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Estudios sociales (Hermosillo, Son.)

Print version ISSN 0188-4557

Estud. soc vol.16 n.31 Hermosillo Jan./Jun. 2008

 

Artículos

 

Industrialización sonorense. Itinerario de un proyecto inconcluso

 

Miguel Ángel Vázquez Ruiz* y María del Carmen Hernández Moreno**

 

* Profesor–investigador del Departamento de Economía de la Universidad de Sonora. Correo electrónico: mvazquez@pitic.uson.mx

** Investigadora del Centro de Investigación en Alimentación y Desarrollo, A.C. Correo electrónico: mar@ciad.mx

 

Fecha de recepción: agosto de 2007.
Fecha de aceptación: octubre de 2007.

 

Resumen

Una de las asignaturas pendientes de la economía sonorense es alcanzar la industrialización a partir del uso de sus materias primas, sus propios esfuerzos institucionales y su clase trabajadora y empresarial. Es decir, a partir de las potencialidades de carácter endógeno.

En el presente artículo se describe y discute el itinerario histórico de la industrialización del estado de Sonora, con base en el estudio de las distintas estrategias emprendidas por los gobiernos, especialmente las correspondientes al sexenio 1961–1967. Éste se considera el principal intento institucional de bases internas por encauzar a Sonora hacia una alternativa industrial, misma que no obstante sus bondades, sucumbe ante la legitimación del proyecto maquilador. Se sostiene que los impulsos gubernamentales se han visto maniatados por la existencia de una clase empresarial con poca o nula visión industrializadora. En este sentido, el propósito para darle al estado una identidad industrial está en manos del capital extranjero.

Palabras clave: industrialización, Sonora, endógena, gobiernos, empresarios.

 

Abstract

One of the pending assignments of Sonora's economy, is to reach an industrialization stage from the use of its raw materials, its own institutional efforts and its working and entrepreneurial classes, that is, from its endogenous potentialities. This paper describes and discusses the historical itinerary of the industrialization process of Sonora, based on the study of the different strategies undertaken by the governments, especially those from 1961 to 1967. This period is considered as the main institutional effort of internal bases to guide Sonora towards an industrial alternative, which even though its goodnesses, has succumbed before the legitimization of the 'maquiladora' project. It is argued that the governmental initiatives have been restricted by the existence of an entrepreneurial class, with little or none industrial vision. In this sense, the intention of giving to the state an industrial identity is into the hands of foreign capital.

Key words: Industrialization, Sonora, endogenous, enterprise.

 

Introducción

A lo largo de ya casi cinco décadas, han sido varios los intentos desde el gobierno para aplicar en el estado de Sonora un modelo de industrialización endógeno sobre la base de encadenamientos que agreguen mayor valor a los productos tradicionales, antes de enviarlos al mercado nacional o al internacional. No obstante estos esfuerzos, el modelo que finalmente ha dominado ha sido de carácter exógeno construido, en esencia, en torno a la maquila y el clusters de la industria automotriz, de escaso contacto con la estructura productiva doméstica, impulsado básicamente por capital extranjero. Por los resultados obtenidos hasta ahora, Sonora dista mucho de ser un paradigma a seguir. En los últimos tres lustros su índice de industrialización ha permanecido rezagado frente a la media nacional, ubicándose en el último peldaño respecto a los demás estados fronterizos, amén de que el grado de integración de las maquiladoras a su economía, tampoco es significativo.

Las iniciativas para impulsar la creación o, en su caso, reconstrucción, de eslabonamientos entre cadenas productivas, a fin de reactivar las fases encargadas del suministro de insumos, deben partir de una evaluación crítica de las acciones que tanto los dueños del capital como los gobiernos regionales emprendieron durante varias décadas. Ello con el propósito de hacer de la sonorense, una estructura capaz de transformar in situ sus materias primas. El presente trabajo tiene como objetivo aportar elementos para esa explicación.

Llevar a cabo un ejercicio de esta naturaleza resulta clave en la época actual, en la que el territorio sonorense forma parte de las estrategias de posicionamiento y expansión de los capitales internacionales ubicados, principalmente, en las ramas automotriz, agroindustrial, textil, electrónica y minera.

Se sostiene la tesis en el sentido de que si bien en los orígenes, la década de los sesenta del siglo pasado, hubo una voluntad explícita del gobierno del estado para estimular las actividades industriales, sus estrategias chocaron con las limitaciones de la clase empresarial sonorense, ausente de vocación industrial.

En esta visión del problema reviste especial interés las estrategias emprendidas durante el sexenio del gobernador Luis Encinas (1961–1967), ya que es en su sexenio cuando se dieron las primeras acciones concisas y permanentes en aras de la industrialización local: la organización del primer Congreso Industrial de Sonora que sirvió de preámbulo al Plan de Diez Años, así como a la expedición de la Ley No. 16 de Fomento Industrial, instrumentos, ambos, de política económica regional que constituyeron piezas fundamentales de las medidas gubernamentales para engendrar un proceso de industrialización de carácter endógeno.

Por aquellos años y de forma casi paralela, el gobierno federal decretó el inicio del Programa Nacional Fronterizo (1961–1965), conocido como PRONAF. El objetivo general era fomentar el desarrollo económico y social de la región fronteriza (Mendoza, 1982: 52), así como el programa de la industria maquiladora para la frontera norte de México (1965–1970), que tenía como propósito promover el establecimiento de plantas ensambladoras a lo largo de toda la frontera norte del país, crear empleos, elevar los ingresos y el nivel de vida de la población, formar mano de obra calificada e incorporar insumos nacionales en los productos de las plantas maquiladoras (Mendoza, 1982: 53–55).

Como se puede observar, durante la década de los sesenta, el proceso de industrialización del estado se definió en la confrontación de dos proyectos: uno de carácter endógeno y otro de índole exógena.

En específico, proponemos centrarnos en el impacto que tales medidas tuvieron en sus primeros años de aplicación. Con dicho propósito, analizaremos la respuesta que los principales grupos empresariales locales dieron a las iniciativas gubernamentales y presentaremos de qué manera lograron diversificar sus actividades económicas, tradicionalmente orientadas al sector primario, hacia el ámbito industrial.

