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Tzintzun

versión impresa ISSN 0188-2872

Tzintzun  no.53 Morelia ene./jun. 2011

 

Artículos

 

La cultura política de la vanguardia o la construcción del ethos revolucionario. Cuba 1952–1959

 

The political culture of the vanguard or the construction of the revolutionary ethos. Cuba 1952–1959

 

La culture politique d'avant-garde ou la construction de l'ethos révolutionaire. Cuba 1952-1959

 

Martín López–Ávalos

 

Centro de Estudios Históricos de El Colegio de Michoacán, A.C. Correo electrónico: mlopez@colmich.edu.mx

 

Recibido: 14 de junio de 2010.
Aceptado: 1o de noviembre de 2010.

 

Resumen

El golpe de Estado encabezado por Fulgencio Batista el 10 de marzo de 1952 abrió un proceso de reacomodo en la estructura política cubana que culminará en 1959. Las raíces de la Revolución cubana nacen de su dinámica nacional que se articula en, por lo menos, dos frentes: uno, en relación con la formación de grupos políticos de vanguardia por su tono insurreccional, concebidos y organizados fuera de los partidos políticos establecidos en el sistema parlamentario cubano; y dos, la formulación de un nuevo discurso político que justificará la creación de los grupos de vanguardia y su estrategia insurreccional. Aquí se encuentra, también, el origen de la cultura política que definirá al castrismo como ideología revolucionaria, mucho antes de la aparición de los comunistas cubanos y su supuesta influencia en el desarrollo de la Revolución cubana, como sostiene la historiografía sustentada en el paradigma de la Guerra Fría.

Palabras clave: insurrección, vanguardias, castrismo, Revolución cubana.

 

Abstract

Since the coup led by Fulgencio Batista on March 10, 1952, began a process of readjustment in the Cuban political structure which will culminate in 1959. The roots of the Cuban revolution born of national dynamic that is articulated in at least two fronts: one, concerning the formation of political groups in tone insurrectionary art, conceived and organized outside the established political parties in Cuban parliamentary system, and two, the formulation of a new political discourse that justified the creation of avant–garde groups and insurrectionary strategy. Here is also the origin of the political culture that will define the Castro and revolutionary ideology, long before the emergence of the Cuban communists and their alleged influence on the development of the Cuban revolution and historiography claims supported by the paradigm of Cold War.

Key words: insurrection, vanguard, Castrismo, Cuban revolution.

 

Résumé

Le coup d'état que Fulgencio Batista a fait le 10 mars 1952, a ouvert un processus de remaniement de la structure politique cubaine qui culminera en 1959. Les racines de la Révolution Cubaine sont nées de la dynamique nationale laquelle s'articule, au moins, à deux tendances : une, par rapport à la formation des groupes politiques d'avant–garde, d'après leur ton insurrectionnel, conçue et organisée dehors les partis politiques établis dans le système parlementaire cubain, y l'autre, par rapport à la formulation d'un nouveau discours politique que justifiera la création des groupes d'avant–garde et leur stratégie d'insurrection. On trouve, par ailleurs, l'origine de la culture politique qui définira le castrisme comme une idéologie révolutionnaire, avant l'apparition des communistes cubains et leur influence dans le développement de la révolution cubaine comme colonne de l'historiographie dans le paradigme de la guerre froide.

Mots clés: insurrection, avant–gardes, castrisme, Révolution cubaine.

 

El año de 1952 iniciará una amplia transición en el sistema político cubano; al igual que Gerardo Machado, Fulgencio Batista, sin proponérselo, abrirá las puertas de una nueva época. A lo largo de ese año, el sistema político fincado por un movimiento renovador veinte años atrás, quedará fracturado a tal grado que impedirá construir el consenso democrático con el que había venido funcionado, sin sobresaltos, el sistema electoral de partidos. El golpe de Estado encabezado por Batista terminaría con el sistema político construido luego de la experiencia insurreccional de 1933, la cual daría forma a los grandes partidos populares cubanos, encabezados, paradójicamente, por el propio Batista y los activistas universitarios del Directorio Estudiantil Universitario con el Partido Revolucionario Cubano (Auténtico), quienes gobernarían Cuba al amparo de la Constitución de 1940. En este punto, es muy importante advertir que la clase política quedó imposibilitada para encauzar a las fuerzas renovadoras que empezaron a manifestarse luego del 10 de marzo. El año de 1952 abrirá una década de profundos cambios y reacomodos sociales y políticos en Cuba que culminarán con una crisis general del sistema y sus representantes.

Como veremos, esta crisis no fue provocada por el comunismo, pues las raíces de la Revolución cubana nacen de su dinámica nacional en esta renovación generacional que se articula en, por lo menos, dos frentes: uno, el relacionado con la formación de grupos políticos de vanguardia por su tono insurreccional, es decir, concebidos y organizados fuera de los partidos políticos establecidos en el sistema parlamentario cubano; y otro, el del discurso político que servirá para justificar la creación de los grupos de vanguardia y su estrategia insurreccional. En estos dos frentes se encuentra, también, el origen de la cultura política que definirá al castrismo como ideología revolucionaria, mucho antes de la aparición de los comunistas cubanos y su supuesta influencia en el desarrollo de la Revolución cubana.

La Revolución cubana marcó a toda una generación que se entusiasmó y, en muchos casos, murió por el ideal que irradiaba la experiencia cubana. El fulgor inicial lejos de menguar con los años se ha mantenido; como muestra la abundante bibliografía1 producida a lo largo de estos años. La Revolución cubana después de casi cinco décadas de vida no ha dejado de ser un tema de actualidad, sobre todo cuando se acerca un inevitable relevo generacional en su élite gobernante. Sin embargo, desde su gestación hasta la actualidad, esta preocupación ha estado bordada por el matiz de la Guerra Fría. Buena parte de los estudios en torno a la Revolución cubana suponen, para bien o para mal, que la aparición de los comunistas es lo que explica la transformación socialista de la Revolución.

Durante décadas, esta ha sido la preocupación fundamental de los estudios en torno a la historia de la Revolución cubana, generando una oposición dialéctica entre la democracia y la dictadura, o entre la revolución y la contrarrevolución, según el ángulo desde el cual miremos el cuadrilátero cubano, dispuesto a la confrontación, dado que la historia es vista como otro campo de batalla; la lucha por la interpretación de la historia ha polarizado aún más los trabajos que han aparecido a partir de 1959 y que se prolongan hasta la actualidad. Basta echar un vistazo a los recuerdos (memorias) de los participantes, la mayoría menores2 por desgracia, donde aparece la tesis de la Guerra Fría: había una revolución democrática que los comunistas cubanos echaron a perder, gracias a la perfidia de Fidel Castro y de su hermano Raúl, ayudados por el Che Guevara y los dirigentes soviéticos. Paradójicamente, la Guerra Fría también condicionó la visión académica, centrando su debate en torno a la ausencia de democracia representativa o a la aparición de un proceso político antiimperialista y socialista.

El influjo de la Revolución cubana modificó y condicionó, sin duda alguna, la historia latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX, no sólo por la Guerra Fría, sino también por la lectura que diversas fuerzas políticas dieron a los acontecimientos cubanos y a los que asumieron como lecciones. En este sentido queda abierta, para el análisis no sólo histórico, la importancia de la aportación cubana a la teoría revolucionaria y en específico al marxismo. Es en este punto, fuera del debate tradicional de los estudios cubanos, donde podemos examinar el crimen que los anticomunistas de todos los tamaños y sabores nos han gritado por décadas en todas sus memorias, estudios académicos o reportajes y biografías. Los ríos de tinta y las montañas de papel acumulados todos esos años indican que el tema es importante pero también que no ha encontrado el punto de inflexión, aun cuando la Guerra Fría se cerró como capítulo histórico hace casi 20 años.

