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Tzintzun

Print version ISSN 0188-2872

Tzintzun  n.52 Morelia Jul./Dec. 2010

 

Archivos y documentos

 

El Corpus Christi en un pueblo de la sierra P'urhépecha. Noticia hemerográfica de la fiesta de Paracho, 1902

 

Juan Carlos Cortés Máximo y Gerardo Baltazar Chávez

 

Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Correo electrónico: metilpajala@hotmail.com, gerardobaltzar@hotmail.com

 

Una de las festividades que adquiere mayor importancia en los pueblos indígenas y no indígenas es la fiesta de Corpus Christi. Acerca de ésta, celebrada en Paracho, existen descripciones hechas de la pluma de Gonzalo Aguirre Beltrán,1 Jesús Castillo Janacua,2 Blas Ramírez Zalapa,3 y de un autor que firmó su texto con el seudónimo K'uipu Akuri.4 Mientras revisábamos material hemerográfico para otra investigación, nos topamos con una interesante descripción del Corpus en Paracho. Este tema fue redactado por un corresponsal uruapense y publicado en La Libertad en la edición número 35 del viernes 29 de agosto de 1902. Dada su relevancia, y la escasez de referencias históricas sobre el Corpus en pueblos p'urhépecha y no purhépecha, consideramos que es importante difundirlo a un público mucho más amplio. Para ello, primero, referimos brevemente el contexto histórico de Paracho a fines y principios del siglo XX. En segundo término, explicamos el referente prehispánico michoaque que ayuda a entender algunos elementos simbólicos del Corpus p'urhépecha. En tercer lugar, describimos la manera en que transcurrió dicha fiesta en Paracho en agosto de 1902. Por último, anexamos la transcripción del texto que lleva por título: "El corpus en Paracho. Las guitarras, costumbres de los naturales. ORDEN PÚBLICO".

 

Paracho y su tradición agrícola

Para fines del siglo XIX, el pueblo de Paracho tenía el título de villa; fungía como cabecera municipal de las tenencias de Arato, Nurio, Tanaco, Cocucho, entre otras. Las tierras del municipio de Paracho se extendían aproximadamente en 2 500 hectáreas, de las cuales 800 eran superficie montuosa, 200 de temporal y 400 hectáreas eran susceptibles para la agricultura. En las tierras de temporal, los indígenas sembraban maíz, trigo y frijol. A principios de 1893 se calculaba una producción de 60 mil fanegas de maíz en toda la municipalidad, mismas que eran suficientes para el consumo local y para expenderlas a otras localidades de la geografía michoacana.5

Por otra parte, en el mismo pueblo de Paracho, un sector importante de familias se dedicaba a la producción de instrumentos musicales; otros se ocupaban en la carpintería, obrajería, zapatería, sastrería y curtiduría. También había un grupo de arrieros que conducían productos agrícolas y artesanales en sus recuas de mulas, por ejemplo, transportaban sillas de madera hasta los mercados de Penjamillo y La Piedad. A su regreso traían otras mercaderías del bajío.

Sin embargo, el trabajo agrícola era la actividad que más sobresalía entre los habitantes de Paracho. Esto vale la pena destacarlo porque la festividad del corpus en dicho pueblo comenzaba con la participación de los agricultores y así continúa, aunque ahora enmarcado en el contexto de la Feria de la Guitarra. No obstante esto último, la permanencia del grupo dedicado al cultivo del maíz hace pensar que una o varias fiestas de origen mesoamericano se fusionaron con la festividad del Corpus cristiano. De ahí la recurrencia en los pueblos de escenificar la práctica agrícola. Por ejemplo, en Santa Fe de la Laguna las tsiri jatsiricha (sembradoras) y los varones vestidos de don-cella, recrean el proceso de cultivo del maíz. La representación del comienzo del ciclo agrícola que subsiste en ciertos pueblos de Michoacán data de la época prehispánica, misma que estaba en consonancia con los ritos y fiestas que los michoaque realizaban orientadas a halagar a sus dioses para que enviaran buenas lluvias y por consiguiente buenas cosechas de maíz.