Consideramos que si bien el fenómeno aludido ocurrió hace ya casi cincuenta años, la situación actual de la industria sonorense es un tema vigente y oportuno para entender la posición que en nuestros días guarda el capital autóctono frente a los cambios registrados en la economía regional, en virtud de los procesos de globalización. Desde la perspectiva de la acción empresarial, el tema también reviste especial relevancia en momentos en los que se registran las primeras reacciones de los agentes económicos locales, al verse marginados de las actividades productivas más dinámicas que se desarrollan en el estado.1

 

Supuestos teórico–conceptuales

Paralelamente a los cambios históricos en las estrategias para industrializar Sonora a partir del gobierno de Luis Encinas hasta la actualidad, también han cambiado los referentes teóricos para abordar el tema de la industrialización a nivel de regiones y localidades.

Para entender la dinámica de las décadas de los sesenta y setenta, no se puede pasar por alto el perfil del empresario local y regional, así como la relación que éstos establecieron con el Estado. El perfil de esos vínculos es básico para entender los porqué de las dificultades para industrializar a Sonora. En este sentido, Niveau hace la siguiente clasificación:

a) Empresarios que desempeñan un papel determinante en el proceso de industrialización, como sería el caso inglés.

b) Empresarios que logran desarrollar con el Estado lazos de complementariedad, de los cuales, franceses y alemanes son el mejor ejemplo.

c) Empresarios que dejan en el Estado y la inversión extranjera el desarrollo de la industria básica, el ruso es buena muestra.

d) Y empresarios que se incorporan con rapidez a las políticas que implementa el Estado, como sería la experiencia de los japoneses (Niveau, 1979).

La situación del empresariado sonorense se inscribe en el tercer perfil, ya que la clase empresarial nativa dejó en manos del Estado y la inversión extranjera, la función de protagonizar el proceso de industrialización. Lo anterior fue particularmente cierto en los años de la industrialización por sustitución de importaciones, cuyo periodo largo comprende de la década de los cuarenta a la de los setenta. Las tres décadas corresponden a lo que Helmsing (1999) denomina políticas de desarrollo regional de primera generación, apoyadas en factores exógenos, donde el Estado con sus políticas de regulación económica, estímulos financieros, y dotación de infraestructura influía en la localización de las empresas.

A partir de la década de los ochenta, la economía mundial ingresó en una nueva etapa, caracterizada por el desplazamiento del centro de interés de los mercados internos hacia los externos; por la revalorización de los vínculos entre lo local–regional y lo global; y por la función protagónica de la empresa privada ante Estados nacionales que autocensuran su participación en la economía. Siguiendo la línea de análisis de Helmsing, el nuevo entorno empujó hacia una segunda generación de desarrollo industrial. A partir del regreso a los planteamientos clásicos de Alfred Marshall,2 sobre los distritos industriales, las medidas de especialización flexible y la cooperación entre empresas toma forma otra política para el desarrollo regional industrial, de características endógenas. Esto, según Piore y Sabel (1984), desembocó en modalidades productivas que se caracterizan así:

El concepto de especialización flexible implicaba una nueva manera de producir, que transformaba, en forma revolucionaria la base tecno–científica, la naturaleza de los bienes finales, los sistema productivos, el tamaño y las relaciones entre empresas y la organización del trabajo. Se pasa así de las producciones masivas de bienes estandarizados dirigidas a mercados homogéneos a la manufactura con tirajes pequeños de productos hechos a la medida del cliente; de tecnologías basadas en maquinaria de propósito único, operadas por trabajadores semicalificados, a las tecnologías y maquinas de propósito único manejadas por operarios calificados. Las firmas grandes de carácter monopolista, integradas verticalmente y con economías internas de escala, cedían el paso a las empresas medianas y pequeñas vinculadas entre sí a través de relaciones de cooperación y de división del trabajo entre firmas, subcontratación y 'outsourcing', las cuales generan economías externas. El eje de la competencia se traslada de los precios para productos homogéneos a la innovación y el diseño para productos diferenciados (Piore y Sabel, 1984, citado por Moncayo, 2002).

Tendiendo como sustentación los planteamientos sobre especialización flexible resumidos en la cita anterior, a partir de los noventa la reflexión teórica continúa la búsqueda para explicar los nuevos fenómenos del desarrollo regional y local en su simbiosis con la globalización. Así, de la última década del siglo XX a los años transcurridos del siglo XXI, se estaría transitando por la tercera generación de políticas regionales para el desarrollo industrial. El factor distintivo de esta nueva época tiene relación con una perspectiva sistémica de la competitividad. En élla, según Meyer–Stamer (2000), las estrategias de desarrollo local y regional se sustentan en la creación de clusters (aglomeración de empresas), y políticas de localización y competitividad sistémica. Específicamente señala el autor:

El aspecto central del concepto de competitividad sistémica es que un desarrollo industrial exitoso no se logra solamente por medio de factores en el nivel micro de la empresa y en nivel macro – de las condiciones macroeconómicas en general–, sino que es necesario, además, la existencia de medidas específicas por parte del gobierno y de instituciones no gubernamentales encaminadas al fortalecimiento de la competitividad de las empresas (nivel meso), en donde la capacidad de articular políticas de promoción en los niveles meso y macro depende de estructuras económicas y políticas fundamentales, y de una constelación de actores (nivel meta) (Meyer–Stamer, 2000:25).

En la lógica anterior, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE, 2006), publicó un documento sobre las políticas públicas en México y el desempeño económico, donde en la parte referida al desarrollo regional, contrasta las políticas territoriales con las nuevas tendencias en la materia. En ese sentido, según se puede observar en el cuadro 1, el énfasis de los nuevos paradigmas se pone en la posibilidad de concebir un desarrollo de origen pre–ponderantemente endógeno, donde la activación de las potencialidades con las cuales cuenta un territorio habría que explotarlas a través de estrategias basadas en proyectos de desarrollo integrado, donde los apoyos gubernamentales en vez de provenir de los subsidios y apoyos clásicos, deberían de expresarse en la generación de infraestructura que estimule el capital humano y social así como la innovación. En este sentido se busca que los nuevos actores del paradigma sean los diversos niveles de gobierno, los empresarios e incluso las ONG.

 

La economía sonorense y la premisa industrializadora de primera generación

Los antecedentes inmediatos a los años en que se impulsó un proceso de industrialización a partir de la organización de recursos endógenos, remiten al periodo de 1940 a 1960, años en tuvo lugar la transición de una economía agropecuaria a otra con mayor presencia de la actividad industrial, comercial y de servicios. Se trata del periodo de expansión y auge del sector agrícola y ganadero, principalmente auspiciados por la inversión del sector público en infraestructura y por la existencia de atractivos precios de garantía para los productos sembrados en los valles de la costa del estado. En ese sentido, para 1960 las actividades agropecuarias representaban 34.9% del PIBE, lo que es coherente con el hecho de que, al inicio de los años sesenta, 53.7% de la población económicamente activa laboraba en actividades primarias (Vázquez, 1992:52). Los agentes económicos involucrados fueron básicamente nativos, unos originarios del estado y otros provenientes del extranjero y de otros estados del país. Pero todos ellos ya asentados y arraigados en la entidad.