Si aceptamos que la Revolución cubana es un hecho histórico relevante, acorde con esa relevancia el presente estudio propone analizar ese hecho de tal forma que nos permita aportar nuevos cauces de discusión sobre su origen y destino. En ese sentido, un tema de trascendencia, poco estudiado todavía hoy, es el de su élite política, la que encabezó la revolución. El encontrar el origen de ésta, su conformación, organización y funcionamiento nos ayudará a comprender las posibilidades de transformación o cambio que puedan ocurrir en la Cuba de hoy.

 

El fin de una época: el retorno de Batista

El golpe de Estado del 10 de marzo no sólo rompió el orden constitucional vigente; también había quebrado a la clase política a través de sus partidos y dirigentes, interesados en acomodarse en la nueva situación, negociando con Batista una salida al callejón al que los había metido. Frente a una clase política inmovilizada, una joven generación irrumpió, desentonando con la dinámica que parecía acabaría por aceptar el hecho de que Batista se hacía del poder nuevamente.

Los límites del sistema para autorregularse también fracasaron. Las demandas judiciales, emplazadas por Fidel Castro y otro grupo de parlamentarios ortodoxos, reafirmaron la convicción de un cambio inminente por los mismos medios que la Constitución de 1940 permitía, es decir, por la resistencia civil contra un gobierno ilegítimo. La opción insurreccional nacería de esta demanda de la sociedad civil, como una respuesta de resistencia violenta frente a un poder erigido en la ilegalidad. En este contexto, varias organizaciones surgidas de la sociedad civil transitarán hacia la estrategia insurreccional. No resultará extraño, también, que la juventud cubana se transformará en el nuevo motor político, pues los dos grandes partidos populares de la época, auténticos y ortodoxos, basaban su militancia en una amplia organización juvenil.

En una extensa y bien documentada investigación sobre el periodo que nos ocupa, Bonachea y San Martín3 contabilizaron más de una veintena de organizaciones fundadas al calor del 10 de marzo y otras de mayor antigüedad que confluyeron en la insurrección como táctica. En este momento, la figura de Fidel Castro no está en un sitial de líder de la resistencia; el joven Fidel tendrá que competir contra otras organizaciones y personalidades que lucharán por el mismo fin: derrocar al gobierno de Fulgencio Batista. El ambiente insurreccional será importante para desencadenar el derrumbe del sistema, pues gracias a él se polarizarán las posiciones, dejando en un fuego cruzado a un centro político que tuvo que optar por aliarse a una de esas posturas. ¿Por qué, entonces, una de estas organizaciones insurreccionales destacó sobre las demás y encontró el camino abierto para formar una nueva élite política? La respuesta a esta interrogante habrá que buscarla en la capacidad de estas organizaciones y sus líderes para articular un discurso lo suficientemente atractivo para la sociedad en un momento en que los tradicionales lazos políticos entre los gobernantes y gobernados dejaron de tener sentido. A partir de esta problemática, cobrará importancia el estudio sobre la figura de Fidel Castro y la organización que fue impulsando junto con otros militantes de la juventud ortodoxa.

El liderazgo del joven abogado Fidel Castro sobre el movimiento que empezaba a organizar fue absoluto; aprovechó el entusiasmo juvenil de la ortodoxia para formar el núcleo inicial del movimiento. Para ese momento, Fidel contaba ya con las bases para formar una organización que potencialmente podía convertirse en instrumento de lucha gracias a la frustrada campaña electoral de 1952, ya que facilitó el reclutamiento y los nuevos contactos políticos.

La organización significaba, para Castro, crear un aparato de vanguardia, siguiendo la propia tradición política cubana de la generación de 1933, es decir, un grupo disciplinado y jerárquico concebido para la acción insurreccional, integrada por células de 10 a 15 miembros cada una. En 14 meses, recuerda Fidel en conversación con el dominico brasileño Frei Betto (1986), se reclutaron a cerca de mil 200 hombres, los cuales fueron seleccionados personalmente por el propio Castro, quien les decía a cada potencial recluta: "Todos los que ingresen al Movimiento lo harán como soldados de fila, los méritos o cargos que hubiera tenido en el Partido Ortodoxo no cuenta para nada aquí, la lucha no será fácil y el camino a recorrer largo y espinoso; nosotros vamos a tomar las armas frente al régimen". Pedro Miret, el encargado de dar el entrenamiento en el manejo de las armas, calcula, a su vez, que por sus manos pasaron mil 500 hombres divididos en 15 células, según contó a Tad Szulc.4 La jefatura del movimiento estaba integrada por el propio Fidel y Abel Santamaría como segundo al mando. La dirección se completaba con un Comité Civil al que pertenecían Mario Muñoz Monroy, Boris Luis Santa Coloma, Jesús Montané Oropesa y Óscar Alcalde Valls, y un Comité Militar integrado por Renato René Guitart, Ernesto Tizol, José Luis Tasende y Pedro Miret Prieto.5

En este momento, los jóvenes radicales se concebían a sí mismos como el ala radical de la ortodoxia, que chocaba ante el inmovilismo de los líderes políticos ortodoxos. A principios de 1953 el propio partido entraría en un proceso de división por la dificultad de encontrar un consenso sobre la línea de alianzas y pactos para combatir a Batista. Enfrentados a este hecho, los jóvenes radicales aumentaron su descontento, expresado en forma elocuente: "Vámonos de aquí. Con estos políticos no se puede contar para hacer la revolución". Al recordar esta coyuntura años más tarde, Castro afirmaría que la opción insurreccional por cuenta propia sería consecuencia de la vacilación de los partidos establecidos:

[...] enfrascados en todo tipo de disputas y querellas intestinas y ambiciones personales de mando, no poseían la voluntad ni la decisión necesaria para luchar ni estaban en condiciones de llevar adelante el derrocamiento de Batista [...] Fue entonces cuando, partiendo de nuestra convicción de que nada podía esperarse de los que hasta entonces tenían la obligación de dirigir al pueblo en su lucha contra la tiranía, asumimos la responsabilidad de llevar adelante la Revolución.6

El sentimiento de insatisfacción será el factor aglutinador de estos jóvenes y a través de él se irá conformando una nueva generación política. Los rasgos distintivos de ella estarán en la juventud de sus integrantes, impetuosos por entrar en acción y por una vaga o imprecisa formación política de los militantes, no así de sus dirigentes. Un profundo sentimiento de inconformidad ante lo establecido creará un espíritu de cuerpo.7 Será un grupo heterogéneo de acuerdo con su origen social, donde había profesionales universitarios, obreros de la construcción, comerciantes, estudiantes, etcétera. En ese sentido, el primer intento de vanguardia del castrismo será un gran frente que agrupe a personas de distinto origen en un punto en común: derribar al gobierno de Batista. Orbelín Hernández, uno de estos jóvenes, recordará más tarde cómo fue este proceso:

[... ] yo no tenía ni una conciencia marxista ni comunista. Sencillamente, las prédicas de Chibás me habían despertado una conciencia de rechazo contra todo lo que estaba ocurriendo. Solamente con esto estábamos suficientemente fortalecidos para luchar contra las bandas gansteriles, contra el golpe, contra los políticos ladrones.