Culto a Cuerauáperi y abundancia de maíz

Una celebración era la de Sicuidiro, dedicada a la deidad Cuerauáperi que se realizaba en Zinapécuaro con motivo del inicio del ciclo agrícola del maíz. A ésta acudían los danzantes llamados Cesquarecha y los sacerdotes denominados hauripicipecha. También asistían los gobernantes uakusïcha(señores águilas), llamados "principales", que se vestían de diferente color para simbolizar a las nubes blanca, amarrilla, roja y negra. Con la integración de cuatro sacerdotes más, representantes de otras deidades, tenía lugar el sacrificio de dos "esclavos" o "delincuentes" en cuya ceremonia extraían sus corazones. Éstos últimos se conducían en procesión hasta el sitio de Araró y eran arrojados en una fuente caliente. El linaje uakusï ofrecía dichos corazones a la divinidad Cuerauáperi porque partían de la idea de que las nubes se producían del vapor que emergía de las aguas termales. De ahí la necesidad de depositar los corazones para que Cuerauáperi mandara un buen temporal (emenda jimbo). El grupo uakusï consideraban que al no realizar esta ceremonia y festividad religiosa, causaba que las primeras lluvias no llegaran oportunamente con los consiguientes efectos agrícolas, sobre todo, la escasez de maíz, importante para la manutención de las familias del Irechekua Tarasco (Estado Tarasco). Asimismo, si algo salía mal durante el proceso ritual, la diosa Cuerauáperi enviaba "hambres a la tierra".6

Más adelante, con motivo de las primeras milpas con fruto (tarheta jukangari), los michoaque realizaban la fiesta Caheriuapansquaro. En ésta, los sacerdotes bailaban "con unas cañas de maíz a las espaldas" para rendir culto y agradecer a Cuerauáperi por los productos agrícolas, además de pedir que no faltara el preciado maíz. Caheriuapansquaro se compone de los vocablos caheri (grande o gran) y uapanskuaro. Este vocablo se divide en la partícula uani (varios, abundancia) que al agregar el sufijo pa más el infinitivo ni, uapani, significa "concentrar en forma abundante al ir". Las restantes sílabas quaro equivalen a "época, tiempo de". De modo que Caheriuapansquaro significa: "Tiempo grande de recaudación que conforme se avanza se incrementa lo recolectado". 7 Así, en dicha fiesta los sacerdotes uakusï, al bailar con unas cañas de maíz a las espaldas, rendían culto a la diosa Cuerauáperi, a la vez que festejaban el comienzo del proceso de recolección de los productos tributarios, entre ellos, el maíz. La uapansquaro se realizaba en cada cabeza de cacicazgo, de manera que cuando los españoles introdujeron la fiesta de Corpus Christi, fue natural que la celebración en los poblados p'urhépecha se realizara en días diferentes justamente en virtud a la lógica del Caheriuapansquaro.

Paracho y la fiesta del Corpus en la época colonial

Las fuentes documentales no nos permiten establecer cuándo ni cómo ocurrió el proceso de "sincretismo" de las fiestas prehispánicas con el Corpus. Sin embargo, para el siglo XVII vemos las primeras alusiones a la fiesta del Corpus Christi en pueblos michoacanos, mostrando muchos de los rasgos que lo caracterizarán hasta la actualidad.

Mientras Paracho estuvo sujeto a Aranza, los pobladores tenían la obligación de contribuir con los gastos para el templo de su cabecera, así como acudir a sus fiestas principales acompañados de sus imágenes religiosas y su música.8 Llegaban desde la víspera, siendo recibidos por las autoridades del pueblo, quienes les daban de cenar y les procuraban alojamiento. El día de la fiesta por la tarde se realizaba la misa y acto seguido iniciaba la procesión, para lo cual se "adornaban sus calles con muchos arcos de flores, mucha caza así de monte como de volatería, toda viva, y que estaba allí reconociendo a su Criador, que era el que por allí pasaba...".9 En el atrio o en las calles principales se instalaban capillas en honor a los patronos de determinado barrio o gremio, adornados con elementos alusivos al maíz y al oficio de referencia.