Entre los sesenta y los setenta se define el proyecto industrial a partir de una confrontación no complementaria entre los esfuerzos endógenos y las nuevas fuerzas industriales provenientes del exterior, cuyo agente líder fue la industria maquiladora de exportación. En esa dirección, para 1970 la economía agropecuaria redujo su participación a 26% del PIBE, mientras que la industrial pasó de 11.36% a 14.7%. En términos de PEA el sector industrial incrementó su presencia a poco más de 17%. La mejor muestra cualitativa de las transformaciones fueron las ciudades de Nogales, Agua Prieta y San Luis Río Colorado, que a partir de entonces le dieron una nueva dinámica y fisonomía a la zona fronteriza del estado. Para entonces, los agentes económicos nativos se ven forzados a compartir territorio y mercados, con agentes económicos externos, completamente ajenos a las características histórico–estructurales de la economía estatal (Vázquez, 1992: 32–37).

El papel de los gobiernos estatales

En la transformación de la economía sonorense durante la segunda mitad del siglo XX, el papel desempeñado por los diversos gobiernos locales y federales antes y durante el periodo, constituye una pieza clave en virtud de la labor de gestión, promoción y construcción de infraestructura que llevaron a cabo. No obstante, la intensidad y la dirección de estas acciones de apoyo no fueron las mismas a través de los años y sus resultados tampoco fueron homogéneos y unidireccionales.

Así tenemos que los herederos de la facción triunfante de la revolución mexicana, en particular la obregonista, cuyos intereses económicos se fincaron en la agricultura de los valles irrigados, tuvo poco interés en promover la transformación de las materias primas obtenidas de las principales actividades económicas del estado: la minería, la ganadería y por supuesto la agricultura. En la visión de largo plazo de este grupo económico, las intenciones se centraban en la integración de Sonora a la economía del país como proveedor de insumos de origen agropecuario, apoyando el proceso sustitutivo de importaciones.3

Fue Abelardo L. Rodríguez en su calidad de gobernador constitucional del estado de Sonora,4 quien trató de imprimir una orientación diferente al desarrollo económico de la entidad. Rodríguez lo hizo mucho antes de que la agricultura enfrentara las limitaciones que pondrían fin al modelo de expansión y acumulación impuesto por la élite revolucionaria de los Obregón y los Elías Calles.

En la concepción productiva del general Rodríguez, todas las actividades económicas de Sonora tenían un fin industrial, es decir, debían transformar sus productos antes de su salida del estado. Así, la ganadería se convertiría en la industria ganadera mediante la construcción de cinco plantas enlatadoras, procesadoras de carne, cuyo propósito era salvaguardar los intereses de los ganaderos locales, liberándolos de su dependencia del mercado de exportación y de los especuladores, además de aliviarles de los problemas de la sequía (Gobierno del Estado de Sonora, GES, 1946: 21). Inclusive el asiento mismo de la élite revolucionaria, era visualizado por Rodríguez como la unidad económico agrícola industrial más importante del país, luego de la construcción de los distritos de riego de los valles del Yaqui y el Mayo y mediante la explotación de antacitra (con alto contenido de carbón fijo) y otros minerales localizados en la región, que harían posible establecer una planta industrial siderúrgica capaz de abastecer a toda la costa del Pacífico. Su propuesta incluía la construcción del puerto Tóbari o Paredón Colorado a fin de facilitar y abaratar el traslado de la producción agrícola, ganadera e industrial de la zona, hacia el resto del país (GES, 1946 :13).

Si bien la actividad pesquera fue el centro de operaciones del militar y empresario sonorense, en su mandato se promovieron diversas actividades económicas como las inmobiliarias y la producción de cemento, industria del entretenimiento, construcción de navíos, elaboración de productos alimenticios, paleterías, compañías aseguradoras, entre otras. En total fueron veintidós empresas impulsadas en su mayoría durante su gestión gubernamental.5 Por cierto, el general Rodríguez empleaba métodos poco convencionales para fomentar la industria local. En lugar de utilizar medios institucionales, prefería una promoción personal asociándose a capitalistas locales. Es decir, emprendía con ellos algunas actividades industriales en calidad de accionista para retirarse posteriormente, cuando consideraba que éstas ya se habían consolidado. En palabras de un estudioso de esa época: "el General vendía sus acciones, de preferencia a los socios fundadores" (Moncada, 1997: 81). En otras palabras, enseñaba haciendo.

A pesar de haber promovido la candidatura de un empresario industrial para relevarlo una vez concluido su periodo, el general Rodríguez tuvo que observar desde su retiro voluntario en Ensenada, Baja California, como se derrumbaban uno a uno los proyectos promovidos con los empresarios locales. Su sucesor, Ignacio Soto (1949–1955), careció de la capacidad de convocatoria y de las tablas políticas de su antecesor y tutor, para continuar un proyecto de industrialización fincado en la creación de una nueva clase empresarial de tipo industrial, distinta de la élite agrícola del sur de la entidad.

Así, durante el periodo de Ignacio Soto, el gobierno federal siguió apoyando el proyecto inicial de hacer de Sonora un transformador de materias primas. Por ello, continuó la construcción de grandes obras de infraestructura hidráulica, vías de comunicación, generación de energía y abastecimiento de combustibles, orientadas a lograr una explotación más intensiva y fecunda de sus recursos naturales (GES 1952: 9). La industrialización de la economía estatal se redujo a unas cuantas líneas, como se puede constatar en su tercer informe de gobierno, donde reportó escuetamente el establecimiento de veintisiete nuevas industrias en la entidad (GES 1952: 30).

El gobierno de Álvaro Obregón Tapia (1955–1961) que en términos políticos significó el retorno de las riendas estatales a manos de la oligarquía del sur, inició con un reconocimiento explícito de la necesidad de "sentar las bases para iniciar de una manera sistemática y acelerada... el fomento y desarrollo de la industria" (GES, 1956: 8).

