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Literatura mexicana

versión On-line ISSN 2448-8216versión impresa ISSN 0188-2546

Lit. mex vol.31 no.1 Ciudad de México ene./jun. 2020  Epub 17-Ago-2020

https://doi.org/10.19130/iifl.litmex.31.1.2020.1198 

Reseñas

Francisco Ramírez Santacruz. Sor Juana Inés de la Cruz. La resistencia del deseo. Madrid: Cátedra, 2019.

Isaac Magaña Gcantón1 

1Harvard University, maganagcanton@g.harvard.edu

Ramírez Santacruz, Francisco. Sor Juana Inés de la Cruz. La resistencia del deseo. Madrid: Cátedra, 2019.


En 2018, Ediciones Cátedra inauguró su colección “Biografías”. Aquel año fueron publicados dos títulos: Lope: el verso y la vida, de Antonio Sánchez Jiménez, y Dante: la novela de su vida, de Marco Santagata. Para las letras hispanas —a diferencia de, por ejemplo, las inglesas— el género biográfico no ha sido ni el más vistoso ni el mejor ejercitado. Una carencia: faltan por escribirse demasiadas vidas. De allá que saludar con entusiasmo esta iniciativa resulte un gesto mínimo. Más aún cuando en el marco de este vacío la tercera de las vidas reseñadas por la editorial sea la de sor Juana Inés de la Cruz, monja novohispana cuya obra ha de ser relevante, ya no sólo para la lengua española, sino para el canon de la literatura mundial.

La resistencia del deseo comienza con un prólogo, una noticia sobre las fuentes principales del texto, una suerte de estado de la cuestión con las biografías existentes y los documentos considerados más importantes para la reconstrucción de la vida. En este prólogo, también, el posicionamiento del biógrafo: ni una lectura desde el absoluto liberalismo laico que niegue las inclinaciones religiosas de la monja ni tampoco una defensa ultracatólica de todas las decisiones tomadas por la autora de Primero sueño. En cambio, sor Juana como un personaje paradójico, sor Juana como una persona que cambió y se contradijo, que creció y volvió con tensiones irresolubles, con un pie en la pasión y otro en la letra. Acaso la biografía que ella misma hubiese querido que se escriba: la de un personaje de carne y hueso, no la semblanza de un mito. Baste recordar lo que ella misma expresó cuando se enfrentó con los encomios que preceden al Segundo volumen (1692): “No soy yo lo que pensaís, / si no es que allá me habéis dado / otro ser en vuestras plumas / y otro aliento en vuestros labios, // y diversa de mí misma / entre vuestras plumas ando, / no como soy, sino como / quisisteis imaginarlo” (227).

Al prólogo le sigue un epígrafe, especialmente significativo porque da la nota alrededor de la cual se organiza todo el libro: un poema como la cifra de una vida. Aquí el primer cuarteto: “Si los riesgos del mar considerara, / ninguno se embarcara; si antes viera / bien su peligro, nadie se atreviera / ni al bravo toro osado provocara” (19). El soneto concluye con un elogio al arrojo de Faetón, quien aún a sabiendas del atrevimiento de su empresa y su inminente fracaso, resuelve conducir los carros de su padre el Sol. Lo que vale para decir: “la invitación a grandes proezas sin importar el riesgo que estas entrañan” (38).

“Los riesgos del mar”, el primero de los siete capítulos que componen La resistencia del deseo, comienza aún antes de la propia vida: con el viaje de los abuelos maternos de Juana Inés Pedro Ramírez Cantillana y Beatriz Ramírez Rendón, que jóvenes abandonaron su natal España para probar suerte en el Nuevo Mundo. Con el relato de este viaje y simultánea microbiografía de ambos se anuncian dos detalles capitales que atraviesan todo el libro. Por un lado, la importancia de los desplazamientos y trayectos —propios y ajenos— en la formación de sor Juana. Por el otro, la relevancia de contar a detalle otras vidas para, de un modo oblicuo, delinear la que en esta instancia resulta capital: sor Juana como amalgama y contingencia de otras existencias. Una de las primeras conclusiones: “En retrospectiva la emigración a América resultó provechosa para don Pedro. No sólo se convirtió en un próspero labrador y hacendado, sino que también se relacionó con las personas principales de la región” (23). Otro detalle conductor del libro: las relaciones públicas como condición de posibilidad para la carrera literaria de sor Juana.