Además, cada grupo elaboraba diversos objetos de su especialidad, mismos que más tarde lanzaban a los espectadores reunidos en el atrio, como lo señala el bachiller Miguel de Molina en 1699 al denunciar los "abusos" cometidos por los indios de los pueblos de la Sierra: "... así al sinistro lado como al diestro, a el ir entrando el Santisimo Sacramento, en la yglecia se ponen tantos de los indios enmascarados con sus oficios i es tan exesibo i abundante lo que arrojan al Santisimo i en palio Como son tablas tajamaniles, bancos, carne masorcas de mais, freno, espuelas, costalillos, pescado, cajas i en fin mucho mas...". 10

En los pueblos más importantes, se organizaban danzas de soldados y moros. También eran comunes las invenciones o representaciones de pasajes bíblicos, que los indios reinterpretaron ante la alarma de algunos espantados clérigos, como el ya citado Molina, quien denunció que los días de fiesta los indios acudían borrachos a la iglesia y sacristía a vestirse para las "comedias" que representaban en la plaza del pueblo. En particular, el día del Corpus, continuó el asustado clérigo,

...sale un indio bestido de demonio a caballo y con gualdrapas negras i muchos pages en trage de demonios. Con un trage formidable i espantoso ase o representa a Lucifer lleba un gran libro en las manos, ponese al tiempo de que se esta selebrando la misa en la puerta de la yglecia dando grandes gritos y ablando en su lengua disiendo en ella que se lo an de pagar los que estan dentro oiendo misa que ia los ba asentando en aquel libro.11

Para todas estas actividades, así como para las corridas de toros, de las que eran muy afectos los indígenas, debían solicitar autorización a la justicia local. En 1902 los diversos grupos de oficios de Paracho todavía realizaban la petición correspondiente ante el presidente municipal como veremos más adelante. Cabe decir, que la festividad del Corpus en los pueblos p'urhépecha de hoy día, a través de la k'uanikukua (lanzamiento), tiene el significado de compartir y ofrecer parte de sus productos agrícolas a la comunidad. Es el momento de agradecer a Dios por mandar un tiempo benigno que deriva en buenos frutos de maíz. A dicha fiesta, se agrega la participación de los diferentes oficios, a través de los cuales, también se rinde tributo a Dios por la bonanza y prosperidad de su trabajo. En consecuencia, la fiesta de Corpus fue el medio a través de la cual, los diferentes gremios indígenas agradecían a la deidad; a la vez que servía para estrechar los lazos familiares y refrendar el vínculo comunitario.

El Corpus de Paracho en 1902

La fiesta de Corpus Christi en Paracho en 1902 comenzó el segundo sábado de agosto y finalizó el martes siguiente. Los distintos gremios se presentaron ante la autoridad local para sesekua p'itani, esto es, obtener la anuencia del presidente municipal para recorrer y bailar por las calles durante el sábado y domingo. Sucedía, por ejemplo, que las "reboceras", también llamadas "azuleras", se trasladaban al portal de la casa municipal y saludaban al presidente "con todo respeto". Acto seguido, cuatro reboceras bailaban al ritmo de un son, vestidas con sus huanengos y sus enaguas. Estas mujeres portaban grandes sombreros de palma; en sus manos llevaban ramas de nardos y flores silvestres, "y a sus espaldas un ayate envuelto o algún pequeño canasto o chundi". Cuando las azuleras obtenían el permiso, se despedían del presidente municipal y luego comenzaban el recorrido por las calles principales.

Todavía no se retiraban las reboceras, cuando en la plaza los labradores hacían acto de presencia; al frente de ellos iba "un hombre del campo con su larga garrocha, conduciendo una yunta de bueyes revestidos de flores" y tras él seguían otros. Estos agricultores, al igual que sus esposas, llevaban una milpa recién cortada a un costado del torso, o bien amarrada a sus espaldas. Esto último, recuerda la tradición de los michoaque mesoamericanos, tal como ya advertimos, de bailar "con unas cañas de maíz a las espaldas". No cabe duda que la alegoría de la siembra de maíz es un precedente prehispánico que se agregó a la fiesta del Corpus Christiano y se incorporó porque para los p'urhépecha era un rito del cual no podían prescindir ya que les aseguraba un buen temporal de lluvias que se traducía en la obtención de una buena cosecha de maíz.

