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Literatura mexicana

versión On-line ISSN 2448-8216versión impresa ISSN 0188-2546

Lit. mex vol.29 no.1 Ciudad de México ene./jun. 2018

https://doi.org/10.19130/iifl.litmex.29.1.2018.1069 

Reseñas

Christopher Domínguez Michael. La innovación retrógrada. Literatura mexicana, 1805-1863. México: El Colegio de México, 2016

Esther Martínez Lunaa 

aUniversidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Filológicas, email: mlesther@unam.mx

Domínguez Michael, Christopher. La innovación retrógrada. Literatura mexicana, 1805-1863. México: El Colegio de México, 2016.


En la actualidad, para algunos estudiosos, resulta una tarea titánica, si no es que impensable, plantearse la idea de escribir una Historia de la Literatura Mexicana o hacer una revisión y crítica historiográficas de un periodo mayor a, pongamos por caso, tres decenios. A decir de aquéllos, el ejemplo de los eruditos finiseculares o de inicios de siglo XX, encarnados en figuras como Francisco Pimentel, Carlos González Peña, Julio Jiménez Rueda, Luis G. Urbina, José Luis Martínez o el español Marcelino Menéndez Pelayo, o bien ya no satisface las necesidades actuales en materia de escritura de la historia literaria, o bien sus instrumentos y hábitos intelectuales ya no pueden hacer frente a un volumen tan cuantioso de información. Parecería llegada la hora exclusiva de los grupos de investigación. Esta aseveración, que tiene una buena dosis de verdad, es refutada por el ejemplo de Christopher Domínguez Michael, autor de La innovación retrógrada. Literatura mexicana, 1805-1863.

La innovación retrógrada. Literatura mexicana, 1805-1863 es la primera entrega de lo que se anuncia como un proyecto mayor en la relectura y revisión de la cultura literaria del siglo XIX mexicano. Christopher Domínguez, en este volumen, nos brinda un amplio estudio de algunos escritores decimonónicos que representan, a su decir, puntos señeros en la conformación de nuestro panteón literario. Digo panteón literario y no literatura nacional porque Domínguez Michael afirma que “desde hace rato me parece un despropósito ineludible escribir historias nacionales de una literatura que concibo mundial” (588).

El libro está dividido en dos partes: la primera de ellas, titulada “Ingenuos y sentimentales (1805-1827)”, se centra en la poesía de los árcades y en su mayoral, el franciscano Manuel Martínez de Navarrete, en José Joaquín Fernández de Lizardi y en fray Servando Teresa de Mier; todos ellos, letrados que se nutrieron de una educación netamente ilustrada. La segunda parte, llamada “La Guerra Perpetua (1828-1863)”, se ocupa de los no menos distinguidos polemistas Carlos María de Bustamante, Lorenzo de Zavala, Lucas Alamán y José María Luis Mora. Asimismo, otro de los capítulos está dedicado al “bendito intruso”, el cubano / mexicano José María Heredia, en cuyas páginas, Domínguez Michael se demora en destacar su aprecio por el poema “El Teocalli de Cholula”. A ese capítulo, le sigue el dedicado a algunos miembros de la Academia de Letrán como los poetas Manuel Carpio y José Joaquín Pesado, para concluir su recorrido con los “Maestros liberales”, re presentados por Ignacio Manuel Altamirano, Guillermo Prieto e Ignacio Ramírez.

Así, con este repertorio de escritores canónicos y sus círculos de difusión por medio de folletos, sermones, periódicos como el Diario de México, revistas como El Iris, Miscelánea, El Año Nuevo, El Siglo Diez y Nueve y reuniones literarias, Christopher Domínguez, como lector meticuloso y crítico acucioso que es, va configurando su mapa de simpatías y diferencias con ciertos autores y obras que considera dignos de estudio. Entre las simpatías, se destacan, además de Teresa de Mier, Heredia y Fernando Orozco y Berra; no muy cerca de sus preferencias se encuentra Guillermo Prieto y, a medio camino, se quedan algunos árcades representados en la figura de Martínez de Navarrete, y el “Apolo de las banquetas”, Fernández de Lizardi.