Eso nos dio una especie de formación revolucionaria, para aquella época. Decir que teníamos una conciencia más elevada, una formación más profunda, marxista, no sería cierto. Nunca había estudiado ciencia política. Sólo me guiaba por los discursos de Chibás, y por aquellas denuncias de Fidel [...] Nosotros éramos ortodoxos, teníamos mucha disposición para la lucha, odiábamos a Batista, y eso era lo que llevaba a adoptar aquella actitud de rebeldía intransigente contra el régimen.8

Formada la organización (el movimiento) y abierta la oportunidad una vez que dentro del mismo partido se había cerrado la opción insurreccional, el grupo dirigente proyectó y realizó la toma por asalto al segundo cuartel militar de importancia del ejército cubano, el cuartel Moncada de Santiago de Cuba. La idea de la insurrección se basaba en la creencia de un levantamiento popular espontáneo combinado con una huelga general una vez tomado el cuartel militar:

Se llamaría al pueblo a luchar contra Batista [... ] Se convocaría a los obreros de todo el país a una huelga general revolucionaria por encima de los sindicatos amarillos y los líderes vendidos al gobierno. La táctica de guerra se ajustaría al desarrollo de los acontecimientos. [En] Caso de no poder sostenerse la ciudad con mil armas que debíamos ocupar al enemigo en Santiago de Cuba, iniciaríamos la lucha guerrillera en la Sierra Maestra.9

Como se ve, la acción estaba impregnada de una visión sub–jetivista sobre el posible éxito del ataque, como es el confiar todo al impacto de un grupo de vanguardia sobre la conciencia de la sociedad, pues no había un trabajo previo sobre los sectores sociales que se querían movilizar. El ideal insurreccional castrista pretendió generar un gran movimiento de masas a partir de la identificación de ciertos ideales y aspiraciones que se suponía estaban en la sociedad, condensados en un programa político dirigido al calor del combate. Este optimismo se puede explicar a partir de la propia historia política cubana con un antecedente exitoso: la revuelta de sargentos y estudiantes de 1933. Paradójicamente, fueron Batista y los futuros presidentes auténticos Ramón Grau Sanmartín y Carlos Prío Socarrás, los que demostrarían la validez de los postulados vanguardistas.

Al ser interrogado por un fiscal sobre las fuerzas con que contaba para llevar a cabo su plan, Fidel respondió que únicamente con el pueblo, pues

El pueblo hubiera respondido firmemente si llegamos a ponernos en contacto con él. Nuestro plan consistía en tomar el Moneada e inmediatamente después propalar, por medio de todas las emisoras de radio de la ciudad, el último discurso de Chibás. Habríamos leído nuestro programa revolucionario al pueblo de Cuba; nuestra declaración de principios contiene los anhelos de varias generaciones de cubanos. En esa oportunidad todos los líderes de la oposición nos hubieran apoyado sumándose al Movimiento en toda la República. Con todo el pueblo unido habríamos derrocado al régimen de facto.10

El programa aludido por Castro –conocido posteriormente como "El Manifiesto del Moneada a la Nación"– es un documento de recuento y declaración de principios, donde se enuncia un programa de reconstrucción nacional. Resulta interesante observar cómo, por primera vez, el movimiento insurreccional se considera como parte de una larga cadena histórica de una "revolución inacabada": iniciada por las fuerzas independentistas en 1868, continuada por Martí en 1895, y actualizada por Guiteras y Chibás en la etapa republicana, donde el golpe de marzo ha sumido en el caos a la nación. El "Manifiesto" establece la ruptura generacional entre una clase política claudicante frente a una dictadura y la "juventud del Centenario", que no mantiene otro anhelo más que honrar con sacrificio y triunfo el sueño irrealizado de Martí.

En este contexto, anuncia "la revolución nueva", necesaria para renovar "de una vez y para siempre" la situación en la que han hundido al país los miembros de una clase política sin honra. Esta renovación parte del "sentimiento nacional cubano" y de esas raíces independentistas representadas por Céspedes, Maceo, Gómez, Martí, etcétera, y que culmina con un ciclo histórico de frustración entre los cubanos por alcanzar la libertad e independencia: "En 1853 con el nacimiento de un hombre luz, comenzó la revolución cubana; en 1953 terminará con el nacimiento de una república de luz".

El asalto al cuartel Moneada marcaría el sacrificio y el martirio como los nuevos valores incorporados a la acción política y llevados a la práctica para cumplir con un fin pedagógico, al mostrar el camino a seguir.11 En este sentido debemos establecer la lectura del primer texto básico de la revolución: La historia me absolverá. Ahí Fidel fundamentará la necesidad del rompimiento –siguiendo los argumentos presentados en las frustradas demandas judiciales contra Batista y El Manifiesto del Moneada– y además señalará claramente el surgimiento de una nueva élite que disputará el poder a la vieja élite corrompida que ya no cumplía con su papel político.

Al hablar ante el tribunal que lo juzgaba, Castro declaró que de haber triunfado el asalto al Moncada y tomado la ciudad de Santiago, se emitirían cinco leyes revolucionarias, de las cuales destaca la primera por ser donde establece la necesidad del cambio político al desplazar a la élite gobernante. Por su importancia, y pese a su extensión, vale la pena su reproducción textual para ir desenredando el concepto que nos ocupa:

La primera ley revolucionaria devolvía al pueblo la soberanía y proclamaba la Constitución de 1940 como la verdadera ley suprema del Estado, en tanto el pueblo no decidiese modificarla o cambiarla, y a los efectos de su implantación y castigo ejemplar a todos los que la habían traicionado, no existiendo órganos de elección popular para llevarlo a cabo, el movimiento revolucionario, como encarnación momentánea de esa soberanía, única fuente de poder legítimo, asumía todas las facultades que le son inherentes a ella, excepto la de modificar la propia Constitución: facultad de legislar, facultad de ejecutar y facultad de juzgar.

Esta actitud no podía ser más diáfana y despojada de chocherías y charlatanismos estériles: un gobierno aclamado por la masa de combatientes, recibiría todas las atribuciones necesarias para proceder a la implantación efectiva de la voluntad popular y de la verdadera justicia.12

Resalta, en primer lugar, la problemática de la soberanía popular, raíz y razón de estos acontecimientos. Para Castro, si bien el pueblo es el único depositario de ella, en las circunstancias que motivaron la insurrección era inoperante. Para restaurarla, se requerirá mucho más que una simple declaración formal: será necesario borrar el pasado y, con él, a sus representantes. El primer paso restaurador, en este sentido, estará en castigar a "todos los que la habían traicionado", pues de lo contrario sería un engaño y una estafa más ponerla en manos de quienes habían claudicado para salvaguardarla.

La soberanía es la única fuente de poder legítimo y, en consecuencia, el problema estará en la forma de asumirla. Para Castro, a falta de los mecanismos formales para acceder a ella, la insurrección proporcionará esa legitimidad en el ejercicio del poder, es decir, el movimiento insurreccional encarnará esa soberanía de manera momentánea hasta que el depositario de ella, el pueblo, decida otra cosa. El movimiento insurreccional representará la parte consciente del conjunto social porque estará apelando al ejercicio de un derecho, mismo que le confiere a los integrantes del movimiento, ya como representantes, la "facultad de legislar, facultad de ejecutar y facultad de juzgar", es decir, capacidad para gobernar.