Así como los júkskaticha (sembradores) y las azuleras parachenses solicitaron licencia al munícipe con las reverencias del saludo, los panaderos, carpinteros, guitarreros y molinilleros también hicieron lo mismo. Una vez obtenida la anuencia, se marcharon para deambular por las calles del pueblo. A lo largo del recorrido, los gremios escenificaron las actividades de su especialidad: los carpinteros previamente elaboraron miniaturas de sillas, mesas, bancos y las llamadas "tinajeras"; los guitarreros fabricaron instrumentos musicales de diversos tamaños; los molinilleros realizaron lo propio con los pequeños molinillos. Los panaderos, en particular, desfilaron por las calles llevando "una mesa con un pequeño horno de donde sacan piecesitas de pan, simulando que hornean, y tirándolas enseguida al viento". Al cierre del primer día de Corpus, segundo sábado de agosto, se quemó un vistoso castillo por la noche.

A la mañana siguiente (domingo), nuevamente salieron todos los gremios del día anterior para reanudar el baile y el recorrido por las calles del pueblo. En este segundo día de Corpus, participaron los "obrajeros" quienes al ritmo de un son p'urhépecha y mediante grandes "varejones de membrillo", golpeaban "una baqueta cruda y muy seca" simulando que vareaban lana.

Por la tarde, los arrieros hicieron acto de presencia con sus mulas cargadas de cajones de mercancía. Con días de antelación, los arrieros se organizaron para mostrar una situación de la cual no escapaban: el asalto. Justo en el instante que emitieron chiflidos y, culetazos a las recuas de mulas, aparecieron los "bandidos con sus sombreros arriscados"; traían sus caras cubiertas hasta los ojos con un gran pañuelo, además de que iban bien armados. Los arrieros recrearon los atracos que padecían en sus diferentes travesías por territorio michoacano y fuera de él. En escena, los "bandidos" ataron a los arrieros de las manos y se llevaron el cargamento. Sin embargo, los "soldados ridículamente vestidos y armados de escopetas" intervinieron y lograron detener a los "ladrones de caminos". De inmediato fueron conducidos hasta el centro de la plaza, en donde un "juez" los sentenció a muerte.

La teatralización de la máxima condena que recibieron los "bandidos", tenía como función ejemplificar el castigo que recibiría todo aquel que alterara la convivencia y el equilibrio social. Y precisamente un evento como el Corpus, en el que se tratataba - y se trata de unir los lazos familiares, gremiales y en general la vinculación comunitaria,- el "ladrón" simbolizó el mal social que había que extirpar. Esta sentencia, recuerda la "justicia" que impartía el Petámuti en la época prehispánica a los "malhechores" y "ladrones". Cuando los asaltantes fusilados y soldados "ridículamente vestidos" se marcharon, se acercaron los cazadores.

Unos cazadores, "pintados de la cara como payasos" y otros "con carretas de enormes y largas narices", llevaban amarrados conejos y liebres disecadas, "pájaros muertos", así como tejones, ardillas y cuiniques. Al llegar a la plaza, se dispersaron en puntillas por diferentes rumbos, simulando suma cautela. De esta manera escenificaban el modo que procedían en la serranía para ir en busca de un axuni (venado). De pronto, uno de ellos se dirigió sigilosamente con sus compañeros para enterarlos que había encontrado un animalito. Los demás marcharon hacia él y, después de una conversación en voz baja, se dispersaron nuevamente; el que divisó al animal subió a uno de los árboles para dominar el paisaje "y dar lugar a que el venado llegue con confianza".

La sonrisa de los expectantes anunció la aproximación del axuni. Se trató de un hombre cubierto con piel de venado que, dada la naturaleza con que se desplazó, "a gatas y muy despacio", daba la impresión de que se tratara del propio animal. El cazador, ubicado en el árbol, disparó un tiro certero que hizo caer al venado; se retorció y finalmente murió, mientras los cazadores se mostraron alegres por la hazaña.

Así como la recreación del asalto de los arrieros resultó llamativa, la escenificación de la cacería también resultó atractiva y graciosa. Cuando el hombre disfrazado de venado se abrió camino "a gatas" en el centro de la plaza, provocó "la risa del más serio de los espectadores".

