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Estudios sociales (Hermosillo, Son.)

versión impresa ISSN 0188-4557

Estud. soc vol.16 no.31 Hermosillo ene./jun. 2008

 

Reseñas

 

Naturalezas, saberes y territorios comcáac (seri)

 

Juan Luis Sariego Rodríguez*

 

Luque Agraz, Diana y Antonio Robles Torres (2006) Naturaleza, saberes y territorios comcaác (seri) México, SEMARNAT, Instituto Nacional de Ecología, Centro de Investigación en Alimentación y Desarrollo A.C., 360 pp.

 

* Profesor Investigador, Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH–Chihuahua) Correo electrónico: juanluis.sariego@gmail.com

 

Naturaleza, saberes y territorios comcaác (seri) es algo más que un libro porque nos remite a lo que es ya un momento muy importante en la historia del pueblo comcáac y que se expresa en la realización del mapa de los sitios con valor cultural que hoy se enseña en la Escuela Tradicional de Punta Chueca. Quizás sea la primera vez que los jóvenes se enfrentan a una narración escrita que cuenta la historia y la forma de ser, comcáac pero también lo es para el resto de la nación mexicana. En el libro y en el mapa se expresa no sólo la manera como los comcáac ven y viven su territorio, sino también cómo quieren que los vea el resto de los mexicanos y cómo quieren seguir siendo.

Se encierra una provocación: son los seris, y en particular su Consejo de ancianos, quienes acaban de lanzar una piedra, quienes hacen modernas señales de humo, esperando que el Estado, la sociedad nacional y los yoris tengamos capacidad para entenderlos y devolverles la palabra. Han iniciado con este libro su provocación para comenzar un verdadero diálogo de saberes.

Al igual que Moosnípol, la tortuga marina laúd o de los siete filos, tan apreciada y respetada por los comcáac, la obra tiene muchas aristas. Quizás la más filosa de todas es el justo reclamo, a través de la voz y la palabra escrita de Diana Luque y Don Antonio Robles, por que su manera de entender, cuidar y vivir su territorio sea escuchada, respetada y tomada en cuenta por los científicos y por los políticos ligados a la conservación del medio ambientes, quienes, de una u otra forma, deciden en el presente y en el futuro de ese territorio.

El saber comcáac es en realidad complejo y profundo. Como lo muestran los autores, este saber conforma un sistema étnico de socialización de la naturaleza que se fue construyendo a lo largo de los siglos y es resultado de la relación entre las comcáac y el mundo externo, su hábitat, desde tiempos inveterados pero, en especial, a partir de la tercera década del siglo pasado cuando el Estado moderno mexicano, la religión cristiana y el mercado, comenzaron a asediar a los seris.

A pesar de ello, han logrado elaborar y practicar un modo de relación con la naturaleza que se sustenta en la forma de vida comunitaria, en el profundo y a veces heroico arraigo al mar, las islas y al desierto, a la capacidad para relacionarse entre sí y con la naturaleza de forma intersubjetiva y a su habilidad para encontrar respuestas flexibles ante eventualidades o históricas, sean éstas de carácter natural, social o político.

Como instrumento para hacer viable el modo de relación, los comcáac han construido esquemas explicativos– schemata de praxis, como dice Descola y se retoma en el estudio– que les sirven para ordenar las prácticas de usos de los recursos naturales mediante una estructura conceptual que encuentra su expresión en normas internas, razonamientos coherentes, elaboraciones míticas y rituales.

También esta cultura socioambiental se caracteriza por propiciar una serie de conductas y defender un conjunto de principios éticos que apuntan hacia la regulación y el manejo de los recursos naturales marinos, costeros y desérticos, así como una taxonomía que sirve para entender y ordenar el territorio y una apropiación simbólica de éste.

Cuando se lee el texto y analiza la complejidad, historicidad, flexibilidad, contextualidad y utilidad de tales saberes pensamos que se trata de una ciencia compleja que reúne todos las garantías para poder dialogar con la otra ciencia, la hegemónica. En el mismo sentido, el libro muestra y demuestra que hay bases objetivas para sustentar el diálogo de saberes, que los comcáac tienen mucho qué decir y proponer y que sólo con una actitud receptiva y respetuosa, las instituciones públicas y sociales ligadas a la conservación y ordenamiento del territorio en el Golfo de México, pueden aprender de esta otra ciencia.

