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Literatura mexicana

versión On-line ISSN 2448-8216versión impresa ISSN 0188-2546

Lit. mex vol.22 no.2 Ciudad de México dic. 2011

 

Estudios y notas

 

Para fundar una tradición. Una propuesta de Alfonso Reyes1

 

To establish a tradition. A proposal by Alfonso Reyes

 

Víctor Díaz Arciniega

 

Departamento de Historia e Historiografía Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco, México vmda@correo.azc.uam.mx

 

Fecha de recepción: 11 de enero de 2011.
Fecha de aceptación: 28 de abril de 2011.

 

Resumen

Este ensayo es una revisión de las actividades intelectuales que Reyes planeó a su regreso definitivo a México, en 1939, y que quedaron resumidas en estas líneas. "No se trata aquí de querer traducir el presente hacia el pasado, sino, al contrario, el pasado hacia el presente. El aprovechamiento de una tradición no significa un paso atrás, sino un paso adelante, a condición de que sea un paso orientado en una línea maestra y no al azar. Por lo demás, no todo lo que ha existido funda tradición".

Palabras clave: tradición, nacionalismo, Alfonso Reyes.

 

Abstract

This essay is a review of the intellectual activities that Reyes planned for his definitive return to Mexico, in 1939, and which were summarized in these lines. "I am not talking here about wanting to translate the present into the past, but on the contrary, the past into the present. Making use of a tradition does not mean a step backward, but a step forward, provided it is a step of masterful direction, and not random chance. Moreover, not everything that exists will create a tradition".

Key words: tradition, nationalism, Alfonso Reyes.

 

Cuando Alfonso Reyes regresó definitivamente a México a principios de 1939, llegó con una cauda de casi 20 años de experiencia en el servicio exterior —la tercera parte de ellos como Embajador—, con más de 30 obras de su creación y crítica literaria y otras 20 o más realizadas como editor o traductor y, sobre todo, llegó con una visible ansiedad porque su porvenir laboral era incierto, acentuada porque a sus 50 años de edad —la mitad de su vida había transcurrido en el extranjero— en su íntima consideración deseaba para sus actividades profesionales y su vida personal y familiar un cambio, sin duda profundo: ya no depender de la Superioridad y adueñarse de sus propias decisiones.2 Un año antes o poco más había comenzado a elaborar la decisión, como ilustra la construcción de su casa en la calle de Industria número 144, ahora Capilla Alfonsina, la primera y única casa propia en la que habitó a partir de mediados de 1939. En otras palabras, en su intimidad, estaba renunciando a la "gitanería dorada" de la diplomacia y anhelaba emprender actividades como editor e investigador.

En aquellos días, el entorno europeo mostraba ya insoslayables barruntos de la que pronto sería la segunda Guerra Mundial y el mexicano revelaba signos de visibles presiones contra el gobierno del general Lázaro Cárdenas, cuya política internacional comprometida con las causas representadas por León Trosky y por los republicanos españoles —a quienes concedió el exilio en México—, habían excitado respuestas sensiblemente contrarias dentro de algunos de los sectores económicos, políticos y sociales más conservadores. Naturalmente, Reyes advertía que para cristalizar su deseo debía obrar con prudencia y en consecuencia, como lo había aprendido a hacer en sus funciones diplomáticas, dentro de las más complejas decisiones de Estado.

Sin forzar sus principios humanísticos y con discreción en sus acciones políticas, Alfonso Reyes buscó la mejor manera para cristalizar su deseo de independencia personal y, simultáneamente, recuperar ideas, experiencias y proyectos que durante el paso del tiempo fue adquiriendo y acrisolando. Sin embargo, para tal cristalización necesitaba ser cauto en su empresa: debía fundir sus ideas con sus acciones y sus intereses personales con los de México; más aún, debía contribuir a un sistema de gobierno y simultáneamente mantener su independencia respecto al régimen de gobierno y, por si fuera poco, debía otear hacia el porvenir de su empresa sin dejar de observar ni el presente ni el pasado nacional —concepto entonces en boga y con el que procurará mantener una muy discreta distancia. Por supuesto, la suya era una empresa política, eminentemente política —conviene reiterar enfático—, pero entendida dentro de la dimensión universal e histórica, tal como la había estudiado en los clásicos, los de la Grecia antigua y los del Renacimiento europeo.

Así entiendo yo lo que él expuso en su conferencia "Atenea Política", dictada ante estudiantes universitarios en Río de Janeiro en 1932, cuya tesis central recuperó plena en 1939 cuando emprendió las tareas de cimentación de la que sería su otra casa, La Casa de España en México, que dos años después tomó el nombre de El Colegio de México:

No se trata aquí de querer traducir el presente hacia el pasado, sino, al contrario, el pasado hacia el presente. El aprovechamiento de una tradición no significa un paso atrás, sino un paso adelante, a condición de que sea un paso orientado en una línea maestra y no al azar. Por lo demás, no todo lo que ha existido funda tradición (1997a: 195-196).

Sobre estas ideas y procedimientos básicos para fundar una tradición versarán las siguientes páginas.

 

1. Pensar en México desde Río De Janeiro

Días antes de cumplir 41 años, en mayo de 1930 Alfonso Reyes presentó al presidente Washington Luis sus cartas credenciales como Embajador de México ante Brasil; procedía de Argentina, en donde había permanecido dos años con idéntica representación. Llegó con el agudo temor y aún prejuicio de que en Río de Janeiro estaría aislado del mundo hispanoamericano y europeo; tan era así, que en Buenos Aires preparó para la imprenta el primer número de su Monterrey, correo literario, con el que buscaría mantener y ampliar sus vínculos epistolares. Sus recelos se incrementaron cuando vio el deterioro de la residencia de la Embajada en la Rua das Laranjeiras, que le revivió igual experiencia en Argentina.