De estos primeros años, Ramírez Santacruz se ocupa con especial cuidado de aquellas historias que resaltan rasgos del carácter que prevalecen en sor Juana adulta. Por ejemplo, la curiosidad y la determinación, la fascinación por la aventura del intelecto: “sin contar con el permiso de doña Isabel, [Juana Inés de tres años de edad] siguió a escondidas a su hermana mayor a la escuela y allí observó cómo le daban clases” (28). De nuevo, aquí, la relevancia del desplazamiento: “Ir de la hacienda de Panoayan a la escuelita de Amecameca fue la transición hacia un mundo nuevo” (29). Otra anécdota (que Ramírez Santacruz, por cierto, considera, de las mocedades, la más importante): el desplazamiento desde Amecameca hasta la casa de sus tíos en la Ciudad de México, donde se fomentaron los talentos de Juana Inés y se produjeron las condiciones materiales para que los virreyes de Mancera se fijaran en ella. Tras otras variadas historias, el capítulo termina por la lista de esta línea y una afirmación emotiva: “Su historia había comenzado con la travesía de sus abuelos, pero el viaje de ella, que no cruzaba un mar y tan sólo fue de unos 60 kilómetros de Amecameca a la capital, significó para la literatura en México alta tan grande como, para la historia, el descubrimiento de Colón” (38).

“El objeto venerado”, segundo capítulo, se ocupa de los años en la Corte, aunque no sólo. Sin caer en ningún momento en una aproximación del tipo psicoanalítica, Ramírez Santacruz teje fino para resolver algunas cuestiones clave: las razones de sor Juana para tomar los hábitos, las razones de sor Juana para permanecer apenas unos meses en la orden de las carmelitas, la naturaleza de las convicciones religiosas de sor Juana y, finalmente, la excepcionalidad de los años en el palacio que la convirtieron, muy pronto, en una figura reconocida entre sus contemporáneos. El protofeminismo de sor Juana, por otra parte, parece también modelado durante este tiempo: ya por las dinámicas al interior de la Corte no exentas de abuso que aunque aparentemente no padeció presenció de modo terminante; ya por la influencia y trato con Leonor Carreto, la virreina en turno, y Antonio Núñez de Miranda, su confesor, quien a pesar del matizado trato hacia ella —sobre todo en los años venideros—, en ese entonces, siendo quizá el hombre más inteligente y culto de la Nueva España, se ocupó —junto con la primera— de impulsar la vocación intelectual de la futura monja. En esa dirección, se cuenta uno de los episodios más memorables de la vida, aquel sobre la entrevista con los cuarenta sabios que habría de precipitar la decisión de ingresar al claustro: celebración y clausura del ya de por sí singular retrato de sus primeros años. Escuchemos: “el marqués de Mancera decidió someterla a un examen público en el que cuarenta hombres le preguntaron sobre teología, historia, literatura y ciencias [… ] El debate entre la joven de Nepantla y este grupo de sabios tuvo una impresión imborrable entre los asistentes [… ] [siendo] la culminación de su ascenso social” (46). Acaso con razón, Ramírez Santacruz es contundente en sus consideraciones sobre la relación entre este evento y sus dos arrojos para integrarse a una orden religiosa (primero a las carmelitas, a quienes acaso abandonó por su severidad y su delicada salud, y finalmente a las jerónimas, donde habría de permanecer hasta el final de sus días): “En retrospectiva el acto público en que se defendió de manera magistral y mostró todas sus cualidades intelectuales ante 40 eruditos debe entenderse como el momento decisivo. Todos —virreyes, Núñez y, sobre todo, Juana Inés— comprendieron al mismo tiempo que tras su gran éxito había llegado el instante de decidir sobre su futuro” (51).

