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Literatura mexicana

versão On-line ISSN 2448-8216versão impressa ISSN 0188-2546

Lit. mex vol.23 no.1 Ciudad de México Ago. 2012

 

Reseñas

 

Ignacio M. Sánchez Prado. Naciones intelectuales. Las fundaciones de la modernidad literaria mexicana (1917-1959)

 

Naciones intelectuales. Las fundaciones de la modernidad literatura mexicana (1917-1959), by Ignacio M. Sánchez Prado

 

Susan Antebi

 

West Lafayette, Indiana: Purdue University Press, 2009

 

Department of Spanish and Portuguese, University of Toronto

 

En los múltiples acercamientos críticos a la trayectoria de la literatura mexicana moderna, parece ser casi inevitable la preocupación por el lugar de la nación y del nacionalismo, como parte de una estructura abarcadora que determina, en parte, los contornos de lo literario, tanto en la producción como en la circulación y recepción de textos. Si la cuestión del "ser mexicano", y de la nación totalizante persiste como enfoque crítico, también sigue presente en muchos casos como barrera o límite, proveyendo una tensión contra la cual el autor pretende tejer sus líneas de fuga o ejes de reestructuración. Buscar la salida de la "jaula" o del "laberinto", si se permite el préstamo de términos de Bartra y de Lomnitz, respectivamente, se convierte, en muchos casos, en el eje fundamental, y acaso paradójico, de un acercamiento a la literatura mexicana nacional, si no nacionalista. El proyecto de Sánchez Prado se inscribe en esta tendencia crítica, como el mismo autor afirma cuando define su concepto de "nación intelectual": "un conjunto de producciones discursivas, enunciadas sobre todo desde la literatura, que imaginan, dentro del marco de la cultura nacional hegemónica, proyectos alternativos de la nación" (1).

En este fascinante estudio, que ya ha tenido y sin duda seguirá teniendo impacto en los campos de las literaturas mexicanas y latinoamericanas, Sánchez Prado elabora una lectura detallada de los discursos literarios de una serie de figuras para él claves en la historia de las letras mexicanas, sobre todo por sus posiciones variadas y a veces antagónicas para con el poder estatal y la cultura oficializada del PRI. Lo que emerge de su proyecto es una historia literaria innovadora por la combinación de su análisis literario preciso de los textos, y su visión panorámica de las instituciones culturales mexicanas. El marco crítico del libro nos obliga a reconsiderar los lugares consagrados, o en algunos casos desvalorados, de autores como Alfonso Reyes, Jorge Cuesta, Ramón López Velarde, Luis Villoro y Octavio Paz, a la vez que propone una lectura de la literatura (a veces) desligada de su complicidad supuestamente obligatoria con el estado. En este sentido, Naciones intelectuales reimagina la nación mexicana a través del lente de la problemática de cultura y poder político, basándose no simplemente en la especulación teórica sino en una lectura rigorosa del archivo literario, que incluye textos periodísticos y filosóficos, y una comprehensión detallada de los papeles históricos de instituciones culturales como El Colegio de México y El Colegio Nacional. El libro construye su noción de las culturas literarias y filosóficas mexicanas, y de la mexicanidad, en relación con el discurso estatal hegemónico, aunque uno de sus puntos claves es recalcar momentos en que estas culturas crean espacios autónomos, o parcialmente autónomos, para con el estado, y así desafían el poder aparentemente monolítico del mito de la mexicanidad.

El libro se divide en dos partes; la primera se enfoca en el campo literario, de 1917 a 1939, y la segunda en las instituciones culturales y educativas, de 1940 a 1959, aunque los últimos capítulos del libro estudian sobre todo las diferentes versiones en pugna de mitos y pensamiento nacionales, para concluir con un análisis de oposiciones entre la visión mitificadora del México de Octavio Paz, y las "naciones intelectuales" de figuras como Alfonso Reyes, Jorge Cuesta, José Gaos y Luis Villoro, cuyas obras, según la lectura de Sánchez Prado, permiten una reactivación constante de la conciencia revolucionaria. En el primer capítulo, se establecen los términos claves del aparato teórico que emplea Sánchez Prado a lo largo de su estudio, que son "hegemonía", "campo literario" e "intelectual", a la vez que se desarrolla una lectura de los diversos grupos y proyectos literarios del periodo entre 1917 y 1925, es decir, entre el establecimiento de la Constitución y el debate de 1925, que se da en torno a una preocupación por la supuesta virilidad de la Revolución y la literatura nacional. Aquí la noción de campo literario, tomado de Pierre Bourdieu, es fundamental, ya que enfatiza la "autonomía relativa" de la producción cultural en relación al campo de poder (27). La exterioridad parcial de la cultura al campo del poder estatal le permitirá a Sánchez Prado una lectura de la figura de Alfonso Reyes, quizás eje central de este proyecto, en la cual la nación intelectual está en movimiento y reinvención constante, desembocándose en nuevos espacios en desafío a una visión estática de la Revolución (81).