El movimiento insurreccional y quienes lo integran, por ese mismo hecho, se convertirán en revolucionarios capacitados para ejercer el poder. Éste se convierte en un "derecho" de una nueva élite como apunta Castro al estimar que "un gobierno aclamado por la masa de combatientes" es la única posibilidad de que ahora sí se implante la "verdadera voluntad popular".

La nueva élite –la "masa de combatientes"– será la viva encarnación de la soberanía y voluntad populares. En este sentido, la problemática del restablecimiento de todos los mecanismos democráticos que requiere la sociedad pasarán a un segundo plano, pues los traductores de esta voluntad no los consideran; la sociedad pasará a estar tutelada por una nueva élite que se considera su defensora e intérprete. Esta problemática se torna aún más interesante si consideramos que la preocupación inicial del movimiento insurreccional estaba en recuperar el equilibrio roto por el golpe de marzo. Todos los grupos insurreccionales, incluido el liderado por Castro, planteaban una vuelta al equilibrio democrático, pero ahora nos encontramos con un replanteamiento de la situación. En la ya citada conversación con Frei Betto,13 Fidel acotaría:

Inicialmente pienso que hay que volver a la etapa constitucional anterior; ahora había que derrocar la dictadura militar. Yo estoy pensando en que hay que recuperar el status anterior, y que todo el mundo se uniría para liquidar esa cosa infame y reaccionaria que era el golpe de Estado de Batista [...] Para mí estaba claro que había que derrocar a Batista mediante las armas y volver a la etapa anterior, al régimen constitucional, pues sería seguramente el objetivo de todos los partidos, y yo había concebido la primera estrategia revolucionaria con un gran movimiento de masas que se instrumentaría inicialmente a través de cauces constitucionales.

La importancia de la Primera Ley Revolucionaria establecida en La historia me absolverá radicará en este rompimiento que no asomaba antes del 26 de julio de 1953, cuando el grupo fidelista entró en acción al atacar el cuartel Moncada de Santiago de Cuba. A partir de entonces, el movimiento insurreccional encontrará una nueva vertiente apenas vislumbrada por todos los grupos radicales del momento. El Moncada, por otro lado, estableció a Fidel, en forma definitiva, como una de las estrellas del firmamento político cubano y a su liderazgo como el más serio opositor a Batista y su gobierno. Si bien el primer objetivo no se logró, sí se consiguió el efecto demostrativo que atrajo la atención de otros jóvenes hacia el camino trazado por la generación del centenario.

 

La vanguardia como destino

El asalto al cuartel Moncada terminaba con una etapa e iniciaba otra dentro del proceso insurreccional cubano. Haciendo un balance, Castro14 empezó a sacar dos conclusiones que le reafirmarían la estrategia insurreccional.15 Para él, el fracaso en la toma del cuartel Moncada se había debido a "factores absolutamente accidentales", que desarticularon la acción. Por lo tanto, la primera conclusión tenía que ver con la organización con que se contaba; la segunda, con los valores que cada uno de los militantes debía poseer. El problema organizativo y de formación de la conciencia insurreccional estaría presente en la mente de Fidel en la estancia de 22 meses en la prisión de la Isla de Pinos, a donde fueron a parar los sobrevivientes al asalto del Moncada una vez terminado el juicio a que fueron sometidos.

La lucha insurreccional se convertirá en el filtro de reclutamiento de la vanguardia, verdadera élite, que se plasmará con la fundación del Movimiento 26 de julio en 1955, como primera etapa y posteriormente con el Ejército Rebelde en la Sierra Maestra. Aquella legitimará primero la formación y, posteriormente, la permanencia de la nueva élite en el poder; a partir de estos hechos se irán conformando una serie de valores que darán cohesión a sus miembros. Varios serán los rasgos característicos en este proceso; por ejemplo, la fidelidad a la figura del líder, en este caso Fidel Castro y la aceptación de los valores políticos que éste implantaba como las bases de una nueva fórmula. Así, el reclutamiento estará abierto para todo aquel que acepte estas premisas. El movimiento insurreccional encontrará en la resistencia urbana, y posteriormente en la lucha guerrillera, su camino hacia la disputa del poder y su posterior conservación.

La reorganización del movimiento insurreccional fue la primera tarea a la que Castro y sus más allegados colaboradores se dedicarían desde el otoño de 1953, cuando éste fue trasladado a la Isla de Pinos para cumplir su condena. No resultó extraño que, al reunirse con sus compañeros, formara la Academia Ideológica "Abel Santamaría", donde se impartirían cursos de Filosofía, Historia universal, Economía, Política, Matemáticas, Idiomas y Literatura española, en sesiones de mañana y tarde para completar una jornada de cinco horas de clases.

La coyuntura política: el anuncio de Batista en abril de 1954 para convocar a elecciones generales el siguiente año, para legitimar su estancia en el poder, aceleró los preparativos. En una serie de cartas escritas desde prisión, Fidel urgía a mantener los principios, pues de éstos "surgirá más purificado y limpio el ideal redentor". Al referirse a la situación que se creaba con las anunciadas elecciones, Castro estimaba que

Los hombres decentes y las masas de mayor conciencia política han quedado marginadas de la lucha comicial como resultado del cuartelazo traidor; estamos presenciando una batalla de ladrones: los ladrones de ayer contra los ladrones de antier y hoy; una lucha entre traidores a la Constitución y los traidores al pueblo en desgracia; una lucha entre los creadores del porrismo y los fundadores del gangsterismo, entre la tiranía y la comedia, de donde resulta tragedia para el pueblo. Cualquiera puede ganar, pero Cuba pierde de todas maneras.16

La coyuntura de las elecciones permitiría a Fidel volver con su tesis de barrer con el pasado, al sistema y sus hombres por corruptos. Para él, la campaña electoral sería la definición entre los ladrones que se repartían a la república, por un lado, y lo que quedaba de limpio e idealista por el otro. Frente a este panorama, no quedaba otro camino que el ya esbozado en el Moncada.17 Para agosto de 1954, Castro sintetizaba su primera visión de la futura organización; resulta enriquecedor el siguiente párrafo donde nos describe cuáles serán las características de ésta, pero, sobre todo, el papel que él jugaba en la misma:

En primer término yo debo organizar a los hombres del 26 de Julio y unir en un irrompible haz a todos los combatientes, los del exilio, la prisión y la calle, que suman más de ochenta jóvenes envueltos en el mismo girón de historia y sacrificio. La importancia de tal núcleo humano perfectamente disciplinado, constituye un valor incalculable a los efectos de la formación de cuadros de lucha para la organización insurreccional o cívica. Es evidente que un gran movimiento cívico y político tiene que tener la fuerza necesaria para ganar el poder por medios pacíficos o revolucionarios; de lo contrario correrá el riesgo de que se lo arrebaten, como a la Ortodoxia, a sólo dos meses de las elecciones.18

Por las palabras de Fidel, en esos momentos el movimiento insurreccional se encontraba disperso, sin una organización que una a los, suponemos, veteranos del Moncada, los que estaban presos y los que no habían participado y se encontraban en la calle sin orientación política. La organización pensada por Castro, entonces, partía de ese núcleo forjado en la batalla, "probado y de confianza", que evitaría "considerables desprendimientos" a la falta de una "labor primaria de persuasión". El arranque inicial de la organización la debían proporcionar estos cuadros, quienes con su ejemplo y empuje atraerán a otros para formar un "caudal necesario para batir el sistema político imperante".