No obstante, en un mes se instaló, estableció y se dispuso a emprender su estrategia para "tomar la plaza", es decir entrar en contacto con la gente, la de su interés y actividad, de la cual era del todo ajeno. Sin conocerlo ni en persona ni por carta, pronto acudió al escritor y diplomático Ronald de Carvalho, con quien inmediatamente creó un vínculo que se amplió hacia otros amigos y que duró por el resto de su vida. Así, con inusual celeridad, la experiencia humana y diplomática en Brasil se reveló tan estimulante como aleccionadora. De la mano de Carvalho y sus nuevas amistades, en seis meses Reyes ya dominaba la plaza. Esto fue decisivo, porque a partir del 3 de octubre comenzó su más intenso y rotundo aprendizaje diplomático, en su más cabal y compleja acepción: ese día estalló en Río Grande del Sur y en Minas Gerães el movimiento revolucionario que llevaría a Getulio Vargas a la presidencia del Brasil.3

Para nuestro Embajador, el conflicto comenzó horas después de la destitución del presidente Luis, cuya familia y varios miembros de su gabinete se refugiaron en la Embajada de México durante algunas semanas. El intenso y variado aprendizaje continuó hasta mayo de 1936, cuando el presidente Lázaro Cárdenas solicitó su traslado a Buenos Aires con idéntica jerarquía para preparar la Conferencia Interamericana de Consolidación de la Paz, a celebrarse pocos meses después. Durante esos seis años en aquel Brasil presidido por Getulio Vargas, afanado en una profunda transformación de su país, Alfonso Reyes tuvo la oportunidad de pensar en México, en la Revolución mexicana y en su experiencia íntima a contraluz de la carioca.

 

2. Los cimientos del camino

Según se percibe en Constancia poética, el volumen X de las Obras completas en el que Alfonso Reyes reunió toda su poesía, entre 1914 y 1924, en España y en varias ocasiones abordó el doloroso tema de la muerte de su padre. Sin la ofuscación propia de la hybris, buscó con la poesía arrancar de su alma ese malestar y así fue acrisolando las razones de sus emociones hasta llegar a Ifigenia cruel (1925). En este largo poema trágico, metafóricamente admitió que ni buscaría venganzas ni participaría en política; por estas fechas y en su Diario escribió llanamente: "voy por los pasos contados de la carrera técnica y no por los saltos de la política". Pero esa liberación no estaba completa: faltaba resolver su conflicto íntimo con su padre. Esto llegó poco después (1930), cuando en el octogésimo aniversario del natalicio del general Bernardo Reyes y el décimo séptimo de su muerte, Alfonso Reyes escribió "Oración del 9 de febrero", su íntima y personal revaloración de la imagen paterna, con sus virtudes y defectos.

Y fueron necesarios dos años más para llegar al soneto "9 de febrero de 1913", con el que, finalmente, suturó la íntima herida; esto ocurrió la simbólica noche del 24 de diciembre de 1932, cuando solitario y en medio de una crisis familiar purgó su drama en Río de Janeiro. Sus dos tercetos expresan metafóricamente la identificación del poeta con el general:

Desde entonces mi noche tiene voces,
huésped mi soledad, gusto mi llanto.
Y si seguí viviendo desde entonces

es porque en mí te llevo, en mí te salvo,
y me hago adelantar como a empellones,
en el afán de poseerte tanto
(1996c:147)

Atrás de esta poética e intensa liberación se esconde el núcleo de la elección fundamental que muy larga e íntimamente meditó Alfonso Reyes: renunció a las armas y se acogió a las letras o, si se quiere, se alejó de la política como actividad pública y asumió al conocimiento y a la creación literaria como la vía para su realización como hombre, en su dimensión individual y su interrelación social. Como invocó el embajador Reyes, Rubén Darío alguna vez dijo que nuestro continente era tierra de generales y poetas: estos son hombres de ideas que indican el camino y aquellos son hombres de acción que los construyen. Reyes hizo suya esta distinción, que sus experiencias cariocas propiciaron, tanto que cumplieron la función de catalizadores.

Durante sus años en Brasil, estimulado por la sensualidad vital que percibía en su derredor y por los radicalismos del mundo occidental que observaba en y desde Río, nuestro escritor y embajador no solo tuvo oportunidad ante sí mismo, sino incluso fue urgido por las circunstancias a explicar a terceros una serie de ideas, de emociones y de conductas que nunca antes había abordado directa y puntualmente. Entre estas explicaciones y consideraciones, México ocupó un lugar central, sea por el múltiple balance del pasado, o sea por la necesidad de mirar el presente y el afán de otear hacia el porvenir. Como será fácil comprender, en sus consideraciones hay natural e implícitamente una tácita comparación entre las realidades sociales de ambos países.

Durante los años de la Revolución de Getulio Vargas el Palacio de Itamarati —la Cancillería brasileña— y, sobre todo, el Palacio de Gobierno hervían debido a la muy alta presión política y económica. No obstante, nuestro Embajador se movía en ambos escenarios con seguridad, o por lo menos eso sugieren sus informes y su correspondencia diplomática. Durante sus seis años y en el poco más de un millar de cuartillas, rápidamente reveló su suspicacia como observador político, su habilidad como interlocutor privilegiado entre las más altas y diferentes jerarquías que sabe despejar la compleja red de intereses y, quizás lo más importante, su limpieza como relator de unas explicaciones sujetas a un orden lógico y descriptivo del enmarañado entramado de las acciones políticas y económicas.