En su revisión, a nuestro crítico no le interesa pulsar la cuerda de uno de los temas mayores de la historiografía literaria de nuestro país: la construcción de un discurso en favor del espíritu y conformación de las letras nacionales y de nuestra independencia literaria. La conceptualización que propone y emplea para calificar y evaluar los asuntos literarios es, como lo indica el mismo título del libro: la “innovación retrógrada”.

No obstante que la frase parece fuerte y podría sonar como una descalificación, luego del transcurrir de la lectura y al llegar a las páginas finales del libro que ahora reseñamos, advertimos que esta conceptualización no es un juicio adverso, sino que procura explicar uno de los asuntos más destacados en la narración historiográfica construida por Domínguez Michael; me refiero a la necesidad que, a su decir, sintieron los letrados decimonónicos de querer volver constantemente -unas veces con fortuna, otras con menos- al pasado grecolatino, que no fue precisamente la leche con la cual se amamantaron (“nos educamos sin la leche materna de lo grecolatino”). Tal pareciera que para nuestros letrados el volver con cierta recurrencia a lo largo del siglo XIX a las estructuras retóricas, estilísticas o los temas del clasicismo grecolatino, pretendidamente adaptados a la idiosincrasia nacional, les permitiera insertarse en la más vigorosa tradición literaria de Occidente.

A Domínguez Michael también le interesa explicarnos cuándo un escritor es un “falso antiguo” o un “falso moderno”, cuándo deja de ser un “innovador retrógrado” o cuándo no; cuándo es “ingenuo o sentimental”; pero aclaremos que estas operaciones del gusto personal conllevan la necesidad de que el ensayista busque construir puentes entre los escritores mexicanos y las literaturas de otras latitudes, por eso no es extraño encontrar nombres como los de Milton, Young, Chateaubriand, Condillac, Voltaire, Góngora, Juan Meléndez Valdés, Larra, Byron, Hugo, Lamartine y un largo elenco de autores que los mexicanos leyeron y emularon, y a quienes nuestro escritor ha leído muy bien.

Por otro lado, me alegra y me parece acertado que en la composición de este ensayo de largo aliento, Christopher Domínguez Michael haya tomado como punto de partida a los árcades y el Diario de México; y me alegra no porque yo haya dedicado algunos años a su estudio, sino porque refleja la apertura a una visión más amplia que deja de lado las inercias acríticas que conciben la literatura del siglo XIX a partir de Fernández de Lizardi o la circunscriben a aquellos textos que se dedican a la exaltación del paisaje vernáculo, la descripción de la flora y la fauna mexicanas o la celebración de los triunfos de la República independiente.

Si bien ya resulta un lugar común afirmar que los procesos literarios no pueden entenderse desligados del mundo político, social e ideológico del que surgen, tampoco podemos siempre declarar que los cambios políticos y los cambios artísticos van de la mano y ocurren y se expresan al mismo tiempo. Identificar y aplicar las mismas nociones y categorías de los sucesos históricos para “clasificarlos” e integrarlos al concepto de literatura nacional resulta poco pertinente, por decir lo menos, y justamente Domínguez Michael huye de esas clasificaciones.

También es destacable que Christopher Domínguez haya dejado de lado la construcción de una historia total y monolítica, sustentada únicamente en datos biográficos de los actores, en la enumeración de escuelas literarias o el listado de obras. Su propuesta, desde mi punto de vista, es que nos explica un proceso continuo, que aunque avanza lentamente y a veces da pasos hacia atrás, se va apropiando de distintos sistemas literarios y establece un diálogo constante con diferentes ritmos temporales. Así, José Joaquín Fernández de Lizardi o Servando Teresa de Mier comparten muchas lecturas, aunque, como es natural, su apropiación pone énfasis en distintos compases; consecuentemente, su recepción y público lector no fue el mismo. De igual manera, se puede señalar el caso de los poetas fundadores de la Academia de Letrán, esos “falsos pobres” que a pesar de haber asimilado y haber adoptado cierta cultura literaria de los árcades, buscaron eclipsar a la cultura neoclásica para autoerigirse como los verdaderos poetas modernos, liberales y fundadores de la Literatura Nacional con mayúsculas. En consecuencia, en la búsqueda de su hegemonía cultural, Guillermo Prieto, como testigo activo de este proyecto nacionalista, se vinculará o creará alianzas simbólicas con los herederos culturales de Fernández de Lizardi y no de José María Heredia, por ejemplo.