Hoy día, la alegría que emana de los asistentes en la festividad del corpus está vigente en los pueblos p'urhépecha. Ello apunta a que la celebración adquiere un tono de ch'ananskua (juego) quizás así celebrado por la sociedad indígena del siglo XVI para continuar con la práctica ancestral de rendir culto a las deidades prehispánicas, entre ellas, Cuerauáperi. Dicha información y otros detalles más, se sugieren en el reporte realizado por el corresponsal uruapense de La Libertad que a continuación se presenta para su consulta entre los interesados.

 

CORPUS EN PARACHO12
Las guitarras, costumbres de los naturales

ORDEN PÚBLICO

 

Uruapan, 15 de agosto de 1902.

Sres. RR. de "La Libertad".

 

Muy Sres. míos:

Cada año, el segundo Domingo de Agosto, se celebra en el pintoresco y simpático pueblo de Paracho una fiesta que llaman la fiesta de Corpus.

La religiosa es enteramente igual a la que la Iglesia Católica celebra en mayo o junio, según corresponde el Jueves de Corpus. No sabemos por qué en Paracho se transfiere. Esta nada presenta, pues, de original y sólo nos ocuparemos, a grandes rasgos, de la iglesia del pueblo, podemos decir, de la profana.

Apenas pasa el mes de julio y buen número de familias de aquí, así como de los pueblos cercanos a Paracho, se disponen para emprender el viaje e ir a disfrutar de tres días de fiesta incesante.

El Sábado, es decir, la víspera de la función, Paracho se encuentra pletórico, centenares de almas han aumentado considerablemente la población, y todos se preparan a disfrutar de un festival lleno de originalidades.

El Presidente Municipal se encuentra en su despacho. Acaba de sonar las cuatro de la tarde en el reloj de Parroquia y poco después, una música alegre, compuesta de guitarras que fabrican los naturales del pueblo, comienzan a herir dulcemente las ondas del espacio; aquella música del todo típica viene tocando un son lleno de armonías y productor de impresiones desconocidas; porque lo que esa música de la sierra hace sentir no se experimenta con ninguna otra. En grandes bandas y orquestas hemos oído sones, pero por más que estas sean superiores y hábilmente dirigidas, por más que cada uno de los músicos que las componen sea un profesor, es imposible ejecuten con toda naturalidad y con toda la expresión, una clase de música que no siente sino que sólo leen; y los indios de Paracho no tocan, ni leen su música, sino que la sienten así como un gran maestro siente la "bohemia"; un indio de Paracho arranca a una guitarra burda, de tejamanil, raudales de armonías como pudiera Ricardo Castro arrancárselas al piano.

Aquellas guitarras se van aproximando poco a poco hasta colocarse al frente del palacio municipal. El Presidente deja sus labores, sale al portal y se encuentra, no sólo con el grupo de músicos, sino también con un considerable número de inditas vestidas, con sus guanengos y sus naguas de rollo, llevando sobre sus cabezas grandes sombreros de palma, en sus manos ramas de nardos y flores silvestres y a sus espaldas un ayate envuelto o algún pequeño canasto o chundi. Algunas llevan rebocitos de guari como de unos siete u ocho centímetros, que generalmente regalan a las autoridades y personas prominentes del lugar.

Una por una se acerca al Presidente con todo respeto y reverencia, le saludan dándole la mano y casi se la besan. Luego, cuatro de entre ellas se colocan frente a frente como si fuesen a bailar un jarabe; las guitarritas tocan un son y las cuatro indias lo bailan graciosamente. Terminado el baile repiten la ceremonia del saludo y luego se retiran a recorrer las calles, cuando el Presidente les ha otorgado su permiso, pues todo ese ceremonial que queda explicado, no significa otra cosa que la solicitud de la licencia para pasear y bailar públicamente durante la fiesta.

No bien acabada de retirarse este grupo que es el gremio de reboceras, cuando llega otro, también con su música: el de los labradores. De repente aparece dando vuelta a un ángulo de la plaza, un hombre del campo con su larga garrocha, conduciendo una yunta de bueyes revestidos de flores; tras él vienen otros muchos, hacen alto, saludan con las mismas reverencias que dejamos dichas, bailan un son, y otorgada la licencia se retiran.