Los capítulos tres, cuatro y cinco —“El glorioso honor en el Claustro”, “Los conceptos de un alma” y “El Parnaso en el convento”— son, de cierto modo, la columna vertebral del libro. Como construcción y relato, estos capítulos articulan la vida de sor Juana desde el momento en el que ingresa al convento, en 1667, hasta los preparativos editoriales de Inundación castálida, su primer libro, en 1689. Son los años felices y los años en los que sor Juana conquista su independencia económica, construye su fama y sus vínculos más importantes dentro y fuera de la Nueva España. Estos capítulos, además, corresponden ser citados como los mejor logrados en el sentido de la construcción de una biografía: Ramírez Santacruz hace de estas páginas una comprobación excepcional de cómo los libros dieron forma a la vida de sor Juana y la vida, a los libros. Aquí, Ramírez Santacruz se ocupa, además, de los detalles de la publicación del primer poema en el sesenta y ocho, de varios y diversos debates sobre la vida de la monja, tales como los posibles responsables de pagar la dote de tres mil pesos que requirió sor Juana para unirse a la orden, la cotidianidad en el convento, los trabajos y responsabilidades que debió asumir durante su estadía y, por sobre todo, el modo en el que se fue haciendo de un patrimonio. En este punto se trata también un tema importante en la vida, nunca antes acentuado con la gravedad con el que lo hace Ramírez Santacruz: la relación de sor Juana con fray Payo y el lugar que éste ocupó en su formación intelectual (91-93). Y es que fue de él de quien quizá aprendió las estrechas y complejas relaciones entre el poder civil y el eclesiástico. Aprendizaje puesto en práctica apenas a la llegada de Tomás de la Cerda y Aragón y María Luisa Manrique de Lara y Gonzaga, virreyes de la Nueva España durante gran parte de la década del ochenta y con quienes sor Juana estrechó fuertes vínculos. A su llegada, de hecho, es que sor Juana compone el Neptuno alegórico, momento crucial de la biografía: “Con esta obra su voz, por vez primera, intervino en los asuntos públicos. Hasta esa fecha había estado su actividad circunscrita al ámbito de la Iglesia. De cierta forma, el Neptuno deja entrever su olfato político y el tono en que llevó sus relaciones con los poderosos” (100). Los virreyes se volvieron, desde el primer instante, en piedra y cimiento para la década de libertad artística de la monja. Por un lado, bajo su protección, sor Juana gozó de su período de mayor libertad intelectual en el que escribió el grueso del trabajo que la haría importante y también famosa; por el otro, ya en España, fueron felices promotores de su obra. Entretanto, María Luisa fue también cercana amiga y razón de algunos poemas líricos hasta el día de hoy muy celebrados y copiosamente estudiados. A esta amistad, que ha sido una de las obsesiones más cultivadas por los críticos, Ramírez Santacruz le dedica varias páginas (aunque pocas en comparación al general interés que ha suscitado), no sin dejar de apuntar sin embargo que “María Luisa y sor Juana tuvieron una relación intensa que debe entenderse en el contexto del patronazgo y el mecenazgo, propio de las condiciones políticas y sociales de la época” (117). De esos años llenos de acontecimientos notables se pone el dedo también, entre otros asuntos, en la temporal ruptura con Núñez como confesor en 1684; las dificultades de sor Juana para encontrar sosegado silencio para ejercitar sus tareas intelectuales; la amistad epistolar con Diego Calleja, quien habría de ser el primer biógrafo; las muchas lecturas y la biblioteca; las exitosas labores de la monja como encargada de finanzas —de las suyas y de las del convento— y el impacto de esta actividad en sus tareas intelectuales. Como la propia obra de sor Juana atestigua, todo es parte de una red y así como no hay concepto ni conocimiento que no sea deudor de algún otro, los deberes, las pasiones y la escritura para ella estuvieron siempre vinculados: “La independencia económica, conseguida a mediados de los ochenta, impactó positivamente en su quehacer literario, pues, una vez obtenida esta, escribió en los años siguientes sus obras maestras, como El divino Narciso o Primero Sueño [… ] sin los pagos por sus obras de encargo y sin sus inversiones con distintos banqueros ella jamás habría juntado suficiente capital para adquirir tantos libros” (134).