Este conflictivo y radical marco político brasileño tenía su equivalente en el México de aquellos años treinta, lo cual guardando proporciones nos permite una mejor ponderación de una faceta poco analizada en Alfonso Reyes: el amplio cimiento humanístico como base de su propuesta cultural expuesta en "Discurso por Virgilio" y de su propuesta estética en "A vuelta de correo", ambas escritas en Río en 1932 y dirigidas a México. El eje que articula su reflexión es único: la necesidad de identificar, rescatar, fortalecer y difundir las cualidades de la tradición y, simultáneamente, sobre esa base construir la "representación moral del mundo", esa abstracta esencia de la identidad de los hombres y de las naciones.

El referido cimiento humanístico de Alfonso Reyes comprendía: en primer lugar, la dimensión temporal, que obvia la natural confrontación y estimula la necesaria continuidad, y la dimensión espacial, que pondera la conveniencia de mirar el horizonte propio de México como nación y de sus relaciones con otras naciones; en segundo lugar, el cuerpo de los valores, en el que destaca la prudencia para ponderar nuestras conductas y el de la estética para valorar nuestras creaciones o resultados culturales; y en tercer lugar, en el orden de las responsabilidades no establece jerarquías, pero sí distingue: a) a las acciones de las razones, b) a las creaciones de las emociones, y c) a las ideas de las pasiones. Por último, en su cimiento humanístico Reyes propone para estas cualidades la conveniencia de una permanente relación comparativa entre tradiciones culturales distintas y de una vinculación con la realidad inmediata y viva, pues ambas son estímulos para la natural transformación del hombre y su sociedad acordes con el paso del tiempo.

De "A vuelta de correo" mucho se ha citado una elocuente idea: "La única manera de ser provechosamente nacional consiste en ser generosamente universal" (1996b: 439), pero no se ha reparado en la base humanística implícita en la expresión. El núcleo está en la obra del jesuita barroco Baltasar Gracián, quien de manera sintética integró el amplio esquema axiológico del pensamiento helénico y de las creencias católicas, que Reyes recuperó para sí mismo y actualizó sobre los estudios de Werner Jaeger y Max Scheler, quienes aportaron al humanismo del siglo XX el énfasis en la educación moral dentro del cuadro del saber humano y, con ello, ampliaron la dimensión de la relación del hombre consigo mismo, con otros hombres y sus obras y con la naturaleza. Estas ideas subyacen en las conferencias que dictó en Río de Janeiro y en Buenos Aires, "Atenea Política" (1932), "Notas sobre la inteligencia americana" (1936) y "Homilía por la cultura" (1937) entre otras, y son la columna vertebral de su Cartilla moral propuesta para México en 1945.4

El origen de estas ideas las podemos rastrear en la temprana juventud de nuestro autor. Primero en su afición a la literatura e historiografía del mundo helénico, a la literatura del Siglo de Oro español, a la obra de Goethe, Mallarmé y a la de algunos poetas mexicanos y latinoamericanos; después en su formación como filólogo bajo el magisterio de Raymond Foulché-Delbosc en Francia y de Ramón Menéndez Pidal en Madrid, con quienes adquiriría parte de la moderna tradición científica implícita en la influyente Revue Hispanique (1894-1933) y del recién instituido Centro de Estudios Históricos (1915) —descendiente de la Institución Libre de Enseñanza (1876), fundada por Francisco Giner de los Ríos y otros; y, finalmente, en los resultados de sus indagaciones sobre Calderón, Lope, Ruiz de Alarcón, Quevedo y especialmente sobre Góngora y Gracián. Con todo este rico aprendizaje, Reyes fortaleció sus ponderaciones históricas, estéticas y culturales, sustento del cimiento de sus conceptos de tradición y de "representación moral".

Entre octubre y noviembre de 1936, días después de la reunión del Instituto Internacional de Cooperación Intelectual y, también, de la Conferencia Internacional para la Consolidación de la Paz, ambas ocurridas en Buenos Aires, y a medio curso de la Guerra civil en España, el embajador Alfonso Reyes convidó a sus dos viejos amigos Pedro Henríquez Ureña y Francisco Romero a su residencia para abundar en la conversación iniciada en la reunión del Instituto sobre la situación del mundo, en particular el de habla española en ambas costas del Atlántico. Apoyado en sus notas y 14 años después, Reyes reconstruyó aquella conversación en La constelación americana (1950), cuya tesis central es la siguiente: "Hoy, ante los desastres del Antiguo Mundo, América cobra el valor de una reserva de esperanzas."

En esas pláticas informales y amistosas, esos tres humanistas siguieron como norma la que distingue al ensayo: se acogieron al "vagar indispensable" de la mente y se entregaron al "ocio digno que exige para sí todo empeño de depurar los pensamientos" (327). Sobre las premisas de las historias paralelas de los distintos países, las "impaciencias" compartidas entre los países en el tránsito entre los siglos XIX y XX y la necesidad de establecer definiciones en la identidad cultural y la conducción política, los tres amigos consideraron la conveniencia de evitar los sincretismos eclécticos o los dogmatismos ideológicos y, en su lugar, de emprender una "síntesis orgánica y viva" de las experiencias en el pasado y en el presente.