Obregón creía, al igual que lo haría el equipo de Luis Encinas años después, que Sonora contaba con factores que la hacían un mercado atractivo y una zona de localización para el desarrollo manufacturero: alta disponibilidad y diversidad de materias primas, infraestructura aceptable; población con ingresos superiores a la media nacional; y lejanía de los principales centros fabriles del país (GES, 1956:10).

A diferencia de Rodríguez, Obregón confiaba, o al menos así lo declaró en su primer informe de gobierno, en la iniciativa de los empresarios locales para arrancar de manera espontánea la transformación industrial, convencidos de las ventajas que esta opción de inversión representaba. Consideraba suficiente las facilidades otorgadas por el gobierno para el establecimiento de nuevas industrias en la entidad (GES, 1956:10).

El impulso industrializador de Obregón, sin embargo, fue de corto alcance y en los siguientes informes de gobierno, el tema fue del todo olvidado, tal vez por no encontrar eco entre los agentes económicos, quienes, en su opinión, debían asumir la dirección del proceso.

 

El Plan de Diez Años. La alternativa industrial

Con el arribo de Luis Encinas Johnson (1961–1967) Sonora experimenta el primer intento serio y ordenado desde el gobierno, para impulsar la industrialización. El interés y el esfuerzo realizado por esta administración no tiene paralelo en la historia institucional sonorense.6 A diferencia del general Rodríguez que veía en la industria una aventura; o de Álvaro Obregón para quien la industrialización era una etapa evolutiva esperada del desarrollo económico de la entidad, para el gobierno de Luis Encinas la industrialización se había vuelto una necesidad, una opción en la búsqueda de alternativas para una economía cuyo pilar principal, la agricultura, empezaba a mostrar los primeros signos de agotamiento (Puebla, 2000:4; Vázquez, 1992: 47).

Esta vez los esfuerzos industrializadores del gobierno estatal superaron las acciones aisladas y los buenos deseos, para constituirse en una propuesta adecuadamente fundamentada, plasmada en lo que se denominó Plan de Diez Años para la Programación Industrial de Sonora.

A través de un proceso de planeación indicativa, la idea central del gobierno estatal era promover encadenamientos de actividades tradicionales de la economía sonorense a nuevos procesos de transformación. Además de los estudios pertinentes sobre potencialidades productivas y mercados, en sus iniciativas se observa la intención de avanzar tomando como punto de partida lo que ya se tenía, respetando la cultura y tradición productiva de los empresarios locales.

Otra de las virtudes de esta propuesta, que ninguna acción gubernamental previa había contemplado, fue su visión de un desarrollo industrial incluyente en el sentido geográfico, al reconocer la necesidad de elaborar un plan de integración industrial para las diversas regiones del estado a través de la modalidad de combinados agroindustriales diseminados entre las seis regiones productivas en las que se dividió la entidad, mismas que incluían a la totalidad o a la mayor parte de sus municipios.

Los combinados agroindustriales sentaron las bases para el desarrollo de la rama manufacturera de más arraigo y con mayores posibilidades de desarrollo de parte de los agentes económicos nacionales y regionales.7 Si bien las primeras referencias de esta actividad fueron las fábricas harineras y textileras de principios del siglo XX, es en la década de los sesenta bajo la visión del Plan de Diez años, cuando tomaron forma como una de las actividades más integradas a la economía estatal. En este caso, materias primas como el trigo, algodón, ajonjolí, papa, malta, leche, carne bovina y de pescado, se convirtieron en base primaria de producción para la industria de la transformación. Por otra parte, a diferencia de sus predecesores, en el Plan se reconocía la insuficiencia de las medidas tradicionales de promoción tales como la exención fiscal y la donación de terrenos, ya que finalmente son la fuerza del mercado, disponibilidad de materias primas e infraestructura económica, los que determinan el asentamiento de los capitales industriales en tal o cual región.

Por otra parte, el hecho mismo de que las medidas de exención fiscal se implementasen en todas las entidades federativas del país, debilitaba su efectividad (GES, 1967: 123). Por ello se centraba en una doble estrategia promocional complementaria que proporcionaba, en la parte macro, un detallado inventario de los factores que incidían en la localización industrial y en el nivel más cercano al capital, el micro ofrecía a través de la Dirección de Planeación y Fomento Industrial, la elaboración de un informe de viabilidad técnico económica.

Los resultados iniciales en los primeros cuatro años de vigencia del Plan fueron, hasta cierto punto, satisfactorios: se integraron en el estado ciento dos industrias con una inversión total de $286,718,629 y una generación de 3,796 empleos, además, hay que resaltarlo, de la creación de centros de apoyo a la formación del capital humano y el conocimiento tecnológico como el CICTUS (Centro de Investigaciones Científicas y Tecnológicas de la Universidad de Sonora), además de cuatro carreras profesionales en la Universidad de Sonora (Puebla, 2000: 6).

Sin embargo, es preciso reconocer que más de 90% de estas nuevas empresas integradas fueron de bajo perfil industrial. En efecto, con base en la información proporcionada por el mismo Plan y de acuerdo a la clasificación de las empresas del Consejo de la Micro, Pequeña y Mediana Empresa, las nuevas industrias integradas en el periodo se estratificaban como sigue: 69% micro, 23% pequeñas, 7.5% medianas y sólo .94% se ubicaron en el rubro de la gran empresa.

Asimismo, entre 1965–1975 80% de la producción bruta manufacturera fue aportada por la producción de bienes primarios con niveles muy bajos de transformación industrial, tales como fabricación de harina y sus derivados, aceites y grasas vegetales. En el ramo textil, se concentró en el despepite y empacado de algodón y la industria química se orientó a la producción y envase de fertilizantes, plaguicidas y otros agroquímicos (García de León 1992: 79). En tanto que el Plan había propuesto actividades de un mayor perfil industrial como las industrias del acero, celulosa, papel y vidrio (Puebla, 2000: 4).

Estas empresas, que podrían catalogarse como micro y pequeñas industrias de acuerdo a sus dimensiones, fueron concebidas por el Plan para satisfacer un mercado regional, si bien en algunos casos se analizaban las posibilidades de ciertos productos para ingresar en el mercado internacional. Con el paso de los años, muchas de ellas sucumbieron ante la competencia que les representó la llegada a la entidad de grandes competidores nacionales, y también extranjeros, a partir de la apertura comercial iniciada a mediados de la década de los ochenta. La pregunta obligada, entonces, es ¿En qué falló la promoción gubernamental?

