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Tzintzun

versión impresa ISSN 0188-2872

Tzintzun  no.54 Morelia jul./dic. 2011

 

Reseñas

 

María Eugenia Ponce Alcocer (texto) y Teresa Matabuena Peláez (investigación gráfica), Las fiestas del Centenario de la Independencia a través de la correspondencia del General Porfirio Díaz

 

Universidad Iberoamericana, México, 2009, 260 p.

 

Marisa Pérez Domínguez

 

Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora

 

 

El libro Las fiestas del Centenario de la Independencia a través de la correspondencia del General Porfirio Díaz elaborado por la doctora María Eugenia Ponce Alcocer, con la investigación iconográfica de la maestra Teresa Matabuena Peláez, ha sido publicado dentro del programa editorial de la Biblioteca Francisco Xavier Clavigero de la Universidad Iberoamericana. Es parte de un gran esfuerzo por difundir a un público más amplio sus archivos documentales, en el marco de las celebraciones del Bicentenario de la Independencia y del Centenario de la Revolución mexicanas.

Desde años anteriores a este festejo en 2010, la sociedad mexicana fue testigo de la planeación y generación de múltiples proyectos de carácter público y privado; construcción de obra pública, programas de difusión y actividades de diversa índole vinculadas a celebrar el aniversario de acontecimientos que marcarón la historia de nuestro país. Asimismo, numerosos proyectos editoriales buscaron difundir los productos de investigación histórica, de tal manera que por nuestras manos circularon revistas, antologías y libros que desde distintas ópticas pretendieron revisar, replantear o responder algunas de las preguntas que por décadas han quedado sin respuesta.

En este contexto, el libro Las fiestas del Centenario de la Independencia a través de la correspondencia del General Porfirio Díaz merece una mención especial, puesto que se trata de una publicación muy original, sustentada en fuentes de primera mano provenientes del valioso y voluminoso archivo personal del general Porfirio Díaz Mori, fondo que en el año 2006 obtuvo de la UNESCO el reconocimiento "Memoria del Mundo", por el valor excepcional y el interés que esta colección representa para el patrimonio documental de México.

Abundar en la importancia y significación que la Colección Porfirio Díaz tiene para los estudiosos de la historia moderna y contemporánea de México podría ser interminable. Pero, si es deber señalar que este libro es una muestra de la posibilidad de explorar y profundizar en vetas distintas de estudio sobre este prolongado gobierno, pues aún continúa habiendo temas que, como éste, requieren una revisión, para que contribuyan a una mejor comprensión del ejercicio del poder en esos tiempos, sustentado en un complejo sistema político que garantizó la "paz" porfiriana y que permitió, por espacio de más de tres décadas, mantener el "orden" e impulsar el "progreso" material del país.

1910, el año de las fiestas del Centenario de la independencia nacional celebradas en el ocaso del régimen porfirista, como señalara Federico Gamboa en su Diario, fue un año de honores y sinsabores, y el tiempo en que se celebraron fue "un mes de ensueño, de rehabilitación, de esperanza y de íntimo regocijo nacional". Resulta evidente que a los ojos de un hombre como Gamboa, formado dentro de la corriente positivista de los años de la "pax porfiriana", los festejos del Centenario fueran un espectáculo, sobre todo porque juzgaba que era una magnífica oportunidad para valorar la obra "titánica" que "El Héroe de la Paz" había consumado en el país, obteniendo con ello el prestigio reiterado en todo momento por los representantes especiales de los países asistentes a las fiestas.

A cien años de distancia de estos acontecimientos, el libro Las fiestas del Centenario de la Independencia a través de la correspondencia del General Porfirio Díaz nos acerca al significado que esta festividad tuvo para gran parte de la población mexicana, coyuntura que abrió la puerta a un sinnúmero de expectativas, pues aparece en muchos sentidos como una fecha "mágica" donde se entrelazan el natalicio del "héroe de la paz" y los festejos que difundieron la imagen presidencial, al tiempo que representaron un acto de propaganda política y de representación del poder.

En este sentido, el primer capítulo: "Las solicitudes de asistencia y empleo", nos permite acercarnos a algunos de los muchos aspectos de la vida cotidiana del México de 1910; asomarnos al espíritu de los emisores de las numerosas cartas que llegaron al despacho de la presidencia; al ánimo del "glorioso" centenario, como señalaban algunos; de la Independencia como "madre de todos los mexicanos", como escribían otros, y de manera particular y reiterativa, al recuerdo del grito de Dolores, el del grito de "libertad". Esta última tenía un sentido distinto para todos los que se encontraban privados de ella por diversas razones, y se argumentaba en algunas cartas que todos los mexicanos debían tener "la dicha que gozaron aquellos a los que sacó de la prisión el inmortal Hidalgo". Se aseguraba que de esa potestad estaba facultado el "monarca", pues en el imaginario colectivo don Porfirio era todopoderoso, el único capaz de dar "vida" a los "héroes que nos dieron patria". Con este mismo argumento, llovieron múltiples y diversas solicitudes de los descendientes de los héroes de la patria y soldados que participaron en el movimiento de Independencia de la Nueva España, para recibir beneficios en ese momento culminante de la celebración.