 

3. La apuesta por el porvenir

Este largo encuadre biográfico, continental e histórico de Alfonso Reyes permite una mejor ponderación de sus actividades a partir de su regreso a México en febrero de 1939.5 Pronto y con muy pocos meses de diferencia, en este año concurrieron en él cinco circunstancias, ninguna fortuita y todas entramadas dentro del ámbito de la tradición.6 La primera: en marzo, en reconocimiento a sus buenos oficios diplomáticos, conocimientos y calidad literaria, y a su estrecho vínculo con la inteligencia de la España republicana, el presidente Lázaro Cárdenas le encomendó la dirección de la recientemente fundada Casa de España en México, que dos años más tarde y luego de discretas gestiones administrativas y políticas convertiría en El Colegio de México.

La segunda: como parte de la conmemoración del tricentenario de la muerte de Juan Ruiz de Alarcón, dictó una conferencia en la Facultad de Filosofía y Letras. La tercera: para celebrar el aniversario del Primer Congreso Nacional de Estudiantes ocurrido en 1910, se le solicitó a Alfonso Reyes ser el orador principal, para lo cual escribió "Pasado inmediato". La cuarta: para satisfacer la solicitud de la Revista Interludios de Bogotá entregó una colaboración: "El reverso de un libro (Memorias literarias)", artículo para el que recuperó una serie de notas escritas en diferentes momentos. Y quinto: como parte de sus actividades de investigación en La Casa de España, preparó el prólogo "Justo Sierra y la historia patria" para la edición del libro Evolución política del pueblo mexicano (1900) de Justo Sierra, que yacía sepultado entre los tres grandes, lujosos e inaccesibles volúmenes de la obra colectiva coordinada por el propio Sierra, México, su evolución social (1900-1902).7

El encargo presidencial para encabezar a la naciente Casa de España en México colocó a Alfonso Reyes ante la necesidad de establecer una estrategia de acción, como había aprendido en sus casi veinte años en el servicio diplomático y en sus muchas otras actividades profesionales. Obviaré los asuntos administrativos y atenderé el concepto cultural y educativo sobre el que cimentará a La Casa (Lida: 1988). Para esto, aparte de identificar los convencionales antecedentes, Reyes hizo un sutil balance del proceso histórico de México, de sus propias experiencias como estudiante en la Escuela Nacional Preparatoria y maestro de Literatura Española en la Universidad Nacional de México, y de sus tareas como editor y filólogo en España.

En la perspectiva de plazos históricos amplios a partir de la Revolución francesa y según consta en su Prólogo a Evolución política del pueblo mexicano, en su estudio sobre Justo Sierra Reyes observó cómo, según el maestro, fue la construcción y consolidación del Estado mexicano desde la Independencia hasta el final del siglo; también cómo se desarrolló el proceso de secularización acentuado por el decisivo periodo de la Reforma y, finalmente, cómo la modernidad occidental pretendida para México obtuvo un consistente éxito en muy reducidas esferas sociales y un rotundo fracaso en la gran mayoría de la población y del territorio. Más aún, a los propósitos y al estilo historiográfico de Sierra, Reyes atribuyó características más próximas a las suyas propias:

Sin espíritu de venganza —nunca lo tuvo— contra el partido derrotado; sin discordia, sin un solo halago a lo bajo de la pasión humana; sin melindres con la cruel verdad cuando es necesario declararla, esta historia es un vasto razonamiento acompañado por su coro de hechos, donde el relato y el discurso alternan en ocasiones oportunas (1997b: 251).

También atribuyó a Sierra otra cualidad más acorde consigo mismo: que la escritura de la Historia no se restringe a lo puramente científico, pues en ella está implícito un "carácter moral". Y de las palabras de Sierra expuestas en la inauguración de la Escuela de Altos Estudios, Reyes extrajo para La Casa la "ambición" pretendida: en la Escuela se enseñaría a "investigar y pensar, investigando y pensando" y su resultado se debería traducir en "enseñanza y acción" (254).

Asimismo, de Justo Sierra tomó lo que será la tesis para su balance de la educación y la cultura entre 1900 y 1920: "Se trata de dar un sentido al tiempo, un valor al signo de la centuria" (183). Como antecedente de su experiencia como estudiante, Reyes refirió uno decisivo: la Escuela Nacional Preparatoria, el "prototipo [como] vivero para ciudadanos" (187), creada por Gabino Barreda para formar "gente apta para servir a la sociedad en los órdenes no profesionales" (188). Sin embargo —reconoció críticamente nuestro autor—, al paso de dos generaciones el proyecto se fue "secando" y desvirtuando, tanto que cuando él ingresó en la Preparatoria, ya estaba "ayuna" de Humanidades. Fue entonces cuando ocurrió el cambio generacional y don Justo Sierra entregó la estafeta al Ateneo de la Juventud.

Según describió Alfonso Reyes en su análisis evocativo de "Pasado inmediato", el Ateneo de la Juventud actuó como un movimiento de vanguardia cultural, en el sentido de la avanzada que trazó el camino y la estrategia; tan es así, que su relato histórico lo organizó sobre la idea de "campañas", como si hubieran sido episodios establecidos dentro de una táctica trazada a largo plazo. Aquí subrayaré solo la segunda entre las varias y muy conocidas "campañas": en el temprano 1907 aquellos adolescentes salieron a la calle a protestar contra el abuso que "un oscuro aficionado" pretendía de la revista Azul y de la memoria de Manuel Gutiérrez Nájera; entonces —¡atención con el sentido emblemático indispensable para la identidad y cohesión generacional!—: "Por primera vez se vio desfilar a una juventud clamando por los fueros de la belleza, y dispuesta a defenderlos hasta con los puños" (208). Pocos meses después, en las honras fúnebres a Gabino Barreda y con la anuencia del ministro Justo Sierra, con la participación del Ateneo en ese solemne homenaje se hizo pública "la expresión de un nuevo sentimiento político" (209).