Los capítulos seis y siete —“Los aplausos y las calumnias” y “La resistencia del deseo”— se ocupan de los últimos años, desde la consolidación de la fama a partir de Inundación Castalida y el Segundo volumen —cuyos procesos de edición son tratados por Ramírez Santacruz por varias páginas con delicadeza muy especial— hasta la turbulencia final que alcanza sus momentos más álgidos durante la polémica en torno a la publicación de la Carta Atenagórica (1690) y la iniciación del segundo noviciado de sor Juana en 1693, que algunos críticos han señalado, primero, como el resultado de un reajuste político-estructural a razón del motín en la Ciudad de México en 1692 y, segundo, como el momento en el que sor Juana abandonó para siempre las letras y se dedicó a la vida religiosa. Sobre esto, sin embargo, La resistencia del deseo, feliz, disiente: por un lado, arguye que fue la excesiva fama y no la crisis de 1692 la razón del noviciado (con el aplauso llegó también el rumor y la calumnia, situaciones de las que sor Juana intentó estar siempre alejada); por el otro, reconstruye con pruebas la vuelta de sor Juana a la literatura tras las penas y flagelaciones del noviciado. Ramírez Santacruz sostiene que esta última etapa, aunque extrema, fue sin embargo temporal. Miremos:

[en 1693] inició un segundo noviciado, se flageló brutalmente y redactó una serie de textos del fuero eclesiástico que siempre se había esperado de ella para ser una monja ejemplar. El último de estos documentos lo firmó en marzo de 1694. No existe ningún testimonio ni documento para iluminar lo que pasó en su fuero interno a partir de esa fecha hasta abril de 1695 cuando falleció. Pero quizá sí se pueda vislumbrar lo sucedido en esos doce meses finales: el inventario de su celda al morar habla de 180 libros y de un cartapacio con quince legajos de versos. De ello deduzco que en algún momento después de marzo de 1694 volvió a tocar su puerta la otra, aquella que ella creyó dejar fuera del convento, y la dejó entrar (229).

Este último retrato de las tensiones entre vida religiosa y letras profanas debe ser leído, por cierto, como la cifra de la imagen tejida a lo largo del libro: sor Juana vivió en un estado de confusión irresoluble entre el amor por las letras y la pasión religiosa.

Hasta aquí una parcial síntesis de la Resistencia del deseo, manuscrito del que habría que señalar, sin embargo, una última cosa: la habilidad del biógrafo para escribir un texto proyectivo: por un lado —ya por la claridad de su lenguaje, ya por su transparencia argumentativa—, un documento amigable, accesible para el lector no-especialista en sor Juana, aquel que se aproxima por vez primera; por el otro, a razón de la actualidad de las discusiones y el rigor de sus comentarios críticos, un libro que desafía y dialoga con los comentaristas más especializados en sor Juana. Y es que, además de la exhaustiva revisión de la vida y obra de la monja, son poco más de seiscientas notas a través de las que La resistencia del deseo disiente, refuta y confiesa afinidades con la crítica experta. Desde Georgina Sabat de Rivers y Dorothy Schons hasta Sara Poot Herrera y Martha Lilia Tenorio, cruzando los ineludibles terrenos de Antonio Alatorre, José Pascual Buxo y Octavio Paz, Ramírez Santacruz no deja aspecto de la vida sin, por lo menos, referir y anotar. El resultado es un riquísimo texto que mapea la totalidad de los debates, proveyendo de paso la más completa bibliografía reunida hasta ahora a propósito de la monja. En esa dirección, de modo efusivo, aunque de ningún modo hiperbólico, por las razones listadas anteriormente —es decir, tanto por la precisión y genio con la que son recorridas vida y obra como por la manera en que se intervienen discusiones previas y contemporáneas—, considero justo reclamar La resistencia del deseo como uno de los documentos más relevantes que ha producido la crítica y los estudios sobre sor Juana.

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Estudia el doctorado en Lenguas y Literaturas romances en la Universidad de Harvard. Entre sus intereses se encuentran la literatura moderna y colonial en Latinoamérica, la cultura material y las vanguardias históricas.

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