El segundo capítulo se enfoca en Jorge Cuesta y en el debate de 1932, que se define por el dilema de la cultura nacional, entre la idea de una vanguardia cultural como extensión de la hegemonía estatal y una vanguardia literaria más bien autónoma. Según Sánchez Prado, mientras que durante la época de 1917 a 1925 el proyecto hegemónico estatal estaba aún por definirse, lo cual permitía que diversos grupos de escritores e intelectuales trataran de definir e inscribirse en una ideología de la Revolución, para los treintas el estado se había definido más claramente dentro de una ideología socialista, permitiendo una identificación más evidente entre política estatal e intelectuales nacionalistas (134). Cuesta, en cambio, como figura central del capítulo, se representa como intelectual independiente al poder estatal, y que de hecho define su actividad intelectual explícitamente en contra de la institucionalización de la Revolución (127). En este punto Sánchez Prado logra establecer un vínculo convincente entre Cuesta y Reyes, como dos de los autores que encarnarán las posiciones características de las "naciones intelectuales" (128).

Con el tercer capítulo se inicia la segunda parte del libro, y se explica y contextualiza el establecimiento de El Colegio de México y El Colegio Nacional, que se describen como espacios autónomos para la formación de intelectuales y la producción de conocimiento en los campos de la literatura y la filosofía. Aquí Sánchez Prado sigue la trayectoria iniciada en capítulos anteriores sobre la carrera de Alfonso Reyes como escritor y pedagogo, y describe el papel de la tradición occidentalista en su obra, y como estrategia de resistencia al poder hegemónico del estado (155). En el mismo capítulo, el autor recorre la historia de la filosofía en México, partiendo del positivismo para después analizar los discursos de nación, raza y utopía en obras claves como La raza cósmica de José Vasconcelos, y El perfil del hombre y de la cultura en México, de Samuel Ramos. El recorrido desemboca en la figura de José Gaos y su impacto en el campo de la filosofía en México. En este contexto, la aportación clave de Gaos parece ser la idea de "las condiciones concretas del sujeto en su devenir histórico" como acercamiento a una "filosofía de lo mexicano" (180), idea que retoman varios de los estudiantes de Gaos, como Leopoldo Zea y Luis Villoro.

En el capítulo cuatro se exploran las repercusiones de esta noción de contingencia histórica, y la del "ser nacional," sobre todo a través de un análisis de las obras del grupo Hiperión. Para Sánchez Prado, el caso de Luis Villoro representa el auge de la tendencia filosófica de ruptura con los estereotipos nacionales. Como afirma el autor, "Villoro no solo plantea que el sujeto es una construcción histórica, sino que las maneras de percibir al otro son también contingentes y producto de relaciones históricas de poder" (220). La lectura de Villoro y del grupo Hiperión aquí sirve para establecer un contraste radical con la figura de Octavio Paz, sobre todo en el ejemplo de su poema, "Piedra de sol", en el que Sánchez Prado percibe una "deshistorización del conflicto" (233) y el uso del mito y del eterno presente como bases de la identidad nacional.

Para concluir, el autor enfatiza el peso que siguen teniendo los estereotipos y mitificaciones de la identidad mexicana. El proyecto del libro de Sánchez Prado es sobre todo un cuestionamiento radical de estos mitos, y la propuesta de lecturas alternativas a través de un análisis cuidadoso de autores y corrientes que se ubican fuera del centro hegemónico del campo de poder. Sin embargo, la respuesta contemporánea al mito nacional, como afirma el autor, parece ser la proliferación de identidades sueltas, que no ofrecen una verdadera agencia política. Por lo tanto, el autor concluye su libro abogando por una nueva literatura y proyecto crítico de "naciones intelectuales" capaz de articular "nuevas formas de ser intelectual y de hablar al poder" (248). Naciones intelectuales ofrece un análisis innovador del campo literario mexicano, a la vez que logra vincular la tarea de la crítica cultural con la de la historia literaria, y así se establece como obra imprescindible para una lectura de las letras mexicanas del último siglo.

 

INFORMACIÓN SOBRE LA AUTORA:

Susan Antebi: Profesora Asistente en el Departamento de Español y Portugués de la Universidad de Toronto. Es especialista en literatura mexicana del siglo XX y en los estudios de la discapacidad. Es autora del libro Carnal Inscriptions: Spanish American Narratives of Corporeal Difference and Disability (Palgrave-Macmillan, 2009), y co-editora del volumen, Digital Media, Cultural Production and Speculative Capitalism (Routledge, 2010). Su proyecto de investigación actual se enfoca en el concepto de la eugenesia y sus usos como categoría médica y estética en la producción cultural mexicana moderna y contemporánea.

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