 

Las debilidades de la alternativa industrializadora

La propuesta del gobierno encabezado por Luis Encinas de industrializar la economía sonorense no fue una tarea sencilla, algunos de los obstáculos para cristalizar su cometido fueron identificados por el propio gobierno en este sentido:

• Los estudios de mercado arrojaron que Sonora tenía potencial para el establecimiento de industrias pequeñas y medianas. Inclusive integrando a los estados vecinos y a pesar del alto poder adquisitivo de sus habitantes, en relación a la media nacional, pero la baja densidad de población de esta región del país, no hacía atractivo el estado para el establecimiento de industrias de elevada inversión (GES, 1967: 99).

• Además, se reconocía que este intento de industrialización de las actividades económicas en la entidad, era tardío respecto a lo ocurrido en otras latitudes de la república, que servían de asiento a industrias ya consolidadas (GES, 1967: 99), mismas que representaban una competencia desigual para los intentos locales de iniciar una industrialización endógena, objetivo esencial de la propuesta gubernamental.

• Otra limitante se relacionó con el tema del financiamiento. Si bien el Plan partía del supuesto de que existían en la entidad recursos suficientes para impulsar la industrialización (los cuales provenían de las ganancias extraordinarias de la agricultura comercial)8 a su vez consignaba la ausencia de instituciones financieras adecuadas para esta actividad, por tal razón se integró la Unión de Crédito Industrial de Sonora, S. A. de C. V. (GES, 1965: 41–46) que finalmente resultó limitada para los propósitos gubernamentales. Los intentos para hacerse de fondos para concretar los proyectos, fueron de variada índole, acudió a organismos nancieros nacionales e internacionales, se hicieron incluso promociones para que inversionistas de otras regiones del país y del extranjero se sumasen a la jornada industrializadora de la entidad.

Hubo otros factores que limitaron el éxito del Plan. Vázquez (1992) señala que si bien el Plan logró sus propósitos de diversificar las actividades industriales y en promedio duplicar el valor de las mismas durante su vigencia (cuadro 2), factores relacionados al entorno económico internacional y nacional, sumados a la contingencia de que la gestión gubernamental sonorense debe transitar entre dos periodos presidenciales federales, constituyeron serios obstáculos para la consecución de todos sus objetivos.

Y después del Plan, ¿Qué?

El gobierno de Luis Encinas reconocía que la reconversión industrial de Sonora era, en esencia, un proyecto de largo plazo, por ello el establecimiento de un periodo de diez años como el mínimo indispensable para cristalizar el primer impulso. No obstante, la siguiente administración –la de Faustino Félix Serna 1967–1973– cuestionó los mecanismos de promoción empleados en el Plan y sus posibles resultados. Por esta razón en su primer año de gestión, se regresó a los mecanismos de promoción industrial tradicionales y la Dirección de Planeación y Fomento Industrial fue sustituida por la Comisión de Fomento Industrial, constituida en principio de tres subcomisiones en los municipios de Agua Prieta, Cajeme y Nogales (GES, 1969: 8). En el año siguiente, éstas se extendieron a San Luis Río Colorado, Navojoa, Hermosillo y Guaymas (GES, 1970).

La estrategia industrial en ese periodo consistió básicamente en la aplicación del Programa Nacional Fronterizo (PRONAF), es decir, a diferencia de la gestión anterior que intentó impulsar un desarrollo industrial endógeno, el gobierno de Félix Serna marcó el inicio de un proceso industrial maquilador que ha sido el modelo dominante hasta nuestros días.

En efecto, al final del sexenio, en 1973, se informó que en el estado se habían establecido ciento once industrias (GES 1973), de las cuales más de 50% fueron maquiladoras localizadas en los principales municipios fronterizos, San Luis Río Colorado, Nogales y Agua Prieta (GES, 1973), como parte del PRONAF.

Para los capitales locales, la política gubernamental tenía reservados los espacios tradicionales de las agroindustrias. El establecimiento en Ciudad Obregón de un moderno complejo industrial triguero, de una fábrica de pastas y una planta para el procesamiento de semillas oleaginosas fueron acciones encaminadas a alcanzar "la meta de industrializar al máximo, en territorio sonorense, los productos básicos de nuestra agricultura, algodón y trigo" (GES, 1971 y 1973).

Se habían sentado así las bases de lo que sería en el futuro el desarrollo industrial en Sonora. Las actividades transformadoras de vanguardia serían impulsadas por los capitales extranjeros y foráneos, mientras los empresarios locales iban buscando acomodo en los espacios cada vez menos dinámicos de la economía estatal.

Bajo este nuevo escenario dominado por la industria maquiladora de capital extranjero, fueron totalmente desplazados como estrategias de desarrollo económico, los módulos industriales que, esparcidos a través del territorio sonorense pretendieron ser los motores de los encadenamientos industriales con base en cada una de las actividades primordiales de cada región productiva, reactivando a su vez el empleo para evitar la migración de la población que entonces ya constituía un fenómeno en crecimiento.

 

Los empresarios y la industrialización

A lo largo de esta breve reseña sobre los intentos industrializadores de la economía sonorense ha sido realmente difícil documentar la participación de los empresarios locales. No obstante algunos de los grupos empresariales más importantes de la época participaron en las sociedades iniciadas por el general Rodríguez y tímidamente en algunos de los proyectos promovidos en la gestión de Luis Encinas, en términos generales, se les observa desempeñando un papel más bien pasivo y expectante.

Muchos de los grandes hombres de negocio de aquellos años, habían forjado sus fortunas en un ambiente seguro bajo el patrocinio y la protección del gobierno federal, por lo que eran poco proclives al riesgo y como la industrialización no era un proyecto apoyado directamente con grandes recursos de la nación, como sí ocurrió con la agricultura, el ámbito de la industria les pareció por demás incierto.

Si bien no hemos encontrado mucha información sobre la actuación de los grupos empresariales, sí encontramos en la revisión documental realizada, algunas referencias del reclamo de los gobernantes en turno, a la falta de entusiasmo y compromiso de los empresarios locales frente a los intentos industrializadores.

Muy relevante sobre este aspecto, resulta el siguiente discurso pronunciado el año de 1945, por Abelardo L. Rodríguez, en la convención de Rotarios del Distrito 24:

Debo advertir que en nuestro estado existe depositado en los bancos mucho más capital inactivo que en cualquier otra entidad de la república, con excepción de la ciudad de México. Se encuentran entre nosotros banqueros de Sonora que pueden confirmar esta aseveración. Por desgracia, nuestros hombres de negocios se han olvidado del axioma que la unión hace la fuerza, y siempre han tratado de superarse unos a otros en sus negocios o superarse a sí mismos, pero nunca han probado unirse para atacar problemas, para organizar empresas y negocios de altura. No se han dado cuenta de que los esfuerzos unidos desarrollan las grandes industrias y empresas, base fundamental para el crecimiento y desarrollo de las poblaciones (Moncada. 1997:86).