El movimiento insurreccional deberá ser una organización de cuadros, es decir, su ingreso será selectivo y riguroso, no abierto para todos: "puedo asegurarte que un joven probado y de confianza vale por mil y que la tarea quizás más ardua y de tiempo es encontrarlos de calidad y prepararlos...".19 Esta tarea no sería posible si no se cuenta con ciertas condiciones indispensables para integrar ese movimiento, y éstas serán ideología, disciplina y jefatura. La unión de estos elementos integrará la fuerza de la organización; la revuelta política cubana de entonces hacía pensar al joven Fidel que la única manera de salvar la pureza de los principios estaba en evitar cualquier tipo de fraccionalismos contra la dirección del mismo. Ante todo, el mando y la obediencia:

No puede organizarse un movimiento donde todo el mundo se crea con el derecho a emitir declaraciones públicas sin consultar a nadie; ni puede esperarse nada de aquel que se integre por hombres anárquicos que a la primera discrepancia toman el sendero que estimen más conveniente, desgarrando y destruyendo el vehículo. El aparato de propaganda y organización debe ser tal y tan poderoso que destruya implacablemente al que trate de crear tendencias, camarillas, cismas o alzarse contra el movimiento.20

Por lo pronto, la prisión de la Isla de Pinos se delineaba como un laboratorio donde se incubaba la formación de los cuadros que continuarían la lucha. Un entusiasmado Castro escribía: "Los muchachos todos son magníficos. Constituyen la élite porque han pasado por mil pruebas. Los que aprendieron a manejar las armas aprenden a manejar los libros para los grandes combates del mañana. La disciplina es espartana, la vida es espartana; todo es espartano en ellos, y tal su fe y firmeza inquebrantable".21

Los cuadros veteranos del Moncada se formaron en torno a una serie de valores que tenían como centro un imperativo moral para justificar la acción política. Esta fue concebida desde un enfoque moralista que distinguía entre el ser y el deber ser, entre lo bueno y lo malo, aunque después se afirmó que era una concepción racional y materialista de la vida. Los acontecimientos del Moncada, y posteriormente la coyuntura preelectoral de 1954, acentuarían en Castro y sus compañeros un sentido de misión histórica por encima de sus contemporáneos. Fidel se sentía una especie de iluminado que sabía el camino, como si fuera un profeta al que se le había revelado el destino de los cubanos. En otra de sus variadas entrevistas a periodistas y personalidades del exterior Fidel se ha referido a este punto al considerar que sus motivaciones políticas partían de una serie de conceptos de la conciencia del hombre sobre sí:

Pero pienso que ya las motivaciones que nosotros tenemos, que no parten de una concepción religiosa [...], sino parten de una serie de conceptos –tú dices: yo debo hacer el bien, porque el bien hay que hacerlo cueste lo que cueste, pase lo que pase; tengo que sacrificarme, porque es mi deber como ser humano, como hombre, sacrificarme por los demás; esto me puede costar la vida y después no hay otra vida, no hay más ninguna que ésta, y yo de todas maneras lo hago porque este valor merece la pena que dé mi vida por esto–, desde un punto de vista objetivo, esas motivaciones son las más nobles de todas.22

Estas motivaciones sólo podrá desarrollarlas quien defienda este tipo de ideas, que en la perspectiva que le da Castro, no es otro que un revolucionario, convertido en un superhombre, pues lo sitúa "en la escala superior de la especie". Esta motivación humana es producto de la defensa del valor de las ideas sustentadas en una ética espiritual que sí "tienen algo de la llamada civilización cristiana, por llamarla cristiana"; la única diferencia entre un religioso y un revolucionario estará en la separación de objetivos por los cuales un hombre hace aquello: mientras que el hombre religioso lo hará motivado por un sentimiento de recompensa o castigo, el revolucionario lo hará por adoptar racionalmente los valores objetivos más sólidos, más profundos, es decir los valores más humanos.23 Esta idea la podemos localizar desde los lejanos años de la prisión en la Isla de Pinos, cuando Fidel escribió al padre de René Guitart que

La vida es efímera, pasa inexorablemente, como han pasado las de tantas y tantas generaciones de hombres, como pasará en breve la de cada uno de nosotros. Esa verdad debiera enseñar a todos los seres humanos a que por encima de ella están los valores inmortales del espíritu. ¿Qué sentido tiene aquélla sin éstos? ¿Qué es entonces vivir?24

Sin embargo, el espíritu debe plasmarse en acciones materiales, plano en el que se desenvuelve la historia humana. En éste, la organización –la materialización de los valores del espíritu–se enfrentará a realidades que van más allá de la metafísica. En ese sentido, Castro mostraba su cara pragmática cuando enviaba instrucciones para fortalecer la organización del movimiento. En carta dirigida a Melba Hernández, le urgía a seguir una serie de directrices, consistentes en no abandonar la propaganda; coordinar el trabajo político tanto al interior como exterior del país, cuidando mucho el tipo de alianzas que se hicieran para evitar que el movimiento fuera utilizado por otros; y por último, defender los principios del movimiento sin pelearse con nadie.25

Para entonces, se perfilaba el contenido de la lucha política que se iniciaría una vez que Castro y los demás moncadistas abandonaron la prisión a mediados de 1955, luego de un fuerte movimiento a favor de la amnistía de los presos políticos, a la que accedió Batista ya como presidente constitucional. Paralelamente, se fundaría formalmente el Movimiento 26 de julio en La Habana, manteniendo una estructura similar a la utilizada para atacar al cuartel Moneada; a la Dirección Nacional, donde se mantenía el mando político–militar, se le agregaba una serie de frentes o comités que se encargarían de la relación con los militantes.

De vuelta a la calle, el siguiente paso para el movimiento insurreccional fue mostrar la fragilidad del régimen para mantener una legalidad cuestionada por una parte de la clase política y que se reflejaría en amplios sectores sociales cubanos en los próximos meses. Para ello, Castro y el Movimiento 26 de julio se valdrían de una amplia propaganda que llenaría el espacio político de entonces. Fidel, por otra parte, encontraría la situación política ideal para que la propaganda se convirtiera en denuncia que, a la larga, incrementaría su prestigio como el único líder decidido a enfrentar a Batista a como diera lugar.26

En declaraciones escritas para el semanario habanero Bohemia (10 de julio de 1956), convertido en escaparate opositor al régimen, Fidel anunciaba su intención de partir al exilio ante el clima político prevaleciente en el país, el cual era la negación a los más elementales derechos políticos. En estas condiciones, afirmaba, donde estaba cerrado el camino pacífico, no quedaba otra vía más que las armas, como en el pasado lo hiciera El Apóstol José Martí y otros independentistas:

Después de seis semanas en la calle y ver las intenciones de la camarilla gobernante, dispuestos a permanecer en el poder veinte años, como piden los adulones y aprovechados sin conciencia, ya no creo ni en elecciones generales. Cerradas al pueblo todas las puertas de la lucha cívica, no queda más que la del 68 y 95. Hay que reparar el ultraje que significa este régimen para todos los que han caído por la dignidad de Cuba.27

Los turbulentos meses del exilio mexicano para preparar una fuerza expedicionaria eran vistos como una condición previa para andar un camino que se creía conocer, sin embargo, cuando la fuerza expedicionaria del Granma llegó a Cuba, los planes iniciales se transformarían a tal grado que las premisas originales de la fórmula se adaptarían a las nuevas circunstancias de la lucha para sintetizarse en una nueva jerarquización de estos valores.