Así, este largo ensayo hace una revisión crítica de las diversas manifestaciones literarias que tuvieron lugar en México durante las primeras seis décadas del siglo XIX. Su acercamiento abre el espectro de lo que se entiende o entendió por literatura en tiempos pasados, ya que recordemos que la palabra literatura incluía las textualidades de carácter histórico e incluso científico. Por eso detenerse a analizar los trabajos de los polígrafos Mora, Alamán y Zavala enriquece nuestra cultura literaria y no sólo política.

Sin duda, este volumen evidencia un arduo trabajo y una destacada capacidad argumentativa que se ve reflejada en la unidad de su narración. Los constantes ires y venires de los diferentes actores literarios a lo largo de las más de seiscientas páginas sirven, por ejemplo, para comparar o hacer contrapuntos de la tradición grecolatina entre los diversos testimonios literarios de estos personajes. En opinión de nuestro autor, si bien esta tradición no cobró esplendor o cierta madurez, se niega a desaparecer de las plumas de los liberales.

Christopher Domínguez Michael leyó la obra de los escritores mexicanos y a sus principales críticos y estudiosos para devolvernos una visión del siglo XIX fresca, personal y no pocas veces cargada de cierto humor ácido. Su prosa, que en ocasiones recurre a diminutivos, no busca descalificar sino hacer un guiño de simpatía y complicidad a sus lectores; por supuesto, no podían faltar sus dotes de polemista en cada línea que va trazando. En este sentido destaca la visión que brinda de los miembros de la Academia de Letrán:

La leyenda de la Academia de Letrán como vivero romántico y liberal, verdadero y legítimo origen de la nacionalidad literaria, es una falsificación destinada a sacar a los árcades de la jugada y menospreciar a Heredia y a Pesado como los primeros poetas de México con una obra extensa y trabajada (407).

O cuando pone en duda las afirmaciones de Guillermo Prieto respecto de la aparente pobreza de los letranes:

Esos cuatro poetas [… ] no eran pobres, para empezar: los Lacunza eran hijos de un poeta árcade. Aunque pronto los dejó huérfanos, este magistrado tuvo a bien encargarlos con su hermana, “tía despejada y generosa” que los hizo cursar estudios universitarios en el Colegio de San Juan de Letrán. Formaban parte de la élite de la Primera República [… ] (409). [… ] Pero la ostentación de pobretería era un galardón romántico, como lo creía Prieto, él mismo, ejemplar representativo del huérfano socorrido (410).

Finalmente, para disentir un poco con el autor de La innovación retrógrada, comento en voz alta que a pesar de su exhaustiva explicación sigo sin entender por qué dedicarle tantas páginas a don Marcelino Menéndez Pelayo; entiendo que fuera referencia obligada de los pininos historiográficos de Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes, por ejemplo, hacia los primeros lustros del siglo XX; no entiendo tanto que siga siéndolo cien años después, en el meridiano actual de la escritura de la historia literaria. Pienso que habría que devolverle al vetusto don Marcelino la frase que le robó a su paisano José Zorilla: los “defectos de su crítica son los de su tiempo”.

Doctora en Letras por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Investigadora de tiempo completo del Centro de Estudios Literarios del Instituto de Investigaciones Filológicas. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores y profesora de Literatura mexicana e iberoamericana de los siglos XIX y XX en la Facultad de Filosofía y Letras. Sus publicaciones, tanto nacionales como internacionales, se relacionan con la historia de la prensa y el mundo cultural y literario de finales del siglo XVIII y el siglo XIX. Actualmente se encuentra en prensa el volumen Dimensiones de la Cultura Literaria en México (1800-1850). Modelos de sociabilidad, materialidades, géneros y tradiciones intelectuales, cuya coordinación y edición estuvo a su cargo.

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