Hasta aquí, con su detallada evocación en "Pasado inmediato", Reyes estaba haciendo un "desagravio" a la "memoria" de sus maestros y amigos. Inmediatamente después, con el vértice de 1910 de por medio, para los inmediatos años anteriores hizo algunos reconocimientos críticos sobre la formación escolar de su generación: a) sospechó que se le había educado —"inconscientemente"— en una "impostura" porque: se les "disimuló la experiencia del pasado", se les "aisló" del mundo por miedo al "contagio", y se les hizo creer en un "concepto estático de la patria"; b) admitió que la juventud estaba perdiendo las tradiciones "y sin quererlo se iba descastando"; y c) reconoció que estuvieron "privados de todo elemento lógico de comparación", pues carecían de instrumentos para investigarse a sí mismos (198-199). Para los años inmediatos posteriores a 1910, indicó que la Revolución, "empujada por fuerzas reales y no verbales, fue tallando a golpes su ideología, bien lejana de lo que habían imaginado sus primeros profetas" (197).

 

4. Los cauces culturales para el porvenir de México

La dimensión de la tradición alcanza su punto más extremo en dirección hacia el pasado histórico, en sus consideraciones en torno a Juan Ruiz de Alarcón, tema de la conferencia ya citada. El tercer centenario es para Alfonso Reyes una ocasión más que propicia no para abundar en la mexicanidad del dramaturgo nacido en Taxco,8 sino para usar la incuestionable fama de Alarcón como ejemplo de la conducta del "mexicano universal": él fue "el primero que se sale de las fronteras" y que "rompe las aduanas de la colonia para derramar sus acarreos en la gran corriente de la poesía europea"; él fue el primero que "entabla el diálogo" y con él se "deja de recibir solamente, para comenzar ya a devolver" (1996a: 318).

No obstante, para alcanzar esta meta es indispensable acentuar o superar algunas características que como mexicanos nos identifican, sobre todo después del "primer paso", el que más "cuesta". Según sugiere Reyes, Alarcón lo que hizo para empezar fue "romper" las "malezas de prejuicios"; después, "superar la capitis diminutio de ser un colonial" y, simultáneamente, superar la identidad de "criollo señorial, parsimonioso a lo provinciano y no habituado a la arisca" "corte" y, para colmo, "pagado de su prosapia" que describe así —y aquí Reyes recupera y matiza las características literarias de la supuesta mexicanidad de Alarcón: "Alma" en "tono menor", "suave discreto", "música en sordina" "enamorada de la razón", "ajustado" a "la poética de su tiempo" y atado a una pretensión "modesta":

[Alarcón] desdeña cuanto va más allá de las normas de la necesidad: geometría más bien, arquitectura, y un modo de creación discursiva cuyos encantos no se fundan en la sorpresa, en los descoyuntamientos de lo inesperado, sino en el gustoso declinar hacia lo previsto. De modo que cada palabra va dando de sí, como sin trabajo y sin ruido, la palabra misma que le sigue (318-319).

Debido a la estrecha contigüidad en el tiempo de la enunciación entre la citada conferencia y el artículo "El reverso de un libro (Memorias literarias)", no resulta forzado identificar una tácita relación metonímica entre Alarcón y Reyes, en tanto que el dramaturgo de Taxco fue al siglo xVi lo que el polígrafo de Monterrey lo es al XX. Por esto en "El reverso de un libro" se ciñe a una tesis: "En el afán de no olvidarlo, siempre ando queriendo reconstruirlo" (1997b: 217). Por eso la lección moral que recoge de sus propias experiencias y que muestra como ejemplo está en la base de su concepto cultural y educativo, cifrado en una fórmula, según las palabras de Justo Sierra: "investigar y pensar, investigando y pensando". Así fue su aprendizaje de la filología bajo la dirección de Foulché-Delbosc y de Menéndez Pidal, con quienes colaboró desde el humilde oficio de "albañil" hasta el calificado de maestro de obra.

En otros términos, adentrado en los albores del siglo XX y por la vía de la filología ocupada en autores y obras del siglo XV, Foulché-Delbosc condujo a su aprendiz por la intrincada tarea del establecimiento del corpus poético de Góngora. Años después y ya como maestro, Reyes con su libro Cuestiones gongorinas (1927) —a los que seguirían varios estudios más, en particular "Lo popular en Góngora" (1938)— enseñó a los propios españoles la fuerza y vigencia de su propio pasado, base de una de las ricas vetas de su tradición cultural. Por aquellas mismas fechas de 1916, Menéndez Pidal lo recomendó en la editorial Calleja para que se ocupara de una tarea que los mismos españoles no quisieron hacer entonces: trasladar al español moderno el Poema del Mio Cid, sin duda base de la tradición española.

No obstante, considero indispensable subrayar que Reyes, desde antes de viajar a Europa, contaba con un sólido aprendizaje derivado de su intensivo trato con los clásicos modernos, a los que estudió mucho más allá de lo estrictamente literario: aquellos hombres del Renacimiento lo enseñaron a pensar y le mostraron de dónde provenía una tradición aún vigente; así, con Gracián aprendió una vertiente de la política opuesta a la de Maquiavelo, como aquel joven Alfonso se explicaba a sí mismo en 1913:

Mucho hay que decir sobre la educación del político en la literatura española. Que la educación del político es la piedra de toque de la pedagogía no cabe dudarlo. Aunque es donde más se corre el riesgo de confundir las normas éticas con las normas técnicas, o donde tal confusión es más peligrosa; aquí es donde se corre el riesgo de enseñar a gobernar por el gobierno mismo, como fin artístico (prescindamos de la mala fe), desentendiéndose de los imperativos de la moral (235).

