SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.34 número2Francisco Carrillo Fuera de foco. Cinco derivas por la obra de Juan Rulfo. México: Dharma Books, 2021.Xochiquetzalli Cruz Martínez, Marcela Viañez Reyes y José Manuel Pedrosa. El tesoro de la cueva de Tlapanalá, o los héroes que tiemblan en el umbral del infierno. México: UNAM/ENES-Morelia/LANM, 2021. índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

Links relacionados

  • No hay artículos similaresSimilares en SciELO

Compartir


Literatura mexicana

versión On-line ISSN 2448-8216versión impresa ISSN 0188-2546

Lit. mex vol.34 no.2 Ciudad de México jul./dic. 2023  Epub 05-Abr-2024

https://doi.org/10.19130/iifl.litmex.2023.34.2/0175s271x7972 

Reseñas

Juan Rulfo. Una mentira que dice la verdad. Conferencias, ensayos, entrevistas y otros textos. Barcelona/México: Editorial RM y Fundación Juan Rulfo, 2022.

José Carlos González Boixo* 

*Universidad de León (España). jcgonb@unileon.es

Rulfo, Juan. Una mentira que dice la verdad. Conferencias, ensayos, entrevistas y otros textos. Barcelona: México: Editorial RM, Fundación Juan Rulfo, 2022.


Reflexiones de Juan Rulfo sobre la crítica literaria

La publicación de un nuevo libro sobre Rulfo no sería una gran noticia, dado que es un hecho constante, pero sí lo es la edición de un nuevo libro de Rulfo, asunto al que me refiero en esta nota/reseña. Se trata del libro, disponible en librerías desde finales de septiembre de 2022, cuya ficha bibliográfica es la siguiente: Juan Rulfo, Una mentira que dice la verdad. Conferencias, ensayos, entrevistas y otros textos, Barcelona/México, Editorial RM y Fundación Juan Rulfo , 2022. La primera parte del título, Una mentira que dice la verdad fue la manera con la que Rulfo definió la literatura, y el resto del título expresa con exactitud el contenido del libro, que incluye textos inéditos de Rulfo; de ahí, su relevancia.

El libro, que bien podríamos considerar “poliédrico”, gira alrededor de una perspectiva: la de Juan Rulfo como crítico literario. Los diecinueve textos incluidos en el volumen -siete de ellos inéditos; los publicados, de muy difícil acceso y los más conocidos, corregidos y completos (uno de ellos se había publicado sin los párrafos finales)- nos permiten reflexionar sobre una de las características de la obra de Rulfo más ignorada hasta el momento. Por otro lado, la imposibilidad de acceso a las publicaciones originales apenas quedaba paliada al día de hoy por la selección realizada en la edición de la obra de Rulfo en la conocida colección Archivos, que en su primera edición de 1992 recogió cuatro de los textos nuevamente publicados, y que, en su 2ª edición de 1996, añadió una de las entrevistas publicadas en este libro, más otras tres y algunas reseñas sobre determinados autores, cuya inclusión ahora hubiera resultado improcedente, bien porque en algún caso se trata de un texto muy difundido, bien por la reiteración con los ofrecidos en este libro, o porque en algunos de esos textos Rulfo se aleja del comentario propiamente de crítica literaria. Ni siquiera en el libro que estoy comentando se menciona la edición de Archivos, considerada en general como una ocasión perdida para haber realizado una digna edición de la obra de Rulfo y, en efecto, es muy apreciable la mejora de los textos que en este volumen vuelven a editarse.