En ese sentido, el guerrillero con la Sierra Maestra como imagen idealizada al lado del campesino, se convertirá en el nuevo elemento fundacional de la élite castrista. ¿Pero en qué consistirá ese nuevo referente? Tres son los grandes pilares que después devendrán en parte integrante de una teoría revolucionaria: el voluntarismo, el igualitarismo y el ruralismo. Ésta será la primera gran transformación de los valores más profundos, más humanos. Como vimos anteriormente, estos pilares no estaban contemplados en la primera valorización programática del Movimiento 26 de julio, es decir, en su fórmula política. La experiencia del desembarco y reagrupamiento de los hombres que integraban al Granma dio una nueva visión de los mismos a los miembros del movimiento, que ahora se consideraban soldados de un ejército con una base social campesina.28

El primero de ellos se establecerá de inmediato como uno de los grandes pilares revolucionarios cubanos; la lucha por derrocar a un gobierno ilegítimo era obra de la firmeza de un puñado de hombres decididos a llevar a cabo sus ideales, sin importar las consideraciones científicas o materiales.29 No será extraño, en ese sentido, que para Fidel no había ningún problema que los revolucionarios no pudieran manejar. Para el voluntarismo fidelista, cualquier dificultad puede sortearse si existe intención para ello, siempre y cuando la masa esté dispuesta a seguirlos, alimentándose mutuamente; ese será el ejemplo y la experiencia de la Revolución cubana: un audaz grupo de jóvenes decididos a llevar a cabo los cambios necesarios pueden crear las condiciones para un cambio político de grandes proporciones. El voluntarismo parte de la comprensión de las desigualdades que afligen a la sociedad y de ese sentimiento humano en especial a las capas más desprotegidas, y de lo que se puede hacer por ellas desde el poder.30

El proceso insurreccional moldeará la conciencia de los guerrilleros en las duras condiciones de la lucha armada, al lado de los campesinos con quienes se comparte la misma suerte. El igualitarismo surgirá como una extensión, basado en estas condiciones, y se reflejará en una ética revolucionaria que impedirá cualquier privilegio entre el guerrillero y el campesino. Esta situación condicionará un reclutamiento y ascenso abierto para los más capaces, en este caso, al mejor soldado que pudiera dirigir a sus compañeros en la batalla militar. El igualitarismo estará basado en las penalidades y penurias compartidas en la vida diaria. Sin embargo, el igualitarismo, en cuanto ética, no significó una medida análoga en la participación de la toma de decisiones, que se mantuvo autoritaria y jerárquica.

Por su parte, el ruralismo es una extensión de lo anterior, por los valores que aportará al proyecto de la construcción de la nueva sociedad. La insurrección cubana encontrará en el campo al depositario de los valores y de las formas de vida que tienen que universalizarse para la parte urbana de la sociedad. La vida campesina semeja a la del guerrillero por su camaradería, trabajo fuerte y sentido del sacrificio. El ruralismo no es una simple idealización, sino más bien un camino de formación individual y de cambio cultural, orientado a la experiencia directa que modifica la conducta a través de una profunda confrontación personal con la vida y los trabajo rurales.

Estos elementos, que fueron conformando la cultura política revolucionaria, no hubieran tenido éxito sin el gran vacío que dejó la quiebra de todas las instituciones del antiguo régimen. Al desmoronarse su clase política,31 que representaba al nacionalismo revolucionario, se abrió el camino para una gran experimentación que se reflejó en la flexibilidad y adaptabilidad que mostró el castrismo desde sus años de formación.32 Era el inicio de la búsqueda de una política de unidad nacional que se vislumbró desde las guerras de independencia del siglo XIX, al tratar de integrar a una nación. Para los padres de la patria, Céspedes, Maceo, Gómez, Martí, la nación representaba un orden supremo armónico, al cual deberán subordinarse todas las diferencias inherentes a una sociedad, esto es, sociales, raciales, económicas, etcétera. Todo cubano que se identificara con la patria, sin importar su origen social o racial, podía acceder a integrar el nuevo orden.

Ésa fue la misma idea que alimentó a Fidel en su formación como conspirador revolucionario: una sociedad idealizada sin aristas ni roces, armónica y sin contradicciones. La Historia me absolverá nos mostrará la elaboración de este ideal. Desprovistos de cualquier aparato conceptual basado en el análisis marxista tradicional de las clases sociales, los problemas parten de una "conducta errónea" en el contexto social actual, es decir, de una opción moral equivocada:

Quizá el mayor idealismo nuestro haya sido el creer que en una sociedad que apenas acaba de salir del cascarón, en un mundo que durante miles de años ha vivido bajo la ley del talión y de la ley del más fuerte, y la ley del egoísmo, y la ley del engaño, y la ley de la explotación, se pudiera caer así, de un salto, en una sociedad donde todo el mundo se comportara de una forma ética y moral.33

Los desajustes sociales, provocados por el capitalismo en la sociedad y economía, obedecían de alguna forma al resultado del desarrollo imperfecto del pasado. Entre estas imperfecciones, la más importante estaría en la relación con los Estados Unidos. Desde la época de la revolución de 1933, la problemática relación con ese país fue considerada como el punto de toque de la construcción de un nuevo sistema que pudiera cristalizar el ideal libertador de los padres de la patria, sobre todo el de El Apóstol nacional cubano José Martí, para quien la independencia sólo sería posible rompiendo con la tutela económica y política que los norteamericanos pretendían imponer sobre la isla. El desarrollo histórico cubano en el siglo XX fue la realización de ese temor advertido por Martí y del fracaso de su clase política, que nace subordinada y colabora con ese sistema de dominación externa. Desde la generación libertadora que funda la república hasta la generación nacionalista de los auténticos ortodoxos y en su momento Batista, Cuba no encontrará una élite política que enfrente ese problema.

El 1o de enero de 1959 terminaba una etapa en la historia de Cuba; se abría un horizonte para llevar a cabo la realización de muchos sueños e ideas. Una nueva élite había podido movilizar al conjunto de la sociedad en torno a un programa de reformas sociales e independencia nacional. Se abría el camino para la conformación de un nuevo sistema.

 