Asimismo, a lo largo del Plan de Diez Años se reconoce la apatía de los empresarios como uno de los obstáculos en la aplicación de la propuesta. Desde su introducción se señala, como uno de los retos, la necesidad de formar una cultura industrial (GES, 1967: 15), que facilitase la transición del empresario sonorense de ser inversionista agrícola y comercial, a ser un inversionista industrial, sobre todo en momentos en los que la agricultura era una opción de negocios con rendimientos decrecientes (GES, 1967: 113). Para ello se diseñó toda una estrategia que incluyó desde conferencias, cursos e intercambios de ideas (GES, 1967: 113) con los empresarios más aventajados en el terreno industrial como los de Nuevo León y los de Jalisco (GES, 1966: 36–43).

Al igual que lo había hecho Rodríguez veintidós años atrás, el gobierno de Luis Encinas recriminó a los hombres de negocios locales que entre 9% y 11% de los recursos generados por la producción regional, se estuviesen utilizando para financiar a otras entidades de la república o del extranjero o acumulándose en forma de ahorros improductivos (GES, 1967: 114).

Incluso el gobernador Félix Serna, que se inclinó por un proceso de industrialización exógeno, acorde a los lineamientos establecidos por el PRONAF, debió en su momento exhortar de manera especial a la iniciativa privada de Sonora a promover con sus ahorros la inversión industrial (GES 1970).

Así tenemos que al menos desde 1943 a 1973, los cinco hombres que encabezaron el gobierno estatal se dieron a la tarea de convencer a los grupos empresariales sonorenses, a través de diversos métodos y grados de intensidad, de la necesidad de dejar de exportar materias primas y tratar de agregar la mayor cantidad posible de valor a sus productos, antes de sacarlos del país o la región. El balance de los resultados de las gestiones gubernamentales fue modesto, ya que la respuesta de los empresarios no se dio con el ímpetu requerido para remontar un desarrollo industrializador tardío como el sonorense.

Por qué una industrialización forzada

De acuerdo al devenir de los acontecimientos aquí presentados, podríamos proponer a manera de hipótesis de trabajo, que la propuesta de industrialización de la economía sonorense, se gestó en los círculos de la administración estatal pero no encontró eco, o un entusiasmo similar, entre los agentes económicos más importantes de la entidad.

Ello se puede constatar en el hecho de que ningún proyecto industrial, ya sea macroeconómico o microeconómico, concebido por fuerzas económicas de Sonora, ha tenido continuidad. Ni siquiera el de los Diez Años para el Desarrollo Industrial de Sonora que, no obstante lo sugerente del nombre, careció de respaldo en la siguiente administración y fue rápidamente reemplazado por un proyecto de industrialización de distinta índole como lo fue el PRONAF edificado con la participación de capital extranjero. Es precisamente en el primer impulso maquilador que se sentaron las bases de un proceso de industrialización cimentado en dos fuerzas paralelas, poco coincidentes entre sí.

Si bien en la historia económica de Sonora han existido empresas industriales de capital nativo, realmente importantes, por sí mismas no han tenido la fortaleza ni los vínculos necesarios con la economía del estado, para convertirse en "locomotoras" del desarrollo industrial.

 

La situación actual

Como se ha observado, uno de los retos históricos de los agentes económicos sonorenses es alcanzar la industrialización. Si bien en los inicios del siglo XXI no se parte de cero, el tipo de industria asentada en el estado se encuentra aislada y en la mayoría de los casos corresponde a empresas que han llegado desde fuera del estado sin ningún tipo de arraigo. Se adolece, entonces, de un proceso de industrialización propiamente dicho. Lo anterior no quiere decir que haya ausencia total de iniciativas para lograr este propósito, ya que de lo contrario se trata de una preocupación recurrente en el discurso gubernamental. Sin embargo, no se puede decir lo mismo de los agentes económicos locales y regionales que históricamente han adolecido de iniciativa para incorporarse a esa dinámica.

Las evidencias cuantitativas que expresan una síntesis de los saldos industriales de Sonora, corroboran el hecho de que la sonorense no es una economía articulada alrededor de esas actividades. El grado de industrialización, que si bien es cierto experimenta un ligero repunte a partir de la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte en 1994, promediando un porcentaje de alrededor de 18%, en los primeros seis años, a partir del 2001 muestra una caída a 17.17%, misma que continúa hasta el 2003 con 14.91%. Otra manifestación de la caída de la producción manufacturera es el índice del volumen físico de la producción, que después de haber dado un salto de 115.1% en 1995 a 147.0% el 2000, para el año siguiente comienza una caída que tiene su máxima expresión en el 2003 con 111.2% (INEGI).

Un elemento adicional que ayuda a comprender la situación del sector, es el peso y nivel de arraigo de la actividad maquiladora, cuyo indicador clásico, grado de integración con la economía estatal, siendo bajo, tiende a ser muy bajo. Específicamente para el 2000, año en que la industria maquiladora cumplió treinta y tres años en Sonora, los niveles de integración de insumos nacionales (materias primas y envases y empaques) fueron de 1.2%, pero cuatro años después, es decir para el 2004, el mismo indicador fue de 0.5% (INEGI). Lo anterior sugiere que en los últimos años, sin desdeñar el pago de servicios, la contratación de mano de obra y las remuneraciones que esta actividad deja en el estado, estuvieron ocurriendo en la economía sonorense procesos de desintegración productiva.