El volumen, consistente en su extensión (335 páginas), ofrece una impecable composición editorial, con una muy cuidada presentación de cada uno de los 19 textos de Rulfo (entrevistas y textos suyos), precedidos de reproducciones fotográficas relativas a su contenido. El libro, preparado por Víctor Jiménez, director de la Fundación Juan Rulfo, tiene una estructura tripartita: una introducción, que contiene una somera, pero necesaria, información sobre los textos seleccionados, además de la exposición teórica que vincula a Rulfo con la “crítica del escritor”, según los postulados de Ricardo Piglia; un corpus central con los textos de Rulfo, convenientemente anotados y con un exhaustivo análisis de tipo textual, que nos garantiza la óptima adecuación al original de Rulfo (se ha acudido, cuando ha sido posible, a los documentos originales conservados en la Fundación para cotejar las versiones publicadas, que suelen contener errores); y un tercer cuerpo, amplio, de comentarios sobre cada uno de los textos. Desde luego, hay varias formas de leer el libro: según los intereses del lector, puede acudir a un determinado texto, espigando entre los demás, bien sea por su contenido (sus comentarios sobre la literatura indigenista o su valoración de la narrativa occidental del siglo xx) o bien se puede decantar por el tipo de texto (prólogos a otros libros, entrevistas, conferencias y notas). Particularmente, prefiero una lectura cronológica porque permite apreciar la permanencia y variación ideológica de Rulfo en las materias de crítica literaria o, mejor aún, en su concepción de la literatura, de tal manera que mi lectura óptima ha sido ir leyendo los textos de Rulfo habiendo leído previamente tanto la información contenida en la introducción como el comentario respectivo a ese texto. Es así, con ese preciso acompañamiento, como mejor se puede disfrutar de cada texto de Rulfo.

La pregunta clave, que da sentido al contenido del libro (de ahí que no se trate de seleccionar otros textos de Rulfo, especialmente los históricos, sobre los que mostró predilección), es la que se hace Víctor Jiménez en la introducción, “¿cómo leer la crítica literaria de un escritor?”, asunto al que dedica varias páginas (22-35). Lo primero que destaca es que los textos de Rulfo no pueden incluirse en los dos ámbitos habituales: la reseña o comentario periodístico y el artículo académico. Basándose en las reflexiones efectuadas por Ricardo Piglia desde los últimos años de la década de los años setenta, analiza su formulación de una “crítica del escritor” como definición adecuada al quehacer de Rulfo. La posición de Piglia (desde su perspectiva de escritor) fue la de una progresiva acentuación de su distanciamiento de la crítica periodística, que reflejaba, tal como señala Jiménez, a “protagonistas encumbrados por sí mismos de la vida literaria (que no de la literatura)” (25), siendo uno de los mejores ejemplos, en el caso mexicano, el todopoderoso Octavio Paz, juzgado por Piglia con notable dureza. Su rechazo de la crítica académica (“No quiero escribir crítica, no me interesa como trabajo específico” [26]), no deja de ser conflictivo, ya que, al margen de su exitoso papel como escritor narrativo, ejerció durante más de veinte años en universidades norteamericanas prestigiosas, con una abundante edición de obras de crítica literaria “académica”, que deberíamos releer ahora desde la perspectiva indicada por Víctor Jiménez. Afortunadamente, Rulfo se vio libre de semejante contradicción, ya que nunca tuvo en mente ejercer ni una crítica periodística ni una crítica académica. Lo que Rulfo hizo fue exactamente lo que deseaba hacer Piglia, una “crítica del escritor”, algo que ejerció con una libertad admirable. Pero, ¿en qué consistía, según Piglia, esa crítica del escritor? Una de las citas recogidas por Jiménez la define con precisión: “tiene que ver con la manera en que los escritores […] han pensado la literatura desde una óptica diferente, desde el lugar del que escribe. Es un espacio importantísimo de reflexión sobre la literatura, otra tradición, la tradición de los escritores. Esto supone que la literatura está pensada en términos de construcción más que de interpretación” (28). Más allá de la conflictiva situación en la que se encontró Ricardo Piglia, en su doble papel de creador y crítico académico, lo significativo es la consideración de un tercer espacio crítico (al margen de la crítica periodística y de la académica) que es la que en este libro se menciona como “crítica del escritor”. Por decirlo llanamente, que frente a la interpretación del crítico literario, más o menos acertada, pienso que la propia reflexión del escritor sobre el acto creador debe resultar del máximo interés y base para el juicio del propio crítico literario.

La contribución de Víctor Jiménez para esclarecer, contextualizar y ofrecer una versión fiable de los textos de Rulfo es fundamental. Un primer ejemplo lo tenemos en la intervención de Rulfo en un programa de Radio unam, en 1956, en el que se estrenó como crítico literario, con sus comentarios sobre algunos autores mexicanos. “No existen muchos datos sobre el programa radiofónico” (257), señala Jiménez, quien reconstruyó con paciencia la secuencia probable de las intervenciones de Rulfo a partir de las hojas sueltas en las que escribió sus anotaciones, siendo consciente de que no se conservaron todas las anotaciones de Rulfo y de que, para hacernos una idea más precisa de la intervención radiofónica de Rulfo, es seguro que añadió comentarios a lo escrito y leyó fragmentos de la obra de los escritores analizados. Por cierto, estas charlas de Rulfo en la radio son de interés ya que son las primeras notas que se le conocen de crítica literaria, centradas especialmente en el escritor José Guadalupe de Anda.