Luego vienen en grupos separados, y con sus respectivas músicas los panaderos, quienes traen una mesa con un pequeño horno de donde sacan piecesitas de pan simulando que hornean, y tirándolas enseguida al viento; los carpineteros con miniaturas de sillas, mesas, tinajeras; los fabricantes de guitarras con instrumentos de cuerda de diferentes tamaños; los molinilleros con multitud de molinillos, y así sucesivamente, cada grupo de artesanos se presenta en solicitud de la licencia.

Por último, de repente se oye un ruido extraño y molesto, golpes sucesivos sobre algo que de pronto, no se comprende que podrá ser: es el gremio de obrajeros que, en una especie de parihuela, traen, bien restirada, como pergamino de tarola, una baqueta cruda y muy seca, en ella una pequeña cantidad de lana. Los obrajeros provistos de grandes varejones de membrillo, y al son de la música, golpean aquel cuero simulando que varean lana; termina la música y ellos su faena, el Presidente les da la licencia y se van a varear lana durante dos días.

A las ocho de la noche, la plaza se encuentra concurridísima y la magnífica banda del lugar, que bien puede competir con la del Estado, da principio a rumbosa serenata.

A las diez de la noche se quema el castillo y media hora después todo el mundo se retira a sus habitaciones.

No bien comenzada a despuntar la aurora del Domingo cuando la misma música de la serenata anterior deja escuchar sus bélicos sonidos, como avisando que el nuevo día ha llegado para continuar con la fiesta.

Cuando el sol ha aparecido sobre el horizonte surgen de improviso, por diferentes calles los diferentes artesanos que reanudan sus bailes y paseos de la tarde anterior.

A una hora determinada, generalmente las tres de la tarde, por una de las entradas del pueblo se ven venir unos arrieros con mulas cargadas de cajones donde se infiere que hay mercancías. Con toda tranquilidad van haciendo su entrada aquellos caminantes, cuando de pronto, al llegar a una esquina, aparecen unos bandidos con sus sombreros arriscados, cubierta la cara con un gran pañuelo hasta los ojos y bien armados. "Alto ahí" "Quién vive" gritan en coro, y, hechándose sobre las mulas, se traba una lucha terrible: derriba a dos o tres de los arrieros, les atan las manos por detrás y se lo llevan con las mulas y se los llevan con las mulas que consiguieron robarse. Pero qué sorpresa! al pasar por otra esquina salen los soldados, se emprende otra lucha y poco después, los bandidos caminan amarrados y en el centro de la tropa hasta la plaza. Allí un juez improvisado los sentencia a muerte y no hay remedio, colocan a los ladrones en fila, se forma el cuadro, viene la orden y se oye la descarga...

Cuando aquellos soldados ridículamente vestidos y armados de escopetas en vez de fusiles se retiran... los muertos resucitan y se van.

Vienen después los cazadores. El espectáculo es tan divertido como el del asalto y más si se atiende a lo indicado de las vestiduras de aquellos habitantes de la selva. Unos usan un sombrero de una falda muy grande, a tal grado que bien caben tres individuos debajo de ella; otros al revés; sombreros fieltros comunes, sacos o blusas azules, pantalones rojos, a la rodilla o remangados, los pies desnudos con huaraches, unos pintados de la cara como payasos y otros con carretas de enormes y largas narices. Están provistos de escopetas, polvorines, morrales o bolsas de pita, y en unos hilos traen atados infinidad de pájaros muertos, conejos y liebres disecados, así como tejones, ardillas, cuiniques etc. En un lugar convenido de la plaza se diseminan por diferentes rumbos, como quien busca cazar agazapándose, andando de puntillas, en cautela y guardando un profundo silencio. De pronto uno de ellos pone una cara de júbilo, corre a donde andan sus compañeros y a cierta distancia, les hace señas de que ha visto un venado, todos convergen a donde está aquél, hablan en secreto y vuelven a esparcirse. El jubiloso cazador se trepa a cualquiera de los árboles que hay en la plaza, como para dominar mejor con la vista y dar lugar a que el venado llegue con confianza. Una hilaridad general avisa que el animal se acerca. La gente forma valla como si fuera a dar el paso a un personaje, y el personaje no es otro que un hombre cubierto con una piel de venado, andando a gatas y muy despacio, cosa que provoca la risa del más serio de los espectadores. Los cazadores se colocan en risibles posturas aparentando una sorpresa y un júbilo infinitos. El del árbol apunta y hace blanco. ¡Pobre animal!. Se retuerce, le dan convulsiones como si lo tocara una chispa eléctrica y por fin muere en medio de la más grande alegría de sus matadores.