En el segundo capítulo, "La Celebración del Centenario de la Independencia", encontramos una amplia gama epistolar que refiere la composición de himnos, versos, valses, sonetos, exposiciones, solicitudes de billetes de lotería, medallas conmemorativas, anticipos de sueldo, invitaciones para asistir a fiestas, bailes y jaripeos, juegos olímpicos, peregrinaciones, ofrendas florales, desfiles cívicos, entre muchas más. Todo ello con la intención de fortalecer el sentimiento patrio y el orgullo de ser mexicanos.

Sin embargo, no todo fueron bailes, cantos y desfiles. El viejo presidente Díaz deseaba que los países del mundo y sus inversionistas supieran que nuestro país era una nación próspera, confiable y moderna. En 1910, el régimen buscaba asegurarse un lugar digno en el concierto de las naciones civilizadas. Es en este contexto que surgieron instituciones que buscaban impulsar la conciencia histórica, para lo cual el régimen se valió de medios propagandísticos como las construcciones civiles y los monumentos conmemorativos, en aras de consolidar el sentimiento patriótico.

Así, como se puede corroborar a través de la correspondencia seleccionada para este libro, autoridades federales, estatales y municipales informaron de la obra material que con motivo del Centenario se había realizado en los distintos puntos del país, de tal suerte que en fecha tan especial el gobierno porfirista inauguró puentes, presas, bibliotecas, escuelas, monumentos, paseos, cárceles, hospitales, pavimentación de calles, plazas y parques. Bajo los lincamientos del General Díaz: "El primer centenario deb[ía] denotar el mayor avance del país con la realización de obras de positiva utilidad pública y de que no hay pueblo que no inaugure en la solemne fecha, una mejora pública de importancia".

Con la intención de cumplir con el deseo de presumir los avances logrados, el gobierno mexicano, a través de la Secretaría de Relaciones Exteriores, se dio a la tarea de reunir al mayor número posible de representantes de países extranjeros con los cuales sostenía relaciones diplomáticas. Lo anterior significó una compleja organización protocolaria en distintos puntos del país, el cual ya comenzaba a manifestar evidentes muestras de descontentó, motivo por el cual el régimen porfirista debía de redoblar esfuerzos en materia de seguridad y evitar a toda costa situaciones que pusieran en riesgo el "buen nombre de México". De esta manera, los representantes del gobierno, apoyados por las autoridades militares federales y estatales, recibieron a las comitivas en la frontera con Estados Unidos y el puerto de Veracruz.

Como era de esperarse, la presencia de tan distinguidos invitados dio motivo a la organización de recepciones, fiestas campestres, bailes y banquetes, la cual dio oportunidad para que la elite porfirista pudiera hacer gala de ser y formar parte de una nación "civilizada" y próspera. Sin embargo, como podemos leer en el texto, se presentaron situaciones que pusieron en aprietos al país anfitrión, como fue la presencia del poeta nicaragüense Rubén Darío, quien tuvo que salir del país antes de llegar a la ciudad de México, debido a presiones ejercidas por el gobierno de Estados Unidos, lo cual generó algunas protestas en el puerto de Veracruz y la capital de la nación por parte de intelectuales y estudiantes.

Este segundo capítulo cierra con un elocuente apartado titulado "De la ilusión al desencanto", en donde se nos permite tener una "probadita" de los tiempos que se avecinaban para México, pues la sombra del descontento se asomaba de forma amenazante a través de diversos informes que daban cuenta de la existencia de manifestaciones obreras, acciones antireeleccionistas y movimientos opositores en distintas partes del territorio mexicano. El contenido de muchas de las cartas recibidas en el despacho presidencial deja constancia de una creciente y preocupante situación que en pocos meses alcanzaría su punto álgido y que obligaría a Porfirio Díaz a salir rumbo al exilio del cual ya no regresaría. La otra cara de las fiestas del Centenario salió a la luz y la paz, el orden y el progreso, sobre todo la tan mentada libertad, serían ampliamente cuestionadas.

Por otra parte, la selección de fotografías, postales, documentos y folletos seleccionados por Teresa Matabuena Peláez resulta ser un acertado complemento al texto de este libro. Ver al viejo presidente colocando la primera piedra del Manicomio General, los honores en El Hemiciclo a Juárez, los carros alegóricos en pleno desfile de las fiestas del Centenario, la catedral iluminada la noche del 15 de septiembre de 1910, la jura de la bandera, las portadas de las obras conmemorativas, invitaciones, partituras y tarjetas postales, nos permiten incursionar en el ámbito de otro tipo de lectura, lo que sin lugar a duda enriquece notablemente la obra.

Más allá de la evidente necesidad de recordar los fastos inaugurales de la patria, esta obra es de gran utilidad para dejar la comparabilidad sólo en una serie de preguntas, cuyas respuestas irá dando finalmente el tiempo: ¿Para qué quería el presidente Porfirio Díaz los festejos?, ¿Qué consiguió?, ¿Para qué lo festejamos en 2010?, ¿Qué conseguimos?

Díaz era, a pesar del desgaste de décadas y de la cerrazón final, un héroe nacional y un padre –para algunos un buen padre, para otros, uno malo– y se le percibía como capaz de dar respuesta a las demandas de sus conciudadanos. Con todo y su desgaste de décadas, aquello seguía pareciendo un monolito inconmovible. Piedra pura y eterna, nacida además un 15 de septiembre y curtida en las batallas más importantes de nuestra historia patria.

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