Los detalles son muy importantes y nos ayudan a situar los textos de Rulfo en su contexto. Por ejemplo, la conferencia que dio en Chiapas en 1965, “Situación actual de la novela contemporánea”, para mí el texto crítico de Rulfo más significativo, deja de ser sólo un texto de crítica literaria y cobra vida cuando, como hace Jiménez, se nos informa de las circunstancias de su recibimiento y del buen estado de ánimo de Rulfo. Lo mismo ocurre al fechar la entrevista que le hizo Joseph Sommers, publicada en 1973, pero realizada dos días después del regreso de Rulfo de Chiapas en 1965, lo que es significativo desde el punto de vista de la evolución de los planteamientos críticos de Rulfo. Y, desde luego, mayor importancia tiene que esta entrevista se publica conforme a las seis cuartillas mecanografiadas que Rulfo corrigió, pero que no devolvió al entrevistador. Igualmente, la colaboración de uno de los hijos de Rulfo, Juan Francisco, identificando en la biblioteca de su padre los ejemplares de muchas de las obras citadas por Rulfo, y cuya referencia aparece anotada a pie de página, no es un elemento anecdótico, entre otras razones porque permite, en futuras investigaciones, comprobar las anotaciones que Rulfo solía reflejar en sus propios libros.

Indicaba al comienzo que se trataba de un libro “poliédrico”, y lo es, porque nos permite apreciar la relación de Rulfo con la crítica desde varias perspectivas. A pesar de que Rulfo insistió en que él no era “crítico literario”, se ocupó de manera constante en el análisis de obras literarias, tanto mexicanas como de las literaturas europeas, norteamericanas y brasileñas, en especial. En uno de los textos inéditos que ahora se publica, la carta al escritor hondureño Julio Escoto, que no llegó a enviar, explica su modo de actuación como crítico literario en los numerosos jurados de premios literarios en los que participó: “obro más por intuición que por selección. La selección opera después por eliminación” (122), y concluye: “así llego a lo mejor de manera casi automática, o a lo que considero potable, pues como no soy crítico ni tengo sentido crítico, elijo lo que tiene vida, aquello donde ha participado el cerebro junto con el corazón” (122). Fueron habituales, cuando tuvo ocasión, las veces en que Rulfo afirmó que él no era un crítico literario. No se trataba de una especie de falsa modestia, una ocultación de su dedicación a la crítica literaria. Creo que debemos considerar como verdaderamente sentidas estas afirmaciones en las que señala su alejamiento de la crítica académica, que es a la que se está refiriendo y, tal vez, es conveniente en este momento indicar la conveniencia de considerarlo en el marco de la “crítica de los escritores”, tal como hace Víctor Jiménez en su introducción; también es el momento de recordar el comentario de Alejandro Avilés, después de su entrevista con Rulfo recogida en esta compilación, cuando afirma que si Rulfo quisiera, “se convertiría en uno de los mejores críticos de nuestras letras” (115).

Visión “poliédrica”, también, porque este libro nos ofrece en un único volumen todo lo significativo que escribió Rulfo en términos de crítica literaria e, igualmente, de sus más significativas palabras al respecto en algunas de las entrevistas que concedió. Textos de conferencias, prólogos y escritos inéditos, se compaginan bien con esas entrevistas, de manera que podemos diseñar de una manera fiable la que podría denominarse “teoría literaria” de Rulfo, en un proceso permanente a lo largo de muchos años y, significativamente, homogéneo en el transcurrir temporal.

Nuevamente “poliédrica” porque nos permite conocer su teoría literaria, su valoración de la narrativa nacional y extranjera, y explicaciones importantes sobre su propia obra literaria, marco en el que centrará su atención, especialmente en algunos aspectos que tuvieron para él singular importancia, como la relación del indigenismo con lo literario o el fracaso de la narrativa mexicana para responder a los acontecimientos del desgraciado año de 1968.