Notas

1 Toda selección siempre es arbitraria y debido al espacio marcado para un artículo no se puede extender demasiado sobre la historiografía de la Revolución cubana, sin embargo y sin pretender hacer un balance crítico, observamos que tanto al inicio de la Revolución (1959) como al final del siglo XX, abundan los grandes reportajes primero para dar noticia de la revolución victoriosa y luego para querer anticipar su caída, precisamente con el fin de la Guerra Fría. A los reporteros se han unido los biógrafos de Fidel Castro y el Che Guevara y los estudios académicos que han hecho balances de la propia experiencia revolucionaria. Entre los primeros están Jorge Ricardo Masetti, Los que luchan y los que lloran; el Fidel Castro que yo vi, Buenos Aires, Freeland, 1958; Fernando Benítez, La batalla de Cuba, México, Era, 1960; Lee Lockwood, Castro's Cuba, Cuba's Fidel, New York, Vintage Books, 1969. Para la segunda oleada, Andrés Oppenheimer, La hora final de Castro, Javier Vergara, 1992; Román Orozco, Cuba roja: cómo viven los cubanos con Fidel Castro, Javier Vergara, 1993. Dentro de las biografías aparece el mismo fenómeno: Jules Dubois, Fidel Castro ¿dictador o liberador?, Buenos Aires, Grijalbo, 1959; Tad Szulc, Fidel. Un retrato crítico, Barcelona, Grijalbo, 1987; Claudia Furiati, Fidel Castro. La historia me absolverá, Barcelona, Plaza & Janés, 2003; Jon Lee Anderson, Che Guevara, una vida revolucionaria, Barcelona, Emecé Editores, 1997; Jorge G. Castañeda, La vida en rojo. Una biografía del Che Guevara, México, Alfaguara, 1997; Pacho O'Donnell, Che. La vida por un mundo mejor, México, Plaza & Janés, 2003; por último, una biografía doble de Simon Reid–Henry, Fidel & Che. A revolutionary friendship, London, sceptre, 2009. Los estudios académicos han mantenido una aparición constante desde la década de los setenta del siglo XX, Hugh Thomas, The Cuban revolution, New York, Harper Torchbooks, 1971; Carmelo Mesa Lago, Dialéctica de la revolución cubana: del idealismo carismático al pragmatismo institucionalista, Madrid, Playor, 1979; Irving Louis Horowitz, Cuban communism, 6a edition, New Brunswick, Translations Books, 1987; Louis A. Pérez, Cuba between reform and revolution, 2a edition, New York, Oxford University Press, 1995; Juan M. del Aguila, Cuba. Dilemmas of a revolution, Boulder & London, Westview Press, 1984; Marifeli Pérez–Stable, The Cuban revolution: origins, course and legacy, Oxford, Oxford University Press, 1998.

2 Éste es un rubro abundante, iniciado por el mayor escritor de la Revolución cubana, el Che Guevara, quien aportó un modelo: el de los Diarios como bitácora de los acontecimientos; no es extraño que en esta perspectiva la obra documental más valiosa, compilada por Carlos Franqui, se titule El diario de la Revolución cubana, Barcelona, Ediciones R. Torres. Después del Che, y del lado contrario, aparecieron los profesionales de la memoria, cuyo único objetivo está en establecer el momento en que los Castro giraron hacia el comunismo y pusieron fin a las ilusiones democráticas y humanistas, encontrando culpables a un crimen que, por desgracia, se niegan a analizar. Es el caso de todos los revolucionarios distanciados como Carlos Franqui con Retrato de familia con Fidel, Barcelona, Seix Barral, 1981; Huber Matos con Cómo llegó la noche, Barcelona, Tusquets, 2002, y una serie de actores muy menores que pretenden arañar la gloria por denunciar a una dictadura, quienes van desde el primer presidente de la Revolución, Manuel Urrutia, con Fidel Castro y compañía, Barcelona, Editorial Herder, 1963; y Teresa Casuso, Cuba y Castro, Buenos Aires, Plaza & Janés, 1963, hasta personajes tan extraños como inverosímiles como José Luis Llovio con Desde dentro. Mi vida secreta como un revolucionario en Cuba, México, Lasser Press Mexicana, 1989, quien hace de su disidencia el negocio de su vida.

3 Bonachea, Ramón L. y Martha San Martín, The Cuban insurrection, 1952–1959, New Brunswick, Transaction, 1974.         [ Links ]

4 Szulc, Tad, Fidel: un retrato crítico, Barcelona, Grijalbo, 1987, p. 263.         [ Links ]

5 Rojas, Marta, La generación del centenario en el juicio del Moneada, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1979, p. 317.         [ Links ]

6 Castro, Fidel, Discursos, 3 Vols., La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, II, p. 101.         [ Links ]

7 Robert Merle, en su obra dedicada al asalto al cuartel Moncada, describe cómo la fidelidad sentimental entre los integrantes del movimiento fue más fuerte que una supuesta lealtad ideológica, al transcribir el diálogo entre Raúl Castro y José Luis Tasende cuando éste le preguntó si le seguiría en caso de entrar en combate: "Sí iré, respondió Raúl, en el movimiento están mi hermano y mis mejores amigos: tú, Miret, Juan Almeida..." Merle, Robert, Moncada: le premier combat de Fidel Castro, Paris, Laffont, 1965, p. 279.

8 Mencía, Mario, El grito del Moncada, La Habana, Editora Política, p. 60.         [ Links ] Melba Hernández, por su parte, recuerda la formación del movimiento en los siguientes términos: "En nuestras filas, en aquella época, jamás se hablaba de comunismo, socialismo o marxismo leninismo como ideología, sino del día en que, cuando la Revolución se hiciera del poder, todas las propiedades de la aristocracia se entregarían al pueblo y las utilizarían los niños por los que luchábamos ...El problema de la explotación de los trabajadores no se discutía pero sí nos referíamos a sus salarios, a cómo se abusaba del obrero y del campesino". Szulc, Op. cit., p. 253.

9 Castro, Fidel, Discursos, Op. cit., t. II, p. 107.

10 Rojas, Marta, Op. cit., p. 37.

11 Al reunir a sus hombres antes de partir rumbo al Moncada, Fidel les había dicho: "Compañeros, podrán vencer mañana o ser vencidos, pero de todas maneras este movimiento triunfará. Si vencen mañana será lo que aspiró Martí; si no, el gesto servirá de ejemplo al pueblo de Cuba", Franqui, Op. cit., p. 72. Meses después de estos acontecimientos, Fidel Castro escribía desde la prisión de la Isla de Pinos a Luis Conte sobre las motivaciones de atacar ese cuartel militar: "Nuestros sentimientos están llenos de lealtad hacia los más puros ideales de Eduardo Chibás; que los que cayeron en Santiago de Cuba son militantes del partido que él fundara; y que con él aprendieron a morir cuando la patria necesita de la inmolación heroica para levantar la fe del pueblo en el temple de sus hijos y en la realización inevitable de su destino histórico". Conte Agüero, Luis, Cartas del presidio, La Habana, Editorial Lex, 1959, pp. 21–22.

12 Castro, Fidel, La historia me absolverá, versión revisada, La Habana, Editora de Ciencias Sociales, 1975, p. 71.         [ Links ]

13 Betto, Frei, Fidel Castro y la religión, México, siglo XXI, 1986, p. 170.         [ Links ]

14 Castro, Fidel, Discursos, Op. cit., , p. 107.

15 En el ya citado discurso conmemorativo del asalto al Moncada, Fidel haría dicho balance: "Lo más difícil del Moncada no era atacarlo y tomarlo, sino el gigantesco esfuerzo de organización, preparación, adquisición de recursos y movilización, en plena clandestinidad [...] Con infinita amargura vimos frustrarse nuestros esfuerzos en el minuto culminante y sencillo de tomar el cuartel. Factores absolutamente accidentales desarticularon la acción [... ] Sin los accidentes fortuitos que infortunadamente ocurrieron, lo habríamos tomado. Con una mayor experiencia operativa lo habríamos podido tomar por encima de cualquier factor accidental".

16 Estas cartas fueron escritas desde diciembre de 1953 hasta mayo de 1955 y están dirigidas a diversos personajes que van desde sus hermanas hasta los familiares de los caídos en el Moncada. La carta señalada, fechada el 12 de junio de 1954, está dirigida a Luis Conte.