Esta interpretación nos explica una característica del proceder de Alfonso Reyes: con Foulché-Delbosc y Menéndez Pidal y con el riguroso trato con el pasado literario español, consolidó para sí mismo un concepto y práctica historiográficas: él no deseaba convertirse en "el alfarero esclavo de la arcilla", porque junto con la materia prima que son los datos, reflexionó que la inteligencia debe actuar creativamente para el entendimiento y la comprensión de los asuntos; no temía a la interpretación, siempre y cuando no estuviera mintiendo a sabiendas (228).

De aquí que quienes se han ocupado del asunto de la mexicanidad en Alfonso Reyes, natural y necesariamente han acudido a su carta del 5 de agosto de 1922 dirigida a su amigo Antonio Mediz-Bolio, quien la empleó como Prólogo a su libro La tierra del faisán y el venado (1925). Entre los muchos y jugosos conceptos contenidos en la carta aquí subrayo uno: él deseaba como en un sueño prospectivo "descubrir la misión del hombre mexicano en la tierra, interrogando pertinazmente a todos los fantasmas y las piedras de nuestras tumbas y nuestros monumentos".9 Este deseo lo llevó a fértiles indagaciones y hallazgos con tema o asunto mexicano, que Adolfo Castañón compendió, y comprende aproximadamente una tercera parte del opus magnum de Reyes, y que José Emilio Pacheco, bajo la invocación de la siempre deseada y nunca concretada Enciclopedia Mexicana del jesuita Clavijero, describió esos libros, artículos y poemas como "fichas para esa imposible e indispensable enciclopedia imaginaria".10

En lo anterior, el concepto de misión y la dimensión enciclopédica con tema o asunto mexicano me remontan a los albores del siglo xix en México, cuando los hombres de letras de aquel entonces se preguntaban sobre cuál podría y debería ser su contribución para establecer la identidad de México y del ser mexicano, que iniciaban sus vidas independientes. Este establecimiento prosiguió por encima de las rupturas históricas, como la muy compleja de la Reforma a mediados del xix en la valoración de Sierra o el "cataclismo" de la Revolución de 1910 en la perspectiva de Reyes. Con esto, nuestro autor estaba sugiriendo que la continuidad en la historia es apenas perceptible —más porque debido a prejuicios se había querido percibir en ella algo parecido a una marca de agua de rancio conservadurismo. No obstante, como se observa en las dos coincidencias hasta aquí analizadas, Alfonso Reyes emprendió las tareas indispensables para restablecer las líneas de continuidad entre el pasado y el presente con el propósito de avanzar hacia un porvenir.

En otros términos, esa continuidad se llama tradición, y Reyes se esforzó en contribuir a su simbólica construcción. Abundan los ejemplos dentro de su propia obra. Naturalmente, estoy obligado a ilustrar esta idea con Visión de Anáhuac (1915), el bello y elocuente retablo ensayístico del México precolombino; también debo considerar la pertinencia de invocar el poema "Yerbas del Tarahumara" (1934), el estudio histórico Letras de la Nueva España (1946) y los sonetos de Homero en Cuernavaca (1952). Aquí, en estas diversas versiones de la tradición y de las técnicas literarias, Alfonso Reyes desplegó su creatividad literaria para indagar en la representación moral de nuestra identidad; es decir, reconstruyó aquello del pasado sobre lo cual él percibía que se asentaba la tradición, esa abstracción esencial e indispensable sobre la que culturalmente se vertebra México.11

Debo ser redundante, porque la dimensión implícita en estas expresiones literarias es sumamente amplia y naturalmente alegórica, con excepción de Letras de la Nueva España. Si en el tiempo se desplaza desde las épocas de los antiguos pobladores de la meseta del Anáhuac hasta su presente inmediato, en el espacio el horizonte de Alfonso Reyes es casi infinito: abarca dos extremos, en uno desde su experiencia infantil en las calles de Chihuahua, de donde rescató la expresión viva de una de las comunidades étnicas más antiguas, recias ante las duras inclemencias de la naturaleza y de los hombres "blancos", y dueñas de una riqueza invaluable: los Tarahumaras con su lengua dominan y transmiten entre ellos el conocimiento de esa naturaleza inhóspita, con la que han aprendido a convivir; en el otro extremo, está la síntesis del conocimiento y la experiencia universales colocadas en Cuernavaca, como se indicó en la revista Ábside en 1949:

Dejándose llevar humildemente, de la mano, por las Musas del Renacimiento y del Siglo de Oro —sin mengua de su siempre alerta y ubicua modernidad—, Alfonso Reyes nos da [...] una poesía muy antigua y muy moderna; muy sabia y hasta erudita, pero henchida y vibrante de humanidad; regocijada y sonriente como las Gracias, pero —como ellas— limpia y decorosa; auténticamente helénica y genuinamente mexicana (1996c: 13-14).