“Poliédrica”, por último, porque las indicaciones exactas del momento en que debemos situar los 19 textos editados ayudan a los lectores a comprender las permanencias y evoluciones del pensamiento de Rulfo, desde los años cuarenta (fecha del primer texto) hasta 1985 (fecha de la última entrevista que Rulfo concedió). Es decir, se abarca todo el periodo de escritura y, especialmente, resulta significativo que fuera en el periodo de 1979 a 1985 (en estos siete años; recordemos que fallece en 1986) cuando su producción en torno a los aspectos de la crítica literaria resulta más relevante, ya que once de los textos se encuadran en esos años. Todo un detalle del editor, Víctor Jiménez, la selección del primer texto, una breve anotación, entre los centenares que escribió Rulfo sobre el tema arquitectónico en la década de los años cuarenta, en la que se refiere a uno de los edificios de las ruinas de Chichén Itzá, el llamado Uyotoch Acaboid, “la casa del escritor nocturno”: Rulfo destacó, entre las numerosas pinturas y jeroglíficos que adornaban una de las habitaciones del edificio, la figura de “Acaboid”, al que denomina como “el escritor nocturno”. Una imagen de sí mismo y pórtico a sus reflexiones literarias.

Las reflexiones de Rulfo sobre la literatura -sobre su propia creación y la de otros escritores- deben encuadrarse en su pasión lectora. Nos recuerda Víctor Jiménez la importancia de su biblioteca, cercana a los 15 mil volúmenes, ese tipo de biblioteca particular que identifica a los grandes lectores y, con frecuencia, a los grandes escritores. Bibliotecas nutridas, como las de Vargas Llosa o Javier Marías; lectores infatigables, como Borges o Rulfo. Con la misma intensidad pasional con la que se dedicó a la música, a la historia o a la fotografía, Juan Rulfo sintió desde su niñez la pasión por la lectura. Desde sus primeras entrevistas, recalcaría la importancia de sus abundantes lecturas, señalando aquellos aspectos que las hacía recomendables, de la misma manera que, cuando años más tarde pudo releerlas, sintió, a veces, su irrelevancia con el paso del tiempo. Los centenares de escritores que Rulfo cita en este libro ahora reseñado son buena muestra de una crítica literaria viva, reflexiva y valorativa en todo momento, cambiante cuando la ocasión lo requería e, incluso, mordaz en más de un caso. De momento, este libro es la culminación de una imagen de Rulfo, muy distante de la del autor tocado por la gracia de las musas en un momento singular y, sin negar la indudable genialidad que define a unos pocos escritores, nos ofrece la radiografía de un autor en el que se entremezclan el lector, el comentarista crítico y el creador, en una simbiosis que explica de manera más convincente esa genialidad que sigue deslumbrando a sus nuevos lectores.

Para entender mejor a Rulfo creador es necesario conocer a Rulfo lector (de donde procede su actividad crítica). Tanto Alberto Vital como Víctor Jiménez han profundizado en esta línea de investigación y me gustaría destacar, entre sus numerosos estudios al respecto, algunas aportaciones muy relevantes. El minucioso trabajo de Rulfo sobre las Elegías de Duino de Rilke, no sólo muestra su admiración por el autor austríaco, sino que convierte su laborioso cotejo de varias traducciones del poema en una versión personal, creativa en más de una ocasión; lo mismo ocurre con los diecisiete textos de muy diversos autores, seleccionados por Rulfo para su colaboración en la revista El Cuento, sometidos en alguna ocasión a una reescritura; igual que resulta fundamental acudir a sus lecturas, considerándolas, más allá de la mera influencia, desde la perspectiva de la complicidad creativa a partir de su aprovechamiento lector, como bien ha demostrado Víctor Jiménez con relación al propio Rilke o a Hermann Broch.1 Desde esta perspectiva crítica, el libro reseñado resulta esclarecedor y ofrece al lector la posibilidad de conocer la valoración crítica de Rulfo sobre un número ingente de autores y, además, permite apreciar hasta qué punto sus ilimitadas lecturas le ayudaron a configurar una sólida valoración de la literatura y de los elementos sustanciales del acto creativo literario.