17 En carta de junio 19 de 1954, Castro estimaba que el país atravesaba por una crisis "inevitable y necesaria y que cuanto mayor sea, tanta mayor esperanza de concebir un mañana distinto. Cuba es en estos instantes, para nosotros, los que albergamos sinceros ideales, como un Huerto de los Olivos donde tenemos que sudar sangre". Conte Agüero, Luis, Cartas del presidio, La Habana, Editorial Lex, 1959, pp. 25–30.         [ Links ]

18 Conte Agüero, Luis, Cartas del presidio, La Habana, Editorial Lex, 1959, p. 60 y Franqui,         [ Links ] Carlos, Diario de la Revolución cubana, Barcelona, Ediciones R. Torres, 1976, p. 107.         [ Links ]

19 Conte Agüero, Luis, Cartas del presidio, La Habana, Editorial Lex, 1959, p. 60.         [ Links ]

20 Ibid., p. 61.

21 La prisión fecunda, La Habana, Editora Política, 1980, pp. 34–35.         [ Links ] Otro veterano del Moncada preso, Armando Mestre, describía el ambiente que prevalecía: "Hemos hecho del tiempo una vida digna, estudiando once asignaturas, para el bien nuestro y de la humanidad: pero estoy orgulloso de mis compañeros y de mí, porque más que amigos somos hermanos".

22 Betto, Frei, Fidel Castro y la religión, México, siglo XX , 1986, pp. 153–160.         [ Links ]

23 "Creo que es nuestra época –prosigue Castro– ya la que viene a crear un conjunto de valores que se salen de los intereses propiamente instintivos de los pueblos, se salen de los intereses místicos de la gente para volverse motivaciones de tipo racional [... ] En política, las motivaciones se vienen haciendo a partir de principios racionales, de conceptos, de valores determinados: la libertad, la igualdad, la fraternidad, etcétera, hasta nuestra época, en que nosotros creemos tener los valores objetivos más sólidos, los valores más humanos". Conte Agüero, Luis, Cartas del presidio, La Habana, Editorial Lex, 1959, p. 69.

24 Ibid., p. 69.

25 Las partes medulares de dicha comunicación son las siguientes: "1o No debe abandonarse ni un minuto la propaganda porque es el alma de toda lucha. La nuestra debe tener su estilo propio y ajustarse a las circunstancias [...] 2° Hay que coordinar el trabajo entre nuestra gente de aquí y el extranjero [...] Hay que considerar con extremo cuidado cualquier otro propósito de coordinación con otros factores, no sea que pretendan utilizar simplemente nuestro nombre [... ] No admitir ningún género de subestimación; no llegar a ningún acuerdo sino sobre bases firmes, claras, de éxito probable y beneficio positivo para Cuba. De lo contrario es preferible marchar solos hasta que salgan estos muchachos formidables que están presos y que se preparan con el mayor esmero para la lucha. 3° Mucha mano izquierda y sonrisa con todo mundo. Seguir la misma táctica que se siguió en el juicio: defender nuestros puntos de vista sin levantar ronchas. Habrá tiempo después para aplastar a todas las cucarachas juntas [... ] Acepten todo el que quiera ayudarles, pero recuerden, no confíen en nadie", Ibid., pp. 37–38 y Franqui, Carlos, Op. cit., pp. 99–100. Melba Hernández junto con Haydée Santamaría fueron las únicas mujeres participantes en el asalto al Moncada.

26 Fidel se convirtió en un polemista sin par al cuestionar públicamente a diversas personalidades del régimen como el ministro de Gobernación, Santiago Rey, o al coronel Alberto del Río Chaviano, ex comandante militar del Moncada, hasta llegar al propio Batista como culminación de una hábil campaña para demostrar un clima de persecución y terror que obligaba a los opositores a exiliarse para salvar la vida.

27 Mencía, Carlos, Op. cit., p. 252.

28 Esta idea no fue tan fácil de adoptar; al interior del movimiento surgió una pugna que terminaría por dividirlo en dos tendencias, que, a su vez, representaban dos formas de ver la estrategia insurreccional: uno urbano y el otro rural, o como le llamarían los cubanos, "la sierra y el llano". La visión de la sierra terminaría por imponerse casi al final de la guerra, a mediados de 1958, no sin antes ajustar la cadena de mando. En este sentido es importante resaltar el hecho de que al inicio de la lucha en la Sierra Maestra, el brazo armado era una parte del Movimiento 26 de julio; para la fecha señalada anteriormente, ese brazo armado se había convertido en un ejército, que terminaría por absorber a todo el movimiento y subordinarlo a su visión del proceso insurreccional.

29 En entrevista con otro de sus modernos voceros, Fidel diría al respecto: "... pienso que sin una dosis de idealismo no se puede ser revolucionario; sin una enorme confianza en el hombre no se puede ser revolucionario. Un escéptico no puede ser revolucionario [...] Si yo lo fuera ¿cómo podría haber mantenido aquellas ideas, propósitos, aquellos planes?" Miná, Gianni, Un encuentro con Fidel, 2a edición, La Habana, Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, 1988, pp. 181 y 361.         [ Links ]

30 Al delinear el campo político con respecto a los partidos tradicionales, en especial el Ortodoxo, Castro mostraba esa característica al señalar que "El Movimiento 26 de julio es la esperanza de redención para la clase obrera cubana a la que nada pueden ofrecerle las camarillas políticas; es la esperanza de tierra para los campesinos que viven como parias en la patria que libertaron sus abuelos; es la esperanza de regreso para los emigrados que tuvieron que marcharse de su tierra porque no podían trabajar ni vivir en ella; es la esperanza de pan para los hambrientos y de justicia para los olvidados" Castro, Fidel, La Revolución cubana 1953/1962. Selección y notas de Adolfo Sánchez R., 5a edición, México, Era, 1983, p. 91.

31 Este aspecto es importante y definirá el futuro político de Cuba, pues ningún partido político u organización insurreccional ajena al Movimiento 26 de julio pudo rivalizar con éste y el ejército rebelde. La guerra contra el ejército de Batista terminaría por desmoronar al único pilar que pudo haber cambiado esta situación; ninguna organización política ajena al castrismo estuvo en condiciones de servir de contrapeso para la reorganización de la sociedad. El ejército rebelde sería la única instancia organizada a nivel nacional para acometer esa tarea una vez que Batista abandonó la isla, pues sería el instrumento para hacer valer la nueva legalidad.

32 Un nuevo estilo político apareció, favoreciendo las nuevas formas de hacer las cosas. El propio Fidel diría más tarde que "la revolución es nuestro gran maestro", para explicar el desarrollo de la política revolucionaria; lo importante será empezar las cosas para demostrar el compromiso a través de la acción. No había otra manera, pues así se inició la propia revolución. Fidel pensaba que, de ese modo, por medio del esfuerzo, se abrirían posibilidades y recursos que no podían imaginarse siquiera antes de iniciar las tareas. Demasiada especulación previa tendía a erosionar la voluntad y el coraje de los revolucionarios.

33 Al pronunciar su discurso en el primer aniversario de los Comités de Defensa de la Revolución en 1961, Castro enfatizó que todos los cubanos podían pertenecer a ellos, sin importar su edad o posición. Después de todo, la revolución es "la gran unión de todas las personas honestas, de todas las personas útiles, de todas las personas estudiosas, de todas las personas dignas, de todas las personas que producen para el pueblo" frente a "los enemigos del pueblo, a los enemigos de las masas, a los parásitos, a los explotadores, a los haraganes, a aquellos que no trabajan, a aquellos que viven del trabajo de los demás".

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