En su arista más académica, el libro muestra una especie de complejo transecto o recorrido intelectual de la autora a través de la interdisciplinariedad abarcativa de los discursos de la conservación, la ecología política, la filosofía existencial y fenomenológica, las concepciones semióticas de la cultura y la metodología cualitativa heredada de Weber y de su opción por el estudio del sentido de los hechos sociales.

Es un recorrido complejo, laborioso y digno de admirarse porque implicó, sin duda, la búsqueda en diversas fuentes y disciplinas y porque creo que desembocó en una visión integral del problema. Considero que el mapa de los sitios comcáac con valor cultural es el gran logro del documento y del trabajo colectivo; combinando tecnologías digitales modernas con saberes ancestrales, el mapa da nombre y apellido a más de 280 sitios del territorio comcáac. No sólo eso, también los carga de sentido, de historia, de carne y sangre, de mitos, de leyendas, de infortunadas batallas perdidas frente a la civilización y de repentinas victorias cósmicas de sus héroes nacidos en lo más profundo de la tierra y del mar. El mapa que se anexa al libro es la mejor prueba de qué tan complejos, abstractos y a la vez reales, empíricos y prácticos pueden ser los saberes indígenas.

Una tercera cara es la que tiene que ver con el problema central para el dialogo de los saberes: el de la ética. En diferentes momentos se narran los avatares que guiaron la relación interpersonal entre Luque y la sociedad seri. Rompiendo con los esquemas clásicos, la autora tuvo que aprender una forma diferente de hacer ciencia, lo que implicó dejarse llevar por los guías y metodólogos comcáac para entender que no todo lo que se sabe debe ser dicho, que el conocimiento no está más allá del compromiso ético y que el silencio es a veces el discurso más convincente.

El texto no sólo muestra el modo de relación de un pueblo con la naturaleza, sino que también enseña a practicar una ética, punto de partida y condición ineludible para que el encuentro de saberes pueda ser fructífero. En estos tiempos tan poco propicios para convencer a quienes en las altas esferas toman decisiones de que la ciencia y los científicos tienen algo que decir y proponer sobre nuestra realidad y nuestro futuro. En ese contexto, el trabajo de Luque y Robles es una severa llamada de atención porque no sólo urge a una profunda renovación de los discursos científicos sobre el modo de relación entre la sociedad y la naturaleza, sino porque apuesta, de forma clara y comprometida, a un diálogo de saberes al que nos conminan hoy los comcáac y en el que no pueden estar ausentes ni los científicos ni los políticos.

Dicen los tarahumaras o rarámuri de la sierra de Chihuahua que en el principio del mundo, Dios Onorwame juntó a todos los seres vivos del bosque y les dijo:

Vengo a preguntarles qué opinan sobre si quieren que haya muerte o no. Los animales y las plantas pensaron y dijo un puma gordo y enorme: "Los animales grandes no queremos que exista la muerte". Entonces los animales chiquitos protestaron: "Nosotros, los camaleones, las lagartijas, los sapos y muchos otros, sí queremos que exista la muerte porque si no, habrá muchos animales grandes y nos van a pisotear todo el tiempo".

Dios pensó un rato y finalmente tomó en cuenta a los animales pequeños. "Sí, va a haber muerte", les dijo, "pero los que van a tener más larga vida van a ser los pinos, los encinos y otros árboles más porque ellos no caminan, no pisan ni hacen daño a nadie". Y es por eso que existe la muerte y los árboles duran tantos años...

Quizás los comcáac y sus saberes sobre la naturaleza son como los pinos, los encinos y los árboles del relato rarámuri. Esos conocimientos y esa manera de ver y vivir en el mundo, en el desierto y en el mar, a nadie hacen daño, sino que por el contrario a todos nos enseñan, nos inspiran y nos ayudan a vernos en el cosmos de una manera diferente.

Por eso también, como en el cuento de los rarámuri, los saberes seris sobre el Hant (el hábitat) comcáac, sobre el hombre y la naturaleza, sobre el territorio y la gente, están llamados a vivir por siempre.

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