 

5. Obraba con el ejemplo

Si obras son amores, los XXVI tomos de sus Obras Completas y —según decían quienes lo trataron— su sonrisa con que acompañaba sus múltiples actividades de gestión pública y sus conversaciones privadas, entonces debemos agradecer a Alfonso Reyes su discreción y heroísmo —ambas cualidades según las expuso Baltasar Gracián. Afín a El Criticón y casi contrario a El Príncipe —pero no a los Discursos sobre la primera década de Tito Livio, también de Maquiavelo—, la dimensión humanística de la propuesta cultural de Reyes comprendía diversos hilos imaginarios, que invisiblemente se tejían como red y se trenzaban como columna vertebral. Sin rebajarla, la suya era una casi imperceptible pedagogía de la acción, pues obraba con el ejemplo y su conducta era modelo de cortesía y de grata compañía —para aludir a dos de sus libros, los más personales y los menos comprendidos: son su homenaje a la amistad y a la conversación.12

Los hilos imaginarios que tejían la red de su noción y práctica de la cultura eran tres, esenciales: ética, estética y política, que cimentó sobre su acrisolado conocimiento del pensamiento clásico antiguo y moderno, que permanentemente actualizó y enriqueció. Abundan los ejemplos: a) en "Discurso por Virgilio", su propuesta educativa para México está nutrida por una ética universal, como sugirió: se debe fortalecer el heroísmo propio con el ejemplo de Eneas que enfrentó a las bestias, o —como muestra su traducción de la Ilíada— con el ejemplo de Aquiles que superó los agravios para afanarse en el bien, o —en la dimensión estrictamente cívica— con la Cartilla moral subrayó para el ciudadano la noción de responsabilidad; b) en "A vuelta de correo", en su reclamo estético subyace una exigencia moral para el ser del mexicano, porque "creer que solo es mexicano lo que expresa y sistemáticamente acentúa su aspecto exterior de mexicanismo es una verdadera puerilidad" (1996b: 443), por eso exclamó: "¡Señores: un poco de pudor en los amores más entrañables!" (438); c) en "Notas sobre la inteligencia americana", su discusión sobre la función del intelectual está ceñida a una perspectiva política, para la cual se debe "entender el trabajo intelectual como servicio público y como deber civilizador", y ese trabajo se deberá sujetar a una cabal ética de la responsabilidad para no confundir las normas técnicas ni omitir los imperativos de la moral (1997a: 82-90).

Entre estos imperativos he destacado la responsabilidad con la historia, en cualquiera de sus dimensiones, como ya he descrito en estas páginas. Referí: primero, la del propio Alfonso Reyes implícita en la memoria de su padre, a quien íntima y simbólicamente buscó desagraviar; segundo, la de su personal experiencia en sus aprendizajes en la Escuela Nacional Preparatoria y junto a sus amigos del Ateneo de la Juventud; tercero, sus experiencias en Francia y España en donde junto a su formación como filólogo adquirió la moderna tradición cultural y educativa originada en la Institución Libre de Enseñanza, sobre la que descansaba el Centro de Estudios Históricos; cuarto, su intenso aprendizaje diplomático en el Brasil de Getulio Vargas y en Argentina, que cumplió en él una suerte de catalizador de sus ideas y conductas; quinto y último, tanto en su balance de la obra historiográfica de Justo Sierra y de su labor en el Ministerio de Instrucción, como en el repaso de las Letras de la Nueva España metafóricamente considerada la línea de continuidad de la parte antigua de nuestra tradición cultural y educativa, en la summa de esta compleja y variada revisión de la historia, hay un propósito común: mediante el noble acto del desagravio es posible recuperar y fortalecer las líneas de continuidad de la identidad, la que hace una tradición. Alfonso Reyes puntualizó: ahí está cifrado "el repertorio del hombre" que somos y "conservarlo y continuarlo es conservar y continuar al hombre" (1997a: 150).

Esta continuidad —reiteró Reyes— no se deberá realizar al azar, sino sujeta a una "línea maestra", que dibuja neta en su conferencia sobre Juan Ruiz de Alarcón. Aunque se concentra en el orden literario, bajo la imaginaria sombra del dramaturgo nacido en Taxco, el polígrafo oriundo de Monterrey describe así las cualidades existentes o faltantes para consolidar a las modernas cualidades "mexicanas": "hace falta cierta madurez" y "cierto candor de temperamento" para "disfrutar" el "viaje en mares interiores"; falta "cierto estado de evolución o experiencia" y no conformarse con lo "innato" de "aquella naturaleza meditativa del hombre desengañado y paciente", que bien podría ser una "cualidad esencial" y hasta "moderna". "De aquí" el "contraste": "Alarcón poseía el secreto de oponerse sin choque, de desviarse sin arrancarse y de negar sin ofender", que expresaba con su "don humorístico" o con "una acción divertida mucho más que [con] una prédica moral"; Alarcón "pone en solfa" "toda la ampulosidad" de "el honor y el valor" y "con sencillez" "da ejemplo de una virtud", "un temple", "una filosofía" y "de una capacidad de traspasar las nieblas de lo convencional" (1996a: 321-322).

Cuando el 12 marzo de 1939 recibió del general Lázaro Cárdenas el nombramiento de presidente de La Casa de España en México, Alfonso Reyes admitía para sí mismo una tan gustosa como compleja responsabilidad. Primero, tendría la oportunidad de pagar la deuda moral que había contraído con la inteligencia española que en 1914 lo había acogido con generosidad y lo había adoptado como uno de los suyos; ahora, sus viejos amigos eran expulsados por la Guerra civil como él lo fue por la guerra de Revolución, y en tan precarias condiciones estaban estos como él lo había estado cuando arribó a España. Segundo, la compleja responsabilidad estaba en las muy severas limitaciones materiales con que nacía La Casa, lo cual a sus 50 años de edad lo colocaba en la ardua tarea de remontar por vía de las negociaciones los variados obstáculos administrativos, políticos y económicos para edificar el porvenir material y educativo de La Casa de España en México, cuyo futuro es ahora parte de nuestro pasado y nuestro presente.