En las circunstancias anteriores resalta la importancia de un proyecto como el que Ford lleva a cabo en Hermosillo, con su programa C3 que bajo un sistema de "manufactura flexible" producirá tres modelos de automóviles (Ford Fusion, Mercury Milan y Lincoln Zephyr). El clouster se integra con diecinueve empresas proveedoras, que desde distintas partes del mundo se han traslado al parque Dynatech para abastecer a la planta de los componentes requeridos para la producción de los distintos modelos. Evidentemente, el impacto de una planta que producirá alrededor de 350 mil automóviles al año, con 72% de componentes hechos en México, de los cuales 60% es de origen local, es muy significativo para la economía estatal. En esta nueva etapa de Ford se han creado las expectativas de que los empresarios locales se "cuelguen" de los proveedores directos de la planta y comiencen a ser partícipes de una cultura económica que los vincule a los procesos industriales de punta.9

Pero no hay que pasar por alto que en los casi veinte años de operación de Ford en Hermosillo, los efectos de carácter estrictamente industrial en el sentido de que empresarios de la región se hayan incorporado a alguna de las cadenas automotrices, por más sencillas que sean, es muy reciente que se comienzan a observar. En ese sentido, las expectativas de que esto se logre demandan mayor fundamento y es motivo de un planteamiento digno de mayor profundidad como tesis central de investigación.10 La vieja clase empresarial sonorense, la más fuerte en términos económicos, únicamente se inserta en servicios y actividades económicas indirectas, mientras que una novel clase empresarial, sin montos de capital significativos, pero "emprendedora" y agresiva, busca la manera de tender lazos productivos con el proyecto Ford (Bracamonte, 2006: 131–149).

En la perspectiva de que ha sido desde el gobierno de donde han emanado las principales propuestas para avanzar hacia el objetivo de la industrialización, destacan dos documentos normativos vigentes: el Plan Estatal de Desarrollo 2004–2009 (PED, 2004) y el Programa de Desarrollo Industrial 2004–2009 (PDI, 2004). En ambos se observa la preocupación por los distintos rezagos y lastres que han impedido el desarrollo industrial del estado, pero particularmente se enfatiza en retos relacionados con el papel de los agentes económicos. En el PED, por ejemplo, se señala como estrategias y líneas de acción:

• "Atraer a la gran empresa para que se convierta en locomotora que jale el desarrollo de la economía sonorense, aproveche de manera óptima los recursos humanos del estado y sea fuente de transferencia de tecnología".

• "Promover una nueva cultura empresarial basada en un renovado espíritu emprendedor, en la innovación tecnológica y en la calidad total".

• "Fortalecer las ventajas competitivas de Sonora a través de la integración de redes y conglomerados de empresas".

• "Impulsar alianzas estratégicas de las empresas locales con grandes empresas para acceder a nuevos mercados, capital y tecnología".

En el PDI se retoma la misma preocupación al proponer como políticas estos lineamientos:

• "Practicar una nueva política industrial enfocada en promover el desarrollo de las empresas sonorense, especialmente la micro y pequeña empresa".

• "Estimular y promover una nueva cultura empresarial como fundamento y motor del desarrollo de negocios y empresas".

Lo anterior tiene relación con el diagnóstico que en el Programa se hace de los problemas para la industrialización cuando se señala que:

La disposición de los grupos empresariales para emprender tareas que enfrenten los retos actuales es aún muy limitada. Se ha postergado la adopción de una postura más proactiva que impulse la modernización de la planta industrial. Las actividades de negocios del empresariado sonorense se encuentran generalmente limitadas a ciertos segmentos de la industria en pequeño, sin una cultura orientada al trabajo en equipo y sin poder generar economías de escala derivadas de nuevas formas asociativas de organización como los agrupamientos industriales (PDI: 13).

El diagnóstico oficial que se hace en ambos documentos es contundente: se adolece de una clase con vocación empresarial industrial. De esto deriva, por un lado, el realismo del plan en el sentido de que se necesita la llegada de grandes empresas para que operen como "locomotoras" que "jalen" a las locales; y por otro, el voluntarismo del programa que parece privilegiar la función de la pequeña y mediana empresa.

No obstante lo anterior, en el panorama económico estatal se observa, principalmente a partir del último cuarto del siglo XX, una recomposición interna de la estructura productiva a favor de la industria y en especial de los servicios, en detrimento de las actividades primarias. A partir de la década de los ochenta, el sector industrial en su conjunto se situó por encima del agropecuario con una participación porcentual de alrededor de 30% del PIBE. La tendencia que se confirma para el año 2000 con 33.7%, y que se mantiene aunque con una ligera caída hasta el 2005. En cambio las actividades primarias, donde el mayor peso lo tiene la economía agropecuaria, a partir de entonces tuvo un reacomodo a 16.7% en 1980, participación que desde entonces hasta los primeros años del siglo XXI no ha cambiado significativamente. Las actividades terciarias (comercio y servicios), desde entonces hasta la actualidad representan poco más de 50% de la economía estatal (INEGI y anexos estadísticos de informes de gobierno).

Si esta situación se analiza a la luz de otros indicadores como los que ponderan los niveles de integración de las industrias ubicadas en una región específica con los insumos y materias primas producidas en la misma, se corrobora que esta reordenación productiva está desarticulada en su composición interna. Las agroindustrias, que son las actividades donde mayor peso tienen los empresarios sonorenses, si bien exhiben un índice mayor de encadenamientos con las actividades productivas del estado, son menos vigorosas, muestran mayor vulnerabilidad frente a los vaivenes de la economía nacional e internacional.11

La situación de rezago industrial y los aludidos desequilibrios de la estructura interna nos permiten adelantar la necesidad de impulsar en el estado Sonora una política regional industrial orientada a crear, y en su caso reconstruir, los eslabonamientos entre cadenas productivas a fin de reactivar las fases encargadas del suministro de insumos, mismas que en estos momentos constituyen las actividades más deprimidas.12 Una política de tal naturaleza debería empezar por hacer una evaluación crítica de las acciones que tanto los dueños del capital como los gobiernos locales emprendieron durante varias décadas con el propósito de hacer de la sonorense, una estructura capaz de transformar sus materias primas en productos con alto contenido de valor agregado.

 

Conclusiones

Durante años y desde el gobierno, fueron constantes los reclamos a la falta de compromiso de los empresarios locales para con el desarrollo económico de la entidad. ¿Por qué en Sonora, a pesar de su imagen de economía de la gran empresa, los otrora "titanes del desierto" no fueron capaces o no se interesaron en transitar por el sendero de la industrialización, como sí ocurrió en otras entidades del país inclusive, fronterizas?

Consideramos que la respuesta a esta pregunta, no es sencilla ni obedece a un solo factor:

1. A la entidad se le había asignado un papel muy específico en el modelo sustitutivo de importaciones, el de proveedora de materias primas, y los capitales forjados en esa posición habían amasado grandes fortunas sin necesidad de recurrir a otras fuentes de acumulación. Por otra parte, los apoyos de la federación se orientaron a la explotación profunda e intensiva de los recursos naturales, sin considerar su procesamiento local.