Rulfo mantuvo siempre en sus críticas literarias un tono muy alejado del académico, en el que se entremezclan sus convicciones sobre la creación literaria (es decir, lo que deberíamos considerar como su teoría literaria) con un desenfadado uso de las anécdotas y más de una pincelada de esa ironía tan habitual en sus relatos. Me llama la atención la seguridad con la que se mueve Rulfo en las cuestiones de crítica literaria, desde los primeros textos que al respecto conservamos. Me refiero a sus comentarios a Guadalupe de Anda (II), como cuando señala que “se duelen algunos de sus críticos de que su obra no sea la de un intelectual y de que los títulos y temas de sus libros no sean manjar de selectos. En mi concepto, este es su mayor mérito. José Guadalupe de Anda no escribió para cenáculos. Quiso decir una verdad y la dijo en el lenguaje poderoso del pueblo. Yo lo llamo el único escritor legítimo de México” (47). Se aprecia desde estas iniciales críticas un aspecto fundamental en su consideración de en qué debía consistir la verdadera literatura: el concepto profundo de representar a través de la fábula la “verdad” de la realidad, algo que debía hacerse a través de un lenguaje auténtico,­ no porque fuese una imitación del “real”, sino porque hubiese logrado captar su esencialidad, algo que Rulfo logró en su propia obra literaria. Por lo demás, los comentarios críticos de Rulfo son, como antes indicaba, desenfadados y llenos de anécdotas, como las que cuenta de De Anda, en su primer oficio de telegrafista en la estación de Espinazo del Diablo y la picaresca para sobrevivir al escaso sueldo (47) o el casi cuento que Rulfo crea al relatar la anécdota del aristócrata que acudió a De Anda sabiendo que era experto en genealogías y que tan desazonado le dejó (50) al conocer su poco “aristocrático” origen, porque, como concluye Rulfo, De Anda “decía siempre la verdad. Eso es lo más valioso tanto de él como de su obra” (50). No desaprovechemos la ocasión de recalcar ese concepto de la “verdad” como sustancia de la literatura (aspecto señalado en el título de este libro), y recordemos que esta primera reseña literaria de Rulfo ya insiste en ese elemento esencial de su concepción de la literatura. Algo que culmina en su conferencia de Chiapas de 1965, “Situación actual de la novela contemporánea”, con su crítica radical a la literatura formalista, pura elucubración intelectual y que no cuenta nada, cuya ejemplificación más perversa la encuentra en la que llama “antinovela” y que se corresponde con el que se denominó “nouveau roman”. Las citas mordaces se multiplican, en referencia a Robbe-Grillet (92), al alemán Uwe Johnson (93) o el italiano Carlo Cassola (91). Frente a este tipo de literatura vacía, siempre defenderá la necesidad de que las obras literarias posean un contenido humano, y de ahí sus críticas constantes a lo largo de los años contra la generación mexicana de escritores posteriores a los desgraciados acontecimientos del año 68 en México, movimiento de rebeldía con el que Rulfo se sintió muy implicado, lo mismo que se decepcionó de aquella que recibió el nombre de “generación de la Onda” (146-147). Como indica el título de este libro, Rulfo consideró que la “imaginación” -la invención- era el fundamento de la creación literaria y que ésta debía tener un contenido comprometido con el hombre, tal como valoró, en su esencialidad, la literatura de José Gorostiza, en su discurso de ingreso a la Academia mexicana: “y, sobre todo, la relación tan íntima con el destino del hombre” (176).

Esa fue, en efecto, la clave de la crítica literaria ejercida por Rulfo: la reflexión sobre los recursos del escritor para crear una historia inventada que no deja de ser un espejo de la historia real (simbólica, paralela o deformada, pero nunca meramente imitativa) y que sirvió a Rulfo para definir del mejor modo lo que es la literatura: una mentira que dice la verdad.

REFERENCIAS

Alberto Vital (traductor) Elegías de Duino en la obra colectiva Tríptico para Juan Rulfo (México, RM, 2006, pp. 17-215) [ Links ]

V. Jiménez, A. Vital y Sonia Peña. Retales, (México, Terracota, 2008) [ Links ]

Víctor Jiménez, Ladridos, astros, agonías. Rilke y Broch en el lector Rulfo (México, RM, 2017) [ Links ]

1De las características y circunstancias de la traducción de las Elegías de Duino se encarga Alberto Vital en la obra colectiva Tríptico para Juan Rulfo (México, RM, 2006, pp. 17-215); sobre la edición de Retales, V. Jiménez, A. Vital y Sonia Peña (México, Terracota, 2008); Víctor Jiménez, Ladridos, astros, agonías. Rilke y Broch en el lector Rulfo (México, RM, 2017).

Creative Commons License Este es un artículo publicado en acceso abierto bajo una licencia Creative Commons