Finalmente, los tres ejes referidos y el "desagravio" a la "memoria" están trenzados en la conveniencia de crear "una sencilla filosofía histórica sobre la obra armonizadora de la inteligencia" (1996b: 432). Con ella se deberá establecer la "línea maestra", reducida a lo básico en el orden político y potenciada en las cualidades del orden humanístico, que por su propia naturaleza estimula la libertad de imaginar, indagar y externar los hallazgos que se hagan sobre el mundo y los hombres. En el conjunto de esos hallazgos se podrá identificar la esencia común, la de México con todos sus entornos. En sus palabras, la base de una tradición es la siguiente: "Cuanto pueda robustecer y nutrir el alma mexicana, aun cuando ello sea tesoro o depósito provisional, debe ser puesto a disposición de las nuevas generaciones" (440).

 

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Notas

1 La primera versión la presenté en el Coloquio "México y Brasil en sus grandes pensadores", organizado por el Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México, 15 de octubre de 2010. Agradezco a Georgina Naufal Tuena su lectura y sugerencias.

2 En su Diario hay constancia de estas consideraciones y así lo sugiere el breve ensayo"Metáfora del Buda y la piedra", escrito durante su traslado por altamar entre Río de Janeiro y Nueva York en enero de 1939. Alfonso Reyes, Diario (1939-1944) (2011 [en prensa] ) y Alfonso Reyes, "Metáfora del Buda y la piedra" (1990).

3 Sobre sus amistades brasileñas y su estancia véase Ellison (2000); sobre su función diplomática véase Alfonso Reyes (2001), y para una valoración personal véase Alfonso Reyes (1992,1993 y 1994). Estos libros son referencia obligada.

4 Alfonso Reyes (1989: 319-344). La gran mayoría de artículos, ensayos y conferencias que aquí refiero está compilada en este libro. La Cartilla moral está recogida en 2000: 483-509.

5 No puedo ni debo perder de vista un detalle para Alfonso Reyes significativo: llegó un día antes del aniversario de la muerte de su padre acaecida en 1913 —fecha que él invariablemente se cuidó de mantener viva entre sus recuerdos, base de la memoria de sí mismo que fue construyendo para su porvenir.

6 En los años de 1980 Eric Hobsbawm (1992) hizo una importante y sistemática consideración en torno de la invención de la tradición, la cual permite una mejor ponderación de los propósitos y procedimientos seguidos cincuenta años antes por Alfonso Reyes en sus afanes de identificar, recuperar, actualizar y proyectar todo sobre una "línea maestra".

7 Alfonso Reyes, "Tercer centenario de Alarcón" en 1996a: 318-323 y "Pasado inmediato", "El reverso de un libro (Memorias literarias)" y "Justo Sierra y la historia patria" en 1997b; remitiré a estas ediciones.

8 El asunto de la supuesta mexicanidad lo formuló Pedro Henríquez Ureña en 1913, que retomó Alfonso Reyes en dos ocasiones previas a la ahora citada. Debido a la complejidad y a la impertinencia de lo que aquí analizo, remito a: Eugenia Houvenaghel (2001), quien da seguimiento a todas las consideraciones hechas por Alfonso Reyes y sus propósitos; y un análisis reciente es de Alberto Paredes (2010), más intuitivo que documentado. En la bibliografía sobre el asunto, se omite una decisiva: José Luis Martínez (1960), su discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua en el que muestra un hallazgo importante: la fuente en la que por primera vez se formuló la descripción de la esencia de la supuesta mexicanidad, que no es original de Henríquez Ureña, sino de Vicente Riva Palacio, en Los Ceros (1882). En sus análisis sobre lo dicho por Alfonso Reyes los tres autores prácticamente pasaron por alto el momento y propósito de la enunciación en 1939, de lo cual aquí me he venido ocupando.

9 Alfonso Reyes, "Carta a Antonio Mediz Bolio", en 1995: 421.

10 Adolfo Castañón, "México en la obra de Alfonso Reyes", <http://www.alfonsoreyes.org/mexicano.htm> y José Emilio Pacheco, "Inventario: Para acercarse a Reyes", en Proceso 655 (22 de mayo de 1989): 46-47.

11 Eugenia Houvenaghel (2001) hace una bien documentada y ponderada disección del proceso retórico empleado para la construcción de esa tradición. Con enfoque y propósito distinto, Amelia Barili (1999) muestra cómo fue el proceso para discernir el simbólico lugar, la responsabilidad y el alcance del intelectual en América Latina.

12 Durante los años de 1930 y en plena carrera hacia la consolidación del régimen nazi, Max Scheler desarrolló una consideración axiológica que de alguna manera prosigue, amplía y actualiza las reflexiones de Gracián y está más próxima a la conducta ejemplar deseada por Alfonso Reyes para los liderazgos intelectuales en México: véase Max Scheler 1961.

 

Información sobre el autor

Víctor Díaz Arciniega. Es profesor del Departamento de Humanidades de la Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco, en donde imparte docencia y hace investigación. Entre sus trabajos sobre Alfonso Reyes se cuentan: Edición critica del Diario (1945-1951) VI (en prensa); compilación y prólogo a Alfonso Reyes, Misión diplomática 2 vols. (2001); compilación de Voces para un retrato. Ensayos sobre Alfonso Reyes (1990); antología y prólogo a Alfonso Reyes, Vocación de América (1989), más algunos artículos publicados en revistas especializadas.

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