2. La escasa proclividad al riesgo mostrada por los empresarios locales tiene varias aristas explicativas. Hay quienes señalan el ambiente de extrema protección estatal en la que muchos se forjaron, como una especie de distorsión de origen que limitó sus posibilidades de expansión. Otros, en cambio, aluden al carácter prominentemente familiar de las empresas lo que las hace rechazar a priori los escenarios inciertos ante la eventualidad de perder el patrimonio familiar.

3. La ubicación geográfica de la entidad, aunada a la baja densidad de población sí constituyó un factor de peso poco favorable para la localización industrial, de ahí la falta de interés de parte de inversionistas nacionales, como los regiomontanos en establecer empresas en Sonora. La globalización y trasnacionalización de algunas corporaciones han modificado esta situación y a pesar de la debilidad del mercado regional, la entidad tiene ahora una posición estratégica para hacer negocios y muchos los están haciendo, pero éstos ya no son los capitalistas locales que, en su mayoría, han perdido la capacidad que en su momento sí tuvieron para emprender este tipo de desafíos.

Desde nuestra perspectiva reiteramos, el Plan de Diez Años es hasta ahora el mejor esfuerzo realizado para promover una industrialización con cimientos sonorenses. Son muchas las razones que se aluden para explicar su falta de continuidad en las gestiones gubernamentales posteriores; sin embargo, nosotros consideramos que fue básicamente la falta de interés de la clase empresarial lo que motivó su desaparición; de lo contrario, hubiesen sido los mismos hombres de negocio los que, a través de sus grupos u organizaciones cupulares, se habrían encargado de continuar un proceso que no tuvo tiempo de madurar y que de haberse continuado, nos ofrecería, en estos momentos, un panorama muy diferente de la actual industria sonorense.

Los nuevos niveles de la competitividad global, imponen condiciones para la industrialización, donde los agentes y actores de la economía ya no pueden funcionar de manera aislada, sino que necesitan de estructuras sistémicas donde la relación entre lo endógeno y lo exógeno se de a partir de empresas fuertes, innovadoras y que cooperen entre sí, de mano de obra calificada y de instituciones gubernamentales involucradas en la promoción y el impulso de centros de investigación e instituciones educativas para el desarrollo. El esfuerzo debe ser coordinado y hacia una misma dirección.

 

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Notas

1 Es sólo hasta fechas recientes que los empresarios de la localidad han reconocido públicamente su desplazamiento de las actividades más dinámicas del estado. Esta posición tiene dos matices, la autocrítica y el reclamo. El primero se centra en la falta de visión y capacidad de riesgo de los empresarios sonorenses y el segundo refiere la inconformidad de los agentes locales ante un trato desigual de parte del gobierno federal, que favorece a los inversionistas extranjeros. Algunos han expresado esta posición de manera personal, sin embargo, organismos como el Centro Empresarial del Norte de Sonora y la Asociación de Maquiladores de Hermosillo han enarbolado estas consignas de manera gremial.

2 La definición clásica de Distrito Industrial se encuentra en Alfred Marshall en Los principios de economía publicado por primera vez en 1890, los define como "concentraciones de sectores especializados en una localidad específica", lo cual trae "grandes ventajas al disponer de un mercado de trabajo constante". El planteamiento se amplia en Industry and Trade (1919) cuando añade el concepto de "atmósfera industrial". Para lo anterior consúltese Venacio (2005: 25–64).

3 Un trabajo que trata con mayor profundidad este punto es el de Vázquez y Hernández (2001: 77–104)

4 Su periodo constitucional comprendía de 1943 a 1949, pero el 15 de abril de 1948 lo sustituyó Horacio Sobarzo.

5 Dos trabajos clásicos de la época, que dan cuenta de un general Rodríguez político y empresarios son el de Sánchez González (1958) y el de Parodi (1957).

6 Para documentar las acciones impulsadas por el gobierno de Luis Encinas Johnson consultar en Gobierno del Estado de Sonora (GES 1962) Primer Congreso Industrial de Sonora; GES (1963) Plan de los Diez Años; GES y Comisión Mexicana Pro Alianza para el Progreso, Desarrollo Integral del Estado de Sonora (1965) Cuartas Jornadas de la Alianza para el Progreso, Hermosillo, Sonora y GES (1967) Sonora. Desarrollo Industrial 1961–1967.

7 Un documento oficial básico para entender los alcances que tuvieron los combinados industriales es, Sonora. Desarrollo Industrial 1961–1967, publicado por el gobierno de Luis Encinas en 1967.

8 Que en Sonora había recursos para ser invertidos en la industrialización, se constata claramente en el propio Plan (GES, 1967: 115 ), así como en estudios tan reconocidos sobre la agricultura empresarial de Sonora como el Hewitt, 1982, en el que se señala que en los años cincuenta y en virtud de los apoyos gubernamentales recibidos y las ganancias obtenidas, no había en el mundo una agricultura que operase con tasas de ganancia tan elevadas, como la agricultura sonorense.

9 El Imparcial, 13 de agosto de 2005, p. 10B (reportaje especial sobre la Ford– Hermosillo)

10 Un trabajo interesante en este sentido es el de Sánchez y Bracamonte (2006). En éste se hace una propuesta metodológica para el análisis de conglomerados y se contrasta con las cadenas de valor del sector automotriz, ubicado en Hermosillo, Sonora.

11 Esta afirmación, si bien era vigente hace quince años, ahora debe ser matizada en virtud de la consolidación de la apertura comercial y de sus efectos en la economía local, en particular sobre el subsector agroindustrial que ha sido reestructurado en algunas de sus actividades, presenta nuevas formas de relación entre sus agentes productivos y cuenta con una mayor presencia de capitales foráneos. Al respecto, hay algunos trabajos que han tratado el tema como el de Salazar, Sandoval y Wong, (1999: 49–76) y en Wong, Sandoval y León (1994: 187–223). En el sector pecuario este proceso se ha vivido particularmente en la porcicultura, un avance del estudio sobre este proceso se encuentra en Hernández (2000: 117–129).

12 En Sonora, son la minería y las actividades agroindustriales, las que presentan los mayores índices de eslabonamiento al sector productivo local. Sin embargo, la minería metálica, que vivió un importante crecimiento en buena parte de la década de los noventa, presenta una fuerte desaceleración en los últimos años; mientras que en la agricultura y la ganadería son pocos los productos con encadenamientos exitosos. En el contexto estatal, es la minería no metálica la actividad que exhibe una mayor integración.

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