Esta escena tiene lugar después en diferentes calles de la población.

El lunes se repite lo mismo del día anterior y por la tarde se verifica un jaripeo que organizan los particulares.

La fiesta termina el martes.

A todo esto hay que agregar loterías, panoramas, fonógrafos y un sin número de vendimias que dan a la fiesta mucho lucimiento.

Es de notarse una cosa que es digno de encomio y no debe pasar desapercibida: a pesar de gran número de gente, de músicas, y de que las tiendas duran abiertas hasta después de las 11 de la noche, no se registra un solo delito, no hay una sola ratería, ni un pleito, ni nada que altere el orden. Las familias se pasean con entera confianza y libertad por donde quiera.

Esto, pues, habla muy en alto en pro del pueblo y de sus autoridades. Este año, como en algún otro, tuvimos el gusto de ir a la fiesta, y no podemos menos que dar aquí públicamente, las gracias a los señores Bravo y Vargas por las inmerecidas atenciones de que por su parte fuimos objeto.

EL CORRESPONSAL

 

Notas

1 Aguirre Beltrán, Gonzalo, Problemas de la Población Indígena de la Cuenca de Tepalcatepec, México, Fondo de Cultura Económica, 1995 (primera edición del Instituto Nacional Indigenista, 1952).         [ Links ]

2 Castillo Janacua, J. Jesús, Paracho durante la Revolución. Estampas y relatos 1890-1930, Morelia, Balsal editores, 1988.         [ Links ]

3 Ramírez Zalapa, Blas, "Recuerdos de Paracho", versión mecanográfica.         [ Links ]

4 K'uipu Akuri, El Corpus en las montañas. Retablo Phurembe, Morelia, Instituto Michoacano de Cultura, 1991.         [ Links ]

5 "Comisión Mexicana para la Exposición de París en 1900. Grupo VII. Estadística Agrícola de la República, Paracho, Ayuntamiento de Paracho, 1899"; Periodico Oficial, Tomo I, Núm. 23, Morelia, 19 de marzo de 1893, p. 2.         [ Links ]

6 Relación de Michoacán, Transcripción de Armando Escobar, Madrid, Patrimonio Nacional-H. Ayuntamiento de Morelia-Testimonio Compañía Editorial, S. A., 2001, pp. 260-261.         [ Links ]

7 Traducción realizada con base en el Diccionario grande de la Lengua de Michoacán, Introducción, paleografía y notas de J. Benedict Warren, Morelia, Fímax Publicistas, 1991, tomos I y II, Colección "Fuentes de la Lengua tarasca o Purépecha" IV; Fray Diego Basalenque, Arte de la lengua Tarasca, Introducción histórica y preparación fotográfica del texto por J. Benedict Warren, Morelia, Fímax Publicistas, 1994, Colección "Fuentes de la Lengua tarasca o Purépecha" VI.         [ Links ]

8 De Basalenque, Fray Diego OSA, Historia de la Provincia de San Nicolás de Tolentino de Michoacán del Orden de N.P.S. Agustín, ed. de José Bravo Ugarte, México, Jus, 1963, p. 51.         [ Links ]

9 Ibid., p. 48.

10 "Relación de las supersticiones, sacrilegios y excesos cometidos por los indígenas durante las fiestas en la sierra de Michoacán, 1699, Pátzcuaro, 18 de octubre de 1699, el capellán bachiller Miguel de Molina", Archivo General de la Nación, Indios, vol. 15, (710), ff. 8-11 bis.         [ Links ]

11 "Relación de las supersticiones...", AGN, Indios, vol. 15, (710), ff. 8-11 bis.

12 La Libertad. Periódico de Política y variedades, año 10º, Tomo 10º, Morelia, Michoacán, México, viernes 29 de agosto de 1902, Núm. 35, p. 2.

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