego de palabra –pues que onda, güey? Pos nada, que onda pues?– los encuentros, pudiéramos decir circunstanciales, –compartir la cama porque sólo hay una– los viajes para transportar mulas, el deber con la esposa y los hijos, la canción de Chente cantada a coro después de una cuantas cervezas, la fiesta de despedida para el amigo). Estos signos del deseo latente no son vistos (y en esto que me disculpe el maestro Monsiváis) como cuestión de salir del closet (hacerse visible). El propósito de hacer estas tácticas para relacionarse visibles en el libro, nos reitera el investigador, no es satisfacer la curiosidad metropolitana y pícara de leer sobre la vida sexual de los "nativos;" es cuestionar las categorías dadas construyendo una genealogía radical del saber donde lo homosexual y lo no homosexual forman parte de una misma estructura significante, es decir la homofobia, que marca todas las dinámicas de la identidad masculina, no solamente la de los homosexuales.

Si por un lado es cierto que el libro se inserta en las corrientes que intentan teorizar las "historias no oficiales" y por lo tanto recuerda algunos de los textos antropológicos que profundizan el tema de la "resistencia" a los sistemas hegemónicos, el lector no debe ni por un instante asumir que el tratamiento de estos modos de resistencias son romantizados por el autor. Aquí radica el logro más significativo del trabajo: por un lado el texto valoriza las expresiones cotidianas asociadas a la hombría, pero en el mismo marco analítico hace trizas aquellos aspectos del "sentido común" que expresan un discurso "profundamente patriarcal, violento" (p. 90). O sea, este libro hace "visible" mucho más que una narrativa heroica y promiscua; también expone al aire libre los "trapos sucios" que sostienen en su lugar el sistema de dominación sexo–género.

La consideración de las dinámicas binarias visible/invisible pone al descubierto el cuarto filtro que considero importante superar. Este se ocupa de la problemática de la interioridad. Si se ha llegado a reconocer en la ciencia que hasta las abejas, los tiburones, y las hormigas parecen tener "vidas emocionales" que hasta ahora desconocíamos (por ser incapaz el ser humano de traducir el lenguaje emotivo de estas especies) ¿Por qué aún sabemos tan poco sobre la vida emocional interna de los hombres? Los hombres que lloran o se emocionan ante las ternuras cursis de lo sentimental en la cultura popular arriesgan el estigma de ser marcados como "afeminados". El fenómeno de la intimidad entre los hombres se ha reducido a un fenómeno estrictamente sexual. Pero ¿Qué sobre las posibilidades de la ternura y el amor? En este libro se nos presenta a un personaje recurrente, Ventura. Un hombre masculino, vaquero, con una marcada debilidad por otros hombres. Pero en un momento de desgarradora transparencia, Ventura confiesa al antropólogo: "Sí, me gusta que me hagan el amor [agrega en voz baja], pero yo lo que más quiero es sentir el cariño, así, la amistad con ternura, así algo bonito, sentir que nos queremos, besarnos y todo, pues" (p. 216). ¿Cómo se debe traducir la palabra cariño en el contexto de la amistad homoerótica? Todos tenemos historias sobre hombres sensibles de una familia o de un pueblo; a veces es el artesano que trabaja con las manos, a veces es el abuelo, a veces el tío que nunca se casó. El caso es que nuestra humanidad nunca estará completa hasta que no se puedan abrir los espacios que permitan estas posibilidades (al amor en sí mismo pero también al deseo sexual que a veces acompaña a la amistad entre varones).

Y es precisamente esta noción de la amistad la que me lleva a proponer como quinto y último filtro el tema de la empatía. Es la amistad la que nos abre la posibilidad de una nueva conciencia sobre las relaciones de pareja. Pero ser empáticos con el Otro, o sea humanizarnos con las subjetividades ajenas hasta las últimas consecuencias (incluyendo la posibilidad de enamorarnos de nuestro propio sexo) ha sido casi imposible como proyecto utópico y liberador. Una terrible barrera nos lo impide: la homofobia. La escritora y teórica Chicana Gloria Anzaldúa dijo que la homofobia es el temor de regresar a casa. Guillermo Núñez ha escrito, en otro texto, que la homofobia no es el odio a los homosexuales sino el miedo al deseo propio. En el capítulo tres examina la metáfora corporal de "rajarse" como un terreno discursivo donde los hombres emprenden negociaciones delicadas sobre la hombría y la intimidad. El concepto de "rajarse" tal como es usado en México (en las islas del Caribe, por ejemplo, se habla de "partirse") figura como una metáfora corporal de las limitaciones impuestas socialmente a las identidades de género. Para los hombres indexa una forma de subjetividad como cuerpo cerrado (sin fisuras, duro, recio, sólido, invulnerable). Para las mujeres, visto de manera simple, la subjetividad es más "blanda" (más suave y sensible) pero a la misma vez implica el descontrol, la debilidad, el ponerse histéricas, el no ser racionales.

Los hombres, bien hombres, ocultan el cuerpo (no se andan luciendo); las mujeres, bien mujeres, hacen lo contrario. Los hombres que traspasan estas fronteras y se "rajan" (se quejan mucho, hablan sin control, violan el hermetismo, se alteran fácilmente y más importante aún se "abren emocionalmente") son "blandengues", afeminados, locas. El control social sobre el rajarse es fulminante; las exigencias que impone en los niños varones recurre a la amenaza del estigma. Núñez se limita a su material etnográfico (como deber ser) y no abunda más allá sobre las formas en que estas regulaciones de género impactan a las niñas. Pero pienso que el orden simbólico que vigila el rajarse en los varones quizás también sea cómplice de las formas en que se ejerce violencia sexual hacia las niñas para "abrirlas" (el incesto, por ejemplo, como epidemia social invisible). El investigador sí reitera una gran verdad: la homofobia y la misoginia son dos caras de la misma moneda del sexismo, piezas de una tecnología de poder sobre las identidades y las posibilidades de intimar (p. 199).

Por ello, si tantas prácticas de los varones en México, pregunta el antropólogo, están condicionadas por el concepto de rajarse (o mejor dicho, el no hacerlo) ¿De qué forma logran los hombres superar estas vigilancias sobre la expresividad y "sangrar por la herida" (como dice la canción de Vicente Fernández)? Para contestar esta pregunta Guillermo introduce el espacio social hecho posible por la estrategia hablada de lo que, basado en la misma canción ranchera tan popular en las cantinas, el llama el "acá entre nos." En esos momentos donde se invoca, el "acá entre nos" abre un espacio emocional donde los varones se atreven a explorar otras posibilidades de ser. Las confesiones de vulnerabilidad en este espacio lingüísticamente negociado con la frase "acá entre nos" permiten a los hombres "rajarse" entre sí (y en modos impredecibles hasta a veces transformar las formas mismas de la masculinidad y la homofobia).

Es aquí donde el libro, una vez más, vuelve a hablarnos a los lectores que buscamos una empatía que nos humanice. El reconocimiento de las tácticas sociales de la homofobia, la marginalización de las posibilidades emocionales de la hombría, nos debe llevar a pensar en como tratamos todo lo que –a través de ordenes simbólicos internalizados, estimamos despreciable en nosotros mismo. Ese menosprecio dañino que imposibilita a los hombres "rajarse" ante la ternura personal o ante las injusticias sexistas también debe iluminar los modos en que todos, hombres y mujeres, acostumbramos atrincherarnos en nuestros miedos. Los miedos llevan a la dureza, la dureza a la falta de análisis, la ausencia de crítica lleva a la prepotencia, y así se va construyendo todo un aparato de poder que deshumaniza y destruye.

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